Alguien dijo una vez...
Donquixote Doflamingo
¿Los piratas son malos? ¿Los marines son los buenos? ¡Estos términos han cambiado siempre a lo largo de la historia! ¡Los niños que nunca han visto la paz y los niños que nunca han visto la guerra tienen valores diferentes! ¡Los que están en la cima determinan lo que está bien y lo que está mal! ¡Este lugar es un terreno neutral! ¿Dicen que la Justicia prevalecerá? ¡Por supuesto que lo hará! ¡Gane quién gane esta guerra se convertirá en la Justicia!
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[Común] [C-Presente] Mareas de cambio / Octojin
Asradi
Völva
El beso que Octojin le plantó, sin más, fue algo que sí sorprendió a la sirena, hasta el punto de que se puso roja como un tomate. Hasta ahora, el escualo había sido mucho más comedido al respecto, así que ese cambio efusivo fue inicialmente chocante para ella, aunque no desagradable, al contrario. Sobre todo a juzgar por la suave sonrisa que se le dibujó. Aprovechando que el gyojin todavía la tenía en brazos, Asradi se acurrucó contra su cuerpo, ahora ya sin importarle demasiado que el escualo estuviese en ropa interior. A ver, claro que se le iba la vista, no era ciega, pero estaba más pendiente de lo risueño que estaba Octojin. Ahora quería saber, tenía curiosidad, por el sueño que Octojin había tenido y que lo tenía tan contento.

Según el habitante del mar fue narrando, ella permanecía atenta, acariciándole distraídamente uno de los brazos cuando, al cabo de un rato, fue bajada y ella se sentó en el borde de la cama, mientras le veía gesticular e ir de un lado a otro mientras se explicaba. Un nuevo sonrojo se apoderó del rostro de la sirena. No solo había soñado con ella, sino que lo había hecho de... esa manera. No sabía si eso era más vergonzoso o halagador. O las dos cosas al mismo tiempo. No el hecho de que ambos superasen las adversidades, sino el resultado posterior. ¿Ella? ¿Casada con él? Vale que había sido solo un sueño por parte del gyojin. Y no tenía porqué pasar, pero... ¿por qué ahora el corazón le latía a mil por hora? ¿Acaso era algo que sí le gustaría? Y, no solo eso, ¿ella tenía el derecho para ser feliz de esa manera? Por inercia, buscó una de las manos de él y la estrujó de forma suave. No le importó si se abría un poco más el corte en ese momento, aunque no se lo había terminado de vendar bien.

¿Sabes? Es un sueño precioso. Dicen que, en ocasiones, los sueños pueden llegar a cumplirse. — Eso era lo que se decia popularmente, claro. No sabía si se lo merecía o no, o si tenía derecho, pero en su corazón sí le gustaría que eso se terminase cumpliendo a la larga. Si todo salía bien, claro. — ¿A ti te gustaría? — Fue ella la que, ahora, le preguntó directamente a Octojin, mirándole ahora que estaba sentado a su lado. Acto seguido, no pudo evitar reírse, con una mezcla de gracia y alegría. Por unos momentos, gracias al escualo, había logrado distraerse de la mayoría de cosas que le preocupaban, habían pasado un excelente día de compras. — Lo que sí te puedo asegurar, aún sin saber qué será lo que nos deparará el futuro, es que siempre te voy a querer. Ahora bien, me quedé con ganas de saber cómo estabas vestido tú en ese sueño. Seguro que estabas bien guapo. — Le guiñó un ojo con confianza y un deje de natural coquetería.

Octojin era no solo alguien con quien evadirse, era quien se estaba ganando su confianza y su corazón con cada minuto que pasaba a su lado. Y descubriendo, al mismo tiempo, un poco más de él. Un poco más de lo que había bajo esa fachada de tipo duro. El saber que tendrían que separarse dentro de no mucho, era lo único que le acongojaba.

¿Eh? — Fue la voz, nuevamente, del escualo la que la sacó de sus pensamientos, ahora con un tono un poco más serio. Al bajar la mirada hacia donde la de él se dirigía, comprendió. — No te preocupes. Me lo hice yo misma.

Lentamente liberó su mano de la de Octojin y ella misma se fue aflojando la venda que no había terminado de ponerse. Era un tajo que le recorría un poco de la palma. Todavía sangraba algo, pero ya parecía haber aplicado alguno de sus medicamentos para ver como actuaba poco a poco.

Como ves, me hago mis propios medicamentos. Tanto para mi como para alguien que los pueda necesitar. — Le explicó con paciencia, pidiéndole una pequeña ayuda para poder anudarse bien el trozo de tela sobre el corte en sí. — Pero cuando se trata de hierbas nuevas, tengo que probar cuales son sus efectos, tanto buenos como malos.

Era peligroso lo que hacía, Asradi era totalmente consciente de ello. Pero no iba a hacer pruebas o usarlos en personas sin antes asegurarse de que no eran dañinos. Así que las pruebas las hacía sobre sí misma. Ya había caído enferma alguna vez debido a ello, por lo que cada vez era más cuidadosa. O trataba de serlo.

Me ves con demasiados buenos ojos, Octo, aunque se agradece. — El escualo era capaz de calentarle el corazón de esa manera, con unas cuantas palabras sinceras. Porque no veía mentira alguna en los ojos del carpintero. — Tengo que darte las gracias, mi grandullón... — Murmuró, posando una de sus manos en la mejilla contraria, al erguirse un poco.

Disfrutó en silencio de aquel contacto, lento y espaciado, como si desease que aquello no terminase nunca. Acto seguido, le sonrió de manera dulce y cariñosa.

Me has devuelto las ganas de querer a alguien, de querer protegerle. Y, al mismo de sentirme nuevamente valorada. — Eso era algo muy importante para ella, aún a pesar de todo el equipaje emocional que aún llevaba encima.

Fue ella quien, ahora, le plantó un beso en los labios, un tanto más tímido, antes de acomodar el mortero nuevamente en su propio regazo. Había dejado una preparación a medias y lo suyo era, al menos, terminarla y resguardarla. Sobre todo porque era algo que estaba preparando para Octojin.

Esta es para ti. Si alguna vez te lastimas en tus trabajos de carpintería. O si lo haces en tus entrenamientos futuros en la Marina... — No dudaba en que lograría entrar. — … Te servirá no solo para que te acuerdes de mi, sino para que te cuides un poquito más.

Le picó un poco, bromeando.
#51
Octojin
El terror blanco
Octojin, aún con una sonrisa en su rostro y el corazón acelerado por la calidez del momento, se quedó quieto cuando Asradi le devolvió el beso con suavidad. Aquello parecía una competición en la que ambos ganaban con cada gesto. Si uno daba un beso, el otro tenía que responder igual. No había fallos en aquello.

El simple hecho de tenerla cerca, de sentir su piel contra la suya, lo llenaba de una felicidad que no había experimentado en mucho tiempo. Puede que de echo, no lo hubiera experimentado nunca. Su efusividad, tan poco característica en él, parecía haberse liberado sin restricciones, y le sorprendía cómo la sirena le provocaba estos cambios. ¿Cómo podía cambiar tanto un ser en función de su estado anímico?

Mientras la miraba, sus pensamientos volvían al sueño que había tenido. La había visto como una reina, como una princesa bajo el mar, y él, el protector de esa realidad tan especial. Su corazón aún latía con la euforia del sueño y la intensidad de sus emociones, pero ahora, con su sirena tan cerca y su sonrisa brillando como nunca, no podía evitar contarle más sobre lo que había soñado. Aquello tenía que ser desvelado con todo lujo de detalles. Y además, le salía contárselo así. Era, sin duda, uno de los momentos que más emoción había conseguido despertar en él.

—Fue tan real, Asradi —dijo, dejando escapar una pequeña risa nerviosa—. Estabas tan... increíble. No solo luchabas a mi lado, sino que después... después nos casamos. Todo era perfecto. —El tiburón se detuvo un momento, buscando las palabras, intentando no volver a repetirse como ya estaba haciendo—. Y no me dio vergüenza decírtelo porque, en el fondo, es algo que... no sé, me gustaría que pasara, sí. Si las cosas fueran diferentes, si pudiéramos vivir así de tranquilos, en paz... Sería increíble. Me encantaría.

Sus ojos se encontraron con los de la sirena, notando cómo su expresión cambiaba a algo más serio, pero también cómo ella se sonrojaba ante sus palabras. Cuando ella le había preguntado si realmente le gustaría que ese sueño se hiciera realidad, se había tomado unos segundos para decirlo sin sonar demasiado absorbente. Pero... ¿Qué miedo había en ello? Octojin se sorprendió por lo directo de la pregunta, pero no dudó ni un segundo. Así que se decidió a continuar su respuesta también.

—Sí, claro que me gustaría —dijo con sinceridad—. Eres todo lo que siempre he deseado, aunque no lo supe hasta que te conocí. Así que, sí, si el futuro nos lo permite, me encantaría estar contigo, protegerte... amarte. —Terminó la frase en un tono más bajo, casi tímido, pero con una fuerza que venía del fondo de su corazón.

Su semblante cambió un poco cuando vio la sangre en la mano de Asradi. Aunque ella intentaba restarle importancia, Octojin no podía evitar preocuparse por ella. Con cuidado, tomó su mano y le ayudó a anudar bien la venda, aunque sus movimientos eran torpes por la preocupación y la diferencia de tamaños.

—Debes tener cuidado con estas cosas, Asradi —dijo en un tono suave pero preocupado—. Sé que haces esto para probar los medicamentos, pero me preocupa que te hagas daño sin necesidad. —Mientras hablaba, su mano acariciaba con suavidad la herida cubierta, como si ese simple contacto pudiera ayudar a aliviar cualquier dolor.

Cuando ella le explicó el proceso, su mirada se suavizó. A pesar de su preocupación, entendía por qué lo hacía, y admiraba la dedicación con la que trabajaba. Quizá en otro momento podría ser él mismo la cobaya que usara para probar sus medicinas. Al final, su tamaño seguro que era una mayor barrera para las enfermedades que la propia sirena. Aunque ella no sabría exactamente la sensación que el tiburón tenía cuando probase algo que no funcionase del todo bien. Asradi no era solo una sanadora, era alguien que daba todo de sí por los demás, incluso si eso significaba hacerse daño en el proceso. Octojin no podía evitar sentirse afortunado por tenerla a su lado.

Quiso decirle de nuevo lo increíble que era, pero esta vez se frenó. Ya se lo había dicho varias veces y quizá, decirlo cada cinco minutos, le restaba la importancia que realmente tenían esas palabras. Que, por otro lado, era bastante.

La sirena le agradeció con una sonrisa y un suave beso en los labios, un gesto que hizo que el tiburón sintiera un calor especial en el pecho. El simple hecho de que Asradi le confiara sus emociones, de que le dijera que él le había devuelto las ganas de querer y de proteger a alguien, lo hacía sentir más que solo un guerrero. Lo hacía sentir completo. Un ser que jamás se había sentido y que entendía que no le correspondía ser. Sin embargo... Nunca digas nunca. El escualo no había pensado en poder enamorarse algún día, y ahora lo estaba hasta las trancas. Pensó que jamás se encontraría cómodo en compañía, y ahora no había otra cosa que más desease que esa. La vida cambiaba a una velocidad increíble. Tanto, que a veces producía un gran vértigo.

—Gracias a ti por dejarme estar a tu lado —respondió con una voz baja y llena de ternura—. Siempre serás mi sirena, y prometo que estaré aquí para ti, pase lo que pase.

El tiburón observó en silencio cómo Asradi volvía a su trabajo, preparando algo especial para él. No pudo evitar sonreír ante la dulzura del gesto, y mientras ella terminaba la mezcla, se quedó un momento pensando. Aunque se sentía más feliz de lo que había estado en mucho tiempo, había una pregunta que rondaba su cabeza, algo que ella había mencionado antes.

—Asradi... —empezó, empleando un tono más serio, aunque con una suavidad que intentaba no romper el ambiente de calma—. Antes mencionaste que había algo que solo podías hacer sola. Sé que te preocupas por mí, y entiendo que haya cosas que necesites hacer sin compañía, pero... —Tomó una pausa, sin querer parecer insistente— ¿Cuándo piensas irte para hacerlo? ¿Y qué es lo que debes hacer exactamente? Prometo que respetaré tu decisión de hacerlo sola, pero necesito saber dónde o qué harás. Entiéndeme... Necesito saberlo.

Octojin no quería presionarla, pero no podía evitar preocuparse por ella. Sabía que la sirena tenía sus propios deberes y luchas, pero la idea de que pudiera enfrentarse a algo peligroso por sí sola le revolvía el estómago. Sentirse inútil es algo que jamás había llevado bien. Y en aquella ocasión, por mucho que entendiese que Asradi debía hacer aquello, fuese lo que fuese, en solitario, la sensación de ser un cero a la izquierda le invadía. La pregunta estaba hecha, y ahora solo quedaba esperar su respuesta, mientras él seguía allí, dispuesto a escucharla y a apoyarla en lo que necesitara.
#52
Asradi
Völva
No es sin necesidad, Octojin. — La mirada de Asradi se posó sobre la de él, en un gesto comprensivo. Entendía que no se lo decía por mal, que es preocupaba por ella y lo comprendía muy bien. A veces algunos compuestos eran peligrosos, ella era consciente de eso. — Es parte de mi trabajo, de mi vocación. No puedo arriesgar a una persona inocente con un medicamento o un brebaje que no sé cómo va a funcionar con exactitud.

Mantenía una expresión y un tono serena, esperando que el habitante del mar también lo comprendiese. Pero, al mismo tiempo, sentía también esa empatía por Octojin, así que estrechó un poco más sus manos con las contrarias, ahora esbozando una suave sonrisa.

Pero puedo asegurarte que tengo cuidado al respecto y que, a partir de ahora, me cuidaré más para que no te preocupes. — Vió que la mirada de Octojin parecía suavizarse, sabiendo que él lo había entendido. Eso le aliviaba a ella también, pues no deseaba darle una preocupación innecesaria.

Tras eso, continuó trabajando un poco más. Ya casi estaba terminando, pues había adelantado bastante durante el tiempo en el que él había estado durmiendo. Ahora bien, para ella era novedoso tener a alguien no solo mirando cómo hacia su trabajo, sino también el hecho de que le respetase. La mayoría de médicos solían usar otros procedimientos más modernos, y ella no les culpaba. Al fin y al cabo, todo tenía que evolucionar. Y, aún así, a pesar de continuar usando Asradi productos que tanto la tierra como el mar le ofrecían, no sentía que fuese una involución, al contrario. Sabiduría popular, como lo llamaban. Aparte de que no solo era trabajo, sino que era una vocación para ella, algo que se le había enseñado desde que tenía uso de razón y que tendría que pasar a la siguiente generación para que ese arte no se perdiese con el tiempo.

De vez en cuando se entretenía con algún arrumaco o algún comentario hacia Octojin, pues tampoco quería agobiarle al respecto, aunque sí era verdad que disfrutaba, y mucho, el ver cómo se sonrojaba o se cohibía. No es que ella fuese una fresca, pero a veces le gustaba picarle en ese sentido. También todo ese proceso le dió tiempo para pensar en lo que sentía por el gyojin tiburón. El sentimiento por él era fuerte y cálido. ¿Podría llamarse amor a eso? Era la primera vez que sentía algo como aquello por una persona y en parte tenía miedo. Miedo de que todo aquello fuese un sueño. De que cuando despertase, anda de lo sucedido hubiese sido real. De que él no estaría. Pero, al mismo tiempo, si eso era así, quería permanecer allí un poco más.

Cuando terminó, aprovechó para acomodarse un poco más hacia él, sonriendo de manera breve por la promesa hecha por Octojin.

Y yo también estaré para lo que necesites. A veces siento que eres demasiado bueno para mi. — No pudo evitar reírse ligeramente, aunque lo decía para romper el hielo, también había una pequeña pincelada melancólica al respecto. — Pero doy gracias, a quien sea, por habernos encontrado y conocido.

El problema era que tendrían que volver a separarse y se notaba que ambos lo estaban dilatando todo lo posible. El movimiento del mortero, entonces, se detuvo de repente cuando Octojin comenzó a interrogarla. No eran solo las preguntas en sí, sino el tono empleado. Los labios de la sirena se apretaron de manera ligera. No podía culparle, si ella se encontrase en el lugar de él... También querría saber. De hecho, también estaba preocupada por Octojin en el momento en el que tuviesen que separarse.

La mirada azul de la sirena descendió hacia, concretamente, el utensilio que todavía tenía entre las manos y en su regazo, pero con el que había cesado cualquier tipo de acción. ¿Cómo podía explicárselo para que él lo entendiese? Sin tener que revelar... aquello. No era tiempo. Pero Octojin se merecía saber algo, al menos.

No me voy por gusto, Octojin... — Musitó, exhalando un pequeño suspiro. — En realidad, nunca paso demasiado tiempo en un mismo lugar. No es que no quiera estar contigo, ni mucho menos, pero ahora mismo no puedo arriesgarte. Y no puedo arriesgarme al mismo tiempo. — Era complicado de explicar, sobre todo teniendo que omitir ciertos detalles.

Asradi se tomó un par de segundos para intentar pensar en las palabras correctas o más adecuadas.

Tú eres consciente de cuánto somos perseguidos los habitantes del mar. Sobre todo las sirenas... — Era una dolorosa realidad. Quería que él se diese de cuenta de que los tiros iban por ahí. Asradi tomó aire un momento, antes de suspirar. — Hay alguien... Del que debo deshacerme de alguna manera. — Si eso sucedía, entonces no tendría de qué volver a preocuparse, al menos por ese lado. — Todavía no sé como hacerlo, pero mientras eso ocurre, no puedo dejar que me atrape.

La sirena no estaba especificando demasiado. No podía. Si le daba alguna pista al respecto, temía que Octojin se revolviese de alguna manera, sabiendo el carácter fuerte que podía llegar a poseer, sobre todo cuando se trataba de la libertad y los derechos de los habitantes marítimos.

Ni tampoco puedo involucrar a nadie más. No me lo perdonaría nunca. — Le miró con un halo de tristeza en la sonrisa que le dedicó. — La forma en la que, de momento, puedes ayudarme, ayudar a todos los nuestros es entrar en la Marina como es tu deseo. Y hacer visibles a los de nuestra especie, no como mercancía, sino como lo que somos y lo que realmente valemos. Y que un gyojin entre a una institución del gobierno, ya es un paso muy grande.

Quizás no era la respuesta que Octojin estaba esperando, pero era lo único que podía ofrecerle ahora mismo.
#53
Octojin
El terror blanco
Octojin escuchaba con atención cada palabra de Asradi a la par que jugaba con su melena, haciendo pequeños tirabuzones con su dedo índice. No sabía si aquello le molestaba a la sirena, y tampoco era consciente de que lo estaba haciendo. Simplemente lo hacía, quizá fruto del nerviosismo que estaba experimentando. Quizá, en el futuro, el gyojin podría jugar con el mechón de melena que le había dado Asradi, aunque no sería igual. Realmente, nada sería igual.

Mientras ella le hablaba, el tiburón sintió un nudo en el estómago, una tristeza que se apoderaba de él al comprender lo que ella intentaba decirle. Sabía que había algo que le estaba ocultando, algo importante, y aunque le dolía, comprendía que lo hacía para protegerlo. ¿Quién no haría eso en su lugar por alguien a quien de verdad ama? Pero esa sensación de impotencia lo consumía, era superior a él. No poder estar a su lado en todo momento, no poder luchar junto a ella para liberarla de ese peso, lo hacía sentir frustrado.

Apretó los puños, pero mantuvo su semblante tranquilo, o al menos lo intentó. Respiró hondo, intentando calmar esa tormenta interna que se revolvía dentro de él. Que era difícil, a decir verdad. Pero lo estaba consiguiendo. Al menos por el momento, a falta de que algún que otro relámpago avisara de que la tormenta aún seguía ahí.

—Asradi, yo... —comenzó, con la voz algo quebrada— Yo solo quiero lo mejor para ti —Le dio un apretón suave en las manos, entrelazando sus dedos con los de ella—. Si me dejaras, navegaría contigo por todo el mundo, te ayudaría a buscar a esa persona de la que hablas y me encargaría de que nunca más tengas que huir de nada ni de nadie. Pero entiendo que tienes tu camino y que no puedo forzarte a nada. También, por tus palabras, entiendo que es algo personal. Algo que debes hacer por ti misma... Y, aunque odie decir esto. Te entiendo.

Una parte de él deseaba gritar, decirle que él podría encargarse de ese problema, que juntos eran imparables. Pero sabía que Asradi no lo permitiría. Era fuerte y decidida, y si había algo que ella estaba buscando hacer por su cuenta, debía respetarlo. Ya había intentado en varias ocasiones que le dijese algo, y lo cierto es que la sirena no soltaba prenda. Así que entendió que el tema se debía dar por zanjado. Fuera lo que fuese, era un tema que debía superar sola, y como tal, no sabría, al menos hasta que lo venciese, de qué se trataba.

—Lo único que puedo decirte es que, cuando estés lista, cuando sientas que ya no puedes con todo eso sola, estaré ahí para ti. —Acarició su mejilla con ternura, intentando transmitirle todo su apoyo y cariño. El peso en su pecho seguía ahí, pero él intentaba sobrellevarlo. No quería que ella sintiera más presión de la que ya cargaba. Sólo quería lo mejor para ella.

Le sonrió con tristeza, intentando mantener su tono ligero para no hacerla sentir peor. Aquello le estaba costando horrores. No se le daba nada bien y estaba la borde de quebrarse. ¿Qué sería tan importante y duro como para hacer que la sirena quisiera tomarse la justicia por su cuenta?

—¿Qué te parece si vamos a comer abajo? —sugirió, sabiendo que quizás un cambio de ambiente ayudaría a ambos a despejarse un poco — Podríamos disfrutar de una buena comida, y... —Su mirada se oscureció un poco, el dolor volviendo a asomar —Y luego despedirnos, si es que hay alguna manera de hacer eso bien. Quizá nos volvamos a ver pronto. Ojalá.

Sabía que la despedida estaba cerca, que no podían estirar el tiempo para siempre. De todos modos, quería aprovechar esos últimos momentos juntos con ella. Comiendo, charlando y riendo. Esa era la manera en la que debían recordarse. Sentía que, cuando se separaran, una parte de él quedaría vacía, esperando ese momento en que pudieran reunirse otra vez. Intentó no pensar en ello, pero... ¿Cómo iba a no pensar en ese momento? Sin duda le haría daño, mucho. Más del que creía en ese momento. Pero todo en la vida es efímero, y es algo que el tiburón había aprendido. Aunque era mucho más fácil decirlo que experimentarlo.

Se levantó, aún con la tristeza rondándole el corazón, y extendió la mano hacia ella, ofreciéndole una sonrisa suave que intentaría no borrar hasta que se separaran.

—Vamos, será más fácil con el estómago lleno —intentó bromear, aunque su voz traicionaba el dolor que sentía, notando un nudo en la garganta que no se iría por el momento.

Sabía que la separación era inevitable, pero al menos quería asegurarse de que esos últimos momentos fueran memorables, un último rato juntos antes de enfrentar la realidad de que cada uno debía seguir su camino.
#54
Asradi
Völva
Asradi se encontraba en una encrucijada terriblemente dolorosa. Por un lado, deseaba contárselo, incluso enseñarle el porqué. Pero era consciente de que, en el momento en el que tan solo le enseñase la terrible marca de su espalda, Octojin sería el peor parado. No solo por el hecho de involucrarle, sino también porque se preocuparía todavía más. Dentro de todo lo malo, la sirena de momento prefería que la cosa fuese así. Soltó un suspiro quebrado, mientras tomaba una de las manos del escualo entre las suyas.

Créeme que es lo que más quiero, quedarme contigo. O irnos los dos a cualquier otro lugar donde podamos vivir tranquilos. — Alzó los ojos para fijarlos en los contrarios. Era muy consciente del dolor que estaba provocando en el gyojin y eso le dolía todavía más a ella. Pero tenía que ser fuerte, por los dos. Por que pudiese solucionar aquello cuanto antes. — Me duele lo indecible todo esto, Octojin. Y más me duele hacerte esto.

Terminó por confesar mientras tragaba saliva dolorosamente. Si se estaba conteniendo las lágrimas era precisamente para no preocuparle más o para no cargarle un peso más. Una sonrisa suave, quizás un tanto temblorosa, se formó en los labios de la pelinegra.

Sé que estarás para mi. Y yo lo estaré para ti. Solo necesito tiempo. Y que confíes en mi como yo lo hago en ti. — Era lo único que necesitaba ahora mismo. Porque no podía soportar ver esa expresión derrotada y quebrada en el habitante del mar. Fue ella misma quien se irguió un poco para darle un abrazo plagado de cariño y de sentimientos. — Haz lo que te dije, alza el nombre de los nuestros cuando entres en la Marina. Así, nadie tendrá que pasar por todo esto. Tú eres el único que puede hacerlo ahora mismo. Eso también me ayudará, indirectamente, a mi. Y a que volvamos a encontrarnos sin temor a volver a separarnos.

Mientras decía tales palabras, iba acariciándole las mejillas, deleitándose con el tacto y con la cercanía de Octojin.

Sí, bajemos a comer algo. No pienses en la despedida. Es solo un “Hasta luego”. — Musitó, suavizando también el tono de su voz. Aunque era difícil. Para ella también era un mal trago y era muy consciente de que terminaría derrumbándose en el momento en el que estuviese lejos de él. — ¿Tienes den den mushi? Yo quiero conseguir uno a futuro.

Asradi decidió cambiar un poco el tema, para que ninguno de los dos se amargase pensando en la despedida y, por el contrario, buscando manera de mantener la comunicación a partir de ahora. De fomentar esa esperanza, queriendo que él también pensase un poco en positivo.

Así podríamos intercambiar códigos y mantenernos comunicados. Siempre es un poco más llevadero. — Le sonrió con extremo cariño mientras aceptaba la mano que Octojin le extendía y le seguía tranquilamente el paso que él marcase. De hecho, al pensar en eso, estrechó un poco más aquella mano. — Creo que esto es lo importante, Octo. El idear maneras de volver a vernos, de mantenernos en contacto. Eso no quita que vaya a doler menos, pero... Mientras esto sucede, creo que sería más fácil para los dos.

Claro, eso si él quería.

De todas maneras, antes de que ambos saliesen de la habitación, Asradi se detuvo un momento, dando un pequeño tirón a la mano de Octojin para llamarle la atención con ese gesto. No era idiota, y lo peor de todo es que era terriblemente empática. Sabía que él no estaba bien, y no quería cargarle con más dolor.

Octojin... Si consideras que esto no es para ti... — Se mordió el labio inferior, bajando levemente la mirada. No quería que él se sintiese mal, pero mucho menos quería que él se sintiese obligado. — No te voy a juzgar ni me enfadaré al respecto.

Respetaría su decisión, fuese cual fuese, aunque doliese.
#55
Octojin
El terror blanco
Octojin escuchó en silencio las palabras de Asradi, sintiendo el peso de su dolor y la incertidumbre que envolvía sus sueños compartidos. A cada palabra de la sirena, algo dentro de él se encogía, pero también se llenaba de determinación. La suavidad de su toque, el brillo apenas contenido en sus ojos, todo eso reforzaba lo que sentía por ella. A pesar de la tristeza que destilaban sus palabras, había una luz en sus miradas, una fuerza que él estaba dispuesto a sostener a toda costa. La fuerza que lo podía todo.

—En la Marina me darán un Den Den Mushi —dijo, forzando una sonrisa más confiada—. Es lo primero que hacen, o eso me han contado. Así que claro que podremos hablar, el único lío será encontrar el número del otro. No se me ocurre cómo hacerlo, pero seguro que damos con la tecla. —La idea de poder escuchar su voz cuando no estuvieran juntos le daba una especie de alivio, aunque solo fuera un poco. Era una sensación de confort el solo imaginarlo, por lo que entendió que, de lograrlo, sería un alivio tremendo. Un sitio al que acudir cuando lo necesitara.

Cuando Asradi lo detuvo con ese tirón en la mano y le preguntó si aquello era realmente lo que él deseaba, Octojin sintió un torbellino de emociones. Por un momento, quedó inmóvil, casi petrificado, mirándola con intensidad mientras intentaba ordenar unas ideas que, por otro lado, parecían totalmente ingobernables. No se había esperado esa pregunta, y tampoco la respuesta que brotaba de sus labios casi sin pensarlo. ¿Por qué se empeñaba en protegerle? ¿Acaso no había visto lo que era capaz de hacer? Juntos eran mucho más de lo que podían ser por separado. Pero las situaciones mandan, y en ocasiones, por mucho que la unión haga la fuerza, la fuerza realmente está en la soledad de quien siente lo que está ocurriendo en su interior. Y en el interior de la sirena estaban ocurriendo muchas cosas. Y, desgraciadamente, no todas buenas.

—No digas esas tonterías, Asradi —respondió, con voz más suave y un brillo en los ojos que delataba la profundidad de lo que sentía—. Tú eres todo lo que me hace feliz. Un problema, por muy grande que sea, no se interpondrá entre nosotros. Ni ahora ni nunca.

Sin más, la rodeó con sus brazos, afianzando sus manos en su cintura y acercándola aún más hacia él. Le dio un par de besos en la mejilla, queriendo que comprendiera lo importante que era para él. A veces las palabras no decían todo lo que uno sentía, y eran los gestos los que daban significado a esas palabras. Como la vez que Octojin le dió un bofetón a su amigo Luke por continuar una broma en exceso. Le había avisado varias veces que debía parar, porque le ofendía la comparación entre una piedra marina que habían visto y la forma de su cabeza, y al final tuvo que aplicar la fuerza, o lo que es lo mismo, un gesto, para darle a esas palabras el significado que realmente tenían. Vaya contraste entre una historia y otra, ¿eh? Pues así es la vida. Contrastes.

—No vuelvas a pensar eso, ¿vale? Lo único que me pone triste es no poder ayudarte más —le susurró, incapaz de disimular la emoción que brillaba en sus ojos. Las palabras de ella resonaban en su mente, y mientras la abrazaba, se prometió hacer todo lo que estuviera a su alcance para que nada ni nadie rompiera aquel lazo.

Finalmente, ambos bajaron juntos a las calles de Loguetown. A medida que avanzaban, el ruido y el bullicio de la gente llenaban el aire. El sol estaba ya en lo alto, iluminando las fachadas de los edificios y haciendo que el entorno se sintiera cálido y vibrante. Vendedores ambulantes ofrecían frutas, especias, y mercancías variadas, y había un constante ir y venir de personas, algunas comprando, otras regateando, y muchas simplemente paseando. La brisa del mar traía consigo el olor a sal, mezclándose con el aroma a comida de las tabernas cercanas. Una mezcla de olores que hacía que cualquiera se llenase los pulmones de aire y se parase unos segundos a contemplar aquello. No era un paisaje perfecto, ni mucho menos. Tampoco una isla idílica. Era el ajetreo del día a día que podía llegar a enamorarte si lo veías con la perspectiva correcta.

Pronto, encontraron una taberna acogedora en una esquina menos transitada. Dentro, el ambiente era cálido y relajado, con mesas de madera y una decoración simple pero agradable. Eligieron una mesa en un rincón, donde la luz apenas se colaba a través de las ventanas pequeñas, dándole al lugar un toque íntimo. Tras pedir un plato de carne, Octojin se recostó en el respaldo, dejándose caer en un breve momento de reflexión. Desconectó por un momento, y no escuchó ni lo que la sirena había pedido. Cerró los ojos unos segundos, en los cuales estuvo solo, en completo silencio.

El silencio que se instaló entre ellos era cómodo para él, aunque cargado de emociones no dichas. Pensó en las palabras de Asradi, en sus miedos y en su deseo de huir de todo lo que los separaba. Había algo de valentía en su fuerza, en su esperanza por un futuro donde ambos pudieran estar juntos, pero sin ella sentirse atrapada. Sin darse cuenta, apretó los puños bajo la mesa, como si canalizara en ese pequeño gesto su determinación. Y abrió los ojos, viendo a aquella preciosidad que había llegado como un torbellino a cambiar su vida. Ya nada sería igual, pero qué importaba eso si el premio era estar a su lado.
#56
Asradi
Völva
Bajó la mirada cuando sintió la de Octojin, tan intensa sobre ella, hasta tal punto que le hizo tragar saliva. No le había dicho tales palabras de manera ligera, las había pensado en algún momento, sobre todo cuando había sentido, en última instancia, el dolor que creía que le estaba provocando a él. Y eso era lo que la sirena menos quería. Si tan solo pudiese paliar un poco esa desazón, si tan solo pudiese protegerle un poco más. Pero... ¿Cómo se protege a alguien, queriendo alejarle del peligro, cuando ese peligro es uno mismo? Y, sobre todo, con ese deseo de querer permanecer, como sea, a su lado. Era un conjunto de demasiadas emociones que le estaba costando gestionar, sintiendo que, en ocasiones, su corazón quería irse por un lado y la razón por otro. No era la sombra imponente del gyojin lo que la tenía tan nerviosa, sino su silencio y su mirada, la cual podía sentir todavía. Solo se atrevió a alzar la suya propia cuando la voz del tiburón la sacó de sus oscuros pensamientos.

Asradi apretó ligeramente los labios, emocionada.

Pero... — No fue capaz de continuar la frase, si es que había algo que continuar. Solo alcanzó a tragar saliva y a dejarse abrazar cuando fue Octojin quien inició tal gesto. Uno que la sirena correspondió de inmediato, con absoluta necesidad. Se acurrucó contra el cuerpo contrario y cerró los ojos solo para aumentar todavía más la sensación de aquel contacto. — Lo que menos quiero es hacerte daño. De verdad que siento todo esto...

Su voz salió trémula por unos momentos, antes de tomar aire por la nariz y buscar calmar las agitadas aguas de su interior. Sus manos acariciaron, con lentitud y deleite, la escamosa y áspera piel contraria, empapándose de su aroma. Era lo único que tendría, el único recuerdo físico, junto con la talla de madera, de él una vez se separasen. Ojalá pudiesen encontrar una manera, a futuro, para poder comunicarse con los Den Den Mushi.

Pero tienes razón. No podemos dejar que algo así nos supere. — Ambos debían ser fuertes para poder reunirse nuevamente. Era lo único en lo que tenía que pensar a partir de ahora. Se enjugó un par de lágrimas furtivas antes de apoyarse en Octojin para alzarse un poco y darle un comedido y primoroso beso en los labios. Algo corto y rápido, aunque no lo suficiente rápido para resultar en tan solo un piquito. — Haré todo lo posible para regresar contigo. No sé lo que me deparará en el camino, pero... Te prometo que volveré a ti.

Finalmente, Asradi esbozó una sonrisa cálida y le dió otro beso, ahora en la mejilla, al escualo, antes de bajar hacia las calles de la ciudad. La cual les recibió con su bullicio característico. El sol en lo alto iluminaba cálidamente cada rincón de la ciudad, y también le resultaba agradable sentir ese calorcito en la piel. Tras el corte de la trenza, Asradi se había dejado el cabello suelto, el cual le cosquilleaba el cuello de manera agradable. No le preocupaba, era su forma de agradecerle a Octojin. De quererle. El pelo volvería a crecer, al fin y al cabo.

Estuvieron un rato paseando y disfrutando del ambiente, hasta que llegaron a una taberna no demasiado grande, pero muy acogedora en su interior. Ambos se acomodaron en una de la zonas más íntimas. La luz que llegaba hasta ahí era cálida, pero tampoco muy fuerte, por lo que hacía el ambiente todavía más agradable. Asradi pidió otro plato de carne y algo de alcohol para beber. Una cerveza bien fría siempre era un buen acompañamiento, y más con el calorcito que hacía. El silencio se apoderó de ellos durante unos instantes. Vió como Octojin cerraba los ojos unos segundos y le dejó en paz ese tiempo, no perturbándole. A la sirena tan solo se le dibujó una suave sonrisa, porque ella misma aprovechó ese momento para deleitarse con las facciones del gyojin. Estudiándolas, enraizándolas en su memoria, grabando ese recuerdo en su cabeza. Quería atesorar aquello todo lo posible y, cuando estuviese lejos de él, poder rememorar este momento de manera cálida y alegre.

Cuando el habitante del mar abriese los ojos, se encontraría con la cariñosa mirada y sonrisa de la sirena. De su sirena, porque Asradi sí tenía claro que ese grandullón le había encandilado de una manera como nunca se había imaginado, como nunca antes habría podido pensar. Quizás, a pesar de todas las circunstancias, si continuaban por el sendero elegido y perseveraban, ambos conseguirían todo lo que se propusiesen. Y, la meta de ella, era regresar con él costase lo que le costase.

Entonces... ¿Cómo deberé llamarte la próxima vez que nos veamos? ¿Sargento Octojin? — Se rió de manera suave y melódica. No era una burla, ni mucho menos, sino una manera de divertirse con él. — A decir verdad, si hay suerte y te dejan destinado aquí en Loguetown... — Porque para ella estaba segura de que entraría. Octojin valía muchísimo. — … Me será más sencillo hacer alguna escapada de vez en cuando para venir a verte.

O, al menos, lo intentaría.
#57
Octojin
El terror blanco
Octojin, con la mirada perdida en el rostro de Asradi, dejó que sus palabras resonaran en su mente. Sentía una mezcla de emoción y nerviosismo, sabiendo que ambos estaban a punto de emprender caminos diferentes. De separarse después de todo lo vivido. Llegaba el momento triste que nadie quería. Cuando ella le dio aquel beso suave y cálido en los labios, su corazón, duro como la roca en tantas batallas, se estremeció. Para un guerrero del mar como él, siempre acostumbrado a la soledad y a la crudeza de la vida, era un sentimiento extraño, pero poderoso. Estaba dispuesto a esperar lo que fuera necesario para poder volver a verla. Pero tenía claro que ese momento llegaría. Estaba seguro.

Mientras el gyojin mantuvo los ojos cerrados, buscando calma y recordando cada instante que había pasado con Asradi, una leve sonrisa se dibujó en su rostro. No quería perder ni un solo detalle de esos recuerdos. Notó la mirada de ella sobre él, y cuando volvió a abrir los ojos, se encontró con esa sonrisa cariñosa que le desarmaba. Aquella era una extraña sensación con la que deseó despertar cada día. Pero no era posible, al menos por el momento. La sirena parecía iluminada por una luz especial, como si el simple hecho de mirarla pudiera hacer desaparecer sus temores.

La voz de Asradi rompió el silencio, en un tono suave pero divertido. Cuestionó la manera en la que tenía que llamarle la siguiente vez que se viesen, con esa risa melodiosa que tanto le gustaba.

Él se inclinó hacia ella, esbozando una sonrisa tímida. Quiso seguirle el juego.

—Bueno, la marina tiene sus jerarquías —respondió—. Al principio, solo seré un simple soldado raso. Uno más entre muchos. Pero, si me esfuerzo lo suficiente, ojalá la próxima vez que nos encontremos ya haya ascendido a sargento. Sería una buena señal de que estoy avanzando, ¿no crees? —Sus palabras eran sinceras. Sabía que el camino en la marina sería duro, pero quería lograrlo. Y si eso significaba que Asradi pudiera sentirse orgullosa de él, entonces todo valdría la pena.

—Eso sí —añadió—, ojalá mi destino quede cerca de Loguetown. Si es así, podrías venir a verme cuando todo esté arreglado. Sería un increíble momento para celebrar. Te aseguro que si me avisas, tendré una mesa reservada para nosotros en esta misma taberna. O pediré el traslado si te has asentado en otro sitio. Lo que sea por estar juntos —La idea de un reencuentro en el mismo lugar, con las mismas risas y miradas, le llenaba de esperanza.

Justo en ese momento, llegó la comida. Octojin sintió el aroma de los platos, que llenaba el aire con una mezcla de especias y sabores intensos. Sonrió con complicidad a Asradi y, antes de que ella empezara, le acercó su plato para que probara.

—Anda, prueba esto. Es especial de la casa, y seguro que te va a gustar. No es tanto el sabor de la carne en sí, sino las especias que usan. Es una explosión de sabores en la boca —Esperó a ver su reacción, con una chispa de emoción en sus ojos, esperando que fuera de su agrado.

Octojin se sentiría satisfecho si lo probaba. Quería compartir ese momento de alegría simple, de comida y compañía, sin prisas ni preocupaciones. Levantó su jarra de cerveza, invitándola a hacer lo mismo. Aunque el motivo fuese triste en parte, también estarían celebrando todo lo ocurrido. Así que no se le ocurría un mejor motivo por el cual chocar sus jarras.

—Un brindis, Asradi, por nosotros —dijo con un tono solemne—. Y por el día en que volvamos a encontrarnos. —Chocarían las jarras tras ello si la sirena no tenía nada más que añadir, y Octojin bebería un largo trago, saboreando el amargo y refrescante sabor de la cerveza.

El tiburón comenzó a comer de manera pausada, degustando cada bocado con calma, como si quisiera prolongar ese instante. Más por la compañía que por el sabor en sí. Sabía que al final de ese día, ambos tendrían que seguir sus propios caminos, pero mientras comía junto a Asradi, se permitió olvidar por un momento las dificultades que les aguardaban, a cada uno por separado.

—Nunca pensé que desearía que un día no se acabara nunca —murmuró, más para sí mismo que para ella. Pero sabía que Asradi lo había oído.

Comieron en silencio durante un rato, ambos absortos en sus propios pensamientos, disfrutando de cada instante. Con la boca llena tampoco era fácil hablar. Cada vez que levantaba la vista, el escualo veía el reflejo de una sonrisa en el rostro de Asradi, una expresión tranquila, como si también quisiera aferrarse a ese momento. El bullicio de la taberna y el ruido de la gente a su alrededor parecían desvanecerse, dejando solo una burbuja de paz y serenidad entre ellos.

Finalmente, cuando terminaron de comer, Octojin apoyó sus codos en la mesa y miró a Asradi con una mezcla de cariño y determinación. Cada minuto que pasaba estaban más cerca de decirse adiós. Y el tiburón juraría que el tiempo estaba pasando más rápido que de costumbre.

—Sé que ambos tenemos caminos difíciles por delante, y que esto no será fácil —dijo, con la voz cargada de sinceridad—. Pero pase lo que pase, recordaré este día. Y lucharé para que nos reencontremos.

Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y resolución. No necesitaban muchas palabras para comprender que ambos estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por volver a verse. El tiburón tomó una respiración profunda y dejó que sus pensamientos vagaran hacia el futuro, hacia ese día en el que pudiera recibirla como alguien más que un simple soldado raso, como alguien que había crecido y se había fortalecido. Como aquél hombre que la sirena merecía.
#58
Asradi
Völva
Octojin había decidido seguirle el juego en cuanto a su broma sobre el rango o como llamarle cuando se volviesen a ver. Aunque, quizás, no fuese tanto una broma. Asradi en parte también lo decía en serio por el hecho, sobre todo, de saber que a Octojin le iría bien, y que estaría haciendo progresos no solo dentro de la Marina, sino también como persona. Sí había escuchado que la Marina tenía jerarquías, pero se notaba en la mirada que la sirena le dedicaba al gyojin que confiaba plenamente en él.

Sería una excelente señal, sobre todo por ti y para la gente a la que puedas ayudar con eso. — Había brillo amable en como Asradi miraba a Octojin, también con esa mezcla del cariño que sentía por el otro habitante del mar. Como también esperaba que lo destinasen a Loguetown o algún sitio cercano. Al menos hasta que tuviesen otra forma de comunicarse y reencontrarse de manera más segura.

Lo primero que les sirvieron fueron las bebidas. Frías y refrescantes. El espumoso dorado agitándose suavemente en el interior de la jarra acristalada hizo que la sonrisa de Asradi fuese un poquito más pilla. De hecho, tampoco la comida tardó en llegar, con un delicioso aroma que invadió su nariz.

Creo que es algo solucionable y que podremos ir viendo poco a poco según te destinen a un lugar o al otro. De todas maneras, pase lo que pase... — Esta vez le miró con más intensidad, pero también con seriedad y, sobre todo, con una apabullante seguridad no solo en sus palabras, sino también en lo que sentía al respecto. — No importa donde estemos, te buscaré. — Quizás podía sonar a amenaza y eso era. Una “amenaza” para regresar a él, para estar a su lado. Después de eso, Asradi esbozó una sonrisa de inmediato. — Me aseguraré de que siempre sepas de mi llegada. Solo tú lo sabrás.

Mientras decía esto, la sirena aprovechaba para deleitarse con la mirada en cuanto a los rasgos contrarios. Parecía mentira que alguien que semejaba ser tan rudo, fuese un trozo de pan dulce en el fondo. Y le encantaba hacerle sonrojar, para ella era no solo un entretenimiento un poco divertido. Sino más bien tierno. Porque era ahí cuando sí podía ver el verdadero fondo de Octojin, como un tesoro escondido.

Cuando les sirvieron la comida, los ojos de la sirena se le escapaban hacia los diferentes platos. Había recuperado el apetito que había perdido hacía un rato debido a la tristeza que sentía por la situación, por el hecho de tener que separarse de él o, más bien, de hacerle daño sin pretenderlo. Solo por la situación en la que vivía actualmente.

Tiene muy buena pinta. — Asradi ni tan siquiera lo dudó. Arrimó la silla hasta quedarse sentada justo al lado del escualo. Y también aproximó su plato para que estuviese al alcance de Octojin. — Y huele todavía mejor. — No se cortó en probar una pequeña porción, sujetando el cubierto con cuidado y decoro antes de llevarse el bocado a los labios. Una vez hizo esto, algunos de sus dedos cubrieron la boca, medio reflejando y medio escondiendo la expresión extasiada que se le había quedado a la sirena. ¡Era toda una explosión de sabores para su paladar! Los ojos azules de Asradi parecieron iluminarse con una alegría innata. — ¡Por Neptuno! ¡Está tremendo! — No dudó en exclamar y, muy quitada de la pena, robarle otro trocito a Octojin, con la graciosa diferencia que, ahora, mientras lo paladeaba, parecía “bailar” sentada en su silla, mientras disfrutaba con el sabor.

Tras eso, fue ella la que aproximó su plato más al alcance del escualo.

Ahora te toca a ti. Creo que es menos especiado, pero tiene buena pinta. — Era carne poco hecha, en su punto, con una salsa para acompañar.

Esta vez fue ella quien, ahora, estuvo totalmente atenta a la posible reacción de Octojin si probaba de la carne que ella habia pedido.

Después de eso, llegó el momento del brindis. Pareciese que toda la pena que se había acumulado en la mujer, hasta hacía un buen rato, se hubiese esfumado de repente gracias a Octojin. Sobre todo el ver que el tiburón parecía de mejor humor y un tanto más animado, a ella se le contagiaba por igual. La sirena alzo la jarra y la chocó, animosamente, contra la de Octojin, deleitándose no solo con el característico sonido de ambos cristales uniéndose momentáneamente, sino por los deseos expresados por él. Algo que hizo sonrojar levemente a la sirena, pero también esbozando una suave sonrisa.

Por nosotros, y porque ese momento de reunión llegue pronto. — Todavía no se había ido pero sentía que ya lo estaba extrañando.

La comida avanzó en paz y con una conversación animada entre ambos, aunque Asradi sentía que el tiempo estaba pasando más rápido de lo que le gustaría. Y, de todas maneras, estaba disfrutando aquello con todo su ser, queriendo aprovechar hasta el último segundo a su lado. Cuando terminaron de comer, la sirena se acomodó para poder mirarle a los ojos. De la misma forma con aquella sonrisa que, de vez en cuando, Octojin le arrancaba con más timidez que con el descaro que ella solía acostumbrar a tener.

Fue la pelinegra quien, de inmediato, buscó una de las manos contrarias, apretujándola un poco contra sí y besando suavemente los nudillos del futuro marine.

Yo no voy a olvidar ni uno solo de los momentos que he pasado contigo, Octo. Has logrado hacerme feliz en el corto tiempo en el que nos conocemos. — Pero sentía que habia pasado más tiempo y Asradi atesoraba cada segundo con él. — Haré todo lo posible para encontrarte de nuevo. Y para que, cuando nos veamos, tú también estés orgulloso de mi.

Al igual que él, la sirena tenía el deseo de ayudar a los demás, mientras sorteaba aquella sombra que siempre se cernía sobre ella.
#59
Octojin
El terror blanco
La sonrisa de Octojin se ensanchó al ver la reacción de Asradi al probar la carne de su plato. Había sido una buena elección, y la alegría de la sirena era evidente. Sin embargo, no pudo evitar sentir una pizca de celos cuando, con naturalidad y sin pedir permiso, Asradi se llevó otro trozo. Mientras la veía disfrutar, Octojin levantó una mano, llamando al camarero para que le trajeran otro pedazo más. No podía negarse al encanto de verla probar su plato, pero tampoco quería quedarse con las ganas de saborearlo.

Cuando el camarero partió, Asradi le ofreció un trozo de su carne, que aceptó con gusto. Al morder, Octojin notó la diferencia: la carne tenía un toque jugoso y un sabor natural que lo sorprendió. A diferencia de la que él había pedido, no estaba tan especiada, por lo que eso le permitió disfrutar más del sabor auténtico de la carne. Sin duda estaba muy buena también, así que el gyojin sonrió, consciente de que habían acertado con sus elecciones.

—Tienes razón, Asradi. Esta carne es deliciosa, y el sabor es más limpio, sin tantas especias. Es un poco diferente, pero me gusta. —Sonrió, y pudo ver cómo ella también disfrutaba de su reacción.

Ambos alzaron sus jarras, entre risas y miradas compartidas, chocándolas en un brindis lleno de esperanza y alegría. Para Octojin, aquel brindis era algo más que un simple gesto. Era un recordatorio de todos los momentos que habían compartido, de las risas y las aventuras que habían vivido, y del tiempo que aún anhelaba pasar a su lado. Levantó su jarra con orgullo y miró a Asradi, con la promesa de aquel reencuentro resonando en su mente.

Tras el brindis que vino y cuando pronunció esas palabras sinceras, no pudo evitar recordar algunos de sus primeros encuentros, cuando la vida les parecía tan complicada y los problemas venían unos detrás de otros. La sirena siempre le recordaba aquella historia con cierta tristeza, alegando que había estado a punto de morir. Él siempre pensó que estaba exagerando, pero lo cierto es que aquél veneno que corría por su cuerpo en momobami debió ser ciertamente peligroso. Sin embargo, no era su día. Se encontró con su ángel de la guardia, Asradi, que le salvó aplicando sus técnicas de medicina. La vida cambia con el simple paso del tiempo. En un momento estás a golpes con bestias, y en otros, como el actual, compartiendo ese momento de paz al lado de quien quieres.

Ambos estaban sumergidos en la comida, compartiendo carcajadas y relatos. Era como si el tiempo hubiera decidido dejar de pasar tan rápido y detenerse, permitiéndoles disfrutar de cada segundo. La conversación fluyó con naturalidad, y Octojin se sentía cada vez más agradecido por haber tenido la oportunidad de conocer a alguien tan especial. Aquel día, en la taberna, era un recuerdo más que guardaría para siempre en su corazón, en el hueco dedicado para Asradi.

El camarero llegó finalmente con el nuevo trozo de carne que había pedido, y Octojin lo miró como si fuera un tesoro. Sonriendo, cortó un trozo y se lo ofreció a Asradi, compartiendo una vez más su alegría con ella.

—¿Quieres otro trozo más?—le dijo con voz juguetona— Quizá te hayas quedado con hambre.

Cuando terminaron de comer, Octojin pidió la cuenta y, en un gesto decidido, sacó el dinero para pagar. Sabía que aquellos momentos eran preciosos y que quería ser él quien los recordara como el anfitrión de esa despedida especial. Miró a Asradi con una sonrisa pícara mientras guardaba el recibo.

—Esta vez invito yo —declaró con orgullo—, pero solo si me prometes algo —Sus ojos brillaron al encontrarse con los de ella—. La próxima vez que nos veamos, te tocará a ti. Y espero que encuentres un lugar tan bueno como este.

Octojin sabía que, aunque sus caminos los llevaran por rumbos distintos, aquella promesa los conectaría hasta el próximo encuentro. Y lo haría más pronto que tarde, lo tenía más que claro. El tiburón dejó una generosa propina, quizá más propia el estado de ánimo en el que se encontraba que de la atención en sí, y tras ello, sonrió a la sirena. Con un gesto de gratitud y cariño, ambos se dirigieron a la salida de la taberna, disfrutando de la cálida luz de la tarde.

Al salir, Octojin respiró profundamente, sintiendo el aire fresco y el sol sobre su piel. Su corazón latía con fuerza, y notó un nudo en el estómago al pensar en el inevitable momento de la despedida. Sabía que no podía evitarlo, pero eso no lo hacía menos doloroso. Miró a Asradi, quien parecía igual de inmersa en sus pensamientos, y decidió aprovechar esos últimos minutos juntos. Paso su brazo por el hombro de la pelinegra como buenamente pudo teniendo en cuenta la diferencia de altura, y tras ello, la miró directamente.

—¿Te queda algo por hacer en la isla? —preguntó, con una voz suave, como si quisiera alargar el momento.

La mirada que estaba empleando era una con una mezcla de expresión de ternura y tristeza, y es que era más que claro que en ese momento tenía una de las batallas más complicadas con las que jamás había lidiado. Estaba luchando contra la idea de separarse de su gran amor. Su corazón dolía, y supo en ese instante que, aunque la despedida fuera inevitable, su promesa de reencuentro era la esperanza que lo mantendría en pie.

Caminaron juntos por las calles, sin rumbo fijo, simplemente disfrutando de la compañía del otro. Octojin deseaba que ese paseo no tuviera fin, que el tiempo pudiera detenerse para permitirles vivir eternamente en aquel instante. Pero sabía que, como todas las cosas buenas, ese momento también tendría que terminar. Y ese sería también, en parte, el encanto del momento. A veces la vida nos depara jugadas que no entendemos, pero con el tiempo, acaban teniendo un sentido.

El nudo en su estómago se apretó aún más, y sintió el peso de las palabras que quería decirle. Sabía que nada podría expresar completamente lo que sentía, y las palabras no terminaban de salir. Tomó su mano, apretándola con fuerza. Con un último gesto, se ladeó hacia ella, depositando un suave beso en su mejilla. La promesa de regresar estaba implícita en su sonrisa, y entonces sintió una calidez en su corazón al ver la seguridad en sus ojos. Quizá aquello le ayudó a sentirse algo mejor, aunque solo fuera por un breve momento.

El tiburón esperaría a ver si la sirena tenía algo más que hacer o no, pero lo cierto es que las últimas horas juntos se agotaban, y eso no era nada fácil de digerir. Seguiría fingiendo esa sonrisa y buen humor a pesar de estar totalmente roto por dentro. Ya habría tiempo para llorar a solas.
#60
Tema cerrado 


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