Jack D. Agnis
Golden Eyes
26-10-2024, 06:29 PM
El crujido de un vaso rompiéndose cerca de mí me hizo abrir los ojos de golpe, sobresaltado. Pero al darme cuenta de que no corría peligro inmediato, mi cuerpo se relajó, aunque la confusión aún nublaba mi mente.
"¿Dónde mierda estoy?", me pregunté, mirando a mi alrededor con la cabeza embotada. Mis ojos encontraron al viejo que estaba allí la noche anterior, todavía sentado, durmiendo y balbuceando cosas sin sentido. Esa imagen me hizo recordar todo lo ocurrido anoche, y con ese esfuerzo mental, una punzada intensa atravesó mi cabeza, obligándome a entrecerrar los ojos y apretar la mandíbula con fuerza.
—Tch, esto es lo que odio de beber... La puta resaca —murmuré, sacudiendo la cabeza para despejarme. Pero era inútil, el alcohol seguía corriendo por mis venas y ahora quería salir con urgencia.
Con el cuerpo aún tambaleante, hice un esfuerzo monumental por levantarme del suelo. Me apoyé en todo lo que tenía a mano, no tanto por la borrachera, sino por los dolores que recorrían mi cuerpo. Dormir de esa manera había entumecido mis piernas, mis brazos y hasta las nalgas. De verdad, fue un milagro que mi corazón no se entumeciera también.
Después de lo que pareció una eternidad, logré ponerme en pie y noté que no estaba solo. Un par de personas, que parecían esclavos o simples empleados, limpiaban el desastre que había dejado la fiesta de anoche. Pero no tenía tiempo para prestarles atención; me urgía encontrar algún rincón para vaciar la vejiga.
Tras unos segundos de búsqueda, encontré el lugar perfecto y me desahogué. La satisfacción era tan palpable que, por un momento, recordé a la mujer de anoche, sus labios, y la forma en que sus manos recorrían mi cuerpo.
Mis pensamientos se volvieron aún más vívidos cuando noté una mancha de labial en mi entrepierna.
"Sí que fue una buena noche", pensé divertido, aun con la cabeza adolorida, mientras terminaba de orinar y escudriñaba mis alrededores.
El cielo empezaba a teñirse de dorado, señal de que el amanecer estaba cerca. Me quedé observando el espectáculo, perdido en la naturaleza por un momento.
Como era mi costumbre, intenté apoyar mi única mano sobre la empuñadura de "Bella Dama", pero cuando lo hice, mi mano bajó al vacío, sin encontrar nada que sostener. El desconcierto me sacudió, y al mirar mi cintura, me di cuenta de que mi espada y mi dinero habían desaparecido.
Mis ojos se inyectaron de furia, apreté la mandíbula con fuerza y regresé a la taberna donde había pasado la noche.
Revolví el taburete donde me había dormido y busqué por todos los rincones, pero mi espada no aparecía. La ira bullía dentro de mí mientras miraba al viejo, y sin pensarlo dos veces, agarré una cubeta de agua y se la vacié encima para despertarlo de golpe.
El viejo se levantó sobresaltado y empapado, sin saber qué carajo estaba pasando.
Al verme, frunció el ceño e intentó decir algo, pero lo interrumpí antes de que pudiera abrir la boca.
—Ayer follé con una mujer de pelo rizado y de tez morena. ¿Dónde mierda la encuentro? —solté, con la voz cargada de furia. El viejo pareció darse cuenta de mi estado, pero en lugar de tomárselo en serio, se burló.
—Ay, estos jóvenes, que dejan que su miembro piense más que su cabeza. Ella es Artemisa, la Diosa de las mamadas. Tras sacarte hasta la última gota y dejarme medio inconsciente, te roba todo lo que llevas. Por suerte, te dejó los pantalones —dijo entre risas, que se interrumpieron por una tos seca.
—Déjate de estupideces. Dime dónde mierda la encuentro —le respondí, apretando los dientes, ya cansado de sus bromas.
—Ni idea —dijo el viejo, sonriendo... hasta que mi puño voló directo a su nariz, rompiéndola en el acto.
—¡¿Qué mierda haces?! —chilló, llevándose la mano a la cara mientras intentaba detener el sangrado. Me miró con odio, pero el miedo ya se asomaba en sus ojos.
—Te lo preguntaré una vez más. ¿Dónde la encuentro? —Una aura violenta se extendió por el lugar, y por un momento, el viejo tragó su burla y dejó que el miedo hablara por él.
—A... a las afueras del asentamiento, en una carpa... —balbuceó, señalando la dirección con un dedo tembloroso.
Sin perder más tiempo, salí de la taberna y me dirigí hacia donde me había indicado. Iba a matar a esa perra, y las "mamadas" de Artemisa terminarían hoy mismo.
Me moví con furia hacia las afueras del asentamiento, hasta que encontré una tienda de campaña, adornada con símbolos que no reconocí. Sin pensarlo dos veces, entré de golpe y me encontré con una escena grotesca: Artemisa estaba siendo poseída por un hombre enorme y bestial, que parecía más cerdo que humano. Sus miradas se cruzaron conmigo, pero ninguno se detuvo. La escena, lejos de excitarme, me llenó de asco.
—Vengo por mis cosas, Diosa de las Mamadas —dije con frialdad, mirándola fijamente. Pero ella no parecía tener intenciones de devolver lo que había conseguido con tanto "esfuerzo".
—Vete a la mierda —jadeó entre gritos de placer, sellando su destino. Viendo que ninguno de los dos representaba una amenaza inmediata, comencé a registrar la tienda en busca de mis pertenencias. Lo que había allí era un verdadero tesoro pirata: oro, joyas, armas y otras riquezas. Era evidente que su modus operandi consistía en usar el sexo como una trampa para robar.
—Sal de mi tienda. Te mataré si tocas algo —dijo ella, apenas logrando hablar mientras llegaba a su clímax. No me importó; continué buscando hasta que encontré "Bella Dama", tirada junto a una pila de espadas de mala calidad.
"Mira cómo te tratan", pensé, mientras escuchaba los últimos jadeos de la pareja.Pero mi error fue no prestar suficiente atención.
Mientras admiraba unas joyas, el hombre cerdo se abalanzó sobre mí y me golpeó con fuerza brutal, haciéndome caer de rodillas.
Sentí cómo sus manos me agarraban el pelo, levantándome sin piedad, y luego una lluvia de golpes me sacudió el cuerpo. Todo mientras Artemisa se reía y decía que nunca debí haberme metido con ellos. Pero tenían mala suerte: "Bella Dama" ya estaba en mi cintura. Y en un momento desesperado, desenfundé mi espada y lancé un corte bajo, muy bajo, cercenando el miembro del hombre cerdo.
El grito desgarrador que soltó me dio la oportunidad de seguir atacando. "Bella Dama" se movía con gracia, abriendo una herida profunda en su enorme panza.
Las tripas se derramaron como guirnaldas mientras la sangre salía a borbotones de su boca. Intentó sujetarme, pero mi espada fue más rápida, y logró cortartle tres dedos de la mano. Giré alrededor de él, como bailando con la muerte, y finalmente hundí la espada en su corazón.
Artemisa gritó de furia al ver caer a su amante, y en un ataque de desesperación, sacó un cuchillo oculto y me apuñaló por la espalda. Por suerte para mí, falló en darme un golpe mortal, lo que me permitió reaccionar y, sin pensarlo, girar la espada hacia ella y cortarle el cuello.
Ver cómo se arrodillaba, ahogándose en su propia sangre, fue más que satisfactorio.
—Las mamadas de Artemisa han... acabado —pensé, todavía furioso, pero con una calma extraña.
Tras la pequeña batalla, recogí mi premio: joyas, dinero y todo lo que podía cargar. Salí de la tienda, dirigiéndome hacia Shimotsuki. Necesitaba un médico, y Alex era el único que conocía.
"Espero que ese maldito lobo esté despierto", pensé, avanzando con dificultad, pero sin detenerme.
Definitivamente, había sido una buena noche de juerga.
"¿Dónde mierda estoy?", me pregunté, mirando a mi alrededor con la cabeza embotada. Mis ojos encontraron al viejo que estaba allí la noche anterior, todavía sentado, durmiendo y balbuceando cosas sin sentido. Esa imagen me hizo recordar todo lo ocurrido anoche, y con ese esfuerzo mental, una punzada intensa atravesó mi cabeza, obligándome a entrecerrar los ojos y apretar la mandíbula con fuerza.
—Tch, esto es lo que odio de beber... La puta resaca —murmuré, sacudiendo la cabeza para despejarme. Pero era inútil, el alcohol seguía corriendo por mis venas y ahora quería salir con urgencia.
Con el cuerpo aún tambaleante, hice un esfuerzo monumental por levantarme del suelo. Me apoyé en todo lo que tenía a mano, no tanto por la borrachera, sino por los dolores que recorrían mi cuerpo. Dormir de esa manera había entumecido mis piernas, mis brazos y hasta las nalgas. De verdad, fue un milagro que mi corazón no se entumeciera también.
Después de lo que pareció una eternidad, logré ponerme en pie y noté que no estaba solo. Un par de personas, que parecían esclavos o simples empleados, limpiaban el desastre que había dejado la fiesta de anoche. Pero no tenía tiempo para prestarles atención; me urgía encontrar algún rincón para vaciar la vejiga.
Tras unos segundos de búsqueda, encontré el lugar perfecto y me desahogué. La satisfacción era tan palpable que, por un momento, recordé a la mujer de anoche, sus labios, y la forma en que sus manos recorrían mi cuerpo.
Mis pensamientos se volvieron aún más vívidos cuando noté una mancha de labial en mi entrepierna.
"Sí que fue una buena noche", pensé divertido, aun con la cabeza adolorida, mientras terminaba de orinar y escudriñaba mis alrededores.
El cielo empezaba a teñirse de dorado, señal de que el amanecer estaba cerca. Me quedé observando el espectáculo, perdido en la naturaleza por un momento.
Como era mi costumbre, intenté apoyar mi única mano sobre la empuñadura de "Bella Dama", pero cuando lo hice, mi mano bajó al vacío, sin encontrar nada que sostener. El desconcierto me sacudió, y al mirar mi cintura, me di cuenta de que mi espada y mi dinero habían desaparecido.
Mis ojos se inyectaron de furia, apreté la mandíbula con fuerza y regresé a la taberna donde había pasado la noche.
Revolví el taburete donde me había dormido y busqué por todos los rincones, pero mi espada no aparecía. La ira bullía dentro de mí mientras miraba al viejo, y sin pensarlo dos veces, agarré una cubeta de agua y se la vacié encima para despertarlo de golpe.
El viejo se levantó sobresaltado y empapado, sin saber qué carajo estaba pasando.
Al verme, frunció el ceño e intentó decir algo, pero lo interrumpí antes de que pudiera abrir la boca.
—Ayer follé con una mujer de pelo rizado y de tez morena. ¿Dónde mierda la encuentro? —solté, con la voz cargada de furia. El viejo pareció darse cuenta de mi estado, pero en lugar de tomárselo en serio, se burló.
—Ay, estos jóvenes, que dejan que su miembro piense más que su cabeza. Ella es Artemisa, la Diosa de las mamadas. Tras sacarte hasta la última gota y dejarme medio inconsciente, te roba todo lo que llevas. Por suerte, te dejó los pantalones —dijo entre risas, que se interrumpieron por una tos seca.
—Déjate de estupideces. Dime dónde mierda la encuentro —le respondí, apretando los dientes, ya cansado de sus bromas.
—Ni idea —dijo el viejo, sonriendo... hasta que mi puño voló directo a su nariz, rompiéndola en el acto.
—¡¿Qué mierda haces?! —chilló, llevándose la mano a la cara mientras intentaba detener el sangrado. Me miró con odio, pero el miedo ya se asomaba en sus ojos.
—Te lo preguntaré una vez más. ¿Dónde la encuentro? —Una aura violenta se extendió por el lugar, y por un momento, el viejo tragó su burla y dejó que el miedo hablara por él.
—A... a las afueras del asentamiento, en una carpa... —balbuceó, señalando la dirección con un dedo tembloroso.
Sin perder más tiempo, salí de la taberna y me dirigí hacia donde me había indicado. Iba a matar a esa perra, y las "mamadas" de Artemisa terminarían hoy mismo.
Me moví con furia hacia las afueras del asentamiento, hasta que encontré una tienda de campaña, adornada con símbolos que no reconocí. Sin pensarlo dos veces, entré de golpe y me encontré con una escena grotesca: Artemisa estaba siendo poseída por un hombre enorme y bestial, que parecía más cerdo que humano. Sus miradas se cruzaron conmigo, pero ninguno se detuvo. La escena, lejos de excitarme, me llenó de asco.
—Vengo por mis cosas, Diosa de las Mamadas —dije con frialdad, mirándola fijamente. Pero ella no parecía tener intenciones de devolver lo que había conseguido con tanto "esfuerzo".
—Vete a la mierda —jadeó entre gritos de placer, sellando su destino. Viendo que ninguno de los dos representaba una amenaza inmediata, comencé a registrar la tienda en busca de mis pertenencias. Lo que había allí era un verdadero tesoro pirata: oro, joyas, armas y otras riquezas. Era evidente que su modus operandi consistía en usar el sexo como una trampa para robar.
—Sal de mi tienda. Te mataré si tocas algo —dijo ella, apenas logrando hablar mientras llegaba a su clímax. No me importó; continué buscando hasta que encontré "Bella Dama", tirada junto a una pila de espadas de mala calidad.
"Mira cómo te tratan", pensé, mientras escuchaba los últimos jadeos de la pareja.Pero mi error fue no prestar suficiente atención.
Mientras admiraba unas joyas, el hombre cerdo se abalanzó sobre mí y me golpeó con fuerza brutal, haciéndome caer de rodillas.
Sentí cómo sus manos me agarraban el pelo, levantándome sin piedad, y luego una lluvia de golpes me sacudió el cuerpo. Todo mientras Artemisa se reía y decía que nunca debí haberme metido con ellos. Pero tenían mala suerte: "Bella Dama" ya estaba en mi cintura. Y en un momento desesperado, desenfundé mi espada y lancé un corte bajo, muy bajo, cercenando el miembro del hombre cerdo.
El grito desgarrador que soltó me dio la oportunidad de seguir atacando. "Bella Dama" se movía con gracia, abriendo una herida profunda en su enorme panza.
Las tripas se derramaron como guirnaldas mientras la sangre salía a borbotones de su boca. Intentó sujetarme, pero mi espada fue más rápida, y logró cortartle tres dedos de la mano. Giré alrededor de él, como bailando con la muerte, y finalmente hundí la espada en su corazón.
Artemisa gritó de furia al ver caer a su amante, y en un ataque de desesperación, sacó un cuchillo oculto y me apuñaló por la espalda. Por suerte para mí, falló en darme un golpe mortal, lo que me permitió reaccionar y, sin pensarlo, girar la espada hacia ella y cortarle el cuello.
Ver cómo se arrodillaba, ahogándose en su propia sangre, fue más que satisfactorio.
—Las mamadas de Artemisa han... acabado —pensé, todavía furioso, pero con una calma extraña.
Tras la pequeña batalla, recogí mi premio: joyas, dinero y todo lo que podía cargar. Salí de la tienda, dirigiéndome hacia Shimotsuki. Necesitaba un médico, y Alex era el único que conocía.
"Espero que ese maldito lobo esté despierto", pensé, avanzando con dificultad, pero sin detenerme.
Definitivamente, había sido una buena noche de juerga.