Hay rumores sobre…
... que en una isla del East Blue puedes asistir a una función cirquense.
[Autonarrada - T1] Un Shawn de marca blanca
Atlas
Nowhere | Fénix
Día 19 de Verano del 724

Un Shawn de marca blanca

Algo menos alto, menos corpulento y menos todo en general. Así era el suboficial Steinert, a quien le habían encargado sustituir a Shawn en sus labores durante los pocos días que éste había sido enviado a Isla Kilombo, a la base del G-23, para llevar a cabo una serie de tareas que no se nos habían explicado. Nosotros estábamos al tanto de que aquel hombre había llegado porque nuestros superiores se habían encargado de hacernos saber —al resto de la brigada a mí, claro— que la ausencia de ese molesto e intransigente saco de normas no nos daba carta blanca.

¿Que si me había importado aquello? En absoluto. Desde el primer momento nos habían dejado que la manera de proceder del susodicho era idéntica a la de su compañero ausente. Tenaz e insistente en sus labores, un gran apego hacia las normas, amante de los castigos disciplinarios y enamorado de un buen intercambio de golpes. Ya había perdido la cuenta de las veces que me había enfrentado a Shawn en mis intentos de librarme de mis deberes, resultando todas ellas en derrotas hasta el momento. No obstante, Steinert no era tan resolutivo con Shawn.

Era por ello que, a pesar de llevar una notable cantidad de días en la base, me había conseguido librar de su sombre sin demasiadas dificultades hasta el momento. Había podido aprovechar los escondites en los que Shawn había tardado más tiempo en encontrarme. Al tratarse de alguien no habituado a explorar los rincones de Loguetown y no conocerse al dedillo los diferentes barrios, podríamos decir que había pasado unos días de perfecto esparcimiento y relajación.

Eso pensaba yo, pero llegó el momento en que el devenir de los acontecimientos se torció un poco en mi contra. No me importaba en absoluto la fama que mi actitud me granjease entre la mayoría de mis compañeros. Casi todos caminaban por la base como pollo sin cabeza sin un ápice de pensamiento propio. Peones así eran cruciales en organizaciones tan grandes y poderosas como la Marina, repleta de engranajes que debían girar y acoplarse una y otra vez igual, sin dudar. Pero éramos —bajo mi punto de vista al menos— personas como mis compañeros y yo quienes debíamos hacer girar la manivela que pusiese en marcha el mecanismo del que ellos formaban parte.

Sí, llevábamos allí mucho menos tiempo que la mayoría de quienes me —nos— señalaban y a pesar de ello habíamos destacado con creces por encima de la mayoría. Era cuestión de tiempo, poco tiempo, que nos asignasen un nuevo destino o nos enviasen a algún lugar lejano y peligroso en una nueva misión. En ese contexto, ¿qué podía importarme la envidia de unos cuantos? Las únicas opiniones que me importaban eran las de los míos, y sabía que ellos no me veían como la mayoría. Habían sabido ver más allá de la primera capa, lo que les honraba.

Fuera como fuese, y volviendo al asunto de por qué el devenir de los acontecimientos se truncó, fue precisamente esa envidia y animadversión que muchos tenían hacia mí lo que me llevó a liarme a tortas —con perdón— con ese tipo. Estoy seguro de que sin ayuda de los demás jamás me habría encontrado, puesto que por mucho empeño que pusiera no era más que una copia barata de Shawn: un Shawn de marca blanca.

No obstante, allí se plantó, en mi rincón favorito del puerto. Un viejo pescador salía a faenar a diario en una pequeña embarcación a motor. No sabía por qué, pero cuando la embarcación estaba en movimiento soportaba a la perfección las cajas que normalmente cargaba. No obstante, cuando la detenía el barco se hundía más de la cuenta y más de una vez había tenido que echar la mañana achicando agua. Por ello se había acostumbrado a descargar todas las cajas al volver a puerto y dejarlas junto a su barquito. Esas cajas formaban el escondite perfecto, en forma de u, en una zona apartada del puerto con pocas embarcaciones cercanas. Shawn había tardado bastante tiempo en encontrarme cuando descubrí ese lugar. Steinert, por su parte, no había sido capaz de dar conmigo en varios días.

—Te encontré —dijo su voz, rasposa, en tono animado al descubrirme. Tumbado sobre el suelo, alcé la vista para encontrarle acuclillado sobre las cajas. Sus pobladas cejas canosas destacaban en el centro de su rostro, con una frente terriblemente ancha y espaciosa que ocupaba la mitad de lo que debería ser la cara—. Y me voy a asegurar de que no se te ocurra intentar escaquearte de nuevo.

Se notaba que no tenía ni la menor idea de con quién estaba hablando, ya que aunque me mandase dos meses al hospital y no pudiese volver a caminar con normalidad en seis, lo más probable era que volviese a las andadas en cuanto tuviese ocasión.

Fuera como fuese, siguiendo la misma dinámica de Shawn, el tipo no se lo pensó y se lanzó al ataque para devolverme con varios hematomas y la nariz sangrando al cuartel. Dio un poderoso salto y, cargando el codo, lo lanzó en picado hacia mi cara procurando que todo su peso acompañase el impacto. Al menos esperaba que Steinert procediese de la misma manera que Shawn en todo. El calvo jamás habría emprendido acciones contra mí por las heridas que hubiese podido sufrir en los castigos disciplinarios, asumiéndolas como riesgos a los que él se exponía al trabajar de ese modo... Si es que a aquello se le podía llamar modo de trabajo, claro. En cualquier caso, deseaba que aquel tipo fuese un Shawn para lo malo y para lo bueno.

Fue por ello que rodé hacia delante, saliendo del espacio oculto que dejaban las cajas. El codo de Stienert levantó varias piedras del suelo, dejando un socavón que su codo dejó de ocupar con rapidez para lanzarse de nuevo a la carga. Sus golpes eran más rápidos, pero mucho menos potentes que los del calvo. El duelo dio inicio en cuanto cogí uno de los remos de la embarcación del viejo pescador y lo usé como naginata —en un enfrentamiento a puño limpio no tenía nada que hacer contra él, alguien acostumbrado a usarlos en sus enfrentamiento como armas—.

Los golpes volaban y el remo ejecutaba trayectorias verticales, horizontales y oblicuas, ascendiendo y descendiendo sin parar. No tardé demasiado en acostumbrarme a sus patrones, aunque ello me costó un par de golpes en las costillas e hincar la rodilla en al menos tres ocasiones. Doloroso, sí, pero nada que Shawn no multiplicase habitualmente por cinco sin despeinarse —y no sólo porque le fuese imposible—.

El remo no tardó en anticiparse a los movimientos de sus manos, codos, rodillas y pies, interceptándolos antes de que gozasen de toda la potencia que Steinert realmente podía transmitirles. EL sonido seco de la madera y el hueso al chocar comenzó a resonar en el puerto, atrayendo la atención de algunos curiosos que, ensimismados, disfrutaban de la pelea como si de un espectáculo se tratase. Yo iba de paisano, claro, para pasar lo más desapercibido posible. Del mismo modo, el suboficial también se había quitado el uniforme para venir en mi busca y tener libertad de movimiento —o eso suponía yo—.

El enfrentamientos se prolongó durante veinte largos minutos en los que, por fortuna o buen desempeño —o un poco de cada una—, mi remo consiguió encadenar una serie de golpes en el cuello y la cabeza del suboficial Steinert. Ya antes se había llevado algunos golpes, aunque no en una cadena tan potente y precisa. Fue precisamente el último, un golpe horizontal sobre el lado derecho de su cuello, el que provocó que Steinert cayera derrotado.

No había tocado el suelo cuando unos papeles salieron despedidos de la cazadora color marrón que llevaba puesta. Se trataba de un gran mapa de Loguetown plegado. Al abrirlo se podía leer mi apellido en grande en la zona superior: "Monogusa". En él se podían apreciar, con la letra de Shawn, un sinfín de indicaciones y marcas que señalaban escondites en los que me había encontrado o pensaba que me podría encontrar alguna vez. De hecho, había muchos que ni siquiera conocía o me había planteado.

De cualquier modo, aquello debía estar en el despacho de Shawn y dudaba mucho que se lo hubiesen cedido solo para unos días. No, debía haber alguien más, alguien con acceso a las llaves o al despacho que ansiase verme metido en el redil, disciplinado, castigado y siguiendo al rebaño como una oveja exactamente igual a las demás. ¿Quién sería? ¿Algún otro marine, tal vez? Mis compañeros estaban descartados de antemano como posibles delatores o colaboradores de Steinert, pero ¿qué pasaba con todos los demás? Tal vez se hubiesen cansado de mirarme con rabia cuando me quitaba de en medio y hubiesen decidido tomar cartas en el asunto.

Sólo el tiempo podría decir la verdad, revelar lo que había pasado en unos días fuera de la tónica habitual del cuartel. Mientras cavilaba al respecto, me agaché junto al suboficial, le volví a meter el mapa plegado en el bolsillo de la cazadora y lo cargué sobre mis hombros. Acto seguido emprendí el camino de regreso a la base del G-31. Dudaba que tuviese alguna herida grave, pero no estaría de más que alguien con conocimientos le echase un vistazo para evitar males mayores. Si no, no haber ido en mi busca.
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