Alguien dijo una vez...
Crocodile
Los sueños son algo que solo las personas con poder pueden hacer realidad.
Tema cerrado 
[Común] [C-Presente] Mareas de cambio / Octojin
Asradi
Völva
El desayuno estaba siendo de lo más tranquilo mientras conversaba. Asradi no había puesto ni un “pero” a los sandwiches. Era como si estuviese habituada también a comer cualquier cosa que encontrase. Estaba habituada a haber pasado hambre, incluso, en ciertas ocasiones, así que no le hacía ascos a nada. O a casi nada. La fruta no la había tocado, y había mirado casi con desconfianza algunos trozos de piña que había, rebanados, sobre uno de los recipientes. No, es que no quería ni mirarlos tan siquiera. Cuando vió la expresión torcida y seria de Octojin, la sirena le miró con una expresión entre curiosa, antes de sonreír de manera sutil. No le habían molestado sus palabras, sobre todo porque el escualo había sonreído en broma después. O quizás no tan en broma. Fue ella la que puso una mano sobre la del mayor, acariciándole el dorso.

Yo también espero que lo seas. Aunque es verdad que son cosas a las que no deberíamos atarnos de buenas a primeras. — Se chupó un dedo de la mano contraria, luego de haber terminado un triángulo de sandwich. Estaba hablando en serio, a juzgar por la expresión que ahora mantenía. — Mis sentimientos por ti son claros, pero no sabemos lo que nos deparará el futuro. — Podrían discutir, podrían resentir la separación... Podrían pasar demasiadas cosas en las que la sirena no quería ni tan siquiera pensar. Porque muchas implicaban algo doloroso.

Dejó de comer unos momentos para clavar su mirada en los ojos del tiburón. Y, entonces, sonrió con un gesto suave, comedido, pero no por ello menos falto de cariño o de sentimientos.

Por eso es mejor vivir, de momento, el día a día. Disfrutar de esto, sin pensar de momento en el futuro. No cuando ahora mismo estamos bien. — Le propuso. Por una parte, temía enfrentarse al futuro. Sobre todo de hacerlo sola, o que Octojin no estuviese en ese futuro. — Ahora mismo, solo quiero estar contigo todo el tiempo que me sea posible. Ser un poquito posesiva y acapararte para mi.

Asradi le guiñó suavemente el ojo, antes de llevarse la taza de café a los labios y tomar un comedido sorbo. No era de los mejores que había probado, pero estaba decente y le serviría para espabilar. Y, hablando de eso: no era estúpida. Ella había dormido, pero los signos de cansancio era algo que, por mucho que uno quisiese disimular, estaban ahí. Y el cuerpo no mentía. Por otro lado, permaneció un par de segundos pensativa cuando Octojin dijo de acompañarla a la tienda. Asintió conforme.

Está bien, pero con una condición. — Alzó el dedo índice, en un gesto algo autoritario. Era una estampa ver como aquella menuda sirena se atrevía a intentar darle directrices a un gyojin que la triplicaba, o más, en tamaño. Tanto en estatura como en fuerza y demás. — Cuando volvamos te echas una siesta. Y no aceptaré un no por respuesta.

Sí, definitivamente, tenía carácter. Uno que no dudaba en sacar a pasear cuando la situación lo requería. Ojalá lo sacase más a menudo en cuanto a sí misma para algunas cosas. Pero nadie era perfecto, claro. Aceptó de buen grado el sándwich de pollo que le ofrecía Octojin, degustándolo con absoluto placer. De hecho, mientras desayunaban, ella misma aprovechaba para hacer una pequeña lista, habiendo sacado una hoja y un bolígrafo. Necesitaba algunas cosas en específico. Por suerte no eran muchas, quizás cuatro o cinco. Y, con suerte también, podría encontrarlas todas o casi todas en el mismo lugar. Unas pocas hierbas comunes y algún utensilio nuevo. Tras eso, fue la primera en meterse en la ducha, llevándose una muda de ropa, cuando el habitante del mar se lo ofreció. Y eso fue lo que hizo. Cuando se desprendió de la ropa, no pudo evitar mirar su espalda a través del reflejo del espejo. Una muesca de tristeza y resignación se dibujó en su rostro. Un gesto que apareció de forma totalmente genuina al encontrarse sola en ese momento.

Decidió centrarse en la ducha, dejando que cualquier impureza o rastro de tristeza se fuese a través del agua que lamía su piel. No tardó demasiado, y mientras se envolvía, luego, en una toalla para secarse, fue cuando escuchó el murmullo de Octojin al otro lado de la puerta. Se mordió el labio inferior, y fue ella quien apoyó la mano justo en la puerta, todavía cerrada. De encontrarse en otra situación, incluso le habría invitado a que entrase. Pero... Todavía era demasiado pronto.

Yo también te quiero, Octojin. Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. — Y era verdad. Había conocido gente, una mejor que otra. Pero encontrarse con el gyojin y volver a sentirse como que tenía algo tangible a lo que aferrarse, a alguien, le colmaba el corazón. — Te has ganado no solo mi cariño y mi respeto, sino también mi corazón. Eres el único al que se lo he entregado y confiado.

Al menos, en ese aspecto sentimental.

Para cuando, minutos después, salió por la puerta, vestida y aseada, no se esperó aquel ataque furtivo por parte del futuro marine, pero le ganó la risa cuando se vió alzada de repente, y no dudó en abrazarse un poco hacia el peligroso morro de Octojin. Donde depositó un pequeño beso antes de fundirse ambos en un abrazo. El susurro del mayor estremeció a la pelinegra, quien le apretujó un poco más. O todo lo que podía hacerlo teniendo en cuenta la diferencia de complexiones de ambos.

No lo tomes como una despedida... — Murmuró, intentando aligerar esa carga, ese sentimiento un poco más oscuro que pesaba sobre ambos. — Si no como un hasta luego. El camino volverá a unirnos más temprano que tarde, estoy segura de eso. Y, cuando eso suceda... — Apoyó su frente, suavemente, contra el rostro contrario, en una sutil caricia, de forma íntima y confiada. — … Nada ni nadie nos podrá separar.

Depositó un sentido beso en el morrete contrario, corto y respetuoso, pero plagado de ese cariño con el que se expresaba hacia él. No deseaba separarse de él, ni mucho menos. Pero sentía que, si permanecían demasiado tiempo pensando en ello y sumidos en esa nostalgia, sería todavía peor. Por eso, le dió un par de palmaditas suaves en el costado, confiadas, y se le dibujó una pronta sonrisa.

Vamos a por esas compras. Cuanto antes regresemos, antes podrás siestear. — Porque estaba terca en que Octojin descansase un poco después. Podría dormir mientras ella preparaba algunas medicinas, en todo caso.
#41
Octojin
El terror blanco
Octojin no podía evitar sentirse completamente abrumado por las muestras de cariño de Asradi. Cada beso que la sirena le daba le ruborizaba al momento, una reacción que parecía inevitable cada vez que ella se acercaba de esa forma. La cosa es que tenía una mezcla de sensaciones entre vergüenza y placer, algo que le encantaba, aunque no entendía el por qué. Podía entender que el placer le supusiera una sobredosis de energía, que lo disfrutara, pero, ¿por qué la mezcla con esa vergüenza le encantaba? Cuando la giró juguetonamente en sus brazos y vio la felicidad y complicidad en sus ojos, sintió que estaba haciendo algo bien, que esos momentos eran importantes para ambos. Y que pasara lo que pasara, quedarían en su memoria por mucho tiempo. Serían eternos.

Con una sonrisa y un ligero rubor aún en el rostro, Octojin se preparó la ropa que se iba a poner para bajar al mercado. Fue bastante conservador y eligió ropa negra, que era la que mejor le quedaba, tanto por simplicidad como por su claro color de piel. La sirena le había permitido ir con ella a cambio de que después se echara una siesta. Lo cierto es que estaba haciendo todo lo que estaba en su poder por intentar que no se notase su cansancio, pero por alguna razón, Asradi se había dado cuenta de que estaba bastante agotado. Quizá no se le daba tan bien fingir estar activo, después de todo. O puede que las ojeras le delatasen.

Mientras cogía las prendas preparadas para meterse al baño, se dio cuenta de lo afortunado que era por tenerla a su lado. De las sonrisas que le sacaba de manera inconsciente, simplemente por el echo de estar allí. Por mirarle, sin más. El escualo le dijo rápidamente que no tardaría más de dos minutos en ducharse, y, efectivamente, así fue. Aunque tras decir aquello, le dio una palmadita en el trasero a modo de broma, mientras salía corriendo hasta meterse en el baño. El gyojin entró y se despojó de sus ropas, dejando que el agua fría cayera sobre su cuerpo, limpiando no solo el sudor de la noche, sino también las tensiones acumuladas. El agua se deslizó por sus escamas mientras él se frotaba con fuerza, y aunque su ducha fue breve, salió sintiéndose completamente renovado. Aquello le vino de perlas, notando esa calma que necesitaba cada día antes de bajar a la calle y sufrir al gentío gritando y mirándole de una forma tan despectiva que ya había aprendido a lidiar con indiferencia. Aquello era algo contra lo que no podía luchar, no al menos cada día. Y no iba a estropear un día con Asradi peleándose por aquello.

La ducha mañanera era una sensación de frescura y calma que lo ayudaba a centrarse en lo que importaba: pasar tiempo con Asradi. Todo el que fuera posible. Así que despejado y duchado, ya no hacía nada en el baño.

Cuando salió de la ducha se limitó a secarse rápidamente mientras se miraba al espejo. Usó un poco de enjuague bucal, pensando en que quizá habría algún que otro beso más juguetón después. Y sonrió al ver tanto el gel como el perfume de Tiburón Dandy. Lo cogió y lo tiró contra la papelera, sin poder dejar de sonreír. Si a su sirena le gustaba más sin ningún tipo de aroma artificial, así sería. Estuviera ella delante o no.

Cogió la ropa que se había preparado y se la puso, notando cómo aún estaba algo húmedo, pero no le importó. Su cuerpo absorvía con demasiada facilidad el agua, y secarse por completo era una tarea complicada. Además de una que no gustaba mucho al escualo. Su cuerpo y el agua eran uno, y como tal, necesitaban estar en contacto con cierta frecuencia.

Una vez ambos estuvieron listos, salieron juntos de la posada. El día estaba despejado, el sol brillaba con fuerza y las calles empezaban a llenarse de actividad, denotando que la normalidad volvía como cada día. El bullicio de los comerciantes y el sonido de los carruajes, repletos de nuevos enseres que vender, creaban una sinfonía de vida cotidiana que acompañaban sus pasos. Octojin observaba a su alrededor con una mezcla de admiración y alerta, mientras caminaban lado a lado. Tendió su mano, esperando recibir la de la sirena como ya habían hecho en otros paseos que habían dado. ¿Cómo serían los paseos sin ella en el futuro? Seguro que aquellos pequeños detalles que hacía casi sin pensar, le hacían recordarla. El olor a mar salado llegaba en ráfagas suaves, mezclándose con los aromas de los puestos de comida que comenzaban a abrirse paso en el mercado.

Y hablando de puestos de comida, el tiburón paró en uno que solía frecuentar y nunca se había decidido a probar. Uno de extraños algodones de azúcar de distintos colores y sabores. Lo cierto es que olía bastante dulce, y aunque él era mucho más de salado, esa vez no se puedo resistir. Compró dos, uno que el vendedor el recomendó, siendo el típico rosa, y otro de un color rojizo que le llamó la atención. Le ofrecería ambos a la sirena para que los probase y se quedase el que más le gustara.

—Si te soy sincero, no sé cómo sabrá esto, la verdad. Pero siempre que pasaba por aquí me entraban ganas de probarlo, y no lo había hecho hasta ahora. Quizá sea una mierda, no sé.

Aquellas palabras en alto desataron un fuerte cabreo en el vendedor, al cual no le sentó muy bien la última parte. Levantando la mano el gyojin pidió perdón y se alejó, haciendo muecas junto a la sirena, denotando su asombro al ver que el humano seguía soltando palabras malsonantes aún cuando estaban alejándose.

El camino hacia el mercado, a raíz de ahí, fue tranquilo, aunque el gyojin mantuvo siempre un ojo vigilante en caso de que algo inesperado sucediera. Por fortuna no fue así. Había aprendido a no bajar la guardia desde bien pequeño, y se decidió a ir bastante pendiente debido a los eventos del día anterior, pero también disfrutaba del paseo con la sirena, admirando los colores y sonidos que lo rodeaban.

Iba saboreando los algodones, que si bien estaban dulces, no le evocaban a ningún sabor conocido. Pero no le disgustó. Afortunadamente no fue un manjar tan exquisito como para tener que comprarlo cada día, ya que tener que coincidir con aquél humano más veces le supondría un esfuerzo y paciencia que no estaba dispuesto a hacer por un simple algodón de azúcar.

Cuando llegaron al mercado, Octojin miró a Asradi con una sonrisa tranquila, apretándole por la cintura y agachándose hasta darle un beso en la parte superior de la cabeza.

— Aquí mandas tú, mi querida sirena. Yo solo te sigo y ayudo con lo que necesites. Cuenta conmigo para cargar todo lo que tengas que llevar.

Se sentía completamente en paz con ella a su lado, dispuesto a disfrutar del día y a aprovechar cada instante juntos antes de que la realidad los separara nuevamente.
#42
Asradi
Völva
Mientras Octojin se duchaba y se aseaba, Asradi también aprovechó eses minutos para prepararse. Se aproximó a la cama donde todavía yacían sus cosas, abrió la mochila que siempre portaba a sus espaldas y curioseó dentro un poco. Lo primero que hizo fue sacar la única prenda de ropa inferior que le quedaba. La otra falda se le había rasgado el día anterior debido a la trifulca con aquellos tipos, así que solo la había guardado. Quizás pudiese arreglarla de alguna manera si encontraba a alguien que supiese de costura. Por fortuna, no era la que Galhard le había regalado en su día, esa la mantenía bien cuidada. Y, ahora mismo, era la que le quedaba, así que simplemente se la puso con soltura. Una falda larga y vaporosa, cómoda, que no le restaba movilidad (dentro de toda la movilidad que una sirena, sin piernas, podía tener en tierra) y que, al mismo tiempo, ocultaba su cola. No era que se avergonzase de ello, pero no quería otra trifulca como la del día anterior. Y no quería, tampoco, causarle más problemas a Octojin al respecto. Una vez hecho esto y con la prenda bien acomodada, comenzó a vaciar los utensilios y demás plantas y a colocarlos sobre la única mesa que tenía aquella habitación, donde ambos habían desayunado también.

A ver qué necesito... — Murmuró para sí, mientras tomaba notas del inventario que le hacía falta reponer. O, más bien, lo más básico que podría conseguir en un mercado. Y, quizás, si tenía un poco de suerte, podría encontrar algo exótico. A veces sucedía.

Los ojos de la sirena fueron inspeccionando los útiles y las medicinas que le quedaban. Necesitaba conseguir algún frasco más para conservar más hierbas y, en cuanto a estas, a lo mejor podría conseguir, de algún vendedor, algo de ajenjo o aloe. Eran las más comunes en la superficie. No era lo mismo que recolectarlas frescas, por supuesto, pero así también se ahorraba meterse mucho en asentamientos humanos. No iba a correr ese riesgo si no era necesario. A veces tiraba de mercados cuando no le quedaba más remedio. Pero ahora, acompañada del escualo, esperaba que todo fuese más sencillo y que, sobre todo, no les volviesen a molestar. Justo terminó de tomar las notas cuando Octojin salió de su baño. Asradi le sonrió y se deleitó mirándole. Aquellas prendas negras le quedaban especialmente bien y resaltaban su tono de piel naturalmente más blanquecino. A ver, era hipnótico mirar para ese hombre, hasta el punto que casi ni se dió de cuenta de cuando ella se había sonrojado. Con ese calor, todavía, en las mejillas, le sonrió y procedió a recoger lo que había esparcido. Ambos estaban listos para ello. Bajaron las escaleras y salieron de la posada, de nuevo a impregnarse del ajetreo de las personas de la superficie en una ciudad tan llamativa y bulliciosa como lo era Loguetown. Era algo que, en cierta manera, fascinaba a la sirena. El aprender de otras culturas y otras zonas.

Sí fue consciente de que algunas miradas no tardaron en recaer sobre el enorme gyojin tiburón. Miradas que Asradi devolvió de manera afilada, casi en una silenciosa amenaza, antes de centrarse en su acompañante y, por supuesto, correspondiendo a su gesto, al enlazar su mano con la contraria cuando Octojin se la tendió. Jugueteó con los dedos de él un par de veces, en unas pequeñas caricias, disfrutando de aquel momento. Temía el momento de la separación, porque sabía que iba a ser doloroso de todas maneras. Pero, aún así, disfrutaría de esas horas que pasase con Octojin. Y, cuando no estuviesen juntos, recordaría eses momentos.

Mientras caminaban, podía escuchar conversaciones variadas, y el aroma de diferente comida impregnándose por el aire. Era verdad que prácticamente acababan de desayunar, pero un postre nunca entraba mal. Sin mencionar que ella siempre estaba muy dispuesta a probar comidas nuevas. Fue Octojin quien se detuvo en un puesto de algodón de azúcar. Asradi no lo había probado nunca. Y, aunque no era muy aficionada al dulce, al menos haría el intento por la curiosidad que le generaba. El escualo compró dos. Uno rosa y otro más rojizo.

Oye, no digas eso... — Le dió un codazo cuando se refirió al posible sabor de aquel dulce. No porque ella se escandalizase, ni mucho menos, porque era verdad que podía ser una mierda pinchada en un palo. Y literalmente hablando. Sino porque el dueño del puesto le acababa de oir plenamente y todavía podía escuchar sus maldiciones e insultos a medida que se alejaban. De hecho, Asradi no pudo contener una risita un tanto divertida por la situación.

A ver, déjame probar. — Cogió uno de los que le ofrecía Octojin, en esta caso, se decantó por el rosa.

La verdad es que daba un poco igual porque, durante el camino, habían ido probando ambos uno del otro. Por lo que Asradi fue pinchando con los dedos para probar el algodón de azúcar. Al principio había hecho una mueca graciosa. ¡Por Neptuno! Literalmente eso era como morder azúcar. No estaba malo, pero tampoco era una maravilla.

Que pena que no lo hubiese salado. Con sabor a pistacho, ¿te imaginas? — Bromeó, aunque no hubiese estado mal ese sabor, ahora que lo pensaba. Seguro que estaría mucho más rico que esa bomba de azúcar.

Entre una cosa y otra, terminaron llegando al mercado. Al ver el lugar un tanto más abarrotado que el resto de las calles, Asradi dudó unos momentos, incluso pareció recular apenas. Pero fueron los ánimos y la compañía de Octojin la que le hizo sacudirse esas dudas y armarse de valor. Sobre todo cuando sintió el abrazo y el beso en la cabeza. Una sonrisa de agradecimiento y un mimo fue lo que la sirena le regaló al escualo en respuesta. Era verdad, lo tenía a él al lado. Era una sensación contradictoria, porque sí realmente disfrutaba mucho en los mercados, en el bullicio de la gente de a pie, con mercancía tan común y tan exótica para ella al mismo tiempo. Pero al mismo tiempo le imponía meterse entre tantas personas que no miraban a los habitantes del mar con buenos ojos. No quería prejuzgar tampoco.

Se mantuvo un par de minutos disfrutando del contacto del tiburón, el como la sujetaba de la cintura de esa manera protectora. El estómago le cosquilleó de forma agradable, haciendo que esa sensación subiese a un nuevo sonrojo a sus mejillas.

Aprovecha también tú para comprar algo si lo necesitas. Miraré los puestos de hierbas y medicinas. Aunque también me vendría bien un par de prendas de ropa. Ayer se me desgarró una falda. — Suspiró al recordar aquello. No quería que ahora, la que llevaba puesta y que había sido regalo de aquel marine, se le estropease también.

Fue la primera que se adelantó, tras haber preguntado en qué zona quedaban los puestos mencionados. Sopesó algunos mientras pasaba y se decantó por el de un anciano de manos ajadas y mirada profunda. Contempló lo que vendía, había algunas hierbas que servían como venenos y medicina al mismo tiempo. Tras una corta charla donde ambos intercambiaron impresiones y consejos, así como alguna que otra risa suave, Asradi se dejó guiar por la experticia del hombre. Así como también intercambiaron algunas hierbas que ella tenía y que el anciano no había visto antes. Eran, sobre todo, hierbas marinas que solían encontrarse a grandes profundidades y que eran complicadas de conseguir, sobre todo para la gente de la superficie. Asradi no dudó en ofrecerle unas pocas a cambio de otras que ella tampoco conocía. Unas flores de Dedalera que el hombre había secado ya previamente, para conservar sus propiedades.

Tras un par de palabras más, y un par de puestos a visitar más adelante, la sirena ya tenía todo lo que había venido a buscar. Aunque también se había entretenido un poco curioseando.

Ya tengo todo, solo falta la ropa y creo que con eso, para mi, sería suficiente. — Comentó al escualo, pues tampoco quería que se aburriese mientras ella hacía las consabidas compras. — ¿Seguro que no necesitas nada para ti? — Le preguntó, curiosa.
#43
Octojin
El terror blanco
Al llegar al mercado, Octojin sintió cómo el bullicio de la gente y el movimiento constante lo rodeaban, una sensación que desearía no volver a sentir más, pero que desgraciadamente, tenía que hacerse a la idea de seguir percibiendo. A pesar de las miradas incómodas que recibían por ser un gyojin de una altura considerable y una sirena que intentaba camuflar sus rasgos más característicos, ambos se mantenían tranquilos, disfrutando de la compañía mutua. Octojin le dijo a Asradi que no necesitaba nada en ese momento y que ella podría ir sola a por las especias que buscaba. Mientras la veía alejarse, Octojin decidió dar un paseo entre los puestos, siempre manteniendo un ojo sobre la sirena, asegurándose de que todo estuviera bien. Se paró en algunos lugares que llamaron su atención, observando herramientas de carpintería y otros productos curiosos que, de normal, no hubieran atraído su mirada particularmente. Pero lo cierto es que tenía que hacer tiempo, y eso llevaba implícito mirar puestos para disimular que sus ojos estaban más pendientes de la sirena que de la mercadería en sí.

Los diversos puestos repletos de mercancías fueron llamando su atención poco a poco. Cada uno con su propio carácter y estilo, intentando crear un escaparate que llamase la atención de la gente que transitaba la zona. Había tenderos que gritaban ofreciendo fruta fresca y exótica, pescados brillantes recién capturados y colgados en redes, y especias cuyos aromas llenaban el aire con una mezcla de olores penetrantes, dulces y picantes. Sin embargo, los productos que más capturaban la atención del gyojin eran aquellos que apelaban a su naturaleza práctica. Un puesto de herramientas robustas y artesanales lo intrigó. Allí, entre martillos, clavos y serruchos, notó algunas herramientas de carpintería especialmente finas, hechas con madera de calidad y acero pulido. Sus dedos, aún acostumbrados al trabajo duro, recorrieron los bordes de una cuchilla afilada que le recordaba las que usaba en los astilleros. Sabía que podría serle útil para algún proyecto en el futuro. Así que le preguntó al tendero y, tras una ardua batalla de ofertas a la baja, consiguió un precio que creyó bueno por la herramienta y la compró. La sierra estaba afilada y se notaba que no había tenido ningún uso, algo perfecto para sus trabajos.

Además, el tiburón también se fijó en una serie de cueros y telas en otro puesto, donde se ofrecían prendas diseñadas para soportar el uso rudo y el trabajo manual. Las camisas anchas y pantalones de tela gruesa captaron su atención, ideales para moverse con libertad durante sus entrenamientos o tareas. No muy lejos, encontró un rincón dedicado a trajes más elegantes, camisas de lino y chaquetas que resaltaban en su diseño y detalle. Sus ojos recorrieron las prendas, imaginándose con una de esas camisas cuando tuviera que asistir al cuartel de la Marina. La idea de vestirse bien para un día importante en su vida lo hacía sonreír ligeramente, pero rápidamente volvió su atención a los materiales más prácticos.

Cuando Asradi regresó con su botín de hierbas y especias, Octojin notó la satisfacción en su rostro, lo que le provocó una sonrisa genuina que compartió con ella. Le enseñó la sierra con la sonrisa que un niño compartiría su juguete recién recibido.

—Yo he comprado esto de momento. Es una sierra que me ha llamado la atención. Con esta podré realizar trabajos más duros y me llevará menos esfuerzo — el gyojin se dio cuenta que quizá era un tema que no le interesaba demasiado a la sirena, así que se limitó a dar su próximo paso al recibir su pregunta—. Ah, pues sí. He visto un par de puestos de ropa que me interesan, la verdad. Podríamos ir ahí y me asesoras un poco... Quiero ropa cómoda para entrenar, y una un poco más elegante para el día que vaya al cuartel de la marina. No sé con qué ropa debería ir, la verdad, pero creo que tendría que ir un poco elegante.

Caminaron poco, haciéndose hueco entre la gente, hasta llegar a los dos puestos, que eran colindantes. Primero se acercó al que tenía prendas algo más elegantes. Octojin, mientras sostenía una camisa con detalles finos, le hizo una mueca a Asradi para que le mirase. Lo cierto es que le gustaba esa camisa, pero no sabía si era muy cómoda para el día a día. No le gustaba sentirse demasiado apretado. Era una sensación que ciertamente detestaba.

Tras hablar con el tendero y que le sacara una de su talla, se la probó. Le sorprendió lo cómodo que iba con ella. Aunque no sabía si se vería elegante o no. Miró a la sirena y le preguntó, esperando sinceridad de ella.

— Qué, ¿cómo me la ves? Creo que me podría valer.

Si a la sirena le gustaba, se la compraría sin duda. O quizá le recomendase otra que viera. En cualquier caso, le haría caso con los ojos cerrados. Ella seguro que tenía una mejor vista de él que él mismo.

Finalmente, y una vez comprase una camisa en el puesto, se iría al otro, el de la ropa de deporte, y le señalaría un chándal con motivos hippies bastante hortera, por otro lado, pero que por alguna razón le gustaba.

—No te sé decir qué me gusta de él, la verdad. Pero es que me gusta. Encima está de oferta, seguramente porque no le guste a nadie más, pero... ¿Qué te parece? Si quieres me lo puedo hasta probar, pero si lo hago creo que me lo voy a tener que llevar.

La horterada


La verdad es que no sabía realmente por qué le atraía ese chándal, porque jamás había llevado algo tan hortera. Pero le gustaba.

Si la sirena no tenía ningún impedimento, se lo llevaría. Y entonces le tocaría a ella ir de compras. ¿Habría visto algo o tendrían que pasear por el mercado hasta ver prendas que le llamasen la atención?

En cualquier caso, el tiburón le lanzó una mirada cómplice, sabiendo que juntos harían que ese día en el mercado fuera especial. Un día de compras que, sin duda, recordarían. Quizá le pudiese regalar un top, por ejemplo. Sí, lo intentaría. Si veía un top que le gustase, se lo intentaría regalar, así se podría acordar de él con más razón.
#44
Asradi
Völva
No había sido tan consciente, con lo entretenida que había estado en la compra de sus cosas y, después, con la conversación que había mantenido con aquel anciano, que siempre parecía tener una mirada de Octojin sobre ella. Aún después de que el escualo se hubiese alejado a comprar sus cosas o a mirar algo que le llamase la atención. Y tampoco le hubiese molestado de ser consciente, en ese momento de lo sucedido. Asradi aprovechó para mirar un par de puestecillos más, entre el barullo de la gente que también se encontraba en sus compras diarias, antes de volver a reunirse con Octojin. El gyojin, de hecho, no tardó en mostrarle una sierra que había adquirido. Curiosa y graciosamente, ambos llevaban la misma sonrisa emocionada como un niño con un caramelo nuevo. La atención de ella, entonces, se posó en dicho objeto.

¡Se ve de buena calidad! No entiendo mucho de estas cosas, pero... — Arrimó ligeramente un dedo a una de las puntas serradas. Con mucho cuidado y sin presionar, antes de separar dicha falange. — Parece muy afilada, seguro que le darás un buen uso. — Ya había visto las dotes de Octojin con la madera, aunque fuese aquella talla que, además, llevaba consigo ahora mismo, resguardada celosamente en su mochila. Era un tesoro para ella. — Pero ahora será mejor guardarla para que no haya peligro de lastimar a nadie.

Ellos incluídos, claro. Por fortuna, la sierra venía con su caja correspondiente para guardarla y que se conservase y protegiese ahí. La verdad es que Asradi lo veía feliz, animado. Eso era lo más importante para ella y lo que, también, le despertaba ese sentimiento para con él. Era curioso, desde hacía mucho tiempo se había negado a fijarse en alguien. No porque no quisiera, sino porque, simplemente, no tenía ni tiempo ni los ánimos como para creer que, en su situación, pudiese comenzar algún tipo de acercamiento con alguien, mucho menos una relación. Tenía esperanzas en aquello, pero tampoco deseaba hacerse tantas por ese martilleo seco que todavía tenía en el fondo de su cabeza. Era como una especie de supresión inconsciente.

Para entrenar debería ser algo holgado, para que te sea más cómodo. — Mencionó mientras el grandullón le comentaba sus “planes” con respecto a la ropa. Además, ahora tenía muchas ganas de verle cambiándose de modelitos. Vale que estaban en plena calle, pero la imaginación a veces ayudaba a ese tipo de cosas. Asradi le sonrió un tanto coqueta y entretenida a la vez. — A decir verdad, no sé que tipo de ropa se usará en la Marina. — Aparte de los uniformes oficiales que siempre había visto en algún momento. — Pero seguro encontramos algo adecuado.

Se hicieron hueco entre la gente hasta que llegaron a un par de puestos que estaban uno al lado del otro. Dejó que Octojin mirase primero, aunque ella también aprovechó para ir curioseando un poco. Había ojeado una blusa holgada y corta que era vaporosa y bonita, de estampados claros, pero no lo suficiente fina y que cubría bien su espalda. Eso era lo que más le interesaba. Era lo primordial para ella. Cuando Octojin le llamó la atención, Asradi sonrió con la elección de camisa que había hecho el habitante del mar. Incluso se atrevió a dar unos pocos saltitos alrededor de él, como si estuviese inspeccionando lo bien que le quedaba.

Porque, a decir verdad, le sentaba espectacular.

Cómprate esa, me encanta como te queda. — Y era verdad. No era ni demasiado apretada ni demasiado holgada. Era casi como si hubiese sido hecha a medida para el gyojin. De hecho, Asradi no se cortó demasiado en mirarle de arriba a abajo.

Los ojos estaban para mirar, ¿no?

Hecha esa elección, continuó la cosa con algo más... llamativo.

La pelinegra ladeó levemente la cabeza, y no pudo evitar reírse suavemente. Sí, era una horterada, pero al mismo tiempo le hacía gracia. No solo el chándal en sí, sino imaginarse a alguien tan grande e imponente como Octojin con esa prenda puesta. De hecho, Asradi no pudo disimular la risita que se le salió, divertida.

Pruébatelo. Quiero verte con él puesto. — Es que lo estaba deseando. Era un momento divertido y, claro, si se lo probaba tendría que llevárselo o, al menos, la talla que le fuese adecuada.

Mientras el tiburón se lo probaba, ella echó un vistazo rápido. Había visto aquella blusa y una falda a juego, con estampados marinos o algo similar, que podría cubrir toda su cola sin miedo a que nadie se la viese si se volvía a aventurar, más adelante, a la superficie.
#45
Octojin
El terror blanco
Al gyojin le encantó que la camisa que le había entrado por los ojos le gustaste a la pelinegra. Con una aún más abultada sonrisa, se la probó y vio cómo la sirena le miraba de arriba a abajo varias veces, esbozando una tímida sonrisa que cada vez fue siendo menos tímida. Sin duda no lo estaba haciendo para hacer sentir mejor al tiburón, sino que realmente le gustaba cómo le quedaba. O eso estaba percibiendo el habitante del mar.

Octojin se rió al ver la insistencia de Asradi para que se probara el chándal en el segundo puesto, mientras él mismo no podía evitar sonreír por lo absurda y divertida que le resultaba la prenda.

— Que conste que lo hago por ti — dijo con una sonrisa mientras cogía el chándal, consciente de que había sido su idea pero intentando hacerse el hombre delante del tendero, que le veía con un semblante de sorpresa como agarraba aquél chándal, probablemente sus rezos porque alguien se lo llevara habían visto sus frutos tras años sin venderlo.

Mientras se dirigía hacia un pequeño espacio en el que pudiera probárselo sin molestar a los demás compradores, el gyojin vio cómo la sirena miraba prendas para ella misma. Y es que observarla mientras ella no era consciente —o eso creía él—, empezaba a ser su pasatiempo favorito. Se quitó la ropa lentamente, dejándola sobre una silla que tenían allí en medio para probarse calzado, y, mientras lo hacía, la observaba de reojo, notando cómo seguía inspeccionando las prendas que le iban gustando. Y lo cierto es que no pudo evitar sentir una calidez especial al verla tan a gusto y relajada. Era una sensación agradable, de esas que pocas veces experimentaba, y que le hacía sentirse más humano que gyojin.

Al ponerse el chándal, salió en su búsqueda y se plantó delante de ella, extendiendo los brazos y girando lentamente para que pudiera ver bien cómo le quedaba.

— ¿Qué te parece? ¿Voy a ser el gyojin más estiloso de la Marina o qué? — bromeó, esperando la inevitable risa de Asradi, que ya había sonado en su mente al menos. La prenda era una exageración en sí misma, pero por alguna extraña razón que intentaba comprender y no podía, le gustaba y le hacía sentir alegre. Y más si encima producía una carcajada a su sirena. Verla sonreír o reír hacía que todo valiera la pena.

Cuando sus ojos se encontraron, notó que ella estaba observando una blusa y una falda que parecían llamarle la atención. Él se acercó y, con una sonrisa sincera, le transmitió lo que estaba pensando en su interior.

— Elige el top que más te guste, por favor, te lo compro yo. Quiero regalártelo, ¿vale? — le encantaba la idea de poder regalarle algo a Asradi, algo que le recordara aquel día. La sirena era una muestra de su primera aventura, y el top sería de su segunda. No se trataba solo de la prenda, sino del gesto y el momento que estaban compartiendo.

Una vez eligieron sus respectivas prendas y pagaron en el puesto, Octojin sugirió algo más tranquilo. Tenía ganas de pasar un rato tranquilo con ella antes de lo que empezaba a oler a despedida. También quería sacar sus reflexiones con ella, hablar de cosas más abstractas y complicadas que le unieran más a ella.

— ¿Damos un paseo? Solo quiero estar un rato más contigo, antes de que volvamos a la posada —  las calles de Loguetown estaban llenas de vida, con gente yendo y viniendo de los puestos y tiendas, cada uno inmerso en sus propios asuntos, pero para Octojin solo existían él y Asradi en ese momento. Además, ya llevaba el suficiente tiempo para saber que por los callejones de la isla había menos tráfico de personas a esas horas —. Conozco un par de sitios en los que no habrá mucha gente, aunque las vistas son un poco más... Cutres, digamos.

Y tanto que lo eran. El recorrido se limitaba a unas cuantas callejuelas que daban a las partes traseras de varios edificios por los cuales había contenedores, algún que otro árbol, y, en resumidas cuentas, poca gente. Mirándolo con perspectiva, quizá no era el sitio más romántico, ni mucho menos. ¿Pero para qué quería Octojin y Asradi caminar por un sitio romántico si ya se tenían ellos mismos? ¿Qué lugar había más romántico que aquél por el que paseaban unidos de la mano? Cualquier conversación juntos era lo mejor que el gyojin podía tener.

Mientras caminaban, el escualo no pudo evitar dejar que una pregunta que llevaba tiempo en su cabeza finalmente saliera. Dejó unos segundos pasar, amenazando con ese típico silencio incómodo que se forma antes de lanzar una pregunta de las buenas. Una de esas que te hace pensar hasta que te duele la cabeza. Y así era la que tenía reservada el tiburón.

— ¿Te has preguntado alguna vez qué pasaría si fuésemos humanos en vez de seres del mar? —reflexionó sobre ello en silencio mientras seguían andando. — ¿Sería más fácil la vida? ¿Habríamos tenido las mismas dificultades o las mismas alegrías? Es una idea extraña, pero interesante. No sé la de veces que he pensado en ello. Aunque, a fin de cuentas, creo que todo lo que somos, todo lo que hemos vivido, nos ha convertido en quienes somos ahora. Y creo que no cambiaría eso por nada. Mejor ser un gyojin amenazado y alegre. Que un humano racista y cobarde.

Finalmente, después de un buen rato de paseo, y esperando la reflexión de la sirena, Octojin sonrió y le propuso volver a la posada. Allí ella podría preparar todo lo que necesitaba con las medicinas. Además, así el escualo descansaría un poco también, algo que le había prometido a su sirena.

Pero la siesta no es que fuese a ser su salvación. El tiburón sabía que, mientras estuviera a su lado aquella preciosa sirena de ojos azules pero cálida mirada, todo lo demás, incluso el agotamiento, era secundario.
#46
Asradi
Völva
Todavía estaba con el par de prendas, para ella, en la mano, cuando Octojin apareció del improvisado probador al aire libre, como quien dice, con el chándal aquel puesto. Asradi parpadeó al principio, sobre todo cuando el gyojin se dejó notar. ¡Cómo para no verlo! Tan grande que era y, ahora, con eso encima puesto. La sirena no pudo evitar reírse, la estampa era totalmente cómica y graciosa.

¡Es terrible! — Dijo, entre risas. — Tan terrible que me encanta. — El chándal era hortera a más no poder pero, al mismo tiempo, le sentaba como un guante. Asradi se aproximó solo para poder ajustarle un poco mejor la parte de arriba, todavía bastante risueña. — Espero que te lo lleves puesto.

Y, con ello, iban a llamar mucho más la atención de esa manera. De hecho, era incapaz de dejar de mirar a Octojin. Y como para no hacerlo con esa ropa tan colorida. Era casi como una droga inofensiva y divertida al mismo tiempo. Ya solo le faltaban un collar de estes grande de oro y el atuendo estaría completo. Ella no se pondría algo así ni harta de vino, pero por algún motivo a él le quedaba bien. O quizás es que lo estaba viendo con otros ojos, con unos más amables. Seguramente, de ser otro quien llevase eso puesto, no le resultaría tan graciosa la cosa. Aunque bueno, cada uno vestía como le daba la gana, en realidad.

Ya eres el gyojin más estiloso te pongas lo que te pongas. — Asradi le guiñó un ojo. Para ella lo era, al menos. Todavía llevaba sus prendas apoyadas en uno de los antebrazos, y fueron lo que miró cuando Octojin dijo que se las regalaba. — Pero... No hace falta. — Murmuró, sintiéndose un poco cohibida. La insistencia inocente del escualo terminó por hacerle derribar ese muro, y Asradi soltó un suave suspiro rindiéndose. — Está bien, pero solo porque eres tú. De hecho, estas me gustan y se ven cómodas.

Eran de su talla, y eso era lo importante.

Después de ojear el puesto un par de veces y, al menos por parte de ella, no encontrar nada más que le convenciese, dejó que Octojin pagase la ropa y se alejaron de ahí. El grandullón sugirió dar un paseo, lo que a ella le convenció. Algo tranquilo les vendría bien después de toda la agitación del día anterior. Y, por ahora, el día pintaba bien. La sirena era consciente de que, tarde o temprano, tendrían que despedirse de nuevo. Ni tan siquiera quería pensar en eso y, por inercia, su mano volvió a buscar la del escualo, en un roce suave al principio y un apretón leve posteriormente. Como si temiese que, de alguna manera, se le escurriese como arena entre los dedos. La sensación de calidez y de seguridad a su lado era algo que nunca antes había experimentado. No desde que había tenido que abandonar a los suyos. Comenzaron a callejear o, más bien, Asradi dejándose llevar por su Octojin. La verdad era que el sitio por donde estaban pasando no era el más pintoresco, pero no le importaba. Estaba con él y eso para ella lo era todo ahora mismo. El silencio, ahora, era su compañero también, pero no le resultaba incómodo.

Ahora bien, la pregunta del gyojin la sacó un tanto de sus pensamientos y, al mismo tiempo, también le hizo pensar. Asradi no contestó de inmediato, sino que sopesó la pregunta y todo lo que ello conllevaba.

Si te soy sincera, no lo he llegado a pensar tampoco en profundidad. Me enorgullezco de lo que soy. — Comenzó a responder en un tono más pausado, como si estuviese eligiendo no solo las palabras, sino también lo que sentía al respecto. — Pero sí es verdad que siento que para los humanos la vida es más fácil. No a todos, por supuesto. He visto como también se matan entre los suyos, y se marginan. Supongo que no hacen tampoco distinción al respecto.

Asradi hizo una suave pausa, pensando en todo esto también.

Al final, somos lo que somos, y cada uno tiene que sentirse orgulloso de sí mismo. Y, sobre todo, ser mejor persona tanto consigo mismo como con quienes le rodean, sean de su misma especie o no.

El paseo continuó un rato más hasta que ambos decidieron regresar a la posada. Al menos así el gyojin podría descansar y ella tomar nota de los medicamentos y hierbas que había comprado en el mercado. Una vez volvieron a la habitación en sí, Asradi se desperezó.

Usa tú la cama. — Le concedió a Octojin. Al fin y al cabo, esa habitación la estaba alquilando él. Ella no dormiría, aquellas pocas horas habían sido suficientes, o eso era en lo que siempre se mentalizaba.
#47
Octojin
El terror blanco
De vuelta en la posada, Octojin se sentó pesadamente sobre la cama, ya que Asradi se la había cedido, alegando que ella no la iba a usar. Y es que lo más seguro es que necesitase la mesa para mezclar todas aquellas hierbas y utensilios que tenía y con los que ejercía medicina. Mientras sus pensamientos vagaban hacia las palabras que la sirena le había compartido durante su paseo, se quitó aquél cómodo a la par que hortera chándal y se tumbó, quedando por un momento en ropa interior sin darse cuenta.

Estaba inmerso en sus pensamientos. Aunque siempre había sentido un profundo resentimiento hacia los humanos por sus experiencias pasadas, la conversación con la sirena lo había hecho reflexionar de una manera que nunca antes había considerado.

El tiburón siempre había llevado su odio como una especie de escudo, pero Asradi, con su dulzura y comprensión, había empezado a mostrarle que el mundo era más complejo. Claro que los humanos tenían sus fallas, pero también se lastimaban entre ellos, se marginaban, y no era solo una cuestión de odio racial o injusticia hacia los gyojins. Era un problema mucho más profundo, de todos. "Al final, somos lo que somos", recordó las palabras de Asradi, y un pequeño suspiro escapó de sus labios mientras su rostro se suavizaba. Ella lo entendía. Ella, mejor que nadie, entendía lo que significaba ser marginado, ser visto como un monstruo, pero aún así hablaba de ser mejores. Y con eso, sin darse cuenta, había empezado a hacer de Octojin alguien mejor.

Sin decir una palabra más, Octojin se levantó e inclinó hacia Asradi y le plantó un tierno beso en la frente, mostrando sus labios llenos de calidez, y luego la rodeó con sus brazos, abrazándola con fuerza. Sus músculos al desnudo tocaron el cuerpo de la sirena, que notaría quizá más calidez aún. En ese gesto estaba toda su gratitud, su cariño y su admiración. La sirena le había dado algo que pocas personas habían hecho en toda su vida: esperanza en el cambio.

— Despiértame en una hora, por favor —le pidió, empleando una voz más suave de lo normal—. Quiero seguir pasando el tiempo contigo, pero tengo que descansar un poco, ¿vale? —Dijo aquello con una leve sonrisa, aunque la fatiga comenzaba a mostrarse en sus ojos. Se dejó caer hacia atrás en la cama, acomodándose. El cansancio lo envolvía, y antes de darse cuenta, sus párpados se cerraron, y cayó profundamente dormido. Nunca le había costado mucho dormir, y en aquella ocasión, no iba a ser distinto.



El sueño comenzó en un lugar completamente diferente a cualquier lugar que Octojin hubiera visto antes. Uno en el que juraría no haber estado nunca. Ese lugar se encontraba bajo el agua, rodeado por corales de colores brillantes y peces que nadaban con gracia a su alrededor. Unas vistas que podían atraer a cualquiera y hacer que su vista se perdiese allí. El océano era su hogar, y se sentía más libre que nunca. Pero tenía una extraña sensación, algo así como una inquietud que no sabía de dónde nacía. Sacudió la cabeza un par de veces, intentando evitar aquella sensación, pero no se iba tan fácilmente.

A lo lejos, en el fondo oscuro del mar, vio una figura atrapada entre las algas. Se acercó rápidamente y, a medida que se acercaba, se dio cuenta de que era Asradi. La sirena se había quedado atrapada allí, de alguna manera, y no era capaz de hablar. Sólo agitaba los brazos de un lado hacia otro, con una mueca de pavor en su rostro.

Lo primero que el tiburón sintió fue miedo. Miedo de perderla. De no saber cómo reaccionar y no poder evitar aquello que estaba sucediendo. Su mirada se entristeció, pensando que quizá no era capaz de solucionar aquél problema. Pero pronto se armó de valentía. ¿Para qué iba a querer Asradi a alguien como él si no le podía ayudar cuando le hacía falta?

La sirena estaba enredada en las algas, y se notaba clara su desesperación. Octojin sintió una oleada de pánico en su pecho. No podía dejar que ella sufriera, y mucho menos si había alguna posibilidad de que él mismo lo evitara. Con una agilidad descomunal, nadó hacia ella, y con sus grandes manos, comenzó a golpear y arrancar las algas que la mantenían prisionera. Por un momento no había tiburón ni sirena. Sólo algas. Algas amenazantes que suponían un arma contra ellos. Aquellos organismos parecían tener vida propia a juzgar por cómo se resistían y cómo trataban de envolverlo a él también, pero Octojin no se dejó intimidar. Con cada corte, liberaba un poco más a Asradi, y cuando finalmente la sacó de las algas, la abrazó con fuerza, aliviado de que estuviera a salvo.

— Ya está, ya pasó. Ahora estás bien, estás conmigo —le dijo, resonando su voz como un eco bajo el agua.

El entorno cambió abruptamente, como suelen hacerlo los sueños. Ya no estaban en el océano, pero éste seguía presente. Ahora se encontraban en una playa hermosa, el sol brillaba sobre el horizonte, y el sonido suave de las olas acariciaba la arena, que tenía un color especial. Como especial era Asradi, que estaba a su lado, pero ya no parecía asustada. Estaba radiante, con una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor. Aquella era la sirena que conocía y de la cual estaba enamorado. Pero en ese momento... Era aún más guapa que de costumbre. Algo que era sumamente difícil, la verdad. Llevaba un hermoso vestido blanco que ondeaba con la brisa marina, y Octojin, sorprendido, se encontró a sí mismo vistiendo ropas elegantes, muy distintas a las que solía usar.

El ambiente era de pura felicidad. A lo lejos, una multitud de gyojins y sirenas los observaba con sonrisas en sus rostros. No reconoció a nadie entre ellos, o al menos no tenían rostros conocidos para él, pero a juzgar por sus emociones, era gente importante en su vida. Había un sentimiento de celebración en el aire. Octojin tomó la mano de Asradi, y ambos caminaron hacia el centro de la playa, donde un altar adornado con flores marinas los esperaba. De repente, entendió lo que estaba sucediendo. Estaban a punto de casarse. ¿Cómo podía ser?

— Nunca he sido tan feliz como lo soy ahora —le dijo a Asradi, con amor y gratitud. Sus ojos brillaban, estando al borde de la lágrima.

Octojin sintió su corazón acelerarse, pero no de nerviosismo, sino de pura alegría. Su vida, que siempre había estado marcada por la violencia y el odio, ahora tenía un nuevo propósito, un nuevo centro: Asradi. Ella era la luz que había traído paz a su tormentoso corazón. La mujer por la cual había empezado a descubrir un sentimiento en el fondo de su corazón. Algo que pensaba que jamás podría experimentar, dada su vida llena de soledad. Pero si algo había aprendido el escualo, era que jamás podías dar algo por echo en este mundo.

Mientras intercambiaban votos, el habitante del mar no podía dejar de admirar la belleza de Asradi, la calma que irradiaba, y la forma en que ella lo miraba, con una mezcla de cariño y devoción que nunca había experimentado antes. Todo aquello junto era el cóctel que él necesitaba. Sentirse así era la mejor sensación que había experimentado nunca. Ojalá durase mucho más. Cuando finalmente la ceremonia terminó, Octojin la levantó en sus brazos y la llevó hacia el agua, donde ambos se sumergieron, juntos, como si estuvieran destinados a compartir el océano por siempre. De allí salieron y allí volverían.



El sonido suave del mundo real lo trajo de vuelta, y Octojin abrió los ojos lentamente, con una sonrisa que aún permanecía en su rostro. Nunca había tenido un sueño tan claro, tan vívido y tan lleno de amor. El gyojin se incorporó en la cama, sintiendo un alivio increíble en su corazón. Era como si el sueño le hubiera mostrado un futuro lleno de esperanza, uno en el que él y Asradi estarían juntos, superando cualquier obstáculo.

No perdió tiempo. Con una energía renovada y una alegría desbordante, Octojin se levantó de la cama y fue directamente hacia donde estaba Asradi. Sin pensarlo dos veces, la rodeó con sus enormes brazos y la levantó en un abrazo lleno de cariño y gratitud.

Ni siquiera reparó en lo que la sirena estuviera haciendo en ese momento. No había nada más importante que ese abrazo. Ni que lo que le iba a decir. Su sonrisa era imposible de ignorar en ese momento. Y mucho menos aún su sentimiento de alegría.

— ¡Tuve el mejor sueño de mi vida! —exclamó, riendo mientras la sostenía con fuerza—. Y todo era contigo, mi princesa. —Le dio un beso en la frente, recordando el hermoso momento que había compartido con ella en su sueño, y sintiendo que, de alguna manera, ese futuro podría ser más real de lo que jamás hubiera imaginado.
#48
Asradi
Völva
Asradi, efectivamente, se dirigió hacia la mesa de manera directa, tra haberle cedido la cama a Octojin. De ahí apoyó la mochila sobre el mueble y comenzó a sacar algunas cosas. Las prendas que el escualo le había regalado estaban bien dobladas y resguardadas en el fondo. Estaba, justo, sacando un pequeño cofrecito, a modo de botiquín, donde tenía sus mejunjes y demás, cuando fue repentinamente abordada por el tiburón. Un abrazo que ella no se esperaba en lo absoluto.

¿Octo...? — Musitó, mirándole de reojo pues el escualo la había abrazado desde atrás. Sintió, al mismo tiempo, el contacto de su piel desnuda, y fue ahí donde se percató, más abiertamente, de que el gyojin estaba tan solo, ahora, en ropa interior. Las mejillas de Asradi se colorearon de inmediato, pero también se dejó llevar por aquel momento, sonriendo de manera suave. Quizás un tanto tímida en ese instante, sobre todo cuando recibió aquel beso en la cabeza. Tan grandote y tan delicado con ella que le provocaba ternura y un sentimiento especial.

Las manos de la sirena se posaron en los antebrazos contrarios, acariciándolos con suavidad y acurrucándose el corto momento en el que ambos permanecieron así unidos.

Claro que tienes que dormir, ¿te has visto las ojeras? — Medio bromeó ella, siendo quien ahora se estirase un poco para depositar un beso igual de cariñoso en la mejilla del escualo, como si la peligrosa dentadura del mismo no le preocupase en lo absoluto. — Te despertaré en una hora, te lo prometo.

Lo haría, o en hora y media, así el grandullón podría arañar más horas de sueño. Le dió una palmadita, quizás un tanto descarada, en una nalga. Más un gesto de “Vete a dormir”, que otra cosa. Asradi se le quedó mirando cuando el habitante del mar se tumbó de nuevo en la cama y así permaneció, acariciándole distraidamente una de las manos, hasta que él se quedó totalmente frito. Una inconsciente sonrisa se dibujó en los labios de la sirena. Le dejaría dormir, así ella aprovecharía también para ir adelantando las medicinas. Era mejor ser previsora. Puso en fila tres frascos, los vacíos que había comprado en el mercado, y dos más que ella ya tenía, a medias. Por otro lado, el cuenco y la piedra de moler con la que hacía las mezclas. Quería probar, también, las hierbas que había comprado también en el mercado y que el anciano, muy amablemente, le había recomendado. Lo primero que hizo fue sacar el cuaderno que siempre llevaba consigo, de sus anotaciones y comenzó a redactar, inicialmente, el nombre de la planta, así como una descripción física de la misma y un rápido boceto. Y, acto seguido, procedía a probarla, en cuanto a un pequeño mordisquito a las hojas, para memorizar su sabor, antes de escupir dicho pedazo. Algunas plantas tenían toxinas antes de ser mezcladas o procesadas, o antes de secarlas, así que siempre tenía cuidado con eso.

Cuando hizo el recuento y las anotaciones iniciales pertinentes, comenzó a probar alguna mezcla que ella conocía, y con las nuevas plantas según las propiedades que el anciano del mercado, muy amablemente, le había explicado. Un frasco para las mezclas, y los otros para dejar las sustancias en su estado puro. Pero antes de ello, primero tenía que molerlas de manera adecuada. Asradi comenzó a ello, midiendo las cantidades a ojo. No eran terriblemente exactas, pero era lo que ella consideraba y según sus conocimientos. Y también como le habían enseñado en su día. De la misma manera que, después de muchos años, un cocinero sabe la cantidad de arroz sin necesidad de un vaso medidor. Mientras hacía los movimientos propios de muñeca para que el proceso de mezcla fuese el adecuado, fue tarareando una cancioncilla. Le servía no solo para entretenerse, sino también que le evocaba cosas, recuerdos y añoranzas. Y, al mismo tiempo, esperaba también que Octojin durmiese bien. Como si le arrullase de alguna manera.

Hug til heim
Langt frå land og mine
Pust i segl og rå
Vind gjer meg
Håp om heim
Og von om tid og stunder
Atter blir vi ein
Om vinden bær

Por supuesto, Asradi no era consciente de lo que estuviese soñando Octojin. Pero imaginaba que debía de ser algo bueno cuando, al mirale de vez en cuando, podía casi atisbar una ligera sonrisa tranquila en los labios del escualo. Miró el exterior, la posición del sol, mientras continuaba moliendo las hierbas y ya repartiendo alguna en los tarros correspondientes. Todavía no era tiempo de despertarle, aunque ya pasaban unos minutos de la hora que él le había pedido. De hecho, fue el escualo quien lo hizo de repente, con una energía renovada y pillando por sorpresa a la sirena.

¡Epa! Espera, espera. — Intentó, entre risas, hacer que Octojin se calmase porque de pronto, se vió elevada entre sus brazos. Ella estaba justo vendándose la mano en ese momento. Se había hecho un corte en la palma, a propósito, y se había untado uno de los nuevos remedios. Necesitaba comprobar su eficiencia antes de, por supuesto, probarlo en otra persona.

Asradi le dió un beso en todo el morrete de tiburón, lo equivalente a una nariz humana, y le miró entre divertida y curiosa, también un poco tímida. ¿Que había soñado con ella, había dicho? Eso era un poco vergonzoso de escuchar, pero no por ello menos halagador.

— ¿En serio? ¿Y qué has soñado, si se puede saber? Te has despertado muy contento. — Y eso le alegraba también a ella, todo sea dicho. El verle así de activo y feliz, era todo cuanto necesitaba para saber que todo lo que había pasado en aquella selva, años atrás, había valido la pena. Las horas velándole hasta que aquel veneno se hubiese disuelto del cuerpo de Octojin.

¿Le acababa de llamar princesa? Asradi le miró directamente a los ojos notando como, de nuevo, el calor subía una vez más a sus mejillas.

No creo ser una princesa, grandullón. — Bromeó mientras disfrutaba del contacto de aquel nuevo abrazo. — Tienen demasiadas reglas y protocolos. Y nosotros somos libres. Mejor ser solamente tu sirena. — Musitó esto último, con un toque de cariño e intimidad.

#49
Octojin
El terror blanco
Octojin no se podía quitar esa sonrisa de oreja a oreja que esbozaba, sintiéndose más ligero que nunca. Estaba tan contento que apenas podía contener su entusiasmo y no podía dejar de moverse. Estaba totalmente desatado por esa sensación que había sentido en el sueño. Al ver a Asradi allí, absorta en sus cosas de plantas, no dudó ni un segundo en alzarla en brazos como si fuera la cosa más natural del mundo. La movió, giró sobre sí mismo mientras la sostenía, y todo aquello parecía tener más sentido del que realmente tenía. El beso que la sirena le dio en el morro lo descolocó por completo. Su corazón, acostumbrado a la batalla y al peligro, latía desbocado por algo tan sencillo y puro como un gesto de cariño. Pero le salió de dentro responderle igual, así que le dio de seguido otro beso en los labios.

—¡Asradi!—exclamó con una mezcla de alegría y sorpresa—. De verdad, te lo prometo. He tenido el sueño más increíble que podía tener, y claro, tenías que ser tú la protagonista.

La idea de contarle su sueño no le causaba vergüenza, al contrario, sentía la necesidad de compartirlo, como si fuera una historia que los dos debían conocer. La bajó con sumo cuidado, pero no pudo evitar seguir moviéndose por la habitación, yendo de acá para allá, y haciendo algo de tiempo para ordenar su sueño en la cabeza y contarlo sin que nada se quedase en el tintero. Cuando por fin creyó que ya lo tenía, se acomodó a su lado y empezó a hablar con entusiasmo, sus manos empezaron a tomar vida propia, gesticulando mientras hablaba.

—Estábamos juntos en una especie de mundo mágico —empezó a contar—, y tú... tú eras más brillante de lo que jamás te he visto. Y mira que es difícil —se detuvo un momento, como si recordara cada detalle y ojeándola. La verdad es que estaba preciosa de cualquier modo—. Había monstruos y peligros, y yo tenía que salvarte, aunque tú también luchabas, porque siempre has sido fuerte. Pero al final, cuando todo estaba en calma y superamos aquellas pruebas que nos había puesto el destino... Aparecimos en la playa. Tú estabas preciosa, de verdad. Tenías que verte... Bueno, la cosa es que nos casamos... en el mar. Una ceremonia perfecta. Con las olas alrededor y el sol brillando sobre nosotros. Madre mía, se me sale el corazón de recordarlo.

El tiburón dejó escapar una risa nerviosa, sintiéndose algo ridículo por lo romántico que había sido su sueño, pero no podía evitarlo. Era como un adolescente contándole a sus amigos que tiene novia. Que ha soñado que se casan y que nada en el mundo les puede separar. Ese sueño había sido tan real, tan maravilloso, que lo había despertado lleno de energía y esperanza.

—Jamás se me olvidará cómo venías hacia mí, preciosa, y nos besábamos en la playa —la miró con ternura, sin notar hasta ese momento un pequeño rastro de sangre en su mano.

—¿Estás bien? —preguntó de inmediato, cambiando su tono a uno más serio, preocupado. Se inclinó hacia ella, inspeccionando el vendaje en su mano— ¿Te hiciste daño? —la preocupación se reflejaba en su rostro, pero al verla calmada, su propia ansiedad disminuyó.

Octojin respiró hondo, intentando calmarse. Seguramente había sido algún accidente con las hierbas. Y probablemente habría sido por su insistencia en agarrarla y levantarla por los aires. El escualo se sentó a su lado, con la intención de escuchar si tenía algo que decir, y observando cada uno de sus movimientos. La sirena se movía con precisión, y sus pequeñas manos —en comparación con las suyas— trabajaban con una mezcla de delicadeza y destreza que le fascinaba. Aunque no entendía exactamente lo que estaba haciendo, la manera en la que preparaba las hierbas y los frascos le parecía casi mágica.

—Eres increíble, ¿lo sabías? —murmuró, rompiendo el silencio mientras acariciaba suavemente su espalda—. No solo porque eres mi sirena... —añadió con una sonrisa— Sino por cómo trabajas. Siempre tan dedicada y cuidadosa. Haces todo con tanto amor... No te cabe el corazón en el pecho.

La miró, admirando su concentración. El tiburón no era ni de cerca un experto en plantas ni en medicina, pero podía reconocer el esfuerzo y la pasión en lo que hacía. Había algo tan genuino en ella, tan puro, que le hacía sentir que todo valía la pena.

—Siempre serás mi sirena —dijo finalmente, con un tono firme y lleno de cariño—. Y me siento afortunado de tenerte a mi lado.

El tiburón se quedó observándola mientras seguía con sus preparativos, intentando aprender algo de lo que hacía, aunque fuera solo por admirar la forma en que se dedicaba a su trabajo. Para Octojin, ese era otro de los momentos que desearía recordar siempre: la tranquilidad de estar con ella, en esa pequeña habitación, compartiendo algo tan simple y, a la vez, tan valioso. Compartiendose entre ellos.
#50
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