Hay rumores sobre…
... que una banda pirata vegana, y otra de maestros pizzeros están enfrentados en el East Blue.
[Común] Trabajos encubiertos
Lemon Stone
MVP
Estaba cansado de llevar el bolso a todos sitios él mismo. Había vivido poco más de veinte años con alguien que lo hiciera por él. A veces echaba de menos a los sirvientes, pero se había encomendado a un propósito más grande que él, un propósito justo y liberador. Por eso el bolso pesaba, pues simbolizaba el peso de cargar su propia ropa en pos de un mundo menos oprimido y sin tantos pobres.   
 
Subió la escalinata sin ganas. ¿Y cómo iba a tenerlas? Le habían dicho que al Departamento de Misiones Encubiertas le bajaron el presupuesto, pero no esperaba que tanto. Tocó la puerta y un montoncito de polvo cayó sobre sus zapatos alguna vez bien lustrados, pero ahora sucios con barro, polvo y vaya a saber uno qué otro líquido. Volvió a tocar porque estaba ansioso; quería terminar cuanto antes esa misión y volver a las bonitas playas del Reino.
 
Una señora de cabellos dorados y caóticos, como si le hubiera caído un rayo, recibió a Lemon. Era baja, muy bajita, pasaba por poco las rodillas del revolucionario. Sus ojos cansados veían a través de unas gafas grandotas y circulares, como las piruletas de una feria de circo, e iba con las manos atrás, entrelazadas, mascando chicle de forma escandalosa. Cuando entró, un montón de gatos de todos colores y olores le siguieron con entusiasmo.
 
Para Lemon todo iba de mal en peor. Una casucha polvorienta, apestosa e infestada de gatos atendida por una señora para nada sensual. Pero todo fue aún más insufrible cuando la posadera le pasó la habitación. Era un cuarto pequeño sin telescopios ni peceras, algo típico de los cuartos de sus hermanos, ¡ni siquiera tenía armario ni escritorio! Mucho menos un sofá terapéutico, de esos que hacen masajes. En cambio, había una cama con un colchón usado por más gente de la que le gustaría saber, con tablas a nada de romperse.
 
Al menos había un aparato simpático para escuchar música, uno antiguo y empolvado.
 
-Cuando me uní al Ejército Revolucionario pensé que sería duro dormir en trincheras y en túneles, pero los refugios del Departamento son horrorosos… -se quejó para él mismo, aunque con ganas de que la señora dijera cualquier cosa, pero solo mascaba el chicle-. Vieja, ¿sabes si viene alguien más? -La señora hizo un globo de chicle y lo reventó-. Eso pensaba. Vete, por favor, quiero llorar.
 
Lemon lloró la siguiente media hora sentado en el borde de la cama.
#1
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Airgid acababa de unirse a la revolución como quién dice, así que no tenía ni pajolera idea de lo que le esperaba al llegar a esa casita. Estaba entusiasmada, emocionada, no dejaba de imaginarse la de misiones chulas que podría llevar a cabo como revolucionaria, y encima con un compañero nuevo, alguien que no conocía. Airgid adoraba conocer gente nueva. Sí, era intensa, faltona a ratos, pero tremendamente extrovertida, y siempre trataba de sacar algo bueno de todo el mundo con el que se cruzaba. Su imaginación divagaba entre tantas posibilidades, cada una más interesante que la anterior.

Vestía acorde a su estilo habitual. Top negro, corto y ajustado, sin mangas y dejando sus marcados abdominales al aire, seguido de unos pantalones largos y anchos de color rojo, llenos de bolsillos por todos lados, llenos de latas de refresco y de chatarra. Sí, chatarra. Pequeños trozos de metal que llevaba siempre encima. Engranajes, tornillos, ruecas, chapas... incluso llevaba una llave inglesa, en fin, era un poco síndrome de diógenes, pero estaba justificado, y es que se trataba de una manía adquirida tras consumir su fruta del diablo. El metal era más valioso ahora para ella que el mismo oro, y rodearse de él le hacía sentirse más poderosa. Llevaba sus gafas de aviador sobre la cabeza y los largos cabellos dorados sueltos, danzando con el aire y brillando bajo el reflejo del sol veraniego. Y por supuesto, caminaba a la pata coja, como siempre, con una bota militar colocada.

Llamando la atención con sus saltitos, finalmente llegó a la dirección indicada. Era una casa polvorienta, pequeña, vieja. Tampoco es que lo juzgara, muchas casas de la zona eran así, pero claro... de primeras la impresión fue un poco extraña. Aunque rápidamente su cabeza dio un click, pues recordó que se trataba del Departamento de Misiones Encubiertas. ¡Claro! Ese edificio era una tapadera, además, eran revolucionarios, no podían llamar la atención, ¿cierto? Quizás un poco demasiado metida en su papel, en lugar de llamar a la puerta y acceder a la casa como una persona normal, la rubia decidió que haría una entrada más triunfal, digna de una soldado encubierta.

Subió al tejado de una casa cercana. Puede que solo tuviera una pierna, pero los saltos se le daban de puta madre, estaba acostumbrada de sobra después de casi diez años. También sabía ser sigilosa. No era mucho su estilo, la verdad, pero si la misión que iba a realizar se trataba de algo "encubierto"... tendría que aprender. Desde el tejado localizó una ventana en el edificio del Departamento, una que se encontraba medio abierta. Perfecto. La joven adoptó la postura de un felino y rápidamente saltó, sin pensárselo dos veces, sin preparación alguna. Pero es que era tan buena saltando que sabía que no iba a pasarle nada, y efectivamente, aterrizó de forma limpia en el alféizar de la ventana. Hizo ruido, pero Airgid no se pensaba que hubiera nadie dentro. Terminó de abrir la ventana para colarse en el interior, encontrándose en ese momento con la sorpresa. Un tipo con la cara roja y deformada, sentado en la cama. La rubia se dio un susto que se cayó de costado contra el suelo. — ¡AAAH! — Chilló, menos llamativa no podía ser. No había llegado a distinguir que lo que el hombre llevaba se trataba de una máscara. — Ay... coño. — Se quejó, un poco dolorida por la estrepitosa caída, tratando de recoger la poca dignidad que le quedaba y levantarse del suelo para ver mejor al tipo que le había dado tremendo susto. ¿Sería otro revolucionario? Menuda primera impresión acababa de darle, si fuera ese el caso.
#2
Lemon Stone
MVP
Se quitó las lágrimas de la máscara, decidido a que iba a soportar las dificultades de la vida de un revolucionario. Aguantaría la molestia del polvo y la fragancia a descomposición de la madera húmeda y solo miraría hacia delante. Había dejado atrás el dormir en una cama grande y cómoda, despertar con el desayuno en la cama y nada de ordenar: las sirvientas se encargaban de todo. Pasar una noche en la montaña, acampando, fue la situación más precaria en la que había estado antes de ser un camarada de la Armada.
 
En medio de la reflexión interna, que le acercaba un paso más al Nirvana, escuchó un golpecito, suave y cariñoso. El ruido despertó las alarmas de Lemon y quedó estático, duro como hierro. ¿Y si alguien había entrado a robar? Espera, no. ¡Peor! ¡¿Y si era un fantasma?! La casa era oscura y vieja, puede que hubiera espíritus ahí. Aunó valentía y giró la mirada hacia la ventana, asustado. Vio a una figura delgada y ensombrecida que se asustó y cayó y, por consecuencia, también asustó a Lemon.
 
-¡AAAAHHH! -chilló después del grito de la figura delgada-. ¡Un ladrón!
 
Estaba dispuesto a tomar la farola y darle con todo en la cabeza para enseñarle modales, pero tras observarla con más detalle se dio cuenta de que no era una ladrona. Era rubia, musculosa y bien parecida, lo que denostaba cierta superioridad social. Y le faltaba una pierna. A las ladronas no les faltan las piernas, ni siquiera una. Así que la respuesta estaba ante la vista: era un fantasma.
 
-¡AAAHHH! -volvió a gritar. Intentó controlarse, hacer los ejercicios de respiración de la bisabuela Ana María, y recordó que tenía poderes psíquicos. No era la primera vez que veía un fantasma, así que actuaría como lo había hecho otras veces-. Ejem, ¿hola? Te aviso que siempre he sido Clérigo en los videojuegos -le advirtió tras calmarse.
 
Muchos fantasmas podían materializarse, ya lo había vivido antes. Reunió el valor necesario y se levantó de la cama, golpeando torpemente los muebles cercanos. Entonces le ofreció la mano al fantasma para ayudarle. Andar sin una pierna debe ser bastante incómodo. Le regalaría una silla de ruedas cuando tuviera la oportunidad de comprar una, lamentablemente en los refugios del Ejército Revolucionario no había delivery. Como sea, la única forma de lidiar con un fantasma es ignorando el hecho de que es uno. Y evitaría llevarse mal pues no quería estar maldito.
 
-Creo que los gatos no son los únicos que entran por las ventanas -comentó, su mano extendida-. S-Soy Lemon, Lemon Stone. Hijo de William Stone y Cristal Becker. Y no creo en los espíritus -agregó necesariamente, había que hacerle creer que era un tipo escéptico.
#3
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Su chillido fue acompañado por otro más que solo la asustó aún más, haciendo que se tambalease en su intento por ponerse de pie y volviendo a gritar una vez más. — ¡AAAAH COÑO! — Es que no sabía ni qué decir, se habían enzarzado en un bucle de gritos y "coños" que era un espectáculo. Que a ver, en parte había sido culpa suya por colarse de esa forma en el Departamento revolucionario, pero no se esperaba que hubiera nadie esperándola en aquella habitación pequeñita, y solo quería probar un poco sus habilidad encubiertas, ya que de eso iba todo el tema. — ¡No soy un ladrón, zopenco! — Se defendió a sí misma y a su dignidad. Lo cierto es que un poco ladrona sí que era, pero no en esa ocasión, ¿de acuerdo? Al menos ya fue capaz de verle un poco mejor, de darse cuenta de que no estaba deformado, sino que aquel hombre llevaba en la cara algo parecido a una máscara.

Estuvo a punto de decirle algo al respecto, un poco más calmada, pero el tipo se le adelantó, diciendo no se qué cosa de un clérigo y de unos videojuegos. ¿De qué estaba hablando? ¿Hablaba en su mismo idioma siquiera? Que a ver, estaba acostumbrada a tratar con personas extranjeras, solo hacía falta ver su relación con Ragnheidr, pero incluso a él le entendía un poco mejor que a aquel enmascarado. Se quedó tan anonadada que no supo qué responderle, simplemente le tomó de la mano, aceptando su ayuda para incorporarse de nuevo.

Se tomó su propio tiempo para verle bien. Era un tío grande, más alto que ella y parecía esconder un físico bastante potente debajo de ese traje. Aunque lo que más llamaba su atención era, por supuesto, la máscara. Y es que a Airgid le gustaban mucho las máscaras, muchísimo. Y aquella una máscara completamente roja, de cabeza entera y simulando la forma de un corazón humano. Joder, iba dura de cojones. Tenía un par de oscuros agujeros por la que pudo ver algo de sus ojos, que parecían ser azules, pero así, ensombrecidos, era difícil de distinguir. Se presentó como Lemon Stone, hijo de un tal William y una tal Cristal. Y que no creía en los espíritus, fue lo último que dijo. ¿Y eso a qué venía? ¿Todos los revolucionarios eran así? No es que conociera a muchos, pero todos los que se habia cruzado eran cuanto menos, peculiares. — Joder, me flipa tu máscara. Ni se te ocurra quitártela. — Podía parecer raro de cojones pedirle eso, pero es que lo que más le gustaba a Airgid de las máscaras era el misterio de no saber qué escondían, ese morbo raro de curiosidad pero a la vez que no querer conocer lo que se hallaba tras ella. No sé, era una tía un poco rara. — Yo me llamo Airgid Vanaidiam. — Le zarandeó la mano con entusiasmo, la misma que había usado para ayudarse, a modo de saludo. — Y tampoco creo en los espíritus, la verdad, no es nada matemático. — Airgid era una mujer de ciencia, así que se mostraba bastante escéptica en cuanto a los demonios, dioses, y por supuesto, espíritus. Aunque estaba aprendiendo a ser un poco más tolerante con el tema. Ni si quiera sabía por qué decía lo de los fantasmas y tal, quizás era una forma suya de presentarse. al final cada uno era de su padre y de su madre, oye. No iba a meterse con cómo quisiera presentarse cada uno. — ¿Eres mi... compa? Eres revolucionario al menos, ¿no? No me he equivocao de edificio, ¿verdá? — Ya empezaba a dudar. No tenía ni puta idea de nada de esa isla, había llegado hace poco e igualde novata era dentro de la armada, así que esperaba no estar cagándola y haber allanado una propiedad privada. Sería bastante revolucionario por su parte, la verdad, pero no era el plan de hoy.
#4
Lemon Stone
MVP
Bien, tenía la certeza de que no era una ladrona porque ella misma había dicho que no lo era. ¿Estaba pecando de ingenuo, de confiado? Un poco, pero tampoco tenía razones para desconfiar de ella. Puede que sí… Pero tampoco demasiadas, solo se había colado por la ventana del edificio y supuso que los pobretones de los barrios bajos del Reino hacían lo mismo, era una especie de factor cultural. Y como estaba ensimismado en no juzgar a la gente de escasos recursos, tampoco a los que tuvieran un color de piel diferente al propio, iba a creer en ella.
 
Y puede que no solo fuera pobre, si no también rara. Un fantasma pobre y raro, todo perfecto. Normalmente, a la gente le disgustaba y le aterraba la máscara que llevaba puesta, una especie de recordatorio personal de quien alguna vez fue su mejor amigo. La había fabricado él mismo con materiales de buena calidad, materiales completamente naturales y frescos.
 
-Está bien, las personas suelen enamorarse de mí cuando me quito la máscara, por eso la llevo. Lidiar con el amor de la gente es mucha… responsabilidad -respondió despreocupado, con cierto toque que apuntaba a una extraña combinación entre seriedad y broma-. Tienes un bonito nombre, pero soy malo recordando esas cosas. Todavía no me he aprendido los cumpleaños de mis hermanos, puede que sea porque somos 10. Y… Qué bueno que no creas en los espíritus. ¡Jajaja! ¿Q-Qué tipo de idiota creería en esas cosas? -preguntó retóricamente, un poco nervioso, un poco asustado.
 
Entonces realizó la pregunta que había estado esperando, no porque estuviera en mitad de una misión encubierta, sino porque quería alardear y recibir algo de atención.
 
-No sé si somos compas, pero definitivamente pertenezco al Ejército Revolucionario. Vivo por y para la Causa, ¿tú también? -contestó Lemon, una sonrisa en su rostro y calcada en su máscara, que parecía imitar sus expresiones-. Mira, soy bastante malo recordando nombres, así que te daré uno en código. Latas -le propuso, aunque más que propuesta era una imposición. Lemon solía darles sobrenombres a las personas por la primera impresión que causaban, o por lo primero que veía en ellas. Decirle Piernas o Fantasma sería más ofensivo que decirle Latas, además esto último era un poco más original-. Ahora que lo pienso… Yo no tengo un nombre en código, tendré que buscarme uno.
 
Lemon se levantó de la cama y se dirigió al velador, la madera quejándose por las pisadas del rebelde. Sacó un libro pesado, grande y anormalmente limpio. Lo abrió con el cuidado que una madre tiene por su bebé y retiró un sobre blanco, no tan limpio como el resto del libro. Introdujo la mano en su interior y sacó una hoja de papel con las instrucciones de la misión, de por qué había sido enviado a ese lugar tan... poco interesante, por decirlo de algún modo.
 
-Hay un par de revoltosos que no están conformes con los cambios que hemos instaurado en esta isla, pero no sabemos quiénes son ni dónde operan. Nuestra misión es saber quiénes son estos malandros -le dijo a su compañera-. Hasta ahí la misión oficial. ¿La no tan oficial? Convertirlos en miembros completamente útiles para la Causa, lo que implica secuestro, extorsión, violencia física, violencia verbal, violencia psicológica y violencia animal.
#5
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Airgid notaba algo raro en los ojos de Lemon a través de la máscara, en la forma en la que la miraba. Era como si dudara de ella, parecían transmitir desconfianza o sospecha, y la verdad es que era incapaz de culparle del todo. Si alguien se atreviera a colarse por la ventana de su habitación, seguramente le habría arreado con su única pierna y le habría tirado de nuevo a la calle, sin preguntar siquiera. No, estaba claro que la primera impresión no había sido la mejor del mundo, pero la rubia esperaba poder solventar aquel problema más pronto que tarde. Y es que no podía evitar sentir cierta curiosidad hacia aquel hombre trajeado y su máscara. Era tan peculiar e increíble, una maravillosa obra de artesanía. La mujer se mordió ligeramente la lengua mientras observaba cada detallito que esta tenía, apreciando cada forma. Aquel era un extraño tic que tenía desde bien pequeña, aunque su manera de morderse era tan curiosa que parecía estar mascando chicle con las muelas.

Escuchó con muchísima atención las palabras del hombre, apoyándose en el alféizar de la ventana que se encontraba a su espalda, casi sentándose aunque sin llegar a hacerlo por lo estrecha que resultaba. Torció el rostro y elevó una ceja cuando éste mencionó el problema que tenía cuando se quitaba la máscara, al parecer decía ser todo un Don Juan. ¿Se estaría tirando el alpiste? ¿Quería impresionarla de alguna manera? — Entonces salimos ganando los dos, Romeo. — Bromeó con él, guiñándole el ojo derecho y relajando el rostro en una bonita sonrisa. Puede que Airgid fuera un poco bruta y con muy poco tacto, cosa que quizás espantaba a algunos hombres que buscaban mujeres más femeninas, pero tenía gestos definitivamente encantadores que le salían con gracia y belleza natural.

Sacó una lata de refresco del interior de unos de los bolsillos, haciendo aquel metálico "¡click!" al abrirla y sacar la chapita. Le dio un sorbito rápido mientras le escuchaba hablar sobre su mala memoria para los nombres, y casi se atragantó al escuchar la enorme cantidad de hermanos que tenía, aunque supo disimularlo, más o menos. — ¿¡Diez!? Tus padres deben de pasarlo de puta madre, ¿no? — Soltó una inevitable risilla, fue incapaz de contenerse el comentario más evidente del mundo, pero es que era la primera vez que conocía a nadie con tanta familia, madre mía. Pero un detallito que le llamó mucho la atención de Lemon fue ese repentino nerviosismo que demostró al hablar sobre los espíritus de nuevo. Dejó psar su comentario, aunque denotando un leve brillo de picardía en sus ojos.

Al fin, la cuestión importante quedó respondida. Efectivamente, Lemon se trataba de otro revolucionario. Airgid expresó una sonrisa aliviada, calmada por no haberse equivocado completamente ni de edificio ni de persona. — Creo que... sí, sí. Me uní hace poco sin saber mu bien qué esperar, pero me gusta. Creo que es donde debo estar. — Confesó en un pequeño arrebato de sinceridad. Airgid aún estaba tratando de averigüar su lugar en el mundo, por lo que no quería casarse del todo con nadie, pero lo que tenía claro es que estaba más que cómoda dentro de la Armada. Sentía que era dónde tenía que estar, quizás impulsada por aquel descubrimiento que hizo acerca del pasado de sus padres, o quizás por lo reconfortante y lo tremendamente bien que se sentía saber que estabas luchando por una causa superior a ti, una que podría cambiar el mundo. Le dio unos cuantos tragos más a su refresco, terminándoselo en el momento en el que escuchó el apodo que Lemon le había puesto: latas. No podía ser más apropiado, la verdad. La mujer estrujó la lata vacía entre sus dedos y volvió a guardársela, soltando una risa espontánea. — Latas. Tá bien, me gusta un poco incluso. — Puede que a él le diera igual si Airgid aceptaba el mote o no, pero la verdad es que le parecía divertido aquel pequeño juego. Le daba permiso a ella de ponerle otro también.

Pero entonces Lemon se levantó de la cama, dirigiéndose al cajón de una mesita de donde sacó un gran libro. Airgid se acercó un poco para observarle mejor, con genuina curiosidad. El enmascarado sacó una hoja de papel, aunque no le hizo falta leerla para ser informada acerca de la misión. Su propio compañero le contó el objetivo: ejercer todo tipo de violencia contra unos insurgentes a la causa. — Cojonudo. — Comentó ella, aprobando completamente la barbaridad que le acababa de soltar. Era tan directo en su manera de hablar, Airgid en seguida tuvo la sensación de que iba a llevarse bien con él, de que era una buena persona. A pesar de lo que acababa de decir. — Pero antes... déjame que ahora sea yo quién te ponga un nombre en clave. — Volvió a acercarse, recortando la distancia que les separaba a apenas unos centímetros. Quería observarle bien, escuadriñando atentamente cada surco de su máscara con aquellos enormes ojos miel. Se tomó un segundo, incluso acarició suavemente su carmesí tapadera con la diestra, centrándose en la zona superior del corazón humano que representaba, donde las enormes venas se cortaban. — Entrañas. — Finalizó, dibujando una sonrisilla en sus labios sonrojados, como satisfecha consigo misma. — Bien, ¿vamos? — Se alejó de él igual de rápido que se había aproximado, abriendo la puerta de la habitación y esta vez, saliendo de la forma correcta. Puede que se moviera a base de saltitos, pero estaba tan acostumbrada que resultaba tremendamente hábil. — Dime, Entrañas, ¿alguna vez has vivío alguna experiencia que hayas creído paranormal? — Le preguntó, sin medias tintas.
#6
Lemon Stone
MVP
Se sintió orgulloso de su familia, sobre todo de sus padres, cuando Latas reaccionó de esa manera. Sí, había muchísima gente que se sorprendía al saber el número de hermanos que tenía Lemon, y eso que no solía mencionar el número de primos. Solo los de primer grado ya sumaban alrededor de 100, ahora si decidiera contar los de segundo y tercer grado… Los Stone podían levantar una ciudad ellos solitos sin necesidad de otras familias, aunque luego los hijos saldrían tontos y raritos (más de lo que ya son).
 
-Venimos a la vida a pasarlo bien, ¿no? -respondió el revolucionario con una sonrisa rebosante de orgullo-. Yo también quiero tener hijos, muchos. Creo que treinta y tres estaría bien. Imagínate, treinta y tres rebeldes luchando en nombre de la Causa… Ah, como padre no podría estar más orgulloso. ¿Y tú? ¿Tienes hijos o algo? Mascotas también cuentan, ¿eh? Que estamos en tiempos modernos.
 
Latas era miembro del Ejército Revolucionario y, por lo tanto, merecía tener una copia del MANUAL, pero primero necesitaba ponerla a prueba. La norma dice que todo revolucionario recibe una copia el primer día, aunque Lemon prefería juzgar si los nuevos adeptos eran dignos o no de recibir el regalo de los dioses.
 
-En la Armada somos una gran familia, nos cuidamos entre todos. Yo le pongo el pecho a las balas y tú los acribillas, o al revés. Luchamos por la Causa, para que los pobres no sean tan pobres y los feos no sean tan feos, aunque esto último está difícil de lograr. Es difícil recurrir a la ingeniería biogenética en masa, ¿sabes? -le comentó a su camarada con el semblante serio, completamente convencido de lo que creía. Además, debía seguirle el juego al espíritu, no fuera a ser que recibiera otra maldición-. Más importante, en el Ejército Revolucionario no juzgamos al diferente, lo acogemos y lo respetamos por raro que sea.
 
Tras contarle los objetivos oficiales y no tan oficiales a Latas, la mujer se acercó a él con tal confianza que rozaba el atrevimiento, pero está bien: a Lemon le gustaban las chicas atrevidas, directas y fuertes. Nada de tener a una debilucha que no puede tomar un uslero para amasar el cráneo de un soldado. Sintió la mano de Latas en su rostro, ruborizándose detrás de la máscara, y entonces buscó su mirada. Tenía cierto… atractivo, diferente al de Aletas o al de Sonrisas, diferente al de todas las mujeres que había conocido. Sin embargo, no iba a enamorarse de un fantasma; estaba lo suficientemente cuerdo para saber que profanar cadáveres estaba mal, muy mal.
 
-Estás tan cerca que creo que puedo oler lo que comiste la semana pasada -le soltó así tan tranquilo, como si fuera la forma correcta de cortejar a una dama. Es más, ¿siquiera estaba coqueteando?-. Pero me gusta el sobrenombre que me has dado. Entrañas. Es intimidante y asqueroso a la vez. Entrañas… -repitió con cierto dejo de satisfacción-. Vamos a por esos malandrines -respondió al final.
 
Fue entonces que Latas soltó una pregunta que ocultaba su verdadero sentido, su verdadero significado. Si la chica pudiera ver detrás de la máscara de Lemon, notaría que estaba pálido como una blanca sábana recién sacada de la lavadora. Iba a responder con la verdad, pues había escuchado que los fantasmas eran capaces de detectar las mentiras, había escuchado que tenían un sensor en el ano que vibraba cada vez que alguien mentía cerca de un espíritu.
 
-S-Sí, muchas para mi gusto. Soy un hombre fuerte y valiente, pero con los muertos no se juega, ¿sabes? No le tengo miedo a los vivos porque los puedo mandar al más allá con un farolazo en la nuca, ¿pero a los muertos? ¿Cómo matas a algo que ya está muerto? ¡Es imposible! ¡La violencia no funciona contra ellos! Y el MANUAL tampoco tiene instrucciones detalladas para realizar un exorcismo -contestó, entre nervioso y relajado, entonando con notoriedad la palabra sagrada del MANUAL-. ¿Y tú? Imagino que sí, pues… Ya sabes, todo el mundo ha vivido una experiencia paranormal.
 
Mientras conversaba con Latas, bajaba con cuidado las escaleras para no caerse. Era un tanto torpe y no quería pasar vergüenza frente a su nueva camarada. Al final, salió del hostal y miró el mapa de la ciudad (su propio mapa, un montón de líneas mal trazadas y sin respeto alguno por la escala).
 
-Creo que tenemos que ir al este.
#7
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Era curioso cómo la sonrisa de Lemon se podía intuir aún a través de la máscara. Lo notó cuando hizo aquel comentario sobre sus padres y lo bien que se lo tendrían que pasar en sus ratos libres. La respuesta de Entrañas cambió la manera en la que Airgid le miraba, como con un sutil toque de curiosidad y picardía. Parecía querer seguir el mismo camino que sus progenitores, compartiendo con ella las ganas que tenía por tener una ingente cantidad de hijos. — Ja, no, no tengo... aún. — ¿Quería tener hijos algún día? Sí, Airgid tenía claro que sí, pero lo cierto es que aún no se visualizaba con nadie en concreto. Sí, había un par de hombres que le llamaban la atención... pero era demasiado pronto como para pensar siquiera en formar una familia. — Pero no me desagrada la idea de una familia numerosa. — Quizás se debiera a que ella nunca había tenido una familia como tal. Por mucho que considerase a sus amigos unos hermanos... sabía que no era lo mismo. — Implica muchíiiisima diversión. — Comentó con una sonrisa, refiriéndose a eso que hacen los adultos cuando se quieren mucho mucho y se juntan y siembran semillitas de amor.

Escuchar su discurso sobre lo que significaba la revolución para él fue desde luego... un discurso. Por suerte había mencionado algo de lo que ella entendía un pelín. — Oh, no te creas que es tan complicao, eh. Justo es un tema del que entiendo bastante. La ingeniería y la biología son en realidá bastante parecías. El cuerpo funciona como una máquina en sí mismo, con su cableado, su combustible... dentro de poco podremos modificar el adn con la misma facilidad como quién instala un nuevo frigorífico. — Hablaba con entusiasmo, con orgullo, con determinación. Se le notaba en la cara, incluso. Lo decía en serio, con la misma seguridad como que el sol sale por el este. — Pero tienes razón, aunque podamos volver guapos a los feos, hay que respetar a todos, sean cómo sean. — Concluyó, dándole la razón. Ella al fin y al cabo no estaba para hablar muy alto, muchos la juzgaban por faltarle una pierna, les parecía raro o incluso asqueroso. Esos tipos solían acabar con la cabeza reventada en el suelo.

La cercanía de su rostro con aquella preciosa y sangrienta máscara podría haber resultado seductora, electrizante cuanto menos. Resultaba complicado para la rubia ocultar lo mucho que le gustaba no poder ver la cara de aquel hombre. Pero su comentario rompió cualquier atisbo de coqueteo que pudiera haber llegado a desarrollarse entre ellos. La mujer torció el rostro, y antes de alejarse le colocó toda la mano derecha sobre la máscara, empujándole un poco hacia atrás. — Me da igual que te guste o no, Entrañas. Es tu apodo y punto, no es una elección que puedas aprobar. — Soltó, afilada como la hoja de un cuchillo. Aunque si era lo suficientemente avispado, Lemon podría haberse dado cuenta de la sonrisilla de su comisura antes de dirigirse a la puerta.

Cruzaron el umbral, primero el de la habitación y luego el del hostal. Sabía que su pregunta acerca de lo paranormal le pondría un poco nervioso, y la verdad, se lo merecía por haber dicho algo tan grosero acerca de su aliento. ¿Qué se creía? Como si él oliera a rosas, parecía no haberse duchado en una quincena, como mínimo. Ahora le tocaba hacerse un poco la digna. Y devolvérsela, si podía. — Así que nunca has hecho un exorcismo... — Mencionó con curiosidad. Entrañas sacó un mapa... "casero", que digamos, antes de anunciar que debían ir al este. Airgid se dedicó a seguirle, dando saltitos. Para cualquiera podría ser un coñazo, algo tremendamente cansino. Ella ya estaba hecha. — Si quieres, puedo enseñarte. Pero antes deberíamos hacer una ouija o un ritual para invocar a algún espíritu. Y entonces podrás añadirlo a ese "Manual" que mencionas, así sabrás qué hacer la próxima vez. — Estaba mintiendo como una maldita condenada. No sabía hacer un exorcismo, nunca había hecho uno. Sí que había jugado a la ouija alguna vez, de chavala, haciendo el tonto, y tenía un amigo que creía en los espíritus fervientemente y que le había intentado explicar varias cosas del tema. Pero estaba improvisando como una cabrona. — ¿Qué es el "Manual", por cierto? ¿Algo de tu familia? — Preguntó con naturalidad, pasando de un tema a otro despreocupadamente. No sabía si el lugar les quedaba lejos o cerca, el mapa de Entrañas era un puto caos, así que no estaba mal hacer un poco de conversación por el camino.
#8
Lemon Stone
MVP
Latas despertó algo en el interior de Lemon, una sensación que conocía pero que difícil de identificar. Puede que hubiera pasado un buen tiempo desde la última vez que sintió algo similar, era una extraña combinación entre nerviosismo y felicidad con un notorio dejo de ansiedad. Su corazón latía acelerado, como si se hubiera zampado un litro de energética, y sus manos comenzaban a sudar. ¿Cómo era posible que un fantasma pudiera causar esas sensaciones en un adepto de la Causa? ¿O acaso la Causa no protegía a los suyos contra las fuerzas del más allá? Oh, había tanto que pensar… Pero de momento se enfocaría solo en la misión e ignoraría el hecho de que su compañera era un espíritu.
 
Caminaba en paz consigo mismo cuando escuchó los comentarios de su camarada. Luchaba contra la tiranía y la opresión, no contra demonios y fantasmas trastornados. Por supuesto que nunca había hecho un exorcismo y estaba bastante seguro de que no tenía ganas de hacer uno. Sus experiencias paranormales se limitaban a gente emergiendo de tumbas, posesiones en vivo, resurrecciones y gente apareciéndose en el espejo, pero nunca exorcismos.
 
-¿Eres monja? -le preguntó con genuino interés, aunque con cierta decepción en su voz. Las monjas no podían casarse ni tener hijos, habían encomendado su cuca a la voluntad de dios-. Jamás he hecho un exorcismo, ¿esas cosas no son un poco tenebrosas? Puedo acompañarte, si quieres hacer uno, pero no me pidas que me saque sangre para hacer un ritual. Suficiente me desangra el Gobierno Mundial con los impuestos que no pago… Por cierto, ¿quieres que te lleve? Me da pena verte caminar como canguro lastimado, sin ofender. Si quieres te sientas en mi hombro o puedo cargarte, soy bastante fuerte.
 
Aceptase o no, Lemon continuaría caminando en dirección al punto marcado en el mapa.
 
El MANUAL, ¿eh? La pregunta de Latas tenía muchas respuestas y a la vez era imposible de responder sin divagaciones extremas.
 
-Papá habría quemado el MANUAL si lo hubiera encontrado. Odia a los Dragones Celestiales, pero le gusta como funciona el Gobierno Mundial. Es lo que se espera de un millonario que defiende el Gran Capital, ¿no? -respondió con sinceridad, le daba igual lo que la gente pudiera pensar de su padre. Lo quería mucho, pero eran enemigos-. El MANUAL, siempre debes decir su nombre gritando y de forma escandalosa, es una guía que ilumina el escarpado y peligroso camino del Revolucionario, de los que portamos el fuego del cambio, la llama de la rebeldía. ¿Cómo es que perteneces al Ejército Revolucionario y no tienes tu copia? Seguramente el Departamento de Reclutamiento y Selección está corto de presupuesto para más impresiones… No importa, cuando volvamos al hostal te daré una copia.
 
Recorrió las embarradas calles de los barrios bajos del Reino de Oykot, prestando atención a los detalles. La gente se reunía alrededor de fogatas improvisadas, asaban lo que tuvieran a su alcance (ratas, principalmente) y miraban el piso como si les pesara levantar la mirada. Eran pueblerinos derrotados, y eso que la Revolución había triunfado, pero ¿cómo se celebra la victoria cuando la esperanza ha sido destrozada por décadas de abusos y maltratos? La Reina era la responsable de las miradas apagadas de los pobres, pero encontraría la manera de arreglar el pesimismo habitual que reinaba en los barrios bajos.
 
Tras unos minutos de caminata, la pareja pintoresca se detuvo frente a un edificio de madera medio derruido. Era una torre hecha de tablas y desprovista de ventanas, sus agujeros tapados por paños y cualquier tipo de tela. Se notaba sucio y apagado como casi todo lo que había en los barrios bajos. Había un par de mendigos pidiendo comida o cerveza en las afueras del edificio. Lemon les preguntó de quién era o qué se hacía dentro y luego les tiró unos pocos billetes, pero enseguida comenzaron a pelear. Los ignoró.
 
-Aquí parece ser. ¿Entramos y le damos una paliza a todo el mundo, o se te ocurre alguna idea más… táctica? -le preguntó a Latas.
#9
Airgid Vanaidiam
Metalhead
¿Puede ser que su trola estuviera surtiendo efecto? Ahora se sentía un poco mal, mintiéndole de esa forma solo porque sabía que le ponía un poco nervioso. ¿Por qué? ¿Por vengarse por haber dicho que le olía el aliento? Bueno, le seguiría el rollo un poco más y luego le confesaría que solo estaba tomándole el pelo. Era su compañero, así que tampoco quería que tuviera una mala impresión de ella o que le sentara mal su pequeño juego. Además, le hacía gracia, le caía bien. ¿Puede que la máscara influyese un poco? Puede ser.

Escuchó su repentina pregunta acerca de su profesión y tuvo que luchar por contenerse la risa. Aunque tenía sentido que se lo preguntara, la verdad, después de lo que le acababa de contar. — ¿Yo? ¡Qué va! Conocí algunas cuando era pequeña, y te lo juro, dan más mal rollo que cualquié fantasma. Me parece mu... sectario. — ¿Acaso Entrañas era religioso? Si fuer así, acababa de cagarla profundamente, pues podría tomarse sus palabras como una ofensa. Aunque tampoco se refería a TODAS las religiones... después de conocer a Ragnheidr y que éste le contara un poco acerca de sus diosas, Airgid estaba tratando de ser un poco más abierta de mente con respecto a las creencias de la gente. Pero le costaba ocultar sus reticencias con el tema, ya había tenido sus idas y venidas con "padres" y "pastores". Mal rollito. — Tranqui, no necesitaremos sangre, solo la de nuestros enemigos. — ¿Qué significaba eso exactamente? Entonces Entrañas se ofreció a cargarla. La rubia le miró, con una sonrisilla espontánea y sincera. Claro, acababa de conocerle, no estaba acostumbrado a verla ir dando saltitos. Recordó cuando conoció a Ragnheidr y a Asradi, que iba incluso con muletas. Parecía que había pasado una eternidad desde aquello. — Está bien, tu hombro parece bastante cómodo. — Aceptó, ¿cómo no hacerlo? Era vacilón, se le notaba en las palabras que usaba y en su voz, pero también era sincero y amable.

Con un poco de su ayuda, finalmente se acomodó sobre su hombro derecho. Era mejor eso a que tuviera que cargarla como si fuera una princesita o algo. Además, desde aquella nueva perspectiva visual podía examinarle mejor, más a fondo. La máscara de corazón humano era simplemente perfecta, y desde luego, Entrañas no mentía cuando le dijo que era bastante fuerte, podía notar sus entrenados músculos bajo su traje. Era un hombre curioso, parecía esconder más de un secreto, más de una sorpresa. ¿Cuál sería su historia? Fue capaz de compartir una leve pincelada con ella cuando mencionó eso del manual, hablando por encima sobre su figura paterna y su acomodado bolsillo. Al parecer, siempre que mencionara al manual debía hacerlo gritando, con ímpetu, pero lo más raro es que según Entrañas, deberían habérselo entregado al integrar en la armada. — Viendo tu entusiasmo cualquiera pensaría que vienes de una familia de puros revolucionarios. ¿Y te llevas bien con él? — Preguntó con una genuina curiosidad. Puede que fueran como el agua y el aceite, pero eso no siempre implicaba una mala relación. — Ya sabes, ingresé en la armada hace poco, puede que mi copia del MANUAL se perdiera por el camino. — No pudo evitar soltar una risilla al gritar el manual de aquella forma, imitándole. Que estupidez tan grande, pero le gustaban las tonterías, desde siempre. — Me gustaría mucho tener una, sí. — Aceptó finalmente, con una gran intriga, preguntándose qué clase de información podrían esconder aquellas páginas. ¿Historia acerca del movimiento? Eso le interesaba muchísimo.

El paseo por aquella parte de la ciudad resultaba cuanto menos... ilustrativo. El pueblo del que Airgid provenía era pequeño y el comercio no iba mal, en general, así que no estaba acostumbrada a un ambiente tan empobrecido, tan castigado. Ricos y pobres habían en todos lados, pero en Kilombo la diferencia no era tan notoria como para que llamase la atención de aquella manera. Y el cambio no llegaba de la noche a la mañana, por mucho que el plan hubiera salido bien en aquella isla, los habitantes de Oykot tendrían que pasar una etapa de transición. Por lo menos, la moral de los balleneros había incrementado bastante, eso era un gran paso. Algunas miradas se clavaban en ellos, pues digamos resultaba llamativo ver a una tía coja sobre los hombros de un hombre enmascarado. Si no fuera porque no estaba atada ni amordazada, podría parecer un secuestro fácilmente. Algún que otro ballenero la saludó desde la distancia al reconocerla, y es que Airgid se había labrado una pequeña pero buena reputación entre ellos. — Tengo ganas de ver el cambio en esta isla dentro de unos meses, o incluso un año. Hemos hecho algo bueno aquí, pero aún tienen que acomodarse a esta nueva vida. — Reflexionó un poco en voz alta, con un tono de esperanza en su voz.

Finalmente llegaron frente a un edificio que estaba a un vendaval de acabar completamente derruído. Entrañas intentó sacar información de un par de vagabundos que se encontraban en la entrada, pero resultó inútil. Es igual, tenían lo que buscaban. — Déjame un segundo... — Le pidió, tomándose un momento para concentrarse en el interior de aquella torre maltrecha y sus alrededores, tratando de detectar el metal. — Mmm... Por lo menos hay tres tíos armados, llevan una espada, un martillo y una pistola. Pero detecto mínimo cuatro, el último no lleva armas pero sí que tiene un piercing en el ombligo, qué juguetón. — Sonrió, sacando sus armas de sus bolsillos, colocándose el par de nudilleras en ambas manos y una puntera metálica en la bota. Mientras hacía todo esto, había comenzado a reunir metal frente a ella, levitando en el aire. Había de todo lo que había podido encontrar en aquel barrio bajo; tornillos, placas, llaves inglesas, una tapa de un cubo de basura, cartuchos de balas... Deformó el conjunto simplemente con su control mental sobre los campos magnéticos, construyendo refuerzos ofensivos sobre su armamento, incrementando su tamaño y llenándolos de pinchos y demás cosas que harían mucha mucha pupa. — Me gusta el plan kamikaze, por mí entramos a piñón, más aún sabiendo las armas que llevan. Aunque te aviso que dentro de nada dejarán de tenerlas. ¿Quieres que te haga una armadura o algo en especial? Hay más metal por aquí que puedo usar. — Comentó con él con naturalidad, buscando los ojos de Entrañas a través de su máscara y mostrando una amplia sonrisa. Le encantaba usar su poder. Los mendigos, entre otros más ciudadanos que pasaban por allí, se alejaron rápidamente al ver el percal que se avecinaba. Tenía pinta de movida y no querían verse involucrados.
#10


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