Hay rumores sobre…
...un hombre con las alas arrancadas que una vez intentó seducir a un elegante gigante y fue rechazado... ¡Pobrecito!
[Diario] [Pasado][Akuma no Mi] El Legado de Mi Abuelito
Lionhart D. Cadmus
Tigre Blanco de la Marina
La tarde caía lentamente sobre la Isla Kolima, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. Lionhart D. Cadmus, un joven de 11 años, se encontraba frente a un pequeño monte cubierto de hierba verde y flores silvestres. En ese lugar descansaba su abuelo, Lionhart D. Saifer, quien había fallecido apenas una semana atrás.

El viento soplaba suavemente, acariciando el rostro de Cadmus mientras miraba la modesta tumba. No había una lápida ostentosa, solo una simple piedra marcada con el nombre de su abuelo y una inscripción que decía: "Un hombre de justicia y honor". Para Cadmus, esas palabras encapsulaban todo lo que su abuelo había sido y todo lo que él deseaba ser, aunque aún no entendía completamente el peso de esas enseñanzas.

A sus pies, Cadmus tenía un pequeño cofre de madera, algo que su abuelo le había dejado con instrucciones claras: solo abrirlo cuando él muriera y comerse lo que estuviera dentro, era una petición confusa, pero Cadmus obedecería. Había llegado el momento. Con manos temblorosas, se arrodilló y abrió el cofre. Dentro, yacía una fruta blanca con manchas negras.

Hola, abuelito Saifer —murmuró Cadmus, su voz apenas un susurro llevado por el viento—. Ha pasado tan poco tiempo, y ya te extraño tanto.

Sentado en la hierba, cruzó las piernas y dejó que sus pensamientos fluyeran libremente. Recordaba las lecciones de su abuelo, las historias de sus días en la Marina y las innumerables tardes que pasaron juntos, hablando sobre la vida y la justicia. A pesar de su juventud, Cadmus sentía el vacío dejado por la ausencia de su abuelo, una responsabilidad que aún no sabía cómo manejar.

El sonido de las olas rompiendo en la distancia proporcionaba un fondo relajante, casi meditativo. Cadmus dejó que el silencio se asentara, encontrando consuelo en la presencia invisible de su abuelo. En momentos como este, sentía que Saifer todavía estaba allí, guiándolo de alguna manera.

Me siento tan perdido —admitió—. Sé que el mundo es grande y está lleno de oportunidades, como siempre me has dicho, pero no sé cuál es el camino para mí. —dijo finalmente, cogiendo la fruta dentro del cofre y levantándose—. Pero prometo que encontraré mi camino. Lo haré. Aunque no entienda lo que me has pedido, te haré caso, abuelito Saifer. Aquí vamos. —dijo, tomando la fruta con ambas manos. Cerró los ojos y, con un suspiro profundo, le dio el primer mordisco.

El sabor era tan horrible como había oído. Amargo, ácido y completamente desagradable, casi lo hizo escupir. Pero se obligó a tragar el bocado, sabiendo que era lo que su abuelo quería para él. Con determinación, siguió comiendo la fruta, cada mordisco más difícil que el anterior. Pero Cadmus perseveró, recordando las palabras y el legado de su abuelo.

Esto... es por ti, abuelo. —murmuró entre bocados, sus ojos llenos de lágrimas tanto por el esfuerzo como por la tristeza.

Finalmente, terminó de comer la fruta. Sintió un cambio inmediato en su cuerpo, una energía extraña y poderosa que lo recorrió de pies a cabeza. Se tambaleó un poco, tratando de acostumbrarse a la nueva sensación. No entendía nada, y nada había cambiado, seguía siendo él, Lionhart D. Cadmus, nieto de Lionhart D. Saifer.

El sabor amargo aún persistía en la boca de Cadmus, pero lo que lo sorprendió más fue la sensación que siguió. Un calor intenso comenzó a irradiar desde su pecho, extendiéndose rápidamente por todo su cuerpo. Por un momento, temió que algo estuviera mal, que tal vez había cometido un error al seguir las instrucciones de su abuelo. Pero justo cuando la incomodidad se volvió insoportable, el calor se disipó, dejando tras de sí una calma inusual.

Cadmus abrió los ojos, respirando pesadamente. Miró sus manos, esperando ver algún cambio, pero todo parecía normal. Se levantó lentamente, inseguro de lo que había ocurrido. Dio un par de pasos y, al hacerlo, notó algo diferente en su percepción. Era como si pudiera sentir cada susurro del viento con una claridad que nunca antes había experimentado.

¿Qué... qué es esto? —se preguntó en voz alta, intentando comprender lo que le estaba ocurriendo.

Entonces, lo sintió. Una energía desconocida, una fuerza latente que no provenía de su mente, sino de algo más profundo, algo que no podía identificar. Instintivamente, levantó una mano frente a él y, para su asombro, sintió un suave resplandor. El resplandor era cálido, pero inquietante, como si una bestia dormida hubiera despertado en su interior.

Cadmus no sabía exactamente qué había provocado esta reacción, ni cómo controlarla. Era como si hubiera desatado un poder que aún no comprendía, un poder que estaba más allá de su entendimiento. Sentía una conexión con algo más grande, algo que había cambiado en él, pero que no lograba descifrar.

No entiendo... —murmuró, su voz temblando entre la confusión y el temor, lágrimas en los ojos.

Con la respiración agitada y la mente llena de preguntas, Cadmus miró hacia el horizonte. Sabía que su vida había cambiado en ese instante, pero no tenía idea de qué significaba este nuevo poder. Su abuelo le había dejado una herencia que no comprendía del todo, y aunque el camino por delante era incierto, Cadmus sabía que tendría que aprender a vivir con esta fuerza desconocida, esperando descubrir su propósito y cómo usarla correctamente.
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