¿Sabías que…?
... Robin y Ussop son los encargados de cortarles el pelo a su tripulación, ya que después de todo, es algo que alguien debe hacer.
[Aventura] T3 Típica mercancía misteriosa, no tan típica
Octojin
El terror blanco
Mientras Octojin caminaba por los pasillos del cuartel, se sumergía en sus pensamientos. Algo rondaba su cabeza desde hacía tiempo: su incapacidad para leer. Sabía que, eventualmente, tendría que contarle aquella historia tan preocupante para él a su brigada. Después de todo, era solo cuestión de tiempo antes de que alguien más, como Camille, se diera cuenta de sus constantes titubeos al respecto. Su comportamiento reciente lo delataba; cada vez que le entregaba una hoja, ella lo miraba con recelo, como si esperara que descubriera algo evidente que él simplemente no podía descifrar. Pero de momento era una batalla perdida contra su orgullo. El escualo no era muy dado a confesar debilidades, y menos una tan claramente humillante para él como aquella.

Mientras reflexionaba, el tiburón continuaba su búsqueda del cartero. Había preguntado a varios marines por su paradero, y aunque muchos parecían quedarse impresionados ante su imponente figura, finalmente uno de ellos le dio la dirección correcta. La base marina aún no estaba acostumbrada a tener a un gyojin entre sus filas, y aunque Octojin entendía que llevaría tiempo, no podía evitar sentirse un poco fuera de lugar.

Llegó a la puerta de la habitación del cartero y lo primero que le llamó la atención fue lo que parecía un hecho insignificante: la puerta estaba cerrada con llave. Eso no era algo común entre los marines rasos, cuyas habitaciones generalmente estaban abiertas o, como mucho, cerradas pero sin llave. Luego notó la música alta que resonaba desde dentro, lo cual era extraño, y apenas tocó la puerta, escuchó un ruido: papeles siendo movidos y lo que parecía un mueble arrastrado.

El gyojin esperó pacientemente, pero no dejaba de pensar que algo estaba mal. No tardó en escuchar la voz del cartero desde dentro, confirmando que estaba ahí y que pronto le abriría. Aunque ese pronto era relativo. Tardó unos segundos que se hicieron eternos y no hicieron más que aumentar las sospechas del escualo.

Finalmente, la puerta se abrió, y allí estaba el cartero, vestido con una camiseta de tirantes. Lo que le sorprendió a Octojin no fue tanto la apariencia relajada del hombre, sino el hecho de que parecía menos nervioso que antes, lo que contrastaba con sus sospechas de que algo se cocía allí.

¿De qué demonios estaba hablando aquél humano? Octojin se quedó perplejo ante las primeras palabras del cartero. Claramente, no entendía a qué se refería, pero decidió no darle importancia de momento. Quizá estaba esperando otra orden de la Marina y se había confundido, o simplemente había malentendido lo que hacía allí el tiburón.

Frunciendo el ceño e intentando ignorar lo último que había pasado, el habitante del mar invitó al humano a acompañarle, algo que este aceptó. Parecía algo confuso, o esas eran las sensaciones que él gyojin percibía.

El cartero se dio la vuelta para ir a ponerse el uniforme, y Octojin vio su oportunidad. Ingresó en la habitación con cuidado, observando cada detalle. El primer olor que golpeó sus sentidos fue lo que parecía un perfume de mujer, algo que le alertó de inmediato. Él no era muy de perfumes, pero estaba harto de olerlos por el cuartel, así que aquél tono afrutado lo asociaba más a una mujer que a un hombre. Las reglas del cuartel prohibían estrictamente traer civiles, y mucho menos para mantener relaciones íntimas, a las habitaciones.

Cerró la puerta tras él, asegurándose de que nadie más entrara, y giró la llave, que posteriormente se guardó en el bolsillo.

—Sabes que está estrictamente prohibido traer mujeres al cuartel, ¿verdad? —preguntó en voz baja, mientras sus ojos inspeccionaban la habitación con cautela.

Se dirigió hacia la mesita de noche, centrándose en los cajones. Si había papeles ocultos, ese sería un buen lugar para guardarlos. Los abriría uno por uno, moviendo los objetos que encontrase dentro, en busca de algo sospechoso. Una vez terminase, y aún con el ruido que había oído antes, como el arrastrar de un mueble, rondando en su cabeza, volvería a ojear la habitación.

Entonces, utilizaría su instinto de carpintero para que le guiase hacia un mueble más grande. Si lo encontraba, se detendría un momento, analizando la estructura. Si podía moverlo lo movería, quizá el ruido que oyó tenía como intención esconder algo en la parte trasera. Pero su experiencia le decía que los muebles podían tener compartimentos ocultos, especialmente si alguien quería conservar algún secreto en él. Así que inspeccionaría el mueble con una u otra opción, e intentaría averiguar qué pasaba allí. Si encontraba algo, no dudaría en preguntar al cartero.

—Sí escondes algo, es el momento de decirlo. O de lo contrario, te meterás en un buen lío. —murmuraría con su agudo sentido de la observación activado.

Esperaba encontrar algo, o que el cartero confesara. Aquello parecía ser la típica situación donde había gato encerrado. Muchas pistas conducían a que el humano tenía algún tipo de secreto. La cuestión era si estaba relacionado con la muerte del marine. Y en cualquier caso, si su olfato de detective estaba apuntando bien, ¿sería suficiente el apoyo de su superior para montar la que había montado? Quizá le caería una bronca, pero esperaba que fuese menor, al fin y al cabo la sospecha estaba plantada.

Resumen
#11
Camille Montpellier
-
El tono de Gaul se suavizó en el momento en que mencionó a Brian. Aparentemente, como estaba ocurriendo con cualquier nombre que mencionase, el hombre conocía a prácticamente cualquier marine del G-31. No solo sabía quienes eran, sino que incluso parecía muy al día de su contexto familiar y de la situación de cada uno de ellos. Por un lado, podía tener sentido que alguien que llevaba tanto tiempo en la base y que en algún momento había sido una persona influyente allí tuviera todo tipo de contactos. Por otro, las personas que se interesaban por recabar información rara vez lo hacían sin algún tipo de interés en ello. La suspicacia se despertó en la oni, pero de momento no le dio mucha importancia.

Claro, no se corte. Aunque no creo que sus pulmones se lo vayan a agradecer, señor.

A Camille no le gustaba el humo, pero oponerse a que encendiera un cigarro no solo tensaría la situación, sino que además podría ponerle en su contra y que decidiera dejar de decirle cuanto sabía. Se tragaría el nauseabundo olor del tabaco y enfocaría sus esfuerzos en seguir obteniendo cuanto pudiera del viejo.

Después de esto, Gaul empezó a exponer sus argumentos y sospechas hacia el cartero, quizá buscando justificar su acusación. Si todo lo que le estaba contando era cierto, la morena entendería por qué el guardián del archivo se mantenía inquisitivo sobre los motivos del muchacho. Ella misma sabía que cualquier asunto en el que el casino estuviera involucrado rara vez eran buenas noticias, y bien pensado no le sorprendería en absoluto que quienes se escondían tras aquel negocio estuvieran al tanto de la existencia de la caja y de su contenido. Sin embargo, algo en las palabras del hombre le sonó a chamusquina. El ambiente pareció tensarse de un momento a otro en cuanto mencionó a la capitana y dejó en el aire algunas frases. En primer lugar, muy poca gente sabía que Beatrice era su madre adoptiva, lo que ya de por sí puso en guardia a Camille. Intentó no exteriorizarlo, pero quizá no pudiera evitar algo de sorpresa en su gesto. Después, se atrevió a sugerir que existía la posibilidad de que alguien cercano le hiciera daño cuando menos se lo esperase. Para rematar, entendió en sus palabras que parecía estar diciéndole que no se metiera en asuntos que no le importaban. Solo había sido un instante, pero la intuición de la oni estaba dando volteretas y palmas. Gaul sabía más de lo que decía y sus motivos para callar podían no ser honestos.

Aun así, no tenía ninguna prueba más allá de lo que creía haber entendido en aquella conversación. Dudaba que acusarle fuera a servir de nada, más aún teniendo en cuenta lo respetado que parecía ser el viejo en la base y los hilos de los que debía poder tirar. No, tendría que afrontar este problema de una forma menos directa. Aunque el único motivo por el que no estaba gritándole como una mala bestia en esos momentos era que no estaba completamente segura de lo que pensaba. Se esforzó por sonreír discretamente y asintió.

No le haré perder más tiempo entonces con esto. Espero que la actividad del archivo pueda volver a la normalidad pronto, quizá hable con la capitana sobre ello —le dijo, como si quisiera darle a entender que cedería en aquella... ¿Amenaza?

Tras esto se puso en pie y dejó ordenado el registro y la documentación que había estado revisando, guardándose algunas notas que ella misma había tomado. Se despidió con un saludo formal y se largó del archivo. Tenía varias cosas que hacer. Octojin estaría aún buscando al cartero o en su defecto lidiando con él, así que ese lado estaba relativamente controlado. El único problema es que tal vez llevase al cartero hasta el archivo, así que necesitaba informarle de que ya no estaba allí... y no recordaba que su compañero tuviera un den den mushi.

Mierda.

Tendría que confiar en que el gyojin averiguase algo por su cuenta o en dar con él antes de que volviera al archivo. En cualquier caso, lo primero que haría sería averiguar dónde demonios estaba el cuarto del tal Brian e ir a buscarle. Allí algo olía a chamusquina y no pensaba zanjar aquel asunto acusando a una persona que con casi toda seguridad nada tendría que ver. Quizá ninguno de los dos lo tuviera y, simplemente, todo aquello era un intento de inculpar a alguien. Llegaría hasta el fondo del asunto.

Resumen
#12
MC duck
Pato
Octojin

Camille Montpellier
#13
Octojin
El terror blanco
Octojin sentía una creciente incomodidad a medida que examinaba la habitación. La excusa del cartero sobre la colonia para su madre parecía débil, y el gyojin no podía dejar de notar el extraño desorden del lugar. Todo tipo de ropa de mujer colgaba del armario y un maniquí con un rostro recortado de revista lo observaba desde un rincón. La escena era, en el mejor de los casos, confusa. ¿Qué estaba ocurriendo allí? Nada aparentemente normal, desde luego.

Al abrir el armario, no encontró a nadie escondido, pero el contenido lo hizo fruncir el ceño. Ropa de mujer, pelucas y más cosas que no encajaban con la excusa del cartero. Sumado a las revistas con imágenes de minks y gyojins en paños menores, todo se volvía aún más perturbador. ¿Qué clase de vida llevaba este hombre cuando no estaba entregando correo? ¿Acaso el correo era una tapadera?

Mientras el tiburón trataba de asimilar todo, el cartero salió del baño, ya vestido con su uniforme. Octojin lo observó atentamente, esperando alguna reacción que explicara el caos en la habitación. Lo que no esperaba era la respuesta que recibió.

La mano del cartero se deslizó por sus pectorales, en un gesto sugerente que hizo que todo el cuerpo del gyojin se tensara. Octojin no estaba preparado para ese desenlace. Su mente intentó procesar lo que acababa de suceder mientras sentía un impulso instintivo de apartarse, pero sus pies parecían enraizados al suelo por el desconcierto.

El escualo había tenido innumerables batallas, se había pegado con bestias que le doblegaban en tamaño, con tipos de inconmensurable fuerza, con razas distintas y extravagantes, y nunca se había quedado petrificado como en aquella ocasión. Solo allí, ante la pose seductora del cartero de la base marina que había tenido como entretenimiento recorrer su mano por el cuerpo del gyojin de una manera seductora. Si bien su cuerpo no reaccionaba, su cara mostraba un semblante de auténtico desconcierto.

"¿Qué demonios está pasando aquí?", pensó Octojin mientras veía la expresión del cartero, que claramente había cambiado de tono. El gyojin no estaba familiarizado con este tipo de situaciones. Había visto muchas cosas en sus viajes, pero aquello... aquello era algo nuevo. Y ciertamente no sabía cómo reaccionar.

El habitante del mar respiró profundamente, recuperando el control de la situación mientras seguía notando la mano del humano sobre su pecho. La habitación era pequeña, y no había ningún peligro inmediato, pero aquello había escalado de una manera muy extraña.

—No me interesa quedarme encerrado aquí —respondió Octojin, con una voz baja y firme, mientras apartaba la mano del cartero de su pecho con delicadeza, pero con una clara intención de poner distancia entre ambos.

—Estoy aquí por trabajo —añadió con seriedad, con sus ojos recorriendo nuevamente la habitación, esta vez de manera más fría y calculadora. Las piezas del rompecabezas no encajaban, ni a la fuerza, pero ya no le importaba. El cartero estaba ocultando algo, eso estaba claro. Y si no era una mujer, entonces ¿qué más podría estar escondiendo?

El tiburón se enderezó, aprovechando su imponente estatura para dominar la situación, mientras dirigía una mirada firme al hombre. Si había algo más en juego, lo descubriría, pero no estaba dispuesto a seguir ese extraño juego, que tampoco sabía dónde le podía llevar.

—Necesito respuestas —dijo con voz autoritaria, dando un paso hacia el cartero. El tono juguetón y la atmósfera de incomodidad debían terminar —Tienes algo que ocultar, y no me importa lo que sea, pero esto no es un juego —añadió, endureciendo su expresión.

Lo cierto era que, consiguiese sacarle algo de información o no, después de escuchar al cartero el escualo saldría de allí abriendo la puerta y devolviendo la llave a su sitio original, la cerradura. Aquello era tan complejo como extraño para el gyojin. ¿Aquél cartero era en realidad una mujer haciéndose pasar por un hombre? ¿O un hombre que se vestía de mujer? ¿Y por qué haría eso un humano? El vestirse de otro sexo podía ser una tradición en la superficie, pero bajo el agua se hacía únicamente en algún contexto jovial y poco más.

Anonadado y ciertamente agotado mentalmente, el habitante del mar salió de la habitación y se fue hasta la salida más próxima, en busca de algo de aire para poder respirar y procesar todo lo que había vivido. ¿Acaso le creerían cuando lo contase? Seguro que la brigada hacía algún tipo de broma con esa información. O lo que sería aún peor, quizá se ganase algún mote nuevo que no entendería.

Y entonces, entre pensamientos y pesadillas en vida, llegó el momento de tomar una decisión. Conociendo a Camille, seguro que se había ido a por otra pista. Quizá una que le hubiese dicho el viejo o puede que alguna corazonada, así que no tenía mucho sentido volver a la zona de archivos, y mucho menos si cabía la posibilidad de quedarse solo allí, con más papeles rondando sus manos y poniendo la misma cara que fingía siempre, haciéndose le interesante mientras seguía líneas de letras y palabras que no podía descifrar.

Un nuevo escalofrío recorrió su cuerpo mientras se incorporaba de nuevo. Avanzó hacia fuera, alejándose unos metros de la entrada principal de la base marina, y allí se sentó en un banco. Empezó a pensar y debatió consigo mismo si realmente estaba siguiendo bien las pistas.

Quizá, después de todo, la marina no fuese su lugar. Se sentía tremendamente inútil rodeado de tanta documentación, donde las palabras cobraban una importancia mucho mayor que los hechos, y en la que buscar a una simple persona tenía una complejidad demasiado alta. Bufó mientras seguía pensando, rezando por dar con la tecla o al menos con una pista antes de que Camille le viese.

resumen
#14
Camille Montpellier
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Pese a confiar en que estaría disimulando lo suficientemente bien, Camille se sentía tensa. No estaba cómoda en situaciones en las que se esperase un mínimo nivel de discreción y delicadeza, pues esas palabras eran casi antónimos de todo lo que podía decirse sobre ella: enorme, de sutileza nula y con dos enormes cuernos rojos sobresaliendo de su cráneo. Se mirara como se mirase resultaba muy difícil de imaginar que pudiera pasar desapercibida por ningún lugar, pero lo cierto es que si había algún sitio en el mundo en el que podría hacerlo sería el G-31 de Loguetown. Después de todo, verla deambulando por las salas y pasillos de la base no era un hecho extraordinario, sino más bien uno que podría considerarse cotidiano. Confiaba en jugar esa baza para no levantar sospechas sobre sus verdaderas intenciones, aunque no por ello dejaba de estar atenta a sus alrededores por si alguien pudiera estar siguiéndola.

Sin embargo, por mucho que se conociera la base de pe a pa, no por ello tenía conocimiento sobre dónde tenían designados los cuartos todos y cada uno de los marines de la base. Le tocaba preguntar por indicaciones, una tarea en teoría simple que pareció volverse endiabladamente difícil. No por su ejecución en sí, sino por el inexplicable nivel hormonal del que hicieron despliegue la mayor parte de los reclutas y soldados con los que se cruzó. «Debe haber una puta convención de babosos hoy o algo», pensó para sus adentros al tiempo que apartaba de mala gana a uno de los últimos, habiendo perdido unos preciosos y valiosos minutos en el proceso de recabar información.

Por suerte y aunque ya estaba empezando a dudar de si sería capaz de lograrlo, dio al fin con la localización de Brian y lo localizó en una de las salas comunes del G-31. Se plantó frente a él, bastándole tan solo un rápido vistazo para darse cuenta de que aquel muchacho distaba mucho de ser una persona fuera de lo ordinario. No aparentaba ser excesivamente fuerte ni habilidoso, tampoco imponente: un perfil muy alejado del que se habría imaginado de un potencial asesino. Como había deducido de la conversación con Gaul, había muchas cosas que no encajaban en todo eso. Lo único extraño que percibió en él fueron los moratones que adornaban su rostro, contrastando con el impoluto uniforme que llevaba.

Sí, te estaba buscando —le confirmó, llevándose la mano a su propio torso para presentarse—. Soy la recluta Montpellier. Estoy al cargo de la investigación por lo sucedido esta mañana. ¿Te importa si te hago unas preguntas?

Su forma de hablar seguía una rigurosa formalidad, casi tiñendo sus palabras con una presente amabilidad, pero lo cierto era que su tono alertaba de todo lo contrario. La voz de la recluta sonó directa y contundente, como si quisiera dejar claro que no daría lugar a un «no» por respuesta. Sin embargo, Brian no parecía dispuesto a responderle ni a darle ningún tipo de información. Cuando le preguntó sobre sus cardenales hasta se sacó una rápida y poco creíble excusa. Estaba claro que todo aquel asunto olía a chamusquina y no iba a perder la oportunidad de atar los cabos sueltos.

Vengo por orden expresa de nuestros superiores —le indicó, con un tono medido y solemne, fijando su mirada de rubí en la de él—. Podemos hablar de esto tú y yo en un sitio discreto sin nadie más que nos escuche, o puedo arrastrarte hasta el despacho de la capitana y dejarte a tu suerte allí ante los mandos del G-31. Tu nombre figura en los registros del archivo, así que piénsatelo detenidamente.

En caso de acceder, Camille dirigiría a Brian hasta un lugar en el que pudieran tener algo de intimidad y hablar sin que nadie les interrumpiera o molestase, siempre atenta a sus alrededores por si alguien estuviera centrando su atención en ellos. Después empezaría haciendo algunas preguntas bastante directas.

¿Para qué fuiste al archivo esta mañana, antes del asesinato? ¿Cómo te has hecho realmente lo del ojo? —Haría una pausa tras estas dos primeras preguntas, siguiendo con la tercera—. ¿Qué papel tiene Gaul en todo esto? Y te recomiendo que seas sincero esta vez. Si algo de lo que me digas me suena como una mentira o una excusa no perderé el tiempo y te llevaré a rastras ante la capitana.

Resumen
#15


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