¿Sabías que…?
... existe una isla en el East Blue donde el Sherif es la ley.
[Común] [Pasado] ¿Miedo, valor, o estupidez?
Balagus
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Balagus se encontraba mirando el largo puente que conectaba la parte occidental de Oykot, en la que se encontraban él y su compañero y capitán, con la parte oriental. La diferencia entre ambas era visible, palpable, olfateable y hasta degustable. El oni seguía sin estar de acuerdo con la decisión de su compañero haber escogido aquella isla como destino para tratar de hacerse con algunos dineros y, más importante, algún barco que les retirara de colarse en otros como polizones o de vender sus servicios a otros.

- No nos dejarán pasar. - Le dijo, sin dejar de mirar a los guardias que vigilaban el otro extremo.

El optimismo de Silver le ponía de mala uva constantemente, a menudo por encontrarlo más como un exceso de confianza y la incapacidad de reconocer las imperfecciones de sus planes. En esta ocasión, y al verse varados en medio de una extensa y sucia barriada pobre, el capitán quiso probar suerte en los mercados de la parte rica de la capital, perfectamente convencido de que su labia les granjearía un pase frente a los guardias.

Balagus bufó, exasperado, y siguió a su compañero a través del puente. Aquello no iba a salir bien, y alguien tendría que evitar que Silver la diñara en mitad de las peleas y persecuciones. Consigo llevaba su enorme hacha a la espalda, y su aspecto y tamaño le hacían el centro de las miradas de todos los viandantes.

- ¡Alto! No se permite el paso, salvo que poseáis los papeles oficiales. - El guardia que los detuvo portaba una imponente alabarda, y parecía bien entrenado y experimentado por su estado físico bajo la armadura y uniforme, y por la mirada bajo el casco. - Y ninguno tenéis pinta de tenerlos, en realidad. -

"No es mentira, realmente" pensó Balagus, con menos paciencia a cada momento. Sentía que iba a tener que sacar su arma pronto, y que lo siguiente sería, o bien correr entre las calles de la ciudad rica, o bien regresar a los barrios pobres donde no serían perseguidos.

Y tenía la impresión de que, de ponerse feas las cosas, su capitán no contemplaba la segunda opción.
#1
Silver
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Silver observaba al guardia con su habitual sonrisa tranquila. Sabía que Balagus, a su lado, perdía la paciencia a cada segundo, y lo comprendía. El ambiente tenso y las miradas recelosas no ayudaban, pero él mantenía la compostura. La posibilidad de una confrontación era cada vez más palpable, y mientras su compañero estaba listo para desenvainar el hacha en cualquier momento, él prefería una solución más... diplomática.

Ah, los papeles... —murmuró el pirata, como si aquello fuera un simple olvido menor, con un gesto casi teatral—. Lo entiendo perfectamente. Las reglas son las reglas, claro está. Pero, verás, mi compañero y yo somos aventureros. Nos movemos por todo tipo de lugares y, con tantos viajes, los formalismos se nos han quedado un poco atrás.

El guardia frunció el ceño, claramente poco convencido por la explicación. Sus ojos se movieron entre Silver y el imponente Balagus, como si intentara medir la situación con mayor cuidado. El capitán avanzó un paso, no intimidante, sino más cercano. Su tono seguía siendo calmado, suave, pero con esa chispa de astucia tan característica.

Ahora, no te estamos pidiendo que infrinjas las reglas, claro que no —continuó, mantenido la sonrisa—. Pero la verdad es que tenemos negocios importantes que atender al otro lado del puente. Asuntos que, de salir bien, podrían ser beneficiosos para todos los involucrados, si entiendes lo que quiero decir.

El guardia arqueó una ceja, pero Silver pudo notar un ligero cambio en su postura. Sabía reconocer el escepticismo que comenzaba a ceder ante la perspectiva de una "negociación".

Claro, tampoco queremos darte más trabajo del necesario. Estoy seguro de que tienes mejores cosas que hacer que revisar nuestros papeles —añadió, mientras sacaba un pequeño saco de monedas de su bolsillo con un movimiento fluido—. Tal vez podrías ayudarnos a acelerar esto y hacernos un favor. No olvidaremos tu generosidad.

El capitán dejó que sus palabras flotaran en el aire, como si fueran parte de una charla casual entre amigos. Con un gesto discreto, sostuvo el saquito de monedas entre los dedos y lo agitó levemente, dejando que el tintineo dorado hablara por sí mismo. Balagus, a su lado, seguía cruzado de brazos, como una presencia inamovible y silenciosa, listo para actuar si la conversación no iba como esperaban.

El guardia miró las monedas con algo más que curiosidad, y por un instante, el rostro endurecido del hombre mostró un atisbo de duda. Era evidente que valoraba su puesto, pero la tentación de una ganancia rápida siempre hacía titubear incluso a los más rectos.

Al fin y al cabo, solo queremos pasar y hacer nuestros negocios —concluyó el capitán, dejando caer las monedas en la mano del guardia.

El hombre guardó silencio por un momento, mirando la bolsa en su mano y luego a ambos piratas. La tensión en el aire aún era palpable mientras sopesaba si valía la pena o no ceder a esa pequeña tentación.
#2
Balagus
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Balagus sintió una gota de sudor cayéndole por la frente, mientras su mano temblaba levemente, balanceándose en un movimiento de centímetros mientras contenía las ganas de blandir su hacha como una presa contenía las aguas de un río. No habló. Nunca hablaba cuando Silver estaba liando a alguien en sus redes dialécticas; primero, porque sabía que cualquier palabra que pudiera decir centraría las atenciones sobre él y rompería el hechizo que el carismático joven creaba al hablar; y segundo, porque temía que fueran sus puños los que hablaran en vez de su boca, y terminaran por explicarle a Silver y a los desdichados presentes cuán cansado estaba de aguantar tonterías.

"Un soborno. Un maldito soborno. Yo le mato. Le voy a convertir en salsa de..."

El centinela pareció abrirse a la posibilidad de una tercera vía. Miró la bolsa. la sopesó lentamente en la mano. Miró a su compañero, quien, estoico y silencioso, se la devolvió bajo su casco, tragando saliva. El primero abrió la bolsa, revisó su contenido y, con un rápido movimiento de manos y brazos. acomodó la alabarda en su hombro, sacó un saco pequeño de su cinturón, y empezó a verter monedas en él, midiendo con cuidado el peso aproximado de ambas. Cuando estuvo satisfecho, volvió a mirar a los alrededores para cercionarse de que nadie más estaba cruzando el puente, ni se dirigía hacia él por la parte rica, y le tiró la segunda bolsa a su compañero de puesto.

- ¿Te he dicho ya que estaba buscando un regalo para Marian? El recorte del sueldo de este año me ha puesto todo un poco difícil. Pero creo que, por fin, hemos reunido todo. -

- Sí, ¿verdad? Cómo odio la burocracia... - Respondió el, hasta ahora, silencioso guardia, ocultando en un abrir y cerrar de ojos la bolsa recién adquirida. - Creo que mi chica me ha estado dando la brasa con salir a cenar, o algo. Está todo tan caro últimamente aquí arriba... -

Ambos centinelas siguieron conversando animadamente, como si los extranjeros no siguieran allí. Silver, que sabía del éxito de su estratagema, sonrió ampliamente y saludó una última vez a los guardias antes de cruzar las puertas. Balagus, paralizado por la estupefacción y la confusión, permaneció unos segundos más allí, sin entender del todo qué acababa de pasar, hasta que su capitán lo llamó. Con un último parpadeo, consiguió retornar al mundo real, y cruzar los portones detrás de su camarada, mientras la conversación seguía tras ellos.

- Oye, si por aquí hubieran pasado un joven con dinero y pintas de saber hablar bien, acompañado por un tipo grandote, que parece más un armario andante con colmillos de jabalí, tú te acordarías, ¿verdad? -

- Pfff, no se me olvidarían en la vida. Menuda pareja serían. Algo así sólo se ve una vez en la vida, si llegas. -

- Amén, chico. Amén. -

- Sigo sin entender cómo coño haces esas cosas. Y creo que prefiero quedarme sin saberlo. - Le susurró el gigantón a su capitán, descendiendo hasta su oído para que pudiera escucharle.
#3
Silver
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El capitán avanzaba con pasos ligeros, satisfecho, dejando atrás a los guardias y adentrándose en la parte más rica de Oykot. El cambio en el ambiente era palpable: las calles más limpias, las edificaciones de piedra pulida y, sobre todo, el aire, mucho más fresco y menos cargado que el de la parte pobre de la isla. A su lado, podía escuchar los pasos más pesados de Balagus, quien todavía mascullaba algo bajo su respiración.

Ves, amigo mío —comenzó a decir, lanzando una rápida mirada de soslayo al grandullón mientras seguían su camino—, no todo tiene que resolverse con un hachazo o utilizando la fuerza bruta. A veces, las palabras son el arma más afilada.

Balagus gruñó, pero no respondió. Sabía que su capitán disfrutaba demasiado de ese tipo de victorias, y aunque la diplomacia no era precisamente su fuerte, reconocía que, en ocasiones, la labia de Silver les ahorraba más problemas de los que estaba dispuesto a admitir.

Syxel, por su parte, disfrutaba del breve momento de victoria, aunque no podía permitirse relajarse demasiado. Sabía que estaban en un lugar al que no pertenecían, y que cualquier paso en falso podría poner fin a su pequeño triunfo. Aunque eso tampoco lo preocupaba demasiado; pues confiaba en ser capaz de dar con una salida, incluso en las situaciones más complicadas.

Ahora que estamos dentro, debemos mantener la discreción —murmuró, como si estuviera hablando consigo mismo, aunque claramente se dirigía a Balagus—. Creo que el objetivo es claro: necesitamos conseguir algo de dinero, o al menos información útil que nos proporcione algo de dinero. Así que mantén la calma, y dejame hacer lo que mejor se me da. Tú solo se tu mismo, pero sin pasarte —concluyó con una sonrisa, sabiendo que el gigante sería más efectivo con su sola presencia que cualquier palabra que pudiera decir.

Ambos avanzaron por las elegantes calles, observando a su alrededor. Comerciantes de éxito, nobles y otros personajes influyentes caminaban con seguridad, sin prestar demasiada atención a los dos piratas que, aunque intentaban pasar desapercibidos, destacaban por su propia naturaleza.

Silver observaba con detenimiento cada tienda, cada puesto del mercado, buscando el lugar adecuado para obtener lo que necesitaban. En un lugar como ese las oportunidades serían escasas, pero si sabías dónde mirar y con quién hablar, la recompensa podía ser sustancial.

Mira eso —murmuró, deteniéndose frente a una tienda cuyo letrero colgaba orgullosamente sobre la puerta—. Joyas, antigüedades, y lo que parece ser un comerciante con más dinero del que sabe qué hacer con él. Esta podría ser la oportunidad que buscamos.

El capitán lanzó una rápida mirada a su compañero, que asintió con una mezcla de resignación y expectación.

Déjame hablar primero. Si las cosas se complican, ya sabes qué hacer —añadió, antes de entrar en la tienda con total seguridad y la calma.

El interior del lugar estaba lleno de vitrinas brillantes y objetos cuidadosamente expuestos, la clase de cosas que a simple vista gritaban "riqueza". Detrás del mostrador, un hombre de aspecto pomposo y bien vestido los observaba con una mezcla de curiosidad y recelo, claramente preguntándose qué hacían esos dos extraños en su tienda.

Buenos días, señor —saludó Syxel con una inclinación de cabeza y su característica sonrisa—. Se preguntará que hacemos aquí. Pues bien, mi fiel compañero y yo somos aventureros, y ofrecemos nuestros servicios a comerciantes selectos como usted. Nos especializamos en escoltar mercancías valiosas, asegurar rutas y garantizar que todo llegue a su destino sin contratiempos.

El comerciante arqueó una ceja, demostrando al menos cierta curiosidad, pero sin demasiado entusiasmo. Sus ojos pasaron de nuevo de Silver a Balagus, evaluando sus palabras con la desconfianza propia de alguien que ha visto de todo en el negocio.

Sabemos que en lugares como este, las mercancías de alto valor necesitan una protección adecuada. Estamos aquí para ayudar a quienes entienden el valor de contar con expertos a su servicio.

Dejó que sus palabras calaran en el comerciante, manteniendo su tono relajado y confiado. Era una apuesta arriesgada, pero si lograban convencerlo de que podían ser útiles, eso podría abrirles la puerta a oportunidades más lucrativas. O en el peor de los casos, tan solo tendrían que probar suerte con otro objetivo.

El hombre entrecerró los ojos, pensativo, mientras consideraba la propuesta. Quizá no era tan inusual que aventureros ofrecieran sus servicios, pero el hecho de que dos individuos tan llamativos se acercaran directamente a él con una oferta así debía despertar cierta curiosidad.
#4
Balagus
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No podía negarle a su capitán que tenía razón, visto lo que acababa de ver. Quería negarlo, con todas sus fuerzas quería. Pero no podía. Lo que sí podía, y hacía, era no darle la razón.

Discreción. Bonita palabra. E inútil, siendo quienes eran ellos dos, y dónde estaban. Por lo menos, así lo era para el oni, pues Silver simplemente pasaba por un humano alto, esbelto, y algo escuálido. Balagus no se sentía cómodo con aquella aproximación, así que trató de darle otro enfoque: pensó que era una cacería más, que eran dos cazadores buscando presas en mitad de la maleza, moviéndose con cuidado entre el hostil entorno, estudiando todas las posibilidades y los riesgos. Y, como hacía tantos años ya en el pasado, el gigantón volvía a sentirse un novato inexperto en la materia, acompañado de quien sí sabía lo que se hacía.

Aquel enfoque lo sosegó y centró en el momento, observando a los que le rodeaban con suspicacia, y vigilando por si encontraba algún atisbo de riqueza. La gente que venía de frente se apartaba por sí sola, girando y levantando la cabeza unos segundos para contemplarle, extrañados, antes de continuar con su camino y sus quehaceres.

Finalmente, Silver terminó dando con un negocio de aspecto lo suficientemente jugoso como para intentar obrar sus trucos. Balagus, que todavía prefería estar en cualquier otro lugar menos aquel, suspiró con resignación y asintió lentamente, aceptando el papel que le tocaba interpretar.

Agachándose para caber por la puerta, pasó detrás de su capitán, mirando casi exclusivamente al propietario de la tienda. Para el oni, aquellas ostentosas joyas y piedras carecían completamente de significado y valor, pues las joyas y los recuerdos sólo valen las historias que cuentan. No servía de nada llevar un anillo de oro y diamantes, o un colgante de plata y esmeraldas si uno no había bajado a la tierra para arrancárselas de sus frías e indiferentes manos, igual que un guerrero debía matar al oso para poder arrancarle sus dientes, sus garras, y su pelaje.

El comerciante dejó que su interlocutor hablara, intrigado por la manera tan extravagante de hacer las cosas que tenía aquel chico, supuestamente mercenario, de vender su espada. También sentía una fuerte curiosidad por el gigantón que le guardaba las espaldas, y que parecía decidido a no quitarle la vista de encima. Se mantuvo pensativo durante unos segundos después de que Silver dejara de hablar, por fin, desmenuzando en su cabeza toda la palabrería que le acababan de soltar y a la que, por desgracia, estaba ya muy acostumbrado.

- Y dígame, ¿tienen estos... expertos, un nombre con el que me pueda referir a ellos, señor...? -

El hecho de que no se hubieran presentado formalmente fue la primera nota discordante que el vendedor había notado en las cuidadas y melosas palabras del joven. La segunda fue que, de hecho, no los conocía en absoluto, ni siquiera había oído hablar de ellos. La mención de sus nombres no aclaró sus identidades un ápice.

- Ya... Bueno, señor... Silver, temo que le han informado mal a usted sobre los servicios que podía ofrecerme. Los barcos con la mercancía que vendemos en la ciudad llegan siempre al puerto intramuros, muy vigilado por la guardia, y aquí nadie necesita robar cargamentos en lo que llegan a mi establecimiento, salvo que vengan desde el otro lado del río. Y bueno, hehe, nadie viene desde el otro lado del río. -

La risa con la que acompañó aquellas palabras estremecieron la columna de Balagus, de tanto desdén como llevaban. Sus ojos se estrecharon, deseando muy, muy fuerte poder desafiar a aquel comerciante para enseñarle quién debía mirar con desprecio a quién.

No obstante, algo consiguió llamar su atención, y disipar su agresividad en un instante: en la trastienda, visible tras la puerta, había unas cuantas cajas cerradas. El comerciante no habría esperado que alguien que entrase a su establecimiento quisiera fijarse en el umbral, y mucho menos que midiera los tres metros de Balagus, y gracias a ello pudiera ver el grabado en su cara superior: Muelle 13-D.

- Y ahora, si son tan amables, compren algo, o abandonen mi local. - Sentenció el hombre, más seco y arisco que antes. - Aunque dudo que tengan suficiente como para probarse siquiera uno de estos, y preferiría no tener que llamar a la guardia. -
#5
Silver
-
El pirata mantuvo su sonrisa mientras el comerciante preguntaba por sus nombres. Era una maniobra sencilla para ganar tiempo, lo sabía bien, y si el hombre esperaba pillarles con la guardia baja, se llevaría una decepción.

Mis disculpas por no presentarnos debidamente —respondió, con un toque de autocrítica que hizo que su sonrisa se tornara más amistosa—. Yo soy Silver D. Syxel, capitán de un grupo de aventureros, y este es mi fiel mano derecha Balagus, cuya habilidad en combate es aún más impresionante que su imponente aspecto.

A pesar de su peresentación, notó que el comerciante no parecía impresionado, al menos no lo suficiente. El hombre ya había tomado su decisión. Syxel lo reconoció al instante, pero como era habitual, no iba a admitir la derrota sin excusar su orgullo.

Comprendo que tal vez no necesite de nuestros servicios en tierra firme, y tal vez hemos malinterpretado sus necesidades. Somos recién llegados a la isla, después de todo —comentó con un tono casual, acompañado de un leve encogimiento de hombros—. Pero nuestra oferta era más bien para la protección de mercancías en alta mar, donde los piratas, como sabrá, han aumentado considerablemente. No querría que sus preciados productos cayeran en manos equivocadas, ¿verdad?

El comerciante esbozó una sonrisa forzada, pero su postura dejó claro que la conversación había llegado a su fin.

En cualquier caso, lamento la confusión —concluyó Silver, inclinando ligeramente la cabeza—. Le deseamos buena fortuna en sus negocios. Y si cambia de opinión, quizás aún estemos disponibles.

Con un elegante movimiento, el capitán se giró hacia la puerta, haciendo un gesto sutil a Balagus para que lo siguiera. El gigante le lanzó una última mirada al comerciante antes de seguir a su compañero fuera del local. Y en cuanto se alejaron unos pasos de la tienda, Syxel dejó escapar un suspiro bajo, lo justo para dejar que su frustración se disipara sin mostrarla abiertamente.

Bueno, no ha sido un éxito rotundo, pero al menos hemos sacado algo —comentó mientras caminaban por las elegantes calles de la ciudad alta—. Ahora sabemos que las mercancías llegan directamente al puerto intramuros, bien vigilado. Eso nos da una idea de cómo funcionan las cosas por aquí.

El capitán miró de reojo a Balagus, quien parecía tener algo en mente. Hasta que el gigante finalmente habló.

Esas cajas en la trastienda —gruñó—. Tenían grabado "Muelle 13-D". Me da que ahí es donde deberíamos mirar.

Silver detuvo sus pasos un momento, asimilando la nueva información. Un leve destello de satisfacción cruzó su mirada. No habían logrado cerrar un trato, pero el buen ojo de Balagus les proporcionaba una dirección clara.

Perfecto. Buen trabajo, amigo mío —dijo con una sonrisa amplia, golpeando suavemente el brazo del gigante—. Vamos a echar un vistazo al Muelle 13-D y tal vez allí podamos encontrar algo interesante.
#6
Balagus
-
La furibunda y hostil mirada que Balagus le dedicó al vendedor antes de abandonar la tienda con su capitán no era tanto una válvula de escape para su frustración, sino parte de la imagen que debía dar. Sabía que había dado con algo de información, pero... ¿cómo era aquello? Una letra y un número... y la palabra "muelle".

El oni no era bueno para discernir los conceptos de la civilización. Toda su vida había transcurrido entre una isla aislada, las cadenas de un esclavo, y la supervivencia salvaje. Había oído a su capitán, que seguía razonando el fruto de su negociación y en qué posición les dejaba esta, hablar alguna vez sobre los "muelles", y sus barcos. ¿Debía entender que era el lugar en el que se detenían cuando llegaban a una ciudad, como quien dejaba su jabalí o su lobo de guerra en los corrales al llegar a casa?

Aún estaba pensando con mucha, mucha fuerza, cuando se percató de la mirada de su capitán, deseoso de saber qué le carcomía por dentro. Afortunadamente para el contramaestre, creía tener una respuesta azarosa ya formada:

- Esas cajas en la trastienda... —gruñó— Tenían grabado "Muelle 13-D". Me da que ahí es donde deberíamos mirar.

Silver se mostró inmediatamente complacido por la revelación, compartiendo su satisfacción con su compañero con un toque en el brazo. Balagus estuvo a punto de responderle con un palmeo en la espalda, pero se contuvo a medio camino. Para disimular el gesto, se llevó la mano a la bolsa donde guardaba costillas secas de cerdo, preparadas por él mismo, y empezó a mordisquearla.

"Van quedando pocas. Me pregunto si podré encontrar por aquí para reponer existencias..."

- Movámonos, entonces, pero ningún cazador que aceche a su presa atacaría cuando más alerta está. -Masculló en respuesta, aún masticando y royendo la dura y sabrosa carne del hueso. Se refería, por supuesto, a que no esperaba que fueran a atacar de día.

El oni no sabría sobre ciudades, pero sabía localizar fácilmente el mar, y así también su capitán. Los muelles, con su olor a salitre, especias y alcohol, con el graznido de las gaviotas y los gritos de marineros, y con el constante crujir de los barcos y el oleaje del mar, casi parecía un paraíso relajante, comparado con la urbe opulenta que quedaba a sus espaldas. Casi.

El muelle que respondía a la denominación 13-D estaba allí, pero el barco no. Alrededor no había mucho más que el trajín de marineros yendo y viniendo, mientras el sol se ponía.
#7
Silver
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El capitán dejó que el aire fresco despejara un poco la frustración que había sentido dentro de la tienda. Mientras avanzaban hacia el muelle, no podía evitar notar cómo el ambiente cambiaba ligeramente. El olor a salitre y el crujido de los barcos comenzaban a dominar los alrededores. En comparación con la tensión que emanaba la ciudad alta, el muelle era un lugar lleno de vida, pero con un aire más relajado, casi reconfortante.

Bueno, busquemos nuestro objetivo —murmuró Silver, más para sí mismo que para su compañero.

Las palabras de Balagus sobre no atacar a la presa cuando está más alerta tenían sentido. Syxel lo entendía perfectamente; a veces la paciencia era la mejor herramienta, incluso más que la astucia. Sin embargo, no estaba de más adelantarse a los movimientos de los demás y recopilar toda la información posible antes de actuar. Y el muelle, por la afluencia de marineros y trabajadores, podía ser el mejor lugar para hacer exactamente eso.

Ambos se acercaron al muelle, pero encontraron que el barco que buscaban no estaba allí. Lo que sí estaba presente era el bullicio de los trabajadores, el ir y venir de hombres cargando mercancías, y las conversaciones que fluían libremente entre ellos.

Parece que tenemos tiempo hasta que llegue el barco —comentó, deteniéndose un momento para observar a su alrededor—. Aprovechemos para conseguir algo de información. Veamos qué podemos descubrir antes de que caiga la noche.

Sabía bien cómo moverse entre la multitud, cómo hacer que su presencia no fuera percibida como una amenaza. Observó con detenimiento a los marineros que pasaban a su lado, buscando el momento adecuado para iniciar una conversación. Y en cuanto encontró la oportunidad, se acercó a un pequeño grupo de trabajadores que estaban descargando mercancías, adoptando una postura relajada, pero con ese toque de confianza que siempre abre puertas.

Buenas —comenzó, alzando una mano en gesto amistoso—, parece que tienen una carga pesada entre manos. ¿Mucho trabajo por aquí últimamente?

Uno de los hombres, sudoroso y visiblemente cansado, lo miró de reojo antes de responder. Al principio, la conversación fue banal, pero el pirata sabía cómo guiar las palabras hacia donde le convenía. Después de algunos comentarios sobre el tiempo y el trabajo, mencionó de pasada el muelle que buscaban y el barco que debería llegar pronto.

El hombre se mostró más receptivo a hablar después de unos minutos, revelando que aquel muelle solía usarse para cargamentos importantes y que, efectivamente, estaba esperando un envío especial para la mañana del día siguiente.

¿Algo fuera de lo habitual? —preguntó, fingiendo desinterés.

El marinero dudó por un segundo antes de encogerse de hombros.

—Nah, lo de siempre. Aunque he oído que este cargamento es un poco... más valioso. No sé mucho más. Pero si buscas algo de entretenimiento o más información, te recomendaría la posada del "Tritón Dormido". Es donde la mayoría de los trabajadores se reúnen al final del día para relajarse. Quizás escuches algo interesante ahí.

Syxel le agradeció la charla con un gesto y un par de monedas. Luego se alejó, volviendo hacia donde Balagus lo esperaba.

Parece que tenemos algo —dijo mientras caminaban—. El barco no llegará hasta mañana, pero he oído que el cargamento es más valioso de lo habitual. Y parece que la mejor forma de obtener información es en una posada cercana, el Tritón Dormido.

Lanzó una mirada al gigante, que asentía lentamente. Sabía de sobra que Balagus prefería la acción directa, pero esperaba que entendiese que la paciencia a veces les llevaba más lejos.

Pasaremos allí la noche. Mantendremos los oídos abiertos, y si hay alguna oportunidad, la aprovecharemos —decidió mientras ambos se dirigían hacia la posada.
#8
Balagus
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El oni destacaba como un enorme tiburón entre un banco de peces, al contrario que su capitán. Eso no era del todo inconveniente, pues permitía atraer las miradas que, de otra manera, habrían ido hacia su compañero, y le facilitaba la discreción en sus movimientos.
 
No respondió al plan expuesto, ni se quejó ante la desavenencia de tener que quedarse más tiempo del previsto dentro de aquella despreciable urbe. Mientras el resultado mereciera la pena, y él no tuviera que encargarse de ningún intercambio social intrascendente, Balagus seguiría al lado de Silver.
 
Conversación intrascendente como la que acababa de entablar con unos marineros de la zona. Sabía que, detrás de toda aquella cordial trivialidad, el capitán siempre buscaba la forma de conseguir información y ventajas para su causa.
 
Terminó de masticar los últimos pedazos de carne adheridos al hueso, y escupió este al suelo sin ningún tipo de educación ni decoro, sin perder de vista al grupo de marineros y a su carismático infiltrado. Sentía que sería más rápido y satisfactorio sacarles la información a golpes, pero el lugar distaba mucho de ser el ideal para iniciar un interrogatorio y, como quedaría patente apenas un par de minutos más tarde, tampoco lo habría conseguido antes.
 
- Sabes que andamos muy escasos en monedas después de lo del puente, ¿verdad? – Le recriminó el oni, mientras se encaminaban a la taberna. - ¿Cómo piensas pagar la noche aquí? Tiene pinta de ser… mucho más caro que en el otro lado. -
 
Balagus sabía bien poco sobre la civilización y su funcionamiento, pero poco a poco iba aprendiendo cosas aquí y allá: cosas como que la higiene de las calles y edificios, y la cantidad de mendigos, pordioseros y ratas por metro cuadrado solían influir en los precios de los servicios ofrecidos en cada población.
 
- ¿Esperas que la dueña del lugar sea alguna mujer desesperada de la que te puedas aprovechar? –
 
La pregunta de Balagus, emitida en su característico e inmutable tono agresivo, podía parecer un ataque gratuito hacia su amigo, y, aunque en parte lo era, sólo Silver podría ver en ella la pulla jocosa que realmente era.
 
A pesar de tratarse de un local de bebidas, comidas y descanso de los muelles, donde se solían servir platos y jarras más humildes y aptos para los bolsillos y estómagos de los trabajadores portuarios y los marineros recién llegados, resultaba evidente el nivel económico de la ciudad en la que se encontraba: un gran patio interior cuadrado, de más de veinte metros de largo, alojaba las mesas, grandes y pequeñas, alumbradas con postes brillantes de acero y linternas colgadas de largos cables tendidos de lado a lado. En los soportales que sostenían la pasarela del piso superior con vigas de madera talladas en la forma de elegantes ballenas, se podían ver la barra, amplia y repleta, y un escenario en el que una animada banda tocaba su música marinera, ambos situados en extremos opuestos del patio.
 
Unas cuidadas escaleras de madera oscura y pasamanos blancos permitían el acceso al piso superior del establecimiento, completamente visible con sus barandillas también blancas. A lo largo de la pasarela que rodeaba el patio sobre los soportales, podían verse múltiples puertas de las que, de tanto en tanto, salían y entraban personas variadas, siendo fácilmente identificables como las habitaciones de los huéspedes.
 
El espectáculo deslumbró momentáneamente a Balagus, quien no sabía si había ido a parar a otro mundo, o si algo malo en las carnes secas que se había comido le estaba haciendo alucinar. Aunque despreciaba tal despliegue de civilización y vanagloria, no podía negar la hechizante e inesperada belleza de la visión que se había abierto ante él.
#9


Salto de foro:


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