Hay rumores sobre…
...un hombre con las alas arrancadas que una vez intentó seducir a un elegante gigante y fue rechazado... ¡Pobrecito!
Tema cerrado 
[Aventura] [T5] Los Negocios del Capitán...
Percival Höllenstern
-
Día 30 del verano de 724

El aroma del salitre del puerto de Loguetown golpeaba las fosas nasales de Byron mientras caminaba a paso firme por los muelles, regresando de hacer el papeleo de atraque al puerto. Era un pirata, sí, pero en una ciudad con una presencia Marine tan imponente, tenía que cumplir las normas, especialmente tras los disturbios que habían acontecido en el G-31 hace no demasiado y que aumentaban la presencia militar del lugar. 

Byron ataviaba una camiseta de hombreras muy ceñida con cuello alto de color negro abierta en su espalda, dejando ver claramente las cicatrices de su espalda. Sobre ella, una camisa blanco sucio o beige, algo deteriorada y que sobrepasa la anchura de su torso, que queda fija debido a su pantalón bombacho de color granate apagado que lleva puesto, el cual se encorseta hasta el ombligo.

Su barco, el infame "Duck Duck Go n.º 1", el que había comandado en breves, pero intensos saqueos y escapadas magistrales, no estaba donde lo había dejado.

A su lado, los murmullos de los marineros y los comerciantes no pasaban desapercibidos. Había algo en el aire, una tensión que parecía volverse más densa con cada paso. Los ojos de Byron barrían el puerto, buscando cualquier rastro de su nave, pero solo encontraba extrañas miradas de reojo y el traqueteo de las cajas siendo descargadas de otros navíos.

No tardó en encontrar la respuesta que necesitaba. Un par de marines, con el pecho inflado y las espadas colgando de sus cinturones, estaban apostados junto a una pila de cajas de suministros. Uno de ellos, un oficial de bigote fino y aire de superioridad, examinaba unos papeles. 

Vestía su uniforme con una pulcritud que delataba su rango, pero no hacía alarde de él. Belmonte, como muchos lo llamaban en voz baja, era conocido por su forma calculadora de actuar. No había grandilocuencias en él, ni amenazas explícitas. Solo un control sutil y frío.
Capitán Belmonte
Su mirada recorría el puerto de forma metódica, pero sin urgencia. Los papeles en su mano parecían una formalidad, un gesto casi mecánico. Sin embargo, las decisiones que escondían eran de un peso mucho mayor. Que su barco no estaba, ya era un hecho, pero ningún gesto de Belmonte lo sugería de manera ostensible. Para cualquiera que lo observara, solo parecía un oficial más supervisando su rutina, pero Byron tenía un pálpito.

Alrededor, los murmullos de los marineros eran apenas perceptibles. Las noticias se filtraban con cuidado entre los muelles, como el propio susurro del viento y de las olas. Algunos sabían lo que había pasado con el barco pirata, pero pocos se atrevían a hablar abiertamente de ello. Belmonte era un hombre que no necesitaba levantar la voz para que su presencia se sintiera, y no por el hecho de su porte físico, sino más bien por su reputación extrema.

Belmonte permanecía inmóvil, con los papeles en mano, mientras sus ojos seguían recorriendo el puerto con una indiferencia estudiada. A simple vista, parecía que solo estaba cumpliendo con su labor, supervisando la actividad de los muelles. Sin embargo, era evidente que algo más se ocultaba tras su mirada calculadora.

Cerca de él, algunos marineros intercambiaban miradas rápidas, como si temieran hablar en voz alta. Uno de ellos, un hombre con el rostro curtido por el sol y las manos llenas de cicatrices, murmuró algo que apenas alcanzaba a oírse, pero que llegaba a oídos atentos. —El barco... no volverá a zarpar hasta que él lo diga—, comentó, aunque rápidamente se viró arrepentido de haber dicho demasiado, y se perdió en la multitud del puerto con cierto disimulo.

El nombre de Belmonte flotaba en el aire como una amenaza tácita para todos, pero no había palabras directas sobre el "Duck Duck Go n.º 1". 

Si algo había sucedido con su barco, nadie daría cuenta de ello. Los papeles que el marine sostenía no contenían detalles específicos, pero algunos presentes sabían que cuando él intervenía, siempre había más que un mero control rutinario. 

Belmonte continuaba su supervisión, impasible, mientras un rumor sutil empezaba a crecer entre los comerciantes y los marineros. —Nada se mueve aquí sin que él lo sepa— alguien susurró, lo suficientemente bajo como para evitar problemas, pero dejando claro que cualquier acción requeriría un enfoque cuidadoso y, sobre todo, el miedo que esta figura de porte desgarbado y rimbombante bigote sugería pese a su apariencia.

¿Qué haría el joven Byron para tornar la situación a su favor?

OFF
#1
Byron
Que me lo otorguen
Por fin habían llegado a Logue Town, posiblemente la isla más famosa del mar del Este. El olor de la marea y la sal inundaba sus fosas nasales, así como el ruido del muelle que provocaban los múltiples trabajadores ocupados con sus múltiples tareas. Una amplia sonrisa que poco disimulaba su alegría habitaba en el rostro del intrépido muchacho, la tierra prometida se encontraba una vez más frente a él, y estaba vez, la visitaba acompañado de sus cercanos tripulantes, su viaje, había comenzado. Tenía grabada a fuego la estampa del muelle, por su breve estancia pasada, todo estaba tal y como él recordaba, para su tranquilidad, el ánimo de aquella viva ciudad seguía intacto, a pesar de que el mismo Byron sabía lo que en un futuro podría ocurrir en esas calles.

Como forma de celebración, fue a la cocina, y con ánimo agarró del refrigerador el tentempié que le pidió a Muken que le preparase en cuanto vio la isla a lo lejos del horizonte. No tenía mucho misterio preparar aquel plato, lo más importante es que los ingredientes fuesen de buena calidad, y tener la buena maña como para utilizar un cuchillo dando cortes precisos. Así pues, sentando en un pequeño taburete de la cocina, y con el maravilloso Sashimi Deluxe presidiendo la mesa que tenía enfrente, se limitó a deleitarse con cada bocado y a dejar que sus pupilas se empapasen con el sabor de aquel pescado de alta calidad, totalmente en silencio, como si se tratase de un ritual, un premio que Byron se había dado el capricho de cumplir, si conseguía una tripulación con la que aventurarse al mar.

Tras aquel momento de paz, salió de nuevo a cubierta, vestido con sus habituales galas bombachas, su fiel acero en la cintura y una mochila resistente cargando algunos utensilios que podían venirlos bien si las cosas se torcían, mientras se llevaba a la boca su vieja y desgastada pipa con su habitual tabaco de baja calidad y con una cerilla encendía el interior de la cazoleta. Una profunda calada, para exhalar el denso humo grisáceo, el ritual había sido totalmente completado.

Sintiendo el viento marino en su frente, le informaron en cubierta que Drake iba a encargarse del papeleo por atracar en aquel pulcro puerto. Byron se negó, sería el quien se encargaría de la burocracia, después de todo era el capitán, y quería que ellos no se preocupasen de ese tipo de cosas y disfrutaran de un paseo tranquilo por aquella maravillosa isla, pues él, podía perderse algo de ese disfrute al ya haber estado. Masculló e intentó llevar la contraria el hombre de los brazos largos, pero al ver la decisión de Byron en sus ojos, le cedió el honor, aunque no se libraría de unos cuantos insultos por parte de su mano derecha.

Así fue como el zagal bajó del Duck Duck Go nº1 y deambuló por el puerto, con el sol bendiciendo su espalda, como forma de acompañar la cálida bienvenida que brindaron los ciudadanos que con su mera presencia hacían sentir arropado al chico de cabello violeta. La cordialidad, en aquel momento, se respiraba en allá donde mirase, una ciudad tranquila, que transmitía la esperanza de un nuevo comienzo a aquellos viajeros que deambulaba por sus baldosas cuidadas.

Byron salió de aquella oficina, con unos papeles en su mano, unos cuantos berries menos, y sobre todo la cabeza revuelta, con los ojos en blanco y casi viéndose unos pájaros imaginarios dar vueltas a su cráneo. De haber sabido que aquella tarea iba a tener que hacer aprenderse unas cuantas normas y leyes, se lo hubiese dejado a su camarada, pero ya era tarde, por lo menos la situación le había dado algo de conocimiento.

Volvió sobre sus pasos, y algo había cambiado en el ambiente, aquellos ciudadanos parecían encontrarse violentados, la marea de gente estaba turbulenta, se podía mascar el aura de pesadumbre y tensión que estos desprendían. Circulaba a paso lento, escuchando vagos murmullos de los habitantes en su avance, incluso el viento y las olas parecían revolverse ante los poco informativos comentarios que salían de sus bocas, palabras amedrentadas que impedían captar el mensaje.

Llegó a la ubicación donde habían atracado el Duck Duck Go nº1, en su lugar había un hueco vacío, su querido barco había desaparecido. Alarmado echó la vista a los lados, visiblemente preocupado, y con unas gotas de sudor cayendo por su frente, era imposible que en un intervalo de tiempo tan corto se lo hubiesen robado, y la opción de haber atracado mal estaba totalmente desechada al conocer las habilidades de su navegante.

- Mierda... Mierda... Drake me va a matar... Mierda... Mierda... Me ha dejado al cargo del navío que construyó para mí y lo he perdido es unos miserables minutos... Mierda... Mierda.- Murmuró para sí, mordiendo su puño debido a la impotencia.

Entonces cayó, esa aura revuelta, ese mal augurio que sentía, la gente agitada entre murmullos. Buscó con la mirada una mano amiga, un vistazo cómplice, e intentó prestar atención todo lo que podía para ver si captaba unas palabras más. Y escuchó a un hombre hablar, con una piel claramente tostada, un cuerpo tonificado por el trabajo duro y marcas en sus manos que eran pruebas grabadas de este mismo. Un escalofrío, como un rayo, recorrió la espalda del joven espadachín al escuchar su tímido murmuro, y viéndolo huir entre la multitud masticó esas palabras en su mente, para entender bien a que se refería.

Un giro brusco, que le hizo atisbar en el centro de aquella localización a dos marines, uno claramente destacaba más que el otro, con su peculiar bigote y prominente porte. Las miradas disimuladas de los presentes dejaban en claro, que eran los que habían provocado que aquel malestar entrase en escena, y otro susurro más daba a entender que eran los responsables de lo que le había sucedido a su barco.

Preocupado, y entendiendo la posición de aquellos dos, se acercó con un aura amigable, sin querer ocasionar problemas a no ser que fuese algo totalmente necesario. Lentamente, mientras los saludaba de forma vivaz con el brazo en alto, al final del día eran hombres de ley, y hasta ahora no había hecho nada para saltarse las reglas, así que pensó que no tenía por qué temer.

- ¡Disculpad! ¿Le ha pasado algo a mi barco? Vengo de rellenar el papeleo en la oficina, me gustaría saber si ha habido algún inconveniente.- Preguntó, parando su camino a unos 5 metros de aquellos dos hombres. Tragó saliva, sintiendo la tensión en cuanto los ojos de aquel "bigotes" se fijaron en él.

DATOS
#2
Percival Höllenstern
-
El aire del puerto parecía volverse más denso, casi palpable, mientras los murmullos de los marineros se intensificaban a su alrededor. Los ojos de Byron brillaban con una mezcla de inquietud y determinación al acercarse a los marines, especialmente al que se destacaba entre ellos: el Capitán Belmonte. Había algo en la atmósfera, que enrarecía toda la situación, quizá la mirada de reojo a sendos lados del puerto le ofrecía una visión casi mística de la situación, como si el mismo puerto contara secretos que solo unos pocos podían escuchar. Byron, sin embargo, no tenía tiempo para perder en rumores. Su mente estaba fija en el objetivo.

Belmonte, con su porte controlado y su mirada fría, dejó de observar el puerto para centrar su atención en Byron. La expresión en su rostro era impasible, pero había una chispa de interés, como si estuviera evaluando al joven pirata que se atrevía a acercarse. Su bigote, pulido y orgulloso, se movió ligeramente al abrir la boca, preparado para responder. El contraste entre la apariencia del capitán y la del joven pirata era notable; Belmonte, con su uniforme impecable y su actitud autoritaria, parecía una montaña inquebrantable, mientras que Byron, con su cabello alborotado y su mirada desafiante, irradiaba la impulsividad de la juventud.

El marine a su lado, menos imponente, también dirigió su mirada hacia Byron, un tanto confundido por la audacia del joven. Los murmullos a su alrededor comenzaron a cesar, dejando un silencio tenso que se cernía sobre el muelle. El ambiente era un campo de batalla emocional, donde cada palabra y cada gesto podían ser la clave para abrir una puerta o cerrarla de golpe.

La respuesta de Belmonte llegó, clara y metódica, como un reloj que marca su tiempo: —¿Tu barco?— preguntó, su voz suave y calculadora, mientras sus ojos analizaban la reacción del joven. —El "Duck Duck Go n.º 1"... Ha habido un... inconveniente. Necesitamos requisarlo para ver que cumple con la normativa 348.B Artículos 13 y 25— comentó en un tono que claramente marcaba desinterés y una excusa practicada, mientras se giraba levemente al otro marine y comenzaba a reírse en un característico "Nyorohohom". La risa del capitán resonó en el aire como un eco burlón, una burla que dejaba en claro que el joven estaba en una posición de desventaja.

Los murmullos entre los marineros comenzaron de nuevo, ahora un poco más claros. Algunos hablaban en voz baja sobre cómo los marines siempre hacían lo mismo a los marineros y como aprovechaban que estaban en el control para lucrarse. Byron sintió cómo una oleada de indignación le subía por la espalda; no podía permitir que eso siguiera sucediendo. Sabía que los marines eran conocidos por sus prácticas corruptas, siempre buscando una forma de sacar provecho de la situación. Esto no era solo un asunto de barco requisado; era una lucha por la dignidad de todos los hombres y mujeres que vivían y trabajaban en el puerto.

Belmonte, con una calma inquietante, continuó observándolo, viendo una reacción extraña en la cara de Byron. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y desdén. —A veces, los capitanes deben entender que no siempre pueden actuar con libertad en estas aguas. La ley tiene su peso— se limitó a continuar, sonriendo y mirando directamente al hombre de cabellos violetas. Era un comentario que pretendía ser cortés, pero que estaba impregnado de una sutil amenaza.

La tensión era palpable, y Byron sabía que cada segundo contaba. ¿Podría ganarse la confianza de Belmonte, o tendría que encontrar una forma más astuta de manejar esta situación antes de que se descontrolara? La mente de Byron funcionaba a toda velocidad, evaluando sus opciones. Con cada latido de su corazón, su instinto le decía que necesitaba actuar rápido, que dejar que la situación se desarrollara sin intervención podría significar el fin de su sueño de convertirse en un pirata respetado.

Belmonte, observando a Byron con atención, se permitió una sonrisa sardónica. —¿Crees que el hecho de ser joven te da la libertad de desafiar la autoridad? La juventud es un arma de doble filo, muchacho. Puede ser que estés lleno de ímpetu, pero la experiencia siempre tiene un peso en este mundo. Los mares no perdonan la imprudencia.— continuó henchido de descaro.

Mientras el joven se debatía internamente, Belmonte notó cómo otros marineros comenzaban a acercarse, atraídos por la tensión de la escena. Sabía que su presencia debía ser firme, pero no quería dejar de lado la oportunidad de mostrar su dominio. 

Tu barco, chico, es un objeto de interés— continuó el capitán, manteniendo su tono calculador. —No quiero que te lleves una impresión errónea sobre mis intenciones. No soy un villano, aunque algunos de mis hombres puedan pensar diferente. Solo hago mi trabajo, y mi trabajo consiste en garantizar la seguridad de estas aguas. Pero siempre estoy abierto a discutir... términos. — musitó con la calma de un zorro cazando.

Sus palabras flotaron en el aire como un desafío, y los murmullos entre los marineros aumentaron de intensidad. Algunos comenzaron a murmurar sobre la posibilidad de que Byron se sometiera a un trato. Había un aire de expectativa, como si el destino del joven pirata estuviera en juego. Belmonte sabía que la multitud estaba observando, deseando ver si el joven capitán podría salir de esta situación con un poco de dignidad.

Si decides cooperar, tal vez podamos encontrar una solución que funcione para ambos— dijo Belmonte, su mirada fija en Byron. La sonrisa en su rostro era astuta, como si ya estuviera contemplando las posibilidades que podrían surgir de esta interacción. —Imagina, un futuro donde tú y tu tripulación puedan seguir surcando los mares sin problemas sobre su barco, sin el temor constante de que un marine esté a tus puertas. Todo lo que necesitas hacer es cumplir con las normas. Sin embargo, si decides resistir...— dejó que su voz se desvaneciera, dejando en el aire la amenaza implícita de las consecuencias.

Byron, sintiendo el peso de la mirada de Belmonte, se sintió acorralado, pero también motivado. No podía ceder ante las presiones del capitán, no si quería demostrar su valía como pirata. Sabía que tenía que jugar sus cartas con astucia, y cada palabra que eligiera podría cambiar el rumbo de la conversación.
#3
Byron
Que me lo otorguen
- Zorro astuto, así que de esto va el juego...- Pensó en cuanto escuchó la primera intervención del hombre con aquel característico bigote.

El denso ambiente envolvía la escena en la que se encontraba, y a pesar de esa tensión palpable, no pudo evitar esbozar una media sonrisa, al entender que, aunque pudiese parecerlo, pues los representantes de la justicia eran los que movían los hilos, esto no se trataba de un incumplimiento de la ley real, más bien usaba los artículos mentados eran una mera excusa para sus aun ocultos fines.

Las voces y murmullos entraban de forma disimulada, brindando a Byron la información de que, aquellos hombres, no era la primera vez que se veían envueltos en cuestionables prácticas. Varios mascullaban de forma más valerosa como habían sido perjudicados por las injustas prácticas con tal de sacar beneficio para sí mismos, más eran pequeños comentarios en el aire, viéndose amedrentados por el porte de aquel capitán que con el pecho hinchado juzgaba a todos los presentes sin llegar a prestarlos atención, solo con su mera presencia, impidiéndolos alzarse y formar parte de la conversación.

El joven de cabello violáceo se encontraba con un semblante tranquilo mirando a los dos presentes, ordenando las ideas en su cabeza, y frenando con todo su ser aquel fulgor en su pecho que quería hacerlo dejarse llevar provocado por el abuso de poder mostrado. Más era cauto, y por muy cabezota e impulsivo que fuese, sabía que hasta ese momento no tenían nada en su contra, y que alzar las armas sería lo que les daría un motivo palpable para conseguir lo que querían, era mejor jugar sus cartas de forma paciente, y aun mostrando su desagrado de forma sutil, vigilar sus palabras y no enzarzarse en una discusión en la que tenía todo que perder. Por lo menos, ahora había confirmado que su barco estaba en el punto de mira del hombre con el bigote afilado.

- ¡Je! Entiendo lo que dice caballero, pero literalmente aún no me he saltado ninguna norma, en la oficina no me han hablado sobre esos dos artículos, y no voy a negar que desconozco el contenido de estos, me encantaría que me los explicases si no es molestia.- Dijo con plena calma, conociendo bien que, aún no tenían nada en su contra.- Y sobre esa libertad de la que hablas, la entiendo, no se preocupe, por eso me he limitado a seguir la ley al pie de la letra desde que tengo conciencia.- Soltó con total confianza, aquella conveniente mentira, en esta ocasión le vino bien no tener la reputación que él ansiaba.

A pesar de esa seguridad que sentía, era innegable que el ambiente se mostraba hostil, no de forma bélica, pero si se notaba el descontento que podía sentir alguien cuando se encontraba con un individuo que intentaba frustrar planes ajenos con preguntas de más. Y aun así, a pesar de esos mensajes entrelíneas, se sentía como una conversación distendida, pues ambos ocultaban sus verdaderas intenciones, hasta el hombre de bigote se permitía el descaro de reír, cualquiera que estuviese viendo aquella escena entendería el ambiente, aunque sus palabras he intenciones estuviesen disfrazadas.

Como si no hubiese entendido aquella advertencia, Byron sonrió, como si fuese más bien el consejo de un conocido, que busca lo mejor para aquel que le es cercano. Y fingiendo bien unos ojos sinceros lo miró con cara de cordero, para responder sus palabras.

- No, no, le aseguro que ha sido un malentendido, no busco desafiar a la autoridad, solo viajar tranquilamente con mis camaradas, nada más. Sé que ser joven e imprudente puede jugarme una mala pasada, por eso intento ir con pies de plomo, aunque muchas gracias por el consejo, lo tendré en cuenta.- Mintió, más su inocente rostro cargaba sus palabras con veracidad. A pesar de ser alocado e ignorante, no era tonto, y sabía qué pregonar allí sus deseos más profundos y tomar sus palabras como una herida a su ego, no era lo conveniente.

Quizás por sus palabras, quizás por ser el único que se había atrevido a plantar cara, o quizás simplemente por estar hartos de las estratagemas de aquel tipo, varios marineros dieron un paso hacia al frente. El inexperto capitán, aun sin saber el motivo, lo sintió como un gesto de apoyo de aquellos afables ciudadanos. Ante la atenta mirada de Belmonte, Byron se mantuvo firme, cruzándose de brazos, mostrando que sus palabras no lo intimidaban como al resto, y sintiéndose confiado, jugando sus cartas, viéndose ganador en aquel duelo de palabras.

Entonces, se excusó, dando a entender que sus acciones no eran más que para garantizar la seguridad de aquel mar. De forma voluntaria, o por lo menos eso pensaba el zagal, volteó la primera carta de su mano, dándole a conocer que el Duck Duck Go nº1 es un barco de interés. El motivo era aún desconocido, pero ¿por qué un oficial de la ley iba a requisar una pertenencia a un civil sin justificación? Y ahí desveló la segunda carta, casi terminando de quitar el manto de misterio. Pudo sentir sus fauces en el cuello cuál cazador salvaje, como sentía el aliento de aquel hombre en el cuello, guiándolo por el terreno de juego cuál títere para que cumpliese con sus objetivos.

- Veamos donde lleva esto...- Pensó mientras este terminaba de soltar su monólogo.

Un desafío, una cooperación forzada, algo en lo que ambos jugadores sacasen beneficio propio. El astuto zorro tenía la sartén por el mango, pues de Byron negarse, perdería el barco y al resistirse a la autoridad, sí que podrían hallarse con algo en su contra. Sintiendo su espalda contra la pared, y siendo juzgado por la atenta mirada de aquel tipo, sonrió, a pesar de la situación, la curiosidad invadía su cuerpo y sus ojos ardían al pensar en como haría caer a aquel hombre en cuanto tuviese la oportunidad. Si el juego era de manipulación, el reto estaba servido, y Byron estaba deseando ver quien de los dos sacaba más tajada.

- Hie hie hie, si necesitabas mano de obra podrías haberla pedido de primeras.- Rio bajo su atenta mirada y contestó sin perder su burlesco carácter. - Acepto, ¿qué tengo que hacer? - La curiosidad en sus ojos esta vez, si era sincera.


DATOS
#4
Percival Höllenstern
-
Siempre hay un joven insensato dispuesto a lanzarse a un juego que no alcanza a entender —espetó el Capitán Belmonte, su tono impregnado de una ironía amarga, como si hablara no solo a Byron, sino a una audiencia invisible que compartía su desprecio por los imprudentes. El viento del puerto privado de la Marina susurraba a su alrededor, levantando el aroma salado del mar, pero el capitán se mantenía imperturbable. Su imponente figura proyectaba una sombra larga bajo la luz del atardecer, cada línea de su uniforme impecable, reflejando la disciplina y autoridad de un hombre que rara vez dejaba lugar a la duda.

El capitán permanecía erguido, como si fuera una estatua esculpida en hierro, cada palabra que pronunciaba cargada de un peso que hacía vibrar el aire a su alrededor. Observaba a Byron con una mirada implacable, esa clase de mirada que hacía que los hombres más valientes reconsideraran sus opciones. No había necesidad de elevar la voz; su mera presencia era suficiente para infundir respeto, o, en el caso de Byron, una inquietud creciente.

Tu barco, el Duck Duck Go nº1, ha sido requisado por la Marina —declaró, como si el hecho de tomar posesión de los bienes ajenos fuera un mero trámite rutinario en su día—. Está bajo mi control, y si quieres volver a verlo, tendrás que demostrar tu utilidad.

El tono de Belmonte era cortante, cada palabra medida con precisión, como si hablara a un subordinado que había cometido un error imperdonable. Aunque la conversación parecía ser una simple transacción, la presión que ejercía sobre Byron era palpable, como el peso de una tormenta inminente.

Hay una partida privada que se llevará a cabo en el Casino Missile —continuó el marine, observando la reacción de Byron con ojos calculadores—. Una sala oculta, tras un cartel que solo aquellos con suficiente influencia conocen. En esa partida se apuesta más que dinero. Un maletín rojo estará en juego, un objeto que me pertenece. — musitó en un tono más apto para interiores que para el puerto que se podía divisar alrededor de ellos.

El capitán dio un paso hacia adelante, su voz resonando con una mezcla de amenaza y promesa.

Ese maletín es mi objetivo, y tú, muchacho, serás mi herramienta para obtenerlo. Infiltrarás esa partida, participarás en el juego y ganarás. Deberás salir de allí con el maletín en tus manos, o de lo contrario, perderás algo mucho más valioso que tu barco.— continuó el marine mientras se pasaba los dedos por la afinada punta de uno de sus bigotes de zorro.

La brisa marina agitaba levemente su capa, pero Belmonte no se movía, ni siquiera parpadeaba. Sus ojos seguían fijos en Byron, estudiándolo con una paciencia calculada, como si disfrutara anticipando su respuesta.

No estoy ofreciéndote una elección —añadió con un tono que dejaba claro que la conversación no era una negociación—. El Duck Duck Go nº1 te será devuelto solo si haces lo que te he ordenado. Hazlo bien, y podrás volver a navegar con tus camaradas. Hazlo mal... y el barco será el menor de tus problemas—. comentó en forma de sentencia como un juez y verdugo.

El silencio que siguió a sus palabras fue aún más pesado que el tono de la conversación. El puerto parecía detenerse por un instante, como si incluso las olas del mar se retuvieran en su constante ritmo, algo antes de reanudar su tono usual y los cuchicheos que pronto comenzaron a abundar. La decisión pendía sobre Byron como una guillotina, pero Belmonte no mostró signo alguno de preocupación. Para él, todo ya estaba decidido.

Con un leve movimiento de la cabeza, el capitán se giró ligeramente, señalando hacia el horizonte donde las luces del casino comenzaban a encenderse en la distancia.
Será mejor que comiences a prepararte.
#5
Byron
Que me lo otorguen
Byron escuchaba sin perturbarse un mínimo las palabras de aquel capitán de la marina. Aunque lo que exteriorizaba era calma y atención, por dentro no podía negarse a sí mismo, que la simple apariencia de aquel tipo le resultaba molesta. Arrogante y altivo, hablando al muchacho por encima del hombro y volviéndose repetitivo en sus declaraciones sobre que la marina le había requisado el barco que su mano derecha había construido para él. Así mismo no podía negarse el profundo sentimiento de saltarle los dientes a aquel hombre, aprovechando el estar de parte de la ley para que sus tejemanejes de personajillo sin valor, le diesen el beneficio que buscaba sin exponerse, un cobarde en toda regla. Aun así, algo se avivaba en él al pensar el momento que le brindaría el destino para darle la vuelta a la situación, si el fin en aquel encuentro era aprovecharse de otro, Byron jugaría sus cartas para que el bigote de aquel engreído acabase rebozado por el fango.

- Si, si, ya lo has dicho, tienes mi barco, me tienes bien agarrado, no te preocupes por eso, cumpliré con mi cometido antes de que te des cuenta.- Dijo en un tono desgarbado, no buscaba irritarlo o algo parecido, simplemente que entendiese que había captado el mensaje.

La luz del atardecer subrayaba sus palabras, como si enmarcase a las mil maravillas el lugar que había citado, el Casino Missile, el centro de la noche de Logue Town para la gente de alta cuna. Por suerte para él, Byron ya había transitado el edificio con anterioridad, y algunas zonas dentro del establecimiento le resultarían familiares al haber compartido copas allí con un arrogante pato, no sería mucho, pero desde luego, era mejor que empezar de cero. Aun así, una de sus frases le hizo arquear una ceja al joven espadachín "una partida privada que solo aquellos con suficiente influencia conocen" lo miró confundido, al no comprender bien lo que le estaba pidiendo.

- ¿Partida privada? ¿Cómo se supone que entro ahí? ¿Tienes invitación? ¿Algún tipo de salvoconducto? ¿No vas a darme más información? ¿Sabes siquiera dónde está aquel cartel del que hablas? - Necesitaba más información, e intentaría sacar toda la que pudiese antes de marcharse.- Imagino que no, simplemente conoces que hay un maletín, por eso no quieres exponerte... Ah, en fin, si no puedes darme nada más me las apañaré de alguna forma, por suerte a día de hoy no ando corto de dinero.- Terminó mientras rascaba su cabeza pensando en el lío que se estaba metiendo.

Una brisa marina entró en escena, revolviendo el pelo desordenado del joven, como si el mismo viento fuese un signo de la aceptación de aquel improvisado trato. Apartó la mirada de aquel hombre por un momento, para ver al público local aun expectante y pendiente de lo que sucedía en aquel encuentro, sonrió levemente, a pesar de no gustarle la situación, no podía negar que le encantaba ser el centro de atención por el revuelo generado al plantarle cara al mamarracho con peculiares galas.

Una amenaza final, por parte de su "contratista", dejando de lado las sutilezas que habían caracterizado la conversación, está vez más firme y serio, incluso el muchacho jugaría que el tono de voz había cambiado, sintiéndose más impasible o imperturbable. El pecho del muchacho se arremolinó de sentimientos confusos, haciéndole cambiar la expresión del rostro, mostrándose incluso desafiantes hacia aquel capitán marine, hasta el punto de parecer manifestar su espíritu en ellos, volviendo el tono violáceo de sus ojos más brillantes, a punto de "encender" su haki, decididos a cumplir la tarea encomendada solo para callar la bocaza de aquel hombre. Saboreando su gaznate antes de tiempo, pues en su mente ya se relamía pensando el momento en el que esta situación se volviese en su contra.

- Tranquilo, no tienes que preocuparte, el propio destino no me tiene permitido fallar... Aunque, espero que tengas en mente esas últimas palabras en caso de que tengas que respaldarla.- Dijo dándole la espalda dando él frente al camino que tenía que seguir para llegar al casino.

Dirigiéndose hacia allí, pensó en las oportunidades que tenía, y en como jugaría sus cartas, recordando de forma fugaz, aquella tarjeta negra con una pluma blanca que siempre llevaba consigo desde que la consiguió. Esta vez sería distinta a su anterior visita, quizás aquella tarjeta le abriría las puertas hacia su objetivo.

DATOS
#6
Percival Höllenstern
-
El Casino Missile se yergue imponente en una de las calles más concurridas de Loguetown, atrayendo a todos los tipos de visitantes, desde apostadores casuales hasta figuras sombrías del bajo mundo. La fachada del casino es un verdadero espectáculo de luces de neón, brillando intensamente con colores rojos y dorados, mientras que enormes proyectiles de bala adornan las columnas principales como si fueran guardianes de un tesoro secreto. Los carteles luminosos que flanquean la entrada muestran billetes volando en remolinos, destacando la promesa implícita de riqueza y peligro. Las letras del nombre del casino, “Missile”, están hechas en un tipo de metal pulido que refleja la luz como el acero de un cañón.

Al cruzar las puertas automáticas, te encuentras inmediatamente envuelto en una atmósfera de luces intermitentes y sonidos hipnóticos. El sonido de monedas cayendo en bandejas y los incesantes pitidos de las máquinas tragaperras saturan el ambiente. Las paredes del casino están cubiertas de murales de alta calidad, mostrando balas en pleno vuelo, rompiendo el aire, envueltas en billetes de banco que parecen desintegrarse en chispas doradas. Cada rincón del casino está adornado con motivos que representan la inmediatez y el riesgo, símbolos de dinero entrelazados con iconografía de armamento: revólveres decorativos cuelgan de las paredes, mientras que candelabros con forma de casquillos de bala cuelgan del techo.

El salón principal alberga casi mil tragaperras, cada una de ellas personalizada con imágenes de animales exóticos en movimiento. Los tigres, elefantes, y serpientes de brillantes colores saltan en las pantallas, sus rugidos digitalizados mezclándose con el bullicio de los jugadores. Sin embargo, hay un siniestro subtexto en este espectáculo: los premios no siempre son metálico o fichas de casino. Aquellos con suficiente dinero y poder pueden apostar por algo mucho más oscuro, algo que va más allá de las monedas y los billetes. Se murmura entre los corredores del casino que algunos ganadores obtienen exóticos especímenes animales, y los más afortunados, o desafortunados... algo más allá.
Una escalofriante ironía: las apuestas en este casino son un juego de caza disfrazado de entretenimiento.

En el centro del casino, una enorme escultura de una bala atravesando una montaña de billetes sirve como punto focal. Luce como si estuviera en movimiento, con una precisión casi realista que recuerda que aquí todo lo que se persigue tiene que ver con la velocidad, el riesgo y la ganancia explosiva. Las mesas de blackjack, póker y ruleta están alrededor de esta escultura, donde los jugadores más discretos se sientan con expresiones tensas, sabiendo que, aunque las balas no vuelen realmente, los riesgos aquí son igual de letales.

Los guardias de seguridad del Casino Missile son una presencia imponente y casi intimidante, diseñados para ser tanto visibles como discretamente amenazadores. No son el tipo de personal de seguridad que se limitaría a vigilar las entradas; estos hombres y mujeres parecen sacados directamente del bajo mundo, curtidos por años de trabajo en los rincones más oscuros de Loguetown.

La mayoría de ellos visten trajes negros, bien ajustados, aunque sus hombros anchos y cuerpos musculosos a menudo estiran el tejido de las chaquetas, dejando en claro que debajo del atuendo formal hay pura fuerza física. Sus ojos están ocultos tras gafas de sol, incluso dentro del casino, lo que añade una capa de misterio y peligro, dificultando a los jugadores y apostadores saber a quién están mirando o si han sido ya identificados como posibles problemas.

Algunos llevan discretamente fundas bajo sus chaquetas, con pistolas de diseño elegante, armas que podrían aparecer con rapidez en caso de cualquier conflicto. Otros prefieren el método de intimidación visual: sus brazos tatuados sobresalen por debajo de las mangas y algunos llevan cadenas finas de metal o puños americanos disimulados en los bolsillos, como si estuvieran esperando que se necesitara una demostración más física de su poder. Entre ellos, destaca uno que tiene una cicatriz larga que atraviesa su mejilla izquierda, su expresión siempre fría, sin rastros de emoción alguna, como si hubiera visto y hecho cosas que ningún otro mortal querría experimentar.

Sus posiciones estratégicas no son casuales. Se distribuyen a lo largo del casino como depredadores que vigilan su territorio. Cerca de las mesas de apuestas de alto riesgo, suelen estar un paso más cerca de los jugadores, listos para actuar en cualquier momento en caso de una trampa, trifulca o si alguna deuda queda sin pagar. Junto a las puertas secretas y pasadizos ocultos, su presencia es más notoria, protegiendo los secretos más oscuros del lugar.
Un detalle curioso sobre ellos es la pequeña insignia de balas cruzadas que llevan en la solapa de sus trajes, un sutil recordatorio de que en el Casino Missile, todo se mueve con la rapidez y la letalidad de una bala. Su actitud es de absoluta concentración y frialdad. Nadie en el casino duda que estos guardias harían lo que fuera necesario para mantener el orden y proteger los intereses de los dueños, incluso si eso significa que alguien desaparezca discretamente en las sombras del local.

Entre el bullicio de los apostadores y el resonar de las máquinas tragaperras, un grupo de jóvenes de buen ver hizo su entrada con paso ligero, moviéndose con una naturalidad que sugería que conocían cada rincón del lugar como la palma de su mano.
Llevaban atuendos provocativos, ligeramente inspirados en la vestimenta pirata, aunque el enfoque en su vestimenta era más en lo atractivo que en lo auténtico.
Corsés ajustados, abiertos en la parte superior, enmarcaban sus torsos, acentuando sus figuras, y faldas cortas de cuero con cintos dorados ondeaban alrededor de sus muslos. Las botas altas hasta las rodillas golpeaban el suelo con firmeza y confianza. Algunos detalles de su ropa, como parches en el ojo falsos, sombreros pirata ya adornados con plumas rojas, parecían más un guiño coqueto que una verdadera necesidad.

Sus miradas traviesas y sonrisas insinuantes llamaban la atención, especialmente cuando sus ojos se posaron en el muchacho de cabello violeta, que, en medio de la energía frenética del lugar, destacaba como una figura de calma inusual recién llegado en el local.

Las chicas se acercaron con movimientos sinuosos, como si estuvieran coreografiadas. Una de ellas, con el cabello rubio y ondulado, fue la primera en hablar, su voz suave pero cargada de intenciones. Se inclinó ligeramente hacia él, con una sonrisa felina y una mirada que buscaba captar su atención.
Hola, guapo. ¿Te estás divirtiendo? —dijo mientras un dedo delicado trazaba suavemente la superficie de la mesa.

Otra, con el cabello negro recogido en una trenza deshecha y un parche pirata sobre su ojo izquierdo, se apoyó en el respaldo de su silla, tan cerca que él pudo sentir el aroma suave de su perfume mezclado con el humo del casino. De manera juguetona, ajustó el sombrero pirata que llevaba, ladeándolo, y le lanzó una mirada cómplice.

Este lugar tiene más que ofrecer que solo juegos de cartas —susurró, su tono bajo y provocador—. Tenemos servicios... especiales. —Sus labios se curvaron en una sonrisa, mientras su mano señalaba hacia el fondo del casino, donde las luces eran más tenues y las apuestas más peligrosas.

Las demás chicas formaron un semicírculo alrededor de él, sus movimientos eran deliberados, cercanos pero sin invadir su espacio personal, dándole una sensación de tentación sin abrumarlo. Una pelirroja de ojos verdes, cuya vestimenta dejaba entrever una serie de tatuajes a lo largo de su brazo, se acercó aún más, inclinándose hacia él con una sonrisa pícara.

Podemos llevarte a lugares más... interesantes. —Su tono estaba cargado de insinuación, mientras sus dedos jugaban con una ficha de casino entre ellos—. Apuestas más altas, compañía más encantadora, y si tienes suerte... puede que encuentres algo realmente emocionante esta noche.

La promesa de secretos y servicios ocultos, junto con la atención envolvente de las chicas, creaba una mezcla de deseo y peligro.

OFF
#7
Byron
Que me lo otorguen
Las luces destelleantes se posaban sobre el fino rostro del muchacho, cambiando de tonos rojos a dorados de forma intermitente, parpadeantes, siendo estas las primeras en dar la bienvenida a aquellos atrevidos con ganas de dejarse el dinero en algo de diversión. Acompañadas de las recargadas estatuas con forma de bala de reluciente acero pulido, que reflejaban en ellas mismas esos destellos, dando un toque armonioso, y aunque sobrecargado, elegante para el avezado caballero que tuviese las ganas de perder el tiempo en aquel lugar. Una seductora bienvenida que recordaba muy bien de su anterior visita a aquel establecimiento, y sin más tiempo que perder, pues debía cumplir su misión, no remoloneó su entrada, atravesando las puertas correderas de cristal con el único objetivo en mente de cumplir su misión.

Todo tal y como recordaba el muchacho de ojos violetas. Estos percibían como todo el negocio seguía intacto, después de semanas, como si tuviese un carácter atemporal o inmóvil, como si el propio tiempo dentro de aquel lugar se hubiese quedado congelado. Hasta tal punto lo sentía así, que parecía que los presentes eran los mismos clientes de su anterior visita, la misma aura amenazante e imponente de sus cuerpos de seguridad, la misma decoración estridente haciendo metáforas visuales como si aquel lugar fuese un coto de caza privado. Las mesas y barras de cristal donde los camareros casi de forma orgullosa, mostraban los caros licores en sus estanterías vidriosas que se teñían de los colores rojos y dorados de la iluminación.

El joven no pudo evitar sonreír, y dejarse empapar de aquel ambiente tan seductor, inhalando la curiosa mezcla de olores a humo y desenfreno, llevándose así una mano a uno de sus bolsillos para sacar su vieja pipa, y acompañar con aquel gesto el ambiente del lugar. Una ligera calada con el tabaco prendido, y un rápido vistazo sirviéndose del humo exhalado para esconder su curiosa mirada, que buscaba con disimulo cualquier comportamiento que le valiese para recabar información, en busca de una pista.

Sentado de una elegante mesa de cristal, con la única compañía de su instrumento para fumar, observaba los distintos personajes que transitaban el establecimiento, desde elegante hombres adinerados, ataviados con lujosos trajes, hasta la gente más de a pie, arropados por galas más urbanas y comunes. Claramente estos distintos grupos de personas tenían objetivos sobre sus hombros muy distintos entre ellos. La gente de a pie, simplemente pasar el rato degustando una copa mientras tiraban los pocos bienes que tenían para que el comercio recogiese los beneficios de sus impulsivas ideas, buscando ganar algo con todo en contra. Los ricos, buscar la aceptación y los halagos de los presentes, presumiendo su capital, aunque otros, a pesar de compartir el mismo grupo social, buscaban huir de las miradas como la del joven muchacho, intentando alejarse de los focos para que las garras de entrometidos no los privasen de la gran presa que estaban buscando. Esos eran los que más le interesaban.

Gracias a mantener un perfil bajo por sus gastadas y piratescas ropas, Byron consiguió pasar desapercibido y observar todo con detenimiento. Aquellos que buscaban el premio gordo, se acercaban a las zonas más protegidas del establecimiento, donde más musculosos matones se reunían, desvaneciéndose entre aquel grupo de personas como si del humo de los cigarros y puros se tratasen, definitivamente, allí se encontraban las entradas que el joven espadachín debía atravesar para cumplir su misión.

Así pues, el joven de pelo violeta, con un aire desgarbado, vaciaba la ceniza de su pipa sobre un cenicero de cristal de tonos rubís posado sobre la mesa que ocupaba, con la consciencia puesta en la tarjeta que guardaba en uno de sus bolsillos, tantean la idea de usarla para su beneficio. Acercarse a la seguridad de aquellas ocultas puertas y con el carisma y su labia natural valerse para entrar en el lugar correcto, utilizando las palabras necesarias para que, en caso de que esa tarjeta le sirviese como un pase, aquellos hombres le llevasen hasta el maletín rojo que tenía como objetivo.

Fue a levantarse, cuando sin aviso previo, un pequeño grupo, de tres mujeres, vestidas con galas similares a las suyas, pero más carnavalescas, con parche incluido en una de ellas, interrumpió la tarea que tenía previsto realizar. Por sus formas de transitar el lugar, podría decirse que estaban acostumbradas a este entono, como si el Casino Missile fuese una parte más de su domicilio. Con soltura y sin vergüenza ninguna, la primera, con el cabello rubio y ondulado, descansó sobre la mesa, pasando con delicadeza una de sus manos sobre la superficie de la mesa y dedicándole unas palabras al muchacho. Nada nuevo en su vida, mujeres cayendo rendidas ante su angelical ser, aunque en aquel momento Byron no tenía tiempo para esas cosas, por lo menos, si quería recuperar su querida embarcación.

- Disculpe mis modales, pero tengo algo que hacer...- Dijo intentando seguir con sus asuntos.

Otra de ellas se acercó, reposando en el respaldo de su silla, con un aire seductor y un perfume que disimulaba el olor del humo acumulado del lugar. Ante el compromiso se mantuvo sentado, esperando lo que aquella mujer de cabello negro y parche tenía que decir, para nada más escuchar sus palabras pensar que estaba siendo abordado por prostitutas, pues la forma de decir "especiales" , sus seductores movimientos y el lugar, no sería raro que este tipo de "servicios" también se diesen.

Más una tercera se acercó, esclareciendo realmente que habían venido a buscar, su juicio había estado equivocado, y así lo asumió en cuanto escuchó lo que la doncella pelirroja soltó sus palabras por sus delicados labios. Envuelto con por tres mujeres, y un grupo más féminas pendientes de él, no pudo evitar sonreír, aunque el motivo era totalmente distinto a lo que se esperaría de Byron. Con una sonrisa melosa, actuando haber caído en el juego, comprendió que la llave que buscaba estaba ante sus narices.

- Oh, discúlpenme señoritas... Precisamente estaba esperando damas de vuestra categoría, apuestas más altas... Veréis my lady, ha llegado a mis oídos que hoy hay en juego algo de mucho valor, y he decidido dejarme caer en el lugar preso de la curiosidad... Aunque siendo sinceros, no sabía como conseguir participar en dicho juego, pensaba que tendría que usar mis contactos para hacerme un hueco...- Dijo de forma casi teatral por el tono de su voz, de forma medidamente melosa, haciéndose el afligido por no encontrar la forma de gastar su apretada cartera en algo suculento. - Pero veo, que tenéis buen ojo, habéis visto el problema en el que me encontraba.- Agarró su mano de forma respetuosa, para finalmente darle un pequeño beso en el dorso de esta.- Estaría encantado de acompañaros, y así conseguir un buen premio en el que gastar.- Terminó, mirando los ojos verdes de aquella pelirroja.

RESUMEN
#8
Percival Höllenstern
-
Disclaimer

En el bullicioso interior del Casino Missile, las luces intermitentes de tonos cálidos y metálicos continuaban su danza frenética, bañando el lujoso salón con una atmósfera casi hipnótica. Todo seguía su curso, los clientes más asiduos se entregaban con avidez a las máquinas tragaperras, mientras en las mesas de apuestas, los crupieres supervisaban cada giro de ruleta o lanzamiento de dados. En cada esquina, el rugido contenido de la riqueza y el riesgo se mezclaba con el olor del humo de los puros y el licor caro.

Entre todo ese despliegue, un pequeño grupo de mujeres se movía con agilidad entre la multitud, como si las leyes del lugar no se aplicaran a ellas. Sus movimientos eran fluidos, confiados, como si fueran dueñas del espacio o, al menos, supieran aprovechar cada rincón de su entorno. Vestían con atuendos inspirados en la estética pirata, pero más festivos y provocativos. Las prendas eran ceñidas y reveladoras, mostrando generosamente sus curvas, con detalles como parches o pañuelos amarrados en la cabeza, lo que reforzaba su aire coqueto y desafiante.

La primera en avanzar entre las mesas fue una rubia de cabello largo y ondulado, con una sonrisa juguetona en los labios. Su blusa blanca de tela ligera dejaba poco a la imaginación, y su falda corta de cuero negro, con remaches dorados, seguía sus pasos con un sutil vaivén. Llegó con elegancia a la mesa donde se encontraba un joven de cabello violeta, ocupando su lugar con naturalidad. Sin dudarlo, posó una mano delicada sobre la superficie de cristal y lo observó con descaro, su ojo azul, a la vista, le hacía parecer adorable.

Cerca de ella, dos mujeres más se movían con la misma soltura. La segunda, de cabello oscuro y con un parche en el ojo izquierdo, era un poco más alta, y su atuendo resaltaba aún más su figura. Un corpiño ajustado en tonos oscuros y un chaleco rojo sangre adornado con botones dorados la hacían destacar entre las otras. Se deslizó hasta el respaldo de la silla del muchacho, inclinándose lo suficiente como para que el aroma de su perfume se mezclara con el humo de su pipa. Su postura era seductora, pero controlada, como quien está acostumbrada a medir cada gesto y palabra para obtener lo que desea.

La tercera del grupo, una pelirroja de ojos verdes brillantes, fue la última en acercarse. Sus largas piernas estaban enfundadas en unas botas de cuero hasta las rodillas, y su atuendo combinaba piezas de piel negra con toques de terciopelo carmesí, que destacaban aún más el color de su cabello ardiente. Ella fue la que tomó la iniciativa verbal, aclarando sus intenciones con una sonrisa astuta, y con eso disipando cualquier malentendido que el muchacho pudiera haber tenido sobre el tipo de "servicio" que ofrecían.

El intercambio fue breve, pero cargado de matices. Las mujeres, pese a su apariencia desenfadada, no estaban ahí por casualidad. Aunque sus modales sugerían un tono ligero y hasta seductor, sus intenciones eran claras: eran las portadoras de una invitación, y el joven de cabello violeta era su destinatario. Todo el mundo en el casino sabía que las apuestas más altas no ocurrían bajo la mirada pública. Había otro nivel, uno mucho más exclusivo y peligroso, reservado solo para aquellos que tuvieran el estómago (y el dinero) para jugar en él.

Mientras tanto, a su alrededor, los guardias de seguridad seguían atentos, aunque sin intervenir. Eran hombres y mujeres entrenados para detectar problemas antes de que se convirtieran en tales, y aunque el acercamiento de las mujeres podría haber llamado la atención de cualquier otro, ellos sabían que las tres piratas no estaban violando las reglas del local. De hecho, formaban parte del engranaje sutil del casino, herramientas usadas para guiar a ciertos clientes en direcciones predeterminadas. Eran un filtro, un primer paso en el intrincado proceso de seleccionar a aquellos que eran dignos de apostar en los juegos más oscuros del Casino Missile.

El ambiente del lugar continuaba con su incesante bullicio. Los sonidos de las fichas de póker cayendo sobre las mesas, el repiqueteo de las monedas en las máquinas, y las risas moderadas de aquellos que disfrutaban de una racha de suerte llenaban el aire. Las luces rojas y doradas seguían parpadeando con regularidad, reflejándose en las superficies brillantes, desde los candelabros de cristal que colgaban del techo hasta las propias estatuas de balas que adornaban el salón.

En medio de este espectáculo, el joven permanecía calmado, sin ceder ante la evidente presión que las mujeres, con su sutil manipulación, parecían querer imponer. La rubia, aún apoyada en la mesa, lo observaba con una mezcla de curiosidad y confianza, mientras la de cabello negro jugaba con el borde de la silla, inclinándose levemente hacia él. La pelirroja, sin perder la sonrisa, escuchaba con atención la respuesta del joven, que parecía más interesado en la posibilidad de obtener algo más valioso que simples servicios triviales.

No muy lejos de ellos, un camarero pasó con una bandeja llena de copas de licor. Las bebidas resplandecían bajo la iluminación, y los aromas dulces y especiados se mezclaban en el aire con el humo del tabaco. Otros clientes observaban el intercambio entre las mujeres y el joven de cabello violeta, aunque solo de reojo, ya que la discreción era clave en un lugar como ese. En este casino, todos sabían que mirar demasiado tiempo podía traer problemas, y la mayoría prefería concentrarse en sus propios asuntos.

Las mujeres, con una coordinación casi coreografiada, comenzaron a moverse de nuevo, esta vez sugiriendo con gestos sutiles que el joven las acompañara. La rubia se enderezó, retirando su mano de la mesa, mientras la morena se alejaba ligeramente de la silla. La pelirroja, la líder indiscutible del grupo, dio un paso hacia atrás, haciendo un leve gesto con la cabeza que indicaba que el siguiente movimiento estaba en manos del muchacho. Todo estaba preparado; la ruta hacia el verdadero juego, aquel donde las apuestas eran más que simples monedas y fichas, estaba lista para ser revelada.

Mientras tanto, en otras partes del casino, la actividad no cesaba. En una de las mesas de póker cercanas, un hombre corpulento, con una chaqueta de terciopelo negro y un cigarro grueso entre los labios, observaba con interés la carta que acababa de recibir. A su lado, otros jugadores de alto nivel discutían en voz baja, intentando adivinar el próximo movimiento de sus oponentes. Las apuestas en esas mesas eran grandes, pero nada comparado con lo que estaba en juego en los niveles ocultos del casino, donde solo los más osados y confiados tenían acceso.

A lo lejos, junto a una de las estatuas de balas pulidas, un guardia observaba la escena entre el joven de cabello violeta y las mujeres piratas. Su expresión era inescrutable detrás de las gafas de sol que llevaba, pero su postura relajada indicaba que no había motivo de preocupación... por ahora. Sabía que el muchacho estaba a punto de ser conducido hacia una parte del casino que pocos conocían, un lugar donde las reglas del juego cambiaban, y las recompensas (o los castigos) eran mucho más grandes. Simplemente, presionó un botón tras un cartel, y eso abrió una puerta anexa de seguridad próxima.

El grupo se movió con elegancia a través del salón, pasando junto a los crupieres que manejaban sus cartas y fichas con destreza y profesionalismo. Los jugadores a su alrededor, algunos ensimismados en sus propias apuestas y otros observando con cautela lo que ocurría a su alrededor, apenas notaron la partida del joven y sus nuevas acompañantes. Pero aquellos que lo hicieron, solo por un instante, supieron que él no iba a un lugar cualquiera. Había algo más allá de las puertas visibles, algo que requería invitación y, sobre todo, discreción.

Las mujeres lo guiaron hasta una esquina del salón principal, donde una discreta puerta, casi invisible entre las sombras y las decoraciones, se escondía de la vista del público en general. Un pasillo oscuro se extendía más allá, con luces tenues que apenas iluminaban el suelo de mármol negro. Los pasos resonaban levemente mientras el grupo atravesaba el umbral, dejando atrás el bullicio del casino principal. Allí, en las profundidades del Casino Missile, comenzaba el verdadero juego.

¿Cuál sería el lugar perfecto, o más bien la partida perfecta, para encontrar el tan ansiado maletín?
#9
Byron
Que me lo otorguen
Todo seguía en calma o por lo menos eso era la apariencia que el casino quería dar a aquellos que jugaban sus bienes de forma despreocupada en aquel establecimiento, haciéndolos perder sutilmente la percepción del tiempo en aquella sala totalmente privada de luz natural por la ausencia de ventanas. El joven capitán pirata no tenía ni la más mínima idea de cuanto podrían llevar allí los hombres que se jugaban su patrimonio en altas apuestas, aunque el aura que había en el ambiente, otorgaba al establecimiento la sensación de encontrarse en una burbuja temporal, en el que el juego se sentía totalmente imperecedero. Para su fortuna, aquel muchacho no se veía seducido por ese tipo de prácticas, aunque era innegable, que la esencia del lugar, tentaba hasta al más consciente de la situación.

El joven, mientras esperaba la respuesta de aquel trío de sugerentes mujeres, aplacaba el deseo de forma eficaz evitando mirar los puntos más eróticos de aquellas féminas, mostrándose ante ellas de forma desinteresada en el deseo carnal, aunque por su mente no parase de imaginarse hincándole el diente a las sensuales chicas que tenía en su frente. Con un seguro gesto, agarró una de las copas que fueron ofrecidas por un camarero curioso al grupo, dándose un aire más misterioso al ocultar su mirada al llevarse la copa a la boca con delicadeza, como si se tratase de alguien importante intentando pasar desapercibido de las miradas más afiladas de la sala. Y aunque fingía una fachada con su forma de actuar, aquella pequeña inquietud y nerviosismo que para el ojo avispado podía percibirse, le daba veracidad a esta, aunque el motivo que provocaba esa sensación, fuese uno totalmente distinto al que los presentes podían imaginarse, dispuesto a llevarse aquel rojizo maletín, sin importar los medios, pero para eso, primero tendría que encontrarlo.

Aplacó aquel licor, y al levantar la vista, aquellas mujeres empezaron a moverse como si de una ensayada coreografía se tratase, incluso los gestos que le hacían al zagal de pelo violáceo parecían ser algo que habían realizado innumerables veces. Con dulzura posó su copa vacía sobre la mesa de cristal que tenía en frente, y se levantó atusándose el pelo, asintió con la cabeza a su llamado y comenzó a seguir a las damas que le había ofrecido la puerta al lugar donde quería llegar.

Con tranquilidad daba firmes pasos por el establecimiento mientras las frenéticas luces se posaban en él, así como varias de las miradas de los clientes que allí apostaban sus vidas. No era para menos, tres hermosas doncellas ataviadas de piratas sexis le indicaban el lugar a un joven desconocido, que imitando la seguridad de aquellas mujeres, caminaba como si ese recorrido lo hubiese realizado en múltiples ocasiones y aquel acto no fuese más que otro día en la oficina, como si de alguien a quien los mismos dueños del casino tuviesen especial mimo en contentar y fuese una especie de cliente VIP. En caso de que aquel capitán marine fuese el responsable de aquel trato, le tocaría agradecerle por las facilidades, y disculparse por maldecir su nombre repetidas veces mientras se encontraba de camino a lujoso local al no haberle dado mucha información cuando le encargó aquel trabajo.

A pesar de esa fachada tranquila, Byron de forma preventiva, y entendiendo la situación en la que se encontraba, llevaba su mirada de forma cordial a aquellos pendientes de él, acompañada esta de una dulce e inofensiva sonrisa para evitar conflictos. Y focalizaba su atención en que sus buenos oídos escuchasen cualquier murmuro o comentario, para conseguir sacar así todavía más información de los presentes, así como también entraban por sus orejas las toses por las fuertes caladas, o los berridos de indignación al perder con una buena mano.

Un hombre en una de mesas, corpulento y con un puro en la boca, miraba la carta recibida con interés, listo para realizar su jugada en caso de que esta fuese la que buscaba, por su apariencia cualquiera diría que era un pez gordo, más el no haber sido invitado a unos juegos más selectos, desechó la idea de inmediato.

Desvió su mirada hacia el personal de seguridad, el cual se encontraba firme en su posición, y para hacer entender que no buscaba problemas y no había nada de que preocuparse por su parte, realizó una pequeña reverencia como saludo a pesar de la distancia.

Y así, siguiendo a aquellas mujeres, llegó finalmente al lugar deseado, una puerta oculta por las sombras, en un rincón donde las estridentes luces de la sala no llegaban a alumbrar. Las miró ante el gesto de seguir adelante, abriendo la puerta envuelta en más sombras, con tenues luces encabezando el pasillo que se encontraba frente a sus ojos, que apenas iluminaban en el camino. Una reverencia cortés por su parte, más sentida, aquella gratitud era real y sincera, pues aquellos ángeles le habían brindado la capacidad de seguir, y sin palabras, solo aquel solemne gesto, atravesaron el umbral con el eco que sus pisadas dejaban a su espalda, ya no había marcha atrás, el destino guiaba su suerte, sin saber que tipo de peligros encontraría.

RESUMEN
#10
Tema cerrado 


Salto de foro:


Usuarios navegando en este tema: 1 invitado(s)