Alguien dijo una vez...
Crocodile
Los sueños son algo que solo las personas con poder pueden hacer realidad.
[Autonarrada] [T1] Por un trozo de papel.
Dharkel
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Durante uno de sus accidentados viajes Dharkel escuchó hablar del Reino Orange, por lo que eligió la gran ciudad como su próximo destino. Había oído maravillas de la urbe y tenía que comprobar por sí mismo si realmente era tan atractiva y animada como decían los rumores, o por el contrario se trataba de una simple estrategia de publicidad para promover el turismo.
 
Se aferró con fuerza a la barandilla de babor, como si su vida dependiese de ello y comenzó a tener pequeños espasmos.
 
- ¡Eh, eh, hacia el mar! – Espetó uno de los experimentados marineros al reconocer los síntomas del espadachín.
 
Asomó la cabeza hacia el mar, sacándola del barco por encima de la barandilla y vomitó. Miró al marinero y con una falsa sonrisa y un gesto de aprobación con la mano le dio a entender que estaba bien. Escupió tratando de quitarse el mal sabor de la boca y cuando finalmente pusieron la rampa para desembarcar, bajó torpemente empujando a varias personas para quitarlas de su camino.
 
Se sentó en el suelo, como si fuese uno más de los barriles o cajas de mercancía que parecían surgir de la nada en el ajetreado puerto y apoyó la espalda sobre uno de los pocos huecos libres que quedaban. Respiró profundamente varias veces y miró hacia el sol, tratando de calmarse. Hacía un buen día y aquel nefasto viaje marítimo no lo estropearía. Por su mente afloró con renovaba intensidad la idea de establecerse en una única isla, una única ciudad, encontrar un trabajo honrado, sacar partido a sus pobres aptitudes como artesano o cronista y tratar de mal vivir de ello. ¿Formar una familia tal vez? No, aquella vida no era para él. Quizás cuando tuviese una edad más avanza. En aquel momento le interesaba ver el mundo y descubrir sus secretos por sí mismo.
 
Deslizó un cigarro entre sus labios y lo encendió con una asombrosa agilidad. Tras darle un par de intensas caladas se incorporó y comenzó a caminar por las callejuelas que desembocaban en el puerto, buscando un lugar donde saciar su hambre y sed. No tardó en encontrar un local llamado “El Canto de la Sirena”. Estaba abarrotado de gente entra las que se encontraban fornidos marineros bronceados por el sol de diferentes razas, comerciantes tratando de cerrar jugosos tratos y lugareños desorientados entre turistas. Lo que más podía llamar la atención en aquel lugar era una hermosa ningyo que cantaba sobre un maltratado escenario con una melodiosa voz, amenizando la velada.
 
Se acercó a la barra y pidió una pinta de cerveza mostrándole una sonrisa de amabilidad que fue devuelta por el camarero. Alzó su cabeza todo lo que pudo y observó con detenimiento la estancia, buscando la ubicación donde se llevaban a cabo los negocios de verdad. En un punto específico de la taberna se aglomeraba más gente de la normal. Cogió su jarra y se encaminó hacia allí. Al llegar se escurrió entre un par de humanos que le sacaban al menos tres cabezas de alto y otras tantas de espalda. Una mesa redonda se mostró ante él, haciendo que sus ojos brillasen como los de un niño pequeño al recibir un regalo. Varios pintorescos, y otros tanto no, personajes estaban sentados alrededor jugando a las cartas y siendo observados por la multitud con gran entusiasmo. En el centro una pila de monedas se alzaba, reluciente, llamando a Dharkel.
 
Le dio un ligero codazo al hombretón que estaba a su derecha y tras un amargo trago trató de alcanzar su oído.
 
- Ese de ahí tiene cartas escondidas en la manga. – Señaló con la mirada y un leve cabeceo hacia uno de los participantes, delatándole.
 
El vigilante giró la cabeza como un sabueso y con paso lento pero firme llegó hasta el individuo. Agarró su brazo y tras comprobar que las afirmaciones del espadachín eran verídicas alzó al hombre de la pechera con violencia y le mostró la salida con bastante brusquedad. Dharkel, que había seguido al supervisor con cautela, aprovechó la situación para sentarse con rapidez en la silla, ocupando tan codiciada vacante.
 
- ¿Cómo están las apuestas? – Se crujió los dedos de la mano y estiró el cuello, preparándose para una contienda basada en el engaño y el juego de manos.
 
Los participantes iban abandonando la mesa uno a uno, siendo sustituidos con una celeridad que no veía desde hacía mucho tiempo. Todos y cada uno de ellos salvo una mujer que sin llegar a estar trajeada del todo hacía que su presencia destacase, siendo especialmente notables las extrañas gafas que cubrían su mirada.
 
- ¡Espera! ¡Todavía me queda algo! – Un gyojin que estaba empezando a ser arrastrado hacia la puerta sacó un desgastado trozo de papel y lo mostró alzándolo.
 
La mujer levantó una mano y los guardias pararon. Con otro gesto les indicó que volviesen a ponerlo en su sitio y aparentemente clavó su mirada en él. Era difícil saberlo.
 
- Es un viejo mapa del tesoro. Supuestamente se encuentra en Isla Kolima. – Puso el papel en el centro de la mesa a modo de apuesta, haciendo que varios observadores diesen medio paso al frente, interesados en la idea de obtener semejante botín para sí mismos. La mujer hizo otro gesto y los vigilantes volvieron a su posición original, dejando al gyojin tranquilo.
 
Dharkel jugó la siguiente con mano con precaución, llegando incluso a retirarse de la ronda. El ambiente empezaba a caldearse. Miradas tensas se cruzaban entre participantes y espectadores, siguiendo con ojos golosos el supuesto mapa. Una vez más, la mujer ganó la mano y la tensión finalmente se rompió.
 
- ¡Has hecho trampas! ¡Es imposible! – Uno de los participantes se levantó, dejando caer la silla al suelo e intentando volcar la mesa.
 
- No eres el primero que lo intenta – dijo la ganadora con altanería. – Está atornillada al suelo. – Hizo nuevamente un gesto con la mano y los guardias comenzaron a moverse.
 
El participante que estaba de pié sacó un enorme cuchillo y se abalanzó, intentando conseguir el mapa y rascar algunas monedas de paso para recuperar las pérdidas. Pero un proyectil se interpuso en su camino, haciendo que cayese muerto sobre la mesa en el acto. La voz de la sirena paró. Todas las voces pararon momentáneamente, intentando averiguar lo que estaba ocurriendo. El olor de la pólvora quemada recorrió la instancia, desencadenando una trifulca entre los presentes. Los más inteligentes huyeron del lugar, despejando el improvisado campo de batalla. El resto se encontraban de pie, con las armas desenfundas e intercambiando acometidas y amenazas, la mayoría de ellas vacías.
 
Dharkel bloqueó con el brazo una botella rota que había salido despedida hacia él. Jamás sabría si a propósito o si simplemente fue un daño colateral. Fijó su mirada en el botín y se lanzó hacia él, dando un par de tajos por la espalda a combatientes desprevenidos y desviando en mayor o menor medida ataques dirigidos hacia él. No podía esperar dar sin recibir. Aquella era una de las reglas más básicas y antiguas de las peleas de taberna y, la culpable de más de una cicatriz en su cuerpo.
 
Cuando estaba a punto de alcanzar su objetivo, un brazo que bien podría haber sido el mástil de un galeón le rodeó por el cuello, permitiéndole respirar a duras penas. Notó un fuerte pinchazo en la tripa y la enigmática mujer puso su rostro a un palmo de la tez del espadachín. Lamió sutilmente un puñal ensangrentado y una diabólica sonrisa se dibujó en su semblante.
 
- Es una pena. Lo estabas haciendo bien – dijo antes de propinarle otra puñalada. – Podríamos haber sido incluso socios en otra situación. – Guiñó un ojo y se acercó un poco más. Desprendía una mezcla de aromas: cítricos, tabaco y pólvora.
 
- A… aun pode… podemo… podemos s… ser… lo – respondió mientras trataba de respirar.
 
La guardia de la ciudad irrumpió en el local, dando porrazos sin ningún tipo de discriminación ni criterio a todo el que se iba cruzando. Su diosa, o quizás algún parroquiano con sentido común que hubiese alertado de la situación, le había vuelto a salvar la vida.
 
- Otra vez será. – Guiñó nuevamente un ojo.
Sus captores y otros tantos luchadores salieron corriendo, huyendo por las ventanas. Aprovechó la ocasión para arrastrarse por el suelo, dejando un reguero de sangre. Agarró el mapa y lo ocultó entre sus calzones. No pasaría mucho tiempo en la cárcel por tan pequeño crimen, especialmente por quitarle de en medio a la ciudad tan considerable chusma. Simplemente se trataba de un turista que se había visto envuelto en una inexplicable y confusa contienda de la que no pudo escapar a tiempo. Esperaba que aquel tesoro valiese el tiempo entre rejas. Un golpe seco en la cabeza hizo que esta rebotase contra el suelo dejándole inconsciente.
#1
Moderadora Perona
Ghost Princess
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#2


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