Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
[Autonarrada] [T2] Forjando el espíritu
Atlas
Nowhere | Fénix
Día 26 de Verano del 724

Forjando el espíritu

Demasiadas primeras veces habían ido a reunirse en un mismo lugar y en un mismo momento. Primera vez que, a pesar de mi rango como suboficial, se me asignaba un pelotón exclusivamente a mí para llevar a cabo una serie de labores. Primera vez en mi vida que no trabajaba a desgana. Primera vez que se me asignaba una misión como tal, a mí, como máximo responsable de la misma.

A decir verdad, no era la misión más compleja ni difícil de llevar a cabo. Simplemente nos habían destinado a una zona del extremo norte de la ciudad de Loguetown, un área artesanal donde se aglutinaba un gran número de forjas y talleres, para que llevásemos a cabo las labores de producir las estructuras metálicas necesarias para sostener la nueva edificación que iría en el ala este del cuartes de la Marina en Loguetown.

Y sí, estaba trabajando como el que más. El motivo no era que aquella labor me apasionase ni muchísimo menos. Por el contrario, la respuesta residía en el ansia que me empujaba a finalizar con lo que era primordial —tener una nueva base plenamente operativa antes de emprender cualquier ofensiva— antes de lanzarme en busca de quien se había convertido en la obsesión de toda la brigada. Sí, aquel sujeto trajeado, sus subordinados y sus jefes copaban por completo nuestras conversaciones más apasionadas, el ímpetu con el que encarábamos los entrenamientos y, en definitiva, casi todo lo que resultaba relevante para nosotros en aquellos momentos.

El destacamento que se me había asignado estaba compuesto por los marines del G-31 que tenían alguna noción de herrería o, en general, de trabajar con metales. Habíamos formado grupos en función de lo diestros que fuesen sus integrantes, el tamaño y la complejidad de las piezas a elaborar o trabajar. Por suerte o por desgracia —por desgracia más bien—, me encontraba entre aquellos a los que mejor se les daba el arte de golpear metal candente con más metal. Era por ello que se me había asignado la manufacturación de una gran cantidad de piezas, un sinfín de elementos de diferentes características, a mí y sólo a mí. Tanto era así que se me había asignado un taller para mí solo.

Todos y cada uno de nosotros colocábamos las piezas una vez terminadas en diferentes transportes que por la mañana los llevaban a la base para su clasificación, distribución y posterior uso. Todo iba bastante bien, en parte debido a ese frenesí que me empujaba a trabajar casi sin descanso, continuando hasta bien entrada la noche bajo el incesante y rítmico martilleo.

Todo iba bien, siguiendo su curso normal y esperado, hasta que por la noche un ruido sospechoso llamó mi atención. De no ser por lo acontecido durante las labores de retirada de escombros, seguramente ni siquiera me habría molestado en comprobar de dónde provenía. Sin embargo, aquel día un grupo de malhechores se habían intentado aprovechar del momento de debilidad de la Marina para hacerse con cuanto fuese aprovechable de los restos del ala este.

Si en aquel momento habían intentado hacer algo así, ¿qué impedía una actuación similar en aquel contexto? Fue por ello que, a torso descubierto y con el torso perlado por el sudor fruto del calor y el esfuerzo de horas de trabajo, así la naginata que había dejado junto a la entrada y salí al exterior.

Una luna oculta casi por completo a consecuencia de las nubes me recibió en una noche de lo más calurosa. Un tenue viento soplaba desde el oeste en forma de brisa que apenas servía como alivio para el calor que llevaba encima. Y fuera, efectivamente, un grupo de seis sujetos hurgaban en uno de los transportes al tiempo que seleccionaban con avidez aquellos elementos que les parecían más útiles.

En aquellos momentos no estaba dispuesto a pasar por alto cualquier acto que pretendiese sacar partido de un grupo de personas maltrecho y herido por una estratagema sucia y rastrera. Porque sí, aquellos tipos creían haber detectado que el gigante estaba herido, que el coloso cuya función consistía en actuar como protector y garante de la justicia en el mundo se estaba lamiendo las heridas. Sí, pensaban que era el momento de sacar el máximo rédito y saquear, abusar y, en definitiva, robar y aprovecharse todo lo posible.

—¿Qué creéis que estáis haciendo? —pregunté con evidente gesto de enfado en mi rostro—. ¿Os hacéis una idea de lo que os puede... os va a caer encima por esa estupidez que estáis haciendo?

Mi tono de voz fue en aumento poco a poco, despertando a los marines que descansaban en las cercanías y atrayendo su atención. Las primeras luces se empezaron a encender y algunas puertas se abrieron, pero no daría tiempo de que ninguno de ellos fuese del todo consciente de lo que estaba sucediendo y se pudiese incorporar como refuerzo.

Eran muchas jornadas de entrenamiento forzoso de la mano de Shawn, demasiadas instrucciones disciplinarias, una gran cantidad de huidas infructuosas que habían culminado en los campos de adiestramiento. No, no tenían nada que hacer. Incluso poner un pie allí había sido una estupidez mayúscula no comprensible por nadie que tuviese dos dedos de frente.

Mi naginata se clavó en el hombro derecho de uno de ellos, inutilizándole antes de que con un rápido movimiento propinase sendos golpes en las costillas a los dos que estaban a su lado, causando que se doblasen sobre sí mismos. Los otros tres pasaron a la ofensiva, extrayendo para ello pequeños cuchillos de entre su ropa. Se abalanzaron todos a la vez, logrando uno de ellos provocar un corte superficial en mi mejilla y llegando otro a clavar su daga en mi muslo derecho. No, no fue un descuido por mi parte. Le dejé que lo hiciese simplemente para que no sólo ellos, sino todos los que quisiesen imitarles, tuviesen claro que jamás tendrían oportunidad alguna de conseguir el éxito.

Las llamas celestes manaron de las heridas en cuando los filos se alejaron de las mismas, dejando un rictus de perplejidad en los delincuentes antes de, cómo no, ser noqueados y dejados fuera de combate.

—Si necesitáis algo estaré trabajando —dije sin más a los marines que al fin se acercaban a maniatar a los ladrones para detenerlos.
#1


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