Alguien dijo una vez...
Donquixote Doflamingo
¿Los piratas son malos? ¿Los marines son los buenos? ¡Estos términos han cambiado siempre a lo largo de la historia! ¡Los niños que nunca han visto la paz y los niños que nunca han visto la guerra tienen valores diferentes! ¡Los que están en la cima determinan lo que está bien y lo que está mal! ¡Este lugar es un terreno neutral! ¿Dicen que la Justicia prevalecerá? ¡Por supuesto que lo hará! ¡Gane quién gane esta guerra se convertirá en la Justicia!
[C-Pasado] La edad del pavo
Octojin
El terror blanco
Mientras esperaba que llegaran las cervezas y la comida, Octojin observaba a Airgid, divertido por cómo había manejado la situación con el camarero. Le sorprendió lo fácil que era para ella meterse en cualquier papel, y cómo tiraba de humor y descaro para conseguir lo que quería. Pedir una hamburguesa de albóndigas con ese toque sentimental fue brillante, y cuando él le siguió la corriente, también sintió que había alegrado un poco más el día de la chica.

La conversación, sin embargo, había tomado un giro interesante. Después de toda la broma, Airgid se abrió de manera muy sincera, hablando de sus padres y su sueño de ser inventora. Era algo que Octojin no esperaba, y mientras ella hablaba, podía ver una vulnerabilidad en la humana que no había mostrado hasta ese momento. Era como si hubiera una capa más allá de su actitud despreocupada, y él se sintió agradecido de que ella confiara lo suficiente como para compartir esas cosas.

Después de su propia confesión, Octojin notó cómo ella se tomaba un segundo para digerir sus palabras, especialmente cuando mencionó el racismo que había sentido a lo largo de los años. No era un tema que tocara a menudo, pero con Airgid, se sentía lo suficientemente cómodo para ser honesto. Ver su expresión cambiar, mostrando asco ante lo que acababa de notar, le dio una mezcla de tristeza y alivio. Tristeza por tener que explicarlo, pero alivio porque al menos, ella parecía entenderlo.

Cuando llegaron las hamburguesas, el ambiente se volvió más ligero de inmediato. El olor era simplemente increíble, y Octojin no pudo evitar sonreír al ver cómo Airgid se lanzaba a su comida con la misma emoción que un niño abriendo regalos de cumpleaños. Él no se quedó atrás, y al dar el primer mordisco, sintió cómo el sabor invadía sus sentidos. En ese momento se arrepintió de no haber pedido tres en vez de dos para él.

"Esto está brutal", pensó mientras le daba otro mordisco, intentando dar cierto tiempo entre mordisco y mordisco para no parecer un ansia.

—Vaya... —dijo con la boca llena—. Esto está increíble.

No pudo evitar sonreír al ver cómo Airgid se había zampado la hamburguesa en un abrir y cerrar de ojos. Su entusiasmo era contagioso, y Octojin se encontró disfrutando del momento de una manera que no solía hacer. Le dió un gran trago a la cerveza y continuó disfrutando de aquella hamburguesa. Normalmente, su vida era solitaria, pero allí, en esa taberna con una adolescente humana que apenas conocía, sentía algo diferente, una especie de camaradería que no experimentaba a menudo.

Cuando ella pidió un poco de su cerveza, Octojin la miró un momento. Sabía que era menor de edad, pero no le importaba tanto. Había visto muchas cosas en la vida, y si una cerveza le hacía sentir más adulta o simplemente le apetecía, no veía el problema. Así que le pasó la jarra sin decir nada, solo con una sonrisa cómplice.

—Solo un poco —dijo, guiñándole un ojo—. No quiero que te emborraches y luego me echen la culpa.

Ella habló sobre su futuro, mencionando lo que esperaba de sí misma en cinco años. Octojin se rió cuando ella dijo que sería una "vieja" como él. A los ojos de Airgid, quizás veintidós años era mucho, pero para él, ella apenas estaba empezando a vivir.

Cuando le lanzó la pregunta sobre si se había enamorado alguna vez, lo primero que Octojin hizo fue soltar una risa baja. Era una pregunta interesante, y quizás un poco incómoda, pero no le molestaba en absoluto responderla. Solo le hizo reflexionar por un momento.

—¿Enamorarme? —repitió, saboreando las palabras como si fuera la primera vez que realmente pensaba en ello—. No, nunca me he enamorado, al menos no como creo que debería ser. Mi vida ha sido más bien solitaria. Me encanta socializar, como ahora, pasar un buen rato, pero en cuanto a relaciones más profundas... no es lo mío.

Hizo una pausa para darle un buen trago a su cerveza, sintiendo el amargor refrescar su garganta antes de continuar.

—No creo que esté hecho para eso. Quizás, en algún momento, pensé que podría, pero cada vez me doy más cuenta de que soy más feliz cuando estoy a mi aire, haciendo lo que quiero, sin tener que preocuparme por nadie. Y tampoco ligo mucho, si te soy sincero. Mi aspecto no ayuda, y no me importa demasiado. Así que no, no soy el tipo de tiburón que se la pasa de conquista en conquista.

La miró con una sonrisa relajada. Era una conversación ligera, pero en el fondo, también era una verdad que Octojin había aceptado hace mucho tiempo. No tenía la necesidad de buscar algo que no se sentía natural para él.

—Supongo que eso de enamorarse no es para todos —dijo, dándole otro trago a la cerveza—. Pero seguro que tú tienes a mil tipos detrás en cinco años. Estoy completamente seguro de que será así, y que vas a elegir al peor de todos. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.

Aquella frase se la decían mucho de pequeño cuando el escualo, cabezón como él solo, decidía volver a pegarse la misma hostia contra la misma piedra por enésima vez. Le encantaba apostar y todos los nativos de la isla le decían una y otra vez esa frase, argumentando que volvería a darse una hostia igual. Y efectivamente, en la gran mayoría de las ocasiones tenían razón. Pero en la que fallaban... Había Octojin para rato. Él se encargaría de repetir hasta la saciedad que se habían equivocado. Visto con perspectiva, quizá de niño el tiburón era un poquito repelente.

Al final, Octojin se dio cuenta de lo mucho que se había divertido con Airgid, y lo fácil que había sido hablar con ella. Incluso si sus caminos eran diferentes, sentía que había encontrado a alguien con quien podía compartir una buena conversación y una buena comida, sin la necesidad de pretender ser algo que no era.

Mientras seguía disfrutando de su hamburguesa, Octojin sintió que este era uno de esos momentos que recordaría durante mucho tiempo, incluso después de que sus vidas tomaran caminos diferentes.

—¡Camarero! —gritó el habitante del mar al ver que el tipo pasaba cerca — Dale la enhorabuena al cocinero, esto estaba muy bueno. Ahora te vamos a pedir el postre. Yo quiero tres platos con unas bolas de helado de distintos sabores, y si me puedes echar unas cuantas albóndigas entre medias de un plato, que me apetece probar eso —la cara del camarero era un poema, pero lo apuntó, quizá deseando que se fuesen la humana y el gyojin que no dejaban de pedir guarrindongadas—. Y también quiero un par de chupitos. Y a la rubia lo que quiera.

Una vez la humana pidiese, si es que quería algo, el escualo dejaría mostrar sus dientes en una amplia sonrisa, mientras lanzaba un nuevo juego.

—Te voy a lanzar tres preguntas y me tienes qué decir qué prefieres en cada una de ellas. ¿Morir tú o cinco bebés de menos de un año completamente sanos? ¿Quedarte coja o manca? ¿Quedarte calva o sin dientes?

Un juego absurdo, sí, pero seguro que hacía pensar a la rubia.
#21
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Airgid no había sido la única en devorarse tremendo manjar con rapidez, Octojin seguía su ritmo a muy buen paso. Aunque se notaba que era más maduro, pues iba con más calma, disfrutando más del momento mientras le iba dando traguitos a su cervecita. La muchacha se quedó brevemente enclipsada viendo aquellas enormes fauces del gyojin en plena acción, destrozando la carne de las albóndigas con una pasmosa facilidad. Tenía unos dientes gigantescos, afiladísimos, colocados en una peligrosa hilera, propios de un tiburón. Por un momento Airgid se imaginó cómo sería la mordedura de una dentadura así contra la carne humana, seguro que sería capaz de arrancarle a uno una extremidad de un solo bocado. De hecho, seguro que ya lo había hecho alguna vez. O al menos, eso imaginaba ella, dejándose llevar un momento por aquel pensamiento intrusivo.

Sus miradas se cruzaron cuando Airgid le pidió probar un poco de la cerveza. Sonrió un pelín, incapaz de ocultar aquella sensación de picardía que recorría su cuerpo, propia de quién está a punto de hacer algo que sabe que no debería hacer. Solo hacía falta verla para darse cuenta de que era una diablilla caprichosa. Su sonrisa se ensanchó enormemente cuando el gyojin accedió finalmente, acercándole la jarra y guiñándole un ojo, gesto que ella también correspondió. Aquel sería su pequeño secreto. — Tranqui, tengo aguante, ¿sabe? — Mentira cochina, pero igual colaba. Tomó la gran jarra de cristal entre sus manos que goteaba gracias a lo fresquita que se encontraba su contenido, entonces la alzó y la chocó con la de Octojin, como en un brindis. — ¡Salú! — Exclamó antes de darle un buen trago al jugo de cebada. Un par de grandes sorbos que bajaron por su garganta, ignorando un poco lo que Octojin le había dicho sobre "solo un poco". ¿Que puede que el tiburón se enfadara con ella por no haberle hecho caso? Pues la posibilidad estaba ahí, pero en ese momento simplemente se dejó llevar por su vena pilla, la que le decía que siempre tenía que aprovechar la ocasión que se le presentaba. Dejó la jarra sobre la mesa con un golpe, como hacían los hombretones, a la vez que un generoso "aaaah..." escapaba de entre sus labios. Puede que diera la impresión de estar acostumbrada a la bebida, en mayor o menos medida, era la imagen que ella misma se empeñaba en dar. Sin embargo, fue incapaz de reprimir una leve expresión de desagrado en su rostro, arrugando la nariz y frunciendo las cejas. La cerveza estaba asquerosa. Bueno, realmente no lo estaba, pero Airgid no le había pillado el gusto a aquella bebida aún, ni de lejos, por mucho que quisiera aparentar que sí.

Se rió a la vez que él cuando escuchó su pregunta sobre el amor. Estaba claro que un tipo duro como él no hablaba de ese tema a menudo, puede que ni siquiera pensara en eso con mucha frecuencia, pero por eso mismo a ella le interesaba, prestando toda su atención a las palabras del tiburón. Negaba haberse enamorado nunca, refugiado en una vida más solitaria. También mencionó que no ligaba demasiado, y Airgid soltó una risilla prácticamente inevitable. La verdad es que había que tener los ovarios bien puestos para intentar tirarle los trastos a un tipo como él, que en un principio daba más miedo que otra cosa, una conclusión que él mismo compartió con ella. — Pos yo no creo eso. Creo que tor mundo tiene a alguien, o acaba teniendo a alguien, tarde o temprano. Solo hay que esperá a que aparesca. — Mencionó ella, completamente convencida, hablando con una sabiduría impropia de una chavala de su edad, como si lo supiera a ciencia cierta. — Pero no entiendo que no ligues. Creo que a musha chicas les mola ese rollito de llanero solitario que lleva, así como misterioso y tal, tú me entiende. — Puede que Octojin se pasara un poco de "misterioso", dando algo de mal rollo. Entonces fue cuando, aprovechando el tema de conversación, el gyojin desvió la atención hacia ella, dando por seguro que en cinco años sería toda una rompecorazones que se acabaría enamorando del peor de todos. El comentario le hizo gracia, desatando en ella una buena carcajada, aunque no sabía muy bien cómo tomárselo. — ¡Hey! ¿¡El peor en qué sentío!? Con lo maja que soy yo, tsk... — Le bufó, aunque claramente en un tono de coña. — Mis únicos requisito son que sea gracioso, divertido, atento, alto, fuerte, mmm... que tenga el pelo largo... ¡Bah! Yo que sé, paso de tíos. — Cambió de repente. Ni si quiera se visualizaba a ella misma con... novio. Madre mía, que raro se le hacía. Igual en cinco años sí, pero ahora... prefería centrarse en ella misma.

Octojin llamó al camarero de nuevo mientras ella volvía a su refresquito de cola, quitándose ese asqueroso sabor a cerveza de la boca. Aún no le afectaba el alcohol, no tan pronto, quizás si le diera un segundo trago... El camarero se acercó y el tiburón aprovechó para felicitar al chef, además de pedir el postre, por supuesto. Los enormes ojos avellana de Airgid se iluminaron y se abrieron de par en par, como dos farolas que apuntaban directamente al hombre de la taberna. — ¡Quiero el mismo helado que él pero con el triple de bolas y chocolate por encima, por favor! — Le flipaba el helado, bueno, el dulce en general, se le notaba en su entusiasmado tono de voz. ¿Había pedido chupitos? Esperaba que uno de esos fuera también para ella, quizás colaba de nuevo. La cerveza sí que la había probado alguna que otra vez, pero los chupitos nunca. Quizás era el momento, si Octojin se lo permitía.

Una vez el camarero se fue a por el pedido, cuando pensó que el jueguito de las preguntas igual había terminado, el gyojin la sorprendió con una oleada de preguntas extrañísimas, ese tipo de preguntas que eran imposibles de responder porque cualquier respuesta era una puta mierda. — ¡¿Pero qué pregunta son esa?! Uf... déjame pensá. — Le dio otro trago a su cola, era tan grande que si iba de a poquito podría durarle casi toda la noche. — Va, va, de una en una. Yo o cinco bebés... — Apoyó los codos sobre la mesa, la cabeza sobre ambas manos, adoptando una postura más cómoda para divagar. — A vé, va a soná feo. Pero a los bebés no los conozco de ná. — Toma ya respuesta políticamente incorrecta. — Quiero decir, si fuera elegí entre mi vida o la de cinco colegas míos, pues yo daría mi vía por ellos toas las veces que hicieran falta, pero unos bebés... — Se le escapó una risilla, joder, es que sonaba fatal lo que estaba diciendo. — ¡Mira, yo solo respondo lo que me dices tú, que conste que esto no es real! — Se apresuró a excusarse, divertida, riéndose. — Prefiero quedarme manca, creo. Iría más lenta fabricando mis mierda y tal, pero joder, es que no poder caminar es un putadón como una catedral, creo que es de lo más putada que te puede pasar. Me agobiaría pechá, creo. Así que manca, sí. — Esta la tenía más clara, pero la última sí que era un horror. — Coño, calva o sin dientes, ambas cosas son una mierda. — Volvió a reír, imaginándose a sí misma sin pelo o sin dientes, completamente mellada. — Creo quee... prefiero ir calva. Si no tengo dientes no podría comé, pero sin pelo igual no es taaaan malo, conozco a una tía que va rapá y está guapísima. O podría ponerme una peluca, yo que sé. — Aunque le flipaba su melena rubia de león, era salvaje como ella, ¿igual se había equivocado? Mira, qué mas da, si total nada de eso iba a ocurrir jamás.

Ahora yo, ¿o qué? — Preguntó con cierta picardía. — ¿Qué prefieres? ¿No volver a tocar el mar en una estación entera o pasarla entera dentro del mar pero solo? Si solo pudieras comer una cosa por el resto de tu vía, ¿qué sería? Y por último... si pudieras, ¿viajarías al pasao pa intentar cambiar algo a lo mejor, o irías al futuro por curiosidá a vé como es y dónde te encuentras? — Ese juego le gustaba, le gustaba conocer poder conocer más y mejor a Octojin a través de él y también que le preguntasen cosas, por muy absurdas que fueran. Estaba empezando a hacerse tarde, bastante tarde, pero Airgid se lo estaba pasando tan bien que los minutos eran como segundos, aunque deseaba poder echarle el freno al reloj solo un rato.
#22
Octojin
El terror blanco
Octojin observó a Airgid con una sonrisa en su rostro mientras ella tomaba un par de grandes sorbos de su cerveza. Sabía perfectamente que la rubia estaba tratando de hacerse la dura, aunque su cara, arrugada por el amargo sabor de la bebida, la delataba al instante. Era evidente que no estaba acostumbrada al alcohol, pero su energía y espíritu juguetón lo hacían todo más divertido. El gyojin no pudo evitar reírse ante su mueca de desagrado.

—Ya sabía yo que eso te iba a saber a rayos— bromeó mientras dejaba su propia jarra de cerveza sobre la mesa con un golpe seco.

A medida que Airgid hablaba de su futuro, de sus expectativas y de la idea de tener o no un novio, el tiburón se sumergió en sus palabras con gran interés, aquella era una historia que le interesaba. ¿Cómo veía una adolescente el futuro? Y no una cualquiera, sino la mismísima tía que le había hecho frente siendo un saco de huesos y teniendo una envergadura de risa comparada con la del gyojin. Su risa fue inevitable cuando ella empezó a describir su lista de cualidades para el hombre ideal: gracioso, fuerte, alto, con el pelo largo... Todo aquello le parecía fascinante, sobre todo viniendo de una muchacha tan joven como ella. Pero lo que más le divertía era su naturalidad al cambiar de opinión en cuestión de segundos. Al final de la lista, de repente decía que "pasaba de tíos", y se quedaba tan ancha. Aquello era la parte más divertida para él de su nueva amiga.

—Airgid la mataniños —comentó Octojin en tono burlón, siguiendo con las respuestas atrevidas de la chica cuando dijo que salvaría su vida antes que la de unos bebés que ni conocía, siendo ese su principal argumento. La soltura con la que Airgid trataba las preguntas le hacía reír, y por momentos se imaginaba la vida a su edad, tan despreocupada y llena de posibilidades que todo era un juego, de alguna manera. El habitante del mar apreciaba la franqueza de la rubia, y cada vez le caía mejor. La forma en que respondía a cada dilema imposible con total naturalidad era algo que le sacaba carcajadas constantes.

En ese momento, llegó el camarero con los helados y los chupitos, interrumpiendo su conversación. Octojin se inclinó ligeramente y colocó un chupito frente a Airgid, guiñándole un ojo con una sonrisa pícara.

—Esto es para brindar —le dijo mientras alzaba su propio chupito —. Por habernos conocido y por haber pasado un rato tan bueno. ¡Salú, como dijiste antes! —y, acto seguido, ambos brindarían y tomarían los chupitos. Octojin disfrutó del helado, con una expresión de deleite ante cada cucharada. Era un tipo grande, de pocas palabras cuando se trataba de disfrutar de algo, pero lo hacía evidente en sus gestos, que no podía por otra parte evitar. La sinceridad del rostro, le decían los suyos.

Mientras disfrutaba de cada cucharada de helado, el tiburón reflexionaba sobre las preguntas que Airgid le había lanzado. Le hizo una seña con la mano, haciéndole ver que podía esperar la respuesta, pero el helado no. Y, finalmente, tras meditar un poco y juguetear con uno de los postres, se decidió a responder.

—Prefiero estar en el agua y solo, sin duda. Esa ha sido la más fácil de responder —dijo, dándole vueltas a la cucharilla entre los dedos —. El mar es mi hogar, y aunque la soledad no siempre es agradable, la libertad que siento en el agua no se compara con nada más — tomó otra cucharada de helado, saboreándola antes de continuar. —. En cuanto a la comida, me quedo con la carne de atún. No hay nada como un buen filete de atún fresco. Podría comerlo todos los días, y encima lo puedo cazar yo, así que creo que es lo que elegiría. Aunque esta hamburguesa de albóndigas... No está nada mal.

La última pregunta fue la que le hizo reflexionar más profundamente. ¿Viajar al pasado o al futuro? Se quedó en silencio un momento, mirando hacia el techo mientras se planteaba la idea. Entonces se decidió a ser sincero, como había estado siendo en todo momento.

—El pasado tiene muchas cosas que cambiaría, pero si lo hiciera, dejaría de ser quien soy ahora. Así que creo que preferiría viajar al futuro. Ver hacia dónde me lleva la vida, en qué tipo de tiburón me convierto. Eso me resulta más interesante.

Con una sonrisa tranquila, concluyó sus respuestas, esperando que fueran del agrado de la humana. A la cual miró, intentando ver su reacción y si por alguna razón, le generaba más dudas sus respuestas.

Cuando terminaron de comer, el camarero llegó con la cuenta. Octojin suspiró al ver la cantidad y se quejó en broma.

—No sé qué hemos roto... Pero bueno, un día es un día— le dijo al camarero con una sonrisa, que se marchó a otra mesa con cara de pocos amigos.

El escualo entonces pensó que quizá era divertido enfocarlo de otra manera. Una que Airgid viese como una situación distinta en la que la adrenalina la asaltase.

—No tengo suficiente para pagar esto, así que tenemos que salir corriendo —dijo con el semblante totalmente serio y susurrando—. Primero sales tú con disimulo, como si se te hubiese olvidado algo ahí afuera, y luego me voy yo.

Lo cierto es que sí tenía dinero, pero aquél juego seguro que lo recordarían con una sonrisa. Si Airgid accedía a salir de allí, Octojin dejaría el dinero sobre la mesa, calculando lo que creía que costaba la comida, ya que no sabía leer y mucho menos hacer cuentas. Se despediría del camarero con una sonrisa y un agradecimiento.

—Todo estuvo perfecto, gracias — diría antes de salir en busca de Airgid, sabiendo que la pequeña broma sería su secreto compartido.

Una vez fuera, saldría corriendo como si realmente le fuese la vida en ello, y la buscaría con la mirada, intentando alcanzarla.

—Y así es como se juega a esto, pequeña mataniños —le diría con una sonora carcajada, intentando perderse entre los trastos de aquella zona, algo que no parecía muy difícil.
#23
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Puede que no hubieran sido las mejores respuestas del mundo, ni las más correctas, pero por lo menos había sido sincera en ellas. ¿Quién preferiría morirse él cuando solo tenía quince años para salvar a una panda de niños que no conocía de nada? Pues alguien demasiado bueno, supuso Airgid, y ella no era mala persona, pero tampoco era tonta, desde luego. Aunque acababa de ganarse un apodo nuevo que casi le hizo escupir el refresco mientras se lo bebía. Bueno, de hecho le salió un poco por la nariz, lo cual era una sensación terriblemente desagradable, picaba como sus muertos y encima seguro que estaba feísima con esa expresión de asco en la cara. Comenzó a reírse como una loca, un poco avergonzada por la situación tan tonta que acababa de generar. Menos mal que el camarero llegó con los postres y los chupitos, porque Airgid necesitaba un tiempo muerto para recomponerse.

Coño, pues sí que había pedido esos chupitos para los dos, y eso que pensaba que se estaba haciendo ilusiones. Un poco recuperada, le devolvió el guiño a su colega y tomó también su propio vasito de alcohol. Escuchar su brindis le sacó una sonrisa enorme. Era curioso como uno hacía amigos en los lugares más inesperados. — ¡Y por las hamburguesas grandes y grasientas! ¡Salú! — Añadió a su pequeño discurso. Ambos chocaron un vaso contra el otro, dispuestos a beberse aquel líquido del infierno. Airgid le miró unos segundos, observando como Octojin se bebía su chupito. Lo hizo del tirón, sin pensárselo siquiera. Era la primera vez de Airgid bebiendo algo así... pero si él lo había hecho del tirón, pues ella tampoco pensaba quedarse atrás. Ya estaba arrugando el rostro incluso antes de tragar, sabiendo que aquel alcohol sabría terriblemente fuerte. Pero la verdad es que era mucho más intenso de lo que se hubiera llegado a imaginar. Y eso que el contenido era bastante limitado. Madre mía, sintió cómo le ardía la garganta. Pataleó un poco los pies por debajo de la mesa, dándole alguna que otra pequeña patada a Octojin, pero es que todo su cuerpo se estremeció con aquel alcohol. Era incluso peor que la cerveza. "No, no quiero volver a beber en la vida", pensó por un momento... qué ilusa era, antes de cumplir los dieciocho ya se habría pillado su primera borrachera inferna. Pero eso aún no lo sabía.

Por suerte, el sabor del helado le quitó el mal trago. Mientras intentaba racionarlo un poco mejor que lo que había hecho con la hamburguesa de albóndigas iba escuchando las respuestas de Octojin. Estaba claro que iba a preferir estar solo en el agua, no parecía ser demasiado sociable, o al menos eso es lo que le había dicho, que estaba acostumbrado a la soledad. Aunque a ella le hubiera demostrado algo completamente diferente. — Ya, tiene sentío. — Al final no solo era eso, sino que el mar era su hogar. Entendía que se sintiera más cómodo de esa forma. En cuanto a la comida, eligió rápidamente, sin pensárselo demasiado. Parecía un verdadero fan del atún. La verdad es que tampoco era descabellado en absoluto, aunque fuera medio humano, tenía más de tiburón que otra cosa. — La próxima una hamburguesa de atún. — Le ofreció con una sonrisilla. La verdad es que ella no era muy de pescado, prefería la carne, pero la hamburguesa... no sonaba nada mal. Realmente nada sonaba mal si se tomaba en forma de hamburguesa. Hasta ahora las preguntas habían sido más o menos sencillas, fue en la última donde Octojin parecía pensárselo un poco mejor. Era curioso, Airgid nunca lo había pensado de esa manera. Siempre que recordaba el pasado, reflexionaba sobre qué decisiones le habría gustado cambiar, porque había cometido algún error o eso le había llevado a enfadarse con alguien. Pero tenía parte de razón. Si se dedicara a corregir cada uno de sus errores pasados, no habría aprendido nada, incluso puede que todo hubiera acabado aún peor. — Já. Pues nunca lo había pensao así... tiene sentío, la verdá. — Así se terminó su helado cubierto de sirope de chocolate. Qué rico, pero que tristeza a la vez.

Y llegó el momento de la verdad. El camarero trajo la cuenta, Airgid no le dio demasiada importancia, al menos hasta que escuchó la broma del tiburón. Entonces le echó un rápido vistazo al papelito, ¡joder! ¿Unas hamburguesas y unos helados y unas cervezas y unos chupitos, podían ser tan caros? A ver, la verdad es que habían comido tanto que la rubia sintió que estaba embarazada de una minihamburguesa, pero... se habían colado un poco. Se mordió el labio inferior, sintiéndose ligerísimamente culpable. — Je. Te ayudaría, pero... bolsillos pelaos. — Le dio la vuelta a los bolsillos, enseñándole que de verdad no era una excusa. No tenía na de ná. Confiaba en que él sí, claro, decía que se ganaba la vida cazando criminales, eso seguro que estaba bien pagado... — ¿Quieres hacer un sinpa? — Le susurró, con los ojos muy abiertos, sorprendida ante la decisión delictiva de su amigo. Además la expresión de Octojin era tan seria. Es que no estaba de coña ni de coña. — Vale, me meo. Espera, dame un segundo. — Tampoco hacía falta mucho para convencerla, a la vista estaba. Así que siguiendo el plan al pie de la letra, se levantó, desperezándose. Y fingiendo una completa normalidad comenzó a caminar hacia la puerta. Al principio, despacito, normal. Pero cuanto más cerca estaba de la salida, más rápido iba. Acabó volviéndose completamente descarado, porque incluso se empezó a descojonar mientras abría la puerta. — ¡Grasia, ta luego! — Gritó entre risas a la vez que alcanzaba el exterior de la taberna.

Airgid ignoraba completamente que Octojin había acabado pagando y que no estaban haciendo realmente un sinpa. Para ella aquella situación era completamente real. El tiburón acabó alcanzándola, corriendo también. — ¡Oye, deja de llamarme eso! — Le gritó entre risas, siguiéndole mientras se perdían entre los callejones y la porquería. — ¡Una mata hipotéticamente a cinco niño y ya é una mataniño, ¿no?! — No podía parar de reírse ante lo absurdo y divertido que estaba siendo todo. — ¡Po tú ere un ladrón, te tendrías que dar caza a ti mismo, ¿sabe?! — Bromeó, completamente ajena a la realidad. Finalmente parecían estar lo suficientemente lejos de la taberna, además Airgid estaba cansada y con toda la comida en la boca del estómago, tuvo que parar o sentía que iba a potar todo el helado. — Yo... creo que no... no nos buscan... ¿no? — Soltó, intentando recuperar la respiración después de semejante carrera. No sabía qué hora era, pero la ciudad estaba completamente a oscuras. De no ser por alguna que otra ocasional farola y la luz de la luna brillando sobre ellos, Airgid no vería un absoluto carajo. — ¿Los... tiburone ven en la oscuridá? — Se le ocurrió de repente. Tenía entendido que sí, pero la verdad que tampoco era una experta bióloga. — Oye, Octi, ¿que tienes pensao hace en esta isla? — Le preguntó, curiosa. Puede que su colega gyojin tuviera de repente casa en Dawn y ella no lo sabía, podría aprovecharse un poco de eso. Estaba empezando a sentirse realmente agotada, después de todo el día dando vueltas sin sitio donde caerse muerta.
#24
Octojin
El terror blanco
Octojin llegó hasta Airgid aún riéndose por la absurda situación. Lo cierto es que la mataniños tenía un salero especial. El gyojin hacía mucho tiempo que no se lo pasaba tan bien en tan poco tiempo, y mucho menos acompañado. Su carácter solitario le hacía disfrutar más de los momentos en los que estaba a solas que los que sentía en compañía. Y si a toda esta historia le sumamos el cómo se habían conocido, parecía aún más irreal. Aquello sin duda le hizo entender que no todo era como comenzaba, y que las primeras impresiones no eran, para nada, un fiel reflejo de la realidad. Únicamente con aquella lección aprendida, el viaje ya había merecido la pena.

El escualo se apoyó en una pared, respirando profundamente, tratando de recuperar el aliento mientras observaba los ojos llenos de emoción de la rubia. Hacer un sinpa con su edad y jugándose que le pillaran, debía ser cuanto menos emocionante. Y además, parecía haberle sentado bastante bien el improvisado mote que el tiburón había pensado a raíz de una de sus preguntas. Se lo tomó con tanta gracia que al gyojin le hizo esbozar una gran sonrisa. Aquella chica levantaba un sentimiento extraño para él. Es como si tuviese la obligación de cuidarla tras conocerla.

Pero parecía que esos ojos de emoción estaban ahí por otra cosa. Por una pregunta sobre qué tenía pensado hacer en aquella isla. Una pregunta más directa que las que habían lanzado en aquél espontáneo juego que se habían inventado y donde la más sencilla te hacía filosofar hasta que te doliese la cabeza.

— Veo que te cagas en la oscuridad — comentó mientras seguía apoyado en la pared— . Y menos mal, porque en las profundidades del agua se ve menos que aquí. Si tú pudieses bajar hasta allí... Te irías dando hostias con cada arrecife, porque no verías absolutamente nada. Bueno, en realidad morirías por la presión que el agua ejercería en tu cuerpo, pero tú me entiendes — finalizó, incorporándose levemente y disponiéndose a responder a la segunda pregunta sin dejar de mirarla a los ojos—. Pues, honestamente… nada especial. Solo estoy de paso. Esta isla es una parada más en mi camino a Loguetown. Allí es donde realmente quiero llegar y donde realmente tengo cosas que hacer. Aquí... la idea era simplemente improvisar. Comer en alguna taberna, ver qué tal la isla, y disfrutar de lo que la vida pusiera en mi camino.

La miró, notando el cansancio en su rostro, y notando el suyo propio. La verdad es que era más cansancio acumulado que del propio día, puesto que no había hecho nada más que un turisteo extraño acompañando a la rubia. Pero era cierto que una cama no le vendría nada mal.

—Pues... ya que he ahorrado algo en la cena, igual podría permitirme una cama decente, ¿eh? ¿Conoces alguna posada por aquí, Mataniños? —soltó esa última palabra con un guiño cómplice, recordando las carcajadas de antes.

Si la rubia conocía alguna, la seguiría, en caso contrario, caminaría hacia Dawn, recordando vagamente que había visto una posada por allí. O quizá eran dos. La cosa es que no se había fijado demasiado porque notaba la mirada de los humanos y sus dedos apuntando hacia él y se sentía algo incómodo. Pero estaba casi seguro de haber visto al menos una cerca de la plaza.

—Creo que sé de un sitio. O bueno, creo… La verdad es que no recuerdo dónde exactamente, pero siempre podemos intentarlo. Juraría que estaba cerca de la plaza de Dawn. No sé orientarme muy bien, y menos de noche, pero creo que estaba por allí —comentó a la par que señalaba hacia la zona norte—. Y esta vez nada de sinpas, ¿eh? No vaya a ser que nos tachen de delincuentes de verdad.

Y es que aquello era verdad. Si bien de momento no habían cometido ningún delito, no había nada más peligroso que una charlatana contando que los había cometido, aunque fuese mentira. Y si contaba que lo había hecho junto a un tiburón de cuatro metros... Blanco y en botella. O —tiburón— blanco y en chirona, en este caso. Así que estaba destinado a lo que una adolescente inestable de quince años decidiese contar al mundo. Un plan, aparentemente, con más fisuras que otra cosa. Pero bueno, a veces hay que jugar, y en el riesgo está la diversión.

Esperando si Airgid aceptaba o no su propuesta de dormir sobre una cama en la posada, el gyojin pensó si realmente tenía un techo donde dormir. Aunque decidió no preguntarle, entendiendo que era algo muy personal y, si no lo tenía, quizá no se sentía muy cómoda hablando de ello. De lo que estaba seguro es de que si aceptaba su propuesta es porque no tenía algo mejor. O que simplemente le encantaba ir de un lado para otro, que ciertamente es lo que parecía. Desde luego no parecía poder seguirse ninguna lógica en los pensamientos de aquella adolescente.
#25
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Aquella estrepitosa y acelerada carrera huyendo de literalmente nadie, la había dejado bastante muerta. Cierto es que acababa de cenar, por lo que tenía una reservita de energía en el cuerpo, pero aquella había sido la primera comida en todo el día, así que se podría decir que daba igual lo mucho que comiera en ese momento, estaría agotada de todas formas. Sobre todo después de pasarse todo el día recorriendo el vertedero y el distrito, perdiéndose por sus calles y poniendo a prueba la resistencia de sus piernas. Se centró por un momento en recuperar el aliento, viendo por el rabillo del ojo como su colega hacía lo mismo, apoyándose en una de las paredes del callejón. Airgid, por su lado, cayó directamente de culo contra el suelo, sentándose sobre los adoquines con las piernas ligeramente abiertas y completamente extendidas. Tenía los pelos completamente alborotados. Una curiosidad de Airgid es que tiene mucha densidad de cabello, mechones que parecían cobrar vida propia, con gran volúmen, así que nada más se movía un poco más de lo normal, todos los mechones se desperdigaban y acababa pareciendo un puercoespín dorado. Se palpó un poco los muslos, apretándoselos, notando cómo sus músculos le pedían por favor, que parase de una vez de darles tanta caña. Eso le hizo sonreír, imaginarse a sus propias piernecitas con una voz interior que le hablaba. Al final eso era el dolor, ¿no? Una forma que tiene tu cuerpo de comunicarse contigo.

Airgid se quedó mirando a Octojin, ligeramente embelesada por aquella imagen mental que el tiburón había proyectado en su cabeza al responder a su pregunta. Se imaginó a sí misma en una vasta oscuridad, rodeada de agua, sin poder ver más allá de un palmo de sus narices. Una sensación de miedo mezclado con emoción recorrió su columna de arriba abajo, como una descarga eléctrica. Sus ojos, grandes como platos, reflejaban entusiasmo, y finalmente, sorpresa, al escuchar cual sería su grotesco final en el caso de que se atreviera a adentrarse tanto en el mar. Morir por la presión, ¿cómo sería sentir algo como eso? — Matemático... — Susurró, idealizando aquella idea. Era guapo de cojones eso de morir porque te presionan mucho muchísimo. Desde luego, era científicamente bastante curioso.

Se recolocó un poco los cabellos, ordenándolos dentro de lo posible, mientras escuchaba los planes de Octojin en la isla. Decía estar de paso, una parada sin más en su viaje hasta Loguetown. Loguetown... sí, algo había escuchado de aquella isla, pero ni siquiera sabía dónde quedaba con respecto a la isla donde se encontraban, ni nada de ubicaciones en general. Lo dijo como si fuera algo tan normal en su día a día, eso de viajar de un lado para otro, visitar una isla solo porque bueno, le pillaba de camino, sin más importancia ni interés que ese. Le dio un poco de envidia. Para ella ese viaje había sido tan complicado, tan increíble, literalmente. Y eso que tenía fecha de caducidad, cuando tendría que volver a Kilombo de nuevo. Airgid empezaba a sentirse un poco ahogada en su isla natal, sintiendo que estaba perdiéndose cosas y experiencias, pero a la vez se sentía con las manos atadas, encadenada por sus propias responsabilidades. — Pue... parece que de momento lo tas cumpliendo. — Mencionó, elevando la comisura derecha en una media sonrisa.

Y ahora quedaba decidir qué hacer. Dónde pasar la noche. Bueno, Airgid ya lo tenía decidido. El mismo día que llegó a Dawn, se consiguió un colchón viejo que estaba recién tiradito en el vertedero, o sea, estaba incluso limpio para la mierda que se acumulaba allí, así que podría decirse que había tenido bastante suerte. Lo guardó, montándose un pequeño refugio y marcando algunas de las calles cercanas con spray, para recordar dónde se había asentado. No le gustaba tener que dormir en la calle, en la ciudad, en el distrito. Estaba acostumbrada a su refugio del bosque, en Kilombo, y la ciudad resultaba tremendamente fría y amenazadora por la noche. Pero por algo llevaba su pistola, siempre en su pantalón. — Eh... ni idea, colegón. Pero seguro que encontramo una rápidito, fijo que hay posadas por aquí a piñón. — Se había acostumbrado extraordinariamente rápido a que Octojin la apodase "mataniños", o al menos eso parecía, porque no hizo comentario alguno respecto al mote. O quizás solo estaba bastante cansada, con las pilas agotadas.

Lo que llamó más su atención fue la forma sutil en la que Octojin parecía haberla incluído en sus planes. Hablando en plural, como si ambos fueran a hospedarse en la misma posada. La sonrisa de su rostro desapareció, poniéndose de pie, animando a sus piernas a realizar un último esfuerzo. — Yo... si quiere te acompaño, pero creo que paso del plan. — ¿Qué le pasaba? De repente estaba como seria, no enfadada, pero sí tensa. El tiburón había señalado un camino, así que Airgid se adelantó, esperando que el gyojin alcanzara su paso en un silencio algo incómodo. Una parte de ella se mostraba reticente a explicarle a Octojin qué era lo que le pasaba, por qué ese cambio de humor y ese rechazo. Pero en el fondo, sabía que de no hacerlo podría dar a entender cosas que no eran. Así que no tardó en volver a abrir la boca. — Oye, que no es por ti ni na de eso, es solo que... bueno, no sé. — Le estaba costando un poco, pero ya había empezado, así que no había forma de pararla, aunque dijera cosas sin demasiado sentido. — No estoy acostumbrá a dormí en una cama de verdá, no sé si quiero acostumbrarme a eso, sé que por una vez no voy a acostumbrarme, pero, ¿y si sí? Y a vé, sé que eres majo, me caes bien, somos compis de sinpa, pero siempre me han dicho que no me fiase de la gente que acababa de conocé, aunque fueran simpatiquísimos y toda la pesca... — Se mordió la lengua, algo nerviosa, consciente de que se estaba expresando como el mismo culo. — Pfff, pero en verdá me encantaría dormí en una habitación por una vé... una de verdá. ¡Me muero de gana! — Admitió, finalmente, incapaz de reprimir sus verdaderos sentimientos. — ¡Y me fío de ti! Mis amigo dirían que soy una localcoño, pero me da iguá. Ademá, siempre puedo pegarte un tiro si pasa lo que sea. — Bromeó, notablemente de mejor ánimo, mientras acariciaba su pistola. Caminaba con más ganas, ansiosa por llegar a aquella posada, ignorando lo que sus instintos le dijeron en un primer lugar. ¿Quién sabe cuándo iba a volver a tener una oportunidad como esa? Desperdiciarla sí que sería de tonta.
#26
Octojin
El terror blanco
Octojin soltó una carcajada sincera al escuchar las idas y venidas de Airgid, quien cambiaba de humor de un momento a otro. Era una caja de sorpresas, y él disfrutaba cada cambio con el mismo asombro que uno sentía al ver un pez de colores ir y venir en el agua, impredecible y libre.

—¡Mataniños, eres un caso único! —le dijo, negando con la cabeza y sacudiendo la aleta dorsal como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Aunque había empezado un poco reticente, ahora Airgid parecía animada a pasar la noche bajo un techo de verdad, y con razón. Era una oportunidad que, tras pasar por las dificultades de la calle, nadie podía dejar pasar. Y ella, pese a su reticencia inicial, lo debió considerar más a fondo y terminó aceptando la petición. Y menos mal, al tiburón no le hubiera gustado despedirse de una manera tan fría, en mitad de la noche y sin mayor importancia.

Juntos caminaron por las calles oscuras, con la ciudad en una calma relativa que contrastaba con la animación de su reciente carrera. En el trayecto, Octojin notó cómo los edificios de piedra parecían sumidos en una penumbra constante. La posada estaba cerca, según su memoria, y apenas doblaron la esquina, ahí estaba: un edificio modesto de dos plantas, con una lámpara de gas parpadeante en la entrada. Quién sabe si allí podrían dormir cómodamente, pero lo cierto es que si había habitación libre, al menos lo harían entre cuatro paredes. Al cruzar la puerta, Octojin sintió un cálido aroma a madera y cera de velas, un respiro acogedor en contraste con el frío exterior. Simplemente por aquél momento sintió que era una buena idea.

Al acercarse al mostrador, Octojin solicitó una habitación con naturalidad, como si se hubiera hospedado allí mil veces. Solicitó que hubiese dos camas lo más grandes posibles. Con la llave en mano, llevó a Airgid por un pasillo algo estrecho y, al abrir la puerta de su cuarto, ambos quedaron frente a la estancia. El escualo no terminaba de adaptarse a los pasillos tan estrechos y bajos, y iba con una postura totalmente incómoda.

Dentro, la habitación era sencilla pero limpia: dos camas individuales de madera oscura, cubiertas con mantas gruesas que parecían calentar sólo con mirarlas. A un lado de la estancia, una mesa de madera gastada y parcialmente rasgada con una jarra de agua y dos vasos que aguardaban en silencio. Junto a las camas, un par de sillas acolchadas y una pequeña estantería con libros polvorientos que completaban el ambiente que les vería dormir. Sin duda no estaba nada mal. El suelo crujía con cada paso, eso sí, y al ver la madera de las camas el habitante del mar pensó que la cama haría aún más ruido cuando se moviesen, pero bueno, aquello no importaba demasiado.

Octojin se detuvo unos segundos para observar, satisfecho con la habitación que les había tocado y que no era demasiado cara, más teniendo en cuenta que habían llegado a última hora a por ella.

—Pues nada, ¡esta será nuestra guarida por esta noche! —comentó mientras le daba un amistoso empujón a Airgid, quien parecía sorprendida al ver aquello. Él mismo dejó caer su mochila en una esquina y, con un suspiro, se dejó caer en una de las camas, que crujió levemente bajo su peso. Se movió un poco para acomodarse y la madera crujió aún más, como ya había predicho que pasaría.



A la mañana siguiente, cuando los primeros rayos de sol empezaron a colarse por la ventana, Octojin se levantó con el mismo vigor de siempre. Al mirar a su derecha, encontró a Airgid profundamente dormida, con el pelo revuelto esparcido sobre la almohada. Parecía más joven y despreocupada en ese momento, y una pequeña sonrisa se le escapó.

Sin dudarlo, se inclinó y le dio unos golpecitos en el hombro.

—¡Arriba, dormilona! —le dijo en voz baja para no sobresaltarla demasiado— Vamos, que te invito a desayunar. Después de eso, continuaré mi viaje… pero antes te dejo elegir el sitio.

Aquello le brindaba una oportunidad de oro a la rubia, que seguramente tuviese algo pensado. O quizá no. Pero seguro que sabía como salir del paso, como había hecho desde el momento en el que la había conocido.

Ambos se prepararon para salir y, mientras cruzaban de nuevo el pasillo hacia la entrada de la posada, Octojin no pudo evitar mirar a Airgid de reojo, recordando la conversación de la noche anterior. Era curioso cómo se había sentido algo protector hacia ella, casi como si estuviera ayudando a un hermano menor. Aunque sabía que Airgid era perfectamente capaz de cuidarse sola, su carácter y su chispa lo hacían querer proteger su espíritu aventurero y caótico. Una extraña sensación que jamás había sentido, y mucho menos hacia un humano. ¿Se estaría ablandando un poco el corazón de la mole de músculos? Pues eso parece.

Al salir, la ciudad empezaba a despertarse, con comerciantes abriendo sus tiendas y el sonido de ruedas de carretas en las calles de adoquines. Octojin estiró los brazos y respiró hondo, disfrutando del fresco aire matinal. Esperaba con curiosidad el lugar que Airgid escogería para desayunar; seguro que sería tan peculiar como ella misma. ¿Con qué petición le sorprendería ahora? A las famosas hamburguesas de albóndigas, se podía sumar... ¿El sándwich de chocolate? ¿La napolitana de ternera? ¿El bol de espaguetis?

—Entonces, ¿a dónde vamos? —le preguntó, con una sonrisa amplia y lista para cualquier sorpresa.

Octojin esperaría su respuesta y la seguiría, riendo para sus adentros. Casi podía ver en su mente cómo Airgid se transformaba en una pequeña guía turística, mostrando con orgullo cada rincón que ella consideraba especial o conocía. La energía que irradiaba era contagiosa, y Octojin estaba contento de haberla conocido en su paso por Dawn.

Una vez llegasen al sitio que la rubia le propusiera, el tiburón se sentaría cómodamente y la miraría a los ojos. La despedida sería pronto, y estaban disfrutando de un último momento juntos. Aquella enana le había recordado que los humanos podían tener esa chispa que te hace quererles de algún modo. Y era una lección bastante importante para él.

—Bueno, Mataniños, parece que sabes dónde encontrar los mejores desayunos. ¿Qué me recomiendas? —le dijo Octojin, agradecido de poder compartir un último momento de calma con ella antes de retomar su propio rumbo.
#27


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