Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Común] [C - Pasado] La primera regla del club... digo, ¿qué?
Atlas
Nowhere | Fénix
Sí, entraban, pero estaba clarísimo que Camille estaba haciendo a la perfección su trabajo. No sólo por los ruidos que provenían del exterior, todos procedentes de reclutas y soldados que eran repelidos sin miramiento alguno por la oni. Debía admitir que, en lo personal, aquella situación me resultaba tremendamente agradable. Era lo que comúnmente se conocía como una hostia sin manos. No sólo a Shawn, que también, sino a aquella panda de personas que, ante todo, eran pésimos compañeros. Con gente así velando por la seguridad del mundo, ¿cómo no iban a campar a sus anchas los piratas?

Por mi parte, me estaba asegurando de que el correctico aplicado por Camille fuese igual para todos. No podía blandir el arma una única vez y barrerlos del mapa como si de hojas secas se tratasen, pero podía hacer algo más... selectivo. Las cajas y elementos de madera apilados para formar el segundo piso llegaban más o menos hasta mi cuello, por lo que mi cabeza y la de la mayoría de los asaltantes eran perfectamente visible. Los iba enfrentando uno a uno, pues subían sin descanso una y otra vez para intentar expulsarme de allí.

Ninguno duraba en la zona más de treinta segundos. Del mismo modo que las briznas de césped al ser cortadas, los uniformador iban saliendo despedidos del fortín uno tras otro en perfecta sucesión. Caían de manera aleatoria, en ocasiones sobre frío y duro suelo —que era lo que merecían— y en ocasiones sobre algún compañero que había tenido la mala fortuna de caer primero.

—¿A qué pirata pretendéis pararle así los pies? —dije con un aire altivo que en el fondo detestaba—. Alguien a quien no le habéis dirigido ni media palabra os está usando para barrer el suelo y ni siquiera se inmuta. ¿Creéis que estáis en posición de tratar a alguien de esa manera? —Los marines comenzaron a volar más y más rápido hacia el exterior—. ¡Os debería dar vergüenza!

Se dejaron de levantar. Supe que había hecho varias rondas cuando me di cuenta de que me topaba pro cuarta vez con la misma cara, cada una de ellas un poco más magullada y cansada que la anterior. No obstante, después de salir despedidos una y otra vez por un lado, así como de ser repelidos con inusitada potencia por el otro, habían llegado a la conclusión de que ése no sería el día en que se hiciesen con el fortín durante el adiestramiento.

Una vez me hube asegurado de que nadie más entraba, moví mi cuerpo atenazado por las agujetas de la noche anterior hasta la zona opuesta del fortín, ésa que había protegido la oni. Haciendo un esfuerzo, me incorporé y me senté sobre el límite mismo del cercado del segundo piso de forma que quedé en una posición menos ridícula con respecto a mi compañera que si me hubiese encontrado en el suelo.

—Creo que esta vez hemos ganado.

Un "jódete, Shawn" quiso escaparse de mis labios, pero acerté a detenerlo a tiempo. Lo único que podría haber empañado un triunfo como aquél era una falta de respeto así de directa y flagrante a un superior. De haberlo hecho, probablemente el castigo hubiera ido mucho más allá que un par de entrenamientos disciplinarios dirigidos por él. De cualquier modo, estaba seguro de que la satisfacción en mi cara era la peor ofensa que podía sentir.

—Todo bien, ¿verdad, Camille?
#11
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
No fue una sorpresa pero sí una grata confirmación, el ver cómo aquellos marines que de una u otra forma se habían librado de sus poderosos golpes salían despedidos al exterior del fortín por mano de Atlas. Si ella había dominado la situación fuera del perímetro de cajas sin problemas, el rubio se había asegurado que todo estuviera controlado más allá de ellas. Igual no de una forma tan salvaje, pero uno por uno iban saliendo a trompicones del lugar: algunos rodaban tras salir despedidos por la misma entrada que habían cruzado segundos antes, otros se caían desde la planta superior con la suerte de que no era lo suficientemente alta como para hacerse daños graves. La mayoría volvía a ponerse en pie al momento, encabritados y ofuscados, dispuestos a entrar para darle una lección a su compañero que jamás llegó a producirse. Por el contrario, parecía que eran ellos quienes estaban recibiendo una.

Las palabras del perezoso marine, que apenas debía llevar unas semanas en Loguetown y al que solo conocía desde hacía tres días, resonaban en el campo de entrenamiento y atravesaban a la recluta con la fuerza de los vientos y los mares. Sus ojos de rubí se abrieron un poco más mientras mantenía la vista alzada, con los labios ligeramente separados en un gesto que mostraba sorpresa y emoción a partes iguales. Llegó un momento en el que se quedó así, como disociando del ejercicio y de su alrededor, aunque nadie parecía tener la voluntad suficiente como para probar si podían aprovecharse de ello. No era la primera vez que alguien era amistoso con ella ni mucho menos, había tenido amigos antes —o lo que ella consideraba como amigos, quizá más cercanos a conocidos con los que se llevaba bien—, pero aquella era la primera vez que alguien daba un paso al frente para defenderla en público. No solo con palabras, sino cargando con ellas sus actos. Un pequeño rato después, cuando ningún otro recluta o soldado estuvo dispuesto a entrar de vuelta al fuerte para llevarse un violento correctivo, ni con el valor suficiente como para pasar al lado de la oni, el rubio apareció sobre el primer piso y se sentó allí. Un gesto triunfal pero cansado fue cuanto hizo falta para hacer que Camille volviera en sí.

El labio le tembló levemente y los ojos se le empañaron, pero se aseguró de girarse a tiempo y de que los mechones de su flequillo cayeran al frente lo suficiente como para ocultarle la mirada. Ninguna lágrima llegó a nacer, pero sí una sonrisa que iluminó su rostro cuando se sintió capaz de mirar al frente sin que un sollozo la empañase. Asintió ante las palabras de su compañero.

Todo bien —le confirmó en un tono alegre, riéndose un poco después—. Yo también lo creo. Tan evidente que no van a poder ponernos ninguna excusa.

Y de hecho así fue. Los oficiales, entre ellos Shawn, se vieron en la obligación de dar por concluido el ejercicio y declarar como vencedores del día al peculiar dúo. Habían arrasado por completo con el resto de equipos, ni siquiera dando pie a que hubiera un cambio de ronda en ningún momento. Los demás estaban magullados, algunos aún con heridas sangrantes que no les matarían pero que sin duda les recordarían durante unos días lo ocurrido. Había miradas dirigidas hacia ambos que iban con recelo, rencor, resignación, miedo y alguna hasta de arrepentimiento. Camille dudaba que aquello fuera a hacer cambiar de parecer al grueso de sus compañeros, pero sin duda se lo pensarían dos veces antes de volver a menospreciarla.

Tras ayudar a desmontar el improvisado fortín de cajas y mesas, todos los presentes formaron para saludar a sus superiores y rompieron filas. El entrenamiento de la mañana había concluido y eso solo significaba una cosa: podían darse una más que merecida ducha y volver a llenar el estómago, algo que ambos agradecerían sin duda.

Oye, Atlas —le dijo, acercándose a su compañero sin saber muy bien qué decirle realmente. Se estaba planteando darle las gracias de nuevo por lo que había dicho, pero algo en su interior le hizo cambiar de opinión. Al igual que en la cafetería, no había hecho nada de eso para recibir su gratitud—. ¿Cómo puedes ser capaz de todo eso y no querer presentarte a un solo entrenamiento? Creo que si no te escaqueases tanto nos superarías a todos aquí.

Lo dijo más por chincharle, pero no le faltaba verdad a sus palabras. Entre el despliegue de habilidad que había demostrado durante el Torneo del Calabozo y la más que evidente pericia que se había sacado de la manga esa mañana, resultaba evidente que Atlas no era un marine al uso. Otro bicho raro, como ella, pero con una capacidad que superaba con creces a la del resto.

Creo que voy a agradecer la ducha hoy. ¿Nos vemos luego en el comedor? —sugirió, restándole importancia a la invitación con un gesto de la mano—. Así luego puedo ayudarte a descubrir qué se supone que te toca hacer por la tarde. Salvo que hayas tenido suficiente por hoy.

Mientras esperaba su respuesta, vio por el rabillo del ojo cómo alguien se acercaba hasta ellos, algo apartados ahora de la multitud. No tardó en percibir con la mirada el uniforme propio de los sargentos, aunque el rostro de quien lo portaba no era el de Shawn sino el de alguien que solo se dejaba ver por el G-31 de tanto en cuando. Se dirigía hacia ellos con paso decidido y directo y hasta les hizo un gesto para que no se fueran. Poco después, las mismas señas secretas que Camille había hecho frente a Atlas en el comedor fueron reproducidas por él. Una señal que ambos entendieron.

Sargento Garnett, señor —respondió la oni, poniéndose firme y saludándole de la forma protocolaria.

—Descanse recluta, sin formalidades. No hacen falta después de lo que he visto ahí antes.
#12
Atlas
Nowhere | Fénix
—La mayor parte del tiempo que estoy por ahí perdido no estoy mirando a las nubes sin más. A ratos sí, vale, pero también dedico tiempo a pensar y decidir un poco cómo ver el mundo. Desde que llegué le he estado dando vueltas a muchas cosas, como qué es o debería ser la Marina y cómo funciona. A mi modo de ver, creo que podríamos compararla con una caja de música de esas que funcionan con una manivela. Para que funcione es necesario que haya una gran cantidad de pequeños engranajes perfectamente entrelazados y conectados. Es necesario que se muevan y acoplen sin pensar ni cuestionarse nada, porque si no no habría melodía alguna. Son fundamentales, sí —expliqué, haciendo un gesto con la mano con el que quería señalar a todos los marines que había en la zona y a ninguno al mismo tiempo—, pero es igual de necesario que alguien mueva la manivela. Según la fuerza y la velocidad con la que lo haga la música sonará de un modo u otro. Si se le da muy lento o muy rápido, sin pararse a pensar o cuestionarse cómo debe hacerlo, la canción no sonará como debe de sonar. No hay forma de que un engranaje pueda darle a la manivela, y mucho menos ser engranaje y manivela al mismo tiempo... Yo prefiero ser de los que mueven la manivela para que la música suene bien. No sé si me he explicado bien.

Sí, no hacer nada, paradójicamente, daba para mucho. No tenía claro en qué momento ese símil había nacido en mi mente, pero debía admitir que reflejaba con bastante precisión el discurrir de mis pensamientos. Tal vez se tratase de una reflexión más profunda de la cuenta, una de ésas que se cuentan con un café a un viejo amigo —amiga en este caso—. Sin embargo, percibía en Camille a alguien a quien podía hacer partícipe de mis inquietudes. Bicho raro atrae bicho raro, supongo. En cualquier caso, la idea de la ducha previa a la investigación de qué debía venir después me pareció muy atractiva.

Nos disponíamos a separarnos cuando el sargento Garnett llegó a nuestra posición, realizando el saludo que distinguía a quienes conocían la existencia del Torneo del Calabozo. Había visto todo lo que había sucedido durante el ejercicio de simulación, lo que en cierto modo me enorgulleció. Nuestro primer encuentro había tenido lugar en unas condiciones bastante lamentables —las mías, vaya— y, pese a que más tarde me hubiese visto en todo mi esplendor, no estaba mal que también me hallase en un momento triunfal. Porque sí, restregarle nuestra victoria de ese modo a Shawn era todo un triunfo para mí.

—Me envía la capitana Montpellier para citaros esta tarde en su despacho. Hay algo de lo que quiere hablar con vosotros referente a... ciertas actividades irregulares que han estado aconteciendo en la base del G-31 en los últimos días. Id a los barracones, adecentaos y quitaos el olor a tigre y, después de comer algo para reponeros después de semejante runda, id hacia allí —finalizó, guiñándonos un ojo antes de despedirse con gesto marcial.

—Pues supongo que nos vemos en... ¿media hora en el comedor?

Si a Camille le parecía bien, ejecutaría la secuencia tal cual había propuesto el sargento y, junto a la oni, nos dirigiríamos al despacho de la capitana. No era demasiado habitual que convocase únicamente a dos miembros de una brigada o grupo. La posibilidad de que nos cayese un buen rapapolvo por barrer el suelo con a saber cuántos compañeros —si es que se les podía llamar así— estaba ahí, así como la de que nos felicitase pro el buen desempeño que habíamos tenido. Lo que no esperaba en absoluto era que, nada más poner un pie dentro del despacho y cerrar la puerta, al cuadrarnos tanto Garnett como ella ejecutaron la serie de movimientos que les identificaba como conocedores del Torneo del Calabozo. En el caso del sargento era algo evidente, pero ¿la capitana también? La estupefacción se debió materializar con violencia en mi cara, porque ambos, ella sentada y el de pie a su derecha, esbozaron una amplia sonrisa.

—¿Sorprendidos? —preguntó ella.
#13
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
No pudo evitar quedarse mirando a Atlas con cierto escepticismo cuando le dijo que aprovechaba sus escaqueos para algo más que... bueno, dormir a pierna suelta. Bien es cierto que era un juicio preconcebido que tenía la oni, pero ante la negativa del rubio no pudo sino verbalizar un «¿Por qué?» que dio pie a una disertación bastante inesperada. La exposición de su punto de vista no le llevó mucho tiempo, detalle que denotaba la cantidad de horas e incluso días enteros que podría haber invertido en cuestionar y elaborar; la convicción con la que hablaba, después de todo, tan solo podía venir de la seguridad que depositaba en aquellas palabras. Quizá por eso Camille enfocó su atención en él, y quizá por eso decidió no interrumpirle hasta que hubo terminado. Engranajes, manivela y música. Se trataba de una metáfora sencilla. Los engranajes lo conformaban el grueso de marines de línea, aquellos a los que de momento pertenecían. La manivela era el poder y autoridad de la Marina, aplicado de mejor o peor forma por quienes la empuñaban que, evidentemente, eran los altos cargos y la gente con verdadera capacidad de decisión en el cuerpo y el gobierno. La combinación de todos esos factores daban como resultado el tipo de justicia que imperaba en el mundo, de modo que si cualquiera de sus componentes fallaba, la justicia como tal no sería siquiera parecida a lo que debería ser: una melodía ordenada y fluida, flexible y comedida dentro de sus propios límites y aspiraciones.

Camille esbozó una sonrisa a medida que fue entendiendo el paralelismo de los términos, terminando por asentir cuando Atlas finalizó con su exposición. No podía negar que aquella forma de verlo resultó afín a su forma de entender la justicia y el deber que la Marina tenía al ejercerla. Sus ojos le escudriñaron un momento más, quizá solo para asegurarse de que no se estaba quedando con ella o para transmitirle el respeto que le había inspirado.

Es una forma muy inspiradora de verlo —terminó diciéndole tras un breve silencio, pasando a un gesto pensativo después—. Pero en ese supuesto, ¿Quién debería decidir las piezas que serán parte del engranaje? ¿Quién elegirá al responsable de aplicar fuerza en la manivela? Es más, ¿Quién podría decidir cuál es la melodía apropiada para esa caja de música? Esto último a menudo queda decidido por el artesano en el momento de crear la caja, a veces de una forma más acertada que otras. —Hizo una pausa, cavilando en su interior—. Pero es cierto que nada nos impide reponer los engranajes rotos, cambiar la manivela, buscar a una persona más indicada para darle vueltas y, con todo eso, encontrar la melodía que el mundo necesita. Incluso si el resultado es distinto al esperado por el artesano, sea eso bueno o malo. —Su sonrisa se ensanchó—. Creo que me voy a apropiar del fruto de tus horas de escaqueo, Atlas. Espero que podamos hacer que esa caja suene como debe.

Poco después llegaría el sargento Garnett y se sucederían los hechos explicados con anterioridad. Darse una ducha resultaba imperioso para ambos, así que no hubo quejas por parte de Camille en seguir el curso de acción que les había indicado su superior. No tardó demasiado, pero sí lo suficiente como para disfrutar de la calidez del agua cayendo sobre ella, posiblemente el único calor que podía llegar a disfrutar. Tanto fue así que llegó al comedor de los barracones con fuerzas renovadas, reuniéndose allí con Atlas para recuperar incluso más energías si cabe, devorando lo que fuera que hubiera en el menú con ganas.

¿Sabes? —empezó, justo tras tragarse la última cucharada del potaje que les habían servido—. Yo también le he dado vueltas a ese tipo de temas, aunque... Creo que no es nada tan elaborado como lo tuyo —confesó con cierto bochorno. Ahora que lo pensaba, de hecho, sentía que en comparativa lo suyo era casi una niñería infantil. Aun así, era la primera vez en muchos años que tenía la oportunidad de compartir ideas con alguien de una forma tan cercana—. Mi forma de verlo tiene cierta influencia de Beatrice. Ella siempre ha comparado a la Marina con un guerrero que porta espada y escudo, dividiendo sus funciones equitativamente entre ambos. Es sencillo entender que el escudo se dedica a proteger y la espada a dañar, pero queda en las manos y habilidad del guerrero hacer un buen uso de ambos. Debe aprender a apoyar las acciones de la espada con el escudo y viceversa, complementando ambas cosas para hacer más efectivas sus funciones. El escudo debe proteger a los inocentes y débiles de aquellos que quieran dañarles, mientras que la espada ha de ser capaz de ejercer el justo castigo a aquellos que se hayan opuesto al guerrero. Sin embargo, ni la defensa total ni la ofensiva completa son buenas opciones en combate. El escudo debe ser lo suficientemente voluminoso para servir de arma y golpear cuando sea necesario, mientras que la espada debe estar preparada para proteger las zonas vulnerables que el escudo no haya sido capaz de cubrir. El uso de ambos debe ser flexible... o el guerrero terminará pereciendo ante otro más diestro.

Rara vez hacía mención a ello, mucho menos delante de superiores o personas que no fueran de una confianza absoluta, pero había algo de sentido en que aparecieran grandes oponentes para el guerrero de su metáfora. La Armada Revolucionaria, pese a ejercer un uso indebido de la fuerza y usarla como un medio erróneo para alcanzar sus fines, no había surgido sino por la incompetencia y la falta de flexibilidad del guerrero que era la Marina. De la misma forma podían sucederse otros problemas equivalentes, solo que con una forma menos definida. Alcanzar el equilibrio era, para Camille, la clave que solventaría todas las disputas.

Más tarde, los pasos de ambos marines les llevarían hasta el despacho de la capitana donde, para sorpresa de ambos, tanto Garnett como Beatrice efectuarían el ya conocido saludo del Torneo del Calabozo. Pudo ver en los ojos de la capitana la malicia teñida de diversión al ver sus caras.

En... buena parte sí —reconoció la oni, mirando casi con reproche a su madre adoptiva, un gesto que le duró apenas un instante.

Para ella no era del todo una sorpresa que supiera de la existencia del torneo. Después de todo, poco o nada se le pasaba por alto a Beatrice en el G-31. Si bien no era la base en la que estaba destinada, pasaba largas temporadas allí y tenía casi tantos hilos como los de los oficiales al mando de Loguetown. O, en su defecto, una gran cantidad de contactos e influencia. Aun así, la constante actitud despreocupada y desinteresada de la mujer hacía factible que algo como eso, llevado con tal nivel de secretismo, pudiera habérsele pasado por alto.

Lo que no termino de entender es... ¿Qué hacemos aquí?

Garnett ensanchó una sonrisa ante las palabras de Camille.

—¿No es evidente? Creo que has pasado suficiente tiempo observando desde las sombras, Camille —empezó el sargento—. Y no puedo simplemente ignorar el despliegue que habéis hecho en los campos de instrucción. Va siendo hora de que los focos del calabozo te apunten a ti también.

—Consideramos... hacer una edición especial pronto —siguió la capitana—. Algo que encauce e inspire a los descarriados. Y esperamos que seáis partícipes de ello, evidentemente.
#14
Atlas
Nowhere | Fénix
A decir verdad, la forma tan abierta en la que ambos superiores se dirigieron a nosotros acerca de algo que en teoría era secreto me dejó un poco desconcertado. Vale que allí los cuatro sabíamos de lo que se estaba hablando. Algunos lo habíamos vivido y otros —otra— lo había visto tantas veces escondida en las sombras que se podría decir que era una más. No obstante, no dejaba de resultar curioso que, bueno, una capitana nos conminase a participar en algo que apegándonos estrictamente a las normas estaba prohibido.

—Mañana por la mañana llega una nueva remesa de reclutas, pero ésta es un poco diferente. No es su primer destino. Algunos vienen de Kilombo y otros vienen de diferentes islas de este Blue y otros. Lo que tienen en común todos ellos es que están a un paso de que se les abra un expediente disciplinario y se les expulse de la Marina o, en el peor de los casos, se les considere como criminales a perseguir —explicó Garnett.

—El asunto salió en una reunión que mantuvimos algunos capitanes hace no mucho. Les expliqué que, a pesar de no ser unas instalaciones que estén bajo mi mando, llevo un tiempo asentada aquí y tengo buena relación con el oficial al mando. Después de consultarlo, a ambos nos pareció bien hacer un último intento para encauzarlos aquí, en nuestras instalaciones. Ésa es la versión oficial, claro, pero sabemos que los métodos convencionales no van a tener ningún tipo de efecto; ya se ha intentado antes y nadie ha tenido éxito. No, queremos meterlos en vereda por la vía del Torneo del Calabozo, que es lo único que nos funciona cuando nada más lo hace.

Ambos guardaron silencio entonces, dejando que el mensaje calara en nosotros y que hiciésemos nuestras propias suposiciones. ¿Por qué éramos necesarios? ¿No era tan sencillo como organizar el Torneo y fin?

—Según nos han dicho, algunos de ellos destacan por sobresalir sobre los demás a nivel de combate físico, aunque en el resto sean un desastre. Si queremos que el método Garnett funcione debemos asegurarnos de que tengan oponentes fuertes dentro de la Marina, que se forje un vínculo de rivalidad sana del que, independientemente de quien gane o pierda, nazca una sensación de pertenencia y hermandad. Eso no va a pasar si alguien los vapulea sin escrúpulos ni si, por el contrario, apisonan a todos los participantes del torneo. —Era la capitana Montpellier quien seguía hablando.

—De los últimos Reyes del Calabozo, el único que se ajusta al perfil eres tú, Atlas, pero no nos parecía prudente por nuestra parte poner a una única persona como carta ganadora. ¿Quién más hay en el cuartel que pueda ayudarnos en esto? —Los ojos de Garnett se clavaron en la oni, no dejando duda alguna acerca de lo que ambos pensaban—. Por supuesto, al ser esto algo extraoficial no hay ningún tipo de obligatoriedad ni habría represalias en caso de que lo rechazaseis. ¿Qué nos decís?

Conmigo contaban, por supuesto, y lo sabían. La duda que quedaba era si Camille se prestaría a formar parte de aquella suerte de club de la lucha subterráneo en sus formas.
#15
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Ambos guardaron absoluto silencio mientras los dos oficiales terminaban de explicarles de qué iba en realidad toda esa situación. La atención y mirada de Camille se iban posando de manera alterna en ambos, cambiando en función de quién estuviera hablando. Era cierto que, durante los últimos días, había escuchado a algún que otro sargento y a varios soldados comentar sobre la llegada de una nueva promoción. Por supuesto, no tenía ni idea de lo especial que iba a ser en esta ocasión. No podía decir que aquello fuera algo extraño. Después de todo, en el G-31 se encontraban muchas rarezas que debían desentonar bastante en otros cuarteles de la Marina. Tanto ella como su compañero eran pruebas fehacientes de esto. De alguna forma, Loguetown parecía atraer a las ovejas negras y los chiquillos descarriados del ejército gubernamental. Aun así, aquella congregación de alborotadores sería algo inusual hasta en esa base.

Tras la explicación de cómo habían llegado a aquella decisión, no tardó en recibir la pregunta que llevaba unos minutos viendo venir. Siempre se había mantenido alejada del Torneo del Calabozo, limitándose a un rol de observadora y evitando convertirse en una de sus participantes. No es que le tuviera temor a los combates; la exhibición que habían hecho aquel día daba cuenta de ello. Quizá una parte de ella, la más cauta, trataba de evitarse problemas. Hasta ese momento no sabía que Beatrice era consciente de la situación, y mantener un expediente intachable —en la medida de lo posible— siempre había sido una de sus prioridades. No quería decepcionarla, de modo que una actividad así podría llevarla por un camino que su madre adoptiva no hubiera predicho. A la luz de los hechos, estaba claro que se había equivocado por completo. Sin embargo, había un segundo motivo por el que no se había atrevido nunca a ofrecerse. Estaba claro que su presencia no había pasado desapercibida. El sigilo no era su fuerte, y más de una vez se había cruzado con la mirada de Garnett. Para ella, de alguna forma, los individuos que participaban en aquellos eventos eran... como ella. Inadaptados. Gente que se salía de la norma. Sentía que tenía más posibilidades de estrechar lazos con ellos que con cualquier otro marine de la base. Eso había pensado hasta conocer a su nueva brigada, aunque... ¿No eran un montón de inadaptados también? En cualquier caso, quizá el miedo de ganarse su rencor fuera lo que había frenado su interés. Si ni los inadaptados la aceptaban, ¿qué le habría quedado entonces?

Todo era distinto ahora. Miró de reojo a su compañero que, expectante, aguardaba su respuesta. Pudo notar la decisión en los ojos de Atlas, quizá hasta la emoción y predisposición por ser partícipe de eso. Serían, después de todo, útiles para sus superiores. Camille sonrió levemente antes de borrar aquella expresión y dirigir su mirada hacia la capitana y el sargento.

Cuenten conmigo —afirmó con decisión.

—¡Estupendo! —La exaltación de Garnett fue un tanto exagerada, como si llevara esperando porque llegase ese momento mucho tiempo—. En ese caso, iré poniendo en marcha todos los preparativos. Aún hay unos pocos detalles que quiero atajar antes de mañana. —En ese momento, el sargento le lanzó una mirada a la capitana que Camille interpretó como de complicidad, aunque no estaba muy segura del motivo ni de si quería saberlo.

—Genial —se limitó a responder Beatrice, con una sonrisa que transmitía esa misma sensación pero de una forma mucho menos sutil—. Podéis retiraros, entonces. Os sugiero que no os canséis demasiado lo que queda de día ni mañana. No son... el tipo de oponentes a los que estáis acostumbrados.

Camille asintió ante aquellas palabras y se dispuso a marcharse del despacho junto a Atlas. Una vez fuera, cuando se hubiesen alejado lo suficiente por los pasillos del G-31, le echaría una mirada de reojo a su compañero.

Tú también te has dado cuenta, ¿no? —quiso confirmar, para no sentir que era una locura suya—. Creo que no nos han contado todo. Y esa expresión... —Dejó pasar unos pocos segundos, dubitativa—. Algo traman. Quizá algo que tenga que ver con los nuevos reclutas. ¿Tú qué opinas?

Escucharía la respuesta de Atlas y, probablemente, el día transcurriese después sin demasiados incidentes. Como les habían indicado, tampoco les convenía agotarse y ya habían tenido bastante actividad física durante el entrenamiento. Probablemente lo mejor sería tomarse lo que restaba de tarde con calma y reservar energías para la noche siguiente.
#16
Atlas
Nowhere | Fénix
—Sí, desde luego no han sido demasiado disimulados —respondí mientras continuábamos andando, aunque tampoco tenía demasiado claro si había sido su intención que no nos diésemos cuenta. Conociendo a Garnett y su modus operandi habitual, no sería de extrañar que lo hubiese hecho deliberadamente para que nos preparásemos para lo peor.

En cualquier caso, en condiciones normales me habría asegurado de hacer lo mínimo posible durante el resto de la tarde. ¿Qué no haría si hasta la mismísima capitana Montpellier me conminaba a reservar energías? Por una vez en mi vida, pude hacer partícipe a alguien de las verdaderas dificultades que entrañaba el arte del escaqueo. ¿Que por qué? Pues porque para realizar un escaqueo eficiente la gente debía verte, pero no darse cuenta de que no estabas haciendo nada. Procuré dejárselo claro a Camille antes de ponerme manos a la obra, sirviendo yo mismo como ejemplo.

Siguiendo las instrucciones que nos daban inicialmente, me aproximaba a la zona en cuestión y preguntaba con tono de voz decidido y gesto serio qué necesitaban a quienes ya estaban allí. Cuando me lo decían, me aseguraba de encauzar la conversación de manera que fuese necesario que me dirigiese a otro lugar para satisfacer la demanda. Una vez allí, en vez de resolverla y ponerme manos a la obra, procuraba detectar una nueva necesidad y condicionaba la primera a la segunda. La seriedad y dedicación debían ser evidentes en la voz y la actitud corporal en todo momento, de manera que todo el mundo percibiese buena disposición por mi parte. Así, saltando de necesidad en necesidad sin resolver ninguna, era posible pasar semanas sin dar un palo al agua. No era algo milagroso, claro, porque la gente terminaba por darse cuenta, pero hasta que ese momento llegaba era posible gozar de días, incluso semanas, de auténtica paz y tranquilidad.

La verdad es que era totalmente incapaz de definir qué demonios nos habían encomendado hacer aquella tarde. En ningún momento había prestado atención a la tarea ni tenía pensado hacerlo, porque el proceder era siempre el mismo. Sólo tenía que saber dónde ir para aplicar el plan. En efecto, me dediqué a marear la perdiz de un lado para otro y dejar que las horas pasaran sin doblar el lomo más de lo justo y necesario. Aquella vez el menos tenía un motivo de causa mayor.

Las labores se prolongaron hasta que el sol se puso a lo lejos, pasando la iluminación a depender de la instalación eléctrica del G-31. Debía resultar imponente observar los siempre visibles muros del cuartel de la Marina en Loguetown desde la distancia, erguido como un orgulloso garante de la seguridad en el East Blue. ¿Quién diría que en su seno, al igual que en todos lados, sucedían cosas al margen de lo que los ojos de la mayoría podía ver?

—Creo que es el momento, ¿no? —le dije a Camille en voz baja, sin una gota de sudor en mi uniforme, cuando al fin nos dieron la orden de retirarnos a descansar.

Dejamos que el resto de marines se duchara y se preparara para dormir. Cuando llegó la hora, el cuartel era una tumba y nosotros sus ocupantes. En los pasillos únicamente se oían las distantes y quedas pisadas de los marines encargados de la guardia esa noche. Solían ser bastante descuidados a decir verdad, pues el control del Gobierno Mundial en el East Blue era casi absoluto y la ausencia de conflictos importantes favorecía la relajación. Tal vez fuese ese hecho el que permitiese la buena labor que hacía el sargento Garnett.

En cualquier caso, dejamos que todos los ruidos muriesen antes de levantarnos con cuidado y dirigirnos al campo de entrenamiento número cinco. El sargento ya se encontraba allí cuando llegamos, exhibiendo una orgullosa y triunfante sonrisa en el rostro que nos dirigió con toda la gratitud del mundo.

—¡Muchas gracias, de verdad! —exclamó al tiempo que se posicionaba junto a nosotros, golpeándonos la espalda a ambos una y otra vez. El condenado tenía fuerza, eso seguro—. Ya tienen que estar al llegar.

Como si hubiesen estado esperando ese comentario, una ristra desordenada de pasos comenzaron a aproximarse desde el otro lado de la puerta. Ésta se abrió bruscamente justo cuando los pasos se detuvieron, dejando visibles una ristra de al menos seis siluetas recortadas por la luz del pasillo.

—¿Es aquí? —dijo una voz femenina bien provista de un tono chulesco y osado.
#17
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Si tenía que ser sincera, lo que menos se esperaba Camille de aquel día era descubrir el modus operandi de Atlas. No hacía falta estar al día de todo lo que sucedía en la base para saber que su compañero era un escaqueado; si no todos, la gran mayoría de reclutas, soldados y sargentos del G-31 eran conocedores de sus andaduras. Lo que no muchos conocían —quizá nadie aparte de él y ahora ella— era el esfuerzo, nivel de cuidado y profesionalidad con los que evadía sus rutinas y tareas diarias. Era tal el nivel de maestría que parecía haber desarrollado en el arte de tocarse los bajos, haciendo ver como si estuviera trabajando, que a Camille le surgían dudas sobre si no sería mucho más extenuante todo ese proceso que, simplemente, cumplir con sus obligaciones. Sin embargo, no se atrevió a contradecir al rubio ni a plantearle la cuestión. Por el contrario, se dejó llevar por él y apreció —en parte maravillada, por la otra preocupada— su destreza desviando obligaciones.

Se pasaron así casi todo lo que restaba de tarde, y algo parecido sucedió durante todo el día siguiente. Casi llegó a sentirse mal, como si estuvieran haciendo algo que no debían —en parte así era—, dejando descolgadas a tantas personas que, en cierta medida, contaban con ellos para resolver sus problemas. Tuvo que convencerse a sí misma de que tan solo estaban siguiendo órdenes. Después de todo, la capitana Montpellier y el sargento Garnett les habían instado a reservar sus energías para la noche del calabozo.

Las horas pasaron y, cuando la noche cayó sobre Loguetown y todo el G-31 quedó en calma, ambos salieron furtivamente para dirigirse al mal llamado anfiteatro que servía de estadio para el Torneo del Calabozo. En realidad, tan solo eran un montón de bancos apiñados alrededor de un hexágono delimitado por cajas torpemente apiladas, todo ello montado furtivamente en uno de los almacenes con menos uso y relevancia de la base. Cuando llegaron allí, tan solo unos pocos conocedores de aquella actividad habían hecho acto de presencia. Todos ellos se encontraban desperdigados por los diferentes bancos de las «gradas», siendo caras familiares para Camille. No había nadie que no reconociera, de modo que los nuevos debían estar al caer aún.

Tan solo tuvo que pensar eso para que la puerta se abriese, adentrándose en el lugar un grupo variopinto encabezado por una mujer.

Qué puntuales —le dijo en voz baja a Atlas, echando un vistazo a las seis figuras que habían aparecido.

Quien los lideraba era una humana de cabello castaño que, si bien no podía competir con la estatura de Camille, sí que era algo más alta que Atlas. Su apariencia le daba un aire curtido, como si hubiera tenido una vida complicada que le hubiese llevado a estar en muchas situaciones incómodas y comprometidas. Nada que no se esperase, pues esos rasgos eran comunes en casi la totalidad de los participantes del torneo. Lo que más llamó la atención de la oni fue su mirada. Había algo en ella que le causó inquietud: una ferocidad que no había visto en otras personas. Justo a su lado, algo más bajito que su compañera, se encontraba un joven de cabello cenizo de cuya espalda brotaban un par de alas blancas con plumas que debía haber teñido de rojo. Un skypiean. Al menos con la ropa por encima, no parecía contar con una complexión tan impresionante como la de la mujer. Sus rasgos eran suaves y su gesto tan despreocupado como pícaro. Y, aun así, desprendía un aura que dejaba claro que había algo inquietante en él que disparó las alertas de Camille.

El resto del grupo destacaba mucho menos, aunque sus integrantes parecían igual de fieros que los dos primeros: dos hombres humanos, una buccaneer de unos cinco metros de alto y un chico con rasgos animales, el cual no llegaba a ser tan «animal» como para poder ser percibido como un mink. Recordaba, de alguna forma, a un león.

El sargento Garnett le dedicó una sonrisa divertida tanto a Atlas como a ella antes de avanzar hacia el grupo y asentir, saludando a los recién llegados con el gesto que solo los allí presentes conocían.

—¡Aquí es, Frida! Bienvenidos al Torneo del Calabozo —les confirmó y, sin más preámbulos, les hizo un gesto para que entrasen. Todos accedieron sin poner muchas pegas.

Observaban el lugar con una mezcla de emociones. Frida miraba por encima del hombro a todos los presentes e incluso empujó con el hombro a un marine al momento de pasar a su lado. Pese a que parecía que iban a presenciar la primera disputa en ese preciso instante, una mirada de la mujer bastó para que el fornido muchacho retrocediera y se quedase con la palabra en la boca. El skypiean observaba la situación con diversión, manteniendo las manos tras la nuca totalmente despreocupados. Cuando se plantaron frente a Garnett, Frida alzó una ceja.

—Bueno, hemos cumplido y estamos aquí. ¿Quiénes son los pipiolos a los que tenemos que patearles el culo? —y fue en ese momento cuando les dedicó un primer vistazo a los dos—. ¿Estos dos?

—La oni igual te aguanta uno o dos puñetazos, Frida —se aventuró a afirmar el skypiean, tras lo que el resto del grupo menos la mujer se rieron—. Pero el rubito creo que se cagaría encima antes de empezar.

Camille frunció el ceño y torció el gesto con enfado.

Igual os tragáis vuestras putas palabras —soltó impulsivamente, dando un paso al frente.

Garnett se puso en medio y alzó los brazos.

—Vamos, vamos. Vais a tener tiempo de sobra para desquitaros los unos con los otros. Por ahora, ¿qué tal si tomáis asiento y esperáis a que os toque, eh? Estaría bien que le hiciéramos una pequeña introducción a los nuevos de lo que hacemos por aquí.
#18
Atlas
Nowhere | Fénix
Cabecilla en apariencia desafiante, algo soberbia. Junto a ella, alguien con aire despreocupado que seguramente se tomaba más molestias en exagerar lo que aparentaba que en serlo realmente. Detrás de ellos, el resto de un grupo de lo más variopinto que parecía disfrutar con la incomodidad que su actitud provocaba en el ambiente. De cualquier modo, lo que más llamativo resultaba era el aura animal que desprendía quien llevaba el estandarte de líder. Efectivamente, aquel pequeño batallón olía a conflictivo desde lejos. Al mismo tiempo, por desgracia o por fortuna, desprendían un aroma a posibles promesas que resultaba difícil de obviar. Sí, me querían recordar a alguien...

El nombre de ella no tardó en ser revelado por el sargento, que la recibió con la familiaridad y la irreverencia con la que se desenvolvía en ese ambiente. Era curioso cómo el condenado era tan hábil para mantener ese aire canalla y chulesco en todo momento cuando era necesario. Hacía ver que actuaba al margen de todo y de todos, que sólo buscaba beneficio personal, cuando en realidad hacía todo lo contrario. Apostaba como el que más, eso sí, pero los beneficios que sacaba eran destinados a la propia Marina: familias de marines caídos, programa de educación de huérfanos de catástrofes y guerras y todo tipo de actividades. A mis ojos podía ser perfectamente el prototipo de marine, la clase de persona que haría del mundo un lugar mejor y más justo. Sin embargo, prefería permanecer en la sombra en todo momento. Llevaba a cabo un trabajo meticuloso y silencioso, siempre bailando entre el fango y el agua con maestría para asegurarse de que nadie cayese al vacío... La había llamado Frida.

Camille no se mostró dispuesta a asumir ni el menor intento de la mujer por quedar por encima de ella. El primer comentario fue recibido con el escudo bien alto y la lengua afilada. Tuve que contener una sonrisa burlona al ver la reacción de la oni. ¿En qué momento se había puesto tan seria? Habíamos ido allí a hacer un favor. Por supuesto que íbamos a dejarnos la piel para dejarles claro a esos reclutas recién incorporados que debían dejar su antigua vida atrás, pero precisamente ése debía ser el juego en que Frida se encontraba cómoda. Aprovechando la intervención de Garnett, estiré el brazo en dirección a Camille y aferré su antebrazo, haciendo la presión justa para llamar su atención y que entendiera el mensaje. Debíamos demostrarles que allí no valían la altanería y la soberbia, que allí se hablaba con actos y demostrando habilidades. La idea que debía rondar sus mentes al final de la noche es que aquello no era un patio de colegio en el que pudiesen ir amenazando o campando a sus anchas. Aquello era mucho más importante y en cualquier momento podías tener alguien a tu lado capaz de romperte los dientes sin inmutarse, pero no se hacía porque había un bien común más importante por el que todos luchábamos en conjunto. Era tremendamente sencillo en el fondo, pero al provenir de según qué ambientes o dificultades vitales podía resultar un poco más difícil desarrollar esa perspectiva.

—Vamos, Jory —dijo Frida con una sonrisa sarcástica en el rostro al skypeian de las alas teñidas. Con un gesto de cabeza, todo el grupo se fue a una zona apartada mientras el que parecía ser el segundo al mando silbaba sin cesar distraídamente.

—¡Bienvenidos y bienvenidas a una nueva edición del Torneo del Calabozo! Como ya sabéis, éste es un evento para quienes estamos un poco cansados de la encorsetada vida con la que nos obsequia la Marina. A todos nos gusta nuestro sueldo fijo, ¿verdad?, pero hay veces en la que el cuerpo pide algo... diferente, algo... excitante, algo... que apasione. ¿No es así?

Las cabezas de la mayoría de los asistentes asintieron en silencio. Una sonrisa animal comenzó a dibujarse en el rostro de Frida. Al mismo tiempo, el resto de integrantes de su grupo se preparaban para lo que mejor se les daba: meterse en líos. Por su parte, Jory se había sentado en el suelo con las piernas cruzadas y había decidido comenzar a mascar un chicle. El sargento Garnett siguió hablando:

—Es muy sencillo. Para los nuevos: no empleamos armas de filo, porque se nos podría caer el tinglado y eso no le interesa a nadie. ¿Golpes? Los que queráis siempre que el otro pueda trabajar mañana, ¿de acuerdo? Al inicio del torneo se hacen emparejamientos aleatorios. Las apuestas se hacen ronda a ronda, claro, y sólo puede quedar un vencedor que pasa a ser el Rey Del Calabozo hasta la siguiente edición. ¿Que cuándo será la siguiente? Ya sabéis que esto no es fácil, chicos. Si los organizase todas las semanas o todos los meses nos acabarían atrapando. Intento ser errático. En ocasiones hago dos torneos en una semana, otras veces me tiro varios meses haciendo uno al mes y he llegado a estar casi un año sin organizar ninguno. En resumen, que no dejéis pasar la oportunidad. ¿Quién vence? Quien noquee al contrincante, lo saque de los límites o provoque que se rinda. Sencillo, ¿verdad? Dicho esto, vamos con el sorteo.

Además del grupo de seis y nosotros había otras ocho personas para formar un total de dieciséis. En la primera ronda me tocó enfrentarme contra un tal Sahito Ryumei, un muchacho humano extremadamente corpulento que llevaba en Loguetown algo menos de una semana y ya se había peleado con la mitad de su pelotón. A Camille, por su parte, le tocó en el sorteo el tipo que parecía un león pero no era un mink.

—En primer lugar, ¡Frida contra Bazzle! ¡Hagan sus apuestas! —exclamó Garnett, y manos repletas de billetes comenzaron a alzarse para demostrar su confianza en uno de los contendientes.
#19
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Algo en su interior trataba de recordarle para qué habían ido allí y cuál debía ser su cometido, pero fue incapaz de controlar la impulsividad de su lengua. Aquella mujer, una humana a la que le sacaba un buen puñado de cabezas, gozaba de una altanería y soberbia que rallaban lo irritante. Cruzaron miradas cuando replicó y pudo ver en aquellos ojos la carencia de respeto, sorpresa o impresión propias de alguien que se creía libre de hacer lo que quisiera. Aquello tan solo frustró más a Camille, pese a los intentos de Garnett por desescalar la situación. No fue hasta que notó la mano de Atlas apretándole el antebrazo que fue capaz de refrenarse a sí misma.

Vaya imbécil —masculló con gesto frustrado y voz baja en cuanto se encaminaron hacia sus asientos. Se quedó pensativa unos segundos antes de seguir hablando—. Supongo que también lo has notado. Por más que me joda, algo me dice que su actitud está justificada. Esa mirada no era de simple prepotencia.

Jory. Ese era el nombre del skypiean que parecía secundar a Frida en un grupo tan disruptivo como ese. Su brigada era peculiar, no cabía la menor duda, pero esa gente se encontraba a un nivel muy diferente. Podía verse cómo iban anunciando problemas y peligro con tan solo echarles un vistazo por encima y, para más inri, tenían pinta de ser bastante fuertes. No le llevó demasiado tiempo comprender por qué Garnett les necesitaba para meter en vereda a los nuevos: no cualquiera tendría la osadía de contrariarles, y de aquellos con el valor suficiente no muchos tendrían la fuerza para defender su posición. No, estaba claro que allí hacían más falta que en cualquier otro sitio de la base. Necesitaban alguien que les enseñase que aquella soberbia no funcionaría dentro de la Marina.

Garnett se posicionó en el centro de la clandestina arena y, haciendo alarde de su actitud habitual en aquellas ocasiones, empezó a explicar las reglas básicas —que no eran demasiadas— utilizadas durante el Torneo del Calabozo. No usar armas de filo era una regla tan de sentido común como necesaria. Conociendo el historial de todos los presentes, era más que probable que más de un participante saliera con cortes, puñaladas e incluso dentro de una caja de pino si no ponían límites. Para Camille podía ser algo problemático, pero con que le permitiesen tener un palo largo o algo por el estilo no tendría muchos problemas... o eso esperaba.

Los combates se anunciaron y ambos se enteraron de quiénes serían sus primeros contrincantes. Sería la oni la primera en probar las capacidades de los recién llegados. El león respondía al nombre de Leo, algo que era tan coherente como irónico y estúpido. Leo el león. Sus padres debían ser los más originales del pueblo. Camille echó un vistazo hacia el rincón donde estaban los nuevos sentados y se topó con varios de ellos mirándola fijamente, incluyendo a su futuro contrincante. El chico hizo un gesto amenazador, pasándose el pulgar por delante del cuello lentamente, ante lo que la morena se limitó a sonreír en respuesta. No era una sonrisa alegre, sino una cargada de malicia, del tipo de sonrisas que transmiten que nada de lo que está a punto de suceder puede ser bueno. Pareció suficiente para borrarle la suya al gatito.

Sin embargo, antes de poder medirse con sus respectivos oponentes, parecía que la primera en tener su puesta en escena sería la mismísima Frida. La mujer se levantó con parsimonia y aires chulescos, caminando tranquilamente hacia el hexágono que haría de ring para los enfrentamientos de la noche. Su contrincante, Bazzle, era un habitual ya de los Torneos del Calabozo. No era el marine más fuerte de la base ni mucho menos, pero el joven contaba con un cuerpo atlético y unas piernas ágiles. Le había visto mandar a la enfermería con ellas a más de un compañero durante los entrenamientos de la mañana; antes de que Garnett lo metiera en vereda con su programa para niños descarriados, claro. Ambos contendientes se posicionaron cerca del centro y el sargento dio la señal para que comenzaran. Camille centró sus sentidos en ellos, no queriendo perderse ningún detalle.

—Puedes rendirte y así te ahorras la humillación —le dijo Frida al aire, mirándole con diversión—. Piénsatelo.

Bazzle soltó un bufido condescendiente.

—Lo único que pienso es que os va a venir bien el baño de humildad.

Frida se encogió de hombros y el chico, sin más preámbulos, se lanzó hacia ella a toda velocidad. Giró sobre sí mismo cuando se encontraba a unos dos metros, cargando su cuerpo de inercia para transmitírsela a la pierna que empezaba a levantar, justo antes de lanzar una patada que iba como un rayo hacia la el torso de la mujer. Tenía tanta potencia que posiblemente sería capaz de lanzarla fuera del hexágono si acertaba, pero no pareció preocuparle en absoluto. Dio un pequeño pero veloz paso hacia un lateral, lo justo para que la pierna de Bazzle le pasase por debajo del brazo y poder hacerle una presa que lo detuvo en seco. El marine abrió los ojos con sorpresa, antes de que Frida cerrase el puño y se lo estampase en la cara.

Abrumado, Bazzle pareció estar a punto de caer con tan solo un apoyo en el suelo, pero la mujer le ayudó a mantener el equilibrio amablemente manteniendo el agarre de su pierna.

—¿Paramos?

—Cierra la puta boca.

Casi igual de rápido y usando a Frida de apoyo, dio un brinco con su única pierna libre y trató de darle una patada en el lateral de la cabeza. Ella le soltó y se agachó, dejando que el ataque le pasara por encima. En el momento en que Bazzle aterrizó con ambas piernas, la mujer pasó al contraataque y le lanzó un par de puñetazos que el muchacho esquivó a duras penas. Tomó algo de distancia y, justo en ese momento, se lanzó hacia él de una forma forma que a Camille se le hizo familiar. Recortó la distancia en un parpadeo y giró sobre sí misma, alzando la pierna derecha tal y como había hecho Bazzle, pero su ejecución fue mucho más rápida que la del marine y conectó en su torso. El impacto resonó en todo el almacén con un desagradable crujido.

Bazzle acabó chocando contra las cajas que delimitaban el hexágono y saliendo del recinto unos cuantos metros más. Frida se llevó las manos a los bolsillos y sonrió con altanería, echándole un vistazo al resto de los presentes que se sintió como una clara advertencia.

—Bueno —empezó diciendo Garnett, lanzándole una mirada furtiva al duo de la L-42—. Pues ha sido rápido. ¡Siguiente combate!
#20


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