Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Aventura] [Autonarrada - T1] Corre, Atlas, corre.
Atlas
Nowhere | Fénix
Día 16 de Verano del 724.

Corre, Atlas, corre.

Estaba convencido de que ese día y no otro era el que por fin lo conseguiría, el que, de una vez por todas, sería capaz de lograr que ese maldito de Shawn no diese conmigo. Después de mucho tiempo realizando múltiples ensayos, había llegado a la conclusión de que el escondite perfecto se encontraba en el tejado de una de las primeras casas que se podían encontrar al llegar a la ciudad de Loguetown tras salir de la base del G-31.

Allí, los dueños habían tenido a bien usar la azotea como una suerte de pequeño almacén, donde habían apilado un número nada desdeñable de cajas que conformaban un parapeto perfecto para que no fuese fácil divisarme de las alturas. Del mismo modo, por algún motivo que desconocía habían tenido a bien posiciones dos grandes y cómodas tumbonas junto a las pilas. Estaban casi sin estrenar, o eso parecía a juzgar por lo mullido del colchón sobre el que reposaba mi cuerpo. La zona estaba lo suficientemente cubierta como para que costase divisarme desde los tejados aledaños, pero lo suficientemente expuesta como para que la brisa que circulaba entre las construcciones acariciase con gentileza mi rostro. Del mismo modo, las cajas proporcionaban sombra en el momento de más calor y permitían que el sol me golpease cuando empezaba a refrescar. Por si no fuese suficiente, los propietarios eran personas mayores que en muy raras ocasiones subían a la azotea, ya que necesitaban ayuda para cualquier actividad que necesitase un mínimo esfuerzo físico.

—Aquí sí —había tenido la fatídica idea de murmurar para mí mismo después de pasar una mañana completa y parte de la tarde sin que un mísero ruido viniese a molestarme. ¿Quién me mandaría?

Un silbido en el aire percibido casi en el último momento me avisó de que, una vez más, algo no iba bien. Una veloz sombra apareció ante mis ojos, aún cerrados, provocando que los abriese con urgencia para poder identificar el puño del por aquel entonces todavía sargento Shawn. La calva le relucía con los rayos del sol y un evidente gesto de amenaza asomaba en su rostro. Aquel día estaba especialmente enfadado.

El puño se precipitó sobre mí con iracunda violencia, topándose con la tumbona un instante después de que, de puro milagro, consiguiese apartar mi rostro de su trayectoria. El lugar de descanso se quebró, saltando por el aire las astillas de madera que daban forma al soporte y dejando un orificio en el colchón que lo atravesaba por completo. ¿Acaso ese tipo no se preocupaba por las pertenencias de los demás? ¿Cubriría la Marina los desperfectos causados por sus poco diplomáticos métodos disciplinarios?

Preguntas rápidas como ésas sacudieron mi mente a toda velocidad mientras me alejaba cuan veloz podía en dirección a la vivienda aledaña más cercana. Saltaba con una potencia y una agilidad que hasta hacía unas semanas creía imposibles en mí, fruto de los castigos de Shawn y la imperiosa necesidad de escapar de sus garras.

Salté de tejado en azotea y de azotea en tejado a lo largo de más de veinte viviendas. Un pesado estruendo a mi espalda me informaba en todo momento de que mi superior me perseguía y, como buen perro de presa, no tenía pensado cejar en su empeño. ¿De qué manera habrían instruido a ese sujeto para que se mostrase tan beligerante con quienes no ejecutábamos las normas sistemáticamente al pie de la letra? Aunque, bien pensado, lo cierto era que persona así eran necesarias en una organización tan grande como la Marina.

Cuando quise darme cuenta, los tejados habían acabado y lo siguiente que se extendía ante mí era el mercado callejero que se organizaba periódicamente en una gran plaza no demasiado lejana al puerto. Una iglesia formaba parte de los elementos urbanísticos más relevantes de la zona, así como el sinfín de puestos repletos de productos de todo tipo, de temporada todos ellos, que los vendedores ofertaban a voz en grito.

No me lo pensé y me arrojé sobre el techo de lona del puesto más cercano, desmontándolo —por desgracia— y rodando por el suelo envuelto en la tela. Un pesado sonido de hueso y carne me indicó que el corpulento guardián de las normas en ningún momento me había perdido de vista. Me levanté cuan rápido pude, intentando salir de la cárcel de tela en la que yo sólo me había atrapado. Sin embargo, fue Shawn quien me liberó. ¿Que cómo lo hizo? Muy sencillo, propinándome un soberano sopapo con la mano abierta en la cara que me mandó a volar, llevándome por delante en el proceso nada más y nada menos que otros cinco puestos.

A aquellas alturas no podía continuar corriendo. Tenía visto y comprobado que, una vez me daba caza, correr para intentar aumentar la distancia que nos separaba era totalmente infructuoso. A pesar de su corpulencia y abundante masa muscular, el calvo era tremendamente rápido y ágil y, sobre todo, tenaz. No, sólo me quedaba luchar y, de un modo u otro, intentar ganarme su respeto para que me dejase marchas. Eso o vencerle, claro, aunque esa posibilidad era algo que hasta el momento ni había estado ni cerca de atreverme a contemplar.

Cuando me levanté, ya por fin liberado de la lona del techo del puesto, me posicioné justo frente a mi adversario, que se había remangado los puños del uniforme y ya se encontraba en guardia. Por si no fuese suficiente, él estaba acostumbrado a pelear usando sus puños desnudos, mientras que yo habitualmente empleada un arma de filo. Todo estaba en mi contra, pero aun así intenté salir victorioso aunque fuese de un único lance.

Me abalancé sobre él con el puño en alto e intenté conectar un golpe en su rostro. Sonrió al verme venir, disfrutando del momento y respondiendo a mi movimiento haciéndose a un lado para, acto seguido, hundir su rodilla en la boca de mi estómago. Pude notar cómo hasta el hígado amenazaba con salir despedido entre mis dientes, sobre todo cuando, a consecuencia de la potencia del golpe, incluso mis pies de despegaron unos breves instantes del suelo. Parecía que lo peor había pasado cuando el codo del calvo se incrustó en mi espalda, dejándome caer de bruces al suelo. A decir verdad, juraría que hasta el momento jamás me había golpeado tan fuerte.

En cierto modo suponía que habíamos llegado a una suerte de acuerdo tácito. Yo no le metía en problemas por las medidas correctivas que aplicaba conmigo y él no me metía a mí por las acciones que le llevaban a aplicarlas. En definitiva, una relación superior-subordinado de lo más tóxica, pero que sobre todo él parecía disfrutar sobremanera.

Me erguí como pude, retomando la ofensiva e intentando conectar una patada rotatoria sobre sus rodillas en forma de barrido que, de nuevo, evitó sin mayores problemas antes de ponerme de nuevo a morder el polvo. Los lances continuaron sucediéndose con idéntico resultado durante lo que para mí fue una eternidad, pero para los observadores apenas unos cinco minutos. Fue así hasta que, en un movimiento no esperado por él, el talón de mi pie izquierdo alcanzó su mentón, causando que cayese de espaldas y aterrizase directamente sobre su cuello. Sin tener demasiado claro por qué, me abalancé sobre él y comencé a golpearle de forma repetida hasta que, aún respirando, dejó de moverse. Tal vez de ese modo, tras ser derrotado aunque fuese una única vez, por fin...

Negro. Todo el entorno se difuminó y pasó a ser ocupado por el negro. El dolor de mis nudillos se esfumó como si nunca hubiera existido. Las heridas fruto del enfrentamiento jamás habían estado ahí y era perfectamente consciente de que la persecución y el combate nunca habían tenido lugar, pero los recordaba. ¿Un sueño? Sí, eso parecía. Uno tremendamente feliz que por fin tenía un desenlace a gusto de quien lo vivía.

Pero todo sueño termina y la realidad vuelve a golpear... En mi caso la realidad tenía nombre y callos. La manaza de Shawn me había atrapado, dormido, en ese lugar de fantasía ocupado por cajas de madera apiladas y tumbonas con cómodos colchones. Sus dedos habían aferrado mi cabeza y, a pesar de que me intentase retorcer como un ratón en las fauces de una serpiente, ya me había atrapado y me llevaba a la fuerza de vuelta a la base del G-31. Qué bonitos son los dueños mientras duran y cómo duele volver a la realidad. Fuera como fuese, tendría que buscar un nuevo lugar en el que ocultarme la próxima vez.
#1
Moderador OppenGarphimer
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