¿Sabías que…?
... un concepto de isla Yotsuba está inspirado en los juegos de Pokemon de tercera generación.
[Aventura] [A-T3] ¿Una nueva ofensiva?
Percival Höllenstern
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En el sombrío y devastado interior del edificio, el clamor de la batalla había dado paso a un silencio tenso, cargado con el eco de los últimos disparos y los lamentos de los heridos. Los marines, con una destreza que parecía casi sobrenatural, habían subyugado a los bandidos con una eficiencia implacable. Cada movimiento de Takahiro, Camille, Ray y Atlas había sido una danza de precisión y poder, que desmantelaba la resistencia de los criminales uno por uno.

Takahiro, con su katana afilada y movimientos ágiles, había cortado a través de los ataques enemigos con una precisión letal. Cada tajo y estocada era un golpe que dejaba a los bandidos tambaleándose, incapaces de mantener el ritmo frente a su habilidad formidable. Camille, la oni de gran fuerza, avanzaba con una imponente presencia, su odachi manejada con fuerza bruta y elegancia feroz. Sus ataques barrían a los oponentes con una contundencia que resultaba devastadora.

Ray, moviéndose como una sombra en medio de la densa nube de humo que había conjurado, aparecía y desaparecía con una agilidad que confundía a los bandidos. Cada ataque sorpresa desde la penumbra amplificaba el caos en las filas enemigas. Atlas, aunque bajo constante asedio, se mantenía firme como una fortaleza, desviando disparos y protegiendo a sus compañeros con una habilidad impresionante.

A medida que la batalla se acercaba a su fin, la situación para los bandidos se volvía desesperada. Los cuerpos de algunos de los criminales yacían esparcidos por el suelo, algunos gravemente heridos, otros ya inconscientes. El líder y su subalterna, debilitados, pero aun en pie, finalmente cedieron. Con un gesto final de sumisión, el líder dejó caer su arma al suelo, el sonido metálico resonando con una claridad que marcaba el final de la resistencia activa. La mujer a su lado, temblorosa y con el rostro pálido, siguió su ejemplo.

Ambos se arrodillaron, su postura reflejando derrota y desesperación. El líder, con su rostro ensangrentado y cansado, se inclinó hacia adelante, su voz temblorosa, pero firme al comenzar a hablar. Sus palabras fueron un último intento de salvar sus vidas, revelando detalles sobre el hombre que los había contratado.

¡Está bien, está bien! Nos rendimos. No podemos más —empezó el líder, su voz cargada de un agotamiento palpable—. Nos contrataron para crear distracción. El hombre que nos dio la orden… él era alguien importante, y no en el sentido bueno.— comentó entre tosidos el hombre, llevándose una de las manos al costado.

El líder tomó una respiración profunda, sus ojos buscando un apoyo firme en el suelo mientras continuaba pesadamente hablando de lo acontecido.

Era una figura imponente, vestido con un traje blanco y marrón. Su presencia era… intimidante. Su cara mostraba desdén y hastío. Nos dejó claro que su objetivo era darle a la marina “un golpe que jamás podrían olvidar”. No era un simple ajuste de cuentas, no. Era algo mucho más grande.— comentó el hombre, tratando de erguirse contra la pared más cercana en signo de paz y tratando de amplificar sus capacidades de supervivencia. Parecía haber sido herido de antemano.

La mujer a su lado asintió, su rostro, reflejando la misma desesperación y una preocupación por el bandido jefe que rozaba lo filial, o tal vez, lo marital.

Nos dijeron que debíamos causar el mayor caos posible. Su intención era distraer a la marina para permitir que algo más, algo que él había planeado, pudiera llevarse a cabo sin ser detectado.

El líder continuó, su voz temblando a medida que la desesperación se apoderaba de él.

Estamos suplicando por nuestras vidas. No sabíamos todos los detalles, solo que íbamos a ser la distracción para algo mucho más grande y peligroso. Él… él no nos dio más información, solo nos dijo que su plan era hacer un golpe que los marines no olvidarían. ¡Por favor, les rogamos clemencia! ¡Escuchamos algo del Casino Missile, pero no sabemos más!

Con sus últimas palabras, la petición de clemencia de los bandidos estaba impregnada de un miedo desesperado, un último intento de ganar su perdón mientras el edificio que los había escondido rugía por el clamor de la madera vetusta rompiéndose por los estruendos del combate, como un lamento a su alrededor.

Y entonces, un pensamiento pasó por la mente de nuestro grupo de héroes. ¿Y la base? ¿Y aquel marine que dio el primer aviso?
Todo era bastante sospechoso...

OFF

#31
Takahiro
La saeta verde
Contra todo pronóstico, la batalla no se prolongó durante mucho más tiempo. El espadachín peliverde había conseguido desarmar a los peones de aquella banda, haciendo que sus compañeros los derrotaran en un abrir y cerrar de ojos, cayendo al suelo impotente ante las habilidades de los miembros de la brigada. Durante un instante una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro, aquello había sido distinto a la última vez, y un sentimiento de dicha emanaba desde el interior de su estómago. Sin embargo, si bien estaba contento por las mejoras de sus habilidades como espadachín, estaba convencido de que aún había peligros más grandes a los que tenía que enfrentar, como el hombre de chocolate.

El líder barbón y su compañera se arrodillaron desarmados, al menos en apariencia. Takahiro, sin fiarse ni ápice de ellos, mientras sus compañeros los interrogaban los cacheaba con sutileza.

—No me fío ni un pelo —comentó en voz alta, mientras palmaba las ropas del hombre. No obstante, paró en el momento que le tocaba cachear a la mujer—. Grandullona, ¿cacheas tú a la muchacha? —le preguntó—. No sería la primera vez que nos la intentan liar.

Entretanto, el líder de aquel grupo de maleantes, cuya mirada apenas se apartada del quebradizo y polvoriento suelo de aquella estancia, comenzó a hablar y contar quienes los habían contratado. Al parecer, el hombre era un sujeto turbio y con bastante poder, cuya descripción —al menos en apariencia—, encajaba perfectamente con el sujeto con la fruta de chocolate.

—¿A qué te refieres con algo más importante? —preguntó el peliverde, con cierta irascibilidad en su tono de voz, algo bastante raro en él que solía mantener una actitud y una filosofía de vida bastante relajada—. ¡Desembucha!

Sin embargo, la que habló fue la mujer, cuya mirada cristalina, pero al mismo tiempo triste, iba dirigida al cabecilla de su banda, que continuó con las explicaciones. Para que segundos más tardes, el barbudo continuara.

—Creo que debemos llegar a estos tres con el Capitán Raisho y sus hombres y… —El peliverde se calló durante un breve instante. A su mente volvieron las dudas que había tenido minutos atrás: algo estaba mal con aquella situación. La falta de sutileza, tratar de dispersar a los marines por distintos puntos de la isla, el sujeto que les había informado antes de que llegara nadie a la explosión… Todo era muy extraño. ¿Y si alguien los estaba escuchando? Esa posibilidad estaba vigente, así que intentó proponer una vía de acción falso y que sus compañeros captaran al instante—. Creo que lo más sensato es ir al casino y preguntar por el hombre del traje. Quizá si movemos un poco el avispero salga de su escondite. ¿No creéis? —propuso en voz alta—. A fin de cuentas, el cuartel de la marina cuenta con Shaw y sus grandes habilidades tácticas y bélicas para defenderlo en caso de urgencia. No hay nadie mejor que él para ello.

Le ardía la lengua al haber tenido que alabar a Shawn aunque fuera mentira, pero esperaba que sus compañeros captasen la mentira de esa forma y supieran que su proposición era la contraria: ir hacia el cuartel a ver que ocurría.

Resumen
#32
Camille Montpellier
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Que no tenían nada que hacer frente a la arrolladora superioridad de los marines era más que evidente, había quedado claro en apenas unos pocos segundos de intercambios violentos. De lo que no podían estar seguros era de la honestidad de las palabras de los bandidos, mucho menos de sus intenciones. A simple vista, observando los gestos de la mujer y del que supusieron que sería el líder, lo cierto es que se podía notar el miedo por sus vidas. No solo en el tono que empleaban al hablar ni en lo sumisos que estaban, sino también en sus miradas. Algo no estaba bien allí. Con esto quedaba más que claro que estaban muy lejos de ser los orquestadores de todas esas fechorías, pero Camille seguía sintiendo una punzada de suspicacia clavándosele en la nuca. El mensajero del principio, las explosiones simultáneas, ahora les señalaban hacia el casino. No dejaban de darles miguitas de pan que les iban alejando más y más del G-31. ¿Por qué?

La morena asintió cuando Takahiro le pidió que cacheara a la segunda al mando, envainando su odachi. Un detalle que, por más que le jodiera, debía concederle: nunca le había visto sobrepasarse con una mujer, al menos en lo físico o lo vulgar —en las confianzas que se tomaba sí, claro—. Se acercó a la criminal y empezó a cachearla tal y como había hecho el peliverde, buscando cualquier arma escondida que pudieran utilizar en el momento en que bajasen la guardia.

Responded a mi compañero —les dijo con un tono seco, creciéndose sobre ellos ahora que estaba mucho más cerca para apoyarle—. Es lo que más os conviene en estos momentos.

Una vez se hubo asegurado de que no había nada que pudieran usar en su contra, la oni se dispuso a asegurar a los criminales para que no supusieran un peligro. En caso de tener esposas se las pondría, pero de no haber dado con nada por las prisas de su salida buscaría por el edificio algo con lo que poder atarles de piernas y manos, ya fueran cuerdas, tela de cortinas o lo que encontrase por allí. Daba igual que cooperasen, habían participado en algo muy grave y crítico que había puesto a multitud de personas en peligro; no saldrían indemnes de eso.

Una vez concluyese con esto tomaría algo de distancia y se quedaría escuchando a sus compañeros hablar. Sus alarmas se activaron rápidamente en el momento en que Takahiro empezó a elogiar a Shawn: todos sabían a la perfección en la brigada que preferiría morirse o recibir un castigo disciplinario antes que decir nada bueno del calvo de su superior. Lo mismo podía ocurrir con el resto de integrantes del grupo. Algo no encajaba en sus palabras y no tardarían en darse cuenta de ello. Como hemos dicho antes, Camille llevaba con la sensación de estar moviéndose arbitrariamente por Loguetown desde que habían salido a perseguir a los encapuchados. Daba la casualidad de que en todas las ocasiones se iban cada vez más y más lejos de la base, el casino no era sino otro punto que usar para disgregarlos más si cabe... o esa era la posibilidad que parecían estar planteándose todos. Del mismo modo, aunque los rufianes allí presentes estuvieran siendo sinceros, podrían haber recibido información falsa para engañar a los marines sin siquiera saberlo. «No existe mejor mentiroso que el que no sabe que está mintiendo, ¿no?», se dijo a sí misma, frunciendo levemente el ceño.

Vamos al casino entonces —respondió, siguiéndole el juego a su compañero y reforzando la mentira por si alguien estuviera escuchando—. Luego volveremos a por vosotros o mandaremos a alguien para buscaros.

Y, si nadie ponía pegas, Camille se pondría en marcha junto al resto de sus compañeros, rumbo a la base del G-31 con la esperanza de dar con los responsables de todo esto.

Resumen
#33
Ray
Ray
La brutal ofensiva que desencadenaron los cuatro marines en respuesta a los disparos de sus enemigos fue tal que estos, cercanos ya a la más absoluta de las derrotas, se rindieron. Eligieron priorizar su propia vida respecto a la victoria, que ya parecía totalmente inalcanzable. Tanto el líder como su subalterna tiraron sus armas al suelo y se dejaron caer sobre sus rodillas, aparentemente suplicando por sus vidas. Sus esbirros habían caído derrotados, algunos de ellos inconscientes y otros malheridos.

A continuación el jefe les contó sin necesidad de que nadie le presionase sus verdaderas intenciones. O lo que quien le hubiera contratado quería que los marines pensasen que eran sus verdaderas intenciones. Habló de un tipo importante, de aspecto imponente y con un traje blanco y marrón. Alguien que, al parecer, tenía cuentas pendientes con la Marina y quería darles un golpe que no olvidasen jamás.

El joven de cabellos plateados apretó los puños instintivamente mientras una intensa rabia le invadía. Quien había contratado a aquellos tipos no podía ser nadie más que el hombre del traje blanco y la extraña akuma no mi de chocolate. Además sabían a ciencia cierta que tenía cuentas pendientes con la Marina, concretamente con ellos. Al parecer lo único que quería de aquellos hombres era crear una distracción que le permitiese mientras tanto llevar a cabo su auténtico plan. El hombre, aparentemente desesperado, juró y perjuró no saber más, aunque afirmó haber escuchado algo acerca del Casino Missile.

Era ciertamente sospechoso que les ofreciera toda esa información de buenas a primeras, simplemente para convencerles de que les perdonaran, pero sin necesidad de que les presionaran ni lo más mínimo. Eso olía mal. Era posible que incluso aquello que había mencionado del Casino estuviera previamente orquestado, que tuvieran órdenes de soltar un montón de información y darles una pista falsa cuando su derrota fuera inminente para mantenerles ocupados aún más tiempo. Definitivamente Ray no se fiaba de lo que acababa de escuchar ni lo más mínimo.

Y aparentemente sus amigos tampoco, pues Takahiro rápidamente verbalizó en pocas palabras lo que él mismo estaba pensando y comenzó a cachear al líder de los delincuentes mientras Camille hacía lo propio con su subalterna. Apenas hubieron terminado, el peliverde se mostró agresivo hacia ellos, tratando de hacerles ver que decir la verdad era su única opción, algo que la oni corroboró. El joven peliblanco no se quedó corto, pues se acercó tan largo como era hacia el jefe y le miró directo a los ojos con sus penetrantes ojos azules, desprovistos en ese momento del menor atisbo de empatía o piedad:

- Ya has oído a mis compañeros. Y añadiré una cosa: como lo que nos cuentes sea mentira y por tu culpa muera algún inocente más volveré y te mataré lentamente entre los más terribles sufrimientos que puedas imaginar.

No le gustaba amenazar a alguien de esa manera, pero tampoco tenía reparos en cumplir su promesa si aquel malnacido les mentía y debido a eso morían personas inocentes. Nunca había sido cruel ni había disfrutado con el sufrimiento humano, más bien todo lo contrario, pero el nivel hasta el que le enervaba la gente que hacía sufrir a otras personas era tal que llegado a un punto podía dejar de tener en consideración al delincuente y perder por completo la empatía hacia él. Además, pocas formas mejores que esa se le ocurrían de aprovechar su intimidante presencia en esa situación.

En ese momento Takahiro dijo algo realmente extraño. Propuso dirigirse al Casino, aduciendo que en el Cuartel General del G-31 probablemente sería suficiente con la habilidad de Shawn para protegerlo si algo sucedía. Pero aquella frase no cuadraba nada en la mente de Ray. ¿El peliverde alabando a su superior, el que tantas veces les había martirizado? No podía ser.

Y entonces, como si algo hubiera iluminado su mente repentinamente, lo entendió. Su amigo estaba hablando en clave. El peliblanco le miró y asintió, haciéndole ver que había captado el mensaje. Por si acaso sus enemigos tenían a alguien escuchándoles debían fingir que iban a dirigirse al Casino cuando en su lugar su destino era el Cuartel General. El tipo que les había dado el aviso antes de que nada sucediera bien podía ser un enemigo infiltrado buscando únicamente sacarles de allí. Y sonaba mucho más creíble como objetivo que el Casino si lo que se buscaba era hacer daño a la Marina. No tenían tiempo que perder.

Resumen
#34
Atlas
Nowhere
Se acabó. Tal y como había comenzado, el enfrentamiento entre nuestro grupos y los criminales finalizó en un abrir y cerrar de ojos. Se habían intentado valer de una mínima superioridad numérica y la posibilidad de acribillarnos en un espacio cerrado para derrotarnos, pero se habían encontrado con la horma de su zapato. Con nuestra última ofensiva, los criminales que no habían caído en combate se rindieron sin oponer más resistencia.

Mientras Camille, Ray y Taka hablaban con el tipo de la barba y su acompañante, sin dejar de escuchar la conversación en ningún momento, fui reuniendo los cuerpos inconscientes de los demás alborotadores y los deposité en una de las esquinas de la estancia. El líder hablaba como si le hubiesen dado cuerda, vomitando gratis cualquier información que recordaba y acudía a sus labios. El tipo del traje del que hablaba quiso recordarme al sujeto del chocolate. Si bien su traje era completamente blanco, no era una locura pensar que pudiese tener más de un modelo. De cualquier modo, las indicaciones de aquel hombre nos enviaban nada más y nada menos que hacia un casino. Hacia donde fuese, menos hacia la base marine en la que habíamos escuchado una explosión. Bien era cierto que el tipo también había comentado que les habían encargado realizar una maniobra de distracción lo más llamativa posible para llevar a cabo una tarea diferente; una que, por lo que parecía, no les habían confiado a ninguno de los dos. Tampoco era de extrañar, yo tampoco lo habría hecho.

Fuera como fuese, saltaba a la vista que permitir que nos siguiesen apartando del G-31 después de que algo en él hubiese explotado era la peor de las ideas. Tanto era así que me dispuse a opinar que debíamos regresar, pero antes de abrir la boca Takahiro comenzó a hablar. Mi ceño se iba frunciendo conforme la secuencia deductiva del de pelo verde iba avanzando y yo, en cierto modo, no podía dejar de negar repetidamente en mi interior. ¿En qué demonios estaba pensando? ¿Es que no lo veía?

Un par de comentarios no demasiado amables estaban a punto de explotar en mi boca cuando entendí lo que estaba sucediendo ante mis ojos. Tuve que esperar a que el de Arabasta elogiase a Shawn para entender por dónde iban los tiros. Seguramente yo fuese la única persona que odiaba a Shawn más que Taka. El riesgo de que una úlcera se materializase en mi estómago sólo con plantear la posibilidad de decir algo bueno del calvo era importante, así que no quería imaginar el asco que debía estar sintiendo mi compañero en esos momentos. Sin embargo, pocos códigos mejores se podían contemplar para transmitir que en realidad se quería decir todo lo contrario a lo que se estaba diciendo. Era radicalmente imposible que cualquiera de nosotros pensase que Shawn gozaba de grandes habilidad tácticas y bélicas. De hecho, si de él dependiese la base de la Marina caería por su propio peso sin que ningún pirata ni criminal tuviese que hacer acto de presencia para someterla.

—Estoy de acuerdo —dije finalmente—. El cuartel no podría estar en mejores manos con Shawn ahí dentro. Lo mejor será que investiguemos el casino.

Casi tuve que reprimir una arcada, pero me pareció sonar bastante convincente. Usando sus cinturones y los cordones de sus zapatos, así como cualquier elemento que llevasen consigo, maniaté a los tipos que habíamos abatido y los posicioné en lugares lejanos dentro de la propia estancia para que no se pudiesen ayudar a escapar en caso de despertar. Ya volvería alguien —porque yo no sería, eso seguro— a por ellos cuando todo aquel revuelo se aplacase.

Ni siquiera al salir comentamos nada acerca de nuestro destino real. Todo indicaba que, al igual que yo, los demás también habían captado las verdaderas intenciones de Taka. Efectivamente, quedó demostrado en cuanto los cuatro nos pusimos en marcha rumbo al G-31 sin necesidad de indicación alguna.
Resumen
#35
Percival Höllenstern
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La noche en Loguetown se desplegaba como un manto denso y opaco, abrigando la ciudad en un silencio inquietante. Las calles, normalmente bulliciosas, parecían ahora congeladas en un tiempo indefinido, rotas únicamente por los murmullos distantes de las olas del puerto y los pasos apagados de los marines que, con semblantes tensos y miradas afiladas, guiaban a los cautivos por los callejones oscuros.

Los bandidos, que momentos antes habían intentado en vano resistir, ahora se encontraban encadenados y sometidos al peso de su destino. Avanzaban con paso tambaleante, las manos atadas a la espalda y la vista fija en el suelo, como si temieran que incluso el contacto visual con los marines pudiera sellar su condena. Habían sido derrotados no solo en combate, sino también en espíritu. Sus almas, quebradas, no hallaban consuelo en las sombras que los envolvían.

Atlas, Camille, Ray, Takahiro mantenían una vigilancia constante sobre ellos. No había lugar para distracciones, no después de lo ocurrido. Sabían que la misión aún estaba lejos de terminar, que los pequeños engranajes que formaban esta banda no eran más que parte de un mecanismo mucho mayor. Y aunque los criminales insistían en su inocencia, sus cuerpos temblaban ante la presencia de los marines. Los sudores fríos les recorrían el cuello y las manos, incapaces de ocultar el miedo que les atenazaba el pecho.

El líder barbudo, que había mostrado algo de resistencia inicial, ahora caminaba cabizbajo, las rodillas apenas sosteniéndolo. De vez en cuando, levantaba la mirada con ojos vidriosos, buscando algo de clemencia en los rostros de sus captores. Sin embargo, no la encontró. Las respuestas vagas y las confesiones interrumpidas no habían servido para convencer a los marines de su completa sinceridad. Sabían demasiado poco, o demasiado tarde, y cada palabra que pronunciaban no hacía sino hundirlos más en su desesperación.

El aire nocturno, denso y cargado de humedad, hacía que el camino de regreso a la base del G-31 fuera más pesado de lo que debería. El retumbar de los pasos sobre las adoquinadas calles se mezclaba con los susurros de los bandidos, que en algún momento empezaron a clamar por sus vidas. Los murmullos eran casi inaudibles al principio, apenas un roce entre sus labios, pero a medida que avanzaban, las súplicas se hicieron más constantes.

¡Por favor! No sabemos nada más —gimió la mujer, su voz trémula quebrándose en medio del silencio.

El eco de su ruego resonó entre las paredes estrechas de los callejones, una súplica vacía que no encontró respuesta entre los marines. Sabían que, aunque les contaran todo lo que supieran, el alcance de la situación era mucho mayor de lo que estos delincuentes podían imaginar. Los fragmentos de información que habían compartido solo habían servido para enredar más el misterio. Pero, para los cautivos, la esperanza, aunque mínima, era todo lo que les quedaba.

El barbudo, en un último intento por salvar su pellejo, tropezó y cayó de rodillas, haciendo que las cadenas que lo ataban resonaran contra el suelo. Su voz, rasposa y forzada, rompió el breve silencio.

¡Escuchen! Solo éramos una distracción... ¡Solo nos dijeron que debíamos crear el caos! No sabemos nada más, os lo juro. —Las lágrimas corrían por su rostro, mezclándose con el sudor que empapaba su barba.

Takahiro se detuvo un momento, observando la escena sin mostrar ninguna emoción en su rostro. Sus compañeros mantuvieron su mirada fija hacia adelante, como si las súplicas no fueran más que un ruido de fondo. Ninguno de ellos creía que aquellas palabras eran del todo ciertas, pero sabían que, llegados a este punto, obtener más información de los capturados era inútil. Estos no eran los verdaderos responsables, solo piezas desechables en un tablero mucho más grande.

Con una fría determinación, Takahiro instó al barbudo a levantarse, empujándolo hacia adelante sin dignarse a responderle. 

Tras salir de la casucha amplia, pero de baja calidad de madera y totalmente desgastada por el salitre portuario, el grupo continuó su avance por las calles ahora desiertas de Loguetown, que parecían convertirse en un laberinto interminable bajo el manto de la noche. En algún momento, la presencia de la ciudad se desvanecía y el camino se tornaba más despejado, más recto, como si el destino final estuviera más cerca de lo que imaginaban.

Pero esa tranquilidad era solo superficial.

A medida que se acercaban al cuartel del G-31, algo comenzó a notarse en el aire. Un olor acre, penetrante, que hacía que los sentidos de los marines se pusieran en alerta. Ray, con su instinto natural agudizado, fue el primero en detenerse, levantando una mano para advertir a sus compañeros. Todos, con la misma cautela, afinaron el oído y el olfato. El humo.

Todos entonces vieron la horrible realidad. Fuego.

Las llamas se hicieron visibles poco después. A lo lejos, la silueta imponente de la base del G-31 comenzaba a recortarse contra el horizonte nocturno, pero lo que debería haber sido una imagen de control y poder ahora estaba envuelta en un aura de destrucción. El ala este del cuartel, un bastión fundamental de la estructura, se hallaba completamente devorada por las llamas. Las lenguas de fuego lamían los cielos, iluminando el entorno con un resplandor infernal que hacía que las sombras bailaran grotescamente en los muros.

La percepción de la realidad del grupo se tambaleaba ante lo que observaban, pues habían sido utilizados como peones en un juego del cual no comprendían las reglas. No habían sabido nada, o al menos, nada que importara. Todo había sido una distracción, tal como les habían confesado.

Las llamas crujían, voraces, consumiendo todo a su paso. El calor que despedían hacía que el aire se ondulara y distorsionara, como un espejismo macabro que cubría la visión de los marines. No se escuchaba nada más que el rugido del fuego y, de vez en cuando, el colapso de alguna parte de la estructura, cayendo en pedazos sobre sí misma.

Takahiro, Ray, Camille, Atlas y los otros marines que acudían a raudales a la base, observaban la escena con una mezcla de incredulidad y furia. Todo apuntaba a que aquel "hombre del traje", de quien los criminales hablaban, había logrado su objetivo. Habían sido apartados, engañados, y mientras perseguían sombras en los rincones oscuros de la ciudad, su hogar, su base, era devastada sin piedad.

La sombra de la traición se cernía sobre ellos, y aunque sus corazones ardían de rabia, sabían que ese no era el momento de ceder al impulso. Las llamas seguían avanzando, y ellos debían moverse rápidamente. Era imperativo descubrir la causa de aquel ataque, rescatar a cualquier superviviente y, sobre todo, preparar una estrategia para contrarrestar al enemigo que les había puesto en jaque de manera tan astuta.

Tahahahaaaaahahahaaaa, os lo dije... ¡Os dije que pagaríais!— comentó a gritos una voz familiar, situada a un extremo oscuro situado en la zona de la armería del cuartel, un lugar donde nadie había pretendido mirar, pero que se hizo completamente llamativo ante esa voz.

Dentro, un hombre ensombrecido por la noche que portaba un fedora y una gabardina larga, se encontraba con un apósito a la altura de la mandíbula, como de reciente pelea y observaba maravillado con cara de psicópata la escena.
La oscuridad le brindaba apoyo gracias a la techumbre del lugar, y este se encontraba escoltado por armas, algunas aún en sus estantes y otras por los suelos, mientras un grupo de 3 marines se encontraban también como guardaespaldas con una cara de pocos amigos. Instintivamente, el grupo reconoció al marine que inicialmente dio la voz de alarma del primer incendio.

El caos era inmenso, y las voces de alarma y marines luchando contra las llamas iban y venían constantemente, tratando de apagar las llamas en un intento infructuoso.
Al menos, pudisteis divisar como el alto cargo que antes os ayudó daba órdenes por doquier para instaurar el orden y velar por la integridad de la base.



¿Qué hacer?
#36
Ray
Ray
El camino hacia el Cuartel General fue largo. La noche era húmeda y fría para ser pleno verano, y el aire daba la sensación de ser más denso de lo habitual. Como si la neblina del mar estuviera metiéndose tierra adentro, colándose en los huecos entre los edificios bajo la tenue luz de la luna. Los prisioneros no parecían saber nada más aparte de lo que inicialmente les habían contado, pero aún así todo aquello seguía resultando considerablemente sospechoso. Pese a no haber admitido que hubiera recibido órdenes de soltar toda la información en cuanto viese que la batalla estaba perdida, el peliblanco tenía la sensación de que eso era justo lo que había pasado. O tal vez quienes le contrataron contaban con que aquel hombre se comportaría así. Era bastante posible incluso que el comentario sobre el Casino Missile que el maleante afirmaba haber escuchado hubiese sido lanzado a propósito en un momento en el que él pudiera oírlo, de forma que lo mencionara después ante la Marina y contribuyera a despistarles. Definitivamente toda esa situación olía a chamusquina.

Y en ese momento lo percibió. Olía de verdad a chamusquina. Bueno, no era un olor lo que había captado, sino uno de los extraños estímulos que sus antenas podían procesar y enviar a su cerebro. Levantó la mano instintivamente, indicando a sus compañeros que se detuvieran un momento. Una columna de humo que no estaba allí hacía apenas un momento se levantaba ante ellos. Procedía del Cuartel General. Un incendio.

Ray echó a volar en dirección al Cuartel General tan rápido como fue capaz y deseando que sus compañeros pudieran seguirle. Y cuando estuvo lo suficientemente cerca no pudo sino ahogar un grito. La base militar, el que era desde hacía un tiempo su hogar, o al menos lo más parecido a uno que había conocido desde que ocho años atrás abandonase el orfanato de Morena, se encontraba en el caos más absoluto. El ala oeste había sido atacada, y ardía con fuerza en un incendio que había avanzado con extraordinaria rapidez. La mayor parte de los pabellones de esa zona eran ya pasto de las llamas, que danzaban sobre las ruinas en un macabro y letal baile.

El joven de cabellos plateados, incrédulo, observó la tétrica escena durante unos instantes. La Marina había sido engañada. Ellos habían sido engañados. Quien quiera que fuese el responsable de aquello se había salido con la suya. En ese momento una estruendosa y macabra carcajada llamó su atención. Y cuando miró en la dirección de la que provenía y vio quién la había emitido cada fibra muscular de su cuerpo se tensó producto de la rabia. El hombre del traje blanco, no había ninguna duda de que era él. Aunque se encontraba entre las sombras y portaba una gabardina que impedía ver la ropa que llevaba de bajo su voz y su rostro resultaban inconfundibles para Ray.

Una lágrima recorrió la mejilla del suboficial, que temblaba de rabia. Aquel hombre se la había jugado ya en dos ocasiones. En la primera de ellas habían conseguido evitar que hubiera ningún herido, pero en esta ocasión dudaba mucho de que tuvieran la misma suerte. El fuego se había extendido demasiado. Y lo peor era que tampoco esta vez podía centrar su atención en él y darle su merecido, pues era prioritario rescatar a quienes hubiesen podido quedar atrapados entre las llamas y asegurarse de que el número de víctimas fuese el menor posible. Su orgullo debía quedar en un segundo plano, no importaba lo herido que estuviera. Daba igual que aquel delincuente hubiera sido más listo que ellos nuevamente. Ya habría tiempo para asumir eso más adelante. Ahora solo había una prioridad: salvar a cuantas personas fuera posible del incendio.

Así que sin tiempo que perder el joven marine se acercó al edificio en ruinas y trató de percibir movimientos en su interior con sus antenas. No pudo evitar pensar en la mala suerte y la ironía que suponían el hecho de que el Cuartel General se incendiase justo cuando Octojin estaba en una misión. El gyojin seguramente podría haber apagado el fuego con facilidad con sus habilidades acuáticas, pero tendrían que apañarse sin él. No quedaba más remedio. Así que una vez percibiera la presencia de alguien en el interior del edificio o viese a alguien que necesitase ayuda, volaría hacia su posición para intentar ayudarle. Era lo menos que podía hacer.

Resumen
#37
Atlas
Nowhere
Todo mal. Absolutamente todo lo que podía haber salido mal había alcanzado el peor desenlace posible. El astillero, en llamas. De entre todos los criminales y asaltantes que había en ese momento en Loguetown, habíamos ido a atrapar a los menos relevantes con diferencia, unos simples monigotes que habían empleado para hacer juegos de sombras. Como buenos niños inexpertos, habíamos picado. La base marine del G-31, también en llamas. Y como responsable —al menos en apariencia— de todo, el mismo maldito tipo trajeado que había estado a punto de hacerlo saltar todo por los aires en el astillero. El muy desgraciado había jurado venganza y se había asegurado de cobrársela lo antes posible.

Parte de las instalaciones de la base de la Marina en Loguetown crepitaban como trozos de leña en la hoguera. Ceniza en forma de mínimas máculas ennegrecidas ascendían hacia los cielos, arrastradas por el aire caliente que el fuego generaba al extenderse. Era difícil ver más allá de la base como consecuencia de la ancha e imponente columna de humo. Los rayos de sol que debían regar el lugar encontraban una densa cortina que les impedía llegar a su objetivo, por lo que una suerte de ígnea penumbra se había adueñado del lugar.

Apesadumbrado, clavé una mirada repleta de ira y frustración en el desgraciado del sombrero que, escoltado por varios impostores vestidos de uniforme —porque esperaba de todo corazón que fueran impostores y no traidores—, se mofaba de nosotros desde la distancia. Nos habíamos jurado que la próxima vez que le viésemos no se escaparía, pero allí estaba, poniéndonos entre la espada y la pared. No nos quedaba más remedio que elegir entre mandarlo todo a la mierda y perseguirle como posesos o dejarle marchar y ocuparnos de salvar el cuartel. Él lo sabía, seguro, y parecía estar disfrutando de ello.

Ray fue el primero en tomar una decisión y moverse, decisión que, probablemente, conociendo como conocía a mis compañeros, no tardaría en ser imitada por los demás. Maldiciendo por lo bajo mi suerte y a ese malnacido, irrumpí en la base y me dirigí a la zona del incendio sin miedo alguno. Mientras Ray se disponía a sobrevolar la zona en busca de compañeros a los que ayudar, personas que hubiesen podido quedar rezagadas o, en definitiva, marines en apuros, yo me apresuré reducir en la medida de lo posible los daños.

Me apresuré a buscar la zona en la que se hubiese ubicado el dispositivo encargado de intentar sofocar las llamas. No me lo pensaría y, en caso de encontrarles, me uniría a ellos en las labores de extinción. No había pereza que valiese en situaciones como aquélla. Sin descanso y sin cejar en el empeño ni un solo segundo, arrojaría agua una y otra vez como y desde donde fuese necesario para intentar acabar con el incendio.

Con el crepitar de las llamas no se podía escuchar nada en el interior, al menos por el momento, pero mantendría mis oídos atentos al más mínimo murmullo incompatible con el crujir de las llamas. Cualquier cosa que avisase de que existía la más mínima posibilidad de que alguien había quedado atrapado dentro sería más que suficiente para que me zambullese en el infierno. Aunque nadie de los que estaba allí lo supiese en aquel momento, lo que menos me preocupaba en ese momento era lo que las llamas pudiesen hacerme a mí.
Resumen
#38
Camille Montpellier
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Las más que fundadas sospechas del grupo se fueron confirmando a medida que se aproximaban al G-31. La columna de humo se había iniciado horas atrás se encontraba ahora acompañada por varias más, siendo la primera de un tamaño mucho más imponente que cuando se produjo la explosión. Las cenizas y el olor a quemado llegaron a ellos como un torrente violento de frustración y rabia. No solo no habían sido capaces de hacer absolutamente nada por el bien de los ciudadanos de Loguetown, incapaces de prever las explosiones que habían asolado la estación y el puerto, sino que además habían cometido el error de dejar la base —su hogar— desprotegida ante aquella amenaza. Buscar culpables y echar balones fuera, tal vez culpando al capitán de no haber sido capaz de cumplir su parte, fue una opción tentadora que rechazaron rápidamente. No había señalamientos allí, solo remordimientos.

En el caso particular de Camille, algo se sacudió en su interior y provocándole ganas de vomitar que no llegaron a cumplirse. No fue el olor ni la impresión, sino más bien la culpa lo que retorció su estómago. Tal vez si no se hubiera apresurado a ofrecerse a ir al puerto, quizá si no hubiera delegado en su superior aquella parte del trabajo, la base que había sido su hogar durante quince años no estaría consumiéndose por las llamas. El labio le tembló y la respiración se le agitó mientras el fuego se reflejaba en sus ojos carmesíes, un tono que parecía haberse propagado por entre las nubes que se mezclaban con el humo.

Ray fue el primero en salir disparado, aprovechando sus capacidades para acercarse lo antes posible al incendio. Los demás salieron corriendo tan rápido como les fue posible, aunque la oni fue quedándose atrás poco a poco al ser notablemente más lenta que sus compañeros. Aprovechó esto para seguir dirigiendo a los prisioneros, los cuales delegaría más tarde a algún oficial o sargento antes de ponerse a ayudar con el incendio si tenía la posibilidad. Sin embargo, cuando se puso a la altura del resto, la aparición de un hombre de extravagante vestimenta rodeado de quienes no parecían más que delincuentes con ropa de marines les cortó el aliento. Por la reacción del resto de su brigada y las palabras que el desconocido había soltado no le cupo la menor duda: ese bastardo era el responsable de la frustración original de Ray, Atlas y Takahiro. Ella ya compartía su rencor, pero esta sensación se había vuelto incluso más real. Tanto era así que sintió el impulso de lanzarse de cabeza a por él, rugiendo como una bestia para partirlo por la mitad con su odachi; a él y a todos sus compinches. Los gritos en la base y la decisión de sus compañeros le ayudaron a renunciar a esa posibilidad.

Pagarás por esto —escupió, apretando los dientes y haciéndolos rechinar de la presión—. Tú y todos los responsables, aunque sea lo último que haga en esta vida.

No perdió de vista a los maleantes en ningún momento, pero una vez se cerciorara de que se marchaban de allí antes de que toda la base se volviera contra ellos se pondría manos a la obra.

Tras entregar a los bandidos capturados o dejarles en algún sitio seguro fuera del alcance de las llamas, Camille se apresuró a unirse a la refriega que todo el G-31 estaba viviendo contra el fuego y el humo. El calor dejó de importarle, sudando a mares pero sin que esto pudiera detenerla, asegurándose de buscar cualquier cosa que sirviera para almacenar agua —a mayor el tamaño, mejor— y ayudar al resto de marines a extinguir las llamas. Aparte de esto, se aseguraría de servir como «grúa» para alzar aquellos escombros que sus compañeros no pudieran apartar a base de fuerza bruta, habilitando accesos e intentando rescatar a quienes hubieran quedado atrapados.

Resumen
#39
Takahiro
La saeta verde
La sensación de asco y repulsión que sentía hacia sí mismo, después de haber tenido que alabar a Shawn, era una emoción que iba a tardar en marcharse. El peliverde nunca se había sentido de aquella forma, era como si le hubiera dado una cuchillada a sus principios. Sin embargo, pese a ello, sus amigos captaron el mensaje. Tras ello, con los criminales maniatados, pusieron rumbo hacia el Cuartel General del G-31.
 
Fue un camino que se les hizo largo, pues el caos que había sumido a la ciudad le hacía querer pararse en cada calle a socorrer a alguien. Lo único bueno de aquella situación era contemplar como los ciudadanos se ayudaban entre ellos, independientemente de su raza o clase social. Un hombre trajeado ayudando a un mendigo de avanzada edad a ponerse a salvo. Jóvenes infantes socorriendo a ancianos que podían valerse por si mismo… Una estampa que, por desgracia para el mundo, tan solo podía verse en circunstancias tan tristes como aquella.
 
Nada más llegar al cuartel el caos era mayor. El fuego estaba consumiendo una parte del cuartel, mientras que los marines intentaban apagarlo mediante cubos de agua y una manguera sujeta a una válvula de paso situada en un edificio anexo.  El grupo de marines dejaron a los criminales con dos reclutas que estaban allí, ordenándoles que los vigilaran y si intentaban algo que tenían permiso para herir a matar. Takahiro era consciente de que aquellos reclutas no harían tal cosa, pero no estaba de más meterles el miedo en el cuerpo a aquellos terroristas.
 
Fue en ese momento, cuando en mitad de aquel infierno de fuego y angustia, cuando una risa resonó con fuerza en todo el lugar, por encima de los gritos de auxilio de sus compañeros del cuartel, que parecían estar agonizando del calor. Takahiro alzó la mirada y allí se encontraba la cara que tantas noches le habían impedido dormir, la del hombre, que se jactaba con el pecho erguido de haberse vengado de ellos.
 
Hijo de la gran…
 
Instintivamente, el peliverde se aferró a la empuñadura de su espada para impulsarse y atacarle con su Battojutsu, pero antes de poder hacer nada escuchó el lamento de una compañera, gritaba auxilio con todo su ser y no podía obviarlo… Su filosofía no se lo permitía. Miró a sus compañeros durante un instante y todos estaban igual. El sentimiento de impotencia se había apoderado de ellos. ¿Otra derrota? Sí, eso parecía. No obstante, no había ser más temido que aquel a quien habían herido el orgullo, y el del peliverde había sido apuñalado por segunda vez.
 
Desenfundó a Samidare y apuntó hacia el rostro del hombre trajeado. En ese momento el arma parecía pesarle un quintal, por la angustia que sentía dentro. Era un sentimiento que le estaba haciendo hervir de rabia y odio; algo que iba completamente en contra de sus ideales.  No obstante, como espadachín que era, aquel gesto no era una amenaza vacía, o un gesto para desahogarse, sino una promesa de que en algún momento iba a atravesarle el pecho con su arma, siendo su juez y su verdugo.
 
La próxima vez será nuestro —comentó el peliverde, enfundando su arma con rabia y yendo hacia donde había escuchado aquel grito.
 
Trataría de ayudar en todo lo posible, después de todo aquel lugar que ardía era su hogar.
 
 
#40


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