Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Boda] Gertrudis Longbottom & Tofun Threepwood
Tofun
El Largo
15 de Verano del año 724
Aposentos de Gertrudis Longbottom

Y así fue como atrapé al león con una lata de guisantes... — Concluí, terminando una de mis muchas y completamente ciertas historias. Gertrudis, con sus 104 primaveras, se sonrojó, soltando una risa tímida, probablemente todavía impresionada por mi evidente grandeza.

¡Ay, Tofun! Eres todo un Don Juan... — Dijo mientras le acariciaba sus rizos blancos, se parecían más a escobas viejas que a pelo de mujer. Aun así, me regaló una de esas sonrisas que probablemente le habría funcionado... hace 80 años.
Gertrudis Longbottom

No soy ningún Don Juan, mi querida Gertru. Sois vos, vuestra belleza es la que inspira mis palabras y tienta mis labios. — Y como todo un galán me acerqué a ella en la cama, estirando mi cuerpo diminuto como si fuera una especie de adonis de 30 centímetros y con la confianza de quien nunca ha tenido un espejo, me acerqué para besarla. Un beso de amor verda... bueno, un beso.

— ¡Oi, oi, oi! — Exclamó Gertrudis más sonrojada si cabe. ¡Bingo! pensé, pero antes de que pudiera regodearme, lanzó la bomba. — Qué beso, Tofun... Qué pena que seas tan feo.

Mi cerebro necesitó un par de segundos para procesar semejante golpe. Mi ojo derecho apuntó al noreste como si estuviera buscando ayuda celestial, mi ojo izquierdo se entrecerró como si intentara protegerse del golpe, y mi boca entreabierta se retorció mas que las arrugas de Gertrudis. No estaba enfadado, no, solo... descolocado. ¿Feo? ¿Yo?

Pero, Tofun. — Añadió, mientras una sonrisa maliciosa se le dibujaba en el rostro. — Qué gran suerte que tengas esa labia... Estoy segura de que debes ser un gran amante.

No supe si me acababa de salvar el día o rematarme, pero lo que sí supe es que Gertrudis estaba cayendo, y su herencia cada vez estaba más cerca.




11:55 ; 18 de Verano del año 724
Pradera junto a los acantilados de Rostock

¡Ah, el amor! No recordaba cuántas veces lo había conocido, y aun así, no acababa de entenderlo. Tiene tantas formas, tantos enredos, tantas alegrías y penas... El amor no entiende de edades ni de tamaños, y en mi caso, ¡agradezco ambas cosas! No dejéis de querer, amigos, cada latido tiene el doble de valor cuando se quiere a alguien. Me miré al espejo, buscando aprobación para mi última obra maestra: un disfraz de piña. — Estás listo, campeón. Estás como una puta regadera, pero estás listo. — Me había recortado la barba y las cejas, había quitado la mata de pelo de mis las orejas, me había bañado, también en colonia, y me había calzado con unos elegantes zapatos negros. Reluciente como un diamante, pero... vestido de piña. Mis extremidades sobresalían por los laterales y mi cabeza encajaba en la parte alta de la piña.

Atuendo de Tofun

Girándome para verme desde diferentes ángulos, tenía que admitir que el disfraz estaba bastante logrado, aunque no dejaba de ser una piña. Inspiré profundamente y exhalé. Podía escuchar la marcha nupcial de fondo. Era el momento de salir de la tienda y dirigirme al altar. Me giré y avancé hacia la salida dando pequeños y toscos pasos, como un pingüino con sobrepeso. Aparté con una mano la tela de la carpa y entonces vi todo el tinglado que se había montado. Era increíble, realmente una obra maestra de planificación.


Contexto
Mapa boda




La atmósfera estaba cargada de festividad. Honestamente, creo que nunca había estado en un evento de tal magnitud; normalmente asistía a celebraciones más informales, por decirlo de alguna manera. Desde mi tienda, la más grande de todas, podía ver una gran cantidad de mesas repletas de bebidas y alimentos de todo tipo. Había muchos barriles de vino, y un barril de dimensiones colosales orientado hacia el mar que me sacó una sonrisa: era para el gigante marino, si es que no me lo bebía yo antes.

A lo lejos, una serie de filas de bancos estaban alineadas, entre ellas se extendía una alfombra roja que avanzaba hasta llegar al altar. Tras este, se encontraba el oficiante de la boda, un fichaje de última hora: Stan S. Stanman [NPC060], vestido con una túnica blanca. Al parecer, era un hombre con ojo para los negocios; había creado una compañía de taxis marítimos que dirigía el mismo, Gertru le habían pagado una buena suma por estar allí.

Todo el recinto estaba cerrado por una especie de cerca protegida por la mismísima marina. Habían talado los árboles de la zona y cortado la hierba. En la entrada, un equipo de seguridad se aseguraba de revisar las invitaciones y el código de vestimenta. Desde esa posición, se avanzaba por una alfombra roja hasta una pequeña zona donde Rizzo, el cantante, presentaba a los invitados con un micrófono. Junto al altar, había una banda de gaitas que, en ese momento, tocaba la marcha nupcial. Al evento había acudido el mismísimo Murray Aarganeo, el tipo que estaba al mando del cuartel de la marina; un hombre enorme de casi 3 metros de altura.

La zona izquierda era la de mis invitados, mientras que la derecha estaba reservada para los invitados de Gertrudis. Ellos vestían trajes exquisitamente caros y pulcros. La familia de Gertrudis no estaba muy contenta con la unión; eran unos chupasangres acomodados en la riqueza bajo la falda de mi Gertru, pero que se jodan. La parte trasera de ambas zonas estaba reservada para los marines, con los de menor rango más atrás. Todos los presentes, menos yo, llevaban ya una hora de celebración, habían podido beber y comenzar a picotear. Seguro que la familia de Gertrudis miraba por encima del hombro a mis invitados. Me gustaba pensar que, con sus caros ropajes, estaban a la misma altura que mis amigos disfrazados de alimentos. Que se jodan otra vez.

Era mi momento de aparecer. Crucé el umbral de la tienda y comencé a avanzar hacia la alfombra roja, saludando desde lejos mientras buscaba a los míos con la mirada. No serían muchos: los cuatro enanos de mi antigua banda de "Los Piezas", Ragnir y los suyos, y Umibozu y los suyos. Suficiente, sobre todo teniendo en cuenta que algunos de ellos ocupaban el espacio de diez humanos comunes.



Invitación a Ragnir

Invitación a Umibozu


Normas Off-Rol
#1
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
Qué imponente, uno poco se acostumbraba de poder ver semejante escultura griega caminar por la maldita Kilombo. No tenía puesta su habitual armadura, esta vez iba vestido con una camisa de guiri a más no poder por la "isla cárcel" como el buen Ragn la llamaba ya. El Bucanner paseaba entre las tiendecillas y los puestos, buscando un regalo seguro para la boda de un personaje al que había vendido a sus compañeros como oro puro. Pequeño, bebedor como el que más, feo como un cabrón e increíblemente interesante. Hoy no era día de portar a Rompetormentas encima, qué va, al revés, era día de dejarla bien aparcada en la casa de Airgid, la rubia sin pierna, pero de manos escandalosamente bonitas. Hoy era día de buscar, buscar un regalo que pudiera gustarle al enano. Ragn no estaba en la búsqueda de cualquier cosa, quería algo especial para su compañero, Tofun. Mientras caminaba, sus ojos se centraron en los objetos extraños y únicos que decoran los estantes de una tiendecilla cercana, collares de perlas brillantes, espadas antiguas y mapas viejos. Miró un momento al vendedor con aspecto de pocos amigos, barba muy larga y ni un solo pelo. Tenía pinta de no haber dormido en semanas (estos eran los buenos) el cual mostraba un curioso a la par de especial objeto; Era un reloj de bolsillo grabado con símbolos marítimos. Recordó de forma inmediata las conversaciones que tuvo con el pequeño Tofun, de las aventuras de ambos (cada uno las suyas) en pleno mar y de las extrañas coincidencias que podían compartir dos tipos tan diferentes, física y culturalmente.

¡Esste gustarrrr! — Mencionó con potencia, como casi siempre. El tipo le entregó aquel valioso objeto a lo que Ragn se metió la mano en los bolsillos y comenzó a sacar monedas. Una, cien ... Yo qué sé, ¿miles? no paraba. — Por dios santo, ese bolsillo no tiene fin. — Mencionó el tipo, alargando la calada de una pipa ciertamente elegante para el pobre porte que tenía. — ¡Cinco mil! — Contó, así, un poco por encima. Llenó completamente la mesita de monedas que se caían por todas partes. El tipo puso una cara peculiar, del que sabe que ha dado un buen golpe (demasiado dinero para un reloj marítimo) y muy pesado el curro para contar monedas. El Bucanner golpeó sobre las monedas, tirando la mitad al suelo. — También llevarrr esto. — Era uno de los papeles viejos que colgaban cerca, uno de un mapa viejo, cochambroso, tenía incluso moho. Es más, el comerciante no le daría ni importancia, despachó rápido al rubio para que dejara de destrozarle el local con más manotazos. A duras penas saldría Ragnheidr. — Malditos humanos ... ¡Todo es tan pequeño! — Maldijo para sí mismo, hasta que algo le sacó de la burbuja. Estaba en la puerta, mirándolo fijamente. Un animal, un perrito. Tenía la cara más graciosa que había visto nunca, muy pachón. Se acercó al mismo y el animal reaccionó de la forma más agradable posible, meándole un pie. — ¡Tu serrr rregalo magnifffico! — Elevó al animal sobre su cabeza, con la posterior sorpresa del chucho. Cada cara nueva que ponía, era más graciosa que la anterior. ¿Estaba robando un animal? mejor no pensar en eso.

La mañana pasó, daban las once ya, quedaba poco para la boda. — ¡No poderrr llegarrrr tarrrrde, mujerrr! — Gritó, sentado en el sofá con un elegante disfraz. Iba de alita de pollo, pero el disfraz solo cubría sus zonas nobles, subiendo hasta el cuello donde terminaba la ala del pollo. Brazos, piernas y cabeza libres. Bueno y un trozo de las nalgas que en el trascurso de la mañana "Pepe" se había comido. — ¿Verrrdad que sí, Pepito? — Acariciaba al chucho, que era indudablemente el plato estrella. Se había pasado parte de la mañana buscándole algo, un disfraz a la altura de lo graciosa que era su cara. Al final, con alguna ayuda de Airgid y Asradi, le planchó los pelos, logró darle ondulación a algunos mechones. Le colocaron falda, una cinta en el pelo ... La vestimenta era inmejorable.

Pepe


Pepe ladró. Ragn ladró. Comenzaron a comunicarse mediante ladridos. Al final terminaron meando los dos una esquina del sofá. Era importante hacer sentir bien al animal, aunque instintivamente los bichos sentían atracción por el hombre de Elbaf, desde que era pequeño. Le costaba poco que se le acercaran y tomaran cariño. Pepe se le subió a los brazos, entonces ambos comenzaron a caminar hacia la salida. — ¡Yo irrrr yendo! — Golpeó la puerta con fuerza, dejando la misma a punto de descolgarse. En pocos días había destrozado la casa de la rubia. Por suerte, si todo iba bien y tras lo hablado en la carta y en días anteriores, aquellos iban a formar un grupo la mar de interesante con la intención de aportar cada uno su grano de arena por algo mayor a ellos mismos.

Pepe pesaba casi cincuenta kilos, era un perreto gordo , rechoncho. Eso estaba bien, por que servía al todopoderoso Bucanner para irlo subiendo y bajando cual ascensor. Tensaba los músculos, sintiendo rápidamente el calor en los brazos y aquella extraña satisfacción que poco podía ocultar. De camino al bodorrio se compró una botella de vino que fue metiéndose entre pecho y espalda con relativa calma. — Una abuelita ... Enano estarrr looooco. — Alargaba palabras que de normal no hacía. El alcohol comenzó a afectarle. Le pasaba mucho, le afectaba muy rápido, pero el creía que lo toleraba bien y sí, era cierto, toleraba bien casi cualquier bebida, pero el primer picor, ese que entra con el segundo cubata, le subía muuuuuuy rápido. Luego ya para tumbarlo era otro cantar. Pepe ladró, respondiendo. — Joderrrr Pepe, tú saberrr qué d-dessirrrr ... — La compañía era tan grata, que no cayó en que se encontraba a punto de llegar a la zona. La presencia de varios marines tensó el momento. Cruzaron penetrantes miradas con el vikigno, que no cedió la suya ni por un momento. Ni siquiera Pepe bajó la suya. Con honor.

¡Elegante septimotercera entrada del díaaaaaaaaaaaa! un ... Vaya. — Tragó saliva cuando Ragn le depositó la mirada. Era intimidante aún con el ridiculo traje de alita de pollo. Sin embargo Rizzo esbozó una sonrisa al ver al perro. — ¡Jajajaja! Qué agradable pareja. ¡Espero que solo sean amigos! — Salió del momentáneo arranque de risa. — ¡Ragnheidr Grosdttir y su acompañante! ... perruna ... Ejem ... ¡Mística! — Se inventó por toda la cara el nombre de Pepe y claro, Pepe ladró. Como si supiera qué había dicho mal su nombre. El puto perro daba miedo. — ¡Du er en dritt! — Le lanzó la vacía botella de vino al presentador, rompiendose en mil pedazo a sus pies. — ¡Con perrro no, eh! — Le señaló directamente. Iba a ser un regalo el animal, pero le estaba pillando cariño a pasos agigantados. Momento en el que varias voces se juntaron un poco por delante. Hablaban de Ragn como si le conocieran e iban francamente divertidos, todos de uvas de varios colores. Pequeños como Tofun. Graciosetes como él y radiantes para la boda como seguramente iría el enano borracho.

Hablando de borrachos el Bucanner avanzó hacia ellos para saludarlos, pero se tropezó con los primeros asientos ... Eso provocó que Pepe saltara veloz cual gacela y Ragn reventara bastantes asientos a su alrededor, cayendo cerca de la vieja guardia de Tofun.

Se había meado mientras caía. Buena entrada.



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#2
Asradi
Völva
Asradi apenas y había entendido poco menos de la mitad de lo que Ragnheidr había dicho, o intentado explicar. Algo de un amigo pequeño, unas invitaciones y... ¿Una boda?. Había mirado a Airgid con la misma expresión de quien observa un fenómeno de la naturaleza, a ver si ella o alguien más podía echar más luz a todo aquello. Para ese entonces se encontraban, de nuevo, en la casa de la rubia. La pobre casa que, ahora mismo, más bien parecía la choza de unos maleantes. El grandullón había roto cosas, ella quería creer que sin querer, debido a no controlar bien su tamaño en medio de un hogar de dimensiones “normales”. Era como si, literalmente, hubiese pasado un elefante en estampida por ese sitio.

Vendré en un par de horas, espero... — Musitó, con un suspiro.

Le tocaría ir de compras, claro. Pero es que no tenía ni puñetera idea qué regalarle al casamentero. Y, aparte, estaba el tema de la vestimenta de etiqueta. ¡Etiqueta sus escamas! ¿En serio había que acudir a un evento de esa índole con esas pintas? Asradi no sabía que era peor. Si eso, precisamente, o tener que gastar su preciado dinero en una tontería como esa. Y había que sumarle el regalo de marras. Aparte de que la cosa era que Ragn había dicho que su amigo era pequeño. ¿Qué era pequeño para Ragn? Porque ella era pequeña en comparación al rubio. Así que, estaba en las mismas.

Sentía que estaba en un repentino agujero y no le daba la gana de caer sola en él.

Ubben, ¿me acompañas? — La sonrisa que le dedicó al susodicho fue, por demás, encantadora. Y manipuladora. Era consciente de ello.

Si podía arrastrar con ella a Ubben, todo sería más fácil. Y así también se ganaba no solo un escolta, sino también una opinión a mayores y una ayuda para ver qué diablos le compraría. Seguía sin estar convencida del atuendo, eso por otro lado.

Así pues, tras su pequeña travesura, logró arrastrar al bribón moreno con ella, donde recorrieron durante un buen trecho hasta que una buena idea surgió de Ubben.

¿Estás seguro? — Le preguntó a su acompañante, mientras veía el resultado del regalo que ambos habían conseguido más de una hora después.

Lo que vendría siendo un carruaje de buenas proporciones, envuelto en un estrambótico papel de regalo por todos lados y tirado por un par de caballos que habían pedido prestados en las afueras. Claro. Prestados. Asradi solo había tenido que tirar de labia y cierta coquetería para encandilar al dueño de los animales. Así que los caballos también podrían ir incluídos en el regalo. De hecho, había conseguido que el dueño de los equinos se encargase de conducir el carruaje cuando fuese el momento de trasladarse hacia el lugar del compromiso.

Los ojos azules de la sirena contemplaron el carruaje, del cual no se adivinaba más allá de su forma al estar totalmente empapelado con colores chillones. Y luego miró a los caballos, los cuales vestían una llamativa y decente armadura que ensalzaban su porte. Armadura hecha con, literalmente, el mismo papel de regalo.

Ahora solo falta la ropa. ¿En serio hay que ir así vestido? — Rezongó un tanto al principio.

Al menos ya habían finiquitado el tema del regalo. Así que ahora tocaba la ropa en sí. Se notaba que, inicialmente, la sirena no tenía muchas ganas de ello, pero entre risas y ocurrencias de Ubben, fue animándose un poco más al respecto. Llegaron a una tienda de disfraces, regentada por un tipo todavía más estrafalario si cabía. Tras un intercambio de ideas, al final Asradi se decantó por una indumentaria un tanto peculiar y que, al mismo tiempo, era totalmente acorde a ella, solo por hacer un poco la gracia y que, quienes ya conocian su pequeño secretito sirénido, terminarían captando. Así pues, con cuidado de no mostrar la cola en aquel establecimiento, termino vestida, de pies a cabeza (con su falda larga incluída) de sushi. Sí, literalmente. De sushi. En concreto, de un nigiri de gamba, y con algún adorno propio en la cabeza, que adjuntaba dicho aspecto.

Menudas pintas llevas. — No pudo evitar echarse a reír, minutos más tarde y acomodada en una carreta un tanto peculiar, al mirar también el disfraz de Ubben.

Así pues, de esa guisa ambos terminaron encaminándose hacia el lugar donde tendría lugar el tan esperado enlace nupcial.

Atuendo de Asradi.


Contenido a tener en cuenta
#3
Galhard
Gal
El día había llegado, un evento insólito y pintoresco en la isla Kilombo. La boda entre un enano y una señora de 104 años, donde los invitados debían ir vestidos como alimentos, había captado la atención de toda la comunidad. Galhard, quien aún estaba en pleno entrenamiento bajo la tutela del estricto sargento Ahab, había recibido órdenes de participar como parte del equipo de seguridad designado para la celebración. Afortunadamente, los marines que desempeñaban funciones de seguridad no estaban oblgatoriamente sujetos al peculiar código de vestimenta, lo que le permitía a Gal usar su uniforme reglamentario en lugar de disfrazarse como una fruta o un plato de comida.

El aire estaba cargado de festividad desde el amanecer. Desde su puesto, Galhard observaba cómo la isla entera parecía haberse volcado en el evento. Las mesas de comida, las decoraciones extravagantes y el sinfín de invitados disfrazados como alimentos daban al lugar una atmósfera casi surrealista. Era el tipo de evento que parecía más una broma del destino que una ocasión solemne, pero la boda entre Tofun y Gertrudis Longbottom, una anciana que apenas podía caminar sin ayuda, tenía algo más de fondo. Galhard, aunque no conocía los detalles más profundos de la unión, tenía una intuición aguda que le hacía sospechar que había más en juego que un simple enlace entre dos personas tan dispares.

Mientras aseguraba que la alfombra roja estuviera en perfectas condiciones y que los invitados más importantes ingresaran sin incidentes, su mirada se desvió hacia la fila de bancos, donde los familiares de la novia, de rostros tensos y trajes caros, observaban con desprecio a los invitados del enano. Esa tensión, palpable incluso desde lejos, le recordó que aunque el evento estaba envuelto en una extraña festividad, las emociones eran complejas. Había una rivalidad entre las facciones que no podía ser ignorada.

—Sargento Ahab, ¿algo que deba preocuparnos?—preguntó Galhard, acercándose con una calma profesional al marine que supervisaba a los guardias.
El sargento Ahab, un hombre curtido y de pocas palabras, pero para la boda había decidido llevar un cómico sombrero de gallina, echó un vistazo a su alrededor antes de sacudir la cabeza lentamente.

—Solo mantente alerta. Un evento como este, con tantas facciones presentes, puede volverse impredecible en cualquier momento. No queremos sorpresas desagradables, y menos con el comandante Aarganeo aquí presente.—

Galhard asintió, comprendiendo la gravedad de la situación. El comandante Murray Aarganeo, un marine imponente tanto en tamaño como en autoridad, estaba en la ceremonia, lo que añadía una capa extra de presión a la seguridad del evento. A pesar de la naturaleza festiva, los marines sabían que cualquier desliz podría ser interpretado como un fracaso de su parte.

—No es mi primera boda custodiada, pero es la primera en la que los invitados y la mitad de la seguridad parecen parte del menú —dijo Galhard, esbozando una pequeña sonrisa mientras observaba a uno de los invitados disfrazado de una gigantesca manzana que luchaba por acomodarse en una silla.

—No te distraigas con tonterías, Galhard, aunque nosotros también tengamos que disfrutar de la ocasión recuerda la razón principal por la qué estamos aquí —advirtió Ahab, su tono severo pero con una chispa de humor oculto en los ojos. Ahab era estricto, pero con el tiempo, Galhard había aprendido a leer la sutileza detrás de su comportamiento.

Volviendo a su posición, Galhard no podía evitar pensar en lo bizarro de la situación. Sin embargo, como siempre, su enfoque estaba en cumplir con su deber. Mientras la música de gaitas llenaba el aire, y los brindis comenzaban a resonar en el evento, Galhard mantenía sus ojos abiertos, listo para cualquier eventualidad. Entre los disfraces coloridos y las risas que inundaban el lugar, no perdía de vista la posible amenaza que se escondía tras las máscaras de la festividad.

Era un evento festivo, pero Galhard no bajaría la guardia. Al fin y al cabo, no era una simple boda, sino una ocasión donde cualquier cosa, desde una pequeña pelea hasta un complot mayor, podía surgir de la nada.

—Ne hehe~ Si algo pasa, estaré listo —se dijo a sí mismo, mientras su mirada volvía a barrer el lugar en busca de cualquier anomalía.

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#4
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Poco se habla de lo complicado que resulta comprarle un regalo a alguien a quién no conoces en persona, solo de oídas. Los únicos datos que Airgid tenía sobre Tofun era que se casaba; que medía unos treinta centímetros y que era amigo de Ragnheidr. Nada más. Bueno, y que había puesto como condición para asistir a la boda dos cosas: que le hicieran un regalo y que fueran vestidos de un alimento. ¿Qué? Airgid nunca había asistido a una boda, pero entendía que eso no era demasiado común. Aún así, le parecía divertido, prefería tener que vestirse de comida antes que comprarse un vestido caro y arreglado que no pegaba nada con ella. El caso es que se encontraba de tiendas buscando ese par de cosas que necesitaba. Pero no quiero romper la sorpresa, así que de momento no pienso revelar qué es lo que encontró y lo que compró.

Al llegar a su casa, lo que parecía ser ya un zulo invadido por todo tipo de alimañas, se reunió con Ragnheidr y con Asradi que estaban también preparándose para el evento. El gigante se había presentado allí con un perrete tan gracioso... de verdad, era un perro increíble. Y ya se había puesto su propio disfraz, vestido como una alita de pollo que dejaba gran parte de su enorme, musculado y peludo cuerpo al descubierto. Vaya vistas. Ragnheidr les pidió ayuda a las chicas para ponerle también un bonito disfraz a Pepito, Airgid no podía negarse a una oferta así. Faldita, cinta en el pelo, un lacito en el pecho... todo encajaba tan perfectamente con aquella expresión que ponía. Airgid nunca había tenido mascota, pero estaba empezando a querer a aquel perrillo. Ya era casi parte de la familia.

Se encontraba ya por fin arreglándose ella misma en el cuarto de baño, colocándose su disfraz y peinándose un poco el pelo cuando escuchó un sonido un poco raro. ¿Era un grifo? ¿Estaban trasteando con su cocina? Airgid abrió el baño a medio vestir, con curiosidad, solo para encontrarse con Ragnheidr y Pepe meándole al unísono en la esquina del sofá. — ¡¿Pero qué coño haces?! — Le lanzó al gigante un bote de champú que impactó contra la nalga desnuda. — ¡Cuando salgas tiras el sofá a la basura, no me vaya a dejá esa porquería ahí! — Dio un portazo para cerrar de nuevo la puerta del baño, frustrada. Vale, esa casa dentro de poco dejaría de ser suya, pero joder, es que le había perdido todo el respeto. Tsk. Se negaba a dormir allí esa noche, tendría que ser Ragnheidr el que tuviera que compensar el daño que le había hecho a su casa, invitándola a un hostal, quizás. Sí, eso haría.

Tanto Ragn como Asradi se habían ido ya, la sirena al parecer había quedado con Ubben para buscar un regalo y el gigante ya había puesto rumbo a la boda. Airgid terminó de ponerse los últimos detalles. Era un disfraz estúpido para una boda de alguien que no conocía, pero la verdad es que se había esforzado por estar... ¿guapa? Le gustaba disfrazarse, le recoraba a cuando era pequeña y jugaba con los demás. Así que se esmeró un poco más de lo normal por estar ideal. Al salir del baño se dio cuenta de que aquel burro también le había dejado la puerta de la casa medio descolgada. No tenía remedio. Resopló, tratando de ignorar el cabreo. Le esperaba por delante un día divertido, no iba a dejar que algo así arruinase su humor. Solo esperaba que no fuera igual de destructivo con el barco en el que iban a viajar... o acabarían nadando en el fondo del mar.

La rubia se hizo paso a través de las calles, llegando finalmente al recinto de la boda. Estaba cercado y vigilado por marines, aunque Tofun en su carta ya lo había avisado así que no fue una sorpresa. Tampoco algo agradable, de todas formas. Al pasar por la alfombra roja, Rizzo la presentó con enorme ímpetu para que todos se fijaran en ella. — ¡Ya ha llegado el postre. señoras y señores! ¡Hace su aparición la dulce Airgid Vanaidiam! — La joven iba vestida con un disfraz de piruleta que cubría todo su torso, dejando agujeritos para los brazos, la cabeza y su única pierna, la cual hacía de palito que soportaba el caramelo, incluso se había puesto una media blanca. Se había dejado el cabello suelto y se había peinado haciéndose ondulaciones en los mechones, en algunos de ellos se había colocado clips de colores pastel de estrellitas, corazones, chuches, pasteles... y por último, un eyeliner de color rosa claro. Una apariencia tremendamente pastelosa sino fuera porque sus musculosos brazos asomaban por fuera del traje. Parecía un caramelo bufado. Lanzó un beso a la audiencia y guiñó en dirección a Rizzo, que le respondió haciendo como si se derritiera en el sitio.

Tras su bonita entrada, siguió la alfombra roja hasta llegar al final de la misma. Su primer objetivo estaba claro, así que se acercó a la mesa de las bebidas y comenzó a hincarse una buena cola light. Había que mantener el tipo. En la mano izquierda llevaba su regalo bien envuelto. No sabía cuándo tenía que darle el regalo, ni si quiera había visto a Tofun aún... aunque la verdad es que no le conocía, así que podía ser cualquiera. Quizás uno de esos enanos vestidos de uva. No, no podía ser uno de esos, él como novio tendría que ir diferente a todos los demás. Dando la talla.

Off
#5
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
¿Quién era Tofun?

A priori, el afortunado pronto esposo de la anciana Gertrudis Longbottom. Pero, ¿a quién le importaba realmente? Después de todo, nadie va a una boda por el protagonista. Ni siquiera por la figura nostálgica de una viuda que, en su último aliento de juventud tardía, decide darle un último abrazo a la tradición.

No.

Uno va a una boda por sí mismo.

Las bodas son escenarios perfectos para jugar el más antiguo de los juegos: el del poder y la presencia. Allí, en la Isla Kilombo, me parecía casi irónico cómo una festividad tan solemne se convertía en una oportunidad perfecta para mí. Un desfile de vanidades al que yo, Terence Blackmore, no podía faltar. Y en esa arena social, uno no se presenta simplemente. Uno debe aparecer como una pieza de arte, un monumento a sí mismo.

Por eso, cuando decidí acudir al evento, no opté por algo discreto. ¿Para qué? El mundo ya está plagado de almas incoloras, de sombras que susurran en lugar de hablar, que obedecen las normas sin cuestionarlas. No, yo debía destacar. Ser un faro cegador en medio de esa marea de sonrisas vacías y cortesías marchitas. Así que elegí la apariencia perfecta, la que, a primera vista, gritara lo que todos temen en lo más profundo de sus corazones: la absurda e inevitable ridiculez del ser humano.

El traje, una oda a la naturaleza desbordada, abrazaba mi cuerpo con el verde vibrante y curvilíneo de una enredadera que parecía escalar desde mis tobillos hasta mi pecho. La textura, suave, pero densa, evocaba hojas de una jungla impenetrable. Las mangas, con plumas que ondeaban suavemente al viento, daban la impresión de que, en cualquier momento, podría echarme a volar. Sobre la solapa, descansaba una rosa amarilla que ofrecía distinción. Pero lo más impactante no era el traje en sí, sino la pieza maestra que remataba mi atuendo.

Sobre mi cabeza descansaba una corona en forma de maracuyá colosal, tan amarilla y brillante que parecía haber absorbido toda la luz del sol tropical en un solo fruto. Su corteza, salpicada de manchas negras y marrones, se estiraba sobre mi pelo, a propósito peinado, para formar una apariencia desordenada, pero cuidada, simulando ser parte de la escena frutal y ocultando parcialmente mi rostro bajo una sombra misteriosa. Las hojas verdes que la presidían caían delicadamente sobre mis hombros, añadiendo un toque de realeza vegetal, como si fuera un emperador de la fruta, un soberano exótico del reino de lo ridículo. Pero la ironía es que, bajo esa corona de absurdo, mi rostro permanecía tan inescrutable como siempre: el ceño ligeramente fruncido, los labios formando una línea fina de desaprobación, y una mirada tan cálida como fría.

Al llegar a la alfombra roja, sentí el peso de cada mirada sobre mí. Los murmullos se desvanecieron en un silencio inquieto. No era un silencio de admiración, ni siquiera de sorpresa, sino un silencio teñido de desconcierto, como si los invitados no supieran si reír, llorar o simplemente fingir que no me habían visto, mas tenía que dejar el pabellón tan alto como en los antiguos salones ya se había encargado mi familia de hacer.

Mi momento había llegado.

Con el mar de ojos posados sobre mí, me planté en el centro de la alfombra. Cada paso que daba resonaba como un eco en la sala de la solemnidad, mis botas, cubiertas de una fina capa de terciopelo verde, rozaban el suelo como si temieran lastimarlo. Y entonces, justo antes de que el pasillo hacia los invitados se convirtiera en un mero tránsito hacia la discreción, detuve mi marcha. Como un actor que ha esperado el momento exacto para su clímax, mis brazos comenzaron a elevarse lentamente hacia los lados.

El Rey de la Fruta


El "Prukogi".

Mi cuerpo, antes estático, se transformó en una máquina de movimientos absurdos y precisos. Flexioné ambos codos a noventa grados, mis palmas abiertas hacia el cielo como si estuviera invocando alguna fuerza cósmica, que pronto se transformaron en puños alzados con solo índice, meñique y pulgar. Y, en un giro inesperado, arqueé mi torso hacia la izquierda, de manera casi violenta, mientras mi pierna derecha se adelantaba en un paso exagerado, como si estuviera a punto de caer al suelo y, al mismo tiempo, lo desafiara. Mi cuerpo formaba un ángulo tan improbable que, por un momento, pensé que podía haberme dislocado una vértebra. Pero no. Todo estaba bajo control.

La maracuyá que llevaba sobre la cabeza balanceaba ligeramente con cada movimiento, añadiendo un toque casi cómico a la escena. Las hojas crujieron con el viento, como si la fruta misma estuviera viva, observando mi coreografía absurda. Pero mi rostro no cambió. Mis ojos, medio ocultos bajo la sombra del fruto, se mantenían fijos en el horizonte, mientras mis labios esbozaban una leve sonrisa irónica. Sabía perfectamente lo que hacía, y sabía que nadie más lo comprendía.

Tras varios segundos que parecieron una eternidad, me enderecé lentamente, dejando que el eco de mis movimientos se disipara entre los murmullos cada vez más inquietos de los asistentes. Una señora mayor, probablemente una tía lejana de algún primo de Gertrudis, se desmayó en una esquina, incapaz de soportar la tensión de lo que acababa de presenciar. Otros invitados intercambiaban miradas nerviosas, tratando de comprender si lo que habían visto era una broma o una declaración de guerra a las normas sociales.

Yo no les di ninguna respuesta.

Con la misma parsimonia que había mostrado al entrar, continué mi marcha por la alfombra roja, sabiendo que las conversaciones sobre la boda ya habían tomado un giro inesperado. No me importaba lo que dijeran. Sabía que, en los días venideros, mi aparición sería el tema central de todas las conversaciones. Pero no sería solo por el traje, ni por la maracuyá que me coronaba. Sería por la absoluta convicción con la que había convertido la ridiculez en arte, la extravagancia en poder.

Me dirigí a mi asiento, mientras las miradas seguían posadas sobre mí como aves de rapiña. Y me senté, satisfecho de haber jugado mi papel. Como en todas las grandes actuaciones, el aplauso no era necesario. Ya había ganado.

-¿Dónde coño está Ubben?- cavilé, chascarreando en voz baja en cuanto me aparté de la vista pública y me acerqué a la mesa de los regalos y ofrecía mi ofrenda para el novio. Un hombre que todavía no había conocido, pero del que sí había escuchado, así de su gran magnitud corporal.


El presente, era una caja pequeña donde se encontraba un pequeño frasco con un icor de tono rosáceo y una carta manuscrita al lado que rezaba lo siguiente:

Tarjeta dentro de la Caja

Virtudes & Defectos aplicables en el ámbito social

#6
Nagaki
Medusa
¡Una boda! ¡Me habían invitado a una boda humana! ¡Qué ilusión! oh oh, pero no sé que ponerme. Me han dicho que es una boda entre un ex-convicto y una señora mayor, pero la verdad es que no los conocía de nada. Sí que me dijeron que llevara... ¿un disfraz? ¿a una boda?, bueno, serán costumbres de los terraviviente. Así decía a los habitantes de la superficie cuando era pequeña, aunque ahora está en fase adolescente al ser día 18 hay costumbres más fáciles o difíciles de quitar, esta era una de las difíciles. También había algo raro, habían dicho que la señora tenía 104 años, ¿eso era posible entre humanos? ¿podían vivir tanto?. Eso era increíble, si yo veía a mi compañero Lovecraft y ya pensaba que era viejo, no quería imaginar cómo tendría que ser tener muchos años más. ¿Para qué vivir con esa forma todo ese tiempo? ¿porqué no volver a la fase de pólipo de nuevo y estar joven y saludable en vez de viejo y con dolores?, esa parte seguía sin entenderla. Tendría que preguntar a mis compañeros desde que pudiera.

Parte de la invitación era una obligación formal a trabajar, como no. No iban a invitar a una completa desconocida a una boda porque sí. Preparé mi uniforme de la marina corto, y justo encima me puse el disfraz que había conseguido para la ocasión. La verdad es que me salió muy muy barato en una tienda de segunda mano de la ciudad, y a mí me venía como un guante para guardar mi cabeza y mis tentáculos en lo que sería la cabeza de la ballena que intentaba imitar con el disfraz.

Llegué a la festividad junto a mis compañeros y antes de entrar a la recepción y comentarnos las instrucciones básicas que tendríamos que hacer en la boda, dejé uno de mis regalos para la ocasión, una bandeja de ostras y marisco fresco recogido por mí misma de los arrecifes cercanos a la isla, y me quedé con el otro paquetito entre las manos sin saber bien que hacer en el que se encontraba un collar de conchas que había encontrado por la playa y que con ayuda de algunos compañeros de la Marina conseguí hacer un collar con ellas.  

Las instrucciones eran prácticamente era un "estate atento de todo lo que pase, y no bebas mucho". No creían que fuera a pasar nada malo en esta boda, pero si fuera así no estaría la marina en la boda. Allí vi a mi compañero Galhard, nunca habíamos coincidido, porque él llevaba mucho antes que yo en la Marina, pero si que le conocía de oídas y de verle de vez en cuando. 

Miré mas allá de los marines para ver al resto de invitados y sus disfraces, e intenté con todas mis fuerzas el no salir corriendo hacia ellos para dar vueltas y ver lo elaborados y alucinantes disfraces que tenían. Un hombre piña, un hombre con una fruta amarilla en la cabeza, oh, una mujer ningyo vestida de sushi, que graciosa. Y un hombre hablando a ladridos con un perro... bueno, yo podía hablar con las medusas, supongo que él pueda con los perros. De entre todos los invitados vi a una cara familiar, una chica con un disfraz de piruleta que había coincidido con ella menos de 3 días atrás en el pueblo. Como estaba trabajando no podía ir a saludarla per sé, pero sí que cuando miró hacia mi lado le mandé un saludo tímido con la mano desde lejos.

Me quedé expectante a los acontecimientos mirando a los lados y los disfraces de la gente a medida que iban llegando.

Disfraz de Nagaki

Regalos

Virtudes y Defectos
#7
Ubben Sangrenegra
Vali D. Rolson
La situación resultaba casi surrealista para Ubben. Apenas habían pasado cuatro días desde su llegada a Kilombo, y en ese corto lapso, parecía que su vida se había transformado por completo. Primero, conoció a la mafia Mink, luego los traicionó sin remordimientos, como solía hacer con aquellos que se interponían en su camino. Después, se topó con un curioso Solarian que le dejó un sabor agridulce, como si aún no pudiera decidir si había sido un encuentro afortunado o simplemente otro paso en falso. Y por último, había conocido al peculiar grupo con el que se planteaba, por primera vez en mucho tiempo, salir al mar nuevamente acompañado. Lo que más le inquietaba al bribón de ojos dorados y cabellos blancos no era la rapidez con la que todo había sucedido, sino el extraño sentimiento de comodidad que empezaba a germinar en él. Por primera vez en años, se sentía parte de algo, sin el habitual miedo de ser traicionado. Y lo más desconcertante era cómo se dejaba manipular por la sirena, no por falta de opciones, sino porque disfrutaba verla sonreír. Cada vez que ella sonreía, algo dentro de él cedía, como si concederle sus caprichos fuese un pequeño precio a pagar por la fugaz alegría que esa sonrisa le brindaba.

Ubben estaba absorto en sus pensamientos, perdido en el remolino de ideas que siempre le acompañaba, con una botella de cerveza negra medio vacía en la mano, cuando la melodiosa voz de la sirena lo sacó de sus pensamientos. Ella, con su usual alegría, le había preguntado si quería acompañarla a algo, pero el bribón, como era costumbre en él, no había escuchado ni una palabra. Sin embargo, la sonrisa traviesa que iluminaba el rostro de la sirena lo decía todo: aquello no sería un simple paseo. Había algo más, algo oculto en esa expresión juguetona que no podía ignorar. Ubben le devolvió la sonrisa, al entender que estaba por de embarcarse en un extraño plan de su escamosa amiga. —¿Qué tenemos que hacer?— preguntó finalmente, sabiendo que cualquier cosa que ella propusiera no sería aburrida.

La sirena le explicó rápidamente, y Ubben no pudo evitar que su sonrisa se ensanchara aún más, el panorama resultaba estúpidamente absurdo y divertido. —Ok. Conseguir un regalo, vestuario, y luego comer y beber gratis hasta no poder más... estoy dentro— dijo, con un tono que denotaba su entusiasmo por la velada que se avecinaba. A medida que discutían los detalles, la conversación derivó en la elección del regalo para los novios, y la sirena expresó cierta duda al respecto. Ubben, fiel a su estilo, la miró de reojo antes de soltar una pequeña carcajada. —Por supuesto que estoy seguro— dijo el peliblanco con una confianza que, en ese momento, parecía absoluta. Mientras las palabras salían de su boca, la idea que le había golpeado, se volvía clara y precisa. Aquello que hasta hace un momento era solo un pensamiento vago, comenzó a tomar forma... terminarían por materializarlo en un carruaje tirado por dos robustos caballos, conseguidos no gracias a su habilidad de negociación, sino al encantador escote y la labia de su compañera.

Ubben asintió cuando la sirena mencionó el código de vestimenta que debían respetar. —Bueno, supongo que sí, es el código que pidieron... habrá que acatarlo— comentó mientras sus pensamientos derivaban hacia la posible elección de un disfraz adecuado. La búsqueda de disfraces los llevó a una tienda modesta, pero bien surtida. La pelinegra comenzó a buscar entre las prendas mientras Ubben, con su habitual curiosidad, probaba de todo. Vestidos ridículos, trajes extravagantes y combinaciones absurdas, nada parecía adecuado hasta que vio a Asradi con su atuendo final. En ese instante, lo comprendió todo. Su disfraz debía complementarla, debía hacerla resplandecer aún más. Así, el bribón de tez morena y ojos dorados comenzó a planear su propio atuendo, uno que no solo se ajustara al código de vestimenta, sino que también capturara la esencia de lo bien que pegaban juntos.

Mientras ambos finalizaban sus disfraces, Ubben observó a un frutero cercano, ocupado en mover cajas sobre una pequeña yegua de carga. Sin pensarlo dos veces, se acercó al hombre y le compró la plataforma con ruedas donde cargaba la fruta. Volviendo junto a la sirena, con una sonrisa astuta en el rostro, anunció. —Ya tengo el complemento perfecto para tu disfraz, querida.— Con algo de esfuerzo y la ayuda de un par de borrachos que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por un trago gratis, lograron transformar la yegua de carga en un llamativo “plato de madera” sobre el cual Asradi, la sirena, se sentaría. El peliblanco se encontraba disfrutando cada momento de aquella ridícula situación, riendo mientras ajustaba los últimos detalles del improvisado carruaje para su compañera. —¿Lo dices tú?—replicó Ubben entre carcajadas, respondiendo al comentario de la sirena sobre su propio disfraz.

Sus disfraces, completamente ridículos pero divertidos, se complementaban a la perfección. Asradi estaba disfrazada de una pieza de sushi emplatada, mientras que Ubben había optado por un disfraz de botella de salsa de soya.  Además, los detalles no faltaban, pues, los brazos del peliblanco simulaban chorros de la salsa, y su tricornio bajo el disfraz le daba a su cabeza la apariencia de una verdadera botella, mientras que una peluca negra y una barba postiza ocultaban su identidad. Definitivamente no quería ser reconocido en ese lugar. —Al menos combinamos bien, ¿no crees?— añadió con un guiño juguetón, mientras comenzaba a arrastrar a la sirena en dirección a la boda. El evento, al aire libre, le ofrecía al peliblanco algo más que solo diversión, le ofrecía múltiples rutas de escape, algo que siempre consideraba por si las cosas se torcían, y que le ayudaba a sentir que mantenía todo bajo control.

Al llegar a la alfombra roja, las instrucciones eran claras: debían realizar un baile o una pose. Rizzo les vió llegar y pidió sus invitaciones; El bribón de ojos dorados se presentó bajo el nombre de Hyagül, para encubrir su identidad; algo que sus compañeros habrían de entender, siendo concientes de la recompensa por su cabeza. Rizzo les dio el visto bueno y anunció a modo de presentación. —¡Damas y caballeros, directo desde las orientales costas de Shimotsuki han llegado el sushi y la soya! Con ustedes Asradi y Hyagül!—  Ubben tomó impulso y empujó el plato con ruedas sobre el cual iba sentada la sirena. —Como lo ensayamos, Sashimi...— dijo, justo antes de saltar al plato junto a ella. Ambos adoptaron una pose teatral, con Asradi estilizando su cuerpo mientras Ubben, detrás de ella, dejaba entrever solo la mitad de su rostro. Sus brazos, simulando los chorros de salsa, la envolvían por los hombros, cayendo hacia adelante de manera dramática. Después de la breve actuación, el peliblanco bajó del plato y continuó llevando a su amiga como si nada hubiese pasado, saludando a los invitados mientras buscaban a Ragn, quien debía guiarlos hasta los novios. Finalmente, el regalo sería colocado junto a los demás, mientras los caballos, tranquilos, pastaban bajo la vigilancia del su dueño, quién gracias a los encantos de Asradi, había accedido a llevar el carruaje hasta el lugar y vigilarlo durante la boda.


Resumen


Relevantes
#8
Tofun
El Largo
El caos formaba parte del menú, y ya estaba servido. Nadie podía controlar el choque de culturas, estilos de vida y vestimentas entre los distintos invitados a la boda. Sonreí mientras inhalaba profundamente, llenando mi cuerpo de felicidad. ¡Cómo me gustaba esa parte del evento! Miré a mi alrededor, buscando a mis conocidos. De inmediato, debido a su altura, localicé a Ragnir. ¿Iba vestido de... alita de pollo? Solté una carcajada que se redobló al ver al enorme perro que lo acompañaba. A su lado, estaban... ¡Los Piezas! Disfrazados de racimo de uvas. Una tercera carcajada me hizo encogerme hacia adelante y golpearme la piña de la risa que me daba.

Los "uvas" miraban al coloso con la boca abierta, tardaron unos cinco segundos en reaccionar, y cuando lo hicieron, levantaron las manos, agitando los brazos, asegurándose de que Pepe, el perro, no los confundía con el primer plato del menú.

¿Ragnir? Tofun nos ha hablado de ti. ¡Menudo fichaje! Un placer, grandullón — Cada uno añadió una frase y después le invitaron a sentarse en los diez asientos vacíos junto a ellos.

¿Dónde estaba Umibozu? Mira que no era un tipo que fuese a pasar desapercibido en una boda... Antes de encontrar respuesta otros seres llamaron mi atención, mientras me fijaba en ellos comencé a avanzar hacia la mesa de regalos que estaba de camino al altar. Había una chica con cola de sirena vestida de sushi con un conjunto que... Por los barbas de mi madre, parecía real. Lo peor es que estaba sobre un carruaje disfrazado de plato y con un tipo que iba vestido de botella de soja. No pude evitar soltar una cuarta carcajada tras toda esta escena, eran amigos de Ragnir, seguro. Lo mejor era que ya me gustaban sin si quiera conocerlos.

Agotado de tanto reír, sentí como dos tímidas lágrimas recorrían mis mejillas. Apoyé una mano en la mesa de regalos y, sin prestar mucha atención, agarré lo primero que se parecía a una bebida decente: una botella con un líquido de tono rosáceo. "Cojonudo", pensé, descorchándola y bebiendo todo su contenido de un trago largo.

— ¡Ughhh! — Solté. ¿Qué demonios era aquello? Casi sabía tan mal como el agua. Busqué la etiqueta para averiguar qué clase de brebaje había ingerido, encontrando una nota. A la tercera palabra, deduje dos cosas: primero, que esa nota no la había escrito Ragnir ni Umibozu; segundo, que la persona que la escribió no me conocía. ¿Insigne yo? ¡Ya quisiera Gregoria! Reí al acabar de leer la nota y me quedé el nombre del remitente para buscarlo más tarde. Levanté la cabeza y vi al oficiante de la boda, Stan, que me hacía gestos con las manos para que me apresurara. Me costaba tomarlo en serio, iba vestido de cebolla. ¿Quería hacerme llorar o qué? En fin, no había más remedio.

Continué avanzando por la alfombra roja, dejando los regalos para después. Mientras me acercaba a los bancos de los invitados, vi a una rubia despampanante vestida de piruleta, a un tipo formal con atuendo moderno de... ¿fruta? No sabía qué fruta era. Y a un ser cuyo origen no sabría clasificar, vestido de ballena. No pude evitar pensar en lo que le haría Umibozu cuando la viera. ¿Dónde estaba ese cabrón? Miré al lado derecho y sonreí con malicia hacia toda esa panda de ricos que se creían superiores solo por haber heredado una fortuna. ¡Yo vengo de una granja de orugas, flipados!

— ¡Esto no lo vas a necesitar, chavalín! — Le dije al que debía ser un nieto de Gregoria, quitándole una copa de cóctel de las manos para bebérmela de un trago. Después, giré la vista hacia los mios.

¿¡Cómo están los máquinas!? — Grité, saltando al hombro del grandullón. ¡Menuda conversación habíamos tenido la última vez! Lástima que no recordaba todos los detalles, pero le tenía un regalo que lo iba a flipar.

— ¿Y esa fiera que traes? ¿No es un poco pequeña para ti? Shahaha — Bromeé, lleno de alegría. El ambiente era inmejorable. Me acerqué al oído de Ragnir y, mientras rellenaba la copa de coctel con mi dedo, le susurré:

Te tengo una cosa preparada. — Le acerqué mi mas reciente creación. — Le he llamado Nosha. — Le dije con tono tranquilo y amable. Era un licor de tonos amarillos, hecho especialmente para él.

[Imagen: 1.png]

— Si te gusta, te prepararé un barril como ese de allí. — Señalé el barril junto al acantilado, el gigantesco, el de Umibozu. También tenía algo para él.

Descendí de un salto sobre mi antigua banda, ahora racimo de uvas. Me atraparon en pleno vuelo, y entre gritos y abrazos, disfrutamos del reencuentro.

— ¡EJEM! — Espetó Stan, ya impaciente. Me puse en pie, le sonreí y me encogí de hombros. ¿Qué esperaba? Antes de ir al altar, me giré hacia mis invitados e hice un gesto, levantando mi mano derecha con el índice y el corazón estirados, llevándola a la frente y luego extendiéndola hacia el infinito. Después del casamiento, tendría tiempo para conocerlos. Con un par de saltos, me planté en el altar. Un par de trabajadores colocaron una pequeña torre de madera sobre la que me subí. Solo faltaba una cosa.



La música se intensificó. Ahí venía Gertrudis. ¡Qué mujer! A sus 104 años, había aceptado su inminente muerte y le daba igual. Había vivido una vida atrevida, amando, riendo y llorando. Se iba con la conciencia tranquila y con el placer de arrebatarle una fortuna inmerecida a aquellos que intentaron aprovecharse de ella tras desatenderla durante años. Aunque nuestro compromiso nació por interés, ahora encontraba en Gertrudis una figura que valoraba y admiraba, que irónica era la vida. Mi futura esposa, para sorpresa de todos sus parientes y amigos, salió de su tienda vestida de coco.

¡Esa es mi nena! —Grité, acaparando todo el odio del lado derecho del pasillo. ¡Era la hostia! Ahí estaba, a su edad, sacando la cabeza y las extremidades por los huecos del coco. Avanzaba lentamente, sostenida por su único pariente normal, un primo de Cuenca, el único que no estaba interesado en su dinero y sí en su felicidad. Le tomó tiempo, pero llegó al altar. Nos miramos con una sonrisa y...

¡EJEM! ¡EJEM! — Stan interrumpió de nuevo. Nunca antes había oído hablar de Stan S. Stanman hasta ayer durante la preparación de la boda. Era un tipo eléctrico, atento, un terremoto que siempre veía negocios. Inspiró profundamente, su pecho se hinchó al menos 20 centímetros. Yo sabía lo que iba a pasar, pero el resto no y estaba ansioso por ver las reacciones, sería divertido. Las palabras salieron de su boca como misiles.

— Queridos amigos, familiares, desconocidos y todos los que llegaron aquí sin invitación pero encontraron una manera de colarse. Estamos aquí reunidos hoy para celebrar la unión de dos personas, o más bien, dos espíritus intrépidos que han decidido lanzarse a la aventura más loca, divertida y a veces absolutamente caótica de sus vidas: el matrimonio. Y como todos sabemos, el matrimonio no es una empresa sencilla, ¡no señor! Es como subirse a un barco sin saber si habrá tormenta o provisiones, pero aún así, te lanzas porque confías en que la persona a tu lado te ayudará a remar. O al menos, no te tirará por la borda pensando que eres el ancla. Hoy celebramos el amor, pero no ese amor cursi que aparece en las películas, no, no, no, estamos hablando de ese amor real, el que te despierta a las tres de la mañana porque alguien no para de roncar, el amor que sobrevive a discusiones sobre qué serie ver en Netflix, qué pizza pedir o quién dejó la tapa del baño levantada. ¡Ese amor, amigos, es el que estamos celebrando hoy! El amor que perdura cuando los fuegos artificiales iniciales se apagan y te das cuenta de que lo que realmente importa es quién está a tu lado cuando los platos sucios se acumulan y la cuenta del banco está más vacía que el refrigerador. Ahora, por favor, tóquense las manos, pero sin sudar mucho que es un momento solemne, y repitan después de mí. —  Era un putísimo espectáculo, el tío seguía sin respirar. — Prometo estar contigo en la salud y en la enfermedad, en las risas y en las lágrimas, en los buenos tiempos y en esos días en los que nada sale bien y lo único que queda es una pizza fría en la nevera. Prometo, ante todos los aquí presentes, que incluso cuando este sereno, seguiré pisándote al bailar. Prometo que cuando estemos cansados y la vida sea complicada, no importa cuántas veces tropecemos, nos levantaremos juntos y seguiremos adelante. Y ahora, en lugar de hacerles repetir esto, que no les veo yo con ganas, simplemente diré: si están listos para compartir coco y piña, una fiesta desmedida y todas las locuras de una vida juntos, entonces, por el poder que me confiere mi rapidez de palabra, los declaro... ¡oficialmente casados! ¡Ya pueden besarse! 

Quería aquel tipo en mi vida. Gregoria y yo nos miramos y reímos felices. Sin más dilación ni dilatación, nos dimos un beso picarón, digno de nuestro cruce tropical. El confeti voló, las gaitas comenzaron a tocar una melodía alegre, Rizzo cantaba y el horizonte se llenó de fuegos artificiales que no esperaba. Cuando pose mi vista sobre ellos no podía dar crédito, Umibozu estaba allí, en alta mar, tirando del barco que Gregoria me había regalado y era desde su cubierta de donde salían los fuegos artificiales. 

Lo tengo todo.
#9
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
¿Cómo podía entrar de aquella manera? a cualquier personaje en su sano juicio le estaría subiendo la vergüenza a unos niveles que le impediría siquiera levantar el rostro del terreno. Por suerte para todos los que tenemos que leer esto, Ragnheidr no era como los demás. En un acto reflejo digno de un buen bebedor que ha pasado muchas veces por algo como aquello, lo de perder el equilibrio en plena borrachera y estar con ganas de mear al mismo tiempo, se sacó la colita por un costado, enfocando con su aparatoso miembro a los familiares de digna presencia que estaban en la otra bancada. Eso solucionó lo de no llegar a mearse encima del todo, con su posterior olor desagradable. Pepe le miraba como orgulloso. Ese perro era una jodida leyenda. El Buccaneer escuchó como iban presentando personalidades, la de Asradi y Ubben no le pasaron desapercibidas, pero no pudo reaccionar a las mismas, debido a que estaba tirado en el suelo y unas voces ocuparon la atención del nórdico. La emoción en el rubio escaló de manera desenfrenada cuando las "uvas" hablaron. "La vieja guardia". Las putas leyendas. Siendo como era Ragn, le fue imposible no reír al verlos. Como hubiera hecho al conocer a Tofun, de no ser porque los civiles de la zona le estaban acorralando y llevando hasta el extremo.

¡Jiajaijiajiajiajia! — Estalló, al fin. — Serrr justo como esperrrarrr que serrr. — Tenía cierto recelo de cómo saludar a seres tan pequeños, ya que él era especialmente grande, un apretón de manos, con la tradicional escupida en la palma, sería como lanzarlos a una piscina. Quizás dar el puño, era algo a lo que dar vueltas. Pepe saltó sobre las piernas del vikingo, cómplice con el rubio desde el minuto uno, no daba la sensación de querer marcharse de su cercanía. Las uvas y Ragn conversaron, sobre todo de lo que estaba por venir, sobre lo que ellos creían de él y las buenas referencias que este tenía de ellos. Eran justo como los había imaginado, dignos amigos de Tofun. Quiso compartir trago con sus nuevos amigos, pero no pudo por que se le había terminado, de hecho, le lanzó la botella vacía al bocachancla que presentaba a todos los que entraban. A todo esto, el megáfono anunció a otra persona conocida. "Airgid Vanaidiam" Gritó con fuerza. Con cierta gracia impropia de un cuerpo como el suyo, Ragn se apoyó en su propia espalda y doblando la misma con el mismo impulso, se pondría de pie, rápidamente. La mirada de la otra bancada era un poema, porque le habían visto la cola y ahora el vikingo les estaba dando una panorámica en primera persona de su culo. Limpito, ni pelos tenía, como dos cabezas de niños recién nacidos. Las carcajadas del gran hombre ahora eran dirigidas hacia la piruleta humana y los trocitos de pescado combinados, sus próximos compañeros de viaje y hasta el día de la partida, también de hogar, pues vivían juntos.

Notó como se le iba acabando el aliento de tanto reír. Si lo hacías con nulo control, cansaba más que una docena de flexiones a primera hora de la mañana. Aun así, les señaló, se reía de ellos como si él no tuviera uno de los disfraces más ridículos de la boda y después levantó los brazos buscando que lo localizaran. De nuevo, como si verlo no fuera también bastante obvio. Pasó un pequeño camarero cerca, un humano, tamaño humano. Le quitó la jarra de cerveza con delicadeza, ya que era ... Pues tamaño humano. Se la metió entera en la boca, bebiendo el contenido y masticando los cristales. ¿Qué podría salir mal?

Pronto el novio apareció, colocándose en el hombro de Ragn. — ¡Tofun! — Alzó la voz, abriendo la boca y brotando la sangre de sus fauces. Como si nada, vaya. Iba vestido de piña, lo que ocasionó que volviera a perderse en carcajadas. Tal fue el caso que apenas se enteró de que el pequeñajo le susurró algo al oído. Algo que casi no llega a escuchar, pero que por suerte si hizo. — Nosha ... — Susurró él, anonadado con el vasito, de un color amarillento ... — Lo ha llamado como a ella ... Este sí que es un buen regalazo. — Cada vez que abría la boca, le caía algo de sangre, sin embargo no le importó. No se bebió él baso, se lo comió también. El sonido de los cristales masticados, unido al picor del alcohol en contacto con las llagas, era toda una experiencia. Las pupilas del vikingo se agrandaron, incrementando el tamaño de forma inusual ... Algo se depositó en su mano derecha ... ¿Era la uva? — Bua esto tiene que verlo Ubben ...— Uno de los compañeros de Tofun se había subido a su mano, quizás buscando más cercanía, pero lo que se encontró es un puto loco de cinco metros que vomitaba sangre e iba borracho elevándolo en el aire y lanzándolo como una pelota de beisbol en dirección a Ubben. — ¡Tuya! — Comentaría de ultima pasada, como si realmente se tratara de una pelota.

Los acontecimientos en esa boda sucedían a más velocidad de la que la cabeza atolondrada de Ragn podía. Nosha era destructiva, tanto que nuestro afamado hombre de la guerra, tendría que sentarse para reposar un poco. La música comenzó a sonar, los personajes a tomar a siento. Luego apareció la novia. Ragn quiso reír, era muy graciosa ver a la vieja así, pero sentía que si levantaba la cabeza del suelo, vomitaría. Además ... ¿Por qué Pepe se estaba peinando? había sacado un peine rosado y se estaba atusando los rizos. Eso era imposible. Miró a las uvas que quedaban aún cerca e intentaban hacerle entrar en razón. Obviamente, Pepe no tenía AÚN las facultades para poder peinarse su flequillito, eso era una ilusión ... Tofun casándose, Pepe evolucionando ante sus ojos ... Airgid que iba dando saltos a una pierna, debido a que su disfraz era de piruleta y claro, no podía tener un apoyo que ... — Jie ... Jiejie ... ¡Jiejiejiejiejie! — Volvió a estallar al pensar en la coja. Que ser tan magnífico era la rubia. Se levantó para buscar ahora a Asradi para reírse de ella, pero volvió a caer a su asiento empujado por las uvas, que le estaban solucionando un poco la papeleta.

Después, escuchar al tipo hablar tan rápido sin respirar le estaba dando ansiedad. Por suerte acabó como comenzó, rápido. Los petardillos cubrieron el cielo, el confeti la cabeza de los presentes. Una de las uvas se abrazó a Pepe y Ragn también. Alguien les haría una foto.

Joder qué bonito todo.


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#10


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