¿Sabías que…?
... existe la leyenda de una antigua serpiente gigante que surcaba el East Blue.
[Común] El calor de una taberna
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Día 23 de Verano del año 724

Ragn, el coloso vikingo de cinco putos metros de altura y cabellera rubia como el sol, caminaba entre las sombras de la aldea, iluminado apenas por la tenue luz de las antorchas que bordeaban los caminos de piedra. Sus pasos resonaban como truenos lejanos, pero a pesar de su enorme figura y su cuerpo completamente destrozado, en ese momento parecía cargar con el peso del mundo. En sus poderosos brazos, con la delicadeza de un padre sosteniendo a su hijo recién nacido, llevaba a Airgid, su ... ¿Compañera? Airgid era una guerrera de habilidades inusuales, las había mostrado en batalla y si hubiera aguantado un poco más, quién sabe si acabado con Ragn. Le faltaba una pierna, pero eso nunca le impidió pelear con una fiereza que desafiaba las expectativas de cualquiera que la subestimara. Pero ahora, tras un combate feroz, ella estaba exhausta, herida y su cuerpo demostraba las cicatrices de la batalla. Ambos habían sufrido gravemente en el combate. Ragn, aunque fuerte como un oso, mostraba profundas heridas a lo largo de su torso y brazos. La sangre empapaba parte de su pecho desnudo y su rostro, normalmente severo, estaba contorsionado por el dolor y el esfuerzo de seguir en pie. A pesar del daño que ambos habían recibido, ninguno mostraba la intención de rendirse. En sus corazones de guerreros vikingos, el combate, el dolor y la adversidad eran parte de la vida, un recordatorio constante de su propósito en este mundo violento y brutal. porque si, para Ragn Airgid era eso, una guerrera vikinga Valkiria. Joder si era hasta rubia ...

Mientras Ragn avanzaba, escuchaba sus propios jadeos entrecortados. La distancia que debía recorrer para alcanzar la seguridad de Oykot no era larga, pero con cada paso, el peso de la batalla parecía duplicarse. Su mirada se enfocaba hacia el horizonte, donde una figura familiar comenzaba a perfilarse entre la penumbra. Asradi, su compañera y sanadora, apareció como un fantasma entre la niebla que cubría el terreno. Sin palabras, se acercó rápidamente. Traía sus hierbas y ungüentos que siempre tenía consigo para atender a los heridos. A lo largo de los años, había salvado a muchos, pero pocas veces había visto a sus amigos tan maltrechos como en esa noche. Asradi, con una calma impresionante, inspeccionó a ambos sin decir una palabra. Primero observó a Ragn, pero sus ojos pronto se posaron en Airgid, que respiraba de manera errática. Sin perder tiempo, Asradi extrajo de su bolsa un pequeño frasco de vidrio y lo acercó a los labios de la guerrera herida. Un leve susurro de alivio se escuchó en el silencio cuando Airgid pareció estabilizar su respiración, aunque seguía inconsciente. Ragn, a pesar del agotamiento que lo asfixiaba, miró agradecido a Asradi. Sabía que su compañera de armas estaría bien bajo el cuidado de la sanadora. Asradi hizo un gesto con la cabeza, indicándole que ambos debían ser llevados a un lugar más seguro, donde podría atenderlos adecuadamente. Señaló hacia la taberna cercana, un lugar que, en más de una ocasión, había servido de refugio para aquellos que regresaban de los mares o de las tierras lejanas, llenos de historias y heridas.

Al entrar en la taberna, el calor de las llamas en las chimeneas y el bullicio de los balleneros que habían llegado de una larga jornada en el mar envolvieron a los tres. Las miradas se volvieron hacia ellos cuando Ragn, con su imponente altura y con Airgid aún en brazos, cruzó el umbral. Los murmullos se apagaron por un momento, el aire se llenó de una mezcla de respeto y asombro. Los balleneros, hombres curtidos por los elementos, reconocían el valor y el sacrificio en los ojos de los guerreros heridos. Sin dudarlo, los balleneros más cercanos se levantaron, ofreciendo sus lugares cerca del fuego. Uno de ellos, un hombre de barba espesa y rostro marcado por las cicatrices del tiempo, extendió una mano a Ragn. — Siéntate aquí, amigo. Parece que tú y tu compañera han pasado un infierno.— Miró a la mujer, que al igual que el gigante estaba repleta de heridas. Ragn asintió en agradecimiento y, con extrema delicadeza, depositó a Airgid sobre una mesa improvisada, donde Asradi comenzó de inmediato a limpiar las heridas y aplicar vendas. La taberna entera parecía haber caído en un respetuoso silencio, cada uno de los presentes atento a la escena. La vida de los revoslucionarios estaba llena de desafíos, y ver a dos guerreros en ese estado era un recordatorio de las duras realidades que todos enfrentaban. Asradi trabajaba con precisión, sus manos moviéndose rápidamente entre vendajes y ungüentos que preparaba sobre la marcha. Susurraba palabras de calma, aunque Airgid no podía oírlas. Al mismo tiempo, revisaba las heridas de Ragn, quien se dejó caer sobre un banco de madera, exhausto. El gigante vikingo finalmente permitía que el dolor lo alcanzara, mientras sus músculos se relajaban después de horas de tensión. No se quejaba, aunque sus heridas eran profundas, pero cada gesto y mirada demostraba el dolor que sentía en su cuerpo.

Los balleneros, sintiendo que no había mucho que pudieran hacer en términos médicos, decidieron ofrecer lo que mejor conocían, comida y bebida. Un hombre robusto con una túnica de piel de foca y manos tan grandes como las de Ragn se acercó con un plato lleno de pescado recién cocido y un gran cuerno de hidromiel. — Comed. No podéis luchar sin fuerza— Dijo, colocando la comida frente a Ragn. — Este día pertenece a los que sobreviven, no solo a los que luchan. — ¿Cómo se podía ser tan majo? la gente de aquel lugar era increiblmente cercana, al menos para como vivían. Era algo que se solía dar bastante, contra menos tenía el que entregaba, con más honestidad lo hacía. Ragn, a pesar del dolor y el cansancio, asintió en agradecimiento y tomó un trozo de pescado. El sabor salado y caliente llenó su boca, devolviéndole algo de vitalidad. Sabía que esa comida, aunque simple, le ayudaría a seguir adelante. Mientras comía lentamente, vio cómo los balleneros se unían a él y Asradi, formando un círculo alrededor del fuego. Había algo en la fraternidad silenciosa que compartían los hombres y mujeres de esa tierra, algo que trascendía las palabras y se comunicaba en miradas, gestos y actos sencillos de generosidad. Asradi, después de atender a ambos, se dejó caer en una silla cercana, agotada por el esfuerzo y pronto se marchó. Sabía que la noche aún sería larga, pero por el momento, tanto Ragn como Airgid estaban fuera de peligro inmediato. Sus heridas cicatrizarían, aunque las cicatrices quedarían como recordatorio de esa batalla. El ambiente en la taberna poco a poco comenzó a relajarse de nuevo. Los balleneros, viendo que lo peor había pasado, retomaron sus conversaciones y bromas, aunque de vez en cuando lanzaban una mirada respetuosa hacia los tres guerreros. Uno de ellos sacó un laúd, y pronto las canciones del mar volvieron a llenar el aire, sus notas resonando entre las vigas de madera del techo.

Ragn, sin embargo, permanecía en silencio. Su mirada estaba fija en el fuego, pero su mente vagaba lejos, repasando los detalles de la batalla. Sabía que esa lucha no sería la última, y que él y Airgid tendrían que enfrentarse a desafíos aún mayores en el futuro. Pero por ahora, podían permitirse un momento de descanso, un respiro antes de que el ciclo de la batalla los llamara de nuevo. Por supuesto las palabras de la mujer, confirmando lo que Nosha tuvo a bien comunicarle en sueños estaba en su mente. — Es ella. Estaba a mi lado, pero no recordaba su rostro. Puedo leer en sus ojos, como aquella vez. — Ragn apartó una mirada de sosplayo a la mujer. No era timidez, era más bien ... Joder, es que no sabía qué hacer. El Buccaneer no era bueno en esto, ¿como ser bueno en algo que no has hecho nunca? Hacia Airgid sentía atracción, más incluso ahora después de la batalla, pero ... También era su amiga, su gran amiga. Volvió a mirarla. Estaba repleta de sangre. Ganas de acariciarla y orgullo porque hubiera sobrevivido a un combate contra él. Qué coño era esa dualidad tan extraña. La noche avanzó lenta pero acogedora en la taberna. Ragn y Airgid, envueltos en vendas y descansando en la seguridad de las paredes de madera, se permitieron bajar la guardia por un momento. Los balleneros siguieron compartiendo historias de criaturas marinas colosales, tempestades que casi devoraron sus barcos y de las aventuras en los confines del océano. En algún punto de la noche, uno de los balleneros, ya un poco ebrio, levantó su cuerno de hidromiel hacia los guerreros vendados y gritó: — ¡Por los que luchan y sobreviven!— Un rugido de aprobación llenó la taberna mientras todos levantaban sus bebidas al unísono. — Adoro a esta gente. — Pensó, con una sonrisa en el rostro.
#1
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Puede que ahora mismo lo que menos le apeteciera a Airgid era que Ragnheidr cargase con ella en brazos. Lo cierto es que no sabía muy bien cómo sentirse, qué sería lo más adecuado, lo más racional o lo más coherente. Le dolía la cabeza como nunca antes había experimentado, lo que le incapacitaba el pensar con claridad y solo mareaba aún más sus desorganizados pensamientos. En el fragor de la batalla, le había hecho a Ragnheidr una pregunta cuya respuesta era bastante importante para ella, relevante con un pasado que pensaba que no iba a volver a desenterrar. Pero la respuesta del vikingo no fue clara ni segura, reaccionó más confuso que cualquier otra cosa, incluso algo molesto por haber interrumpido la pelea de aquella forma. Puede que se hubiera equivocado, al fin y al cabo. Puede que su mente le hubiera jugado una mala pasada, haciéndole pensar algo que era claramente improbable o imposible pero que ella se moría por pensar. O puede que sí, puede que Ragnheidr se tratara de aquel joven que conoció hace diez años y al que ayudo a escapar, en cierta forma, pero que se hubiera olvidado de ella con el paso del tiempo. Al fin y al cabo, demasiados años habían pasado, y puede que, simplemente, Airgid no hubiera sido tan importante para él como para recordarla. El pesimismo que esa idea provocaba en ella sumado al dolor general que sentía por todo el cuerpo le dieron ganas de derrumbarse, girando el rostro para que el rubio no fuera capaz de verle la cara mientras cargaba con ella. Qué patético resultaba, tener ahora que depender de él. Su estado físico era un buen reflejo de cómo se sentía por dentro. Se acarició un poco el pelo, enredado tras la batalla, pero aún brillante, y notó cómo la sangre de la cabeza había teñido gran parte de sus mechones dorados. Palpó la sangre, notando su viscosidad, su calor, y se limpió la mano contra su propio rostro, lo que hizo que solo se manchara aún más. Pero tampoco es como si le importara.

Se acabaron encontrando con Asradi, aunque la verdad es que Airgid no estaba con ánimos ni con cuerpo como para recibirla de la forma entusiasta que se merecía su amiga. No tenía ganas ni de hablar, en realidad. Ragnheidr la acabó llevando a una taberna aparentemente bastante cálida y acogedora, lo suficiente como para calentar aquella noche, extraña y agridulce. Airgid se sentía como un muñeco de trapo, el vikingo la posó con cuidado sobre una de las mesas que habían vaciado para poder atenderla, y simplemente se quedó allí tumbada, sin decir ni mú, dejando que sus heridas fueran curadas poco a poco. Tuvieron que coserle alguna herida, limpiárselas por completo, vendarla. Se respiraba un ambiente agradable, lleno de hospitalidad y amabilidad, donde Airgid era la única nota discordante de la melodía, tocando a otro compás, desafinada. Pero no decía nada, simplemente se quedó toda la noche tumbada en aquella mesa, pensando, intentando descansar y olvidarse del dolor de las heridas. Ya no era solo la respuesta de Ragnheidr lo que turbaba su mente, sino el sentirse débil. Estaba claro que Ragnheidr era muy fuerte y que enfrentarse a él siempre conllevaría consecuencias de aquel grado. Pero también estaba claro que a medida que avanzaran, se irían encontrando con personas más y más fuertes, y aunque ella misma también había mejorado mucho, aún se sentía... insuficiente.

El sonido de la música y las historias de fondo, al calor de la hoguera, aliviaron paulatinamente los malestares de Airgid. Eran personas increíbles, cada una de ellas. Le habían dejado una almohada y una manta con la que poder relajarse tranquilamente, mientras transcurría la noche. Muchos de los balleneros fueron marchándose poco a poco cuánto más tarde se hacía, en condiciones normales ellos también tendrían que irse, pero el dueño de la taberna hizo una excepción con los revolucionarios, dejándoles quedarse lo que quedaba de noche, apiadándose del lamentable estado en el que se encontraban, sobre todo ella. Airgid le sonrió, pero nada más. Aquella noche su cabeza no le daba para nada más, era como si le fuera a estallar y fuera a manchar todo el local con trocitos de su cerebro. En resumidas cuentas: una sensación horrible.
#2
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
El peso en los brazos de Ragn no era solo físico, iba mucho más allá de las heridas de Airgid o el cansancio acumulado de una batalla que había puesto a prueba a ambos. A cada paso que daba, con ella entre sus brazos, sentía que el pasado, ese pasado que había mantenido enterrado por tanto tiempo, se le venía encima, más pesado que la armadura más gruesa, más abrumador que la carga de cualquier combate. Se había mantenido estoico durante todo el camino, apenas permitiendo que sus emociones afloraran en su rostro. Pero por dentro, cada paso, cada respiración, lo acercaba más al abismo de la incertidumbre. Ella había sido una obsesión durante meses para el vikingo, una sombra que se filtraba en sus pensamientos durante las noches más solitarias, cuando la violencia del mundo parecía menos real que los recuerdos. El día en que la conoció, más de una década atrás, había sido un punto de inflexión en su vida. Joven, desesperado y en busca de una salida, ella fue quien lo había ayudado a escapar, a tomar un rumbo distinto al que parecía destinado. No sabía bien qué había sido en aquel entonces ¿una chispa de bondad en un mundo cruel? muy cursi. Aún lo recordaba con claridad, su rostro, sus ojos, el sonido de su voz. Airgid había sido más que una aliada fortuita, había sido alguien que lo marcó profundamente. Sin embargo, el destino fue cruel. Después de aquella fuga, la había buscado, desesperadamente, obsesivamente, sin encontrar ni rastro de ella. Era como si la tierra la hubiera tragado.

Y ahora, sin previo aviso, sin señales ni advertencias, allí estaba, en sus brazos, tan vulnerable como hacía tantos años. La confusión que había sentido cuando, en medio de la batalla, ella le lanzó aquella pregunta sobre su pasado, lo había sacudido. No supo qué responder en ese momento, estaba demasiado inmerso en la lucha, en la violencia del momento, pero la pregunta se quedó en su mente. ¿Acaso ella había sabido quién era él todo este tiempo? ¿Había jugado algún papel en su desaparición, en la larga y frustrante búsqueda que emprendió para encontrarla? Ragn no era un hombre que permitiera que las emociones dictaran sus acciones, no al menos en el campo de batalla o en su día a día. Su estoicismo era parte de su ser, algo que lo definía como guerrero, como vikingo, como hombre. Sin embargo, mientras avanzaba hacia la taberna de Oykot, con Airgid herida en sus brazos, no podía evitar que una parte de él se sintiera expuesta, frágil incluso, en presencia de esa mujer que había representado tanto para él. Cuando Asradi los encontró, Ragn dejó que la sanadora tomara las riendas de la situación. Se quedó en silencio mientras ella evaluaba las heridas de Airgid, apenas reconociendo el peso que se había quitado de encima. La miraba trabajar, observando cómo sus manos expertas limpiaban las heridas y colocaban vendajes con una eficiencia que solo los años de experiencia podían otorgar. Airgid estaba allí, tan cerca, pero tan distante al mismo tiempo. La frialdad de su silencio le dolía de una forma que no quería admitir, ni admitiría. Se preguntaba qué estaría pensando ella, si acaso se daba cuenta de quién era él, si recordaba esos momentos hace tantos años, cuando sus caminos se cruzaron de forma tan inesperada.


Ccada vez que apartaba la mirada del fuego, sus ojos volvían a ella, a Airgid, tumbada en la mesa donde Asradi la había dejado. Su expresión era insondable, su rostro parecía una máscara de cansancio y dolor, y su silencio lo inquietaba. Recordaba cómo era ella en el pasado, la chispa en sus ojos, su audacia. Verla ahora, tan rota, le resultaba casi incomprensible. ¿Tan mal se le daba perder? es broma. Pero más incomprensible aún era el silencio que los separaba. ¿Por qué había desaparecido? ¿Por qué nunca pudo encontrarla, a pesar de haberla buscado durante meses? ¿Y por qué había reaparecido ahora, en este momento de su vida? Ragn suspiró y bebió un largo trago de hidromiel, dejándose llevar por las canciones y las historias que llenaban la taberna. Los balleneros hablaban de sus enfrentamientos con criaturas marinas gigantes, de tormentas que casi destruyeron sus barcos, y de las aventuras en alta mar que parecían sacadas de las leyendas más antiguas. En otro momento, esas historias habrían captado toda su atención, habrían encendido la llama de la camaradería y la aventura en su interior. Pero ahora, todo lo que podía pensar era en la mujer que yacía a pocos metros de él, y en cómo había llegado a este punto. Finalmente, cuando la noche había avanzado lo suficiente y muchos de los balleneros comenzaban a retirarse, Ragn tomó una decisión. Dejó su cuerno de hidromiel sobre la mesa, se levantó y se acercó a Airgid. Su rostro seguía girado, lejos de él, como si no quisiera enfrentarlo, como si quisiera mantenerse a una distancia emocional que lo desconcertaba. Él, sin embargo, no estaba dispuesto a dejar que el silencio siguiera reinando entre ellos. Con un gesto inesperadamente suave, la pinchó juguetonamente con el dedo en las costillas, justo donde sabía que no le haría daño pero la obligaría a reaccionar.

Acorrdarr de ti. — Le dijo en voz baja, con una pronunciación de pena, su tono lleno de una calidez que pocas veces permitía que otros escucharan. — ¿Porrr qué dessaparreserrr en siudad de basurra? — Apuntilló, con algo de ... ¿Reencor? con un poco de humor. El rostro de Airgid seguía ladeado, y por un momento, Ragn pensó que no iba a responder. Pero el la tomó de la barbilla para que la mirase forzosamente,. Lentamente, ella giró la cabeza hacia él, seguramente con una expresión que era una mezcla de sorpresa y algo más que no pudo descifrar del todo. Él sostuvo su mirada, manteniéndose firme, aunque por dentro sentía la tensión de los años acumulados entre ellos. No era una confrontación, no en el sentido tradicional. No había enfado en sus palabras, ni reproche, solo una pregunta sincera que llevaba años haciéndose. Necesitaba saberlo. Necesitaba entender por qué, después de tanto buscarla, había desaparecido sin dejar rastro.

Y ahora, allí estaban, en la calma después de la tormenta, finalmente enfrentando ese pasado que ambos habían dejado atrás, pero que nunca había desaparecido del todo.
#3
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Era raro, Airgid se encontraba agotada después de su entrenamiento con Ragnheidr, tanto física como emocionalmente, pero aún así le resultaba imposible quedarse dormida. Se mordía la lengua con cierta molestia, preguntándose porqué no había sido capaz todavía de dormir. Ni si quiera en un momento así su cabeza le ofrecía el descanso que se merecía, qué despiadada era. En una situación normal, el sonido de la madera crujiendo al quemarse y las voces y risas de fondo habrían ayudado al proceso, pero ahora, por algún motivo no funcionaba. Airgid se acurrucó en la comodidad de la manta, con el cuerpo girado hacia el lado contrario de la chimenea. De haberse encontrado un poco mejor no habría dudado en dejarse llevar por el buen ambiente, se habría tomado una cerveza mientras escuchaba aquellas sorprendentes historias de reyes marinos. Tan solo un poco mejor. Pero los balleneros parecieron entenderlo, al final estaba tan herida que lo raro es que no hubiera quedado inconsciente.

Estaba tan centrada intentando dormirse que no se dio cuenta de que Ragnheidr se había acercado a ella. Aunque el vikingo no tardó en dejar clara su presencia, usando uno de sus dedos para pincharla entre las costillas. — Ay. — Masculló la rubia, encogiéndose un poco por el acto reflejo: era una zona con cosquillas. No le molestó, pero aún así no se giró para mirarle. Era una actitud inusual en ella, Airgid siempre solía ser una bomba de felicidad y positividad, con una palabra amable para todo el mundo. Se podría decir que todo el mundo tiene sus momentos. Y sabía que estaría mucho mejor por la mañana, cuando despertase de un reparador sueño, pero la tarea le estaba resultando imposible. Entonces escuchó las palabras de Ragn, revelando finalmente que sí, la recordaba. Incluso le recriminó con un tono medio de broma y medio de reproche el hecho de que la joven desapareciera del vertedero. ¿A qué se refería con eso? ¿La había estado buscando?

Estuvo a punto de girarse, pero fue Ragn quién directamente la tomó de la barbilla, encontrando sus ojos avellanas con el vasto océano de los ojos del contrario. A veces el idioma les separaba, aunque solo fuera por la diferencia del tono al hablar, por el significado que le daban a las palabras. Pero cuando Airgid le miraba directamente a los ojos se sentía capaz de entenderle sin restricción alguna. Y estaba confundido, no enfadado. — No lo recuerdo bien, todo era un caos... la gente huía en todas direcciones y yo también lo hice. — Comenzó a contarle, tratando de hacer memoria sobre lo ocurrido, pero había sido tan caótico, hace tanto tiempo. — Y luego te busqué, pasé días en la isla intentando encontrarte. — Confesó, abriéndose aún más en canal frente a él. — Pero no recordaba tu nombre, y al final tuve que irme, regresar a mi hogar, en Kilombo. — Le tomó de la mano, la misma que había usado para girarle el rostro. Era grande, cálida. Cómo unos puños que tanto daño podían provocar, podían a la vez ser tan acogedores. Joder, estaba tan cerca de él, y estaba tan guapo... sus heridas eran menores y le quedaban incluso bien. Ella en cambio seguro que se veía como una mierda, llena de vendas, con un morado en la parte izquierda de la cara. Quería estar aún más cerca de él. — Me habría encantado volver a verte, lo siento si pensaste que había desaparecido sin más. — Resultaba curioso, cuando hablaba más en serio, el acento de Airgid y su forma de recortar las palabras desaparecía casi por completo. Sonrió, solo un poco. — Aún no me creo que seas tú de verdad. — No podía dejar de mirarle, sintiendo cómo su dolor, interno y externo, desaparecía solo con tenerle al lado. ¿Era eso amor? ¿Sentir cómo todas las penas se esfumaban solo con la compañía de la otra persona? Puede que fuera una de estas preguntas que se responden solas, solo con ver la cara de felicidad que se le dibujó a la rubia.
#4
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn escuchaba atentamente, su mirada fija en los ojos de Airgid mientras hablaba. Podía sentir la confusión en su voz, las piezas rotas de recuerdos que trataba de juntar. Aquella vez en el vertedero había sido un caos, lo recordaba claramente. Gritos, humo, gente corriendo, Josis ... Y entre todo ese alboroto, Airgid… Ella había estado allí, brillando con una fuerza que lo había impresionado desde el principio. Pero luego, como una tormenta que se disipa de repente, desapareció. Se había quedado solo, buscándola entre escombros y rostros desconocidos, sin saber siquiera cómo llamarla. Solo tenía el recuerdo de su cara y la sensación de que había encontrado algo que no podía dejar escapar. Mientras ella hablaba, sintió cómo su mano, pequeña y cálida, rodeaba la suya. El contacto lo sacó de sus pensamientos, anclándolo al presente. Había algo tan genuino en las palabras de Airgid que lo desarmaba. El guerrero que había pasado su vida lidiando con el acero y el dolor se sentía sorprendido por la suavidad de la verdad en su voz. No era una excusa, no era una mentira, solo los fragmentos de un pasado caótico que él mismo entendía demasiado bien. Ella estaba tan cerca, más cerca de lo que había estado en años. Sentía su aliento cálido, sus ojos mirándolo con una mezcla de confusión y algo más, algo que no necesitaba ser explicado con palabras. Y entonces, ella sonrió, apenas un destello, pero suficiente para encender algo en su pecho.

Ragn no era un hombre acostumbrado a las palabras suaves ni a los gestos delicados. Su vida había sido forjada en el campo de batalla, donde las emociones eran más un estorbo que una ayuda. Pero con Airgid… siempre había sido diferente. Recordaba la primera vez que la vio luchar, con esa energía desbordante y esa risa casi infantil entre los gritos de guerra. Ella era luz en medio de la oscuridad, y aunque jamás lo admitiría en voz alta, la había buscado porque había sentido que necesitaba esa luz en su vida. —Yo nunca dejarr de buscarrrrte. —Diría con claridad, su voz profunda y baja, como si esa verdad hubiera estado encerrada durante demasiado tiempo— Quedarr en maldita isla semanas, prrreguntarrr porrr ti. Nadie saberrr quién errras. Ni tu nombre. Solo rrecorrrrdaba mano bonita y esos ojos que brrrrillaban en medio de caos. — Deslizó su diestra por la mejilla de la mujer, hasta llegar a las puntas de su cabello dorado. Eran palabras eran duras, pero cargadas de una sinceridad que rara vez mostraba, en este ámbito. Y mientras hablaba, sintió cómo el espacio entre ellos se estrechaba aún más, como si el peso de los años, de las batallas y del silencio se estuviera desvaneciendo. —Pensarrr que estarrr muerrrta. —Continuó, frunciendo ligeramente el ceño, su mano apretando con más firmeza la de Airgid (la zurda)— En maldito lugarrr, las opssiones errrran bajas parrra cualquierrra. ¿Porrr qué iba a serrr diferrrente contigo?

Se detuvo un segundo, mirándola con intensidad, como si quisiera asegurarse de que lo que tenía frente a él no era un sueño, que realmente la había encontrado después de tanto tiempo. Sus ojos recorrieron el rostro de Airgid, las heridas, las vendas, los moratones. Había pasado por tanto, y sin embargo, allí estaba, sonriéndole, a pesar del dolor, a pesar del tiempo. Estaba hecha una mierda, é mismo había destrozado a la mujer, con sus manos. Y ella a el. Estaban envueltos en vendas, como el jarrón de tu madre cuando te lo cargas, pero que es tan valioso que solo queda la opción de juntarlo con algo de celo. —Y ahorrra estarrr aquí. —Comentó en un tono más suave, apenas un susurro, como si el peso de esa realización fuera demasiado grande para contenerlo. Por un momento, la dureza habitual en su expresión se suavizó. Airgid no era solo una guerrera más, no era alguien que solo compartía el campo de batalla con él. Ella era una de las pocas personas que había logrado romper sus defensas, que había conseguido verlo más allá del monstruo que muchos veían. Y ahora, a pesar de todo, estaban allí, juntos, después de tanto tiempo.

Ragn soltó un suspiro, su respiración profunda, como si todo el cansancio del día se acumulara en ese instante. Sus dedos, aún entrelazados con los de Airgid y su otra mano, igual pero con el pelo, se movieron un poco, acariciando su piel de manera casi imperceptible. No sabía qué era lo que sentía exactamente. ¿Era amor? ¿Era el alivio de haberla encontrado? ¿O era la mezcla de ambas cosas? No importaba. —No volverrr a dessaparrecerrr, Airrrgid. —Fue sincero, como siempre, con una firmeza que escondía una súplica. La agarró más fuerte del cuello y le daría un rápido beso en los labios. — Nunca más. — Finalizó.
#5
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Airgid sentía como si el corazón se le fuera a salir del pecho en cualquier momento. Nunca antes se había sentido así con nadie, nunca antes había tenido una conexión tan profunda con nadie. Sus ojos, anaranjados como el atardecer, brillaban de una forma especial, reflejando perfectamente el interior de su alma, abriendo una ventana a sus pensamientos. Estaba, sencillamente, tan feliz en ese momento. Ragnheidr había sacudido todo su mundo desde el mismo momento en el que se encontraron, primero en el vertedero, y después a las puertas de su casa. ¿Existía el destino? ¿Un camino previamente organizado para cada una de las personas? Airgid nunca había creído en nada de eso, pero le resultaba tan difícil pensar que su historia con Ragnheidr había sido simple casualidad. Era como si todos los pasos que hubiera dado a lo largo de su vida hubieran sido planeados para acabar justo en ese lugar, en ese momento del tiempo, con él.

Ragnheidr era tan cálido como una hoguera en mitad de la tormenta, como el abrazo a un corazón solitario. Puede que hace unas horas estuvieran peleando con todas sus fuerzas, el uno contra el otro, pero aún así, Airgid se sentía segura con él como nunca antes le había pasado. Se sentía protegida, arropada, entendida. Era fuego apartando la fría noche. Y sus palabras atravesaban su coraza como si fuera mantequilla, haciéndose paso a través de su carne, llegando a lo más hondo de su corazón. Siempre era tan sincero cuando hablaba, transmitía tanta emoción en cada palabra, que daba igual que no las pronunciara de forma perfecta. Incluso le gustaba, joder, adoraba su forma de hablar. Escucharle decir cómo se había pasado semanas buscándola, a pesar de no saber nada de ella, solo con el recuerdo de sus manos y sus ojos en la mente, la sacudió por completo. Saber que no había sido la única en quedarse completamente prendada del contrario tras aquel primer encuentro. Y escuchar cómo incluso pensó que quizás estaba muerta. La diestra del vikingo se acercó a acariciar su magullado rostro, pero a Airgid no le dolía, nada de Ragnheidr podría llegar a dolerle nunca. Sus dedos se hicieron paso por su piel, acariciando su nuca, llegando hasta sus cabellos, momento en el que Airgid sintió todo su cuerpo erizarse por completo. Sus manos eran tan grandes, era como si hubieran sido creadas para la guerra. Pero para ella simbolizaban todo lo contrario: seguridad, protección, cariño.

Aquel tipo de contacto era nuevo para ella, una mujer para nada acostumbrada al amor. Ni si quiera a la... pasión. No, nunca había tenido nada con nadie. No más allá de algún beso tonto. Nunca había sentido que la persona mereciera la pena lo suficiente como para ello, pero con él era todo tan diferente, tan único. Sintiéndole tan cerca de ella se dio cuenta de que había hecho bien, de que si no había sido capaz de enamorarse de nadie en su vida, era por que su corazón sabía que Ragnheidr aparecería. Y que solo él merecía ocupar ese lugar tan especial en su vida. El rubio le prometió que no volvería a desaparecer de su lado, y mientras pronunciaba esas palabras, notó afianzarse el agarre en su nuca, en su cuello. El enorme cuerpo de Ragnheidr se aproximó más a ella, sus rostros más cerca de lo que nunca habían estado. Airgid se notaba a sí misma arder, ya no sabía si era fruto de las heridas o de lo que estaba a punto de suceder. Ragnheidr finalmente la besó. Fue rápido, se separó de ella para añadir una última frase, a lo que Airgid aprovechó para hablar también. — Lengre. — O dicho en el idioma de los gigantes, "más". ¿Qué quería decir con "más"? Sonrió, mordiéndose suavemente el labio inferior, antes de ser ahora ella la que reclamaba aquel beso. Abrazándole, invitándole a juntar aún más sus cuerpos, que se colocara sobre ella. Ya nada le dolía. Cerró los ojos y se dejó llevar, perdiéndose en un beso mucho más largo que el anterior, al principio tímido, pero cada vez más apasionado. Seguro que a Ragnheidr le sorprendía haber escuchado a Airgid hablar en su idioma, aunque solo hubiera sido una palabra. Lo cierto es que antes de huir de la Granja, se coló en la antigua casa de Josis para robarse aquel libro que le mostró sobre Elbaf y los gigantes que allí vivían. Y en aquel libro había apuntadas algunas palabras sencillas que Airgid se había esforzado en memorizar, por si en algún momento volvía a encontrarse con él. Probablemente lo había pronunciado mal, pero no le importaba. Se sentía tan feliz, mareada por la herida de la cabeza, pero increíblemente plena, disfrutando de cada segundo en el que saboreaba los labios del vikingo. Era como un sueño. Había estado esperando tanto tiempo por ese momento. Entonces rompió el beso, sintiendo que el aire le faltaba en los pulmones, tenía que decir algo más. — No pienso volver a alejarme de ti. — Acababa de separarse de sus labios y ya los echaba de menos. — Tú me... me gustas mucho... — ¿Pero qué tontería estaba diciendo ahora? Eso ya era más que obvio, de hecho, se quedaba incluso corto. Soltó una risilla nerviosa, nunca se había declarado así a nadie, ¿era normal sentirse tan ridícula? — Lo siento, es una tontería, tengo la cabeza... — Ni si quiera le salían bien las palabras. Ragnheidr se había encargado de desarmarla completamente.
#6
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
El calor de la chimenea se entrelazaba con el bullicio de la taberna, pero Ragn no lograba oír nada que no fuera su respiración, y el leve susurro de la respiración de Airgid entre sus labios. En ese instante, el mundo exterior se desvanecía, y solo ella ocupaba el espacio frente a él. Sus ojos, ese tono cálido como el atardecer, reflejaban en un brillo único una complejidad que él, un hombre acostumbrado a leer los vientos y prever tempestades, aún no lograba entender. Con una calma difícil de explicar, Ragn observó a Airgid mientras sus dedos descendía desde su mejilla magullada hasta su nuca, deteniéndose en sus cabellos. Cada centímetro de su piel le parecía una tierra que quería descubrir y proteger, como un lugar solo para él. Se inclinó para besarla, lento y profundo, escuchando el tambor en su pecho como un canto de guerra y, a la vez, un susurro de paz. Con Airgid, había algo más que pasión, era como si el toque de su piel fuera una ofrenda y una promesa. Al besarla, los pensamientos sobre Nosha, su diosa de la muerte y el destino, volvieron a él. No era la primera vez que la presencia de la diosa lo envolvía en sueños, ella se había mostrado antes, advirtiéndole de una sombra que colgaría sobre su amor por esta mujer. Nosha, la tejedora del destino y la guardiana de aquellos que caminaban la delgada línea entre la vida y la muerte, siempre había tenido un mensaje para él, en su viaje encontraría tanto el amor como el fin. Ragn nunca creyó realmente en un destino predestinado en este aspecto, pero ahora, con Airgid, sentía que sus decisiones no habían sido tan libres como él había pensado. ¿Sería ella la razón por la que había soñado durante tanto tiempo con una presencia junto a él?

Sin detenerse a pensar en respuestas, sus manos empezaron a recorrerla con una brusquedad natural, una caricia lo menos bruta que le era posible. La forma en que el cuerpo de Airgid reaccionaba era para él como un resplandor, una fuerza magnética que le atraía hacia ella. Sus labios se encontraron nuevamente, mientras una de sus manos se desplazaba por la línea de su espalda, afianzándose para acercarla aún más. La intensidad de sus pensamientos disminuía conforme sus cuerpos se alineaban, ya no había dudas, solo un deseo tan natural como el de un guerrero por su tierra natal. Sin embargo, el momento fue roto de pronto por una risa ronca a su lado. — ¡Bueno, bueno! Veo que tenemos compañía. —Interrumpió un camarero de rostro cuadrado, con un tono que no podía ser más burlón. — Espero no ser el único en pensar que tal vez necesitan algo más… cómodo.— El vikingo se apartó, aún con los labios apenas separados de los de Airgid, una sonrisa irónica en su rostro. Ragn giró lentamente hacia el camarero, quien sostenía un par de jarros llenos hasta el borde y un plato cargado de comida humeante. Suponía que la cortesía y la interrupción eran parte de su oficio, pero no podía evitar desear que aquel hombre se esfumara. — Toma tu comida, gigante, o terminarás con las manos vacías y, francamente, no tengo ganas de volver a traerte nada más esta noche, ¿eh? —Bromeó el camarero con una risa que resonó en el ambiente. Los de la mesa de al lado levantaron las copa, sonrientes. Les hacía, extrañamente ilusión lo que estaba pasando.

Ragn asintió con resignación, dejando que la sonrisa continuara en su rostro mientras tomaba uno de los jarros. Observó a Airgid, que parecía divertida por la interrupción, y le ofreció el otro vaso. Con un simple asentimiento, se sentaron para compartir la comida que el camarero había traído. El bullicio de la taberna volvió a rodearlos. Ragn chocó sus manos y las frotó. — ¡Comerrr, comerrr, comerrr! — Se acomodo. — Nessesitarrr comerrr parrra ponerrr mejorrr. — Diría contento. Mientras comían, Ragn pudo notar las miradas de algunos de los otros clientes de la taberna. Las historias, chismes y risas en la atmósfera se mezclaban en una sinfonía de cotilleos y bromas sobre la "pareja de la noche". Ragn no estaba acostumbrado a quedarse en un solo lugar, y sin embargo, no podía negar la comodidad que sentía en ese momento. Uno de los presentes, un ballenero conocido de Ragn llamado Sigurd, se acercó y le dio una palmada en el hombro. El golpe fue fuerte, pero Ragn apenas sintió el dolor. Sigurd, con su voz estruendosa y su barba tupida, saludó a ambos con un entusiasmo que no dejaba lugar a duda sobre su felicidad al ver al vikingo en tan buena compañía. — ¡Ragn! Te estaba observando y debo decir que has encontrado un buen motivo para quedarte quieto por un rato, ¿no? —Gritó entre risas, haciendo que hasta el propio vikingo se ruborizara ligeramente mientras bebía de su jarra. — Quieto, poderrr serrr, perrrro no venssido. —Respondió el vikingo con una sonrisa amplia, lanzando una mirada desafiante a su amigo. — Aunque es cierto que hay motivos más que suficientes para considerar nuevas alianzas. — Diría el tipo mirando hacia la rubia. Con la boca llena, Ragn apuntó con el tenedor hacia Airgid. — ¿Desshirrd ellla? serrrrh mujrfggerrr mía. — Dijo sin tapujo ninguno. Era una forma de ahuyentar al tipo o realmente creía que Airgid le pertenecía ya.

Sigurd soltó una carcajada antes de seguir a otra mesa, dejando al vikingo y a Airgid en un silencio que resonaba mucho más que las palabras. Para él, la mística de ese instante y la certeza en la intensidad de sus sentimientos se hacían más evidentes con cada segundo. Cuando miraba a Airgid, veía no solo a la mujer que había buscado, sino también una presencia que parecía desmoronar todas sus defensas. A pesar de su rudeza, a ella no le importaban las cicatrices en su piel o el peso de las batallas que cargaba en su cuerpo. Con otro sorbo de su jarra, Ragn continuó sus pensamientos sobre Nosha y lo que la diosa había sugerido en sueños. La fragilidad de la vida, tan evidente en la furia del combate, era una paradoja en este momento, al lado de Airgid, sentía que había encontrado algo tan duradero y fuerte como el acero de su espada, y aun así tan delicado y efímero como el viento. ¿Era posible que Nosha, la tejedora del destino, hubiera dispuesto que esta unión llevara consigo no solo el amor, sino también un presagio de final? Ragn sabía que, aunque esto fuera cierto, enfrentaría cualquier cosa con tal de mantener a Airgid en su vida. Por un instante, sus pensamientos se tornaron oscuros, pero la calidez de la taberna y la alegría en los ojos de Airgid lo devolvieron al presente. Ella había sido la mujer que había buscado y creía que incluso antes de conocerla había sentido su presencia. Aquel primer encuentro en el vertedero no había sido casualidad. Su corazón y sus manos le pertenecían a ella, y en ese momento, Ragn decidió que ningún presagio, incluso de una diosa, podría separarlo de ella. ¿Eso era poner a Airgid por encima de Nosha? el vikingo escupió la comida, confuso por sus pensamientos. — ¡No hay nada por encima de Nosha, idiota! — Se decía copn fuerza. Nada parecía poder romper el momento ... ¿No?


Mientras Ragn y Airgid seguían inmersos en su conversación, compartiendo risas y miradas que parecían tejer un espacio solo para ellos, un murmullo inusual se apoderó de la taberna. El bullicio típico disminuyó de inmediato y los pocos que todavía hablaban lo hacían en voz baja, observando hacia la entrada. Un par de hombres apartaron la mirada y siguieron bebiendo, mientras algunos otros desviaron la vista de forma disimulada. Ragn, notando la súbita tensión en el ambiente, entrecerró los ojos y volvió el rostro en la dirección de la que emanaba esa callada inquietud. Parada junto a la puerta, Torhent Mulasckah era inconfundible. La mujer rubia irradiaba una mezcla de presencia y poderío que, aún con su estatura no tan imponente, imponía respeto en cualquier espacio. El aire gélido que traía con ella desde el exterior parecía calar en los huesos, y la manera en que su mirada calculadora barrió la taberna bastaba para que todos mantuvieran la distancia. Vestía ropajes de cuero y lana de aspecto resistente, propios de una guerrera, pero con un estilo vikingo que, aunque muy sobrio, se ajustaba a su figura fuerte y robusta. La piel curtida y marcada por viejas cicatrices hablaba de años de combate y de que la "Señora de las Mil Dagas" no era simplemente un apodo, sino un reflejo de su habilidad letal. Ragn dejó de sonreír en cuanto la vio y sintió que un nudo de incomodidad se formaba en su estómago. Conocía bien a Torhent; no solo era su cuñada, sino la compañera de su hermano menor, Torrenirrh "El hijo de la muerte". Había algo en la forma en que ella lo miraba que le resultaba inquietante. Torhent se acercó despacio, y aunque la tensión era evidente, también había en ella una tranquilidad forjada en mil batallas. La mujer caminó hasta su mesa sin hacer el menor caso a los murmullos, mientras los dedos de Ragn se tensaban sobre la mano de Airgid.

Ragnheidr. —Dijo finalmente, con una voz baja y dura que cortaba el aire como el filo de sus dagas.— Det er sant det ryktene sa, du er ikke så stor som før. Du er... Mindre. — Era lo mismo que su hermano le dijo en el Baratie hace unos años. Es decir, eso confirmaba que habían hablado sobre ese momento, sobre él. Ragn la miró en silencio, incapaz de ocultar una ligera mueca de fastidio ante el comentario, pero no reaccionó de inmediato. Torhent siempre había sido franca, brutalmente directa, algo que encajaba a la perfección con el carácter de su hermano. —Torrrhent. Qué hasserrr aquí. —Respondió él, con el tono seco de quien reconoce una visita inesperada pero no necesariamente deseada. Además, la mujer se sorprendió al verle hablar en la lengua de los humanos. Lo que le generó una sonrisa maliciosa a la hembra. Torhent desvió su mirada a Airgid, y una nueva sonrisa apareció en su rostro, tan breve como cortante. Se inclinó un poco, observando a la mujer a su lado con una expresión mezcla de curiosidad e ironía. Se fijo en que le faltaba una pierna. —¿Así que este es el famoso “juguete roto” del que tanto he escuchado rumores? Vaya, parece que esta vez has escogido bien, hermano de mi esposo. —Soltó con una risilla áspera y sin rastro de humor. Hablaba a la perfección la lengua mundana, otra más de la tierra de Ragn que le humillaba en este aspecto.— Te ves como si… te hubieras encariñado. Aunque ya sabes lo que dice Torrenirrh ...— Ragn frunció el ceño y contestó practicamente al mismo tiempo.— Jeg bryr meg ikke om hva den mannen sier. Jeg har aldri brydd meg.— La mujr se llevó una mano a la boca para tapar la risa — Wow, nå har Elbaf-blodet ditt kommet ut. Bare når du snakker om en ekte kriger? For en nysgjerrig sønn av vinden. — Era increible como el momento se había fastidiado. Ragn se levantó, alzandose sobre la mujer por más de tres metros. Le entregño sombra a ella y a los rufianes que la acompañaban.

El comentario fue como un golpe en el estómago para Ragn. La relación con su hermano menor siempre había sido tensa, una mezcla de rivalidad y hostilidad que, con los años, se había convertido en una grieta irreparable. Desde pequeños, Torrenirrh había sentido celos del respeto y el estatus que Ragn poseía por parte de sus abuelos. Aquella admiración de su infancia se transformó en resentimiento y, al final, en una competencia en la que Torrenirrh estaba dispuesto a usar cualquier medio para superarlo. Aunque Ragn había aprendido a ignorar muchas cosas, la mención de Airgid como un "juguete" lo enfureció, y esa molestia se dejó ver en la tensión de sus mandíbulas. —¿Qué notissias trrraerrr esta vez, Torrrhent? — Siempre tan usada por su marido, siempre apenada por lo que pudo ser. Torrrhent era la mujer del guerrero maldito, ¿cómo podía estar bien de la cabeza? la usaba para cualquier estupidez, como mandar mensajes alrededor del mundo. La guerrera le dedicó una sonrisa tímida, tomando asiento sin siquiera preguntar. Al hacerlo, dejó ver en su cintura dos dagas de fino trabajo que, según se decía, nunca dejaba de llevar consigo. Miró a Airgid nuevamente, con una curiosidad calculadora. —No te preocupes, Airgid, no vine a separarte de él. —Comentó como si ya conociera a la mecánica, usando el nombre de la mujer con una familiaridad que descolocó a Ragn y, probablemente, también a Airgid— Pero pensé que sería prudente advertirte. —Prosiguió Torhent, dirigiéndose a Ragn.— Que tu hermano tiene planes. Y no precisamente planes pequeños.— Ragn cruzó los brazos, su mirada endureciéndose. Aunque no lo admitiera en voz alta, saber que Torrenirrh estaba tramando algo era más inquietante de lo que aparentaba. El temperamento de su hermano y su ambición siempre los había puesto en riesgo, y si su cuñada estaba en ahí, era probable que se tratara de algo serio. —¿De qué se trratarrr, Torrrhent? —Preguntó con voz grave, sin rodeos. Torhent jugueteó con una de sus dagas, haciéndola girar entre sus dedos antes de clavar sus ojos en los de Ragn. La mirada era penetrante, impasible.

Está haciendo alianzas… de las que no se puede salir ileso. Barcos de otras tierras, tropas de piratas de otras islas… planes de grandeza, Ragn, de ese tipo que llevan a hombres como él a soñar con una corona. Y cuando digo corona… —Se detuvo un momento, bajando la voz para asegurarse de que solo ellos dos la escucharan.—Quiero decir que Torrenirrh está buscando algo más que respeto. Algo… que hasta Nosha desaprobaría. — El pie derecho del vikingo chocó contra la madera de la taberna, abriendo un hueco y haciendola temblar. Estaba enfadado. Muy enfadado. —Ikke snakk om Nosha. Ikke nevne henne. Ellers vil jeg avslutte livet ditt akkurat nå. Jeg bryr meg ikke om du er min lillebrors kone, jeg vil ta livet ditt med mine hender og jeg vil gjøre det med glede. Du har ikke engang privilegiet å nevne det for meg, kvinne. — El semblante de la mujer cambió por completo a algo parecido al temor. Ella, como tantos otros en Elbaf, era de los que se reían de las "nuevas diosas" que Ragn propagaba. Una de las que ayudaron a que fuera desterrado de Elbaf. ¿Y ahora la mencionaba como si nada? en la vida. La mención de la diosa hizo que Ragn la mirara aún más serio, sintiendo cómo las palabras resonaban en sus pensamientos. Conocía el orgullo y la codicia de su hermano, pero aquello que Torhent insinuaba cruzaba la línea de cualquier rivalidad entre hermanos. Nosha, la diosa de la muerte, regía el equilibrio de la vida, y jugar con ese equilibrio en nombre de la ambición era una blasfemia a ojos de Ragn.

Torhent volvió a girarse hacia Airgid, y un destello de lástima o advertencia cruzó su rostro. A pesar de su tono severo, Torhent parecía tener en cuenta la presencia de Airgid de un modo inesperado, casi como si entendiera la posición en la que ella estaba ahora. —Ten cuidado con él, Airgid. —Le dijo finalmente. — Alguien que sigue a Ragn y sus caminos necesita estar lista para lo inesperado, y, por lo que veo, has aprendido ya unas cuantas lecciones. — Dijo mirando a su pierna buena. El ambiente en la taberna se había enrarecido por completo, los murmullos habían cesado, y los pocos curiosos miraban con cautela. La "Señora de las Mil Dagas" no era una visita habitual , y mucho menos un rostro que los presentes esperaran ver en medio de una noche de fiesta. Finalmente, Torhent se dio la vuelta, ajustando sus dagas con un movimiento ágil y seguro, mientras una sonrisa ligera se formaba en sus labios. —Por ahora, considera esto una advertencia, Ragnheidr. Y recuerda que, para bien o para mal, llevas la misma sangre que él, aunque trates de negarlo. — Con esas palabras, se volvió hacia la puerta, avanzando con paso decidido y desapareciendo en la noche.


Npc mostrado de mi cronología
#7
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Airgid conocía bien lo que era la atracción magnética en cuanto a metales se refería. Utilizaba los campos magnéticos de su alrededor para atraer y repeler el metal a su antojo, siendo capaz incluso de atraerse ella misma hacia el metal, como si se tratara de un imán. Estaba acostumbrada a sentirlo por los objetos, fríos y duros. Sin embargo, era la primera vez que sentía ese tipo de atracción por una persona de carne y hueso. La conexión que sentía con Ragnheidr era fuerte y poderosa como cualquier otra fuerza de la naturaleza, invitando a sus cuerpos a unirse cada vez más. El tacto de su piel contra la de la mujer era sanador, más que ninguna otra medicina o remedio, Airgid se sentía protegida entre sus manos, entendida, querida. Se fundieron de nuevo en un beso profundo y lento, Ragn inclinándose sobre el cuerpo tendido de la mujer, cada vez más pegados el uno al otro. Para Airgid era como si el tiempo se hubiera detenido en el interior de una pequeña taberna en la gran isla de Oykot. Su mundo no solo había dejado de girar, perdida en aquel momento, es que ahora se movía en el sentido contrario, se había invertido por completo y había explotado por los aires. Ragnheidr lo había cambiado todo, había roto cualquier idea preconcebida que hubiera podido tener acerca del amor y lo había rediseñado todo a su antojo, adueñándose de ella por completo. Y Airgid estaba encantada, feliz por vivir en aquel mundo nuevo, donde ya no existía solamente ella.

Las manos del buccaner comenzaron a recorrer su piel de forma cada vez más ansiosa, más inquisitiva, desplegando una incontrolable brusquedad en cada una de sus caricias, como si el mero contacto no fuera suficiente. La diestra se mantenía en su nuca, tomándola del cuello y enredando sus dedos entre los mechones rubios de Airgid, mientras la zurda se había hecho paso por su brazo hasta llegar a su espalda, acariciando la línea de su columna hacia abajo, alcanzando la curvatura de su cintura. Notar su deseo, tan palpable, tan demandante, la estremeció por completo, era como si el vikingo conociera su cuerpo a la perfección, como si supiera cómo y dónde tenía que apretar para dejarla completamente indefensa y desarmada, tanto que fue incapaz de evitar soltar un leve gemido, ni siquiera ella sabía si se debía al dolor que le provocaba sus manos por su magullado cuerpo o por el contrario, al éxtasis de tantas emociones juntas y a la vez. Aunque la mujer tampoco se quedó atrás, también se moría de ganar por recorrer cada centímetro de su cuerpo, por notar su calidez, empujándola a llevar ambas manos a su enorme y ancho cuello, rodeándole, entrelazando sus manos entre los cabellos del vikingo. Dios, sentía que podía estar así durante horas sin cansarse, saboreando aquellos suaves labios, sorprendentemente compatibles con los suyos.

Pero aunque Airgid así lo pensase, el mundo no se había detenido, y una risa ronca seguida por una voz burlona rompió el momento por completo. Ragn se apartó de ella rápidamente, aunque pudo detectar en él cierto grado de molestia que hizo a Airgid sonreír suavemente, antes de morderse el labio, sintiéndolos de repente demasiado solitarios. Al menos la irrumpión se debía a un buen motivo, el hombre llevaba entre sus brazos un par de enormes jarras y dos platos cargados de comida recién hecha. Uf, Airgid no había caído en la cuenta del agujero que tenía en el estómago hasta que olió aquella deliciosa comida. Llevaba muchas horas sin probar bocado de nada. Intercambiaron miradas por un momento, como si fueran capaces de entenderse solo con eso, sin palabras de por medio. Airgid le sonrió, quitándole hierro al asunto, en parte divertida y por otra parte ligeramente avergonzada. Al final se habían convertido en la comidilla del local, los presentes cuchicheaban sobre ellos y se reían, entretenidos, y sobre todo, sin intención real de ofenderles. Parecían estar incluso ilusionados por lo que acababa de ocurrir. La rubia tomó su jarra, se sentó a la mesa y comenzó a servirse. En los platos reinaba el pescado, al fin y al cabo eran balleneros, pescadores, currantes que vivían por y para el mar. Airgid prefería la carne, pero la verdad es que ambas cosas le gustaban y sobre todo con el hambre que traía encima. Ragn tenía razón, comer un poco la ayudaría a curarse antes.

Un nuevo tipo irrumpió en la escena, pavoneándose con unos aires que a Airgid no le hacían gracia alguna. Hablaba con segundas intenciones, no había que ser demasiado listo para darse cuenta, pero lo peor era el tono que usaba, digno de alguien que solo se quería a sí mismo. Por suerte, Ragnheidr fue capaz de mantener la compostura más de lo que ella misma habría sido capaz. Fue a abrir la boca cuando Ragn se refirió a ella como... ¿mi mujer? Esas palabras la descolocaron completamente. Sintió los calores subir por su cuerpo en forma de rubor, un cambio que por suerte no se notaría demasiado debido a las heridas y las vendas. Se mordió la lengua una única vez, para recomponerse. — Puedes hablar de mi sin fingir que no estoy aquí delante, ¿sabes? Sí, me llamo Airgid, soy su mujer, ¿quieres decir algo más o...? — Por el gesto de su cara, vacilón y sonriente, era evidente llegar a la conclusión de que no estaba verdaderamente enfadada, a pesar de las palabras que acababa de decir. Simplemente le había devuelto la pelota, después de dedicarles aquellas palabras cargadas de segundas intenciones. El hombre no le dio demasiada importancia a aquella respuesta jocosa, aproximándose a otra mesa cualquiera, aunque no ignoró el hecho de que el comentario de la rubia había levantado varias risillas a su alrededor.

Continuaron comiendo sin mayor problema, charlando, riendo, disfrutando de la buena gastronomía de la isla, sin pensar siquiera en lo tarde que debería ser. Todo pintaba bien, mejor que bien incluso. Hasta que una presencia perturbadora apareció en escena. Airgid no la conocía de absolutamente nada, pero había que ser muy ignorante para no notar la repentina incomodidad de todos los presentes al verla llegar, incluso Ragnheidr estaba cambiado. Algo iba mal, algo en el interior de la rubia se torció y continuaba retorciéndose cuánto más se acercaba aquella desconocida a ellos. Airgid notó la tensión en la mano del vikingo y no dudó en afianzar el agarre que se tenían, dejándole claro que estaba con él en ese momento, no solo físicamente.

Evidentemente que se conocían, pero, ¿de qué? Airgid se mantuvo como una silenciosa observadora gran parte del encuentro. Por momentos hablaban en su idioma natal, otras veces en la lengua común, aunque fuera como fuese, la tensión se notaba en ambos registros. Parecía un asunto delicado, así que Airgid no planeaba inmiscuirse en él a no ser que la situación lo requiriera... hasta que escuchó a aquella mujer referirse a ella como un "juguete roto". Y por otro lado, había llamado a Ragnheidr "hermano de mi esposo". Vale, era su familia política, puede que fuera mejor que guardase un poco las formas... joder, lo que fue imposible de ocultar fue el gesto de asco en el rostro de la rubia. Nunca en su vida se había aguantado tanto la lengua para no decirle cuatro cosas a alguien. Si aquello no era muestra suficiente de lo mucho que Ragn le importaba. La cuñada del vikingo comenzó a soltar información sobre su hermano, sobre unas supuestas alianzas, unas guerras venideras, un plan aparentemente maestro. Ragn había mantenido la compostura más o menos durante todo el encuentro, hasta que finalmente la mujer susurró algo inaudible para ella que le cabreó de tal forma que hizo temblar todos los cimientos de la taberna y le cantó las cuarenta, seguramente, no lo sabía a ciencia cierta, pues lo había hecho en su idioma.

La tía antes de irse por fin, tuvo que dejarles un regalito tanto a ella como a Ragn. Y esta vez ya sí que no pudo aguantar más las ganas de responder. — Una de dos, o eres gilipollas o conoces muy poco a Ragn como para tener que advertirme de nada, a mi, de él. Quizás la que tenga que tené cuidao eres tú conmigo como vuelvas a llamarme "juguete roto", ¿me has entendío? — Pocos se habían dado cuenta de aquel detalle hasta que Airgid lo hizo más que evidente. Mientras se había quedado como una oyente, sin interrumpir su encuentro, había estado dedicándose a reunir cada tenedor y cada cuchillo de la taberna, cualquier cosa que pudiera pinchar o cortar. Y ahora, tras juntar un buen montón de todo, lo elevó en el aire, sobre su cabeza. Sí, era una clara amenaza. Aquella mujer y Airgid eran totalmente opuestas, a ella le gustaba ser retorcida como una serpiente, mientras que la mujer metálica era clara como el agua. Las amenazas a medias no iban con ella, y tampoco la contención, aunque suficiente había demostrado.

Una vez se fue por la puerta, Airgid soltó un largo suspiro, devolviendo los utensilios de cocina a sus respectivos sitios. Sentía una rabia interna tremendamente grande, había escuchado todo tipo de burlas por el tema de su pierna y siempre había sido capaz de responder, de plantarle un buen puñetazo a cualquier malnacido que intentara meterse con ella. Pero esta vez no había sido así. Sí, se había defendido, pero para ella aquello no había sido suficiente. La había humillado. Y lo peor no era eso, sino que le afectara tanto como para permitirle a aquella horrible mujer arruinar una noche tan perfecta como esta siendo hasta el momento en el que cruzó el umbral de la puerta. Respiró hondo, tratando de calmarse, de serenarse, de quitarle importancia. Pero su dolor de cabeza no ayudaba demasiado. — Perdona. Quizás no debería haber hecho eso, pero... — Se disculpó ante Ragn. Realmente solo le importaba él. — ¿Tú estás bien? — Sí, eso era lo más importante. Aquella mujer no significaba nada para ella, pero se trataba de la esposa de su hermano. Y por lo que parecía, le había dicho también cosas bastante hirientes.
#8
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn observó en silencio a Airgid mientras ella devolvía cada cuchillo y tenedor a sus lugares, aún con la furia brillando en sus ojos. Notó que sus hombros se alzaban y descendían, mientras intentaba recobrar la calma, pero al final, un suspiro rendido escapó de sus labios. Fue entonces cuando se acercó, tomando su mano con fuerza. Sin decir palabra, la atrajo hacia sí y, en un solo movimiento, la envolvió en un abrazo tan firme que Airgid se estremeció entre sus brazos, dejándose sostener por esa energía imparable que era Ragn. Sin mediar una explicación, Ragn la tomó de la mano y la arrastró hacia la puerta de la taberna. El aire fresco de la noche les golpeó el rostro mientras el vikingo apretaba el paso, como si una urgencia interna lo empujara a sacarla de ahí. El silencio era total, salvo por el sonido de sus respiraciones y las pisadas resonando en la tierra y el empedrado del pueblo. Puede que la rubia no comprendiera del todo, pero el apremio en los ojos de Ragn le serviría para seguirlo sin preguntar. Necesitaba salir de allí. El debate entre que la respuesta de Airgid fue genial, la que esperaba de su mujer y la preocupación inminente de que ahora su hermano tendría otro objetivo para poder hacerle daño, le hicieron estallar.

La noche en Oykot era densa, cubriendo el poblado con el peso de su negrura salpicada por las débiles luces de las lámparas de aceite que aún resplandecían a lo lejos. Ragn no demoró más. Sintiéndose como una tormenta contenida, tomó la mano de Airgid con firmeza y la apretó entre sus dedos, enredando su propio destino al de ella en ese gesto contundente. No importaba lo que habían vivido hasta ahora, ni la amenaza de lo que el futuro les deparara, todo se concentraba en el toque cálido de su piel. Sin palabras y sin la necesidad de ellas, decidió que debían abandonar la taberna, salir al aire fresco y dejar el bullicio atrás, como si el mundo mismo los empujara hacia algo nuevo e irrepetible. Sin más aviso, la atrajo hacia sí, envolviendo su cuerpo en un abrazo intenso y decidido, dejándola sentir la fortaleza de sus brazos y la urgencia de su espíritu. La noche se tragaba los sonidos y el tiempo parecía detenerse mientras ambos se sumían en aquel abrazo, donde los latidos de sus corazones se acoplaban y sus respiraciones sincronizaban. Si es que era todo como una pelicula. El aire frío nocturno rozaba sus rostros, pero el calor entre ellos crecía. Ragn entonces tomó su mano y comenzó a guiarla fuera de la taberna, sin soltarse el uno del otro. No iba a dejarla ni un instante. El cuerpo le pedía correr, escapar, hacerlo como si fuera un caballo. Avanzaron por las callejuelas del pueblo, esquivando pequeños obstáculos y superando muros de piedra que parecían viejos guardianes del pasado. El vikingo se subió a la mujer a la espalda. Los pasos de Ragn se aceleraban, con una determinación intensa y una energía casi sobrehumana.

La luna resplandecía con un brillo gélido en el cielo despejado, iluminando el sendero que serpenteaba hacia las colinas y pintando de plata las sombras del poblado, que se extendían como brazos espectrales hacia ellos. Los ecos de sus pisadas parecían envolverlos, formando un ritmo frenético que solo ellos dos compartían. ¿Donde estaba su cuñada ahora? ¡Que le den! Desde su posición sobre los hombros de Ragn, ella podía ver más allá de las paredes y los tejados, observando cómo el pueblo parecía retroceder conforme ascendían hacia los terrenos más elevados. A sus espaldas, los murmullos y el ajatreo de la taberna ya eran apenas recuerdos lejanos, difuminándose entre las sombras del pueblo que dejaban atrás. La tierra bajo sus pies se tornaba más áspera y los arbustos y la maleza se convertían en retazos de vegetación rebelde en la ladera de la colina, sumándose al carácter salvaje de la isla. El viento soplaba cada vez con más fuerza a medida que ascendían, peinando los cabellos dorados de ambos hacia atrás, como si el propio entorno quisiera limpiarles de la tensión acumulada en las últimas horas. En el trayecto, Ragn continuó corriendo con paso firme, sorteando sin esfuerzo los obstáculos del camino. Saltó de roca en roca y esquivó viejos troncos caídos, llevándola cada vez más lejos del pueblo, de la seguridad que brindaba el bullicio y el calor humano, para sumergirlos en el abrazo de la naturaleza salvaje. Airgid percibía cómo sus músculos se tensaban bajo sus manos y sentía en cada movimiento la inquebrantable voluntad que lo impulsaba a protegerla. Parecía como si el alma de Ragn irradiara una energía insondable, tan profunda y vasta como el mar que ambos amaban y temían, y al que ahora se asomaban desde la cima de aquella colina.

El tiempo pareció difuminarse mientras ambos subían la ladera, con la respiración de Airgid acompasada a la de él, con su pecho latiendo al ritmo del suyo, en una comunión total que los hacía más invencibles que nunca. Ragn la miró de reojo, y en sus ojos había una mezcla de orgullo, admiración, y una sombra de culpa. La proximidad de la amenaza de su hermano pesaba en su mente como una tormenta lejana, pero no permitiría que el temor se interpusiera entre ellos. Al final de la subida, el sendero comenzó a ensancharse, revelando el punto más alto de la isla, donde un castillo en ruinas se alzaba como un guardián oscuro. Las murallas deterioradas y las torres recortadas contra el cielo parecían formar parte de un reino abandonado, envuelto en la quietud y el misterio de la noche. Sin detenerse ni un momento, Ragn llegó hasta el borde del acantilado, donde las rocas afiladas se extendían hacia el mar como dedos retorcidos, proyectando sombras gigantescas. Tomó una última bocanada de aire y saltó al vacío, llevándola con él. La caída fue breve, pero intensa, y en el mismo instante en que el precipicio parecía absorberlos en su abismo, Ragn ejecutó un giro perfecto, deteniendo la velocidad de ambos y quedándose suspendidos en el aire, como si la naturaleza misma los sostuviera en ese lugar fuera del tiempo. La realidad es que su cuerpo, de cintura para abajo se había vuelto gas, uno especialmente denso que les permitía mantenerse en el aire.

El mar rugía debajo de ellos, y el viento arrastraba con fuerza los ecos de sus pensamientos no expresados. La inmensidad del océano se extendía más allá de sus pies, y las estrellas titilaban sobre ellos como mil ojos brillantes. Allí, flotando sobre el abismo, Ragn sintió un torrente de emociones desbordándose en su interior, envolviendo tanto su amor y devoción por Airgid como el dolor y la responsabilidad que pesaban sobre sus hombros. —¡¡RRHAAAA!! —Gritó. Aunque Airgid le había demostrado ser una guerrera, alguien capaz de enfrentarse al mundo sin vacilación, el temor por lo que su hermano podía llegar a hacerle lo angustiaba profundamente. En el instante en que flotaban, con la libertad del cielo y la profundidad del mar bajo sus pies, la figura de Torrenirrh se formaba en su mente como una sombra acechante, un eco de su propio pasado que ahora se materializaba con la furia de una tormenta sin control. — No conossserrr herrrmano. No pasarrrr porrr alto lo que desssir a mujerrrr. — Su hermano, aquel que compartía su sangre pero no su espíritu, era un riesgo tangible para ellos. Sabía que Torrenirrh no perdonaría su felicidad, que su propia paz y el vínculo con Airgid se convertirían en el motivo de su odio, un odio que buscaba venganza, que deseaba devorar lo que Ragn amaba. Sin embargo, Ragn miró a Airgid y supo que ella era su equilibrio, su razón para enfrentar cualquier desafío que se les presentara. — Diosss ... — Se le escapó una estúpida sonrisa, después posó su frente sobre la de la mujer. Los recuerdos de sus luchas, sus días de batalla, de noches solitarias en alta mar y la añoranza de un hogar perdido, se esfumaron en ese momento en que la tenía a ella a su lado. Se sentía completo, y aunque la culpa de su pasado y la amenaza del futuro persistían, había algo en su mirada que iluminaba su espíritu con un coraje renovado.

Poco a poco, Ragn comenzó a descender de la altura en la que flotaban, acercándolos a una pequeña saliente de la montaña, desde donde podían contemplar todo el panorama de la isla. — Estarrr loca. — Allí, con el mar rompiendo contra las rocas y el viento susurrando historias antiguas, se quedó inmóvil, tomando un instante para grabar cada detalle de aquel momento en su memoria. Cada contorno de la isla, cada fragmento de roca y cada susurro del mar eran un recordatorio de la magnitud del viaje que habían emprendido juntos, un viaje que no solo abarcaba tierras y océanos, sino también el tiempo y el espacio entre dos almas que se habían encontrado y conectado en un mundo tan vasto e impredecible. Desde Dawn hasta Oykot. A medida que la noche avanzaba, las estrellas comenzaron a desaparecer gradualmente, tragadas por el velo del amanecer que despuntaba en el horizonte. Ragn observó cómo la primera luz bañaba las ruinas del castillo y el océano con un resplandor suave y dorado, simbolizando el renacer de una promesa que ambos compartían, una promesa de seguir juntos, sin importar los desafíos que enfrentaran. — ¿Qué buscarrrr? —Preguntó de repente. Sus ojos se perdían entre las estrellas. — Qué serr lo que Airrrgid busca. — Finalizó.
#9
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Ragnheidr ni siquiera contestó a su pregunta sobre si se había pasado o no con aquella amenaza, simplemente la abrazó con una fuerza que hizo que el aire escapara de sus pulmones. Entre sus brazos sentía que todo estaba bien, que nada podía herirla ni afectarle en absoluto. Airgid cerró los ojos, disfrutando de ese momento y volviendo a respirar hondo. Le estaba sorprendiendo de manera bastante grata lo... cariñoso que Ragn había demostrado ser con ella hasta el momento. Cualquiera podría pensar en un primer vistazo que aquel hombre sería terco, duro, borde. Y en ocasiones así era. Pero ella había sido una de esas afortunadas personas que habían logrado ver un poco más allá de esa férrea coraza del buccaner. Cada detalle nuevo que Airgid conocía sobre su personalidad y su manera de ser hacía que se enamorara más y más perdidamente de él. El hombre rompió su abrazo solamente para tomarla de la mano y arrastrarla con él hacia el exterior de la taberna, dejando atrás a una confundida panda de balleneros que no entendían nada de lo que acababa de ocurrir. Aunque lo cierto es que ella tampoco entendía mucho.

Pero no le importaba. Confiaba en el vikingo ciegamente, y simplemente se dejó llevar por el ímpetu del guerrero, que la subió a su espalda y continuó corriendo como si no hubiera un mañana, como si fueran lobos recorriendo el bosque. Airgid se agarró a su cuello, apoyándose en su hombro. La noche era fría y el viento lo empeoraba aún más, pero el cuerpo de Ragn era caliente y agradable como una estufa en mitad del invierno, como fuego entre la nieve, y ofrecía a la mujer un reconfortante refugio. Cada vez se alejaban más y más del pueblo, ¿a dónde la estaba llevando? Qué importaba. Airgid no podía estar pasándoselo mejor, y es que descubrió que ella también necesitaba un paseo así tras aquella aglomeración tan abrumadora de sentimientos, tan contrarios e intensos. Era liberador, y una sonrisa enorme se le dibujó a Airgid en la cara, inmutable, permanente, completamente llena de felicidad.

El camino comenzó a ascender, llegando hasta un acantilado que les conducía directamente al mar. Airgid se intuyó lo que iba a pasar, porque no era la primera vez que estando con ella se lanzaba al mismísimo vacío. Y así fue, dando un poderoso salto para caer por el barranco. Airgid, divertida, rió en carcajadas, confiando plenamente en él y en su habilidad con la manipulación del gas. Y tal y como se había imaginado, rápidamente quedaron suspendidos en el aire, flotando en medio de la nada, entre el cielo y el mar. La caída había sido breve, pero igualmente el cuerpo de la rubia se llenó de adrenalina y de poder. Cuando el hombre gritó de aquella manera, tan fuerte y liberadora, como si se estuviera quitando un peso de encima, a Airgid no le quedó otra que imitarle, soltando otro grito igual de reconfortante aunque menos ensordecedor. Hasta el momento se lo había estado pasando en grande, pero la verdad es que seguía ligeramente inquieta tras aquel encontronazo con la cuñada de Ragnheidr. No sabía si lo que había dicho y hecho era lo correcto, pero Airgid siempre había sido así. Si le atacaban, ella devolvía el golpe el doble de fuerte, y si la insultaban, era motivo más que suficiente para iniciar una batalla. Una que contuvo por respeto a que era miembro de la familia política de Ragn. De no ser así, otro gallo habría cantado.

Finalmente Ragn rompió su silencio, advirtiéndole de eso mismo que ella había pensado. Que no conocía en dónde se estaba metiendo. Pero, ¿a quién le importaba? En aquel momento, junto a él, Airgid se sentía invencible. — Me da igual, no iba a dejar que esa tía se riera de ninguno de los dos. Ella sí que no es consciente de la enemiga que se acaba de ganar. — Bromeó sin que su sonrisa desapareciera, quitándole todo el hierro al asunto. Era normal, al final no les conocía de absolutamente nada, y ella confiaba tanto en los dos, en su grupo en general. Nada ni nadie podría con ellos. Verle sonreír de aquella manera solo la fortaleció aún más. Ambos juntaron sus frentes, reconfortándose el uno al otro con aquel contacto, aquella conexión. La expresión de Airgid se relajó, aunque su sonrisa continuaba ahí, más suavizada, más templada. Dios, era increíble todo lo que sentía por él. Realmente era como si le complementara, como si se comprendieran y se respetaran a un nivel muy profundo. Sentía que podía llegar a hacer cualquier cosa por él, con tal de que él estuviera feliz.

Lentamente, el buccaner comenzó a cambiar el rumbo, dirigiéndoles a un pequeño saliente sobre una montaña, regalándole una espectacular vista de la isla y del océano. Que estaba loca, decía. La mujer se mordió la lengua, a la vez que le guiñó un ojo. — Contenerme nunca ha sido mi fuerte. — Respondió, divertida, pero revelando una verdad como un templo. La noche poco a poco fue quedando atrás, con los primeros rayos de la mañana rompiendo el cielo y bañando la isla. No habían dormido una mierda en toda la noche, pero no importaba. Había merecido la pena. Airgid escuchó aquella genuina pregunta de Ragnheidr acerca de ella mientras continuaba aferrándose a su cuerpo, acomodándose en su calor, en la suavidad de su piel. — ¿Sinceramente? Creo que estoy en proceso de descubrirlo. Quiero centrarme en mi pasión, mi profesión, forjando armas y armaduras cada vez mejores, creando inventos nuevos que desafíen la ciencia tal y como se conoce. Es algo que adoro hacer. — Se le notaba en la voz que su oficio realmente le apasionaba, que era una de sus razones por los que se levantaba cada mañana. El calor de la forja, el aceite de los motores, los engranajes y los mecanismos, cómo todo encajaba perfectamente y sobre todo, la satisfacción tras un trabajo bien hecho, artesanal, propio. Era como... tener pequeños hijos. — Pero ahora he descubierto tantas cosas que nunca me habría imaginado, tengo el poder de una fruta; me siento más fuerte que nunca; he conocido a gente increíble, y... te he encontrado, a ti. — Sonrió de nuevo, sincerándose una vez más con él. — Creo que hacer planes sirve de poco, la verdad, cualquier plan que podría tener mientras aún vivía en Kilombo se ha desmoronado por completo a estas alturas, así queee, quizás es mejor simplemente dejarse llevar. — Acarició su brazo, buscando su abrazo. — ¿Y tú? ¿Qué es lo que Ragnheidr busca? — Le devolvió la pregunta, profundamente intrigada. Sentía que le conocía bastante, sobre todo su forma de ser, su carácter. Pero había cosas de su historia que aún estaban oscuras para ella, por ejemplo el tema de su familia, con la que ya había tenido un primer contacto, o el tema de sus sueños, sus deseos. Esa búsqueda como él lo había llamado.
#10


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