Hay rumores sobre…
... un algún lugar del East Blue los Revolucionarios han establecido una base de operaciones, aunque nadie la ha encontrado aun.
[Común] [C-Pasado] Los primeros brotes del destino
Lance Turner
Shirogami
LOS PRIMEROS BROTES DEL DESTINO

Día 12 de Primavera del año 724.

[Imagen: GdgsRrr.png]


Debo reconocer que no sé si me gusta más la sensación de viajar en alta mar, o pisar tierra firme tras una larga travesía. En alta mar siempre me he sentido libre, siendo una mera gota en el infinito. Siento que es mi lugar seguro dentro del mundo, pudiendo contemplar absorto el horizonte sin fin. Pero cuando toco tierra, puedo sentirme extrañamente familiar y emocionado, rodeado de personas y con un montón de posibilidades a mi alcance. Al fin y al cabo, uno nunca sabe qué es lo que puede encontrar cuando llegas a un lugar nuevo.

En concreto, los pueblos pesqueros eran de mis lugares favoritos, quizá por tener un poco de ambos mundos. Aunque pensándolo bien, también es posible que de alguna manera me sienta unido a todos los habitantes del lugar. Eran personas que viven en tierra firme, pero salen a la mar para trabajar, que observan cada día el infinito en el horizonte, y en cierto modo, también se sienten parte de los dos mundos.

A pesar de haberme criado en tierra firme, mi madre me contó cuando era pequeño todo sobre el mar, cómo ella había crecido en una cultura que respetaba al mismo tiempo que amaba al mar, fruto de adoración y de profundo respeto. Pasé muchos años de mi vida ansiando poder vivir en un sitio así, y quizá, fue eso junto a los libros de piratas que me leía mi padre, que mi destino era escoger este camino. Algo que no parecía compartir tanto con mi reciente compañero, Juuken.

A finales de la pasada estación nos conocimos, y aunque la primera toma de contacto fue algo abrupta, debo reconocer que cada vez parece más aclimatado. Es sorprendente que un chico tan joven tenga semejante madurez, de no ser por su aspecto algo aniñado, podría ser perfectamente un adulto de mi edad, o incluso más mayor. A pesar de que no era muy dado a hablar de su pasado, era evidente que había sufrido demasiado para esta vida, así que iba a encargarme de él, y evitar que vuelva a pasar por tanto otra vez. Ahora está conmigo, y puede confiar en mí, por mucho que él quiera demostrar su independencia.

No obstante, Juuken suele mostrarse muy conversador, algo que me sorprendió tras esa primera toma de contacto. Dicen que está mal juzgar un libro por su portada, pero siendo sincero, hacer esto me había hecho más bien en la vida que mal. El chico evitaba a toda costa temas relacionados con el pasado, algo que contrastaba con como no podía evitar preguntar por todo, ansioso de querer saber más y más. Eso ayudaba bastante a conocernos, y aunque a veces podía ser algo cargante, me alegraba de no tener que forzar conversación alguna con él, quería averiguar más sobre el chico para poderle hacer sentir cómodo y seguro.
- Hey, ¿Y qué hacemos aquí? – Me preguntó el mocoso observando todo con curiosidad. - ¿Por qué es todo tan rojo? Qué raro.

No pude evitar reírme un poco ante esa última pregunta, pues me recordaba una vez más que en realidad era todavía muy joven.
- Si te soy sincero… no lo tengo nada claro. – Le respondí previo a una pequeña risa. – Quizá debamos descubrirlo nosotros mismos, ¿Qué tal si comemos algo y preguntamos a la gente de aquí?

Juuken parecía bastante satisfecho con esa respuesta, y dimos entonces los primeros pasos en aquel lugar. Como bien había indicado el chico, el color rojo era uno de los más predominantes en aquella isla, especialmente en los tejados de los edificios, los cuales se extienden por todo el lugar. Dichos edificios parecían estar construidos con mimo, enfocándose en la resistencia a través del paso de los años, pero conservando un estilo bonito en conjunto al resto de la ciudad. Desde el mismo puerto podía verse la parte superior de la isla, donde había edificios con estilos más cuidados y majestuosos, mezclando el color rojo con lo que parecía una piedra de tonos claros.

El grito de los vendedores de pescado fresco me sacó de mis pensamientos, sobresaliendo de entre los murmullos que tenía el puerto; conversaciones animadas, algunas risas, y algunas otras conversaciones más caldeadas, producto de vete a saber qué.

A medida que nos alejábamos de los barcos del puerto, se iban reduciendo los sonidos de las olas golpeando contra la costa, el crujido de las cuerdas de los barcos, y el sonido de sus velas por el viento que allí hacía. Pero pronto dejé de sentir el olor a mar, cuando vino a mí el olor de una buena comida. No muy lejos, pasando los primeros puestos de venta, se encontraba un puesto de comida donde vendían pescado cocinado en plancha, con apenas un poco de aceite y especias.

El sonido que hacía el estómago de Juuken me dejó muy claro que él también quería ir allí, algo que provocó una pequeña risa de mi parte.
- Bueno, parece que ya tenemos sitio donde comer bien. – Le dije sonriente mientras le daba una palmada en la espalda para animarle a dar el primer paso hacia el puesto. - ¡Vamos!
#1
Juuken
Juuken
-Creo que nunca me acostumbraré a esto.

Con una sonrisa completamente natural comenzaba a caminar por las calles del puerto de aquella ciudad. Realmente todavía no sabía si era un pueblo, una ciudad, un asentamiento o que diablos de nombre tenía ese lugar, sinceramente todos me parecían lo mismo, zonas donde vive mucha gente aglomerada, y de formas que hasta hace unos pocos años jamás me habría imaginado. Tal vez nunca sería capaz de entender las diferencias entre los distintos nombres, pero me daba igual, ver tanta gente siendo feliz con sus seres más cercanos me volvía realmente feliz. Hace tres años, nunca me habría imaginado poder experimentar esta sensación a diario.

Un grupo de niños pasaba a nuestro lado mientras corría a despedir a un barco pesquero, probablemente sus padres fueran en ese barco, al menos de alguno de ellos, pues se despedían muy eufóricamente. Esa inocencia, esa genuina felicidad que caracterizaba a cada uno de aquellos muchachos. Cada uno de ellos me recordaba lo que ella siempre trató de hacer conmigo desde el primer día. Cuando el barco se alejaba volvían jugando entre ellos a los piratas, como si realmente entendieran lo que significaba la auténtica piratería, las fechorías y los crímenes más deleznables es lo que más perpetraban los auténticos piratas, pudiendo llegar a hacer lo que sea por lo que ellos quieren, o por lo menos así era considerada la piratería clásica. Eso pensé durante un tiempo, hasta que se topó en mi camino cierto peliblanco.

Lance, el tipo que ahora caminaba junto a mí, pelo blanco, completamente repeinado hacia atrás, y siempre mostrando una sonrisa. Tal vez fuera eso lo que me hizo acabar confiando algo en él. Debo decir que nuestro encuentro no fue el más formal del mundo, mucho menos que decir nuestra presentación personal. Lo que si fue, es divertida, en realidad bastante. No se hasta qué punto él la pudo disfrutar, pero si ha querido que continuáramos el viaje juntos tal vez sería por algo. No hacía mucho que yo había salido al mar, esos dos me enseñaron bastante, pero sentí que no podía depender siempre de ellos, no quería abusar de su confianza. Mucho menos quería que me vieran como aquello que ellos mismos fracasaron en recuperar. No quería hacerle daño a quienes salvaron mi vida.

Poco a poco comenzamos a alejarnos del puerto para ir aproximándonos a la ciudad, y me llamó bastante la atención todas las construcciones, todas parecían iguales, al menos los colores eran todos parecidos de uno a otro, las formas algo ligeramente cambiaban, pero todo eran estructuras hacia arriba, con ventanas por todas partes, y con muchos tonos rojos, no es que me desagradase, ¿pero no les quedaba otros colores? Parece que quien hizo el pueblo debía tener una predilección por el rojo, o tal vez tenía alguna explicación que desconocía, al fin y al cabo podría decirse que solo llevaba en este mundo unos tres años, el resto bueno, es historia pasada que preferiría no recordar, no es que tuviese ningún problema con ello, pero no me gusta recordar la soledad, ahora que ya ha desaparecido de mi vida, junto a las tinieblas, prefería no volver a verme inmerso en ello.

Miraba hacia arriba, hacia los lados, seguía predominando el mismo color. Tal vez Lance supiera algo al respecto. A mi lado era como un gigante, siempre llamaba la atención por donde fuera, me sacaba más de una cabeza y muchas veces se quedaban mirándole, eso me hacía gracia en parte, el día que quisiera pasar desapercibido sin llamar la atención será algo digno de ver. No sabía cómo preguntarle si él sabía algo al respecto de por qué había tanto rojo por todas partes, aunque lo que de verdad me llevaba preguntando desde hace tiempo era qué hacíamos allí. Supongo que algún propósito tendría de querer llegar a este lugar, se alegró mucho cuando tocamos tierra. Decidí preguntarle sin rodeos.

-Hey. ¿Y qué hacemos aquí? -me quedé mirándole durante unos instantes esperando una respuesta, pero continué mirando alrededor. Podría aprovechar también para lanzar la otra pregunta disimuladamente.- ¿Por qué es todo tan rojo? Que raro.

No respondió al momento, más bien parecía que le hizo gracia mi segunda pregunta. ¿Tan obvio resultaba para el resto del mundo que hasta le hacía gracia que preguntara? Tal vez simplemente se lo tomara como una broma, por lo que ni siquiera me contestase, o tal vez se pensaría que soy un ignorante... Lo cual tampoco es ninguna mentira, pero para algunas personas puede llegar a resultar muy cómico. Incluso recuerdo que una de las primeras veces casi tengo un problema con un mercader, o por lo menos creo que así le llamaron, se rio y burló tanto de mí por preguntar que era un pájaro que casi acabo sacándole las entrañas. No es mi culpa que me incitara con aquél golpe que me pegó en la espalda, desde mi punto de vista quería diversión, una pena que acabase llorando cuando casi le rebano la oreja, solo llegué a cortar media. Me había puesto nervioso.

-Si te soy sincero… no lo tengo nada claro. – Me respondió mientras se reía, no se en qué contexto se reiría, pero de momento parecía que simplemente seguía haciéndole gracia mi pregunta– Quizá debamos descubrirlo nosotros mismos, ¿Qué tal si comemos algo y preguntamos a la gente de aquí?

No era mala idea esa de ir a comer algo, de hecho hacía tiempo ya que no comía. Es cierto que nunca había comido mucho en mi vida, pero desde que me libré de aquellas paredes empedradas empecé a desarrollar un gusto por la comida que también había creído imposible. Durante tantos años había estado perdiéndome los verdaderos y auténticos placeres de la vida.

-Por mí perfecto. De hecho hace tiempo que no comemos nada, podríamos mirar por allí a ver que tal.

Señalé hacia adelante, había mucha gente, y salía algunas personas pegándole bocados a algo cogido de un palo, me llamó bastante la atención, tal vez hasta se me iluminó un poco la cara. Además que un olor bastante llamativo venía de aquella zona. Comenzamos a avanzar, había gente vendiendo cosas en varios puestos, esto debía ser aquello que llaman un mercado, donde venden todo tipo de cosas, una vez pasé por uno, pero no olía tan bien como por aquí.

-¡Pescado fresco! ¡Vengan a probarlo asado, frito o la especialidad de la casa, ahumado!

No entendía cuales eran las diferencias, pero no sabía exactamente a que se refería, y de hecho no era el único que clamaba buscando que la gente le comprase algo. De pronto mis tripas comenzaron a rugir, definitivamente hacía demasiado que no comía nada y algo me dice que Lance se dio cuenta de aquello, tal vez por el ruido de mi estómago, tal vez por que me quedé algo embobado mirando un puesto de ese pescado, parece que eso era lo que comían esos que había visto anteriormente. Ahora lo entendía, el pescado eran peces cocinados, aunque esos no los había visto todavía, no sabía que también se comían los peces, hasta ahora solo había visto y comido carne. Me llamó bastante la atención.

Lance se rio, le gustaba mucho reírse a este hombre, ya no sabía si se forzaba a reír o que era así directamente, en cualquier caso me caía bien, no le iba a tener nada en cuenta si no veía que se trataba de burlar de mí, hacía tiempo que no me gustaba demasiado eso. Sino siempre podríamos volver a arreglarlo como aquella primera vez. Ahí si nos divertimos los dos.

-Bueno, parece que ya tenemos sitio donde comer bien. - Me dio una palmada en la espalda y me incitó a que cogiera algo, seguramente mi cara ahí le habría resultado más graciosa todavía, pues este hombre se reía de todo. -¡Vamos!

Me acerqué y pedí que me diera una porción, un pescado frito o lo que fuera, simplemente quería probar algo, pedí dos, también uno para el, no se si tenía hambre, pero bueno había sido él quien había dicho de ir a comer algo. Le di uno a él y le pegué el primer bocado a uno por el lado. Aquello era indescriptible, estaba buenísimo, nunca había comido nada así en mi vida.

-Eh Lance. ¡Esto está buenísimo! -Comencé a pegarle más bocados sin parar a la vez que hablaba- ¿Cómo es que no me lo habías enseñado antes? Aunque tengo la sensación de que ya lo había probado, pero esta mucho más bueno que la última vez. Se parece mucho a eso último que comimos en el barco. Pero eso era carne. ¿Era carne, verdad? Sea lo que sea prefiero esto mil veces más.

Continué comiendo sin parar, ese sentimiento en mi boca y en la lengua, nunca lo había experimentado, estaba demasiado bueno, siempre había pensado que aquellas gachas raras que había estado comiendo toda mi vida estaba delicioso por que me quitaba el hambre voraz que sentía a veces, pero eso sabía a mierda al lado de esto.

-¿Cómo es posible que algo pueda estar tan bueno? ¿Alguna vez habías probado algo así Lance? Es increíble.

Noté la atenta mirada de aquél tipo que me había entregado los dos pescados, no me quitaba ojo. Fue entonces cuando recordé algo que solía olvidar con facilidad. Comprar requiere un intercambio, el vendedor te da un producto y el comprador lo compensa con unas monedas a ese tipo. Casi con el pescado completamente devorado me detuve de sopetón. Lance apenas llevaba la mitad, me quedé mirándole, creo que por su reacción se percató de mi mirada.

-Oye Lance. ¿Tú tienes dinero?
#2
Lionhart D. Cadmus
Tigre Blanco de la Marina
Ya habían pasado varios años desde que Cadmus vivía sin un rumbo fijo. Vagaba por distintas islas, aprovechando su suerte para escabullirse en barcos mercantes sin conocer el destino. Esta vez se encontraba en un pueblo pesquero de Rostock, en busca de: nada en absoluto. Sabía que en este punto de su vida debía hacer algo, pero su indecisión sobre su propósito lo dejaba en un vacío existencial del que no podía escapar. No le gustaba dejar todo al azar, pero era el camino más fácil. Aún no había aprendido todas las lecciones de su abuelo, aunque las repetía a diario. Tenía mucho que aprender todavía.

Debía admitir que le gustaba el ambiente tranquilo del pueblo y el refrescante olor del puerto. Ahora, el problema clave era: ¿qué iba a comer hoy? Su estómago rugía con ferocidad y su situación económica no era favorable. Podría intentar atrapar un pez, pero le interesaba más pasearse por las calles del pueblo para ver qué podría conseguir con lo poco que tenía: nada en absoluto. Podría trabajar en algún local por el día, ofrecer sus servicios y aprovechar para tener un día digno, cada vez menos endeudado. O podría comerse un pez y marcharse sin pagar, eso también funcionaría. Ambas opciones eran válidas para el joven Cadmus, aunque prefería no robar si no era necesario o urgente; después de todo, estaría robando el fruto del trabajo de otros. Pero si era por un bien común, como llenarse el estómago para ayudar a otros, ¿tendría sentido? Estos cuestionamientos abundaban en la cabeza de Cadmus, quien aún no sabía qué clase de persona quería ser, más allá de querer ser como su abuelo, Lionhart D. Saifer.

Aun así, decidió preocuparse por ello llegado el momento.

Dos pescados, por favor. —Sí, su instinto le decía que dos pescados era la ración ideal, quizás tres. Luego los pagaría, por supuesto.

Y se los devoraría con demasiado gusto y placer.

¿Y ahora qué haré para pagar? —se preguntó, mirando a su alrededor, a punto de enfrentar la cruel realidad de la pobreza desmedida.
#3
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
La gente intentaba ganarse la vida como buenamente podía, sobre todo si era aventurera e iniciaba su viaje sin la menor idea de cómo podría mantenerse por el camino. Todo en aquel mundo costaba algo, casi siempre monetariamente hablando, así que si no eras capaz de hacer frente al sistema tan salvaje que el mundo ofrecía, los viajeros terminaban como vagabundos por aquellas islas donde soñaron con viajar y correr aventuras desde que eran pequeños. Por suerte para la historia, Hammond no es uno de ellos. 

¿Tú suponerrrr? — La masa de músculos danzaba entre pescados, detrás de un pequeño puesto pesquero improvisado que él mismo organizó por la mañana y de la que dependía económicamente desde hacía unos días, cuando llegó a la isla. Incluso desconocía en qué lugar se encontraba. Lo que sí tenía claro es que tenía que sacar pasta. El rubio tenía dos cuchillos de tamaño considerable, nada que ver con un gran mandoble que aguardaba justo detrás de el, apoyado sobre varios barriles. Era la sensación de aquella calle, donde competía contra más pescaderos. ¿La diferencia? Venture los cazaba, los preparaba y hasta los cocinaba en un pequeño fogón para aquel que pudiera pagarlo. También portaba un delantal sobre su peculiar armadura y en esta ocasión, iba con el cabello suelto, sin su tan particular casco. 

La virgen ... ¿Pero tú eres humano? — Le decía un hombre de pronta calvicie, aunque bigote imponente. Verlo manejar aquellos cuchillos, la velocidad de preparación ... Todo llamaba la atención. Especialmente su físico escultural. — ¡Jiejiejiejie! — Reía y reía. ¿Para qué responder? la verdad es que no era una mala pregunta, para él. — ¡Dos pessscaditos parrra Joven muchacho! — A diferencia de la mayoría de gente que le pedía algo en aquel puesto, Lionhart dibujaba un rosto mucho más jovial. — Parresses hambrrriento ... — Se atrevió a adivinar. Levantó el cuchillo, tomó uno de los meros que estaban en la mesa, le realizó cuatro cortes perfectos y los pasó rápidamente a su pequeña cubierta de metal, que bien hacía el trabajo de olla. Nada, fue un minuto. Con el propio cuchillo los colocó en una bandeja y se los sirvió en la mano. No era un pescado cualquiera, era de gran tamaño, por lo tanto el coste sería mayor. Normalmente. 

El tipo tenía cara de preocupación, ¿podría pagar? Hammond estaba adivinando lo que ocurría por sensaciones. Que igual se confundía, pues sí, ¿pero a quién le importa? — Come, come, come. — Alargó una gran sonrisa. — ¡Invita la casaaaaaaa! — Hubo un gran remolino de manos, en aquel callejón, que se elevaron, celebrando. — ¿Eh? — Miró extrañado la felicidad anexada a su comentario. — ¡No, no, no! — Clavó el cuchillo en la mesa, con cierta preocupación. — Solo irrr hasssia chico. ¡Vosotrrrros pagarrr! — Y tal como vino la alegría, se fue. 
#4
Lance Turner
Shirogami
No cabe duda alguna de que la idea le pareció maravillosa a Juuken, al cual le faltó tiempo para acercarse al puesto corriendo. Era evidente que estaba lleno de ilusión, muy probablemente no había tenido la oportunidad de comer en un puesto de comida callejera en su vida pasada. A medida que se adelantaba en dirección al puesto, pude apreciar mejor al cocinero. Lo cierto, es que lo verdaderamente extraño era no haberle visto antes. Al frente de la cocina se encontraba nada más, y nada menos, un hombre de tamaño más que considerable con una musculatura que casi podía clasificarse de montañosa. Su cabellera dorada cubría su espalda y parte de sus hombros, los cuales estaban en continuo movimiento a medida que cortaba el pescado.
- La virgen... ¿Pero tú eres humano? – Le preguntó un hombre que, en apariencia, era justamente lo opuesto al cocinero. No pude evitar reírme un poco, aunque entendía perfectamente su reacción.

Este se limitó a reír, supongo que acostumbrado ya a que le hagan esa pregunta. Intentaría evitar repetirla salvo que la situación acompañase a ello, lo último que me gustaría es molestar a semejante hombre.

Juuken con total naturalidad le hizo el pedido de dos pescados fritos. Me hizo algo de gracia que hubiese decidido por mí, ya que estaba en mis pensamientos pedírmelo a la plancha, no obstante, no era algo tan importante como para reseñarlo. Seguramente le vendrá bien coger la iniciativa muchas veces y tener gestos como este. El cocinero repitió en voz alta el pedido de Juuken para sí mismo, pudiendo reconocer de inmediato que su acento era muy peculiar. Quizá sea alguien interesante de conocer, podría aprovechar para averiguar más de él a medida que comíamos allí.
- ¡Por fin vamos a poder comer en condiciones, chico! – Le dije sonriente al joven mientras colocaba un par de servilletas para cada uno. 

El cocinero nos sirvió de inmediato los dos pescados y Juuken los cogió rápido, aunque tuvo la consideración de darme uno a mí también. Sin duda alguna, era un buen chico que estaba cogiendo cada vez más confianza, quizá pueda ser un chico más de su edad antes de lo esperado. Tras darle las gracias, observé como una nueva persona se acercaba al puesto, con cara de estar preocupado. Pero creo que no fui el único, ya que el cocinero se dio cuenta de inmediato. Era sin duda una clara señal de su profesionalidad, había nacido para ser un cocinero nato.
- Eh Lance. ¡Esto está buenísimo! – Exclamó el chico lleno de entusiasmo. Giré mi rostro hacia él riéndome un poco con cara de sorpresa para contestarle, pero su entusiasmo hizo que guardase un poco más de silencio hasta que terminase de hablar. - ¿Cómo es que no me lo habías enseñado antes? Aunque tengo la sensación de que ya lo había probado, pero está mucho más bueno que la última vez. – Dijo a toda prisa, con una velocidad casi vertiginosa. Si dejaba de prestarle atención un momento, me perdía entre sus palabras. - Se parece mucho a eso último que comimos en el barco. Pero eso era carne. ¿Era carne, verdad? Sea lo que sea prefiero esto mil veces más.

Reí un poco ante tanto entusiasmo y le di un pequeño bocado a la comida mientras trataba de repasar en mi cabeza todo lo que me había dicho en unos solos segundos. El sabor a mar estaba impregnado en la textura del pescado, sin ser excesivamente salado. su textura era ideal, un poco crujiente por fuera, y suave por dentro. Acompañado al aroma que emitía aquel lugar, estaba siendo todo un gusto disfrutarlo.
- ¡Sí que está bueno! – Le contesté de inmediato. - ¡No sabía que iba a estar tan bueno, te lo prometo! – Le contesté riendo un poco mientras terminaba de tragar. - Pero desde luego, te tengo que reconocer que algo sí que sospechaba. En sitios como este, con mar, siempre hay pescado de primera calidad.

Mientras decía eso, escuché como el nuevo cliente pedía lo mismo que nosotros, y se había sentado con tan solo una silla de por medio. El cocinero, había vuelto a repetir el pedido en voz alta para sí mismo.
- Pero escucha Jukken, la diferencia con ese pescado del barco, es que este está cocinado por un cocinero que sabe lo que se hace. Los barcos suelen llevar carne envasada, y priorizan que estén bien conservados con el tiempo, o pescan lo que pueden para comer durante la travesía. 

En ese momento, escuché como el cocinero exclamó que invitaba la casa, algo que me puso bastante feliz, ya que no andábamos bien de dinero. Pero en unos segundos la alegría se esfumó, ya que únicamente invitaba al compañero de barra que teníamos al lado.
- ¡Ey! ¡Qué suerte! ¿Verdad? – Le dije con una amplia sonrisa tratando de ser amable. – Si ya es una suerte encontrar un plato como este, imagina también que te salga gratis jajaja.

En ese momento, escuché una frase que desearía no haberla escuchado de parte de Juuken. Mi cara se vio un poco alterada, pero traté de recomponerme mientras giraba mi rostro hacia él.
- ¡Pu-Pues claro que sí Juuken! No es que estemos acomodados, pero sí que tenemos para pagar la comida jajaja- Le respondí procurando mostrar una cara amable para aflojar la posible sospecha que Juuken había podido infundir en el cocinero, el cual podía matarme hasta sin querer.

En ese momento, le di otro mordisco a la comida y mientras terminaba de tragar me dirigí al cocinero. Deseaba con todo mi corazón que no la tomase con nosotros por la pregunta de Juuken, así que decidí tratar de desviar su atención, y ya de paso, conocerle mejor. Parecía una persona con mucho que contar en su vida.
- ¿Podría ponernos dos vasos de agua, por favor? – Le pedí con una sonrisa amable. – Por cierto, si no es mucha indiscreción, ¿De dónde es usted? No parece ser usted de por aquí. 

Supongo que también estará acostumbrado a una pregunta como esa, pero era algo que me había atrevido a intuir. Mientras esperaba su respuesta, terminé mi comida, viendo de reojo que Juuken estuviese bien y disfrutando del plato. Era todo un consuelo que tras llevar a duras penas un mes juntos, estuviese tan bien adaptado. No tenía nada que ver con aquel que vi hace relativamente poco. Si terminaba organizando una tripulación fuerte, haría de él un segundo al mando capaz de dirigir al grupo en mi ausencia, sólo necesita pulir un poco más sus habilidades sociales.
#5
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
Día 12 de primavera del año 724.
Los bajos fondos habían sido siempre una cloaca, y aunque había decidido venir a este entrañable pueblo costero para tratar de sacarme esa ponzoñosa polución que se me había pegado y luchaba por permanecer, aun con severas duchas de por medio. Quizá era una sensación pegajosa y pesada al mismo tiempo, fruto del largo periodo que había pasado en Grey Terminal, un nido de alimañas al que, con suerte, sería un lugar al que no volvería salvo por dos casos; extremo beneficio o extrema estupidez.

Pero hoy me encontraba en Rostock, un lugar que había tenido la suerte de conocer hacía unos meses, y que se caracterizaba por un aire de jolgorio que emanaba de sus gentes llenas de ilusión y trasmitida por el júbilo de sus más jóvenes.
Por suerte aquí, no habían llegado los horrores de la guerra o la codicia. Era un pequeño oasis de paz y tranquilidad, tristemente de los pocos que quedaban en el Mar del Este.

Alcé la vista al horizonte, encontrando entre escasas nubes el brillo rojizo, quizá casi castaño, que se producía fruto del choque del sol con la superficie de los mismos y aminoraba el reflejo. Había leído en algún lado que era una técnica que los constructores de países soleados hacían para evitar que el calor y el brillo del sol, los deslumbrara a determinadas horas del día. 
Todo era tan sencillo, tan anodino y tan calmado que no podía evitar sentir cierta familiaridad con este paisaje, una que, a pesar de ser diagonalmente distinta con la realidad que había conocido desde la más tierna infancia, en cierto modo contenía parte de ese sabor dulce.

Jugué a recortar las figuras de los transeúntes que pasaban caminando sin prisa y colocarlas en un retazo de mis peores memorias, entendiendo lo que debía significar una familia convencional o una vida perfectamente estructurada, casi planeada, que se vivía con ilusión a la novedad, pero sin el miedo a lo desconocido. 
Debía ser bastante sencillo poder lograr todos los objetivos mundanos en una realidad tan lineal y desprovista de peligros, sin nadie que esperara algo distinto a que te unieras en matrimonio y comenzaras a procrear, o en el peor de los casos, en convertirte en el borracho del pueblo.

Una figura tragicómica ciertamente, pues durante mis andanzas siempre existía la figura del borracho del pueblo como un interminable estribillo anexado a la canción que se rumiaba en los pueblos más humildes y parcos en servicios. Probablemente, se debía a un inconformista con la realidad plana de estas aldeas, un deseo ulterior por medrar de un vacío inexistente que se generaba en el profundo ser inconsciente de alguien con mucho más que ofrecer de lo que podía, o derivado del hastío que arañaba las esperanzas de un hombre como la arena desértica arañaba todo lo que se cruzara en su camino.

O quizá, simplemente un desdichado que había caído en las suaves garras que la adicción etílica podía ofrecer como consuelo del alma y amante peligrosa.

Me decidí a bajar el mirador donde me encontraba, algo más relajado y tranquilo mientras repasaba metódicamente mis pensamientos concienzudamente. Bajé por las escaleras de caracol, posando la mano encima de la barandilla que se encontraba carcomida por el óxido usual que se podía encontrar en un lugar costero, con cierto cuidado para no caerme ante las empinadas escaleras. Finalmente tome tierra, y salí del callejón rumbo a una vieja conocida: la plaza portuaria de Rostock.

Caminando a paso firme, sin prisa por el suelo formado de cantos rodados que estaba cubierto por una ligera capa de musgo debido a la humedad, no tardé mucho en descubrir el sol salpicando de calor la entereza del lugar y sus gentes y, como otro bellaco doblegado por el poder del astro rey, quedé doblegado torciendo la mirada y cerrando los ojos buscando descanso en la sombra más próxima.  Nada que no pudiera solventar en unos segundos al desplegar las gafas de sol de montura en plata y cristales teñidos en violeta, que esconderían mis cansados ojos ámbares.

Presto, descubrí una escena de lo más particular. Otro hombre de pelo cano y facciones equilibradas que tenía la complexión de un aventurero que se encontraba en postura animada, comiendo y explicándole algo a un chaval con porte desgarbado y pelo oscuro, pero con un ímpetu y curiosidad que me recordaba a mí de pequeño, y sendos ensombrecidos por la figura de un masivo hombre de rasgos duros, pero a la vez exóticos, con un extraño acento que hacía las veces de cocinero. Finalmente, un hombre con semblante preocupado y gesto cavilante, y cabello descuidado del color de la madera recia, estaba en su proximidad. Encontraba algo en la mirada endurecida de este hombre, quizá su historia contaba más de lo que parecía.

Puede que no soliera mezclarme con la gente por causa natural, pues la compañía de los libros y la música siempre solían ser mejores compañeras, pero ese grupo parecía digno de atención, de inspección y un curioso objeto de estudio. Además, en cierto modo, sentía simpatía por aquel improvisado grupo.
Me apresuré a entablar contacto con ellos.

-¿No sois de por aquí, verdad? - dije, ofreciendo una sonrisa no fingida, mientras bajaba un poco las gafas para acertar directamente la mirada de mis interlocutores. Hoy vestía una camisa amplia arremangada de tintes grisáceos, pantalones de lino negro que no parecían especialmente lujosos, pero ofrecían comodidad y traspiración y unos zapatos también oscuros, que sí eran de diseño.
#6
Juuken
Juuken
Lance se alteró un poco con mi pregunta, o al menos eso pareció. Me daba mala espina eso, igual nos tocaba salir corriendo de allí, que si el cocinero quería pelear no tenía ningún problema, seguro sería divertido, pero había demasiada gente que podría ser herida sin merecerlo, y eso le quitaría la diversión al asunto. Además ese hombre era bastante grandullón, de algún modo me recordaba a Tom, pero mucho más grande, cosa que no habría creído antes de ver gente como este hombre, que a decir verdad hablaba de una forma muy extraña, no terminaba de entender todo lo que decía.

De pronto mi compañero se giró mirándome directamente, le devolví la mirada temiéndome lo peor, ya estaba preparándome para salir corriendo, cuando sus palabras me relajaron bastante.

-¡Pu-Pues claro que sí Juuken! No es que estemos acomodados, pero sí que tenemos para pagar la comida jajaja

Comenzó a reírse, entonces comprendí que solo se había puesto así para ponerme nervioso, no entiendo por qué haría algo así, pero si él me decía que tenía dinero le creería, de momento no había tenido ninguna razón para desconfiar de él, más bien al contrario.

Cuando quise darme cuenta había más gente a nuestro alrededor, otro cliente del hombre del pescado que había sido invitado por el mismo, deberían de ser amigos o algo así, normalmente la gente hace esas cosas para ganar dinero, no para perderlo regalándolo a otras personas.

Lance pidió un par de vasos de agua, la verdad es que no era mala idea, comenzaba a notar seca la garganta, así que mientras terminaba de comerme lo que quedaba de pescado, y repelar bien cada trozo de esa carne de mar que se escondía entre las espinas, aguardaba por ese vaso de agua, pensando que uno sería para mí. Otra cosa no sé, pero Lance suele ser bastante atento, es muy buena gente. Tal vez sea eso lo que me hace confiar en él de esa manera.

También aprovechó a preguntarle si acaso es que no era de allí, pregunta que me dejó bastante inquieto a decir verdad, pues ni él ni yo éramos de allí también, pero no sonábamos tan raro hablando, seguramente el hombre tenía algún tipo de problema con la voz, ya había escuchado en alguna ocasión algo similar de gente cuyas voces no eran normales debido a algún problema, enfermedad o herida que le haya dejado secuelas. Probablemente era eso, pero no entendía por qué hacía esa pregunta.

-¿Tú eres de aquí, Lance? -pregunté ignorante de mí.

Pero apenas habría tiempo de respuesta, ni siquiera me fijé si me iba a hablar a mí o al cocinero, ni siquiera si el cocinero estaba respondiéndole algo, aunque dudaba que lo entendiese. Otro tipo apareció en escena, un hombre con el pelo parecido a Lance, pero un poco más largo y que llevaba unos cristales tapándole los ojos, aunque se los apartaba a la vez que nos hablaba.

-¿No sois de por aquí, verdad?

¿De donde sacan esas ideas? ¿Entonces él sí era de esta isla y Lance no? Ese tipo preguntó mientras lanzaba una sonrisa, nunca había visto a alguien vestir así, eso no parecía nada cómodo, aunque esa camiseta rara si parecía bastante más fresca que la mía, tampoco le di demasiada importancia por que ahora mismo solo intentaba comprender cómo había sabido ese tipo que no éramos de allí. Claro que, por otro lado, ni siquiera sabía cómo se llamaba este lugar.

-Pues yo no, él no sé.- Dije precipitadamente mirando a Lance, sin darme cuenta si había respondido ya él. A veces me pierde la impaciencia. Le tendí la mano a ese tipo que me sacaba una cabeza de altura.- Soy Juuken, y la verdad no se ni como se llama este lugar.

Empecé a reirme sin saber cómo se lo tomaría mientras le ofrecía la mano, parecía ser simpático y él mismo se había acercado a nosotros con una sonrisa, igual resultaba ser buena persona.
#7
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
La gente se estaba apelotonando alrededor del puesto de Hammond. Llamar la atención a veces era bueno, por ejemplo, cuando querías vender un producto. El sudor le caía a chorros por el cuello, pero el cocinero no frenaba el movimiento de cuchillos. De un veloz tajo acompañado de varios movimientos ciertamente exóticos, logró desmembrar un atún de tamaño más bien pequeño, aunque visualmente más grande que la mayoría de peces que tenía en la mesa. Cada uno con sus plásticos con hielo, mínimamente aislados uno del otro. Troceó el atún, pasando la mitad a la sartén y los demás, dejándolos en un costado. Parecía que ese día a nadie le molestaba el olor a pescado, qué buena noticia. Ver el rostro sonriente de aquel tipo con el cabello blanco y su acompañante, alegró al Bucanner. — ¡Porrr supuesto! yo solo darrr comida de calidadd ... ¡ᛗᛁᛖᚱᛞᚨ! — Maldijo en su idioma. Le frustraba mucho intentar hablar bien y que no le saliera con naturalidad.

Clavaría con fuerza los cuchillos con los que estaba trabajando. Tomó un pañuelo y se limpió con poca sensibilidad el rostro, enrojeciendo durante un par de segundos la zona. Su blanca piel padecía como cualquier otra.

Entonces le pedirían un vaso de agua. — ¡ᛈᛖᚲᚢᚾᛟ ᛁᛞᛁᛟᛏᚨ! — Golpeó la mesa, con una aparente furia que despertó, pero se apagaría al poco tiempo, como siempre. — Yo solo serrrvir comida. Comida que ofrresse marrr. Si querrrer agua buscarrr fuente como perrro que vivirrr en calle. — Contestó como buenamente pudo. — ¡Elbaf! — Volvió a gritar respondiendo a la siguiente pregunta, solo que esta vez alargaría el cuello para acercarse a Lance más aún, en una búsqueda de intimidación extraña. En la cabeza de Hammond, Elbaf era un paraíso en tierra (que lejos estaba de serlo) sin embargo escuchar de ella en diferentes mares como si no existiera o peor aún, como si fuera una leyenda ya olvidada, le tocaba los cojones. Tampoco tenía ya edad para ponerse a debatir con cualquiera, de hacerles entender que su hogar era real. ¡Había gente que creía que los gigantes no eran reales! Cuánta estupidez.

La voz de un tercero, preguntando otra vez lo mismo, llamó esta vez la atención de Venture, que giró el rostro entonando un arrítmico. — ¿Eh? — Vestía tan elegante; llevaba puesto algo que Venture jamás podría soñar con vestir. La palabra sin duda era elegancia, el tipo tenía clase. A diferencia del nuevo hombre en escena, el nórdico solía vestir siempre con un inseparable traje de batalla, su armadura plateada. ¿Por qué no tenía más outfits? por qué en las bajas islas (como llamaba Hammond a todo lo que no fuera Elbaf, como si ésta estuviera en un punto más elevado) nadie hacía tallas para él. Con mucha suerte tomaba un mantel y lo rediseñaba para hacerse ropa, como lo haría con la capa que solía llevar, pero que hoy tampoco portaba encima.

Las palabras de Juuken  sobre que él tampoco era originario de la isla levantaron las alarmas en el rubio. Con un brusco movimiento, retrasó un par de pasos y pudo tomar en sus manos el gran mandoble que descansaba apoyado en varios barriles. Era un arma gigantesca, de dos metros, pero que el Bucanner podía con una sola mano organizar un gran elenco de movimientos, tal era su poder físico y sabio el manejo con armas. Apuntó a Terence, que es el que estaba más lejos, pero luego hizo un barrido, señalando a los tres. — ¿Todoss turrristas? ... — Comentó, añadiéndole un tono de ... ¿Desconfianza? los turistas solían ser los más listos, los que se iban sin pagar. A decir verdad apuntó con el gran mandoble hacia el nuevo sujeto (Terence) pero realmente el pobre no había pedido nada. Se le estaba yendo ya la cabeza del cansancio. Se daría cuenta rápido de ese error, amenazar a una persona que no tenía culpa de nada. Bajó el arma, clavando el mismo sobre el asfalto sin mucho problema. — Dah ... Esto no darr un duro. — Cargó el arma sobre su espalda, pasando una cinta que portaba el mismo alrededor de su cuello y espalda. — ¡DE NUEVO INVITA LA CASA! — Alzó los brazos. El puesto se llenaría rápidamente de gente arrasando con los pescados de alta calidad. — A comerrr, rratas. A comerrr ...

Estaba cansado de ser un maldito sirviente, en aquellos días apenas sacaba dinero, así jamás saldría de la isla. No compensaba las horas de trabajo recolectando los peces (algo que le gustaba) con la vuelta a nivel monetario de dicho trabajo. Además, tampoco estaba formado en aguantar al personal y los dramas de cada uno. Para estar frente al público uno debía tener ... Algo. Algo que Hanmmond desde luego no tenía.

Agarró con la diestra su mochila, también de tamaño considerable y comenzó a caminar hacia la dirección que le llevara al centro del pueblo.


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#8
Lance Turner
Shirogami
El cocinero, era sin duda, la persona que más estaba llamando mi atención en esa pequeña reunión. No era sólo por su considerable tamaño o aspecto, bastante imponente ya de por sí, si no por cómo trabajaba en ese pequeño espacio, la dedicación que tenía por la cocina, y su forma de expresarse.

Se negó de inmediato a darnos agua, no obstante tengo que admitir que me hizo mucha gracia cuando nos indicó que podíamos buscar una fuente para beber agua, como un perro que viva en la calle. Acto seguido respondió a mi segunda pregunta sin dejar margen a responderle sobre el asunto del agua, pero para esto se acercó demasiado a mí, hasta tal punto que por unos segundos dejé de ser tan amistoso pensando que haría algo peligroso. Dispuesto a no levantar la liebre, decidí fingir un poco y retomar una postura relajada.
- Jajajajaja, está bien, está bien, nada de agua entonces. – Le dije en tono bromista levantando las manos como gesto de rendición. Miré a Juuken y continué hablando con él. – No te preocupes, ahora buscamos una fuente, al fin y al cabo siempre me han dicho que tengo el olfato de un perro, no será difícil encontrarlo jajajaja.

Bajé las manos y volví a mi plato mirando al grandullón directamente a sus ojos.
- Elbaf… he escuchado que es el hogar de gigantes… pero tengo que reconocer que no sé mucho de esa isla. ¿Puedo preguntar qué haces tan lejos de casa? ¿Quizá algún sueño que cumplir? – Le pregunté con una pequeña sonrisa desafiante, que no amenazadora. Los que somos unos soñadores natos no podemos mantenernos inmóviles cuando se nos menciona algo al respecto, y quería ver si él era uno de estos o no.

Escuché entonces que Juuken preguntó si yo era de aquí, pero una silueta se acercaba por el lado derecho según pude ver por el rabillo del ojo. Era alguien diferente, no sueles ver a una persona así a menudo. Lo que más llamó mi atención, no era su aspecto, dispar al resto que allí estábamos, si no su postura al caminar. Estaba notablemente confiado y seguro, por lo que era de aquel lugar, o tenía algo que le hacía estar seguro incluso llamando tanto la atención por la calle. Cualquiera podría llegar a pensaría que era una presa fácil para cualquier asaltante, sin embargo, había algo en esa confianza que me hacía pensar que no.

Su cabello era también blanco, aunque quizá algo más grisáceo que el mío, pero era la única similitud entre ambos. Tenía lunares por varias zonas del cuerpo, y sus ropas desde luego no eran las más baratas del puerto.
-¿No sois de por aquí, verdad? – Preguntó mostrándonos una sonrisa y sus ojos sobre las gafas. Estos eran ahora más visibles que antes, y pude contemplar que era la mirada de alguien confiado, pero quizá muerto en vida.

- Así que un “ojos de pez muerto”. – Pensé nada más fijarme en ellos.

- ¿Eh? – Dijo el grandullón, que hasta hace un momento había sido bastante intimidante. Me hizo gracia su escueta reacción verbal, pero si me reía podía parecer que me burlaba de él, y no quería dar esa impresión.

Iba a responder midiendo bien mis palabras, cuando Juuken intervino rápido. Quizá la inocencia del niño podría meterme en algún lío, pero en ese momento vino bien para romper el hielo. No obstante, el chico no tardó en redirigir la atención a mi persona indicando que no sabía si yo era de aquí.

Antes siquiera de poder responder, Juuken había vuelto a tomar la palabra para extender la mano y presentarse al nuevo desconocido, haciendo una broma sobre que no sabía ni cómo se llamaba este lugar. Tras esto, empezó a reírse, creo que le estaba empezando a afectar el pasar tanto tiempo conmigo.

Ese corto ambiente distendido se vio alterado por un brusco movimiento del cocinero, quien dando pasos hacia atrás terminó por coger una espada de grandes dimensiones. Acto seguido se activaron mis alarmas y coloqué un pie en la parte inferior del puesto y otro en la silla de Juuken. Ante cualquier señal de peligro, empujaría para desplazarnos de la trayectoria de ese arma.

Pero el objetivo de su arma no éramos nosotros al parecer, sino que lo era el nuevo acompañante.
- ¿Todoss turrristas?... – Preguntó con un extraño tono de sospecha que me pilló con la guardia baja.

- ¿Por qué diantres se pone así? – Pensé reflexionando al respecto de la situación.

No había motivo aparente para reaccionar así, de hecho, él mismo ya era de fuera, con lo que su tono tenía aún menos sentido para mí. Hay ocasiones en las que muchas personas son fieles al pensamiento de conservar la isla sólo para los de la isla, un movimiento que en mayor o menor medida podía ser comprensible dependiendo del tipo de extranjero que fuera allí, pero este era un caso totalmente diferente.

En el rostro de aquel hombre se podía leer un poco de confusión, hasta que clavó la espada en el suelo del puesto. El suelo retumbó un poco, hasta me asusté al no esperar esa reacción. Aguardé en silencio observando cada acto reflejo de sus músculos manteniendo aún los pies preparados para un posible esquive, que al parecer no sería necesario.
- Dah ... Esto no darr un duro. — Dijo con cierto pasotismo justo antes de guardar la espada sobre su espalda. - ¡DE NUEVO INVITA LA CASA! — Exclamó en un grito que volvió a cogerme por sorpresa mientras alzaba brazos.

Miré estupefacto a mi alrededor, primero a Juuken, luego al otro tipo que ya había invitado antes, y por último al último que vino a este peculiar grupo. Esperaba encontrar en sus rostro alguna respuesta a esto, pero antes siquiera de darle oportunidad a alguno de tomar la palabra relajé las piernas y alcé las manos yo también en un grito de júbilo.

Pude escuchar como en un tono cada vez más bajo daba indicaciones de comer llamándonos ratas. No pude evitar reírme y lleno de confianza llevé la mano hacia delante para estrechársela. Era, sin duda, un hombre de lo más peculiar, y quería conocerle más.
- Soy Lance Turner, y no, no soy de esta isla, pero amo el mar y los puertos como este, ¿Puedo saber cuál es su nombre? – Le pregunté clavando mi mirada en sus ojos una vez más. - ¿Cómo ha terminado aquí un gran guerrero de Elbaf?

En ese momento no era del todo consciente de la diferencia de fuerza que habría entre nosotros, pero de estrecharme la mano, iba a tenerlo muy presente en adelante.
#9
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
La situación era más que curiosa, pues ante mí se erigía un cónclave de individuos de lo más interesante. Casi se podía ver la misma variedad de personajes que en la Hacienda, concretamente en la mina adjunta de esclavos.
Hice memoria durante unos fugaces, pero intensos momentos en lo que en aquella área se movía. Carretas llenas de piedras y minerales preciosos, imbuidos en la sangre de los desafortunados que han hecho un mal pacto con nosotros al no poder pagarnos, o de aquellos otros que han sido vendidos como parte de un trato o simplemente recogidos del camino.
La Hacienda era un lugar ciertamente oscuro, pero al fin y al cabo, mi hogar.

El muchacho más joven, guardaba con celo gran curiosidad y exaltación por lo que le rodeaba, pero no desde un punto de vista que extenuara, sino desde una perspectiva que me recordaba mucho a mi yo de juventud, así que darle la mano me recordó a una época un poco más amable, pero no necesariamente menos aciaga.
Esta era una de las características que yo más admiraba, el afán por el aprendizaje desmedido. No pude evitar sonreír, pues algo me decía que ese chaval era más adulto de lo que podía llegar a parecer. ¿Quizá una tinta negra emborronaba su pasado? Al fin y al cabo, dicen que las personas que más felices parecen son las que más han conocido el dolor.

Un hombre de increíble porte, rasgos norteños, rubio y voz ruda e intimidante que no había visto en mis anteriores y numerosas visitas, hacía las veces de vendedor ambulante de la pesca que, sin duda, había recogido con el sudor de su frente. Parecía bastante trabajador y claramente tenía algo en su psique que denotaba algún tipo de frustración, pero a pesar de los modales ausentes, parecía renunciar a bienes como el dinero en virtud de ver caras felices.  Reconozco que siento algo de lástima por este tipo de personas, aunque también es cierto que las veces que había visto uno de estos masivos hombres, había sido precisamente en la Hacienda.
¿Quizá podríamos decir que es una especie de caja de juguetes rotos que reparamos y a los que dotamos de una nueva funcionalidad?

-Un placer Juuken, mi nombre es Terence, y este bello paraje se llama Rostock- continué con una sonrisa al tomar su mano y apretarla con firmeza. Aquel joven era definitivamente más un hombre que muchos que había conocido. Una persona interesante.

De pronto, el nórdico de armadura argéntea blandió su arma y dio un rápido giro que pocos podrían evitar, pero alejada de intencionalidad asesina, sino más bien una precaución. La presteza del movimiento me dijo que, efectivamente, era alguien versado en combate y quizá uno de los que preferían, primero partirte por la mitad y luego preguntarte acerca de tu procedencia.
Hablaba en un lenguaje extraño, que no me era conocido, pero que me recordó a las leyendas que había leído de joven, las historias de un antiguo aventurero del pasado que había viajado por el mundo.
No pude evitar echar mano instintiva del mango del arma que portaba, una hoja mediana no muy lujosa que había tenido a bien quitarle a un maleante que había intentado asaltarme en uno de los viajes y que ahora yacía como alimento de los peces de este Mar del Este.

El hombre maldijo nuevamente en su arcaico y extraño idioma, lo que me llamó a la atención, pero mis pesquisas se aliviaron cuando de manera temprana, mencionó a Elbaf, una isla que se consideraba un sueño, misteriosa y fuente de grandes epopeyas. Lugar de donde los singulares pero útiles gigantes debían su origen. Lástima que fueran tan parcos en palabras como para poder interrogarles acerca de dicha maravilla. 
El simple pensamiento de conocer dicho lugar legendario y probarlo, hizo que por instantes una chispa de vida plena recorriera mi mirada ámbar.

De pronto, el bárbaro del norte bajó su arma y comenzó a gritar algo acerca de invitar a los transeúntes a pescado.
Un hombre ciertamente afable. Otra alma perdida digna de inspección.

Relajé el gesto, en cuanto entendí que la situación había sido un malentendido y solté mi mano de la guardia de la espada, provocando un choque liviano pero algo sonoro contra el arma del tercer hombre, que acababa de cruzar palabras con nuestro mastodóntico conocido.

El tercer hombre... ¿Qué decir de él? Un tono parecido de pelo al mío, algo menos pálido, gesto desgarbado y aparente sencillez. Aún teniendo rasgos ciertamente comunes, no podíamos diferenciarnos más. Su piel estaba curtida por un pasado, donde sus ojos de tonalidad rubí bailaban ante el son de la aventura. Pasión es lo que me decía su porte, y un increíble deseo por probarse a sí mismo. Por lo demás, éramos día y noche, pues él ardía con la chispa de un relámpago, y yo refulgía con el frío con el que la nieve baña una montaña. Fuerzas primigenias que se habían encontrado y habían chocado espadas.

-Disculpa, en muchos países dicen que chocar espadas es símbolo de desafío, pero no estoy muy versado en las tradiciones de los espadachines- dije ofreciendo una sonrisa plácida, un poco mordaz y atendiendo a cada gesto de aquel intrigante hombre. Es cierto que no mentía, pero era mi cultura la que me había dado la respuesta, no un conocimiento marcial. Acompañé la situación cargando mi mano sobre el mango del arma, curioso por ver su reacción. -Soy Terence, un placer Lance- sentencié, dado que había escuchado su nombre, al tiempo que ofrecía mi mano con un gesto apacible y confiado, pero al mismo tiempo, lleno de autoridad.
#10


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