Dharkel
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06-10-2024, 01:55 AM
Se despertó sobresaltado, con la respiración acelerada y un fuerte dolor de cabeza. Tardó un momento en recordar lo que había sucedido y en darse cuenta de dónde estaba. La estancia, compartida por otras tres personas no tendría más de siete metros cuadrados y un par de banquetas de madera fijadas en el suelo. Observó a aquellos desgraciados, estudiándolos con detenimiento. Ninguno parecía especialmente peligroso. Más bien parecía que habían acabado allí por venirse demasiado arriba en una pelea estando borrachos. Buscó entre su nuevo uniforme, en un acto inconsciente, el tabaco. Tras revisarse y ser realmente consciente de su situación suspiró pesadamente, apoyando la espalda en la pared y recostándose.
Unas horas más tarde, con el sol brillando con fuerza, una suave brisa veraniega y con el dolor de cabeza remitido, expulsaron al espadachín de la cárcel justo antes de la hora de la comida bajo el pretexto de que ya había pasado su estado de embriaguez. Maldijo y agradeció su suerte a partes iguales, encendiéndose un cigarro y consumiéndolo entero casi al instante de cruzar la puerta de las instalaciones. Tras el primero, vino un segundo, esta vez sin prisa, disfrutando del agradable aroma y sabor que desprendía el tabaco. El estómago le rugió con fuerza.
<< En peores situaciones nos hemos visto >>, pensó, recordándose a sí mismo que podía aguantar un tiempo sin comer.
Había olvidado completamente su objetivo en aquella isla. Pero sí recordaba a la mujer que le había apuñado y a sus matones. Llevándose la mano al estómago verificó que sus heridas ya habían sanado. Recordaba especialmente el rojizo llameantes del cabello de la mujer y su apariencia elegante que desencajaba por completo entre sus matones, los cuales parecían una mezcla entre marineros curtidos y labradores.
- Tendré que estar alerta… - murmuró.
En su rostro se dibujó una mueca burlona, pensando en las tendencias que tenía su capitán a generar conflictos y en todas las veces que le había criticado por ello. Ya no podría volver a hacerlo, no al menos con la arrogancia con la que solía hacerlo, pues en su haber se encontraba un nuevo récord personal de meterse en problemas nada más llegar a una isla. La idea de tener que volver al mar tan pronto hizo que su hambriento estómago reclamase con fuerza.
Un chasquido de lengua llamó su atención. Se trataba de uno de los matones y esbirros de la pelirroja a los que se había enfrentado en “El Canto de la Sirena”. Soltó una bocanada de humo, decepcionado con su propia suerte y tiró el cigarro al suelo, apagándolo de un pisotón. Se encaminó al encuentro del hombre con las manos en alto, quien le había seguido hasta allí, esperando el momento de su liberación. Por propia experiencia sabía que si trataba de huir o se enfrentaba al sicario las cosas acabarían peor para él, especialmente sin saber el poder que aquella organización podría tener. Cuando llegó, le bajó las manos de un golpe.
<< ¿No querrá llamar la atención? Quizás sus hilos no sean tan largos. >>, pensó.
Cuando iba a desarmarle, Dharkel se aferró a su katana.
- Puedo ponerme a gritar, a llamar a la guardia y montar un numerito. – Pausó para tragar saliva, pensando si estaba jugando bien sus cartas. – O bien puedo darte mi palabra de que no saldrá de su vaina. Tú eliges.
El forcejeo terminó a los pocos segundos, permitiéndole al espadachín conservar su arma. El hombre hizo una señal con la mano y comenzó a caminar entre los callejones que recorrían la ciudad. Dharkel le siguió, atento a posibles emboscadas. Se detuvieron al llegar a una pequeña casa que sin duda había tenido días mejores. La puerta principal y las ventanas con los vidrios rotos de la planta baja estaban selladas con tablones de madera y vagas advertencias pintadas de rojo a lo largo de todas las paredes. El musgo afloraba por doquier y le faltaban algunas tejas. La puerta de una ventana mal cerrada del piso superior golpeaba intermitentemente el marco de la misma. Varios contenedores y cajas se apilaban en la pared que daba a un lúgubre callejón.
El hombre movió uno de los contenedores hacia un lado, revelando un pasadizo subterráneo secreto que daba a unas polvorientas escaleras. Una luz anaranjada y titilante de baja intensidad salía de su interior, iluminando el camino. Con un gesto le indicó a Dharkel que se internase. Aferró su mano a la empuñadura de la katana y poco a poco fue destensándola.
- Un trato es un trato – dijo al ver que el matón comenzaba a gruñir.
Cuando se hubieron internado, con el pirata a la cabeza de la expedición, su silencioso acompañante volvió a mover el depósito de basuras, cerrando y ocultando nuevamente la entrada y, posiblemente la única salido.
No tardaron en llegar a la estancia principal del sótano. Se trataba de un lugar oscuro y húmedo con un olor bastante rancio. Un par de catres a lo largo de las paredes cubiertos de paja y telas raídas, un cofre de madera podrida y con la cerradura oxidada en una esquina, una estantería, o lo que quedaba de ella, en el centro de una pared, varios candiles, algunos con la vela completamente consumida, colgaban de las paredes y, en el centro una pequeña mesa con varios taburetes. Aquel lugar estaba bastante lejos de las apariencias y habilidades para ganar dinero que había demostrado su supuesta líder, la cuál se encontraba sentada encima de la mesa, con los pies apoyados en uno de los asientos y limpiándose las uñas con un puñal. A su lado, estaba el segundo guardia que había visto en la taberna.
- ¿Tiene el mapa? – preguntó la mujer sin darle importancia a su invitado. El matón que estaba tras el espadachín, cortándole el paso, se encogió de hombros. - ¡Joder! ¡¿Es que tengo que hacerlo yo todo?! – De un salto bajó de la mesa, poniéndose de pie y examinando a Dharkel de arriba abajo. - ¡¿No le has desarmado?! ¡Sois unos inútiles! ¡Me vais a costar el ascenso!
- Pe… pero me dio su palabra…
- Su palabra… ¡¿Su palabra?! ¡Eres tan estúpido que tus células cerebrales están en peligro de extinción!
Dharkel arqueó una ceja ante el panorama. Planteándose si intervenir en la conversación en favor del hombre. Sabía lo que era ser regañado por un superior que tenía carencias de confianza en las capacidades de sus subordinados por lo que no le costó empatizar con él. Por el estado del refugio no parecía que la organización a la que se enfrentaba fuese particularmente poderosa. Más bien parecían tres delincuentes de poca monta que habían empezado en el negocio hace poco y no les iba del todo bien y cuya asociación se tambaleaba frágilmente.
Dio un paso al lado, quitándose del trayecto de la mujer que continuaba vociferando. La cabeza del segundo matón le siguió. Dio otro paso más y luego otro hasta que lentamente llegó a la mesa.
- No parece que os vaya muy bien. – Se sentó, tratando de iniciar una conversación. – Vaya genio tiene vuestra amiga. – Sacó un cigarro de la cajetilla, ofreciéndole otro a su interlocutor. Dejó ambas manos sobre la mesa, dando a entender que no era una amenaza.
- No es nuestra amiga – dijo secamente mientras aceptaba el tabaco, dejando entre ver la porra que descansaba sobre su otra mano, preparada. Lo encendió con un candil que estaba sobre la mesa y Dharkel siguió su ejemplo, asintiendo en silencio.
- Ya veo. ¿Entonces por qué seguís sus órdenes?
- Puff… es una larga historia. Digamos que es lo más conveniente ahora mismo. – Se encogió de hombros.
- Te entiendo, estoy en una situación parecida. – Dio una calada, dejando un momento antes de lanzar su siguiente pregunta. - Y el mapa que estáis buscando, ¿a dónde lleva?
- En mi opinión es una pérdida de tiempo. Tendríamos que estar exprimiendo a los nobles que se pasean por las calles como si fuesen suyas. – Escupió al suelo – Aunque se dice qu… - Antes de que el guardia pudiese darle la información, una daga que había salido lanzada desde la puerta se clavó en su cuello, salpicando a Dharkel de sangre. La cabeza del matón golpeó con violencia la mesa, cayendo muerto.
- Casi… - murmuró con indiferencia.
El hombre de la puerta maldijo a la pelirroja al darse cuenta de lo que había sucedido, levantando los puños y dejándolos caer con fuerza sobre ella. Pero la mujer fue más rápida, esquivando la embestida y dirigiendo otra daga a la rodilla, cortándole un tendón. El robusto maleante cayó de rodillas con su propio peso. La mujer aprovechó para posicionarse tras él y rebanarle el cuello. Al instante cayó muerto como su compañero. Dharkel se levantó, llevando la zurda a la empuñadura y aferrándola con fuerza, esta vez sin soltarla.
- ¡¿Has visto lo que me hacéis hacer?! ¡¿Quién va a limpiar esto ahora?! – Gritó a los cadáveres, propinándole una patada al que más cerca tenía. - ¡Tú! ¡¿Dónde está el mapa?! – Se encaró al espadachín.
- ¿Qué mapa? – respondió con fingida indiferencia. La mujer se echó a reír con una risa nerviosa.
- Con el Gobierno no se juega… Ups, has descubierto mi secretito, ahora tendré que matarte. – Guiñó un ojo mientras hacía un movimiento de negación con el dedo, como su se tratase de un metrónomo.
Otra daga salió disparada hacia Dharkel obligando al espadachín a desenfundar rápidamente para desviar el cuchillo de su trayectoria original, consiguiéndolo a duras penas y recibiendo un pequeño corte superficial en su rostro.
- Tienes buenos reflejos… Y pareces bastante sano. ¿No te había apuñalado en el bar? – Se llevó el dedo índice a la boca, pensativa.
- Me curo rápido. – Se encogió de hombros sin perder la postura defensiva, quitándole importancia al asunto.
La danza de puñales y espadas comenzó. Como si estuviesen en una coreografía se respetaron los turnos de ataque y defensa. El repicar el metal, la adrenalina, el sudor y la sangre inundaban el ambiente, cambiando los añejos aromas por los de la muerte. Tras varios minutos de incesante violencia, los cortes y las puñaladas comenzaron a recorrer los cuerpos de ambos rivales.
Dharkel aprovechó que su contrincante había conseguido encajar una puñalada en sus pulmones para fijarla con fuerza y se dispuso a lanzar una puñalada propia desde abajo. La mujer entró en pánico y liberó su arma, dejándola incrustada entre las cosillas de su oponente. Consiguió evitar el ataque.
El espadachín esta vez, continuando su turno, emprendió una brutal acometida. Utilizando las fuerzas restantes consiguió amputar una de las manos de la mujer, quien la interpuso en un acto reflejo como si todavía portase una daga en ella. La sangré salió a borbotones del muñón. Pero no paró hasta que su contrincante estuvo postrada en el suelo, completamente ensangrentada y a las puertas de la muerte. El espadachín finalmente se dejó caer, de rodillas. La pelirroja intentó decir algo, pero de su garganta solo brotó el gorgoteo de la sangre. No tardó en ahogarse.
Cuando el macabro duelo terminó, tosió y escupió sangre violentamente. Se arrastró hacia la salida en busca de la luz solar, olvidando incluso su katana en aquel lugar. Tendría tiempo de recuperarla, pero no si moría.
Unas horas más tarde, con el sol brillando con fuerza, una suave brisa veraniega y con el dolor de cabeza remitido, expulsaron al espadachín de la cárcel justo antes de la hora de la comida bajo el pretexto de que ya había pasado su estado de embriaguez. Maldijo y agradeció su suerte a partes iguales, encendiéndose un cigarro y consumiéndolo entero casi al instante de cruzar la puerta de las instalaciones. Tras el primero, vino un segundo, esta vez sin prisa, disfrutando del agradable aroma y sabor que desprendía el tabaco. El estómago le rugió con fuerza.
<< En peores situaciones nos hemos visto >>, pensó, recordándose a sí mismo que podía aguantar un tiempo sin comer.
Había olvidado completamente su objetivo en aquella isla. Pero sí recordaba a la mujer que le había apuñado y a sus matones. Llevándose la mano al estómago verificó que sus heridas ya habían sanado. Recordaba especialmente el rojizo llameantes del cabello de la mujer y su apariencia elegante que desencajaba por completo entre sus matones, los cuales parecían una mezcla entre marineros curtidos y labradores.
- Tendré que estar alerta… - murmuró.
En su rostro se dibujó una mueca burlona, pensando en las tendencias que tenía su capitán a generar conflictos y en todas las veces que le había criticado por ello. Ya no podría volver a hacerlo, no al menos con la arrogancia con la que solía hacerlo, pues en su haber se encontraba un nuevo récord personal de meterse en problemas nada más llegar a una isla. La idea de tener que volver al mar tan pronto hizo que su hambriento estómago reclamase con fuerza.
Un chasquido de lengua llamó su atención. Se trataba de uno de los matones y esbirros de la pelirroja a los que se había enfrentado en “El Canto de la Sirena”. Soltó una bocanada de humo, decepcionado con su propia suerte y tiró el cigarro al suelo, apagándolo de un pisotón. Se encaminó al encuentro del hombre con las manos en alto, quien le había seguido hasta allí, esperando el momento de su liberación. Por propia experiencia sabía que si trataba de huir o se enfrentaba al sicario las cosas acabarían peor para él, especialmente sin saber el poder que aquella organización podría tener. Cuando llegó, le bajó las manos de un golpe.
<< ¿No querrá llamar la atención? Quizás sus hilos no sean tan largos. >>, pensó.
Cuando iba a desarmarle, Dharkel se aferró a su katana.
- Puedo ponerme a gritar, a llamar a la guardia y montar un numerito. – Pausó para tragar saliva, pensando si estaba jugando bien sus cartas. – O bien puedo darte mi palabra de que no saldrá de su vaina. Tú eliges.
El forcejeo terminó a los pocos segundos, permitiéndole al espadachín conservar su arma. El hombre hizo una señal con la mano y comenzó a caminar entre los callejones que recorrían la ciudad. Dharkel le siguió, atento a posibles emboscadas. Se detuvieron al llegar a una pequeña casa que sin duda había tenido días mejores. La puerta principal y las ventanas con los vidrios rotos de la planta baja estaban selladas con tablones de madera y vagas advertencias pintadas de rojo a lo largo de todas las paredes. El musgo afloraba por doquier y le faltaban algunas tejas. La puerta de una ventana mal cerrada del piso superior golpeaba intermitentemente el marco de la misma. Varios contenedores y cajas se apilaban en la pared que daba a un lúgubre callejón.
El hombre movió uno de los contenedores hacia un lado, revelando un pasadizo subterráneo secreto que daba a unas polvorientas escaleras. Una luz anaranjada y titilante de baja intensidad salía de su interior, iluminando el camino. Con un gesto le indicó a Dharkel que se internase. Aferró su mano a la empuñadura de la katana y poco a poco fue destensándola.
- Un trato es un trato – dijo al ver que el matón comenzaba a gruñir.
Cuando se hubieron internado, con el pirata a la cabeza de la expedición, su silencioso acompañante volvió a mover el depósito de basuras, cerrando y ocultando nuevamente la entrada y, posiblemente la única salido.
No tardaron en llegar a la estancia principal del sótano. Se trataba de un lugar oscuro y húmedo con un olor bastante rancio. Un par de catres a lo largo de las paredes cubiertos de paja y telas raídas, un cofre de madera podrida y con la cerradura oxidada en una esquina, una estantería, o lo que quedaba de ella, en el centro de una pared, varios candiles, algunos con la vela completamente consumida, colgaban de las paredes y, en el centro una pequeña mesa con varios taburetes. Aquel lugar estaba bastante lejos de las apariencias y habilidades para ganar dinero que había demostrado su supuesta líder, la cuál se encontraba sentada encima de la mesa, con los pies apoyados en uno de los asientos y limpiándose las uñas con un puñal. A su lado, estaba el segundo guardia que había visto en la taberna.
- ¿Tiene el mapa? – preguntó la mujer sin darle importancia a su invitado. El matón que estaba tras el espadachín, cortándole el paso, se encogió de hombros. - ¡Joder! ¡¿Es que tengo que hacerlo yo todo?! – De un salto bajó de la mesa, poniéndose de pie y examinando a Dharkel de arriba abajo. - ¡¿No le has desarmado?! ¡Sois unos inútiles! ¡Me vais a costar el ascenso!
- Pe… pero me dio su palabra…
- Su palabra… ¡¿Su palabra?! ¡Eres tan estúpido que tus células cerebrales están en peligro de extinción!
Dharkel arqueó una ceja ante el panorama. Planteándose si intervenir en la conversación en favor del hombre. Sabía lo que era ser regañado por un superior que tenía carencias de confianza en las capacidades de sus subordinados por lo que no le costó empatizar con él. Por el estado del refugio no parecía que la organización a la que se enfrentaba fuese particularmente poderosa. Más bien parecían tres delincuentes de poca monta que habían empezado en el negocio hace poco y no les iba del todo bien y cuya asociación se tambaleaba frágilmente.
Dio un paso al lado, quitándose del trayecto de la mujer que continuaba vociferando. La cabeza del segundo matón le siguió. Dio otro paso más y luego otro hasta que lentamente llegó a la mesa.
- No parece que os vaya muy bien. – Se sentó, tratando de iniciar una conversación. – Vaya genio tiene vuestra amiga. – Sacó un cigarro de la cajetilla, ofreciéndole otro a su interlocutor. Dejó ambas manos sobre la mesa, dando a entender que no era una amenaza.
- No es nuestra amiga – dijo secamente mientras aceptaba el tabaco, dejando entre ver la porra que descansaba sobre su otra mano, preparada. Lo encendió con un candil que estaba sobre la mesa y Dharkel siguió su ejemplo, asintiendo en silencio.
- Ya veo. ¿Entonces por qué seguís sus órdenes?
- Puff… es una larga historia. Digamos que es lo más conveniente ahora mismo. – Se encogió de hombros.
- Te entiendo, estoy en una situación parecida. – Dio una calada, dejando un momento antes de lanzar su siguiente pregunta. - Y el mapa que estáis buscando, ¿a dónde lleva?
- En mi opinión es una pérdida de tiempo. Tendríamos que estar exprimiendo a los nobles que se pasean por las calles como si fuesen suyas. – Escupió al suelo – Aunque se dice qu… - Antes de que el guardia pudiese darle la información, una daga que había salido lanzada desde la puerta se clavó en su cuello, salpicando a Dharkel de sangre. La cabeza del matón golpeó con violencia la mesa, cayendo muerto.
- Casi… - murmuró con indiferencia.
El hombre de la puerta maldijo a la pelirroja al darse cuenta de lo que había sucedido, levantando los puños y dejándolos caer con fuerza sobre ella. Pero la mujer fue más rápida, esquivando la embestida y dirigiendo otra daga a la rodilla, cortándole un tendón. El robusto maleante cayó de rodillas con su propio peso. La mujer aprovechó para posicionarse tras él y rebanarle el cuello. Al instante cayó muerto como su compañero. Dharkel se levantó, llevando la zurda a la empuñadura y aferrándola con fuerza, esta vez sin soltarla.
- ¡¿Has visto lo que me hacéis hacer?! ¡¿Quién va a limpiar esto ahora?! – Gritó a los cadáveres, propinándole una patada al que más cerca tenía. - ¡Tú! ¡¿Dónde está el mapa?! – Se encaró al espadachín.
- ¿Qué mapa? – respondió con fingida indiferencia. La mujer se echó a reír con una risa nerviosa.
- Con el Gobierno no se juega… Ups, has descubierto mi secretito, ahora tendré que matarte. – Guiñó un ojo mientras hacía un movimiento de negación con el dedo, como su se tratase de un metrónomo.
Otra daga salió disparada hacia Dharkel obligando al espadachín a desenfundar rápidamente para desviar el cuchillo de su trayectoria original, consiguiéndolo a duras penas y recibiendo un pequeño corte superficial en su rostro.
- Tienes buenos reflejos… Y pareces bastante sano. ¿No te había apuñalado en el bar? – Se llevó el dedo índice a la boca, pensativa.
- Me curo rápido. – Se encogió de hombros sin perder la postura defensiva, quitándole importancia al asunto.
La danza de puñales y espadas comenzó. Como si estuviesen en una coreografía se respetaron los turnos de ataque y defensa. El repicar el metal, la adrenalina, el sudor y la sangre inundaban el ambiente, cambiando los añejos aromas por los de la muerte. Tras varios minutos de incesante violencia, los cortes y las puñaladas comenzaron a recorrer los cuerpos de ambos rivales.
Dharkel aprovechó que su contrincante había conseguido encajar una puñalada en sus pulmones para fijarla con fuerza y se dispuso a lanzar una puñalada propia desde abajo. La mujer entró en pánico y liberó su arma, dejándola incrustada entre las cosillas de su oponente. Consiguió evitar el ataque.
El espadachín esta vez, continuando su turno, emprendió una brutal acometida. Utilizando las fuerzas restantes consiguió amputar una de las manos de la mujer, quien la interpuso en un acto reflejo como si todavía portase una daga en ella. La sangré salió a borbotones del muñón. Pero no paró hasta que su contrincante estuvo postrada en el suelo, completamente ensangrentada y a las puertas de la muerte. El espadachín finalmente se dejó caer, de rodillas. La pelirroja intentó decir algo, pero de su garganta solo brotó el gorgoteo de la sangre. No tardó en ahogarse.
Cuando el macabro duelo terminó, tosió y escupió sangre violentamente. Se arrastró hacia la salida en busca de la luz solar, olvidando incluso su katana en aquel lugar. Tendría tiempo de recuperarla, pero no si moría.