¿Sabías que…?
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[C-Presente] IFBB Mr. Universe de peso Sirena / Privado Ragnheidr
Asradi
Völva
Personaje


Estuvo así el tiempo que no solo consideró necesario, sino también porque le hacía real falta a ella por igual. Todo había sucedido demasiado rápido, no habían pensado bien las cosas y ahora tenían las fatales consecuencias que les habían explotado en las narices. Asradi apretujó un poco más, y como podía, a Ragn, teniendo en cuenta las proporciones del buccaneer. Exhaló un suspiro apesadumbrado. A ella también le dolía en el corazón, pero quien estaba peor ahora mismo, a sus ojos, era el grandullón rubio. No dijo nada, sentía que, simplemente, no hacía falta alguna hacerlo. No tardó en sentir los dedos gruesos y fuertes del varón enredarse en su cabellera oscura, como una forma de consuelo. Como respuesta, ella le dió un palmadita suave, antes de ser ella misma quien, poco después, recibiese el suave y cuidadoso abrazo de Ragnheidr.

Había visto lo bruto que era, la fuerza devastadora de sus brazos. Y sentir que, ahora, estaba siendo todo lo delicado posible, le enternecía hasta lo indecible. Por mucho que le regañara a veces, eso no quería decir que no tuviese sentimientos afectivos hacia aquel hombre. Le había salvado, quizás, la vida en su día, eso era verdad. Pero Asradi no sentía que él le debiese nada por ello. Y, aún así, se habían entendido cada uno a su manera. Era un buen y cercano amigo para ella, al igual que los demás.

Ya ha pasado, Ragn... — Musitó en voz baja, intentando que el mayor se recompusiese un poco.

Pero nada más terminó de decir tales palabras que algo en el ambiente comenzó a enrarecerse. Y no era producto de la habilidad del rubio, precisamente. Solo cuando aquellas voces amenazadoras irrumpieron en la escena, fue que ella se tensó de repente.

Por inercia se separó un poco de Ragn, solo para encarar y contemplar a aquellos que habían llegado. Asradi apretó los labios. Tanto las pintas como sus palabras ya no eran nada halagüeñas. De inmediato, frunció el ceño.

Que no hubiesen venido a tocarnos las narices, eso lo primero. — Saltó en respuesta al que parecía ser el cabecilla de aquel grupo.

Joder, si es que aparecían como si fuesen una secta religiosa intentando abducirte hacia ellos.

Pero no hicieron falta palabras cuando tanto sirena como buccaneer se miraron entre sí. No hacía falta nada más. Tendrían que salir de esa, nuevamente, a puñetazo limpio si era necesario. Notó como Ragn se colocaba de manera protectora hacia ella, a medida que los otros formaban un semicírculo. Por supuesto que no se iba a quedar quietecita sin hacer nada mientras su amigo se llevaba toda la diversión, como quien dice.

Así que comenzaría con una posible ventaja.

En un momento de silencio, un tarareo comenzó a escucharse. Primero casi como un susurro lúgubre que, poco a poco, fue escalando. Y, aún así, el tono era lo suficientemente audible como para que resonase en un extraño y funesto eco.

Kven skal synge meg?
I daudsvevna slynge meg
Når eg på helvegen går
Og dei spora eg trår
Er kalda så kalda...

Así comenzaban los primeros acordes cuando el ambiente comenzó a enrarecerse. La temperatura bajó de repente alrededor de donde aquel grupo se encontraba, ellos dos incluídos y de la nada comenzaron a escucharse fantasmagóricos lamentos a medida que la tonada se elevaba y las apariciones comenzaban a brotar alrededor del grupo de maleantes, como si intentasen arrastrarlos con ellos, a medida que la sirena, con su voz dulce y embaucadora, parecía convocar más y más de esas almas perdidas.

Información Bélica
#21
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn sintió el último vestigio de su furia disiparse al contacto con el suave tarareo de Asradi. La sensación de sus dedos enredados en su cabello era el único ancla que lo mantenía a flote en medio de la tormenta interna que amenazaba con arrastrarlo. No podía permitirse sucumbir, no ahora, no cuando ella estaba ahí. No cuando los enemigos acechaban, con los ojos clavados en ellos, con la intención clara de destruir todo lo que apreciaba. El abrazo de Asradi había sido un recordatorio crudo de lo que estaba en juego, de lo que había permitido que floreciera en su vida sin darse cuenta, una conexión genuina, una amistad verdadera. Pero a pesar de eso, no podía dejarse ser vulnerable. Ragn estaba hecho de hierro, forjado en batallas, en furias antiguas y recuerdos de sangre. Ser vulnerable era un lujo que no podía darse, aunque su corazón, al sentir el contacto cálido de Asradi, se estremeciera en un temblor que intentaba ocultar. Ella lo había salvado de sí mismo, sí, pero la batalla no había terminado. Cuando se separaron brevemente, sus ojos se encontraron, y en ese breve instante él intentó devolverle una mirada firme, inquebrantable, aunque su interior titubeaba entre la calma y la tormenta. Ser el gigante, el protector, era todo lo que conocía. Aceptar su vulnerabilidad, aunque por un momento, era una batalla tan intensa como la que ahora se cernía sobre ellos. Había aprendido a sobrevivir a través de la dureza, a ignorar el miedo y el dolor. Pero Asradi lo había visto, lo había sentido, y aunque eso lo aterraba, no podía permitir que esa grieta se abriera ahora frente a sus enemigos. El líder del grupo dio un paso al frente, y sus palabras ásperas resonaron en el aire tenso. La frialdad en sus ojos despertó en Ragn el viejo instinto de lucha, ese que había mantenido enterrado en las profundidades de su ser para no perderse a sí mismo. El gigante rubio endureció su expresión, sintiendo el golpe de la adrenalina recorrer sus venas como un río embravecido. Su tamaño y su fuerza, su imponente figura, todo aquello que lo hacía temible, volvía a ser necesario. No podía permitirse ser otra cosa que no fuera el guerrero que todos veían. No había espacio para la duda ni para el remordimiento.

Asradi respondió al líder con una aguda franqueza, y aunque Ragn sentía el impulso de lanzarse al ataque, esperó. La frialdad en su mirada era un escudo contra el remolino emocional que lo amenazaba. Mientras los hombres los rodeaban en un semicírculo, él avanzó un paso hacia Asradi, protegiéndola con su gigantesco cuerpo, como siempre hacía, aunque por dentro supiera que no era ella quien necesitaba ser salvada en ese momento. — Eres de hierro.— Se repitió, buscando aferrarse a ese pensamiento mientras la tensión aumentaba.Pero entonces, algo cambió. El aire se volvió aún más pesado, y Ragn sintió un escalofrío recorrer su columna. No era miedo, o al menos no uno que él reconociera como tal. Era algo diferente, algo primitivo. La temperatura bajó drásticamente, y un sonido casi etéreo, lúgubre, comenzó a llenar el aire. El tarareo de Asradi, apenas un susurro al principio, fue creciendo poco a poco. La melodía tenía una cualidad espectral, como si cada nota estuviera impregnada de antiguas memorias, de un poder ancestral que no era de este mundo. Ragn se tensó, pero no fue un gesto de alarma, sino de reconocimiento. La voz de Asradi, dulce y engañosamente delicada, tenía un poder que no había visto antes desplegarse de esa manera. Era como si ella misma estuviera invocando fuerzas más allá de la comprensión de los hombres. Los lamentos comenzaron a mezclarse con su canción, resonando a su alrededor como ecos de almas perdidas. Y entonces los vio, las sombras, los espíritus. ¡Esto parecía Hel! Fantasmagóricas figuras comenzaron a aparecer, sus formas distorsionadas, sus rostros contorsionados en expresiones de dolor y desesperación. ¿Solo lo estaba viendo Ragn? el solía tener contacto con estos ... Mundos, pero verlo así, tan de cuajo ...

Los hombres que los rodeaban titubearon. Uno de ellos dio un paso atrás, claramente afectado por la repentina aparición de los espectros, ¿no?, y otro se llevó una mano a la cabeza, como si una presión invisible lo estuviera aplastando desde dentro. El líder, aunque intentó mantener su compostura, también vaciló, mirando a su alrededor con creciente incomodidad. Todos estaban entrando en un estado como de confusión extraño. Ragn sintió un cambio dentro de sí. El poder de Asradi, su canción, era como una ola que lo elevaba, una fuerza que lo devolvía a su centro. No estaba solo en esta lucha, y eso le dio la fuerza que necesitaba para volver a ser el guerrero que siempre había sido. El miedo que había amenazado con invadirlo se disipó, reemplazado por una renovada sensación de propósito. Estos hombres no eran nada comparado con lo que había enfrentado antes. No eran nada comparado con la furia que había estado conteniendo. Los ojos de Ragn se estrecharon mientras daba un paso hacia el líder del grupo, el crujido de sus nudillos resonando en el aire frío. No necesitaba sus poderes en ese momento, no necesitaba el veneno que corría por su sangre. Lo único que necesitaba eran sus manos, sus puños, y la voluntad de aplastar a esos hombres. La fuerza bruta que lo había definido durante tanto tiempo regresó a él con una claridad devastadora. —Diverrtirrrse...— Susurró con una sonrisa torcida, mientras su puño colosal se cerraba. —Mostrrrarr diverrrsión.

El líder apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Ragn se lanzara hacia él. Con un solo golpe de su enorme puño, lo envió volando hacia atrás como si fuera un muñeco de trapo, estrellándolo contra la pared más cercana con un estruendo que resonó por todo el recinto. El hombre cayó al suelo, inconsciente, sin siquiera haber tenido la oportunidad de levantar las manos para defenderse. El segundo hombre no tuvo mejor suerte. Ragn giró sobre sus talones con la precisión de un guerrero entrenado y lo atrapó por el cuello antes de que pudiera desenfundar su arma. Los ojos del hombre se abrieron de par en par, llenos de terror, mientras Ragn lo levantaba del suelo con una facilidad alarmante. Hubo un instante de silencio antes de que el gigante lo arrojara al suelo con tanta fuerza que se oyó el crujido de huesos rompiéndose. El tercer hombre, temblando, intentó retroceder, pero Ragn ya estaba sobre él. Un rápido gancho de derecha lo alcanzó en el rostro, enviándolo a volar varios metros hasta caer sobre los restos de una mesa rota. Los otros dos hombres, al ver caer a sus compañeros en cuestión de segundos, vacilaron. El miedo era palpable en sus rostros, sus cuerpos temblaban visiblemente mientras miraban a Ragn con una mezcla de horror y desesperación. ¿La presencia de Ragn les estaba imponiendo? que va, era la música, los estaba volviendo débiles, inseguros.Asradi, mientras tanto, continuaba con su canto, invocando a más y más espíritus que rodeaban a los dos últimos hombres, envolviéndolos en una danza macabra que parecía sacudir sus mentes hasta el borde de la locura. Ragn, con los ojos llenos de la furia que había mantenido contenida durante tanto tiempo, dio un paso adelante. Los enemigos que quedaban no durarían mucho más. Sabía que la batalla aún no había terminado, pero en ese momento, bajo el influjo del canto de Asradi y la fuerza que había vuelto a despertar en su interior, se sintió invencible.

Los dos hombres restantes retrocedieron, sus ojos desorbitados por el miedo. El canto de Asradi los tenía en un estado de confusión, como si la realidad misma se desmoronara a su alrededor. Ragn, sin dejar de observar sus movimientos temblorosos, avanzó con la implacabilidad de un depredador. Sus puños seguían cerrados, pero no había prisa en sus gestos. Sabía que la batalla ya estaba ganada. Uno de los hombres, en un último y desesperado intento, lanzó un grito ahogado y corrió hacia Ragn, blandiendo un cuchillo. Pero el gigante lo detuvo con un simple movimiento de su brazo, atrapando la muñeca del hombre antes de que el cuchillo siquiera se acercara. Con un giro rápido y brutal, Ragn desarmó al hombre, arrojando la cuchilla al suelo con un estrépito. El segundo hombre, paralizado por el miedo, ni siquiera intentó moverse cuando Ragn lo encaró. Con un solo golpe seco en el estómago, lo dejó sin aire y lo hizo caer de rodillas. El último bandido, jadeando por la desesperación, intentó dar media vuelta y huir. Pero Asradi lo atrapó en la enredadera invisible de su canto. Los lamentos fantasmales aumentaron en intensidad, y los gritos del hombre se perdieron en el aire, silenciados por el poder de las almas que parecían rodearlo. Con un grito final, el hombre se desplomó, incapaz de soportar más el peso de su propio terror. Ragn, tras ver caer al último enemigo, respiró hondo. La furia aún palpitaba en sus venas, pero la batalla había terminado. Miró a su alrededor, viendo los cuerpos derrumbados de los cinco hombres. Había acabado con ellos sin derramar una sola gota de su propia sangre, pero sentía el agotamiento emocional caer sobre él como una losa. El eco de los cantos de Asradi empezó a disiparse, y el aire volvió a la normalidad, frío pero ya no cargado de espectros. Se giró hacia ella. Asradi estaba allí, inmóvil, mirándolo con una expresión que mezclaba cansancio y algo más, algo que solo ellos compartían. Una complicidad silenciosa. No había necesidad de palabras, habían luchado, como parecía ser el inicio de muchas, juntos. Ragn dio unos pasos hacia ella, su colosal figura ahora más calmada. Le tendió una mano enorme y áspera. — Grassias. —Comento en un tono bajo Ragn, con voz grave pero suave.
#22
Asradi
Völva
No solo Ragnheidr los veía, sino que Asradi también. La sirena era muy consciente de lo que estaba haciendo. Era consciente del poder que tenía su voz, el don que le había sido heredado de sus ancestros, y que había pasado de generación en generación. Se mantenía cantando en ese mismo trance, con la mirada decidida hacia el frente mientras ese manto de frío fantasmal cubría el lugar. Uno en el que, curiosamente, ella se sentía a gusto. Era cierto que no se debía de jugar con las fuerzas de la naturaleza, ni mucho menos llamar a los muertos en vano. Pero Asradi era consciente de que tenía la protección de los suyos, aún si habían vivido muchos siglos atrás. Fue consciente, también, de que Ragn no solo se tensaba por las visiones, pero parecía más asombrado y curioso que aterrorizado. Y, lo más importante, la confusión y el mal cuerpo que estaba dejando al resto de hombres. Los ojos oceánicos de la sirena eran, ahora, un par de bloques de hielo que los observaban sin temor alguno. Habían sobrepasado lo que era decente, y ahora mismo no se merecían otra cosa que un castigo.

Uno que el grandullón de Elbaf no tardó en repartir sin miramientos.

Mientras eso sucedía, el canto se acrecentaba, así como la visión de los espíritus. Era como si Hel mismo se hubiese alzado sobre ese lugar. Y como si Ragnheidr fuese, ahora mismo, la mano de la diosa que llevaba el mismo nombre, repartiendo su justicia a través de sus puños, mientras era observado, juzgado y aceptado por aquel pequeño ejército de retorcidas almas pasadas. Almas de guerreros que habían perecido en batalla o en el mar, pero que lo habían hecho de manera a la que no habían podido honrarles. Las almas de quienes estaban atrapados en Hel y no habían podido ocupar su lugar en el gran salón dorado. Y luego todo fluyó. Ragn hizo lo que tenía que hacer, y eso a ojos de Asradi era como una especie de subidón de adrenalina. El contemplar aquella danza digna de las profundidades del océano, digna de un guerrero y digna de un elegido de los dioses, por decirlo de alguna manera. El aroma de la sangre, cuando algunos dientes fueron rotos

Solo cuando momentos después todo terminó y se hizo el silencio, el canto también se fue apagando y, con ello, poco a poco, las almas también fueron abandonando aquel lugar. Algunas parecieron rozarle tanto a ella como a Ragnheidr, antes de desaparecer, como una silenciosa caricia. Asradi tomó aire y sonrió de manera sutil cuando el grandullón se aproximó a donde se encontraba. Por algún motivo, se sentía tranquila, como si se hubiese hecho justicia de alguna manera. Pero también había un deje de cansancio en su mirada. Hacer ese tipo de cantos era un esfuerzo para ella, porque requería de una férrea voluntad para no sucumbir a los susurros del otro lado. Pero siempre valía la pena si era por ellos. Por los suyos.

Cuando Ragn le tendió la mano y le agradeció, la sirena apoyó su palma en la contraria, correspondiendo el gesto, acariciando muy sutilmente los grandes dedos. Asradi se alzó, entonces, un poco sobre su propia cola, irguiéndose para estirarse un tanto más al mismo tiempo que le hacía un gesto al grandullón para que se agachase un poco.

Y, entonces, le susurró algo que solo él entendería.

Når du ved helgrindi står
og når du laus deg må rive
skal eg fylgje deg
yver gjallarbrui
med min song

Tras eso, se separó con una sonrisa y una mirada brillante. Un silencioso voto, un mutuo acuerdo en con el que la sirena hacía esa promesa. Tras eso, tomó aire y suspiró de manera queda.

Volvamos. Los demás nos esperan. — Fue lo último que dijo antes de que ambos emprendiesen el regreso a reunirse con Ubben y Airgid.

Este tema ha sido cerrado.

#23
Tema cerrado 


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