Hay rumores sobre…
... que una banda pirata vegana, y otra de maestros pizzeros están enfrentados en el East Blue.
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[Común] [C-Presente] Mareas de cambio / Octojin
Asradi
Völva
Por norma general, solía ser bastante cerrada con sus sentimientos. Sobre todo cuando se trataba de hablar o mostrarlos a otras personas. Era una forma de autodefensa que, por desgracia, había tenido que aprender a las malas. Pero con Octojin las conversaciones fluían de manera natural. No sentía que tuviese que esconder gran cosa, podía confiar en él en ese sentido. Solo había algo que, por ahora, continuaría guardándose para sí misma. No por miedo a su reacción, sino más bien para protegerle de ella misma, de alguna manera.

Ahora bien, le encantó que él siguiese la broma. Efectivamente, ese culo no se hacía solo. Notaba al tiburón bastante cortado con respecto a eso, pero era bueno que se soltase. Aunque ella misma no iba a negarse que le encantaba esa faceta tímida del grandullón. Y también saber de él. La conversación continuó fluyendo a medida que ellos mismos caminaban y se dirigían hacia la playa en concreto. Una vez allí, al igual que él, se percató de que había los restos de una fogata ya hecha con piedras y bien marcada en la arena. La sirena sonrió al respecto: un trabajo menos.

Qué romántico suena ese plan. — De nuevo, era imposible para ella no picarle un poco. Aunque se rió ligeramente, había una suave coloración sonrosada en sus mejillas. Era como si buscase, siempre, sacar ese momento timidón del escualo.

Era consciente de que, en cualquier momento, Octojin se la podía devolver, pero a veces le gustaba jugar un poco con fuego, sin ser malintencionada.

De todas maneras, me encanta. — Le guiñó un ojo, mientras disfrutaba, ahora, del contacto de la arena sobre su cola. Mientras se acercaban al agua, fue despojándose de esa prenda que la cubría, permitiendo que sus escamas plateadas se mostrasen en todo su esplendor. Eran más oscuras que las de Octojin, e incluso ella tenía algunas coloraciones negras en la punta de las aletas.

Cuando él se adelantó, Asradi no tardó tampoco en sumergirse, coleteando durante unos cuantos metros con total libertad. El cabello trenzado flotaba con el suave batir de las corrientes. No solía molestarle llevarlo suelto, pero para cazar era mucho más cómodo. Buceó un poco más hasta que regresó con Octojin. En el agua ella se encontraba a gusto, totalmente libre. La cola moviéndose de manera muy suave, rítmica y con gracia.

Seguro hay mejores peces. — Asintió a la sugerencia del escualo, y tras una mirada intensa y un tanto divertida, se adelantó un tanto para comenzar a descender a más profundidad. — A ver quien es el que consigue la presa más grande.

¿Le estaba retando? Abiertamente, de hecho. Era competitiva en ese sentido, y ahora se lo estaba pasando bien.

Aunque ahora mismo tengo una buena presa cerca ahora mismo. — Le dió un coletazo juguetón en el costado, antes de acelerar un poco la velocidad, entre risas.

A medida que descendían, la luz iba haciéndose más penumbrosa. Eso no parecía molestar a Asradi. Su mirada se había oscurecido ligeramente, señal de que se había puesto en modo de caza también. No era tan pacífica, en momentos así, como otro tipo de sirenas. Y había demostrado claramente tener un carácter fuerte.

Además, estaba hambrienta.

Durante el descenso, no tardarían en contrarse con varios cardúmenes de peces. Algunas sardinas, jureles. Incluso algún pez payaso que no tardaría en esconderse entre las formaciones de anémonas según ambos predadores se aproximaban. Ella misma parecía divertirse un poco a costa de esas criaturas. Pero no tocó ninguna de ellas. No estaban en el menú del día, para fortuna de ellos.

Octojin era grande, y ella tenía buen apetito también. Necesitaban algo lo suficientemente grande que pudiese saciar a los dos.

Quizás un atún o, simplemente, otro tiburón de buen tamaño.
#21
Octojin
El terror blanco
La brisa marina y el murmullo de las olas sobre la arena le resultaban relajantes a Octojin, como una bienvenida a su verdadero hogar: el mar. Desde que llegaron a la playa, se había sentido más relajado —a pesar de los continuos comentarios de la sirena que buscaban el sonrojo en el tiburón—, aunque cada vez que Asradi le rozaba la mano, ese cosquilleo nervioso volvía a recorrer su cuerpo. Una vez nadaba en el agua, no pudo evitar recordar que mientras caminaban juntos, se le había dibujado una gran sonrisa en su rostro al escuchar cómo ella no dudaba en bromear sobre su plan. La sirena tenía un talento especial para sacarlo de su zona de confort, y a él le gustaba, aunque le ponía nervioso al mismo tiempo.

Aunque aún estaba algo vergonzoso por el comentario de Asradi sobre lo romántico que le parecía el plan que había propuesto de cenar y ver las estrellas, se decidió a realizarlo, más aún cuando la bella sirena le comentó que le parecía bien. Aquello le dió algo más de valor para llevarlo a cabo, a pesar de su vergüenza inicial.

Sin embargo, esa vergüenza se disipó rápidamente al sumergirse. Allí, en el agua, se sentía libre y en su elemento. Sus músculos se iban relajando a medida que tenía contacto con el agua más profunda, siguiendo los movimientos gráciles de Asradi a su lado. La sirena lucía magnífica bajo el agua, sus escamas plateadas brillaban a la luz que se filtraba desde la superficie.

Nadando cerca de ella, Octojin no pudo evitar admirar su determinación y el desafío en su mirada. Cuando Asradi se adelantó, retándole abiertamente a ver quién conseguía la mejor presa, él aceptó encantado. No había mejor plan que una competición de caza, más que nada porque le premio sería comer aquello que consiguieran llevar a la orilla. Parecía un plan sin fisuras.

— Que gane el mejor cazador entonces —dijo mientras se sumergían más profundamente, justo después de recibir un tímido colazo en un costado por parte de Asradi.

La luz se hacía más tenue mientras descendían, pero eso no le molestaba. Sabía que su olfato y oído eran más útiles a esas profundidades que la vista. De hecho, el cambio de ambiente y la excitación de la caza le hicieron sentirse más vivo. Sin embargo, cuando observó a Asradi tan concentrada mientras exploraba un banco de peces, tuvo una idea.

Con un movimiento rápido y silencioso, Octojin se acercó por detrás de ella. La agarró firmemente a la altura de la cintura con ambas manos, apretándola suavemente para darle un susto. La risa burbujeante que escapó de él, acompañada de las burbujas de aire que flotaban hacia la superficie, delató su diversión.

Quizá había perdido la ocasión de cazar algo, pero la sirena estaba tan concentrada en una serie de peces de pequeño tamaño, que se vio casi obligado a darle el susto. Su espíritu bromista, no muy presente en su día a día, le había instado a hacerlo, y francamente, estaba contento con el resultado. Tras darle el susto, se marchó a toda velocidad, intentando no recibir ninguna reprimenda por parte de la sirena. Al fin y al cabo, era su venganza por el colazo que le había dado unos minutos antes.

Tras la broma, se puso en serio. Sabía que necesitaban una buena presa y, para eso, tenía que enfocar sus sentidos. Cerró los ojos y dejó que su olfato y oído trabajasen. El agua le transmitía cada vibración, cada movimiento, y pronto comenzó a captar algo interesante. Un olor particular, un movimiento más pesado que el de los peces pequeños.

Señaló con un gesto a Asradi para indicarle que había captado algo, pero no estuvo seguro de si ella le veía. Con un movimiento sigiloso y poderoso, se desplazó hacia la dirección de donde provenía la presa. Nadó con destreza entre las formaciones rocosas y las algas, hasta que finalmente lo vio: un enorme pez, un atún de dimensiones impresionantes, nadando con tranquilidad.

Sin perder un segundo, Octojin avanzó silenciosamente, como buen depredador. Por la inercia del momento mostró sus dientes, y se refugió tras una piedra, esperando el momento perfecto para atacar. Pasaron unos segundos, y entonces, flexionando ligeramente los brazos y apoyando los pies en la piedra, se impulsó a una gran velocidad de camino a su presa. El atún notó su presencia y trató de escapar, pero no fue suficiente, su reacción fue demasiado lenta. En un movimiento ágil, el gyojin se lanzó hacia su objetivo y lo atrapó con sus manos. La fuerza del pez era notable, pero Octojin lo sostuvo con firmeza hasta que dejó de forcejear. Había aprendido aquella llave en su isla natal, y solo la ejercía cuando una presa tenía un tamaño tan grande.

Con una sonrisa triunfante, giró hacia donde estaba Asradi y le mostró su captura. Sus ojos brillaban con un desafío mientras levantaba la presa, viéndose ya victorioso a pesar de que no sabía si la sirena había podido cazar algo más.

— ¡A ver si encuentras algo mejor que esto! —le dijo, riendo.

La caza había comenzado, y él estaba disfrutando cada momento de esa pequeña competencia.
#22
Asradi
Völva
Se había distraído, inicialmente, con un grupo de pequeños peces de colores que nadaban tranquilamente entre algunas rocas y algunos arrecifes de coral. Eran bonitos y pacíficos. Y estaba Asradi en ese momento relajante que no percibió lo que se le venía por detrás. La amenazante sombra que, de repente, se abalanzó sobre ella. Asradi pegó un gritito adorable y respingó en cuanto algo, o alguien, la sujetó por detrás. Fue solo un momento antes de volver a ser soltada. Para cuando se giró, pudo ver a Octojin riéndose muy campantemente de ella.

Si serás idiota... — Musitó, notando el calor inmediato en las mejillas. — Ya me las pagarás. — Era una amenaza en toda regla, aunque tenía una sonrisa divertida bailándole en los labios, sobre todo cuando le vió huir a toda velocidad. Seguramente para no recibir ninguna reprimenda próxima al respecto.

Octojin la había pillado con la guardia baja. Pero ahora empezaba lo bueno. La cacería.

Ahora estaba en modo depredador. Podría tomar ventaja y atraer, directamente, a los peces. Tenía esa capacidad como sirena, comunicarse con las criaturas marinas, a excepción de los mastodónticos reyes del mar. Así que, muy facilmente, podría engañar a algunos peces y atraerlos. Pero así perdía la gracia, y quería que fuese en igualdad de condiciones.

Se fue hacia las profundidades. En la superficie, sabía, se encontraría con los peces más pequeños. Pero en el fondo... Seguramente encontrase algo lo suficientemente grande como para que pudiese acompañar al que Octojin pudiese atrapar Además, necesitaba algo lo bastante grande como para intentar desbancar al que el escualo había conseguido. Porque tenía que reconocer que aquel atún era una muy buena presa. Y ella se había quedado medio embobada, al principio, al ver la fuerza física de Octojin mientras lo capturaba.

Morenas, mantarrayas... No, todavía no se decantaba por nada en específico. Y todavía no veía nada que le llamase la atención. Aceleró el nado un poco más, alejándose de la zona. No había problema, no creía encontrarse con otros gyojin, aparte de Octojin (aunque no era imposible) o con algún rey marino. De todas maneras, estaba procurando tener también cuidado, aunque ahora en su cabeza solo primase la caza. Atravesó unos amplios corales y tras unas formaciones rocosas submarinas, lo vió.

No jodas... — Musitó para sí.

Ahí estaba: su presa.

No lo dudó ni un momento, se acercó, inicialmente, con cautela. Hacía tiempo que no se topaba con alguna especie de esturión beluga. Generalmente, sobre esas fechas, comenzaban a migrar hacia los ríos para desovar. Quizás ese se había perdido, no sería algo raro. No importaba, ya le había echado el ojo. Asradi buceó hasta el fondo, en el más completo de los silencios, acechando al pobre esturión. Y, entonces, atacó. Lo primero que hizo fue embestir contra la criatura, golpeándola varias veces con la cola, solo para atontarla y confundirla. Era un buen método de caza ese. Así el esturión no estaría lo suficientemente espabilado como para huír. Lo hizo un par de veces, haciendo que el pobre bicho hasta girase sobre sí mismo. Solo cuando lo consideró oportuno, fue que se abalanzó a hincar los dientes. Sabía dónde hacerlo. Nadó desde abajo para sujetarle, con la fuerte mandíbula, por las agallas, cortando así su suministro de oxígeno bajo el agua. No solo eso, sino que comenzó a agitar la cola con fuerza. Era un esturión de unos cinco metros, mucho más grande que ella. Pero era una sirena tiburón tintorera. Tenía fuerza en la cola como para poder arrastrar al esturión con cierta facilidad. Y lo hizo, llevándolo hacia la superficie hasta lograr sacarle la cabeza del agua para que el pobre pez se fuese ahogando poco a poco. Por su parte, tenía medio rostro cubierto de la sangre de su captura, y las mandíbulas cuando, por fin, las separó de su presa.

Sonrió terriblemente satisfecha, tironeando del esturión para volver a reunirse con Octojin y su atún.

Creo que no lo he hecho tan mal. — Sonrió, divertida, hacia el escualo, todavía su mentón manchado de sangre del esturión.

Ahora solo tendrían que medírselos. Los peces, claro.
#23
Octojin
El terror blanco
Octojin observó con orgullo y asombro la manera en que Asradi se movía bajo el agua tras el susto que le había dado y tras cazar a su presa. La sirena tenía un estilo de caza que era diferente al suyo, pero igualmente parecía bastante efectivo. La había visto lanzarse hacia las profundidades y había notado cómo seleccionaba su presa con precisión. Él, por su parte, había cazado un gran atún, y ahora esperaba con una sonrisa, curioso por lo que la sirena traería de vuelta.

Mientras se movía con agilidad por el agua, observó a la pelinegra desde la distancia. En un momento, la vio atacar con una fuerza sorprendente y se quedó embobado ante la forma en que se abalanzaba sobre un gigantesco esturión beluga. Se quedó tan fascinado por su forma de cazar que se olvidó momentáneamente de su propio éxito. Esperó que la caza durase más tiempo para ver algún truco más, pero eso no pudo ser, fue rápida y efectiva. La sirena había golpeado su presa con la cola para aturdirla y luego había utilizado sus mandíbulas de forma hábil, logrando dominar a un pez que la superaba en tamaño. Octojin sintió una punzada de admiración y respeto por la destreza y la determinación de Asradi. Incluso aplaudió desde la lejanía, aunque fue un sonido sordo realmente debido a que estaban en las profundidades del mar.

"Impresionante..." pensó mientras se acercaba a la superficie con su propio atún en la mano.

Una vez los dos se reunieron en la playa, Octojin examinó ambas presas con detenimiento. Su atún era grande, pero el esturión de Asradi le daba una feroz competencia. Después de una rápida evaluación, se rió y sacudió la cabeza con una sonrisa, alzando su mano en señal de rendición.

—Lo cierto es que no, no lo has hecho nada mal... He de admitirlo, Asradi —dijo con una amplia sonrisa—. El tuyo es más impresionante. ¡Has ganado!

No lo decía solo por el tamaño de la presa, sino por la forma en que ella había cazado. La imagen de la sirena con la sangre del esturión manchando su mentón, unida a sus ojos fieros y determinados, se había quedado grabada en su mente y merecía un gran premio. La elegancia y la ferocidad con la que había llevado a cabo la caza lo había dejado absorto, totalmente paralizado ante lo que era una artista de la caza.

Una vez otorgado el premio y en la cercanía de la orilla, Octojin se encargó de preparar la fogata. Sus manos, grandes y fuertes, trabajaban con una habilidad inesperada mientras reunía troncos y ramas secas. Con un poco de esfuerzo y gracias a una roca afilada que había encontrado en la playa, consiguió encender el fuego y prender la fogata. Las llamas comenzaron a bailar en el centro del círculo, proyectando una luz cálida que iluminaba la arena alrededor y creaba particulares sombras con todos los objetos cercanos, dejando una buena sensación que el tiburón aprovechó, tensando las manos y calentándoselas. No hacía frío realmente, pero el simple hecho de notar calor era reconfortante.

Se volvió hacia su atún, y con un crujido seco, lo abrió utilizando su fuerza bruta. Partió el pescado con las manos y se aseguró de sacar las partes adecuadas para asar. Mientras lo hacía, se mantuvo atento a Asradi, observando si ella necesitaba ayuda con su propio trofeo. Aunque estaba acostumbrado a trabajar solo, había algo en estar con ella, en colaborar juntos, que le resultaba agradable.

—Si necesitas ayuda, avísame —ofreció, mientras con movimientos precisos seguía preparando la carne de su propio pez. Notaba en la sirena un aire de satisfacción y orgullo, y eso lo hacía sentir aún más relajado y contento de estar allí con ella.

Una vez el atún estuvo listo, Octojin recuperó algunas hojas grandes que había encontrado en la cercanía de la playa. Las colocó cerca de la fogata, creando un espacio perfecto para asar la carne. El aroma del pescado comenzaba a mezclarse con el aire marino, y eso le trajo a la mente muchos recuerdos de todos aquellos viajes en los que había acabado comiendo en solitario, que venían a ser prácticamente todos. Cocinar en la orilla, rodeado de su gente, era algo que siempre había apreciado y que añoraba, y ahora lo estaba haciendo junto a la sirena que le hacía sentir aquellas extrañas sensaciones en el estómago y que tanto bien le hacía.

—Así que... —comenzó mientras acomodaba las piezas de atún sobre las hojas, dándoles vueltas para que se cocieran uniformemente— ¿Has cazado muchas veces así? Porque debo decir, pareces una experta. Me has dejado a la altura del betún, la verdad. Si llegas a cazar tu primero me hubiese retirado.

Le dirigió una mirada cargada de admiración mientras hablaba, interesado en conocer más sobre ella y sus experiencias. Mientras le hacía las preguntas, notaba cómo su corazón latía con una extraña mezcla de calma y emoción. Era algo que no solía sentir, y sin embargo, estando con ella, todo parecía... diferente.

Tras colocar las piezas, se acercaría a ella para ver si necesitaba ayuda, y de hacerlo, brindársela. Si no la necesitaba, simplemente se sentaría a esperar que la carne estuviera lista. Aún faltaban al menos un par de horas para poder ver las estrellas, si es que desde aquella posición se veían. ¿Sería aquello tan romántico como la sirena le había dicho? Lo cierto es que nunca se había parado a pensar qué tenía de romántico aquello. Le encantaban las estrellas, y se podía pasar horas viéndolas e imaginándose figuras y formas en ellas, pero no había pensado en por qué se asociaba a algo romántico... Miró a la sirena y después lo hizo al cielo, sonrojándose al momento. ¿Sería romántico porque las estrellas parecían tan inalcanzables como la sirena? ¿O quizá porque al mirarlas se sentía paralizado, como cuando miraba a los ojos a Asradi? ¿O puede que la belleza de ambas fuese equiparable? En cualquier caso, para él no había comparación posible. La sirena las estaba ganando todas y seguía sin entenderlo. Puede que fuese una buena pregunta para hacerle a la sirena, pero aquello llevaría una firma de sonrojo que no sabía si merecía la pena.
#24
Asradi
Völva
No tardaron en nadar ambos hacia la orilla, cada uno con su respectivo premio. Asradi estaba satisfecha no solo con la caceria, sino con el buen ambiente que se había quedado entre ambos después de haber soltado un poco de adrenalina bajo el agua. La sirena depositó el esturión sobre la arena, mientras Octojin halagaba el pez que había capturado. A la chica se le dibujó una amplia sonrisa con un deje de timidez por las palabras. Hacía tiempo que nadie valoraba así su trabajo. O sus formas de cazar.

Gracias, pero tú también te has hecho con una presa muy buena. — Y él era más impresionante todavía. — Yo no sería capaz de inmovilizarlo como tú lo has hecho. — Con simple fuerza bruta.

Ella necesitaba usar otros trucos, al fin y al cabo, por adolecer de fuerza física comparada con un gyojin de su especie. Pero, al menos, seguían siendo igual de efectivos. Además, al contemplar ahora a ambos peces, uno al lado del otro, Asradi sonrió con suma satisfacción.

Además, lo importante es que vamos a tener una buena comilona los dos. — Ese par de bichos eran más que suficientes como para saciar el apetito de ambos.

Mientras Octojin se adelantó a preparar la fogata, Asradi se quedó unos segundos más en la orilla para lavarse los restos de sangre que todavía tenía por el mentón y parte del cuello. Igual se relamió los dientes y los labios, casi con deleite. Una vez aseada, no dudó en ir a ayudar al gyojin con la preparación de los animales. Mientras Octojin se encargaba de su atún, Asradi procedió a hacer lo mismo con su esturión beluga. Aunque tuvo que detenerse al ver la maestría y la maña con la que el tiburón blanco daba cuenta del enorme atún que había cazado. Asradi decidió quedarse un momento solo a mirar el procedimiento.

Y también a él.

Se deleitó en silencio mientras contemplaba como las fuertes manos del escualo partían e iban separando trozos del atún, con una pasmosa soltura. Hacía tiempo que no sentía nada así por nadie, ese tipo de admiración y de algo más que, poco a poco, comenzaba a brotar. Había sido sincera con él en ese aspecto: le gustaba y mucho, las cosas como eran. Ahora solo esperaba que, poco a poco, también se fuesen conociendo mejor. Para cuando se percató de que se le había quedado mirando como una boba, desvió la mirada unos segundos, algo sonrojada y decidiendo que mejor se centraría en su esturión. De hecho, agarró una piedra del tamaño de su palma, lo suficientemente afilada como para utilizarla a modo de cuchillo.

Mientras, la charla entre ambos continuaba.

Sí, no es la primera vez. Aunque generalmente me decanto por peces más pequeños, sobre todo cuando viajo. Uno así de grande, para mi sola, es demasiado llamativo si tengo que detenerme en alguna playa. — Explicó mientras abría el vientre del esturión con la piedra, todo a lo largo.

Fue, repentinamente cuidadosa cuando esto sucedió. Había preparado una roca semiplana que ahora tenía a su lado.

¡Tiene premio! — Exclamó con una sonrisa de oreja a oreja. Efectivamente, con mucho cuidado había metido las manos en el vientre del enorme pez.

Y ahora extraía los sacos plagados de huevas que depositó en la piedra a modo de plato o bandeja. Eso sí que era una exquisitez.

Luego, acto seguido, sí miró hacia Octojin.

¿Me ayudas a partirlo? Luego podemos compartir las huevas y el resto de la carne. — Para bien o para mal, Octojin era perfecto para partir un pez de ese tamaño.

Le dedicó una sonrisa encantadora y, cuando el escualo aceptase, ella también le ayudaría al respecto. Ya con ambos animales cocinándose poco a poco en la hoguera, Asradi aprovechó también para sentarse cerca de él, aunque respetando un tanto su espacio. Ya lo había visto sonrojado y, aunque le encantaba, tampoco quería que estuviese demasiado incómodo.

Espero no estar retrasándote en tu trabajo. — Dijo, mientras miraba unos momentos al cielo y, con un movimiento disimulado, sus dedos terminaron rozándose con los del gyojin. Y, no solo eso, manteniendo ese tímido pero sutil contacto. — Pero no te voy a mentir, me encanta tu compañía.

Le miró de soslayo unos segundos, con una media sonrisa muy suave.
#25
Octojin
El terror blanco
Octojin se sentía a gusto mientras preparaba la carne cazada junto a Asradi. El ambiente entre ambos era relajado y natural, como si, después de la adrenalina de la caza, hubieran encontrado un espacio de tranquilidad compartido. Las palabras de la sirena sobre su presa le sacaron una sonrisa modesta.

— Gracias, pero no tiene nada que ver con lo que tú has hecho —dijo, sin poder evitar notar lo satisfecha que estaba Asradi por su cacería—. Aunque sí, has dado con la tecla importante, y es que ahora tenemos más que suficiente para una buena comida.

La fogata que Octojin había improvisado crepitaba con fuerza, y pese a no estar del todo lista, la carne que el escualo había cazado ya estaba sobre ella. Lo cierto es que mientras el tiburón se había ocupado de abrir a fuerza bruta su atún, sentía la mirada de Asradi sobre él. Le costó concentrarse en la tarea, y erró algún que otro movimiento por estar ligeramente vergonzoso, pero al mismo tiempo, estaba cómodo sabiendo que era ella quien lo observaba. Los músculos de sus brazos se tensaban mientras rasgaba la carne del atún con facilidad, partiendo las piezas con precisión. No nos vamos a engañar, alguna de las poses del habitante del mar tenían más la intención de marcar músculo que de seguir su tarea, pero es que le salía solo. Aquello que sentía en su interior le hacía hacer unas cosas que, para él, no tenían sentido. Al menos no vistas desde fuera y a posteriori. Pero en el momento, era lo que le nacía hacer.

Cuando la sirena mencionó su experiencia cazando, Octojin la escuchó con interés. Sentía curiosidad por cómo se manejaba Asradi en sus viajes, y le encantaba escucharla hablar con tanta pasión por lo que hacía.

— Entiendo. Tiene sentido cazar algo más pequeño si estás viajando sola —respondió mientras arrancaba otra pieza del atún, depositándola al lado de la fogata—. Pero al menos hoy, no tendrás que preocuparte por eso. Nos va a sobrar comida, creo. Aunque tengo apetito.

En ese momento, Asradi exclamó que había encontrado "premio" dentro del esturión, mostrándole las huevas con una sonrisa amplia. A Octojin se le iluminó la cara ante la vista, hacía un montón de tiempo que no las probaba. En la superficie era un manjar que no se podía permitir, y cuando cazaba solía fijarse en ejemplares machos, que rondaban un tamaño mayor. Pero aquello era sin duda una magnífica noticia.

— ¡Por algo has ganado! Las huevas son un manjar —comentó con entusiasmo, sabiendo que ese pequeño "extra" añadiría más sabor a la comida, y una fuente de proteínas necesaria después del combate que habían tenido.

Cuando ella le pidió ayuda para partir el esturión, Octojin aceptó sin dudarlo. Se alejó un poco al trote, lavándose las manos en la orilla. Lo cierto es que había visto eso en los restaurantes, aunque no lo terminaba de entender. Los chefs de renombre, cada vez que tocaban un alimento se lavaban las manos, quizá para no contaminar el sabor de lo siguiente que fuesen a tocar, pero eso el tiburón no lo asimilaba. Cuando acabó, volvió de nuevo al trote, dándose cuenta de que las manos tenían algún que otro trozo ensuciado por la arena. Quizá no estaban en el mejor sitio para hacer una fogata con comida tan grande, pero bueno, aquello poco importaba.

El pez cazado por la sirena era un pez grande, y él era ideal para esa tarea de abrirlo y repararlo. Con habilidad y fuerza, partió la carne en porciones más manejables, dando pequeños toques en zonas clave para ir abriendo poco a poco el costado del pescado. Fue asegurándose de que las piezas quedaran bien distribuidas para cocinarlas sobre la hoguera.

Una vez los peces estuvieron en la fogata, el gyojin improvisó dos mesas con hojas grandes que había encontrado en los alrededores y a las que tenía echado el ojo. Antes de nada colocó unas maderas antiguas debajo, para que no se hundieran con el peso de la carne. Colocó las primeras piezs cocinadas con cuidado sobre ellas, asegurándose de que todo estuviera en orden. Recordó que a Asradi le gustaba la carne poco hecha, aunque siendo pescado lo dejó un poco más al fuego. Cuando fue a sacar una de las piezas de la hoguera, y teniendo su vista centrada en la sirena, se quemó la mano ligeramente al ponerla donde no debía, pero disimuló el dolor para no preocupar a Asradi. Rápidamente, recuperó la compostura y le sonrió.

— Ca-casi listo. Solo falta un poco más y podremos comer.

Ambos tenían al menos un trozo que comer, y Asradi se sentó cerca de él, respetando su espacio, algo que el tiburón agradeció. Pero lo que no se esperaba es que sus dedos rozaran los de Octojin de manera sutil. El tiburón notó el gesto y no pudo evitar sentir una extraña mezcla de nerviosismo y alegría, manteniendo la mirada al horizonte. No se apartó, dejando que ese contacto se mantuviera mientras la charla fluía.

— No estás retrasando nada —respondió, mirando de reojo hacia el cielo, donde las estrellas comenzaban a asomar—. Más bien estás acelerando. Tendrías que notar mi corazón ahora mismo —dijo casi sin querer, sonrojándose un poco al darse cuenta de lo que acababa de confesar—. Me alegra estar aquí contigo también. Ojalá se parase el tiempo.

La verdad es que, a pesar de los nervios que Asradi despertaba en él, estar a su lado le daba una sensación de paz que pocas veces había experimentado. El gyojin echó un nuevo vistazo a la fogata, estaba llena, mitad de la carne del pez cazado por la sirena y otra mitad del tiburón. Observó los trozos sobre la mesa que había puesto, y esperó a que ella comiese. Aunque, a decir verdad, le estaba costando mucho. No quería fastidiar el momento, pero su estómago sonaba de vez en cuando y el tener la carne tan cerca le hacía luchar con todas sus fuerzas por no devorarlo.
#26
Asradi
Völva
Definitivamente sí se sentía extrañamente tranquila y nerviosa al mismo tiempo en compañía de Octojin. Era esa misma sensación que la de estar en medio del océano, flotando y dejándose llevar por las corrientes marinas con total seguridad a sabiendas de que nada malo le sucedería. El escualo le hacía sentir eso mismo. El que su corazón latiese con ese ritmo como nunca antes había sucedido. Temía, por otro lado, encariñarse demasiado del gyojin y terminar arrastrándolo a una espiral de desdichas. A la sirena se le encogió el corazón de tan solo pensar en eso, e incluso pareció encogerse un poco sobre sí misma, posando la mirada en los trozos de pescado que se iban cocinando poco a poco, perdiéndose en el crepitar continuo de las llamas. Se mordisqueó el labio inferior, aunque lentamente intentó ir apartando aquellos pensamientos tan funestos que la asolaban.

Porque escuchar aquello de Octojin le halagaba y le torturaba al mismo tiempo. Porque sabía que tenía que volver a irse tarde o temprano, aunque no lo desease del todo. Pero... ¿Podía quedarse? No, no sabía cuánto tardarían en continuar dándole caza. Todavía no se había topado con ninguno pero... Esa manía persecutoria se había instalado en su cabeza desde el momento en el que había huído de sus garras.

Tienes razón. — Musitó, esbozando finalmente una muy pequeña sonrisa. Había un tinte nostálgico en el gesto propiciado por la pelinegra. — Ojalá el tiempo se parase.

En ese momento, era lo que más deseaba. Que el tiempo se detuviese solo para seguir disfrutando de ese instante sin preocuparse de nada más que de pasarlo bien y de disfrutar de la compañía del escualo.

De todas maneras, quiero disfrutar del tiempo que pasemos juntos todo lo posible. — Se sonrojó casi de inmediato al decir aquello. Tenía cierto “miedo”, si. Pero era terriblemente sincera en se aspecto. — Además, al menos ahora estás de una pieza y sin fiebre de por medio.

Y aunque habían tenido una pelea considerable antes, ambos estaban sin mayores consecuencias más allá de una herida en un hombro y otra en un costado, respectivamente. Ninguna revertía gravedad si se cuidaban y trataban durante unos días, especialmente la de Octojin. Le dió una palmada en la mano, acariciando apenas el dorso antes de apartar dicha extremidad. Sobre todo cuando un rugido que no provenía, precisamente, de la garganta de Octojin le hizo parpadear.

Como tampoco pudo evitar que una risita se le escapase. No era su pretensión humillar ni hacer sentir mal al grandullón. Pero es que, a sus ojos, todo lo que tenía de grande lo tenía de tierno. Y, ¿para qué mentir? Ella también estaba hambrienta. Después de toda la adrenalina de la cacería, se merecían un buen descanso y una cena todavía mejor.

Con cuidado, tomó uno de los trozos de esturión que estaban clavados en un palo, ya perfectamente cocinado.

¿Recuerdas lo que te dije la última vez que cenamos juntos? — Preguntó, mientras le sonreía abiertamente y le ofrecía, sin más, la primera porción para él. — No tienes porqué contenerte. No, al menos, delante mía.

Ella no se iba a espantar. Por el contrario...

Si me gustas es por cómo eres. — Con todo y sin medias tintas. Y eso que todavía no se conocían debidamente. Pero al menos estaban en el proceso.

Aunque ella se sentía terriblemente culpable por no poder ser totalmente sincera con él. Pero, de momento, lo prefería a tener que darle una carga más al gyojin tiburón.

Le guiñó un ojo, para luego hacerse ella con otro pedazo más pequeño y más manejable en cuanto a su tamaño. Porque era bastante llamativo el verles a ambos uno al lado del otro. Y con todo y lo amenazante que, físicamente, podía aparentar Octojin, ella estaba terriblemente tranquila.

Además, tiene demasiada buena pinta como para para no disfrutarlo como es debido. — Sopló ligeramente antes de dar el primer mordisco. Aunque era algo comedido, se notaba que lo estaba disfrutando cuando se metió otro trozo a la boca, desgarrando incluso alguna espina que se encontrase.

Asradi dió un sutil codazo a Octojin para que, simplemente, se animase y también se soltase en cuanto a modales. Ella no se iba a espantar y no quería que él se sintiese cohibido. Mientras disfrutaban de la cena, poco a poco el atardecer y la noche se iba cirniendo sobre ellos. Y la bóveda nocturna se iba salpicando de pequeñas y brillantes estrellas. Asradi se detuvo un momento, en medio de otro bocado, solo para contemplar el precioso manto que se dibujaba sobre y ante ellos. Se le escapó una breve sonrisa.

A veces es inimaginable pensar lo pequeños que somos comparados con todo eso. — Murmuró, dejando que su mirada azul se perdiese en el firmamento. — Si por mi fuese... No me movería de aquí. Ojalá que este momento se quedase así por siempre. Contigo.

Musitó lo último con una mezcla de esperanza y de tristeza al mismo tiempo. No quería que Octojin notase ese sentimiento nostálgico, o amargarle el momento. Así que se obligó a sonreír una vez más.

¿Te establecerás definitivamente en Loguetown, entonces? — Preguntó, ahora mirándole con un deje de interés.
#27
Octojin
El terror blanco
Mientras Octojin mordía el trozo de esturión que Asradi le ofrecía, se sintió sorprendentemente a gusto. No era solo el sabor delicioso del pescado perfectamente cocinado, ni la cálida noche que caía. Tampoco las vistas de estrellas que empezaban a tener. Lo que le hacía sentir así, era la compañía de la sirena. La forma en que ella le hablaba, como si lo entendiera sin necesidad de más explicaciones, le hacía bajar la guardia. Mientras la carne se derretía en su boca, intentaba contenerse y guardar un mínimo de modales a pesar de que la sirena le había dicho que no hacía falta, pero la comida estaba tan deliciosa que, poco a poco, empezó a comer con mayor voracidad.

"Se supone que debo comer despacio" pensó, pero ya era tarde. Para cuando llevaba varios bocados, había dejado de intentar disimular y estaba devorando la carne de esturión en grandes pedazos. Asradi le había dado permiso, e incluso lo animaba, así que simplemente decidió disfrutar del momento, tal como ella misma le había recomendado.

—Está buenísimo —dijo mientras terminaba un trozo y se levantaba para preparar más pescado. Mientras lo hacía, el crepitar de la fogata sumado al sonido suave de las olas y la presencia de Asradi a su lado le daban una sensación de calma que rara vez experimentaba.

El sol ya se estaba ocultando totalmente, y el cielo se teñía de tonos naranjas y púrpuras. A medida que Octojin preparaba más pescado, la sirena hizo algún comentario de la primera vez que se vieron. Y ahí los recuerdos de la isla de Momobami regresaron a su mente. Recordó aquel encuentro desesperado, en el que él y Asradi casi no lograron salir con vida. Fue una prueba de resistencia y de confianza mutua, pero más allá de eso, fue el primer momento en que se dieron cuenta de que sus destinos se habían entrelazado. De alguna manera, la dureza de esa experiencia los había unido, y habían conseguido conocerse más allá de lo que aquella situación les había hecho ahondar en cada uno de ellos.

Las palabras de Asradi lo hicieron sonrojar. Cuando dijo que le gustaba por ser como era, algo se removió dentro de él. Para un tiburón que siempre había sido solitario, que siempre había mantenido a la gente a una distancia prudente, escuchar algo así era inesperado. Sentía una mezcla de felicidad y temor al mismo tiempo. Una extraña sensación de sentimientos entrelazados que hacían que el escualo no supiera muy bien cómo reaccionar.

—Es... difícil para mí aceptar algo así —dijo Octojin, tratando de ordenar sus pensamientos mientras le daba la vuelta al pescado sobre la fogata. Sabía que necesitaba abrirse, que había llegado el momento de ser honesto con ella—. No mucha gente ha aceptado quién soy, o cómo soy. Desde que era pequeño, he sido más un lobo solitario... o un tiburón, en mi caso. He hecho pocas amistades, y las que he hecho siempre han sido más superficiales. No... no como esto —hizo una pausa y la miró sus ojos brillantes bajo la luz del fuego—. Estar aquí contigo, sentir que hay un vínculo tan fuerte... es algo que me asusta en gran parte.

Tomó una bocanada de aire, intentando calmarse. A pesar de lo mucho que le gustaba estar en ese momento, le costaba procesar tantas emociones. El miedo a perder lo que estaba construyendo con Asradi era muy real para él.

Cuando ella le preguntó si se establecería en Loguetown, supo que era el momento adecuado para decirle lo que había estado pensando. Se levantó, tomó dos nuevos trozos de pescado, esta vez del cazado por la propia Asradi, y los colocó en la fogata. Luego, girándose hacia ella, le lanzó la pregunta, intentando ganar algo de tiempo para pensar bien lo que iba a decir.

—Por cierto, ¿qué hacemos con las huevas? —le preguntó, sonriendo con cierta timidez— ¿Las comemos crudas o las dejamos un poco en el fuego?

Tras la respuesta de Asradi, Octojin haría lo que ella quisiera. Si las prefería crudas las llevaría hasta su posición, y sino, las prepararía en la fogata. Tras ello, continuaría, esta vez tomando una postura más seria.

—La verdad es que... he conocido a dos personas que han cambiado mi forma de ver las cosas. Uno es un humano y la otra es una oni. Me han devuelto la fe en que el cambio es posible. He vivido con mucho odio durante años... odio hacia los humanos, hacia el sistema. Es difícil dejar atrás esa rabia —su voz se tornó más grave mientras hablaba—, pero siento que ya no puedo vivir con esa carga.

Octojin respiró hondo antes de seguir. Aquellas palabras le costaba expresarlas, ya que era la primera vez que realmente las decía en alto. Había estado días pensando sobre ello. Horas muertas con un único fin, guiar su camino hacia donde realmente debía ir, la unión.

—Voy a alistarme en la Marina. Sé que no es algo que mucha gente de mi raza entienda o apoye, pero creo que es el camino correcto. Quiero hacer algo por el futuro, por los gyojins, por los humanos. Unir a las razas del mar, históricamente maltratadas, con la superifice. He vivido mucho tiempo con odio, y aunque aún lo siento en algunas circunstancias, sé que el cambio es necesario. La Marina, por más defectos que tenga, es el lugar donde puedo ayudar a romper esas barreras entre gyojins y humanos. No puedo quedarme al margen y seguir mirando desde lejos. Hay que actuar.

Octojin había soltado la bomba. El silencio que siguió fue pesado, pero liberador. Miró a Asradi, esperando su reacción. Mientras terminaba el segundo trozo de pescado, sintió que estaba dando un paso importante en su vida, uno que marcaría su futuro.

Acercó su mano a la de Asradi, devolviéndole el toque que ella le había dado antes, aunque de una manera menos sensual y algo más torpe, pero llena de cariño y respeto.

—Y tú, Asradi... —preguntó en voz baja— ¿Qué crees que te deparará el futuro?
#28
Asradi
Völva
Asradi se quedó en silencio de repente. No se esperaba una confesión así de parte de Octojin. Que se abriese ante ella de esa manera, con tanta confianza. Le halagaba muchísimo, y eso se podía notar en como la sirena le dedicaba una silenciosa mirada de agradecimiento. También entendía lo que estaba diciendo. Ella no había estado sola toda su vida, pero sí en los últimos años. Y era algo extremadamente doloroso para alguien que había sido criada en sociedad, a pesar de todo. La sirena dejó de comer, aunque mantuvo el palo en el que, hacía un ratito, había estado espetado un buen trozo de atún. Jugueteó ligeramente con él, aunque procurando no mancharlo de arena. Lo hacía de manera distraída, pensativa más bien. Hubo una pequeña sonrisa, meliflua, que se dibujó nostálgica en los labios sonrosados de la pelinegra.

Entiendo lo que dices... — Murmuró, aunque de manera audible mientras era ahora ella quien intentaba ordenar sus pensamientos. En realidad los tenía ordenados en su cabeza, pero siempre era complicado el expresarlos a viva voz sin causar un malentendido. — Yo también he estado sola durante bastante tiempo. Pero para que los demás te acepten, primero debes aceptarte a tí mismo.

A estas alturas, los ojos de la sirena miraban con confianza a Octojin. No solo con confianza, sino también con seguridad hacia el gyojin.

Entiendo también que tengas miedo. Es verdad que quizás soy muy directa en ocasiones. — Lo era, a decir verdad. Incluso se sonrojó de manera suave. Para ella, al igual que para Octojin, todo aquello no era sencillo, por mucho que la sirena intentase quitarle hierro al asunto. Más que nada para que él no estuviese incómodo.

La aleta caudal de su cola se movió ligeramente, comenzando a hacer formas sutiles en la arena de manera distraída, mientras intentaba ordenar sus pensamientos. Y, sobre todo, sus sentimientos.

Pero no he mentido con todo lo que te he dicho. Ahora bien, tampoco quiero presionarte. O que nos presionemos mutuamente al respecto. — Tomó una pausa momentánea, antes de continuar. — Yo también he conocido a más gente antes y durante. Quizás sea porque eres el primer gyojin con el que me encuentro desde hace meses. O quizás porque congeniamos de alguna manera en aquella selva...

La sirena tomó aire. En todo momento no había apartado la mirada del fuego. Se sentía avergonzada pero sentía que tenía que sacar todo aquello. No era buena expresando sus sentimientos más profundos, aunque a veces fuese algo juguetona solo para que el ambiente no se enrareciese y fuese algo más natural.

Yo también tengo miedo, Octojin. De muchas maneras. No de ti directamente, sino de todo esto. — No, no era un rechazo. Era una forma de compartir ese momento con él. — Porque yo también siento ese vínculo. Quizás sea cosa del destino, o quizás la vida nos depare algo más. No lo sé. Lo único que sé es que me siento afortunada de haberte conocido. De sentir este cariño que siento por ti y que todavía está empezando a nacer.

Las manos de Asradi permanecían ahora en su regazo, estrujándose entre ellas con una mezcla de nervios y, quizás, algo de resignación que la ahogaba en lo más profundo de ella.

Pero tampoco me arrepiento de habértelo dicho, aunque hubiese habido un rechazo o cualquier otra cosa. Aún así, tampoco pretendía ponerte en un brete o que te puedas sentir incómodo al respecto. — A pesar de tales palabras, terminó por dedicarle una suave sonrisa que enmarcaba demasiadas cosas. Un cúmulo de sentimientos y sensaciones que no era capaz de gestionar adecuadamente, por lo que muchos de ellos se los terminaba guardando. Sobre todo aquellos más oscuros.

Y, hablando de eso...

El contraste fue, inicialmente, notorio. Los ojos de Asradi se abrieron de par en par durante unos segundos y sus manos comenzaron a temblar ligeramente, obligándose a buscar algo qué hacer para que Octojin no se percatase de aquello. No, el problema que ella estaba teniendo ahora no tenía nada que ver con que él hubiese conocido a más personas. Ni tampoco que quisiera cambiar su mentalidad en cuanto a los humanos, algo que sí le halagaba y le animaba a ello.

Lo que había detonado en la inquietud de la sirena, no había sido eso. Había sido una única frase:

“Voy a alistarme en la Marina.”

No es que no le apoyase. Ella, en realidad, no tenía absolutamente nada en contra de la Marina. Pero... Había algo. Algo que, ahora mismo, ya no le podía contar. No deseaba ponerle contra la espada y la pared. No podía condicionarle ahora que estaba decidido a alistarse y pareciendo tan ilusionado al respecto. No podía, simplemente, hacerle eso. Asradi parpadeó un par de veces, sintiendo ese picor característico en los ojos y se obligó a tomar aire.

Se obligó a volver a sonreír. Solo para él. Para que no notase la zozobra que la inundaba por dentro.

Si tú crees que es el camino correcto para ti, te entusiasma y te hace feliz, adelante. — A pesar de que, para ella, no era ningún bien, no iba a coartar la decisión del escualo. Mucho menos tirársela por los suelos. Y, lo peor de todo, es que le deseaba de corazón que le fuese bien en ese aspecto. — Ojalá muchos pensasen como estás haciendo tú. O, al menos, dar la oportunidad de poder cambiar para bien. Hay demasiado odio entre nuestras especies. Un odio que comenzó hace demasiado tiempo y que ha terminado arrastrando a generaciones que no han tenido nada que ver.

Eso era demasiado triste. Y, sobre todo, injusto.

Yo te apoyaré en lo que sea necesario. En lo que necesites. — Murmuró cuando sintió el roce en su mano, esta vez iniciado por el gyojin. De hecho, le correspondió el gesto uniendo un par de sus dedos en tornos a los de él. Al mirar hacia dicho lugar, le hizo algo de gracia la diferencia entre ambos. Y, al mismo tiempo, lo iguales y lo que podían compartir. Pero cuando Octojin hizo la pregunta, ella se encogió un poco de hombros.

No lo sé, si te soy sincera. Desde hace tiempo que solo vivo el día a día. — Intentaba no pensar en el futuro por miedo a desilusionarse. O a cosas peores. — Pero también pienso como tú. Me gustaría ayudar a que ese odio irracional entre los humanos y los nuestros se vaya erradicando poco a poco. — Confesó, esta vez con una sonrisa un tanto más suave. — A que el mundo sea un poco más justo para todos. — Le acarició muy suavemente.

No quería ponerse demasiado melancólica, así que solo se acercó, de repente, y le dió un pequeño beso en la mejilla. Tan natural y fluido como el océano que tenían ante ellos. Y también de agradecimiento.

Comamos esas huevas antes de que decidan nacer. — Bromeó, aproximándose a donde las habían dejado para tomar un par, con los dedos, y llevárselas a la boca, así de crudas, y tan gustosamente.
#29
Octojin
El terror blanco
Octojin escuchaba atentamente las palabras de Asradi mientras, de vez en cuando, se levantaba para revisar cómo iba la fogata. A pesar de la calidez del fuego y la comida que habían cazado y preparado juntos, había algo en la conversación que lo hacía sentir vulnerable. Cada palabra de la sirena resonaba en su interior, tocando fibras que había preferido no explorar durante años. La manera en que Asradi compartía sus sentimientos, sus miedos y su propia soledad lo conmovía. No estaba acostumbrado a que alguien fuera tan honesto con él. Ni a serlo él con otro.

Le pasó un trozo de pescado más grande a la sirena, asintiendo mientras la escuchaba. Le gustaba cómo ella hablaba de aceptarse a uno mismo antes de esperar que los demás lo hagan. No era algo fácil para él, pero sentía que Asradi entendía su lucha. Sabía que no sería sencillo, pero el hecho de que ella no solo lo comprendiera, sino que también compartiera su miedo, lo hacía sentir menos solo. Como si fuese una luz en la tiniebla que estaba pasando. Un faro en mitad del océano que te indica el camino que debes tomar, dónde hay esperanza y cómo llegar hasta ella.

Sin embargo, cuando mencionó su intención de alistarse en la Marina, notó un ligero cambio en la actitud de la bella sirena. Se hizo un silencio incómodo durante unos segundos, y aunque ella le apoyaba, algo en sus palabras, en su expresión, la hizo parecer... ¿confundida? Octojin no podía saber exactamente qué la perturbaba, pero no quiso presionarla. Simplemente decidió continuar siendo sincero. Sabía que ella le comprendería, o al menos haría por hacerlo. Y eso era más que suficiente para él.

—Entiendo si te parece una locura, pero creo que alistarme en la Marina es lo que debo hacer —dijo mientras se levantaba de nuevo para revisar los trozos de pescado que tenían en la fogata. Cogió un par y le llevó uno hasta Asradi, mientras que el otro se lo empezó a comer antes de sentarse, devorando con gran apetito—. Quiero dejar atrás ese odio, ese rencor que he llevado dentro durante tanto tiempo. Siento que la Marina es el mejor lugar para intentar cambiar las cosas, para unir a gyojins y humanos. Es muy difícil vivir tantos años con esa rabia, y, de repente, querer arrancarla de cuajo. Se que aún queda mucho en el camino, que esa rabia no se irá fácilmente, y que saldrá a la luz en bastantes ocasiones pero... Lo tengo que intentar. Tengo que intentar dejar un mundo mejor a los nuestros. Y daré mi vida si es necesario, lo tengo claro.

Al decir esas palabras, sintió que estaba exponiendo una parte de sí mismo que rara vez mostraba. El tiburón siempre había sido solitario, receloso de las conexiones profundas, pero con Asradi era diferente. No podía evitar sentir un vínculo que le resultaba casi abrumador. Por un momento pensó que no le importaría contarle ni su más íntimo secreto. En ese momento, bajo la luz de la luna y las estrellas, para él solo existía la sirena y él. Su confianza en ella era plena, y como tal, pondría todo lo que tenía en sus manos. Incluso su vida.

Se volvió hacia ella después de haberse comido el pescado en un tiempo récord y de haberse levantado a mirar cómo estaba el nuevo pescado, pero obviamente estaba aún crudo.

Entonces, de repente, Asradi se acercó y le dio un pequeño beso en la mejilla. El gesto fue tan natural y delicado que lo pilló completamente por sorpresa, dejándolo totalmente confuso y petrificado. Se quedó quieto por un momento, sintiendo cómo el calor le subía hasta las orejas, y ese, ya característico color rojizo, le inundaba parte de la cara. No era una sensación incómoda, pero tampoco estaba acostumbrado a algo así. Y sinceramente, le había gustado bastante. No sabía cómo reaccionar, pero el instinto lo llevó a levantarse y darle un abrazo largo, algo que salió de lo más profundo de su corazón.

—No quiero separarme nunca de ti, Asradi —le susurró al oído mientras la estrechaba entre sus brazos. Su enorme cuerpo cubrió al de la sirena. Como si le estuviese defendiendo con la totalidad de su ser. No solía ser tan expresivo, pero en ese momento, no quería guardarse nada, o se arrepentiría. Necesitaba que lo supiera, que entendiera cuánto significaba para él. Que realmente se diese cuenta de que él lo daría todo por ella, sin importar la situación.

El abrazo fue prolongado, lleno de un cariño que el habitante del mar nunca antes había experimentado con nadie. No quiso separarse nunca, pero sabía que aquello podía parecer incómodo, así que tras unos segundos en los que quizá se excedió un poco apretando, liberó a la sirena y la miró a los ojos. Esbozó una gran sonrisa, y la siguió hacia donde habían dejado las huevas. La observó coger dos con suma delicadeza y llevárselas a la boca, así que él hizo lo propio. Aquello era un manjar que rara vez había comido. Pese a su sabor extremadamente fuerte, era una fuente de proteínas y suplementos alimentícios que vendrían genial a ambos habitantes del mar, sobre todo después del esfuerzo en la pelea. Aquello le hizo observar, casi por instinto, su herida del hombro, el cual movió con cierta soltura y entendió que ya estaba algo mejor.

Antes de coger otro par de huevas, y estando relativamente cerca de la sirena, el escualo le puso la mano en el hombro derecho mientras la miraba, esbozando una nueva sonrisa. Era como si tocar a aquella princesa le otorgase un torrente de energía que era un chute en su organismo. Su corazón latía más rápido, sus músculos, por alguna razón, estaban más tensos, y sentía aquél hormigueo curioso en el estómago. Incluso un poco más abajo del estómago.

—Entiendo perfectamente esa sensación de vivir al día. Pero lo importante es ese fin que tienes de querer ayudar también —dijo mientras jugaba con la palma de su mano sobre el hombro de Asradi, devolviéndole el pequeño gesto que ella había hecho antes con sus dedos—. ¿Tienes algún plan cercano? Quizá te podrías venir conmigo y alistarte en la marina tú también. Puede que podamos luchar juntos contra las injusticias. Lo que sea, pero juntos.

El tiburón había bajado un poco las barreras que siempre mantenía en alto. Ahora, con la noche envolviéndolos, el fuego crepitando y las estrellas brillando sobre ellos, sentía que estaba en un lugar donde todo parecía posible. Pero quizá aquellas últimas palabras no eran las que debía haber dicho. En su fuero interno, el escualo sabía que cada uno tomaría su destino, como habían hecho en la isla momobami. Pero se negaba a aceptarlo. No podía perder a la sirena de nuevo.
#30
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