Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
[Autonarrada] Una insignia más por la Causa
Lemon Stone
MVP
El Reino de Oykot, un bonito lugar para comenzar a expandir la influencia de la Revolución y, quién sabe, obligar a los ciudadanos a usar boinas y a fumar puros. Puede que la obligación la lleve a cabo con un poco de manipulación o control mental, la verdad es que la Armada siempre tiene métodos para conseguir sus objetivos. En cualquier caso, Lemon deambulaba por las aburridas y apestosas calles del Reino, el aroma a pescado (fermentado y no fermentado, claro) inundando sus fosas nasales de manera... desagradable, por decirlo de alguna forma no ofensiva.
 
Las casas a su lado eran altas y estrechas, no había demasiados edificios y la actividad comercial parecía concentrarse en el puerto. Algo así se esperaría de gente de escasos recursos. ¿Es que no podían pedir por delivery? Al final, Lemon tendría que hablar con su padre para que los servicios de entrega rápida de una de sus tantísimas empresas llegasen a ese rebuscado pueblo del Mar del Este. En fin, no estaba allí para hacer negocios ni para juzgar el estilo de vida de los pobres, ya había pasado esa etapa.
 
Su amigo Castor se había ido a inspeccionar el pueblo, pues dentro de unos días golpearían a la monarquía con toda la fuerza de la Armada Revolucionaria. Lemon había enviado una carta al Departamento de Asedio y Destrucción para solicitar un ariete por cada miembro que participaría, pero no había recibido respuesta. También había enviado una carta al Departamento de Reclutamiento y Selección para burlarse de la Supervisora, pues le había dicho que jamás iba a participar en una misión importante, y ahí estaba: a puertas de derrocar su primera monarquía.
 
Como su amigo Castor estaba inspeccionando, recabando información, Lemon quería sentirse más útil de lo que ya era y también hizo lo suyo. Iba de un pasillo a otro, intimidando a vagabundos y coqueteando a prostitutas. Había escuchado que el pescado favorito de los balleneros era el Fuguström, que apestaba como los intestinos de una ballena en putrefacción y que era bueno para la salud. También descubrió que a las prostitutas no les gustaban los pobretones, así que tenían algo en común. Por supuesto, alguien del nivel de Lemon no iba a gastar su esplendoroso dinero en trabajos sexuales, de hecho, ese tampoco era el estilo del revolucionario. Lo único que le interesaba era ultrajar reinas, princesas, condesas, duquesas y cualquier cosa que acabase con un bonito sufijo -esa. También le gustaban las panaderas, pero era tema sensible, muy sensible.
 
Entre que iba y venía, caminaba y corría, saltaba y trepaba, pues un revolucionario es lo más cercano a un explorador de tumbas y mazmorras, Lemon acabó frente a una taberna ubicada casi en la periferia del pueblo. Estaba en mal estado, era roñosa y apestaba casi tanto como las axilas de los marineros que vendían sus pescados en el puerto. Tenía un par de ventanas rotas, las puertas rechinaban y en general tenía un aspecto lúgubre. Cualquiera con un mínimo de sentido común se daría cuenta de que no se debía entrar allí sin previa invitación, pero Lemon carecía de eso y de muchas otras cosas más (como el sentido de autoconservación).
 
Empujó la puerta y observó a los clientes con sus ojos azules tras la máscara de corazón anatómicamente correcta. Había unos cuantos, la verdad. Primero se fijó en el hombre gordo y de pata de palo que bebía cerveza en la barra, y luego se detuvo unos pocos segundos en el grandote de parche en el ojo. Lemon se acomodó el traje y caminó directo hacia la barra, esperando que le tabernero pudiera responder unas cuantas preguntas.
 
-Sírveme una jarra de cerveza -le pidió, su voz ronca y rasposa resonando por el lugar.
 
-Este no es lugar para gente como tú. Será mejor que te vayas -le aconsejó el hombre, un tipo delgado y de cuarenta y pico años-. Vete a beber a una de las tabernas del puerto, ahí aceptan gustosamente a los ricachones.
 
-Los hombres como nosotros hablamos dos idiomas: el del dinero y el de la Revolución -respondió Lemon, sacando unos cuantos billetes de su bolsillo-. ¿Me darás lo que quiero o tendré que pedírtelo de otra manera? -le preguntó, dejando caer con fuerza el puño sobre la barra de madera.
 
-Bien, pero no te metas en problemas. He tenido suficientes peleas de idiotas este último tiempo.
 
El hombre fue a buscar la cerveza al rincón más lejano de la barra y Lemon encendió un cigarrillo. Al gordo no le gustó demasiado que el revolucionario fumase dentro del local, eso o es que era la excusa perfecta para meterse en problemas.
 
-El viejo Tony dijo que…
 
-Calla, gordo. No hablo con gordos -le interrumpió, enfatizando el asco que le daba el hombre de al lado.
 
-¿Te estás haciendo el gracioso conmigo? ¿Quieres que te dé una paliza?
 
-Encima de gordo, tonto. Déjame adivinar: también cobras el sueldo mínimo y vives con tus padres a los 30. Si es que eres lo peor de la sociedad… Pero no te preocupes, la Armada Revolucionaria cambiará la vida de miserables como tú -le insultó en la cara, mientras le daba una calada a su cigarro-. ¿Dejarás de mirarme como si quisieras cogerme? Me gustan las princesas, no el protagonista de kilos mortales, por favor.
 
Cansado de recibir insultos, el hombre se levantó furiosamente y se acercó hasta Lemon. Quiso cogerle la cabeza para estamparla contra la barra de madera, pero apenas pudo moverlo unos pocos milímetros.
 
-¡Ah, un gordo me está tocando! ¡Quítate, quítate! ¡Me pegarás el cebo! -se quejó Lemon, incorporándose de inmediato y alejándose del hombre más por asco que por miedo a ser golpeado-. ¡Vuelve a tocarme y te daré tres buenas razones para empezar a hacer ejercicios de cardio!
 
El hombre de la barra (sí, el gordo) le propinó un puñetazo en el estómago a Lemon, pero tampoco le dolió mucho. Y enseguida se sumó otro de los clientes. El revolucionario al ver que la situación comenzaba a cambiar de color decidió defenderse. Empuñó con firmeza el martillo de guerra, su regalón, y le propinó un poderoso martillazo en los testículos del gordo.
 
Lo que comenzó como una amable solicitud de cerveza acabó como una pelea clandestina en un bar aún más clandestino. Mesas volaban y caían, sillas iban y venían. ¡Hasta un gato terminó lanzado por un niño que se había colado! Al final, y como se había sumado tanta gente que inicialmente no estaba allí, Lemon huyó de la taberna gateando como un bebé asustado. Más tarde descubriría que al gordo que había insultado era un capo de la mafia, uno de los más importantes del Reino de Oykot.
#1


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