¿Sabías que…?
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[Aventura] [Tier 4] Percival en la Villa de las Maravillas (Petición de Akuma)
Suzuka D. Hanami
Dragón Floreciente
La noche cubría con su manto el océano, dejando una estela de diamantes brillantes en el firmamento que serían la codicia de cualquier ladrón. El silencio de la noche solo era, en primera instancia, roto por el quebrar de las olas que morían en la orilla y por el sonido de una mecedora balanceándose sobre los tablones de madera añeja de una habitación. Sentada, una anciana observaba la luna llena a través de un ventanal abierto que dejaba pasar una suave brisa que hacía danzar delicadamente las cortinas de seda.

- Alfonso, querido, ven - Diría la mujer, con una voz pesada y grave. No alzó la voz ni mostró ningún interés en hacer el más mínimo esfuerzo; ya sería complicado que alguien con una audición pobre en la misma sala la hubiera escuchado. Sin embargo, en cuestión de un minuto, un pequeño ser cuya figura apenas se dejaba ver en las sombras de la habitación, de poco más de un metro de estatura, preguntó - ¿Qué desea, My Lady? - Su voz era gentil y suave, claramente la de un hombre, pero con un timbre algo agudo.

La mecedora se detuvo en seco con un último crujir de las maderas - El momento ha llegado, Alfonso, y hay un buen candidato en camino - Dijo la mujer, que parecía estar trasteando con sus manos algún artefacto que descansaba en su regazo - Sí, en breve llegará a la villa. Quiero que le invites a pasar la noche antes de que se adentre en el pueblo.

El sirviente se inclinó y, con toda la cortesía, le respondió - Enseguida, My Lady - No alzaría la voz; no quería importunar la serenidad y tranquilidad que rodeaban a su señora. El sirviente se retiró en silencio, dejando la habitación tal cual estaba. A los pocos segundos, la mecedora volvió a balancearse suavemente hacia delante y hacia atrás, mientras la mujer volvía a mirar hacia la luna llena con suma atención.

- Sí, definitivamente ese muchacho me gusta - Dijo la mujer, mostrando una sonrisa que revelaba algunos escasos dientes brillando con la luz de la luna.

OFF
#1
Percival Höllenstern
-
4 de Verano de 724

Pf… joder… como tengo las cervicales… — mascullé, más para mí que para nadie, mientras me escabullía por la cubierta del bergantín. Las tablas bajo mis pies crujían suavemente, pero en la quietud de la noche, aquel sonido resonaba en mis oídos como si estuviera gritando mi presencia. No era la primera vez que me metía en un barco sin pedir permiso, pero siempre había un riesgo añadido cuando tus planes personales se interponían con los negocios de la banda. La Hyozan no era precisamente conocida por su flexibilidad o tolerancia.

Pero esta vez no era un trabajo de la Hyozan. No era un encargo de los líderes, ni un movimiento para reforzar nuestras redes en el submundo de Grey Terminal. Era algo personal. Una búsqueda que, si jugaba bien mis cartas, podría cambiar las tornas en mi favor. No me embarqué en esta misión para servir a otros. Buscaba algo que me permitiera finalmente liberarme de las cadenas invisibles que me ataban a la banda, un poder que me diera la ventaja que tanto necesitaba.

El pergamino que había conseguido de Jack D. Ignis, un pirata con una lengua tan afilada como la mía, era la clave. No había sido un intercambio fácil, como cualquier trato con Ignis, ese imbécil siempre buscaba la ventaja. Pero después de horas de tiras y aflojas, amenazas veladas y promesas de futuros favores, me había hecho con el documento que, según él, contenía la ubicación de una Fruta del Diablo.

Una Fruta del Diablo… — susurré, casi con incredulidad, mientras pensaba en las posibilidades y me crujía los dedos. A lo largo de los años, había escuchado suficientes historias sobre esas frutas para saber que, aunque otorgaban poderes increíbles, también traían consigo maldiciones. Pero si quería avanzar en este maldito mundo, una maldición era un precio que estaba dispuesto a pagar.

El documento revelaba que aquella fruta estaba cerca de Grey Terminal. A primera vista, no podía haber sido más conveniente, pero la experiencia me había enseñado a desconfiar de las cosas que parecían demasiado fáciles. Así que, después de asegurarme de que el barco atracaría cerca de esta aldea pequeña y tranquila en las afueras del Monte Colubo, me las arreglé para escabullirme.

Foosha... me giré para observar la pequeña aldea desde el puerto improvisado donde el barco había lanzado el ancla. La luna proyectaba su pálida luz sobre las casas dispersas, pintando las sombras con un tinte plateado que se extendía sobre los campos que bordeaban la aldea. Una paz inquietante reinaba en el lugar. Era casi surrealista pensar que un objeto tan poderoso pudiera estar oculto en un lugar tan mundano.

El viento fresco de la noche me recordó que no tenía mucho tiempo. No era el único que sabía de la existencia de esa fruta, y aunque había evitado una confrontación directa con Jack D. Ignis, podían suceder más cosas o esa información podía haber sido obtenida por otra persona.

Caminé por las calles vacías de las afueras de Foosha, tratando de mantener la mente clara. Tenía el pergamino, y la ubicación estaba cerca. Pero el problema era que "cerca" en un sitio como este podía significar cualquier cosa. No había ningún punto de referencia evidente, ningún símbolo que indicara el escondite de la fruta. Solo intuición y paciencia, dos cosas que nunca me habían fallado, aunque muchas veces me habían puesto al límite.

Pero algo en dicha intuición me inquietaba. Había algo demasiado… deliberado en todos los sucesos. El destino tenía una forma graciosa de jugar con sus esbirros, los seres pensantes.

Apreté el puño, el crujido de mis nudillos resonando en la quietud. Era hora de comprobarlo. Si ese era el lugar, tenía que ser cuidadoso. No sabía qué tipo de situaciones o qué tipo de personas podría encontrarme... Pero lo que sí sabía era que no podía permitirme fallar.
Avancé con cierto sigilo pasivo, sintiendo la tensión en cada músculo, acercándome a las lindes de la pequeña y humilde villa.

Foosha... quien lo diría.


Méritos & Defectos Aplicables
#2
Suzuka D. Hanami
Dragón Floreciente
No faltaba mucho para la medianoche, pero las calles de la villa estaban desérticas, como era habitual en una localidad donde los principales trabajos eran la pesca y la agricultura. Carecía de lugares de ocio nocturno, salvo que, en alguna festividad, el bar cerrara más tarde ese día; sin embargo, hoy no era un día especial. Aún así, un alma vagaba por aquellas desoladas calles: Percival, que había llegado allí impulsado por unas promesas escritas en papel, a modo de pistas sobre cómo localizar una supuesta fruta del diablo. Sin embargo, una vez alcanzada la villa, las pistas eran más bien nulas.

En lo que era una serena y despejada noche de luna llena, comenzaron a formarse pequeños bancos de niebla en la villa. Eran pequeños y dispersos, casi pareciendo que unas nubecillas se habían asentado entre las estructuras del lugar, deslizándose por las calles de forma misteriosa y cautivadora. En algunos casos, cubrían callejones enteros, impidiendo su visión, mientras que, en otros, se esparcían como una tenue capa por el suelo, haciendo que cualquier paso dispersara una parte de la bruma y la arrastrara consigo en un halo de misterio.

Sin embargo, la noche seguía siendo clara y despejada en el cielo. A medida que Percival divagaba sin un rumbo claro ni un objetivo por las calles de Fosha, el ambiente se iba envolviendo en un aura de misterio que parecía invitar al hombre a tomar unos caminos y no otros. Hasta que, finalmente, una figura blanca se reveló en medio de una calle al descender la niebla. Era la figura de un animal; no había duda de ello, pero se sostenía erguido sobre dos patas, mostrando ligeras modificaciones en su anatomía que le conferían un aspecto más humano, aunque solo ligeramente. Cualquiera con un mínimo de cultura general, al ver a un ser así, pensaría rápidamente que se trataba de un mink, más aún si, como en este caso, dicho ser iba vestido. En efecto, iba bastante elegante, aunque cualquiera de buena cuna sabría que sus ropas eran más propias de un mayordomo.

Misterioso Ser


- Es un placer conocerle, Percival Höllenstern - Dijo el conejo, inclinándose y llevando su mano diestra hacia el pecho en un saludo al Höllenstern - Mi señora está deseosa de conocerle y le invita a su humilde morada - Se reincorporó de nuevo, sacando con su mano izquierda un reloj de uno de sus bolsillos - Si me permite, yo seré su humilde guía - Al pulsar un botón, la tapa del reloj de bolsillo se desplegó, revelando las agujas del mismo - El tiempo apremia me temo.
#3
Percival Höllenstern
-
Divagando aún en un mar de ideas, banalizando el contacto de mis pisadas sobre el suelo que se postraba ante ellas, mi mente disoció durante unos instantes acerca de mi pasado. Rememorando latigazos, marcas, insultos y vejaciones que los Dragones Celestiales repartían a diestra y siniestra, mi cuerpo se tensó por instinto. Cada recuerdo se entretejía en mi piel como una cicatriz aún latente, como si el tiempo no hubiera logrado borrar del todo el peso de aquellas cadenas. No era solo el dolor físico lo que me invadía; era la humillación, la impotencia de no ser más que un objeto a sus ojos, una propiedad que, a sus caprichos, podría ser destruida o exhibida sin remordimientos. Me sorprendí apretando los puños, crujiéndome incluso más de la costumbre, como si el resentimiento hacia esos tiempos oscuros fluyera por mis venas aún.

Pero… ¿Qué poseía realmente? Aparte de una libertad comprada a través de la sangre, la traición y el oportunismo, ¿qué quedaba de mí que no hubiera sido moldeado por ese sufrimiento? ¿Podía llamarme libre cuando, en el fondo, cada paso que daba era una huella de esa prisión invisible que arrastraba conmigo? El eco de esos días malditos aún resonaba en mi interior, como una melodía fúnebre que nunca había logrado silenciar del todo. La sangre vertida, las vidas robadas, todo seguía ahí, una sombra que se estiraba sobre cada decisión, cada movimiento. Era difícil discernir si aquello que había perdido en ese tiempo, más que mi humanidad, era mi capacidad de sentir algo diferente al odio.

Mientras los pensamientos danzaban alrededor de mi mente, como las luciérnagas lo hacen ante el anochecer, di cuenta de un enorme espesor que se arremolinaba en torno al lugar, una niebla sin parangón que la realidad tras mis pesquisas no me hubo dejado contemplar con anterioridad. Parecía que el aire mismo conspiraba para ocultar lo que se cernía a mi alrededor, un manto espeso que deformaba las sombras y diluía el horizonte. La neblina serpenteaba a mis pies como un velo ancestral, envolviéndome en un ambiente que palpitaba con una presencia desconocida, casi sofocante.

De manera totalmente innata y motivada por el influjo de la dura rutina de Grey Terminal, me puse alerta y eché mano del interior de mi chaqueta, acariciando con los dedos de mi mano suavemente a mis dagas, esas compañeras inmutables de mis noches de caza y desesperación. El peso metálico de las armas era reconfortante, un recordatorio de que en este mundo solo sobrevivían aquellos que estaban dispuestos a luchar por su lugar.

Con cierta cautela, atisbé una figura que no parecía a nada que hubiera visto con anterioridad. Las formas eran irregulares, difusas, y al cabo de unos segundos, dicha figura se reveló ante la proximidad: un conejo antropomórfico. Era un mink, pero no uno cualquiera, pues este tenía especialmente reforzada su herencia animal. Sus ojos brillaban con una inteligencia insólita, y cada uno de sus movimientos era tan preciso y calculado como el de un depredador experimentado, pero su porte tenía una serenidad inquietante.

Sin embargo, con un ademán extremadamente elegante tanto en su tono como en sus movimientos, se presentó como un guía. Este iba parcamente vestido, pero la factura de sus ropajes era extremadamente cuidada, casi como si su sobriedad estuviera diseñada para subrayar un tipo de poder que no necesitaba adornos. Cada hilo de su vestimenta parecía hilvanado con una historia.

Tras ello, en un tono rápido, habló acerca de la espera de su señora, y no pude evitar un leve escalofrío recorriéndome por la espalda. La mención de esa figura desconocida me heló, como si sus palabras llevaran consigo un peso del que yo aún no era consciente. ¿Alguien me había seguido? ¿Cómo sabían de mí? Tal vez se tratase de algún broker de los Bajos Fondos, como Lady Constanza, una mujer conocida por manipular los destinos de aquellos que caían en sus redes con la maestría de un titiritero. O quizá era alguien con recursos aún más vastos, lo suficiente como para haber rastreado cada uno de mis movimientos en la sombra, esperando el momento propicio para presentarse.

Aun con todo, el mink no mostró signos de hostilidad. Su presencia, aunque enigmática, no irradiaba la agresividad que normalmente precede a los enfrentamientos. Con una rápida valoración de peligro, decidí acceder y bajé la guardia de mis armas, retornando a una posición original. Aún no estaba seguro de sus intenciones, pero la cautela seguía siendo mi mejor aliada.

¿Quién es tu señora? ¿Quién nos espera?— fue casi lo único que logré articular mientras el mamífero echaba mano de su reloj de bolsillo, de engaste y cuidados perfectos. Cada movimiento suyo destilaba una urgencia que no parecía personal, sino más bien el reflejo de algo que estaba en marcha desde hacía mucho tiempo. Me lo mostró, señalando con cierta impaciencia, como si el tiempo mismo nos estuviera apremiando a seguir adelante sin demora.

Decidí seguirle, aun con la piel erizada por la sensación de peligro que pendía en el ambiente como una guadaña invisible. El camino por delante era incierto, pero la vida siempre había sido un juego de azar, un tira y afloja en el que pocas veces se tiene el control total. No sin cierta mala sensación, punzándome con un constante hormigueo en el cuello, emprendí la marcha.
#4
Suzuka D. Hanami
Dragón Floreciente
Una misteriosa escena a medianoche: un elegante y servicial mink junto a un desconfiado y precavido Percival. La neblina danzando en el ambiente envolvía todo con un aire aún más enigmático. El joven buscaba respuestas en su mente, indagando entre las posibilidades de sus primeros pasos en el inframundo, o tal vez se trataba de algún tipo de rencilla más antigua que no era capaz de recordar. Sin embargo, no había una respuesta clara; la información era demasiado escasa y la curiosidad, demasiado elevada.

Finalmente, decidió seguirlo, relajando su guardia al igual que el mink, quien no había mostrado ni un ápice de hostilidad ni mantenido la guardia alta en el más mínimo momento. No obstante, el hermoso embaucador hizo una sola pregunta muy legítima; al fin y al cabo, cualquiera querría saber por quién es llamado - My Lady prefiere presentarse ella misma; en cuanto lleguemos, la conocerá - Revisó una última vez su reloj de bolsillo tras recibir la afirmativa del invitado - Sígame, por favor - El conejo guardó el reloj de nuevo y, dando la espalda completamente confiado a Percival, emprendió el camino.

Ambos dieron comienzo a un paseo tranquilo y silencioso. La hora era intempestiva y era mejor no molestar a los somnolientos vecinos. El conejo avanzaba tomando los caminos que tenían menos niebla, como si haberlos elegido desde el principio hubiera sido la opción más correcta. Aunque pareciera que daban un rodeo, cualquiera que conociera la villa sabría que este era el camino más directo hacia su destino. Finalmente, salieron a una calle más amplia a pie de costa, por la cual debían continuar. Avanzaron por ella mientras las casas se sucedían una tras otra a un lado y el mar, junto a algún esporádico molinete, se manifestaba en el otro.

Cuando al fin alcanzaron lo que parecería ser la última casa del pueblo, se apreciaba una vivienda grande, seguramente de las más grandes que debía haber en la villa. Su aspecto era cuidado, pero se notaba el paso del tiempo en la piedra que la formaba. La vegetación que la rodeaba era la justa y necesaria, pero el manto nocturno no permitía apreciarla bien en esos momentos. El conejo avanzó hacia el porche, abriendo la puerta principal con una gran llave que sacó del interior de su chaqueta. Al dar un paso al interior de la morada, con un leve gesto invitó - Hemos llegado, Percival. Si nos honra con su presencia, procederé a preparar el té - Dicho esto, el conejo volvió a sacar el reloj de su bolsillo para revisar la hora.

La casa
#5
Percival Höllenstern
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La niebla parecía envolver cada rincón de aquel camino que el mink, con paso decidido y control absoluto, trazaba como si hubiera sido diseñado exclusivamente para él. Mis ojos seguían los movimientos de aquella figura que, a cada instante, me ofrecía una nueva pista de su naturaleza impenetrable. Su lenguaje corporal, aunque relajado, no estaba exento de una precisión calculada. Cada gesto, cada pausa antes de mirar su reloj o de invitarme a avanzar, era un eco de una coreografía que había sido ensayada hasta la perfección.

Mientras avanzábamos, mis pensamientos seguían revoloteando en un torbellino de sospechas. ¿Quién sería esa señora que prefería presentarse en persona? ¿Por qué alguien tan cuidadoso se había tomado tantas molestias para invitarme? El mink, con su refinada cortesía y su porte elegante, era una fachada perfecta para una trampa, si es que en verdad eso era lo que aguardaba al final del trayecto. Pero, aunque una voz en mi interior me instaba a estar alerta, algo en el ambiente —quizá sensación de arropo de la niebla o el ritmo casi hipnótico del paseo— suavizaba mis sospechas, al menos por el momento.

No obstante, cuando llegamos a la casa, esa calma comenzó a desvanecerse. La estructura que se levantaba ante mí era imponente, pero el paso del tiempo había dejado su huella en sus piedras y en la vegetación circundante, como una piel arrugada que aún trataba de mantener su dignidad. Podía sentir una especie de silencio solemne emanando del lugar, como si fuese un testigo silencioso de secretos antiguos, sellados entre sus paredes de piedra.

Cuando el conejo abrió la puerta y me invitó a pasar, con esa cortesía tan particular, crucé el umbral sin apartar mis ojos de él. Cada paso hacia el interior era como adentrarse en un territorio desconocido, pero no podía permitirme mostrar debilidad. El té que ofrecía era un gesto clásico de hospitalidad, pero dado el origen, cualquier símbolo de hospitalidad también podría serlo de peligro.

Si tanto os agrada el té —murmuré con un leve tono irónico—, no seré yo quien rechace la cortesía de quien se toma tantas molestias por agasajarme. Pero permitidme la franqueza, caballero —continué, mientras mis ojos recorrían con disimulo cada detalle del lugar, buscando alguna señal de peligro inminente—, la paciencia no es una de mis virtudes más apreciadas.— comenté con un aire directo y de meridiana autenticidad.

Mis dedos rozaron levemente el borde de mi chaqueta, donde mis dagas seguían guardadas. No las desenvainé, pero la sensación de su fría presencia bajo la tela era un recordatorio de seguridad y también de la frialdad que estilaba este mundo, pues a veces la confianza era una moneda de difícil intercambio.

Decidme —añadí, inclinándome ligeramente hacia adelante, con una sonrisa que apenas disimulaba mi inquietud—, mientras preparáis ese té que tanto prometéis, ¿no os molesta si os acompaño? Ya sabéis, la curiosidad es un vicio del que he sido víctima en demasiadas ocasiones... Y en este ámbito, me temo que soy un pecador.— reconocí con un gesto algo pizpireto, con gran atención a la totalidad de la estancia.

No sabía qué o quién me encontraría a partir de ahora, o qué contendría el té que me fueran a servir, pero no sería yo el que diera el primer trago antes que mi futura anfitriona, pues al igual que la confianza, el veneno era ponzoña que en ciertas dosis podía ser letal.
#6
Suzuka D. Hanami
Dragón Floreciente
La puerta de la pequeña mansión permanecía abierta, aguardando al invitado e incitándole a entrar. Ni en el porche, la puerta ni en la parte del descansillo que se visualizaba desde el exterior, en el que Percival se encontraba, se apreciaba a simple vista nada que llevara a pensar que había alguna trampa. Incluso el hecho de que el conejo entrara el primero con toda naturalidad y aguardara en su interior era un indicativo de seguridad y de que todo estaba sucediendo exactamente como deseaban.

Una acción que el caballero oscuro, sin armadura, tomó como un desafío al entrar con seguridad, pero no tardó en adoptar una actitud recia y firme, sentenciando que no le hicieran perder su valioso tiempo. También insistió en acompañar al mayordomo a preparar el té para saciar su curiosidad, todo esto mientras acariciaba sus armas con cierto cariño e imponencia, tratando de girar un poco las tornas respecto a quién controlaba la situación y pasar a poder obtener la información que él desease.

- Señor Percival, no se confunda, el tiempo corre en su contra. Esperamos que llegue a tiempo a la sala de fiestas - Tanto el conejo mayordomo como el descansillo en el que el joven acababa de entrar empezaban a desvanecerse - Le esperaré con my lady allí, le suplico que no deje que el té se enfríe - La misma puerta por la que entró también se desvanecía ante su vista y, de repente, todo se transformó ante sus ojos tras un pequeño destello cegador.
Ese destello era producto del sol, un sol impoluto y brillante en medio de un cielo azul con apenas un par de nubes que iluminaban un infinito campo de flores de incontables colores también a su alrededor. A su lado, apenas un camino de baldosas amarillas que, si lo seguía por un rato con la mirada, conducía a un conglomerado de árboles espeso y denso que parecía una mancha en medio del campo infinito.

Entonces, alrededor del chico comenzarían a llover diversos relojes de bolsillo como el que portaba el mayordomo, que al chocar contra el suelo, en lugar de romperse, rebotaban sin más, saltando alrededor de Percival. En todos ellos se podía apreciar que no se trataban de relojes convencionales, sino más bien de un cronómetro que estaba trazando algún tipo de cuenta atrás - ♫ A la sala de fiestas, a la sala de fiestas, a la sala de fiestas has de llegar ♫ - De repente, voces empezaban a sonar a su alrededor, cantando algo. Más y más se sumaban, pero nadie se mostraba a su alrededor, aunque si prestaba atención, notaría que las flores que se agitaban tenían ojos y bocas en su composición y eran ellas las cantantes - ♫ El camino hay que seguir, raudo hay que ir ♫ - Continuarían cantando aquellos vegetales, sumándose más y más al coro.

Por otra parte, en otro lugar, una mujer aguardaba en su mecedora frente a una mesa, con su leal mayordomo sirviéndole una taza de té - ¿Usted cree que este logrará venir, my lady? - Junto al té estaban servidas unas pastas, la habitación estaba a oscuras y era algo lúgubre - Eso espero, lo observé bien, este chico tiene algo interesante - La voz de la mujer era pesada y rasposa - Bueno, espero que no sea otra presa de ella - Diría de una forma enigmática y misteriosa al aire.

Volviendo con Percival, las flores seguían su canto - ♫ Con ágiles pasos y mente aguda debes avanzar ♫ - Una sombra parecía cubrir el lugar por unos momentos, como si una nube hubiera pasado frente al sol - ♫ O tu cabeza hará rodar, la Reina Roja la hará rodar ♫ - Y acto seguido, un brusco movimiento haría callar todas las flores al incrustarse el filo de una hoz gigante tras Percival, a la altura de donde habría estado la entrada de la mansión si no se había movido desde que llegó allí, revelando como su portadora a una figura mecánica, siniestra e inmensa, quizás más que un gigante, de una mujer muy elegante, ataviada en tonos rojos y negros, aunque un velo cubría su rostro. Atrás, el filo de una hoz clavado, frente a él, un camino de baldosas...
#7
Percival Höllenstern
-
El filo de la hoz reverbera aún en el aire, como si la muerte misma lo acompañara. No puedo ver a la cosa, pero sé que está ahí, detrás de mí, flotando con la paciencia de quien sabe que su presa está al borde de la desesperación. No hoy. Ese pensamiento se repite en mi cabeza como una plegaria sucia. El tiempo se siente viscoso, correoso, pesado, y las baldosas amarillas bajo mis pies parecen burlarse de mí, extendiéndose hacia un destino incierto, donde una fiesta… o mi muerte me aguarda.

No tengo más remedio que hacerle caso a mi sentido innato de supervivencia. Corro a través del sendero amarillo.

El sonido de mis botas golpeando contra la piedra marca el compás de mi huida, cada paso más fuerte, más rápido, pero mi mente sigue recordando, como un maldito truco. Recuerdo los callejones oscuros de Grey Terminal, el olor rancio de las bodegas donde me escondía para no ser capturado como un animal. Aquellos días solo con el deseo de venganza. Y ahora mírame —pienso—, corriendo de nuevo, como un cobarde. Mis labios se curvan en una mueca amarga y mi mente vuelve al momento, obligada por el chocar de la sangre contra mis sienes fruto del esfuerzo.

¡Corre! —me susurro entre dientes, odiando lo que siento, pero sin detenerme. La sombra crece a mis espaldas, cada vez más grande, más opresiva. Sé que no es humana. Ninguna criatura de este mundo podría proyectar esa oscuridad tan vasta. ¿O tal vez sí?

Las flores siguen cantando, esas malditas. Sus voces perforan mis pensamientos como agujas diminutas, nombrando la maldita Sala de Fiestas como un concepto irreal. ¿Existía realmente o solo era un espejismo como todo este vasto mundo de locos al que había llegado? ¿Quizá mi mente había llegado a su límite?

Los ojos saltones de estas me observan desde sus pétalos, sus bocas deformadas y burlonas se abren en sonrisas inquietantes. No es la primera vez que me observan de esa manera. No, en el mercado negro, entre los comerciantes de esclavos, había ojos como esos. Los ojos de los que disfrutaban del sufrimiento ajeno. Lo vi en sus rostros el día que escapé. 

Tienes que lograrlo —me digo de nuevo, o tal vez un recuerdo lo hace por mí —, o te alcanzarán
Mis músculos arden, pero no me permito aflojar el paso, e inconscientemente aprieto mis dientes en una mueca que me hace exhalar un suspiro envuelto en sangre.

Los relojes de bolsillo siguen cayendo, rebotando a mi alrededor como burlas del destino, cada uno marcando el tiempo que me queda. No puedo escuchar la cuenta atrás, pero la siento. Sé que está ahí, en algún lugar, en lo profundo de mis entrañas. Cada segundo es una aguja más cerca del final. La sombra sigue a mis espaldas, inmensa, pero no apura su paso. Me permite correr, sabiendo que la desesperación es su mayor arma. Es una gran negociante del dolor ajeno.

No volveré a ser una presa —mascullo, aunque las palabras se agolpan en mi garganta con cierto sabor a mentira.

Me obligo a concentrarme en el camino, pero cada paso en las baldosas amarillas se siente más como una trampa. Algo dentro de mí me susurra que estoy siendo guiado, no hacia la seguridad, sino hacia algo peor. ¿Qué otra razón tendría la mujer para observarme con tanto interés? La recuerdo, o más bien, siento su presencia como si hubiera estado espiándome toda mi vida. Tal vez no sea la primera vez que juego su macabro juego.  Probablemente, ya haya sucumbido mi cordura a los delirios de la vida, o tal vez esto es solo otra jaula.

Mi mano acaricia el mango de mis armas. La sensación del acero bajo mis dedos me calma, pero no lo suficiente. Pienso en lo que haría si me enfrentara a esa cosa. El filo de mis hojas atravesando su carne, desgarrando lo que sea que tenga por alma. 

Los árboles en el horizonte comienzan a crecer más cerca, fruto de la proximidad. Es la única salida. Si llego a tiempo a la famosa Sala de Fiestas, podría cambiar el curso de todo esto, quizá incluso podría tomar el control, podría reescribir las reglas. 

Mi pulso se acelera, pero no de miedo, sino de anticipación y una pizca de fascinación. La sombra aún me persigue, pero ahora no siento su victoria tan cerca. No mientras aún respire. Las armas que acaricio no son solo para defensa. Son la llave para cambiar mi destino.

No hoy —murmuro de nuevo, pero esta vez, hay más que una promesa vacía en mis palabras, mientras continúo mi rumbo por el colorido sendero.
#8
Suzuka D. Hanami
Dragón Floreciente
La imponente figura mecánica no se movió ni un ápice desde su posición tras aparecer, yacía allí inerte sobre el campo de flores aguardando a su momento de actuar. No obstante su cabeza iba girando lentamente siguiendo la carrera desesperada de Percival, una mirada fría y vacía, que observaba con tristeza como esa pobre alma corría intentando llenarse de determinación. No obstante daba igual cuanto se corriera, daba igual cuanto intentara esconderse, en este mundo la reina roja lo sabia todo y llegado el momento tomaría la cabeza de aquel joven muchacho.

El joven Percival había tomado una sabia decisión, correr no era algo necesariamente malo, era un impulso prudente y evolutivo que nos ha permitido avanzar y prosperar desde tiempos inmemorables. La información en esos momentos era nula. No conocía la ubicación de donde estaba, no sabia a que se enfrentaba, no sabia cual seria exactamente su destino y mucho menos que le deparaba más adelante. Y no tener información era una debilidad inmensa que podría costar la vida, así que la única opción realmente correcta era avanzar en busca de respuestas y alejarse de la amenaza desconocida.

Pero sus pasos siguiendo aquel camino de baldosas amarillas lo condujo hacia un bosque. La diurna y colorida escena que precedió al bosque quedaba lejos a la vista, conforme más se adentrara Percival en la foresta siguiendo aquel dorado sendero más oscuro y frio se volvió el cielo conforme se formaban diversas cortinas de niebla en distancia, hasta el punto en que era difícil saber si era de día o de noche. Los arboles crecían retorcidos hasta que sus ramas desprovistas de cualquier hoja se perdían en el interior de la niebla como si se clavaran en la misma buscando desgarrarla. La vegetación apenas se concentraba en la tierra, entre las raíces, malas hierbas que parecían querer cazar los pies de algún incauto que pisara mal y algunas flores que dormían soltando un tenue silbido. Como única iluminación una serie de luciérnagas que flotaban por el ambiente.

Boque


El camino de baldosas amarillas concluyo, llegando a un claro en el bosque, allí un pequeño estanque tan oscuro que no se intuía la profundidad se formaba al juntarse arroyos diminutos que procedían de múltiples caminos y direcciones. Los arboles en este lugar parecían entrelazar sus ramas de formas más retorcidas y siniestras como cerrando cualquier sendero posible quedando el lugar como un aparente callejón sin salida. Sin embargo un pequeño tarareo inundo el lugar. Y una figura redondeada de colores blancos y rojos se comenzó a deslizar entre las ramas, quedándose posado sobre una muy grande desde la cual observaría a Percival.

Extraña Criatura


- ¿Pero que tenemos aquí? - El animal raro tenia un timbre de voz que recordaba al de un hombre viejo - Parece que el pequeño Percival se ha perdido por el bosque, ha este paso el jovencito nunca llegara a la sala de fiestas... - El animal se hizo un poco el suelo como si estuviera divagando en sus pensamientos por unos segundos - Bueno, menos mal para ti que me asignaron ser un guía para las pobres almas en desgracia como tu.

El ser se deslizaría por las ramas de los arboles sin tocar el suelo hasta alcanzar el extremo opuesto del claro por el cual había entrado Percival - Bueno, si el camino quieres encontrar en lo más profundo de tu interior tendrás que ahondar - El felino raro sonrió enseñando una gran hilera de dientes - La única forma que tendrías de avanzar por aquí seria sacrificando una de las siguientes tres cosas, el camino que elijas indicara que estas dispuesto a sacrificar - De repente un sendero se formo a la derecha del animal, se intuían baldosas azules en él - Para el camino azul deberías sacrificar a tu propia madre, quien te trajo al mundo - Luego un sendero se abriría debajo de él, con un camino de baldosas rojas - Para el camino rojo deberías sacrificar al amor de tu vida, aquel ser por quien habrías sido capaz de procesar amor eterno - Y finalmente a la izquierda del ser un tercer sendero con baldosas moradas se formaría - Y para el camino morado deberías sacrificar a dos niños, son pequeños de apenas cinco años, aunque no tienen nada que ver contigo - El gato dejo unos momentos para que el joven pensara y luego prosiguió - Y entiende que a quien sacrifiques lo estarías entregando directamente a las manos de los nobles mundiales, los Tenryūbito, un destino francamente peor que la muerte, así que dime la respuesta desde lo más oscuro y profundo de tu alma...
#9
Percival Höllenstern
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Mientras corría, con un corazón desbocado por la supervivencia, pude encontrar como el plano tornaba drásticamente hacia algo más oscuro y extraño. 
Advenedizo a aquel extraño paraje mutágeno, donde las leyes de la realidad no parecían aplicarse, pero al mismo tiempo, si parecían tener cierta constancia, fue casi en un parpadeo cuando me vi internado en un enmarañado y descuidado bosque oscuro, donde un estanque reinaba con paz, pero también como señal profunda de peligro.

La figura a mi espalda no se había movido un ápice, pero no alcanzaba a comprender la razón tras de ello. Probablemente, me vislumbraba como nosotros los humanos lo hacemos con las hormigas, con total fe y seguridad de su supremacía. Quizá era una representación de como los Nobles Mundiales nos veían al resto, o incluso un grupo más augusto, como los miembros del Gorosei.

De manera extraña, un extraño ser peludo cercano a un gato, comenzó a hablarme.
A sentenciar que mi destino se hilaba a través de una decisión que, a mi entender, hablaba completamente de quién era yo, de quién pretendía ser en el futuro y en qué buscaba convertirme.

Los Tenryūbito, aquellos monstruos que me encadenaron en mi juventud, no representan una simple condena, sino una perpetua pesadilla de poder desmedido y crueldad infinita. Al escuchar cada sendero descrito por el felino, mi mente se tornaría un torbellino de recuerdos, decisiones y sacrificios. No se trata simplemente de elegir una víctima; se trata de enfrentarme a la sombra de mi propia humanidad, o lo poco que queda de ella.

El camino azul, sacrificar a mi madre... la que me trajo al mundo. ¿Qué mundo? Uno roto, corrupto y podrido hasta su núcleo. ¿Fue acaso su culpa el destino que me tocó vivir? No. Ella misma fue una víctima, atrapada en el mismo sistema que me esclavizó, o aquello creo recordar. Pero aunque la carga de mi existencia no le pertenezca, la noción de entregarla a los mismos nobles que me encadenaron despierta una furia que arde en mi pecho. No, el destino de mi madre no debería estar en manos de aquellos que ya me han robado tanto. Sacrificarla sería traicionar la única chispa de pureza que alguna vez conocí.

Por otro lado, el sendero rojo... el amor de mi vida. La idea provoca una risa amarga en mi garganta. Amor eterno... ¿Cuándo fue la última vez que pude concebir algo tan frágil? Los recuerdos de un rostro perdido, de unos ojos que alguna vez me devolvieron algo de esperanza, titilan en mi mente, quizá una buena sonrisa de alguna niña agradecida conmigo en aquel submundo, pero es una llama que se apagó hace tanto tiempo que apenas queda rastro de ella. Aunque sacrificar algo que ya he perdido suena casi fácil, la verdad es que lo que queda de ese amor es el último vestigio de mi capacidad para sentir algo real. Entregarlo a los Tenryūbito sería como arrancarme lo poco que queda de mi alma. Y si bien soy un hombre que ha hecho lo que sea necesario para sobrevivir, no puedo dejar que el amor, aunque sea una mera memoria, termine en las manos de esos monstruos. Ellos no merecen profanar más mis recuerdos.

Al final se encontraba el camino morado... dos niños. Apenas cinco años. Inocentes. No tienen nada que ver conmigo, dice el felino, como si eso hiciera la elección más fácil. ¿Pero acaso no fui yo también un niño, alguna vez? ¿No fui yo arrebatado de mi libertad, condenado a sufrir bajo el yugo de los Nobles Mundiales? El pensamiento me consume. Sacrificar a esos pequeños sería como sacrificarme a mí mismo, como continuar el ciclo de esclavitud que tanto odio. Y, sin embargo, son extraños. No son mi familia, no son personas que he amado o perdido. Podría justificar la elección en términos fríos y calculados, como he hecho tantas veces en el pasado. Dos vidas ajenas, un coste relativamente bajo, y, sin embargo... siento que me condeno a mí mismo al hacerlo.

El felino sonríe con sus dientes afilados, esperando mi respuesta. Mis pensamientos se aceleran, pero en el fondo, la respuesta se forma en la parte más oscura de mi ser. No sacrificaré a mi madre. No sacrificaré al amor de mi vida. No puedo permitir que los Tenryūbito toquen lo que me representa. Pero esos niños... ellos podrían vivir, podrían tener una oportunidad. Aun así, en este mundo, ¿quién puede decir que el sacrificio no es necesario para seguir adelante? 
La realidad es brutal, y la supervivencia no se gana con moralidad, sino con decisiones calculadas. Las vidas de los inocentes son una moneda que siempre se ha utilizado en este juego podrido.

— Elijo el camino morado — diría al fin, con una voz que suena más fría de lo que esperaba. — Que los Dragones Celestiales se lleven a los niños. No los conozco, no tengo lazos con ellos. Y este mundo ya ha condenado a demasiados inocentes para que dos vidas marquen una diferencia. No voy a perder los vestigios de lo que aún poseo, no les voy a dejar ese poder de tomar quién soy — razono con esmero tras una profunda reflexión acerca de quién soy y en qué me estoy convirtiendo.

Pero incluso mientras pronuncio las palabras, sé que algo en mi interior se está corrompiendo un poco más. ¿Soy realmente diferente de aquellos a los que odio? Quizás no, quizás haya algo de común entre nosotros...
#10


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