Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Aventura] [A-T1 | Autonarrada] ¡Una escolta especial!
Camille Montpellier
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2 de Verano del año 724, Loguetown.
Por sorprendente que pudiera sonar, la vida de los marines no era una completa y absoluta devoción al servicio del cuerpo. Contaba con jornadas laborales, días libres, permisos, rotación de turnos y, en general, un sistema que lejos de ser el ideal permitía que los hombres y mujeres que formaban sus filas tuvieran sus correspondientes periodos de descanso. No eran muchos ni desde luego los suficientes, pero menos daba una piedra. Además, como los más veteranos del cuerpo tendían a decir: los maleantes no descansan y la justicia tampoco. Había que pillarlo con pinzas, claro. ¿Quién no descansaba nunca? De hecho, si alguien debía pararse a disfrutar del tiempo libre, sin duda sería un malechor.

Fuera como fuese, aquel día le tocaba el día librea a Camille. Por norma general no es que esto supusiera gran diferencia en su día a día, que seguía consistiendo en hacer vida en el G-31. Se había criado allí después de todo, así que tampoco tenía ningún otro sitio que visitar o al que ir puesto que todos sus conocidos se encontraban en la base —al menos los más importantes—. Sin embargo, podía permitirse el lujo de no seguir las rutinas diarias del cuartel y, por supuesto, saltarse los entrenamientos, pases de lista y demás obligaciones típicas que una recluta podría tener en un lugar como ese. En su defecto, decidió levantarse un poco más tarde y disfrutar de una mañana descansando, aunque tampoco aplazó demasiado la hora de empezar el día. Una vez lo hizo aprovechó para asearse y empezó a pensar en qué invertir el día mientras dejaba que el agua de las duchas cayera sobre ella como una cálida cascada. Quizá aprovechase y diera un paseo por las calles de Loguetown, se detuviera a la hora de la comida para probar algún plato nuevo y se relajase en las afueras. No se negaría a un poco de paz, para variar. Lejos estaba ella de saber que estas pretensiones se truncarían rápidamente.

Al salir de los aseos femeninos se encontró con otro recluta esperándola que se levantó en cuanto la vio. El muchacho le hizo un saludo algo informal, al cual Camille respondió en la misma medida aunque con cierta confusión.

¿Ocurre algo?

—Tienes una llamada en la sala de operadores. —Aquello era extremadamente inusual, algo que debió reflejarse en la expresión de la oni porque su compañero se apresuró a darle más datos—. Una señora de apellido Durand ha pedido hablar expresamente contigo —matizó.

La morena asintió y le dio a entender con un gesto que iría para allá. Durand era el apellido de una vieja conocida de la capitana Montpellier y, por lo tanto, también suya. La mujer respondía al nombre de Isabelle, una mujer ya algo entrada en años que se dedicaba al comercio de especias, motivo por el cual se había asegurado una parcela de considerable tamaño y una vida cómoda en Loguetown. Pese al dinero, lejos de ser una persona clasista, siempre trataba a todo el mundo con respeto y se mantenía con los pies en la tierra. Alguna vez había visitado su casa, situada a poco más de media hora de la ciudad, y era de las pocas personas que no la había tratado como un bicho raro por ser diferente. A esas alturas llevaba mucho tiempo sin hablar con ella, aunque lo cierto era que desde su alistamiento en la Marina no había tenido demasiado contacto con el exterior. Quizá quisiera ponerse al día, una idea que animó a la joven marine a apresurarse.

Tras preguntar una vez llegó a la sala de operadores, le indicaron en qué den den mushi se encontraba la llamada a la espera y se acercó para responder desde el caracolófono, no tardando en recibir la alegre respuesta de Isabelle.

Sí que ha pasado tiempo, sí. Demasiado, creo —respondía Camille, dejándose llevar por el fluir de la conversación.

Tras lo que debieron ser veinte o treinta minutos en los que la señora Durand se aseguró de saber con todo lujo de detalles cómo le había ido durante aquellos meses en la base, el motivo real de la llamada hizo acto de presencia en la conversación. Al parecer, la mujer tenía que salir aquella mañana a hablar con un proveedor muy importante y no podían reunirse en su casa, ya que este se negaba a atenderla mucho más allá del puerto. Además, se había juntado con que aquel día no contaba con nadie cercano disponible y necesitaba que alguien se ocupase de su niño. Era apenas un recién nacido, de poco más de cuatro meses, de modo que necesitaba de una atención constante y de alguien que se quedara con él. Por lo que decía era bastante probable que la reunión le llevase todo el día, así que ni de broma podía permitirse dejarle solo durante tantísimas horas. La capitana Montpellier le había dicho que la oni se encontraba en su día libre y por eso había contado con ella. No es que a Camille le hiciera especial ilusión invertir su descanso en cuidar de niños, pero tampoco quería negarle la ayuda a Isabelle. Terminó aceptando, animada en parte por volver a verla después de tanto tiempo. No le sonaba que la mujer estuviera casada o ennoviada con nadie, de modo que así se enteraría un poco de lo sucedido.

El trayecto hasta la casa no era muy largo de por sí, pero prefirió pagarle unos pocos berries a un transportista del mercado para que la acercase en carreta hasta el hogar de la señora Durand. Una vez allí y tras agradecerle la ayuda al buen hombre, cruzó la valla que cercaba el perímetro de la finca y se acercó con calma hasta la entrada del lugar. El edificio, aunque era considerablemente más grande que el hogar de una familia corriente al uso, distaba mucho de ser ostentoso o excesivo en sus adornos. Se podría decir que más allá del tamaño era bastante humilde, algo que nunca había sorprendido a la oni.

Dio un par de golpes a la puerta con los nudillos para avisar de su llegada, no tardando en ser recibida por la dueña del lugar. Isabelle le dedicó una mirada de arriba abajo que le puso en un pequeño aprieto, abochornándose un poco, sensación que se acrecentó en cuanto empezó a hablar.

—¡Pero mi niña! Qué guapa que estás. Te has convertido en toda una mujer, ¿sabes? ¡Parece que lo de la Marina te está sentando bien! Tienes que ser el furor de tus compañeros —empezó a decirle, tomándola de la mano para que entrase—. ¡Pero pasa, pasa! Qué alegría que hayas podido venir.

Una vez dentro, Isabelle le ofreció sentarse en uno de los cómodos sofás que había en el salón. Para ella eran un poco pequeños y por un momento temió que su peso los hiciera ceder, así que tomó asiento pero no apoyó todo su peso sobre estos en ningún momento, haciendo algo de fuerza por las piernas. Tras una breve conversación, la mujer le presentó a su «niño», que no era ni más ni menos que un minúsculo cachorrito que respondía al nombre de Algodón.

Algodón


Mentiría si no dijera que a Camille se le ablandó un poco el corazón al ver aparecer a la señora Durand con una cosita tan pequeña en brazos. Tan diminuto era el cachorro que casi le dio miedo tomarlo entre sus manos, algo que hizo con todo el cuidado del que pudo hacer alarde. La tarea era sencilla: cuidar del cachorro hasta el regreso de Isabelle por la noche. Se había ofrecido a pagarle por las molestias, pero la oni se negó en rotundo. Al final, tras una pequeña discusión, no tuvo más remedio que aceptar que la invitase a cenar como compensación, un pago con el que no se sentía incómoda, después de todo. Quizá tan solo ante la idea de encontrar una silla que pudiera soportar su cuerpo. Aquel día tendría que darle de comer, sacarlo a corretear por los jardines para que hiciera sus necesidades y jugar con él para que no notase la ausencia de su «madre». No parecía una tarea complicada... y cuánto se equivocaba.

Una vez Isabelle se marchó, Algodón demostró ser una fuente de energía inagotable que no dejaba de ir de un sitio para otro. Tanto era así que tuvo a la recluta correteando de un lado a otro de la casa durante cerca de media hora hasta que logró hacerse con él. Decir que el enorme tamaño de Camille no ayudaba a la hora de hacerse con él cuando decidía escaquearse por los rincones más pequeños o debajo de los muebles. Finalmente, la oni tuvo que recurrir al antiguo arte de la persuasión con algo de comer. Desde ese momento, el cachorro se dedicó a seguirla allá por dónde iba, e incluso cuando salió al exterior no dejaba de corretear a su alrededor. Verlo tan contento y escuchar sus agudos ladridos —si es que podían siquiera considerarse como tal— le calentaba el corazón.

Las horas pasaron mucho más rápidas de lo que pudiera haberse imaginado y, para cuando la señora Durand regresó a la noche, Camille se encontraba leyendo un libro con Algodón hecho una bola en su regazo, dormido después de pasarse el día de un lado para otro. Se despertó poco después para darle la bienvenida a su «madre» y, tras esto, Isabelle se dispuso a preparar la cena que le había prometido a la oni. Ambas, junto con Algodón, compartieron una velada agradable, y no fue hasta bastante tarde que la morena decidió que había llegado la hora de regresar a casa.

Tal vez no hubiera descansado físicamente, pero desde luego había servido para recargar sus ánimos. Podría afrentar lo que se le echase encima los próximos días.
#1
Moderadora Perona
Ghost Princess
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#2


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