Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[C-Pasado] La edad del pavo
Octojin
El terror blanco
Día 5 de Otoño del año 714
El viento salado acariciaba las escamas del tiburón mientras se acercaba lentamente a las costas de la isla en la que acababa de desembarcar. Parecía ser la Isla de Down, aunque lo cierto es que no lo tenía muy claro. El sol se encontraba ya en su cima más alta, lo cual hacía que se proyectase una luz cegadora sobre la superficie del océano. Después de varios días navegando en solitario, apenas había podido capturar algún pez para sobrevivir, por lo que llegó hambriento. Durante varios días el agua del mar había sido su única compañía, aunque aquello acababa de terminar. Por fin divisaba tierra firme. Sus músculos, tensos por el esfuerzo prolongado, estaban agotados, pero la promesa de descansar en un lugar nuevo lo empujaba a seguir.
 
El habitante del mar estiró sus piernas a la par que hacía lo propio con sus brazos. Un ligero bostezo hizo que se llevase la mano a la boca por instinto. Los últimos meses habían sido una constante de aventuras, que en ocasiones significaban peligros. El imponente tiburón había aceptado que la soledad era una vida que había elegido, y el mar siempre ejercía como su refugio. Aunque no todo era negativo, era el propio mar el que también traía consigo momentos de incertidumbre y agotamiento. Por ejemplo, las tormentas repentinas y las corrientes traicioneras lo habían desviado de su curso en varias ocasiones, hasta que al fin logró vislumbrar el perfil difuso de tierra firme entre la niebla de la mañana.
 
A medida que el tiburón se acercaba, las formas comenzaron a definirse. No era una costa cualquiera, ni un puerto como los muchos que había visitado antes. Esa parte de la isla, Gray Terminal, era todo lo contrario a la idea de un lugar acogedor. En vez de un muelle bien construido, lo que se veía desde lejos era una especie de caos organizado, con montañas de desechos y chatarra que se apilaban hasta donde alcanzaba la vista. Grandes montones de basura parecían crecer sin control, formando verdaderas colinas de objetos olvidados, fragmentos de metal, madera podrida y restos de viejos navíos.
 
El aire tenía un olor peculiar. No era el olor limpio y salado del mar que tanto conocía, sino una mezcla de metal oxidado, cenizas y algo más indefinido pero penetrante, quizá aquello fuese hasta parcialmente nocivo. Octojin arrugó el morro mientras se preparaba para desembarcar, nadando con fuerza hasta alcanzar las aguas poco profundas. Sentía cómo sus aletas lo empujaban hacia adelante con la fuerza que solo el agua podía ofrecerle. Cada brazada lo acercaba a lo desconocido.
 
Y por fín, sus pies tocaron tierra. Con un par de movimientos firmes, el habitante del mar emergió del agua, sacudiendo de su cuerpo las gotas de agua y notando cómo sus músculos empezaban a estar algo entumecidos del viaje a medida que se iban enfriando. El contraste entre la frescura del océano y la cálida atmósfera de Gray Terminal era más que evidente, y era una sensación que no gustaba nada al gyojin, que se llevó la mano derecha a la frente para retirarse el sudor. En el horizonte, las montañas de chatarra se alzaban ante su vista, siendo un testimonio del abandono y el desprecio de quienes habían considerado ese lugar como un vertedero de todo lo inútil. Era una pena que un sitio como aquél estuviese así. Una sensación de impotencia rondó al escualo, que apretó el puño.

—Es increíble… —murmuró para sí mismo, observando el caos apilado que parecía extenderse hasta el infinito de la zona. Era la primera vez que veía algo tan vasto y desolador. No había oído hablar de Gray Terminal antes, y verlo en persona era algo completamente chocante.
 
El terreno bajo sus pies era una mezcla de arena, grava y desechos de todo tipo. Octojin avanzaba con paso pesado, cada movimiento le recordaba el cansancio acumulado de los días anteriores. Su mirada recorría la montaña de chatarra, intentando comprender el orden —si es que había alguno— en ese caos. Veía partes de barcos descompuestos, piezas de maquinaria que ya no cumplían ninguna función, y restos de lo que alguna vez fueron herramientas o artefactos útiles. Pero todo estaba roto, deshecho, olvidado. El gyojin se preguntó si aquél era su lugar. Al fin y al cabo, él también era un deshecho olvidado por los suyos. Aunque al menos no estaba roto.
 
De vez en cuando, entre los montones de chatarra, vislumbraba movimiento. Eran figuras rápidas, sombras que parecían moverse entre los desechos. Gente que vivía o trabajaba en ese lugar, aunque él no alcanzaba a ver sus rostros. Estaban demasiado lejos, y su atención estaba más centrada en el paisaje que lo rodeaba, que no dejaba de llamarle.
 
La sensación de decadencia era palpable. El lugar estaba impregnado de una energía que no había sentido antes en ninguno de sus viajes. Había algo triste y oscuro en todo lo que veía, como si Gray Terminal no solo fuera un vertedero físico, sino también el lugar donde las esperanzas y los sueños iban a morir. Allí se sintió por un momento destinado a vivir, olvidado y lejos de la civilización, como aquél que zarpa al mar con un montón de sueños pero se le van haciendo añicos poco a poco.
 
A pesar de su fatiga, Octojin continuó caminando, observando con curiosidad el panorama que lo rodeaba. Se detuvo frente a una pila de metal oxidado, donde se asomaban las hélices rotas de un barco que probablemente había visto mejores días. La madera astillada y los clavos oxidados contaban la historia de una embarcación que alguna vez surcó el océano, pero que ahora yacía allí, olvidada. Sus dedos ásperos rozaron la superficie, sintiendo la textura áspera y desgastada. Era un testimonio del paso del tiempo y del desprecio de la civilización hacia lo que ya no consideraba útil.
 
El silencio del lugar, interrumpido solo por el ocasional chirrido de metal o el crujido de algo bajo sus pies, lo llevó a pensar en su propia travesía. Había navegado por muchas islas, había visto muchas costas, pero ninguna como aquella. Gray Terminal era un recordatorio de cómo el mundo podía desechar sin pensar dos veces lo que ya no servía. En cierto modo, no era tan diferente de lo que muchos humanos pensaban de los suyos, de los gyojin. Ellos también eran rechazados, apartados, considerados peligrosos o inferiores por muchos.
 
La sensación de aislamiento que siempre había sentido en tierra firme, se intensificaba en ese lugar. Los gyojin como él, aunque pertenecientes al mismo mundo, rara vez eran aceptados entre los humanos. Pero allí, en Gray Terminal, donde todo estaba roto, donde nadie miraba con respeto a lo que lo rodeaba, Octojin se sentía un poco menos fuera de lugar. Allí, en medio de la basura, al menos las montañas de chatarra no lo juzgaban ni sentía miradas críticas.
 
Con un suspiro, miró hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a descender lentamente, tiñendo el cielo con colores anaranjados y rosados. Las sombras de las montañas de desechos se alargaban, creando formas aún más siniestras. Aunque no había planeado quedarse mucho tiempo, algo le decía que debía permanecer allí por un tiempo. No sabía exactamente qué lo impulsaba a hacerlo, pero había una sensación en su interior que le decía que ese lugar, por caótico que fuera, tenía algo que enseñarle.
 
Miró de nuevo las sombras que se movían a lo lejos entre los montones de basura. Tal vez esas personas tenían historias que contar. Tal vez encontraría algo útil entre los desechos, algo que podría darle una pista sobre su próximo destino. O tal vez, simplemente, se quedaría aquí, observando el caos, mientras recuperaba sus fuerzas.
 
Se acomodó sobre una pila de maderas viejas, observando cómo el sol seguía su lento descenso. Mientras su mente divagaba, sintió que, por primera vez en días, su cuerpo comenzaba a relajarse. Estaba cansado, sí, pero estaba en tierra firme. Al menos por un tiempo. Sus músculos tensos se aflojaron lentamente mientras permitía que el cansancio lo invadiera.
 
Gray Terminal, pensó. Un lugar donde todo parece estar en descomposición, pero donde, de alguna manera, todo sigue existiendo. Ese lugar, aunque desolador, tenía su propia vida. Y de alguna forma, él también formaba parte de ella ahora.
 
La idea le parecía extraña, pero tal vez no tan errada.
#1
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Airgid acababa de llegar prácticamente a la Isla de Dawn, impulsada por la búsqueda de nuevos conocimientos, expandir sus fronteras, aprender cosas nuevas... Conceptos bastante abstractos que sonaban de puta madre pero que rápidamente comprobó que era difíciles de cumplir. ¿Cómo conseguía nadie volverse más inteligente? Concretamente, Airgid estaba interesada en los conocimientos científicos y artesanales que empezaban a desarrollarse rápidamente y de manera muy fructífera en la isla, algo que llamó su atención inmediatamente. Encontró algunos libros sobre el tema, para poder aprender un poco más de forma autodidacta, aunque en el fondo sabía que la mejor manera de avanzar era buscando a alguien que la tomase como pupilo. Objetivo que aún no había conseguido. Pero no iba a dejar que eso la desmoralizase. Acababa de empezar su búsqueda, aún le quedaban muchos días por delante, muchas personas a las que poder pedir consejo y preguntar... sí, muchas puertas abiertas. Airgid trataba de convencerse a sí misma de esa idea, por supuesto.

En aquella montaña de basura y objetos rotos se encontraba una joven de cabellos largos hasta la cintura, dorados como el oro, delgadilla y alta entre las demás chicas de su edad. Una muchacha que dentro de poco cumpliría los dieciséis años. Estaba ligeramente sucia por el entorno, cubierta con algo de polvo en las manos y la ropa. Vestía con una camiseta varias tallas más grande que ella por lo que el cuello caía de forma que dejaba al descubierto su hombro izquierdo. Llevaba unos shorts vaqueros cortos que pasarían desapercibidos gracias a la longitud de la camiseta, la cual se asemejaba ligeramente a un vestido, sin embargo, un cinturón alrededor de sus caderas recogía un poco la anchura de la ropa, marcando la forma de su cuerpo y los pantalones que llevaba. En dicho cinturón llevaba varias herramientas, como una llave inglesa, destornilladores, un pequeño martillo... Eran suyas desde hacía mucho tiempo, y aunque no planeaba ponerse a fabricar nada en ese mismo lugar ni momento, nunca se sabía cuándo podían hacerte falta. Guardada en el interior del pantalón llevaba una pistola con el cañón apuntando hacia abajo. Corría el peligro de dispararse a sí misma en una zona muy delicada del cuerpo, pero le había puesto el seguro así que de momento todo estaba controlado. Tampoco es que tuviera pensado meterse en ninguna pelea, pero en un lugar tan peligroso como aquel una no podía confiarse nunca del todo. Abundaban las grupos de delincuentes, las mafias, los bandidos. Personas apartadas de la sociedad que habían encontrado una forma de vivir alejadas de esa civilización que les rechazaba. Era una situación parecida a la que ella misma había vivido toda su vida. Que todavía vivía. Por eso mismo sabía que debía andarse con mucho cuidado. Como últimos detalles, llevaba sus queridas gafas de aviador sobre la frente, despeinando un poco su flequillo, además de las orejas llenas de piercings.

Comenzaba a ponerse el sol y por ende, también empezaba a refrescar. Pronto tendría que retirarse del vertedero, o buscar un refugio donde pasar la noche. Había varias... ¿casas abandonadas? Llamarlo casa era un verdadero cumplido, apenas eran cuatro paredes y un techo, o incluso tres paredes y medio techo. Estaban hechas polvo, resumiendo. Y también le daba un poco de cosa meterse en cualquiera de esos lugares, pues no sabía si quizás le pertenecían a alguien, a alguna banda, podría ser. Pero aún no quería pensar en ello, quería aprovechar las últimas horas o minutos de luz para terminar de rebuscar entre la basura. Buscaba piezas que pudieran ser útiles para sus inventos, cableado que no estuviera todo, herramientas que aún no tuviera para seguir aumentando su colección... al final Airgid era bastante pobre, por lo que no podía permitirse comprar esas piezas de primera mano. Y resultaba sorprendente la de materia prima utilizable que la gente tiraba a la basura solo porque no sabían sacarle partido. Prácticamente todas las cosas que Airgid había fabricado en su vida habían sido gracias a lo que otras personas habían calificado como inútil. Airgid les otorgaba una segunda oportunidad a esos pobres objetos olvidados de la mano de dios, los transformaba y les daba una nueva vida. Le gustaba verlo de esa manera.

Buscando y buscando, corriendo y recorriendo, saltando de una montaña a otra, pudo ver a una distancia no demasiado alejada un hombre bastante curioso sentado sobre unas pilas de madera. Le observó desde su espalda, y poco a poco fue capaz de distinguir que no parecía un hombre común. Tenía una.. aleta, sobresaliendo de su columna. Estaba solo y aparentaba cansancio, descansando en aquel asiento improvisado mientras veía el atardecer. Era la primera persona que se encontraba en Gray Terminal que parecía estar simplemente disfrutando de estar ahí, sin hacer nada especial. Aún así, obviamente no se fiaba de él. Así que intentó sortearle, pasar cerca de él pero no demasiado como para llamar su atención ni que se fijara en ella. Tenía que caminar a pocos metros de él, sin mirarle pero sin miedo a establecer contacto visual sin querer, dar la impresión de ser una tía dura. Y así hizo, comenzó a caminar en la dirección que se había propuesto, pasando por el lado izquierdo de aquel hombre, con una postura recta y decidida. No le miró a los ojos cuando tuvo la oportunidad, pero sí que se fijó en una cosa... ¿eso que estaba al lado de su pie era un soldador? Y parecía bastante entero, no demasiado hecho mierda. Frenó en seco, y se quedó mirando un instante aquel soldador junto a la extremidad del joven. Ni si quiera se fijó en que era un puto tiburón fuera del agua, aunque ya se había supuesto que se trataba de un gyojin por culpa de la aleta que vio anteriormente. No podía quitar los ojos del soldador. Se acercó un poquito. Lentamente. Luego otro poquito. — Oye, eso é mío. — Señaló en dirección del objeto, mintiendo claramente. Ahora sí que le miró a los ojos. Unos ojos negros de tiburón que le provocaron un escalofrío en su columna. Quizás de haberse dado cuenta antes de que era un jodido tiburón no le hubiera dicho nada. Pero ahora ya era demasiado tarde, solo quedaba demostrar el tamaño de sus huevos para que aquel tipo no se atreviera a enfrentarse a ella. — Ya me lo tas dando si no quiere que llame a mis primo. — La mayor trola que se había tirado en su vida. Se cruzó de brazos, le miró con desdén y se mordió ligeramente la lengua. Desde fuera parecía como si estuviera mascando chicle con las muelas. Un tic que tenía.
#2
Octojin
El terror blanco
Los ojos del gran gyojin no se creían lo que eran capaz de ver. Acostumbrados a la oscuridad del mar, aquella panorámica que recibían, era cuanto menos sorprendente. El atardecer en Gray Terminal era un espectáculo que, en su propia decadencia, resultaba fascinante. Las montañas de basura, chatarra y objetos desechados por los más ricos se alzaban en el horizonte como monumentos a la sociedad que los había arrojado allí. El cielo, teñido de tonos naranjas y rojos se reflejaba en los fragmentos de vidrio roto y en los charcos de aceite usado que salpicaban el terreno. El habitante del mar se sentía un poco desubicado en medio de todo aquello, pero había algo en ese lugar que resonaba con él. Quizás era el caos, la sensación de que todo en este lugar había sido desechado, olvidado, tal como él había sido muchas veces.

El tiburón, sentado sobre una pila de maderas destartaladas, dejó que el sonido del viento y el tenue crujido de los escombros lo envolvieran. El mar, su hogar, estaba cerca, y podía sentir el salitre en el aire, lo cual era un consuelo. A pesar de todo, no podía evitar preguntarse qué hacía allí, tan lejos de su elemento. El agua le llamaba, como siempre lo hacía, pero ese día, estaba más que decidido a observar el atardecer y dejar que su mente vagara. Esperaba que el mar no sintiese celos, pero el gyojin estaba seguro de que pocas cosas podían ser más bonitas que una mezcla de ambas. Flotar sobre el mar con aquellas vistas sin duda, incrementaría aún más la belleza del paisaje.

De repente, el sonido de una voz interrumpió su calma. Era una voz aguda, algo repelente en una primera sensación, y cuando giró la cabeza hacia la fuente de la interrupción, vio a una humana acercándose con una expresión de desdén en su rostro. Sus ojos negros se estrecharon ligeramente mientras la examinaba de arriba abajo. Era delgada, con el cabello dorado y largo, y vestía con ropa que parecía hecha para alguien más grande, dándole un aspecto despreocupado. No era la primera vez que una humana le dirigía la palabra, pero esta tenía una actitud que le irritaba de inmediato.

"¿Eso es mío?" dijo ella, señalando algo a sus pies. Octojin siguió la dirección de su dedo y vio un soldador, evidentemente no le perteneciente a ella, a juzgar por el tono de su voz y la mentira descarada que acababa de soltar.

La miró de nuevo, fijándose en los piercings en sus orejas y en la forma en la que mascaba algo, como si fuera chicle, un acto que claramente estaba relacionado con ese extraño acento que tenía. Sus palabras, sin embargo, fueron las que realmente le molestaron. "Ya me lo tas dando si no quiere que llame a mis primo", soltó con una confianza que parecía fuera de lugar en una situación como esa.

El gyojin tiburón se quedó en silencio durante unos segundos, dejando que sus palabras se asentaran en el aire. Por lo general, no tenía ningún interés en pelear con los humanos. Su tamaño y naturaleza intimidante solían ser suficientes para evitar conflictos innecesarios. Pero la arrogancia de la chica le había tocado un nervio. No era tanto el hecho de que mintiera, sino la manera en que lo hacía, como si realmente creyera que podía intimidarlo.

—¿Tus primos, eh? —dijo Octojin con una voz sumamente grave, dejando que un atisbo de burla se colara en su tono. —Quizás deberías llamarlos. O mejor, ¿por qué no lo coges tú misma, ya que dices que es tuyo?

Mientras hablaba, se levantó lentamente, dejando ver su gran figura de algo más de cuatro metros que se imponía sobre la de la chica, que pese a tener una altura superior a la media humana, se quedaba en algo menos de la mitad. Aunque no tenía intención de pelear, quería dejar claro que no era alguien a quien se pudiera intimidar tan fácilmente. Su rostro reflejaba el malestar que sentía, y su expresión se volvió más agresiva de lo que había pretendido inicialmente. Sabía que su sola presencia podía ser aterradora, y no tenía problema en usar eso a su favor.

—Estúpidos humanos...—se limitó a susurrar, aunque quizá en un volumen más alto del necesario.

A pesar de su tamaño y el evidente malestar que sentía por la situación, Octojin no movió un solo músculo hacia ella. Simplemente la miró, cruzándose de brazos y esperando su reacción, dejando que el silencio se volviera incómodo.

Por un momento, se preguntó qué demonios hacía allí, en aquella situación, lidiando con una humana en un lugar tan miserable como Gray Terminal. Había llegado a la isla buscando algo de paz, un momento de tranquilidad para reflexionar tras su largo viaje por el mar. Pero, como siempre, parecía que la calma nunca duraba mucho en su vida. La gente, sobre todo los humanos, siempre encontraban la manera de interrumpir su paz. Y ahora, aquella joven, con su actitud prepotente y sus mentiras descaradas, había conseguido hacerlo.

No quería pelear. Se había prometido a sí mismo que dejaría de recurrir a la violencia a menos que fuera absolutamente necesario. Pero la tensión en el ambiente era palpable, y podía sentir cómo su cuerpo respondía a la amenaza percibida, a pesar de sus intentos de mantenerse tranquilo. Había algo en aquellos inútiles humanos que le provocaba una especie de ardor en el estómago. Era ver a uno y saber qué de algún modo u otro, la cosa acabaría mal.

—Así que... ¿qué vas a hacer? —preguntó finalmente, manteniendo los brazos cruzados sobre su pecho y observando con cuidado cada uno de los movimientos de la chica. No tenía ganas de lidiar con problemas innecesarios, pero tampoco iba a dejar que una humana cualquiera lo desafiara sin responder.

El viento sopló, trayendo consigo el aroma del mar, recordándole que, sin importar lo que ocurriera en la superficie, siempre tendría el océano para retirarse. Pero en ese momento, estaba anclado en esa montaña de chatarra, con una humana que claramente no tenía ni idea de con quién estaba tratando.

En lo profundo, Octojin sólo quería que aquella situación terminara. La humanidad, con sus complicaciones, sus mentiras y sus actitudes arrogantes, siempre le causaba este tipo de problemas. Sin embargo, él también estaba intrigado en parte. ¿Qué haría esa joven? ¿Se echaría atrás o seguiría adelante con su absurda amenaza de llamar a sus "primos"? Igual aquello de los primos sí que era cierto y aparecían veinte humanos más y entonces, sí que se volvería un problema real.

La única certeza en su mente era que, pasara lo que pasara, no dejaría que nadie lo intimidara, mucho menos una humana que ni siquiera conocía el valor del respeto en una simple conversación.
#3
Airgid Vanaidiam
Metalhead
En la vida había que enseñar los cojones de vez en cuando. Airgid había aprendido eso gracias a la vida callejera que se había visto obligada a llevar. Quería ese soplete, ¿verdad? Pues no podía ir pidiéndolo por favor y con una actitud que demostrara el más pequeño signo de debilidad, o la otra persona podría aprovecharse de ello y tomarla por una mindundi. En cambio, si desde el principio mostrabas que no le tenías miedo a nadie, si adoptabas el papel de puta loca que no temía meterse en una pelea con quién fuera, entonces quizás la otra persona se acojonaba y se echaba para atrás. Con la amenaza lanzada, solo quedaba esperar, cruzada de brazos en una postura confiada a que no cayera en saco roto. A que sirviera de algo.

Airgid no se había percatado del enorme tamaño que tenía aquel gyojin hasta que se puso en pie a medida que le respondía. Frunció un poco los labios, algo nerviosa, arrepintiéndose un poco de haber usado un tono tan agresivo ya de primeras... si tan solo se hubiera fijado un poco mejor... no, qué coño, seguro que por muy bien que le hubiera hablado no le habría hecho ningún caso. Y no era momento como para arrepentirse de nada ni echarse para atrás, una vez se escogía ese camino tenía qu ellevarlo hasta el final, o estarías mostrando debilidad. Le había retado a que fuera ella misma la que se acercase a tomar el soldador que se encontraba al lado de su pie. Airgid no respondió aún, se limitó a observarle, de hecho le miró muy fijamente directamente al interior de sus negros ojos. Daban un poco de cague, pero se produjo sin querer una especie de... duelo de miradas. Y no podía permitirse perder, apartar la mirada hacia otro lado. Ni cuando insultó a su raza en un susurro no lo suficientemente bajo.

Observándole bien, Airgid entendió que meterse en una pelea con aquel tiburón sería casi un suicidio. A ver, la joven sabía buscarse bien las habichuelas, seguramente saldría herida pero alguna salida encontraría, siempre lo acababa haciendo. Pero quizás no quería tener que pasar por ello, quizás no quería más moratones en su cuerpo, ni acabar completamente agotada, y mucho menos quería un mordisco de tiburón. Él tampoco parecía tener intenciones de pelea... sino lo habría hecho ya, pero sí que estaba claro que se defendería en caso de sentirse lo suficientemente insultado. Joder, que complicado era todo cuando el ego se encontraba en medio. Siempre el maldito ego. Airgid había encontrado en él una forma de defenderse a sí misma, una coraza con la que protegerse del mundo. Pero era muy cansino tener que estar siempre a la defensiva por el estilo de vida que llevaba, ella no era así.

El tiburón volvió a preguntarle sobre cuales iban a ser sus intenciones, sobre qué iba a hacer. Obviamente no tenía primos, tenía unos colegas que eran casi como familia, pero no estaban a su alcance como para llamarles a chillidos. Así que solo estaban ellos dos, y un precioso soldador en medio. La rubia puso los ojos en blanco durante un segundo, cansada de hacer el teatro de chica dura. — ¿Sabe qué? No voy a llamá a nadie, puedo pillar el soldador yo solica. No me dá ningún miedo, gyojin. — Y sin más, sin querer alargar más ese momento de tensión y silencio incómodos, se acercó a él. Sabía que estaba poniéndose en desventaja al perder la distancia, sabía que tendría que afilar sus sentidos en caso de que aquel gyojin tratase de aprovechar el momento para atacarla. No le importaba. Tenía muchos cojones, sí, o muchos ovarios, mejor dicho. Se acercó lo suficiente como para agacharse al lado del pie del tiburón y alcanzar el soldador, deseando internamente que no le diese una patada en toda la cara.
#4
Octojin
El terror blanco
Octojin mantenía la mirada fija en la humana, notando cómo ella hacía lo mismo. Se sorprendió un poco de que aquella chica mantuviera el contacto visual durante tanto tiempo. ¿Qué intentaba? ¿Sería alguna especie de apuesta interna? ¿O acaso se había quedado completamente pasmada por el miedo? Aunque su expresión no lo mostraba del todo, su tamaño y presencia solían causar esa reacción en la mayoría de los humanos. Pero ella… no apartaba la vista. Durante un instante, estuvo a punto de acercarse para ver si estaba bien, pero pronto esas ideas se fueron de su cabeza. Al fin y al cabo, aquella humana no era su amiga, y parecía estar lejos de serlo. A pesar de que el tiburón no lo admitiera, aquella determinación, aunque algo estúpida, despertaba su curiosidad.

Mientras los segundos pasaban, cada vez más lentos a su percepción, el habitante del mar decidió probar algo. Sus labios se curvaron en una tímida y ligera sonrisa, casi imperceptible, mientras observaba su temeraria cercanía.

La tensión se mantuvo por unos segundos más, pero la humana los tenía bien puestos y no parecía mostrar ni la mínima pista de dar marcha atrás. En lugar de eso, volteó los ojos como si estuviera cansada del teatro que ambos estaban protagonizando. Con el extraño acento que la caracterizaba, dijo que se bastaba ella sola para coger aquél soldador, algo que sin duda hizo que el interés del gyojin aumentase. ¿Se iba a enfrentar a él? ¿Ella sola?

Octojin observó en silencio mientras ella se acercaba, agachándose a su lado para recoger el soldador que estaba a sus pies. La confianza de la humana le resultaba casi cómica. La forma en que actuaba, desafiando su tamaño y fuerza, era algo que no veía todos los días. Mientras estaba agachada, una nueva sonrisa invadió su rostro, y él también se agachó, aunque lo hizo lentamente, de manera que no quería asustarla demasiado.

—¿Acaso no conoces el peligro? —susurró en un tono bajo, pero claro, para que solo ella pudiera oírlo, aunque ciertamente parecía estar solo ella allí. —Podría acabar contigo en un solo golpe, estúpida humana.

Al ver que finalmente se hacía con el objeto que tanto deseaba, el tiburón simplemente se giró, dándole la espalda, como si el asunto ya no le interesara. Se sentó de nuevo en la pila de madera, dirigiendo su mirada hacia el horizonte y las vistas que para él resultaban increíbles, y probablemente para cualquier otro no.

—¿Puedes irte y dejarme solo? —dijo con un tono monótono, sin siquiera mirarla—. Ya tienes lo que querías, ¿ves que al final no ha sido tan complicado? Aunque he de decirte algo... No hay ni un atisbo de valentía en la temeridad.

Y es que, el tiburón no era capaz de entender por qué la humana había actuado así. A decir verdad, no entendía nada a esos humanos. Le parecían tan estúpidos que no merecía la pena ni estudiarlos. Cada cosa que hacían tenía menos sentido que la anterior, y en su caso, aquella humana había puesto en riesgo su vida por... ¿Un trozo de chatarra? Ni siquiera estaba seguro de que aquél trozo de metal que la mujer decía que era un soldador funcionase. ¿Tan desesperada estaba? ¿O quizá es que simplemente no tenía ni una neurona?

La brisa marina acariciaba su rostro mientras contemplaba las montañas de chatarra, que para cualquiera podrían parecer un paisaje caótico y sucio, pero para el tiburón no eran sino un recordatorio de la complejidad del mundo en el que vivían. Los colores del cielo se reflejaban sobre el metal oxidado, creando un espectáculo de luces y sombras que le resultaba relajante, incluso hacían que sufriese un ensimismamiento total.

Aunque la humana seguía allí, probablemente aún sorprendida por su reacción, el escualo decidió ignorarla. No tenía interés en peleas ni en demostraciones de fuerza inútiles. Estaba demasiado tranquilo, disfrutando de aquel momento de quietud en un lugar tan caótico como era Gray Terminal.

Mientras se mantenía en esa posición, con la espalda hacia ella, no pudo evitar pensar en lo absurdo que había sido todo aquello. La humana había sido valiente, o más bien estúpida al acercarse tanto. Cualquiera en su sano juicio habría retrocedido, pero esta chica había optado por seguir adelante. Eso le recordaba un poco a sí mismo cuando era más joven, lleno de esa necesidad de demostrar algo, de enfrentarse al mundo con la fuerza y la actitud, aunque no siempre con la inteligencia. ¿Sería aquél un defecto generalizado en el mundo? Analizándolo bien, no tenía pinta de pertenecer a una sola raza.

Pero al final, ¿qué importancia tenía? Para Octojin, la verdadera batalla estaba en el mar, no en tierra firme, no en esos intercambios tontos con los humanos en los cuales pretendían salir victoriosos. Cada día lo tenía más claro, odiaba a los humanos y sus actos. ¿Acaso no había esperanza para él ni sus pensamientos?
#5
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Cansada de tanta tensión y de aquel estúpido reto de miradas, Airgid decidió ser lo suficientemente valiente o estúpida para acercarse al gyojin. Valentía y estupidez eran conceptos que muchas veces se entremezclaban, la línea que separaba a una cosa de la otra era en ocasiones tan fina como un hilo de costura. Era algo que a ella le ocurría muchas veces y que también vivía casi día a día en su entorno. Sintió algo de incertidumbre pues no sabía cómo podría reaccionar aquel tiburón, sobre todo porque se había mostrado igual de hostil que ella desde el primer momento, no había achantado ni un poquitín. Era curioso, la joven se había medio acostumbrado a que por el hecho de ser una chica, muchas veces los chicos pasasen por alto sus ofensas o sus actitudes faltonas. Quizás porque no la tomaban demasiado en serio al ser mujer, o quizás era porque veían mal enfrentarse a una. Por el motivo que fuera, muchas veces Airgid se salía con la suya sin demasiados problemas. Pero aquel tío parecía verdaderamente dispuesto a enfrascarse con ella en una pelea, así, de primeras. Resultaba no solo curioso, sino también un poco chocante. Y nuevo.

Fue capaz, por suerte, de tomar el soldador del suelo. Estuvo a un momento de erguirse de nuevo, no habría tardado más de un segundo en hacerlo, pero notó cómo el gyojin se agachaba junto a ella y eso la paralizó al instante. No fue capaz de levantar la cabeza para mirarle al ojos mientras escuchaba la profunda voz del tiburón lanzándole esa pregunta, seguida de una clara y directa amenaza. Notó un escalofrío por todo su cuerpo ante su susurro, se le puso la piel de gallina y sintió como si su grave voz la atravesara por dentro. Una reacción natural que no pudo controlar, involuntaria, como si su instinto le dijera que tuviera mucho cuidado con lo que hacía a continuación. Aún así, trató de aparentar tranquilidad y confianza en ella misma, dibujando una sonrisa que parecía más nerviosa que otra cosa. Su ego no tardó en aparecer. ¿Un solo golpe? Aquel tiburón debería estar delirando. Aunque no se atrevió a decirle nada en voz alta en ese momento.

Tampoco es que le hubiera dado tiempo, pues entre que trataba de procesar lo que acababa de vivir, rápidamente el gyojin se levantó de nuevo, se giró y se sentó de nuevo en la pila de madera donde le había encontrado hace un momento. Solo que esta vez estaba de espaldas a ella. Sin mirarle a la cara. Como si fuera tan poco importante que hubiera decidido simplemente ignorarla. ¿Cómo se atrevía a pasar de ella de esa forma? Encima va y le pide que le deje solo, no sin antes soltar una perlita de conocimiento que nadie le había pedido. Ya está, se estaba empezando a cabrear.

¿Solo? Ni de broma. La rubia se levantó, se guardó el soldador en el cinturón de herramientas y luego volvió a colocarse delante de él con rapidez, rodeando la pila de madera. — ¿Irme? ¡JÁ! ¿Cómo ere tan arrogante? — Y lo decía ella... — Que sepa, tiburón con aire de filósofo, que tú también ha sio mu' absurdamente temerario. O sea, podría aplicarte el cuento un poquito, ¿no cree? Predicá con el ejemplo, o como lo quiera desí. — Se cruzó de brazos, apoyando el peso sobre la pierna derecha, adoptando una pose ligeramente desafiante aunque también desenfadada. — Por sierto, tengo nombre, eh, no me llamo "humana", y mucho meno "estúpida". Soy Airgid. — Se mordió la lengua un momento, mientras le observaba de arriba abajo. Nunca antes había hablado con un gyojin... por Isla Kilombo alguna vez había visto a alguno que pasaba por allí, sobre todo por la zona del puerto. Pero era la primera vez que conocía a uno en persona. — ¿Y tú? ¿Y que hase tan lejo de casa? ¿Has visto guante o algo por aquí? Pal soldador. — La gran energía de Airgid le hacía cambiar de un tema a otro con asombrosa facilidad. Lo cual podía atosigar un poco a las personas que acababa de conocer, pero por otro lado, siempre tenía tema de conversación. Y el tiburón le generaba curiosidad. Porque había demostrado ser más racional de lo que había pensado en un primer momento. Y a la vez era distante, lo cual solo le daban ganas de acercarse más, conocerle mejor.

Aunque había descartado, de momento, la idea de tener que enfrentarse a él, no olvidaba que aún tenía la pistola dentro del pantalón. El momento de tensión máxima había pasado, Airgid se encontraba más relajada, más confiada. También era una chica a la que rápidamente se le olvidaba todo, pasando de una emoción a otra con bastante facilidad. Quizás había sido demasiado dura desde el principio, no sería la primera vez que le pasaba. Pero aún no pediría perdón, no hasta que no le conociera un poco más, a pesar de que en el fondo sentía haberse comportado de forma tan estúpida. Y mientras todo eso pasaba, la amenaza de la noche, cada vez más próxima, se hacía poco a poco más evidente. La noche en sí no era un problema, no es que se sintiera menos segura, pero en Gray Terminal no había luz en la noche, no había farolas. La única iluminación que aparecía en aquel vertedero era de las fogatas que los mismos habitantes de la zona hacían para calentarse. Eso sí le generaba cierta incertidumbre.
#6
Octojin
El terror blanco
Octojin, tras haber vuelto a sentarse con las vistas de Gray Terminal extendiéndose ante él, había decidido que aquel encontronazo con la humana ya había terminado y formaba ya parte del pasado. Había dicho lo que tenía que decir, y lo más importante, le había permitido coger el soplete sin hacerle daño, algo que aún estaba preguntándose por qué había hecho. En su mente, eso ya era suficiente, no había más que discutir. Sin embargo, algo en su interior seguía manteniendo una ligera incomodidad, una sensación de que esa humana no se iba a marchar tan fácilmente. Intentó ignorarla y concentrarse en el paisaje, ese océano de chatarra que, de algún modo, tenía una extraña belleza para él.

Justo cuando empezaba a dejar atrás el mal momento, la escuchó moverse. No sólo eso, notó cómo se plantaba de nuevo frente a él, perturbando su momento de tranquilidad. El semblante tranquilo de Octojin se desvaneció de inmediato, transformándose en una expresión seria, casi de mal humor. La miró con esa mezcla de desdén y curiosidad que no podía evitar sentir hacia los humanos. ¿Qué hacía que esa estúpida humana fuese tan insistente y, sobre todo, tan descarada? Se sentía como una mosca molesta, zumbando alrededor de su cabeza, incapaz de quedarse quieta o de irse cuando ya no tenía nada más que decir.

Mientras ella hablaba, lanzando preguntas y comentarios con la misma velocidad con la que un pez saltaba en el mar, Octojin la observaba, tratando de entender su motivación. Cada frase parecía más absurda que la anterior. Se cruzó de brazos mientras ella se mantenía delante de él con esa actitud arrogante. Él había vivido muchas cosas en el mar, había conocido todo tipo de personas, pero Airgid la estúpida era un enigma. No entendía cómo alguien podía ser tan atrevida, tan desvergonzado al hablarle así a un gyojin, y, a la vez, mantener tanta energía desbordante como si nada la pudiera detener.

La miraba fijamente mientras ella se quejaba de su actitud, llamándolo tiburón con aire de filósofo. ¿Qué diablos le pasaba? ¿Era realmente tan estúpida como aparentaba o había algo más? Entonces, se le ocurrió algo. Quizá no era cuestión de enfrentarse a ella o de simplemente ignorarla. Quizá debería darle una oportunidad y tratar de entenderla. Si podía averiguar por qué alguien actuaba así, quizá también podría descubrir algo nuevo sobre los humanos. Y aunque eso le generaba incomodidad, también le daba un pequeño toque de curiosidad. Aunque algo en su interior le decía que aquella humana era un sujeto tan peculiar que era única. Y un experimento sobre un individuo tan único… Seguramente no fuera de fiar. Pero bueno, aquello lo sabría un científico, no Octojin.

"Airgid la estúpida", pensó, mientras ella se presentaba y le exigía que la llamara por su nombre. El tiburón nunca había conocido a alguien que tuviera tantas preguntas y que fuera tan inquieto. Normalmente, los humanos le mostraban un respeto temeroso o lo evitaban por completo, pero ella... ella era diferente. No podía negarlo. Ya tenía lo que quería, sin un simple rasguño, y seguía erre que erre con sus preguntas y su acento macabro. ¿Pero de dónde diablos era?

Airgid, ¿eh? — dijo finalmente, con su voz más calmada pero con un tono que dejaba claro que no estaba impresionado por ella, sino más bien cansado de sus preguntas— Bueno, mi nombre es Octojin. Aunque si sigues comportándote así, no tengo problemas en seguir llamándote Airgid la estúpida— El tiburón dejó escapar un suspiro y su mirada se suavizó un poco. Quizá no le convenía continuar con la hostilidad. —. Y no, no he visto guantes por aquí, pero no creo que necesites más herramientas. Ya tienes lo que viniste a buscar. Además, entre tanto trasto es difícil encontrar algo concreto.

El gyojin la miró por unos segundos más, evaluando sus siguientes palabras. No entendía por qué seguía allí. Había conseguido lo que quería, ¿entonces por qué no se iba? ¿Qué tenía que demostrar con todo eso? La insistencia de Airgid, aunque molesta, le hacía pensar en algo más profundo. Quizá era como él, en cierto sentido. Alguien que luchaba por sobrevivir, alguien que había aprendido que el mundo era un lugar peligroso y que solo los más fuertes o los más astutos podían seguir adelante. Solo que quizá para ella los que siguieran adelante eran los caraduras. O los preguntones. Aquel sentimiento algo que Octojin conocía muy bien, aunque el mensaje en sí fuera otro.

El escualo había aprendido esas lecciones en las calles de su hogar, luchando por cada pedazo de comida, sobreviviendo en un entorno donde los más débiles eran aplastados sin piedad. Quizá a la rubia le pasara lo mismo. La calle te enseñaba a sobrevivir. Por las buenas o por las malas.

Mira, Airgid... — comenzó, con una voz más seria ahora —No sé cuál es tu problema, o por qué sientes la necesidad de desafiarme. Podría haberte aplastado si quisiera, pero no lo hice. Ahora, lo más sensato sería que te largues y sigas con tu vida. Esta no es tu pelea, ni la mía. No es tu lugar. — De alguna manera, Octojin estaba empezando a ver un reflejo de sí mismo en ella. La terquedad, la determinación de no mostrar debilidad, incluso frente a alguien claramente más fuerte. Había algo admirable en esa actitud, pero al mismo tiempo, era increíblemente molesta.

Airgid, sin embargo, no parecía dispuesta a rendirse tan fácilmente. Seguía plantada frente a él, preguntándole por qué estaba tan lejos de su hogar. Qué humana más molesta, la virgen. Pero pese a esa molestia, al mismo tiempo se encontraba respondiendo a su pregunta. Quizás había algo más detrás de tanta arrogancia.

Estoy aquí porque el mar me trajo hasta este lugar. No necesito razones para estar en ninguna parte. Donde el océano me lleva, allí voy. — Mientras lo decía, su tono se suavizó un poco. Quizá, después de todo, esta humana solo estaba buscando algo que él también buscaba: comprensión. Pero eso no quitaba que su forma de hacerlo fuera descarada y molesta.

Finalmente, decidió hacer algo que nunca hacía con los humanos. Le daría una oportunidad. No es que fuera a confiar en ella de inmediato, pero al menos, intentaría entenderla. Quizá había algo más que valía la pena descubrir.

Bien, Airgid... — dijo, mientras la miraba fijamente a los ojos — No suelo perder mi tiempo con humanos. Quiero entender qué te mueve. Qué hace que seas tan atrevida, tan estúpida, y, a la vez, tan... persistente.
#7
Airgid Vanaidiam
Metalhead
La mirada del tiburón se mantuvo fija en ella mientras no solo le recriminaba su actitud y la forma en la que la había llamado, si no que también le preguntaba por su vida y lo más importante, por si había visto guantes con los que poder usar el soldador. Unos que fueran gruesos e incómodos, el mejor tipo de guante de trabajo. La verdad es que su mirada y su cruce de brazos no eran para menos, cualquiera que no conociera a la rubia pensaría que estaba majara de la cabeza, saltando de un tema a otro con tanta soltura. Le insultaba y a los tres segundos le preguntaba con curiosidad que qué es lo que venía a hacer a aquella isla, tan lejos de su hogar como gyojin. Como si las ofensas anteriores no hubieran sido en serio.

A pesar de que en un principio, el tiburón no había mostrado muchas ganas de entablar conversación con ella, acabó respondiéndole y presentándose como Octojin. Bien, un acercamiento más o menos amistoso. Sin embargo, no pudo quedarse ahí, sin más, tuvo que ponerle la guinda al pastel y llamarla "Airgid la estúpida". ¿Perdona? ¿Pero de qué iba? La respuesta de la rubia fue sencilla pero clara, le sacó la lengua y bufó un poco, haciéndola vibrar sobre su labio inferior, en un gesto de burla infantil y algo adorable. Airgid ya no era ninguna cría, tenía prácticamente cumplidos los dieciséis años, sin embargo, a veces lo parecía debido a comportamientos como esos: meterse en peleas por tonterías y contra quién no debía, hacer gestos tontos, hablar de más... aunque físicamente ya era casi toda una mujer. Casi.

Negó haber visto guantes por ahí. Pues vaya por dios. Pero no había dicho ninguna mentira, la verdad es que la rubia tenía herramientas de sobra en el cinturón, y más que tenía en casa guardadas. Incluso contaba ya con unos guantes, pero nunca estaba de más tener un par de recambio... bueno, al menos lo había intentado. — ¡Nunca son suficiente! — Dijo alzando el puño, con un ímpetu repentino y una gran sonrisa, disfrutando con aquella bromita. Aunque puede que él no entendiera que no iba en serio, así que decidió enderezarse para especificarlo ella misma. — E' broma. Puede que tenga rasón, la avaricia rompe el saco, ¿no? O eso dicen. — La verdad es que si Airgid fuera avariciosa de verdad no buscaría seguir viviendo en una cabaña rudimentaria perdida en el bosque.

Fue Octojin el que volvió a arrancar a hablar, adoptando ahora un tono un poco más serio que el anterior. La rubia se limitó a escucharle con curiosidad cuando la llamó por su nombre. El tiburón no tardó en dejarle claro que no quería su compañía, que no entendía a aquella chica en absoluto y que era mejor que se fuera. Que aquel no era su lugar, dijo. La mujer adoptó una postura un poco más defensiva, cruzándose de brazos. No iba a quedarse callada. — ¿Tó los gyojins sois así de bordes? ¿Dices que este no e mi lugar? Nene, creo que tas confundío, es justamente al revé. Este no es tu lugá. — No lo dijo intentando ofenderle, sino con una medio sonrisa, haciendo evidente lo irónico que resultaba que un gyojin le dijera que ahí no estaba su sitio. — Por si no lo has pillao, eso era una broma también. — Dijo con gracia, guiñándole un ojo. Parecía un tío tan serio, Airgid no tenía claro si siquiera aquel tipo conocía lo que era el sarcasmo.

Su respuesta acerca de el por qué abandonar el mar para visitar aquel asqueroso vertedero le hizo sonreír un poco más. Parecía alguien curioso. O... perdido. Resultaba irónico, sentirse así cuando tenías todo el océano a tu disposición. Airgid deseaba algún día poder tener tanta libertad como ir de aquí para allá sin rumbo alguno. — Has estao de suerte, creo que has venío a parar al sitio más asqueroso de todo el East Blue. — La verdad es que era increíble que hubiera un basurero tan enorme dentro de una isla. ¿Cuánto ensuciaba la población de Dawn? ¿Es que no les importaba dar una visión tan deleznable de cara a los demás? Daba un poco de pena lo olvidada que estaba esa zona, como si los ciudadanos simplemente prefirieran hacer caso omiso de que el Gray Terminal existía. Y de la gente que allí vivía también.

Al menos aquella pequeña conversación parecía que iba abriendo un poco a Octojin, cada vez más dispuesto a no solo hablar con ella, si no también preguntarle acerca de su vida. La joven, con toda la confianza del mundo, se acercó y se sentó a su lado, sobre la pila de madera. Una sonrisa bonita y blanca relucía en su rostro, como si acaba de apuntarse una victoria personal. — ¡El conocimiento, por supuesto! — Respondió casi con un grito, claramente emocionada. — Como dicen en mi pueblo, con la vergüenza, ni se come ni se almuerza. Y eso significa que tampoco aprendes un carajo de ná. — Comenzó a explicar con bastante desparpajo, gesticulando con las manos y sin borrar la sonrisa. — Vine aquí pa' vé si alguien me cogía como aprendiza o algo, soy medio científica, ¿sabe? O sea, estoy en camiino de serlo. Invento mis propias mierdas y a vé, si no soy atrevía o persistente de por sí, fijo que nadie quiere enseñarme. Y gracias a ser así he conocío a mucha gente matemática en mi vía. — "Matemático" era una expresión que utilizaba cuando algo le parecía la hostia de chulo o de increíble. Le guiñó el ojo de nuevo, era un gesto que solía hacer a menudo cuando sentía complicidad con alguien, y por el motivo que fuera, así es como se sintió en ese momento con él. — ¿Sabe una cosa? Nunca había hablao con un gyojin ante. ¿Y tú qué? ¿Cómo te ganas la vía? Tas fuerte. ¿Cuánto peso levantas? — De nuevo, ese aluvión de preguntas.
#8
Octojin
El terror blanco
El tiburón resopló a la par que negaba con la cabeza. Aquella situación le estaba descolocando bastante. Por un momento pensó en huir y alejarse de allí. Volver a su ansiado mar, nadar, bucear y perderse entre las cristalinas aguas de la costa, para así despejar la mente de aquella extraña sensación que le rondaba estando cerca de la humana. Pero no lo hizo, decidió aguantar allí y ver qué le deparaba aquella situación. Al menos por el momento.

Octojin no pudo evitar sentirse abrumado por la insistencia de la humana. A pesar de su gran tamaño y su naturaleza imponente, había algo en la actitud de Airgid que lo descolocaba. Su energía y gestos infantiles eran completamente ajenos a su experiencia; nunca había visto a alguien comportarse así, tan despreocupada y llena de vida. Era una mezcla entre curiosidad y desconcierto. Un cóctel nuevo para el gyojin.

Cuando Airgid levantó el puño, acompañando su broma con una gran sonrisa, Octojin se quedó mirándola, sin saber cómo reaccionar. Nunca había sido amigo del humor, y francamente, no entendía del todo lo que la humana trataba de transmitir. El sarcasmo y las bromas eran cosas que no estaban en su naturaleza. Cuando ella explicó que era solo una broma, el tiburón simplemente parpadeó, algo incómodo. No le veía sentido. ¿Por qué? ¿Cuál era el fin de hacer aquello? La naturaleza humana cada vez creaba más incertidumbre en el escualo.

Luego, los gritos repentinos de Airgid lo hicieron fruncir el ceño. Su voz resonaba en el ambiente con una energía que le resultaba extraña, nuevamente incómoda. ¿Por qué gritaba tanto? La voz de la humana parecía como un cañonazo en su cabeza, algo fuera de lugar. No era lo que él esperaba de alguien que le había insultado y luego había comenzado a hacer preguntas como si fueran viejos conocidos. Tampoco sabía si aquél comportamiento era del todo común en los humanos, pero esperaba que no fuese así. De serlo, sería un completo caos mantener una simple conversación con uno de ellos. Primero te darían los buenos días, para después meterse con tu aspecto, y finalmente te preguntarían por tu mascota. Los humanos no tenían sentido.

Pero a medida que Airgid continuaba hablando, cada vez más emocionada y gesticulando como si cada palabra fuera una aventura por sí misma, el habitante del mar sintió algo inesperado. Una especie de ternura comenzó a crecer dentro de él. ¿Era posible que aquella humana estuviera tan sola como él? Su insistencia, su energía desenfrenada… tal vez estaba buscando algo más que una simple conversación.

Cuando Airgid se sentó a su lado, Octojin esbozó una sonrisa, algo que raramente hacía. No entendía por qué, pero había algo en ella que le provocaba esa reacción. Tal vez era su tenacidad, su persistencia, o tal vez simplemente el hecho de que no parecía tener miedo de él, algo que la mayoría de los humanos sí tenían.

—¿Por qué eres tan intensa? —resopló Octojin, intentando encontrar las palabras mientras se frotaba la nuca, sintiéndose torpe. No era algo que estuviera acostumbrado a decir, pero la situación le resultaba tan extraña que no pudo evitarlo. Lo dijo de una manera casi cómica, aunque sin intención de ser gracioso. Simplemente estaba siendo sincero—. Hay tiempo para hacer preguntas, ¿sabes? No tienes que hacerlas todas a la vez.

Tenía la sensación de que para Airgid aquello era como si todo lo que dijera fuera parte de un juego. Uno en el cual debía desconcertar a su oponente. Desquiciarle con cambios de tema sin aparente sentido, acribillarle a preguntas hasta agotar sus neuronas, y desconcertarle con gritos y gestos por doquier. Un juego que, por lo que fuera, no se le estaba dando muy bien al tiburón.

—Soy carpintero —respondió Octojin, buscando simplificar las cosas—. Me gano la vida cazando maleantes, pero también soy bastante hábil con las construcciones y reparaciones. Y en cuanto a cuánto peso levanto… —hizo una pausa, mirando hacia el horizonte, como si fuera lo más normal del mundo—. Puedo levantar varios cientos de toneladas, nunca he probado cuál es mi límite —se limitó a decir, viéndolo totalmente normal, aunque realmente fuese algo sobrenatural.

Airgid podría sentirse algo impresionada por lo último que dijo, pero para el habitante del mar era lo más normal del mundo. Para él, su fuerza era simplemente parte de su vida diaria, algo que nunca había considerado fuera de lo común, aunque realmente lo era. Quizá se debía a que nunca se había comparado con un humano, o con alguno de los suyos. Él sobresalía en todo lo relaccionado con la fuerza bruta, mientras que otros podían ser mucho más ágiles que él.

—Medio científica, eh —comentó mientras ojeaba de arriba abajo a la humana, algo que podía parecer incluso incómodo desde fuera—. Y dime, ¿qué es lo último que has creado?

Mientras seguía la conversación, Octojin no podía dejar de preguntarse qué estaba haciendo exactamente allí, hablando con una humana tan extraña, tan distinta a cualquiera que hubiera conocido. Y, sin embargo, sentía que quizás, por primera vez en mucho tiempo, estaba compartiendo un momento genuino con alguien, aunque fuera tan diferente a él.
#9
Airgid Vanaidiam
Metalhead
El tiburón resultaba ser un palo difícil de roer, más duro que el acero. Había sido frío, seco, borde e incluso amenazante con la rubia -también es que ella no lo puso nada fácil en un principio...-, pero poco a poco parecía estar ablandándose, abriéndose a ella. Solo una mijita. Airgid le vio sonreír suavemente y eso acentuó aún más la suya propia, como más relajada. Por algún motivo, se lo estaba pasando bien. Era divertido eso de moverse en el filo de la navaja, tentar un poco a la otra persona con tonterías para ver por dónde salía y cómo reaccionaba. Era otra forma de conocer a la gente, y ese leve sentimiento de peligro la emocionaba, el hecho de que en cualquier momento se le pudiera cruzar un cable y comenzar una pelea ahí mismo. Le daba respeto e intriga a la vez. Una masoca si me preguntan. La reacción de Octojin fue tan sincera que a la rubia le resultó imposible guardarse una gran carcajada. Y es que no le faltaba razón alguna, Airgid era en ocasiones increíblemente intensa, preguntando cosas todo el rato, con un ansia por saciar su curiosidad que podía llegar a agotar a cualquiera. — ¡Perdona, perdona! — Saltó rápidamente. — No es mi culpa, es que eres curioso, ¿sabe? — Le pinchó con el dedo índice en el bíceps, un par de veces. Por ningún motivo en especial. — Bajaré un poquito las revolucione, promesita. — Le iba a costar, pero estaba claro que si seguía así el tiburón no podría seguirle el ritmo durante mucho tiempo sin cansarse por el camino. Así que era mejor que se relajara un... veinte porciento, por lo menos.

¿Carpintero? Aquella información la dejó sorprendida, mirándole con aún más curiosidad. También mencionó que se ganaba la vida cazando a criminales, dos trabajos que sabía compaginar lo suficientemente bien, al parecer. Eso también le pareció tremendamente interesante. Era como un forajido, ¿no? Como una de estas historias de un viajero solitario que se tomaba la justicia por su mano. La rubia se acercó un poquito más mientras el tiburón pensaba en cómo darle una respuesta sobre el peso que levantaba. Y se mantuvo callada, con los ojos como platos y los labios ligeramente entreabiertos, esperando una demostración, quizá, quién sabe, llena de expectación. Parpadeó un par de rápidas veces al escuchar la cifra que acababa de dar, y tan tranquilo se quedó después de soltar tremenda barbaridad. — ¿¡CÓMO!? ¡Eso e' imposible, me tomas el pelo, me vacilas en mi cara! — Soltó con toda la naturalidad del mundo. — Eso se lo dirá a los criminale pa acojonarlos, pero a mi no me la cuelas. — Todo lo que decía solía hacerlo dentro de un tono de broma y sarcasmo, era difícil que Airgid se enfadara por algo de forma "real", así que no, a pesar de sus palabras, no estaba enfadada, solo siguiéndole un poco el juego. De verdad pensaba que estaba jugando con ella. Dentro de su mente no cabía la posibilidad de que una persona pudiera levantar tanto, pero... claro, él no era un humano, era un gyojin... puede que sí fuera cierto, que fueran más fuertes por naturaleza que una persona normal. Joder, se le acababa de abrir un mundo nuevo de posibilidades.

¿Lo último? — No se esperó aquella pregunta, pero no tardó en esbozar una sonrisa confiada, con el ceño ligeramente fruncido en un gesto de picardía. — Pue' estoy buscando pieza pa montarme una burra. Una moto, vaya. Quiero que sea tope grande, que sea robusta, que aguante hostias como si fuera un puto camión. — Escenificó ella misma como si estuviera montada encima de una moto, dándole al acelerador y haciendo soniditos de motor. — Pero e' difisi de la hostia, me faltan un huevo de cosa aún... mi sueño sería que pudiera ir por el aire también. ¡Sí, ante de que diga ná, sé que e' casi imposible! Pero hay un tío, no me sale el nombre ahora, ¿o era una tía? El caso es que ha hecho zepelines que vuelan por el cielo, o sea, ¡poderse, como tal, se puede hacer! Solo que no tengo ni idea de cómo coño. — Terminó su escenificación, volviendo a sentarse de forma normal junto a Octojin. — Me molan los carpinteros. — Le soltó sin más, aunque no tardó en especificar un poco, pues así a secas podía sonar un poco raro, como si se le estuviera insinuando incluso. — O sea, que compaginamo bien, digo. También inventais cosas, solo que con madera en lugar de metal. Me gusta. — Sonrió, un poco más leve, menos intensa. Hasta que de repente: — ¿Competimos? A ver cuánto peso levanta cada uno. No es por ser creída, pero... creo que tengo posibilidade de ganarte. — Soltó medio en coña, medio de verdad, guiñándole un ojo.
#10


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