Percival Höllenstern
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01-10-2024, 12:41 AM
(Última modificación: 01-10-2024, 12:41 AM por Percival Höllenstern.)
El aire espeso y rancio de las cloacas de Grey Terminal llenaba mis pulmones mientras avanzaba en silencio, envuelto en mi manto gris. Mis pasos eran imperceptibles, pero mis sentidos estaban agudizados al máximo. No podía permitirme ni un solo error. Ellos venían por mí.
La traición es un arma de doble filo. Lo sabía mejor que nadie. Desde el momento en que entregué la información a la Armada Revolucionaria, sellé mi destino. Los Hyozan me consideraban uno de los suyos, una herramienta letal y precisa. Ahora, era un traidor.
Había pasado semanas escondido en las cloacas, un refugio tan miserable como un castigo eterno, pero el único lugar donde tendría alguna oportunidad. Los años con los Hyozan me enseñaron que los bajos fondos son traicioneros; el hedor de la basura y la descomposición se mezclaba con el peligro constante. Pero me había vuelto parte de ello. En las sombras, era tan invisible como cualquier otro desecho.
Avancé con cuidado, pegado a los muros, mis dedos rozando la fría piedra para orientarme. Sabía que no estaba solo. La Hyozan habían enviado un equipo tras de mí, pero había uno en particular que me inquietaba: Ragnir. Mi antiguo compañero, alguien que durante años fue mi igual en habilidad. Ahora, me cazaba como a un animal.
Ragnir no era un asesino cualquiera; había sido mi sombra, mi reflejo oscuro. Juntos habíamos dejado cadáveres en nombre de la Hyozan. Sabía cómo pensaba, cómo se movía, y él conocía mis debilidades. Pero lo que me diferenciaba de él era mi deseo de libertad. La Armada Revolucionaria me había ofrecido algo que la banda nunca podría darme.
El agua sucia chapoteaba bajo mis botas, resonando como un eco sordo. No había viento, solo el sonido de mi respiración controlada y el latido constante de mi corazón. Había aprendido a ser paciente, pero también sabía que Ragnir no se apresuraría. Disfrutaba con el juego de la caza, y ahora yo era su presa.
Me detuve en un cruce de túneles, observando el entorno. Las luces tenues de unas pocas antorchas arrojaban sombras grotescas. El hedor era insoportable, pero me había acostumbrado. Aquí abajo, el tiempo no existía, solo la oscuridad y el silencio.
-Me traicionarían algún día, y sería él quien vendría por mí- me dije en voz baja.
Había escuchado rumores de la llegada de Ragnir. Lo reconocería en cualquier parte, incluso entre el ejército de asesinos que los Hyozan habían desplegado. Él no solo compartía mis habilidades, también mi historia. Ambos habíamos sido esclavizados, moldeados para matar. La diferencia era que yo había roto mis cadenas, mientras él las abrazaba con orgullo.
Me arrodillé junto a una tubería rota, observando las gotas caer en un charco estancado. El ritmo era constante, casi hipnótico. Sabía que debía moverme pronto, pero algo me mantenía allí. Una sensación, como si alguien estuviera cerca. Cerré los ojos, concentrándome en los sonidos.
Entonces, lo escuché. Un susurro apenas perceptible. El roce de una bota contra la piedra mojada. No era un sonido que cualquiera pudiera detectar, pero yo lo conocía bien.
Me levanté lentamente, con los músculos tensos. No podía quedarme quieto. No contra él. Necesitaba ser astuto, usar el entorno a mi favor. Conocía estos túneles, pero Ragnir seguía mi rastro. Un rastro que yo mismo había dejado.
Comencé a moverme, tomando un desvío hacia un túnel más estrecho. Sabía que me llevaría a una cámara amplia, un lugar donde podría crear una distracción. Mi mente calculaba cada posibilidad. Los Hyozan no perdonaban, y menos aún lo haría Ragnir.
Cuando llegué a la cámara, observé el entorno. Las paredes estaban cubiertas de musgo y moho, y el suelo era un lodazal traicionero. En el centro, varias tuberías rotas expulsaban vapor, creando una niebla densa. Perfecto.
No podía enfrentar a Ragnir directamente, pero sí jugar con su arrogancia. Siempre había sido su mayor debilidad.
Me escondí tras una de las tuberías, mi respiración apenas un susurro. Y esperé.
No pasó mucho tiempo antes de que lo viera. Su figura alta y delgada se movía entre las sombras con una agilidad que conocía demasiado bien. Llevaba el mismo traje oscuro de siempre, pero ahora había algo distinto en su porte. Tal vez el peso de la traición, o tal vez el placer de cazarme.
-Sé que estás aquí, Percival- su voz resonó en el túnel, profunda y amenazante. -Siempre fuiste bueno en esconderte, pero esta vez no escaparás.
El tono en su voz me hizo sonreír. No era el mismo Ragnir que conocía. Estaba consumido por el odio.
Esperé mientras se acercaba. Cada paso que daba era una amenaza in crescendo. No podía permitirme dudar. Mi mano se deslizó hacia mi cinturón, donde guardaba una pequeña bomba de humo. No resolvería el problema, pero me daría tiempo.
Ragnir estaba a unos metros cuando lancé la bomba. El humo se esparció rápidamente, envolviendo la cámara en una niebla espesa. Lo escuché, maldecir, frustrado. Aproveché el caos para moverme hacia la salida, pero antes de poder escapar, sentí un tirón en mi manto.
Giré justo a tiempo para ver la sombra del hombre abalanzarse, su cuchillo brillando con la luz de las antorchas. Esquivé el primer ataque por poco, pero sabía que no sería fácil. Estábamos demasiado cerca, y él era demasiado rápido.
Lanzó otro ataque, más preciso. Sentí el filo rozar mi costado, cortando el manto y la piel. El dolor era agudo, pero lo ignoré. No podía permitirme caer ahora.
-¿Esto es lo que querías?- escupió mientras atacaba. -¿Traicionar a quienes te dieron un propósito?- continuó el hombre ataviado de cabeza a pies por una mortaja como si fuera la misma muerte.
Rodé hacia un lado, alejándome de su alcance. La sangre corría por mi costado, pero seguía en pie. -No entiendes nada, Ragnir. La Hyozan no son más que otra cadena- continué con un sentimiento de urgencia.
Nos lanzamos el uno contra el otro, cuchillos en mano, en una danza que habíamos practicado muchas veces. Pero esta vez, solo uno de nosotros saldría vivo.
El choque entre nuestros cuchillos resonó en la cámara, una lluvia de chispas en la oscuridad. Ragnir era implacable, y cada uno de sus ataques llevaba la intención clara de acabar conmigo. Sentía la presión de su habilidad, pero no era invencible. Ambos habíamos aprendido del mismo maestro, y cada movimiento suyo era predecible para alguien que había estado a su lado durante años. Sin embargo, mis heridas y el cansancio empezaban a pasar factura. No podía seguir igualando su fuerza por mucho tiempo.
El dolor en mi costado se intensificaba, pero no podía permitirme caer aquí. Si lo hacía, todo lo que había sacrificado habría sido en vano. La Armada Revolucionaria esperaba mi información, y las vidas que dependían de ella eran mi único impulso. Mis músculos ardían, y sentía la humedad de la sangre pegajosa bajo mi manto. Pero Ragnir no retrocedía. Su determinación era tan feroz como la mía, pero estaba cegado por la furia.
-Nunca debiste haberlos traicionado, Percival- gritó, lanzando otro ataque con la hoja, que rozó mi mejilla y dejó una fina línea de sangre.
Retrocedí, mi espalda chocando contra una pared de piedra. No tenía espacio para maniobrar. Sabía que no podía seguir defendiéndome; necesitaba terminar esto ahora. Pero las palabras de Ragnir resonaban. Habíamos sido como hermanos, pero la diferencia era que yo había encontrado algo más allá de los Hyozan, algo que él nunca había buscado: libertad.
Observé su figura avanzar, su respiración pesada y su rabia consumiéndolo. -Hermano...- murmuré con un hilo de voz -nunca lo fuiste. Solo éramos dos esclavos... que confundieron las cadenas por amistad, solo que tú eres incapaz de verlo- contesté henchido de coraje.
Aquellas palabras lo detuvieron, aunque solo por un segundo. Fue suficiente. Con un rápido movimiento, arrojé una segunda bomba de humo a sus pies, cubriendo la cámara en una nube densa. Esta vez no era para escapar, sino para confundirlo, para crear la brecha que necesitaba.
Me deslicé hacia su costado, oculto en la cortina de humo, y en un solo movimiento, clavé mi cuchillo en su abdomen. Sentí la resistencia de su cuerpo, escuché el gemido de dolor mientras el cuchillo penetraba profundamente. La sangre caliente empapó mi mano, y por un instante, nuestros ojos se cruzaron. Lo vi, en su mirada, la sorpresa y el horror de lo inevitable.
Ragnir cayó de rodillas, su cuerpo temblando mientras la vida lo abandonaba lentamente. Retiré el cuchillo, y él se desplomó hacia el suelo con un sonido sordo. La cámara volvió al silencio, salvo por el goteo constante del agua y mi respiración agitada.
Me quedé un momento allí, observando su cuerpo inmóvil, recordando los años que habíamos pasado juntos, las misiones, las muertes. El peso de su muerte no fue una victoria, sino una necesidad. Me giré sin más y me aparté de la escena.
No había tiempo para sentimentalismos. Mi misión aún no había terminado, y los Hyozan no se detendrían. Pero ahora, Ragnir ya no era una amenaza, y con el caído, mi camino hacia la libertad estaba más despejado que nunca.
El precio de la traición no era solo la sangre que derramas, sino también la que la vida te ha obligado a dejar atrás.
La traición es un arma de doble filo. Lo sabía mejor que nadie. Desde el momento en que entregué la información a la Armada Revolucionaria, sellé mi destino. Los Hyozan me consideraban uno de los suyos, una herramienta letal y precisa. Ahora, era un traidor.
Había pasado semanas escondido en las cloacas, un refugio tan miserable como un castigo eterno, pero el único lugar donde tendría alguna oportunidad. Los años con los Hyozan me enseñaron que los bajos fondos son traicioneros; el hedor de la basura y la descomposición se mezclaba con el peligro constante. Pero me había vuelto parte de ello. En las sombras, era tan invisible como cualquier otro desecho.
Avancé con cuidado, pegado a los muros, mis dedos rozando la fría piedra para orientarme. Sabía que no estaba solo. La Hyozan habían enviado un equipo tras de mí, pero había uno en particular que me inquietaba: Ragnir. Mi antiguo compañero, alguien que durante años fue mi igual en habilidad. Ahora, me cazaba como a un animal.
Ragnir no era un asesino cualquiera; había sido mi sombra, mi reflejo oscuro. Juntos habíamos dejado cadáveres en nombre de la Hyozan. Sabía cómo pensaba, cómo se movía, y él conocía mis debilidades. Pero lo que me diferenciaba de él era mi deseo de libertad. La Armada Revolucionaria me había ofrecido algo que la banda nunca podría darme.
El agua sucia chapoteaba bajo mis botas, resonando como un eco sordo. No había viento, solo el sonido de mi respiración controlada y el latido constante de mi corazón. Había aprendido a ser paciente, pero también sabía que Ragnir no se apresuraría. Disfrutaba con el juego de la caza, y ahora yo era su presa.
Me detuve en un cruce de túneles, observando el entorno. Las luces tenues de unas pocas antorchas arrojaban sombras grotescas. El hedor era insoportable, pero me había acostumbrado. Aquí abajo, el tiempo no existía, solo la oscuridad y el silencio.
-Me traicionarían algún día, y sería él quien vendría por mí- me dije en voz baja.
Había escuchado rumores de la llegada de Ragnir. Lo reconocería en cualquier parte, incluso entre el ejército de asesinos que los Hyozan habían desplegado. Él no solo compartía mis habilidades, también mi historia. Ambos habíamos sido esclavizados, moldeados para matar. La diferencia era que yo había roto mis cadenas, mientras él las abrazaba con orgullo.
Me arrodillé junto a una tubería rota, observando las gotas caer en un charco estancado. El ritmo era constante, casi hipnótico. Sabía que debía moverme pronto, pero algo me mantenía allí. Una sensación, como si alguien estuviera cerca. Cerré los ojos, concentrándome en los sonidos.
Entonces, lo escuché. Un susurro apenas perceptible. El roce de una bota contra la piedra mojada. No era un sonido que cualquiera pudiera detectar, pero yo lo conocía bien.
Me levanté lentamente, con los músculos tensos. No podía quedarme quieto. No contra él. Necesitaba ser astuto, usar el entorno a mi favor. Conocía estos túneles, pero Ragnir seguía mi rastro. Un rastro que yo mismo había dejado.
Comencé a moverme, tomando un desvío hacia un túnel más estrecho. Sabía que me llevaría a una cámara amplia, un lugar donde podría crear una distracción. Mi mente calculaba cada posibilidad. Los Hyozan no perdonaban, y menos aún lo haría Ragnir.
Cuando llegué a la cámara, observé el entorno. Las paredes estaban cubiertas de musgo y moho, y el suelo era un lodazal traicionero. En el centro, varias tuberías rotas expulsaban vapor, creando una niebla densa. Perfecto.
No podía enfrentar a Ragnir directamente, pero sí jugar con su arrogancia. Siempre había sido su mayor debilidad.
Me escondí tras una de las tuberías, mi respiración apenas un susurro. Y esperé.
No pasó mucho tiempo antes de que lo viera. Su figura alta y delgada se movía entre las sombras con una agilidad que conocía demasiado bien. Llevaba el mismo traje oscuro de siempre, pero ahora había algo distinto en su porte. Tal vez el peso de la traición, o tal vez el placer de cazarme.
-Sé que estás aquí, Percival- su voz resonó en el túnel, profunda y amenazante. -Siempre fuiste bueno en esconderte, pero esta vez no escaparás.
El tono en su voz me hizo sonreír. No era el mismo Ragnir que conocía. Estaba consumido por el odio.
Esperé mientras se acercaba. Cada paso que daba era una amenaza in crescendo. No podía permitirme dudar. Mi mano se deslizó hacia mi cinturón, donde guardaba una pequeña bomba de humo. No resolvería el problema, pero me daría tiempo.
Ragnir estaba a unos metros cuando lancé la bomba. El humo se esparció rápidamente, envolviendo la cámara en una niebla espesa. Lo escuché, maldecir, frustrado. Aproveché el caos para moverme hacia la salida, pero antes de poder escapar, sentí un tirón en mi manto.
Giré justo a tiempo para ver la sombra del hombre abalanzarse, su cuchillo brillando con la luz de las antorchas. Esquivé el primer ataque por poco, pero sabía que no sería fácil. Estábamos demasiado cerca, y él era demasiado rápido.
Lanzó otro ataque, más preciso. Sentí el filo rozar mi costado, cortando el manto y la piel. El dolor era agudo, pero lo ignoré. No podía permitirme caer ahora.
-¿Esto es lo que querías?- escupió mientras atacaba. -¿Traicionar a quienes te dieron un propósito?- continuó el hombre ataviado de cabeza a pies por una mortaja como si fuera la misma muerte.
Rodé hacia un lado, alejándome de su alcance. La sangre corría por mi costado, pero seguía en pie. -No entiendes nada, Ragnir. La Hyozan no son más que otra cadena- continué con un sentimiento de urgencia.
Nos lanzamos el uno contra el otro, cuchillos en mano, en una danza que habíamos practicado muchas veces. Pero esta vez, solo uno de nosotros saldría vivo.
El choque entre nuestros cuchillos resonó en la cámara, una lluvia de chispas en la oscuridad. Ragnir era implacable, y cada uno de sus ataques llevaba la intención clara de acabar conmigo. Sentía la presión de su habilidad, pero no era invencible. Ambos habíamos aprendido del mismo maestro, y cada movimiento suyo era predecible para alguien que había estado a su lado durante años. Sin embargo, mis heridas y el cansancio empezaban a pasar factura. No podía seguir igualando su fuerza por mucho tiempo.
El dolor en mi costado se intensificaba, pero no podía permitirme caer aquí. Si lo hacía, todo lo que había sacrificado habría sido en vano. La Armada Revolucionaria esperaba mi información, y las vidas que dependían de ella eran mi único impulso. Mis músculos ardían, y sentía la humedad de la sangre pegajosa bajo mi manto. Pero Ragnir no retrocedía. Su determinación era tan feroz como la mía, pero estaba cegado por la furia.
-Nunca debiste haberlos traicionado, Percival- gritó, lanzando otro ataque con la hoja, que rozó mi mejilla y dejó una fina línea de sangre.
Retrocedí, mi espalda chocando contra una pared de piedra. No tenía espacio para maniobrar. Sabía que no podía seguir defendiéndome; necesitaba terminar esto ahora. Pero las palabras de Ragnir resonaban. Habíamos sido como hermanos, pero la diferencia era que yo había encontrado algo más allá de los Hyozan, algo que él nunca había buscado: libertad.
Observé su figura avanzar, su respiración pesada y su rabia consumiéndolo. -Hermano...- murmuré con un hilo de voz -nunca lo fuiste. Solo éramos dos esclavos... que confundieron las cadenas por amistad, solo que tú eres incapaz de verlo- contesté henchido de coraje.
Aquellas palabras lo detuvieron, aunque solo por un segundo. Fue suficiente. Con un rápido movimiento, arrojé una segunda bomba de humo a sus pies, cubriendo la cámara en una nube densa. Esta vez no era para escapar, sino para confundirlo, para crear la brecha que necesitaba.
Me deslicé hacia su costado, oculto en la cortina de humo, y en un solo movimiento, clavé mi cuchillo en su abdomen. Sentí la resistencia de su cuerpo, escuché el gemido de dolor mientras el cuchillo penetraba profundamente. La sangre caliente empapó mi mano, y por un instante, nuestros ojos se cruzaron. Lo vi, en su mirada, la sorpresa y el horror de lo inevitable.
Ragnir cayó de rodillas, su cuerpo temblando mientras la vida lo abandonaba lentamente. Retiré el cuchillo, y él se desplomó hacia el suelo con un sonido sordo. La cámara volvió al silencio, salvo por el goteo constante del agua y mi respiración agitada.
Me quedé un momento allí, observando su cuerpo inmóvil, recordando los años que habíamos pasado juntos, las misiones, las muertes. El peso de su muerte no fue una victoria, sino una necesidad. Me giré sin más y me aparté de la escena.
No había tiempo para sentimentalismos. Mi misión aún no había terminado, y los Hyozan no se detendrían. Pero ahora, Ragnir ya no era una amenaza, y con el caído, mi camino hacia la libertad estaba más despejado que nunca.
El precio de la traición no era solo la sangre que derramas, sino también la que la vida te ha obligado a dejar atrás.