Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Común] De camino al baratie.
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Día 29 de Verano del año 724. Ocho de la mañana.

Ragn se encontraba en la cubierta del barco, envuelto en el sudor y el silencio de la madrugada, lejos del bullicio de las celebraciones y de las políticas de la isla. A pesar de la quietud de la noche, el peso en sus manos le recordaba cada segundo lo que él realmente era, un guerrero, no un diplomático, ni un líder en tiempos de paz. Levantaba las pesas con una fuerza que parecía inagotable, cada brazo sosteniendo más de cien kilos, y su cuerpo extremadamente musculado se tensaba y relucía a la luz de las escasas estrellas. Cada contracción de sus músculos era una expresión de la libertad que él siempre había buscado, la libertad de no tener que dar explicaciones ni obedecer a nadie. ¿Había estado la noche anterior de fiesta? claro, pero eso no era excusa para no ejercitarse a la hora, siempre. NUnca fallaba. Con cada repetición, Ragn expulsaba una frustración contenida desde el fin de la guerra. Los acuerdos y las alianzas entre Karina y los líderes de la isla le parecían lejanos, irrelevantes. No podía entender cómo la gente podía volver tan pronto a la rutina y los negocios, cómo la lucha parecía haberse desvanecido en el aire, reemplazada ahora por contratos y charlas interminables. Para él, lo ganado no tenía por qué pasar por mesas de negociación. Su instinto le decía que, si se ganaba una batalla, se debía vivir de acuerdo a esa victoria, no cambiarla por concesiones o compromisos. El hierro rechinaba entre sus manos y un gruñido escapaba de sus labios con cada levantamiento, mientras sus pensamientos se arremolinaban entre recuerdos de la batalla, rostros de los amigos caídos, y el eco lejano de la voz de Airgid. Había pasado una noche con ella apenas un par de días antes, una velada que había sido inesperadamente tranquila y extrañamente reconfortante. Con ella, todo era distinto, no había necesidad de hablar de guerra ni de política. Su risa sincera y su calidez le hacían sentir una paz que rara vez experimentaba. Se descubría sonriendo en su presencia, como si la vida fuera algo más que la batalla y el esfuerzo.

A pesar del atractivo de la vida que los ciudadanos parecían querer ofrecerle, con sus halagos y las invitaciones a banquetes, Ragn prefería la soledad del mar y el esfuerzo físico a la euforia pasajera de la victoria. Aunque no decía que no a comida gratis. Para ellos, él y sus compañeros eran héroes, “Liberadores de Oykot”, y en cada esquina lo saludaban como si fuera una leyenda viviente. ¿Cómo acostumbrarse? pues muy fácil. Ser idolo de masas no era su ... Bueno, no era lo que buscaba, pero había llegado de la nada, por qué no disfrutarlo. Su mirada se dirigió hacia el horizonte, el lugar en el que el cielo se fundía con el mar, y se dejó caer en un barril de madera para descansar un instante, respirando con calma, sintiendo el aire salado en su piel. Allí, en la cubierta, bajo las estrellas, era él mismo, lejos de la política, de las decisiones que otros tomaban por él. Aquel día, el destino que les esperaba era el Baratie, el icónico restaurante-barco donde Ragn había pasado meses trabajando, lugar que siempre tenía un lugar especial en su memoria. Conocía cada rincón de ese barco y a muchas de las personas que lo hacían funcionar. Aunque se trataba de una escala, para él significaba mucho más, era una especie de hogar, un lugar lleno de recuerdos y amistades que se habían forjado en las brasas de la cocina y en las historias compartidas tras largas jornadas de trabajo. Antes de que sus compañeros despertaran, Ragn caminó hasta el borde de la cubierta, donde, como siempre, tenía a mano su vieja caña de pescar. La caña era una pieza robusta, de un color negro azabache con ligeros toques plateados en las uniones. A pesar de los años y las marcas de sal y sol, el acabado seguía siendo impecable, pues Ragn cuidaba de ella como si se tratase de un talismán. Había tallado unas marcas en el mango de madera, representando cada lugar en el que había logrado una buena pesca, cada destino en el que aquella caña había sido su aliada y su escape. El tacto de la madera ya desgastada bajo sus dedos le recordaba la cantidad de veces que aquella caña había sido su compañera en las aguas solitarias, donde el único sonido era el del mar y el único objetivo, la espera.

Con una sonrisa casi imperceptible, desenrolló el sedal y lanzó el anzuelo al agua con precisión, escuchando el característico zumbido al atravesar el aire antes de sumergirse en las aguas profundas. Se inclinó sobre la borda, ajustando la tensión del carrete y sintiendo cómo el equilibrio del peso le transmitía esa conexión inquebrantable con el mar, algo que ninguna victoria o derrota podría reemplazar. Para Ragn, aquel acto simple de lanzar la caña al agua representaba más que la pesca. Era un momento de calma, de soledad buscada, de comunión con el vasto océano. Mientras la marea se mecía suavemente alrededor del barco, él observaba el movimiento del agua, esperando con paciencia, y recordaba los días en que, tras largas horas de trabajo en el Baratie, salía a pescar al final del día, en busca de paz y, con suerte, de una buena captura. Sabía que sus compañeros empezarían a despertarse en cualquier momento, y que en unas horas estarían compartiendo risas y recuerdos en el Baratie. Pero por ahora, mientras el mundo seguía durmiendo y el único sonido era el murmullo del agua, Ragn se permitía disfrutar de aquel instante de tranquilidad, solo él, su caña de pescar y el mar.
#1
Asradi
Völva
Habían pasado ya varios días desde lo acontecido en Oykot. Días en los que estuvo tratando a la gente que lo necesitaba, junto con el resto de médicos locales, y días en los que disfrutó también de las celebraciones, aunque solía ser bastante más discreta que muchos de sus acompañantes. No les juzgaba ni les culpaba. Después de todo lo que había sucedido y del espléndido despliegue que habían tenido, se merecían unos momentos de jolgorio sin preocuparse por nada más que por disfrutar y compartir. Asradi había disfrutado también, más a su manera, pero se había sentido bien y se sentía acogida. Ahora que estaban dejando atrás Oykot, la sirena no podía evitar preguntarse qué era lo que pasaría ahora con ellos. Habían derrocado a la monarquía de aquel lugar y ahora era el turno de sus gentes de comenzar negociaciones y, lo más importante, ser libres. Hacer con sus vidas lo que les viniese en gana sin que nadie les atase de pies y manos. Ese pensamiento le hizo sonreír mientras avanzaba por la cubierta del barco.

Habían vuelto a hacerse a la mar y la cosa estaba relativamente tranquila. Ella había tenido tiempo no solo para reabastecerse de plantas, sino también para pensar un poco en sí misma. En toda la vorágine de sucesos que le habían acontecido desde que, literalmente, había llegado a Kilombo. Había sido ahí donde todo había comenzado, pero también había dejado a alguien atrás del que no lograba olvidarse. Del que no quería olvidarse, más bien. Se había hecho con un den den mushi hacía poco, pero todavía no había tenido el valor. ¿Y si lo pillaba en mal momento? Eran demasiadas interrogantes las que bullían en el interior de su cabeza. Tendría que armarse de valor en algún momento. Además, también estaba el tema de lo sucedido en Oykot. Asradi no estaba demasiado segura de cuánto repercutiría eso en general.

Iba, ahora, dando saltitos por la cubierta, algunas gaviotas volaban alrededor y alguna se había posado en el mástil, chillando con su tono característico. El sol y la claridad repentina hicieron que entornase un poco la mirada, ayudándose de una de sus manos la cual utilizó a modo de visera para ello hasta que sus ojos se hubiesen habituado. Parpadeó dos o tres veces cuando esto sucedió y luego se desperezó con una sonrisa agradable. Había estado enclaustrada durante demasiadas horas seguidas y ahora el aire marino le venía que ni pintado. Tenía entendido que, ahora, se dirigían hacia el Baratie, el famoso barco restaurante. Asradi no había estado nunca en ese lugar, pero sí había escuchado hablar al respecto. ¿Se comería tan bien como tanto afirmaban los rumores? Habría que probarlo. La sonrisa se le amplió de tan solo pensar en los suculentos manjares que podrían tener. Esperaba que hubiese muchos mariscos, le encantaban. Recorrió la cubierta con calma con os saltitos que tanto le caracterizaban, mirando hacia el horizonte durante unos segundos. Todavía era bastante temprano, quizás el resto todavía se encontrase durmiendo o sumido en sus cosas. Pensar en lo que habían vivido juntos, con todos ellos, le arrancaba una suave sonrisa y una oleada de buen humor. Por fortuna, todo había salido bien, a pesar de todo. En su paseo matutino, vió a lo lejos a Ragn. Al grandullón con el que tanto había congeniado, sobre todo con él y con Airgid y Ubben. Todavía recordaba cuándo le había ayudado con su fiebre en Kilombo, la primera vez que se habían topado. Y seguía siendo un bruto, pero un bruto adorable al fin y al cabo. Lo vió tan calmado y tan metido en lo suyo, que decidió que lo mejor era no molestarle. Al fin y al cabo, todos necesitaban su momento de paz e introspección.

Por su parte, Asradi solo se acercó hacia la borda, lo suficiente como para saltar hasta quedar sentada sobre la barandilla de madera. Ahora, con su cola colgando en el vacío hacia el mar, disfrutaba de ese momento inspirando el aroma salado de la brisa que se elevaba y que agitaba sus cabellos oscuros como si se tratasen de un manto nocturno. Acto seguido, simplemente se dejó caer. Y su cuerpo se hundió en el mar con un chapoteo característico. Una vez bajo el agua, agitó suavemente la cola, dejándose empapar por los sentimientos que, estar bajo el agua, siempre le despertaba, mientras seguía la estela del barco y, a veces, buceaba y nadaba relajadamente alrededor del casco. Algunos pececillos la seguían a veces, juguetones. Y otros, mucho más miedosos y cautelosos, se escapaban espantados de ella, pudiendo verse las sombras de los mismos, a diferentes velocidades y con movimientos fluidos, desde la superficie.

Hacía tiempo que, simplemente, no salía de caza, y tenía muchas ganas. Era algo instintivo en ocasiones.
#2
Airgid Vanaidiam
Metalhead
A Airgid le gustaba empezar la mañana bastante temprano, acostumbrada a una rutina matutina a pesar de las continuas fiestas en las que se había visto envuelta. Pocas cosas le gustaban más que levantarse bien pronto y comenzar con los ejercicios. Mientras llevaba a cabo las repeticiones dentro de su taller, su mente se entretenía pensando en todo lo que había pasado hasta el momento. El golpe en Oykot había salido tal y como lo habían planeado, o por lo menos lo suficientemente acorde como para que no hubiera ningún contratiempo. Recordó la conversación que tuvo con Entrañas poco después, cómo a pesar de todos los esfuerzos de la armada revolucionaria por lograr un cambio en aquella isla, ahora la responsabilidad de que sus vidas realmente mejorasen quedaba en las manos de los balleneros y ciudadanos de la isla. Ellos les habían ayudado a dar el primer paso para romper con sus cadenas, pero ahora tenían que encontrar un nuevo camino ellos solos, y no siempre resultaba ser algo fácil. Pero las cuestiones políticas se escapaban del alcance de Airgid. Aunque se quedaba más tranquila al pensar que ahora, los habitantes de Oykot contaban con unos numerosos aliados, los revolucionarios. O como ellos les habían apodado, los Liberadores de Oykot. La rubia esbozó una sonrisilla al pensar en dicho apodo. Ser el centro de atención nunca había sido algo que le entusiasmase, seguía sin serlo, pero era un halago al fin y al cabo, ¿no? Aunque le daba un poco de vergüenza escucharlo.

Y por supuesto, pensaba en Ragnheidr. Fue hace unos pocos días cuando se enfrentaron el uno al otro, sin armas y sin trucos, cuando acabaron tan hechos mierda y cuando se refugiaron en el calor de una taberna. Fue allí cuando se reconocieron el uno al otro como esos jóvenes que se encontraron en una ciudad llena de basura. Cuando se abrieron en canal y terminaron besándose encima de una mesa y con espectadores de fondo. Se le escapó una sonrisa repentina al recordar ese momento y las pesas le temblaron sobre los brazos, obligándola a soltarlas sobre el banco antes de que se le cayeran. Uno de los problemas de hacer pesas estando de pie y sin una pierna, es que como te desconcentraras un poco en seguida perdías el equilibrio. Igualmente ya había perdido la cuenta, pero seguro que había cumplido con todas. Así que se metió en el baño a darse una buena ducha que le quitase ese sudor de encima. Mientras se enjabonaba, recordó la conversación que tuvo con Octojin hacía mucho tiempo también, cuando le dijo que seguramente cuando se hiciera mayor tendría muchísimos pretendientes, aunque finalmente acabaría con el peor de todos. Bufó al pensar en ello y en lo mucho que se equivocó respecto a Ragn. Aunque pobre, no es como si le conociera siquiera.

Se encontraban en medio del mar, aunque no tardarían demasiado en llegar al Baratie gracias a la perfecta navegación tanto de Ubben como de Umibozu. Eso solo significaba que tenía que aprovechar bien las horas que le quedaban. Salió a cubierta una vez se vistió y echó un rápido vistazo a su alrededor mientras saboreaba el frescor de la mañana. Pudo ver de refilón cómo Asradi se zambullía en el agua, aparentemente inmune a lo terriblemente fría que debía de estar. Estaría acostumbrada, al fin y al cabo era su medio más natural. También se encontraba por ahí Pepe, el buen perrito que les había acompañado desde la boda en Kilombo. Se acercó a saludarla, permitiendole a Airgid el honor de acariciarle el lomo, aunque rápidamente volvió a alejarse, entretenido por la cantidad de olores que había en el aire. Y luego se fijó, cómo no, en Ragnheidr. Se encontraba de espaldas a ella, cerca del borde del barco, pendiente del mar y del movimiento de su anzuelo. Airgid no lo pensó mucho cuando empezó a levitar, acercándose sigilosamente a él, aprovechando que no sería capaz de verla llegar. Parecía como si fuera a darle un susto, pero una vez estuvo lo suficientemente cerca, simplemente le dejó un suave besito sobre el hombro. — Qué hambre... consígueme una buena lubina, ¿vale? — Le pidió antes de salir volando, alejándose de él de nuevo. Estaba muy a gusto él solo, con su caña, no quería molestarle más de lo necesario. Además, tenía que llevar a cabo su propia pesca.

Resulta que muchas veces, ya sea porque la gente es guarra y lo tira todo al mar o porque los barcos naufragaban y se hundían en el oceáno, era posible encontrar metal en el mar. Comenzó a pasearse por los alrededores del barco, sin alejarse demasiado, peligrosamente cerca del agua mientras trataba de detectar el posible metal hundido. ¡Bingo! Solo era chatarra, pero incluso los trozos más pequeños se podían calentar y volver a forjar.
#3
Ubben Sangrenegra
Loki
Días después de aquel cuanto menos temerario golpe a la monarquía de Okyot, las consecuencias de sus acciones aún resonaban en el pueblo. Los festejos continuaban en las calles, mientras los habitantes, llenos de esperanza y con energías completamente renovadas, trabajaban para reparar los daños ocasionados en la lucha. Las heridas de la revolución se sanarían lentamente, tanto en las estructuras de la ciudad como en el ánimo de su gente, sin embargo las mejorías ya eran visibles. Ubben observaba desde las sombras, como un espectador más de lo sucedido.

El bribón de cabellos blancos, bajo la cobertura de su peluca negra, mantenía un perfil bajo en el pueblo. Había decidido no participar demasiado en las reparaciones ni en las celebraciones públicas, prefiriendo pasar lo más desapercibido posible, manteniendo el secreto alrededor de su identidad y evitar la conexión directa con la Armada Revolucionaria. Sin embargo, no podía evitar celebrar discretamente con su grupo, reconociendo que lo que habían logrado no era un pequeño triunfo. Dentro de él, aunque reacio a admitirlo, crecía una preocupación genuina por los que se habían vuelto sus compañeros de lucha, especialmente por Ragnheidr, Airgid y Asradi.

Cuando al fin dejaron el puerto de Okyot y el barco zarpó hacia alta mar, Ubben sintió un alivio profundo. Ya no soportaba que algunos pobladores lo pusieran en el centro de atención, algo que Ragn había fomentado al presentarlo como "El Héroe" del pueblo. Ahora, bajo el vasto cielo abierto y sobre el mar, podía relajarse, lejos de los ojos inquisitivos y los cantos de victoria. En el navío, recuperaba su anonimato, su lugar cómodo en las sombras y el control que tanto necesitaba. Tomó su posición favorita, la de timonel, y dejó que la brisa del mar despejara su mente mientras asumía la dirección del barco. Ragn había mencionado que su próxima parada sería el famoso restaurante Baratie, y Ubben se aseguró de revisar minuciosamente sus mapas y cartas de navegación, trazando el mejor camino para llegar allí lo antes posible y con seguridad.

Durante las horas en las que el viento les favorecía y el mar estaba en calma, trababa el timón y aprovechaba para descansar en los ratos diurnos, prefiriendo mantenerse despierto y alerta durante las noches. Algo en la quietud nocturna lo reconfortaba, le daba espacio para sus pensamientos y para afinar sus sentidos. Se había acostumbrado tanto a esos momentos solitarios que apenas recordaba la sensación de tener compañía. Sin embargo, durante los viajes con el grupo redescubría algo que había olvidado... la extraña paz de compartir espacio con alguien en quién podías confiar o compartir el silencio con alguien, incluso si cada uno estaba ocupado en sus propios asuntos.

En esas noches en vela, le hacía compañía un nuevo amigo, un pequeño y callado revolucionario Salmón, encontrado por Asradi durante su estadía en Okyot. Ubben, llevó la pecera hasta la cabina del timón y la acomodó en el escritorio junto a él. Durante las largas noches, le contaba sus pensamientos y anécdotas, sabiendo que no recibiría respuesta, pero disfrutando de la compañía. Se sorprendía a sí mismo conversando con aquel pez, quien parecía escucharle con más interés del que uno esperaría de un pez.

La rutina nocturna de Ubben era sencilla y, en cierto modo, perfecta para él. Colocaba su guitarra junto a la caña de pescar, su otra compañera en aquellas horas solitarias. La pesca era un alivio, aunque, irónicamente, nunca lograba atrapar gran cosa. Esta vez su paciencia se vio recompensada solo por un barril flotante a la distancia, el cual capturó utilizando redes para subirlo al barco. No obstante, el mar, en su vastedad, le daba la tranquilidad que tanto anhelaba y le dejaba espacio para entretenerse sin esperar demasiado.

En las noches en que la pesca no le ofrecía recompensa, tomaba su guitarra y, de vez en cuando, tocaba para su silencioso camarada en la pecera. Ubben disfrutaba esos pequeños conciertos privados, un secreto compartido entre él y el Salmón, al que llamaba con afecto "mi público fiel". Pocas veces se fijaba si alguien más rondaba cerca, aunque en realidad, prefería que nadie lo viera tocar. La música, para él, era algo que no deseaba exponer tan abiertamente. La guitarra le permitía expresar lo que sus palabras rara vez revelaban, y en esa intimidad, liberaba la tensión que la vida en las sombras le imponía. Por unos instantes, el mundo se reducía a una canción bajo el cielo nocturno.

#4
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
La mañana en el barco avanzaba, y Ragn se mantuvo absorto en sus pensamientos mientras el cielo aclaraba y el movimiento a bordo iba en aumento. Las risas y sonidos familiares le sacaron una sonrisa, los muchachos, cada uno a su estilo, despertaban y tomaban la cubierta a su modo. Asradi ya estaba en el agua, sumergiéndose en las profundidades con esa facilidad y gracia que casi envidiaba. Ubben, como era usual, había comenzado su día con una canción, su voz profunda y algo rasposa resonando mientras acariciaba a su salmón revolucionario, un fiel amigo y camarada que tenía una historia como para escribir un libro. Verlos siempre le arrancaba una risa, pues Ubben trataba al pez con una devoción que resultaba contagiosa. ¿Pero como juzgarlo? Ragn tenía a Pepe todo el día detrás, ladrando, mirándole. No es que le tuviera un cariño especial (el vikingo al chucho) pero el animal si estaba un poco obsesionado con la presencia del Buccaneer. Ragn miraba el horizonte, con su caña aún fija en el agua, cuando un escalofrío le recorrió la espalda. Sintió una ligera presencia a su lado, pero no alcanzó a reaccionar antes de que unos labios suaves y tersos se posaron en su cuerpo. Fue como cuando a un mosquito le sale de los cojones transformarse en un avión y que su pista de aterrizaje sea tu oído. El susto fue real. El cuerpo del vikingo daría un saltito que lo lanzó por la borda. Su cuerpo se materializó en gas a pocos centímetros del agua, elevándose rápidamente.

¿Pedir perdón? Que va hombre. La chavala se fue tan pancha, sin saber que había estado a punto de matarlo. Pepe ladraba como un descosido. — Shh ... — Le chistaba, pero no se callaba. Estaba sentado, mirando fijamente la acción, con una chuleta de ayer en el suelo. Se estiró, pero siguió mirando y ladrando cada poco tiempo. Iba con un flequillo muy ochentero esa mañana, seguramente por culpa de Tofun, que tenía el tamaño perfecto para peinarle. Se repuso, ya que mientras estaba cayendo al mar, algo tiró de su caña. Al recogerlo se daría cuenta de que se trataba de un gran pez Molvid, un tipo de pescado que tenía altas dosis de veneno, pero que era muy jugoso cocinado a la plancha y después a fuego lento. No era la primera vez, ni sería la última que alguien le llamaba la atención por preparar comidas tan ... Peligrosas. ¡Pero cómo se iban a perder ese bocado! Solo por un poquito de veneno. Muy betas esta gente.

Mientras los demás comenzaban a alistar sus cosas para la visita al Baratie, Ragn sentía que había encontrado el equilibrio justo entre su vida pasada de batallas y la vida sencilla y profunda del mar. Estaba rodeado de gente que no solo lo respetaba, sino que compartía esas raíces, esos valores que iban más allá de la fama. De hecho, parecía que ninguno apreciara mucho la fama que les había llegado. Allí, entre el mar y sus amigos, Ragn era mucho más que un hombre de Elbaf,era parte de una hermandad que entendía el verdadero valor de la lucha y el significado de un instante de calma antes de la siguiente aventura. Recogió la caña y se sentó en la húmeda madera. Después rebuscó en el interior de uno de sus bolsillos y de ellos sacó lo que parecía un diario viejo, gastado, maltrecho. Después de un gran momento, tocaba recordarlo.

Y empezó a escribir.

Cita:Det er en stund siden jeg har skrevet noe her. Nosha er et vitne. Men jeg må gjøre det. For bare noen sekunder siden kastet kvinnen jeg elsker meg nesten i sjøen. I det mest privilegerte området av skipet er det en fyr jeg ydmykt kaller "helten" som oppfylte en drøm for meg og forlot Kilombo. Den fyren er en engel. Og i havets helvete svømmer havfruen som reddet livet mitt. Pepe følger meg overalt, og jeg vet ikke hvorfor. Som Asradi sier, det er nødmat, og det er sjelden at mat snakker så insisterende til deg.

Så er det Tofun, Ubi og de andre. De gjør alle denne turen til en galskap som er en Elbaf-kriger verdig. Alt jeg gjør er for Nosha, men jeg kan ikke nekte for at de får meg til å glemme min tvilsomme vei. Jeg vet at slutten venter på meg i Elbaf, men hver dag glemmer jeg mer om det målet, og jeg venter med å våkne opp dagen etter for å se hva som venter meg, hvilket eventyr som ligger foran meg i dag.

Jeg tror jeg har funnet plassen min nú.
#5
Asradi
Völva
En el momento en el que tocó el agua, fue como si algo dentro de sí se liberase. Tras nadar unos pocos minutos alrededor del barco, Asradi fue hundiéndose cada vez más y más profundamente, aunque siempre estaba pendiente de no alejarse demasiado de la estela del barco para no perderles de vista. Había pensado en cazar, se había levantado hambrienta y no tenía ganas de esperar al desayuno convencional. Así que había captado un banco de sardinas y se había dando un inicial banquete con ellas. No era mucho, pero sí suficiente como para que fuesen el primer entrante. El resto del cardumen no tardó en dispersarse. La verdad es que, quizás, a algunos les resultaría raro ver a una sirena alimentándose de peces. La mayoría eran vegetarianas, aunque eso también dependía mucho de la subespecie a la que perteneciesen. Y de cómo hubiesen sido educadas. Asradi disfrutaba con el pescado fresco y los mariscos. Sobre todo cuando se trataba de cazar grandes piezas por sí misma. Ahí era cuando el instinto prevalecía a veces. Pero quería hacerles una especie de regalo y, seguramente, Ragnheidr podría sacarles mejor provecho para los demás.

Se habían portado muy bien con ella y era lo menos que podía hacer.

Asradi aprovechó eses momentos no solo para recolectar algunas cuantas plantas submarinas y un par de muestras de corales que, sabía, contenían una cierta toxina que podría usar para sus tratamientos. Sino también para recorrer algunas rocas marinas y hacerse con unos cuantos crustáceos y, sobre todo, almejas. La sirena sonrió, encantada, cuando encontró una buena cantidad de almejas, e incluso erizos marinos que no dudó en meter en una bolsa más similar a una redecilla. No sabía si a los demás les gustaría, o si Ragn sabría prepararlos. Pero confiaba en el gigantón para ello.

Tras varios minutos largos de buceo, la sirena comenzó a emerger nuevamente. Fue acelerando fuertemente la velocidad a medida que se acercaba a la superficie, lo que le ayudaría, posteriormente, a saltar fuera del agua para alcanzar la barandilla de proa a la cual se sujetó con las manos y, acto seguido, aterrizar en cubierta, empapada y soltando charcos de agua por la madera pero sumamente satisfecha.

¡Ragn! — Llamó, ahora avanzando a saltitos por todo el lugar en busca del rubio. No tardó en encontrarlo, el lugar tampoco era tan grande y el rubio era terriblemente visible. — Mira, encontré esto, quizás lo puedas cocinar o aprovechar de alguna manera.

La verdad es que al principio no estaba muy segura, pero al final había terminado deleitándose con la cocina del de Elbaf. Era gracioso verle afanado en ello con lo grande que era. Y como trataba los alimentos con respeto, teniendo en cuenta lo mucho que le gustaba partir caras en ocasiones.

Asradi le sonrió abiertamente, entregándole la pesca del día, como quien dice, aunque ésta consistiese, más bien, en mariscos más propios del lecho marino. Sobre todo almejas y unos cuantos erizos marinos que todavía se movían en el interior de la bolsa.

Frescos no, fresquísimos.

Aunque te recomiendo que, al menos, pruebes crudo uno de los erizos. El sabor a mar es brutal. — Le comentó, ampliando esa sonrisa brillante.
#6
Airgid Vanaidiam
Metalhead
La rubia vio desde la lejanía cómo Ragnheidr tuvo que transformarse en el gas de su fruta para no caer al mar después del respingo que Airgid había provocado maliciosamente en él. La realidad es que no pretendía asustarle, pero no pudo contener una risa cuando le vio todo alterado, volviendo a cubierta, con Pepe ladrándole como un loco. — ¡Perdonaaaa! — Se disculpó, divertida. Se mordió la lengua suavemente antes de volver a su tarea, buscando metal desperdigado por el mar. No solo estaba ayudando a limpiar de porquería el océano, tarea que seguramente Asradi le agradecería, es que muchas veces podía encontrar piezas que podía reutilizar para alguno de sus inventos.

Había terminado hace poco de realizar unos planos para fabricar granadas explosivas, pequeñitas pero terriblemente destructivas. Pensaba quedarse con unas cuantas para ella, y entregarles otras pocas a sus compañeros, pues la verdad es que nunca se sabía cuando te podía hacer falta generar un buen caos, tirar un edificio abajo o qué se yo. Enfrentarte a un bicho gigantesco. Aún no había llegado a producir ni una granada, y Airgid ya estaba pensando en el siguiente invento que quería llevar a cabo. Su mente en ese sentido era completamente hiperactiva, saltaba de una idea a otra, encontrándose a veces con varios proyectos a la vez entre manos. Como era, por ejemplo, el tema de su pierna robótica. Llevaba años pensándolo, ideándolo... pero aún sentía que le faltaba algo más de conocimiento para conseguir que funcionase. No quería una simple pata de metal, como si fuera una muleta. Quería una pierna que respondiera a sus movimientos, que se moviera como si realmente fuera la extensión de sus músculos. Y aunque llevaba mucho tiempo deseándolo, en el fondo tampoco tenía prisa por conseguirlo. Ahora era capaz de levitar. Y cuando no volaba, normalmente Ragn la subía a su espalda.

Fue recogiendo trocitos de metal, en un momento vio a Asradi pasar por debajo suya, con las escamas de su cola reflejando un brillo plateado. Esbozó una sonrisa, sintiendo un poco de envidia. Cómo le gustaría ahora poder mojarse, qué se yo, solo las manos en aquel agua clara que lucía tan apetecible. Pero por muy tentador que fuese, si lo hacía estaba perdida. Un pequeño castigo a cambio de un poder descomunal... podía soportarlo. Volvió a cruzarse con Asradi, esta vez siguió su estela, que se dirigía directamente al barco, encontrándose con Ragn. Le había dejado de prestar mucha atención al barco, así que de repente vio el enorme pez que el vikingo había pescado, y la cantidad de almejas y marisco en general que Asradi llevaba entre las manos. La tripa de la mujer rugió, completamente hambrienta. Pero justo notó una fuerza especialmente fuerte del fondo del océano.

Frenó, quedándose suspendida en el aire, concentrándose en ese metal que estaba detectando, tan pesado. Era raro, le estaba costando horrores sacarlo del océano, pero tampoco parecía ser una pieza especialmente grande. — Qué coñ... — Tiró y tiró, mentalmente, claro, hasta que por fin salió a la superficie un enorme pez, redondito pero con una cara de mala hostia que tiraba para atrás, con afilados dientes y aletas. — ¡AYUDAAAA! — Gritó Airgid sin saber muy bien qué hacer a continuación. El metal que había detectado se encontraba en el interior de aquel pez, alguna pieza que sin querer se habría tragado. El animal se revolvía de un lado para otro, comenzando a notar la falta de aire, Airgid sentía que en cualquier momento se le escaparía. Así que voló rápidamente al encuentro con Ragnheidr y Asradi, aún manteniendo el pez en el aire, a una distancia prudencial para que no le arrancara también un brazo o algo así. — ¿¡QUÉ HAGO!? — Preguntó desesperada. Sí, podía dejar ir aquel trozo de metal de su interior, pero en parte era mejor si se lo sacaba, ¿no? Tanto para ella como para el bicho, que seguramente debía incomodarle horrores tener eso en sus entrañas.
#7
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn cerró el grueso y desgastado diario que siempre llevaba consigo, un cuaderno encuadernado en cuero oscuro, marcado por el paso del tiempo y las jornadas en el mar. Cada hoja estaba llena de anotaciones, trazos que iban desde líneas ordenadas hasta frases entrecortadas y dibujos esbozados con su mano grande y fuerte, revelando, a pesar de su corpulencia, un lado introspectivo y meticuloso. Desde que había comenzado a viajar, el diario se había convertido en un confidente de sus pensamientos, reflexiones y memorias. Y aunque no era muy dado a compartir lo que escribía, sabía que ese viejo cuaderno contenía fragmentos de su historia, partes de sí mismo que ni él mismo alcanzaba a comprender del todo. Mientras miraba la última página en la que había escrito, recordando el cansancio que había sentido esa mañana, escuchó el chapoteo de algo que se movía velozmente en el agua. Sin sorpresa, Ragn levantó la vista a tiempo para ver a Asradi saltar ágilmente sobre la barandilla de proa y caer en la cubierta, dejando un rastro de agua marina sobre la madera mientras avanzaba con esos saltitos que le daban un aire inconfundiblemente alegre. Su aparición era siempre un contraste refrescante para el gigantón, que en ese momento no pudo evitar sonreír levemente. Asradi le llamó con una energía contagiosa, mientras se acercaba cargando una red llena de pequeños tesoros marinos que agitaba delante de él.

La sirena le mostró la bolsa con crustáceos, almejas y erizos marinos aún vivos. Su entusiasmo era tan evidente que Ragn notó cómo le animaba el rostro y las palabras, y no pudo evitar sentir algo de curiosidad. — Serrr buen materrrial. — Contestó poniendo el ojo en la mercancía. Ragn tomó la bolsa con cuidado, observando su contenido. Era una redecilla resistente, llena de pequeñas criaturas que aún se movían. El olor a mar le golpeó enseguida, pero él lo recibió con una sonrisa, casi divertida. Había cocinado todo tipo de alimentos, y le complacía tener el desafío de algo nuevo y fresco. Observó a Asradi, quien, con esa expresión de pura satisfacción, lo miraba como si acabara de traerle un trofeo. — Ponerrr a cossinarrr prrrronto. Ayerrr llenarrr desspensa con víverres. Messclanzo alguna cossa ... Poderrr salirrr buen mejunje. —Comentó con su voz profunda y serena, mientras examinaba los erizos. Era evidente que ella había elegido cuidadosamente las piezas, y cada una era perfecta para un festín marino. —Crrreo que tenerrrr idea. — Él asintió y, con curiosidad, tomó uno de los erizos, abriéndolo con destreza. Alzó una porción del contenido cremoso y anaranjado, notando el aroma salado y mineral que emanaba. Se llevó el bocado a la boca y sintió de inmediato la explosión de sabores, era potente, intenso, y sí, como ella decía, "brutal". Le recordaba el mar en su forma más pura, un sabor limpio y a la vez profundo.

Tenerrr rrasón. Serrrr saborrr ... Prrrofundo. —Le afirmóMirándola con aprobación, observando su reacción. Después de su intercambio, Ragn guardó el resto de los mariscos en la cocina improvisada del barco (Tenía una al aire libre, una mesa con algunos objetos y comidas). Se sentó de nuevo en su rincón, abriendo el diario para añadir unas pocas líneas antes de que las tareas del día lo absorbieran por completo. Su letra era firme y algo inclinada, marcada por una calma inusual en alguien de su tamaño.

Cita:I dag tok Asradi med seg en marin skatt, en prøve av havet som hun bærer med seg, og som for henne virker mer naturlig enn selve luften. Denne gaven er ikke bare mat; Det er en påminnelse om forbindelsen han har med dypet, et bånd som resten av oss bare kan forestille oss."-

Luego de escribir la última frase, levantó la mirada. Aunque su vida era una cadena constante de huidas, sentía que en aquel barco había encontrado un grupo que lo aceptaba sin preguntas, sin necesidad de justificar su pasado. Qué bonito era todo ... Salvo para la rubia, que apareció gritando ayuda como si no hubiera un mañana. Sostenía un cacho de pez que tenía unos colores muy peculiares. — No crrreeer ... ¡NO! — Parecía que se estaba lamentando, pero lo que estaba haciendo es celebrar. Del brazo derecho de Ragn emanó rápidamente un gasecillo de un color indeterminado que se filtró por las escamas del gran pez. Era un gas que ayudaba a dormir con relativa facilidad. — Trilobetus Morian. — Dijo sin fallo esta vez en el habla. Cada vez sucedía más, el que no pronunciara de manera tan horrenda, le salía sin pensar. Aquel era un pez extrañísimo en aquellas aguas, pero Airgid lo había conseguido pescar de ... Alguna extraña manera. El vikingo puso los brazos en jarra. — ¿Cómo hasserrr? — Miró a la rubia de manera brusca. Se sentía un poco mal por no haberlo podido cazar él. Lo cual tampoco tenía mucho sentido, ya que con la caña que tenía jamás hubiera podido atrapar semejante animalito.
#8
Asradi
Völva
La sonrisa de Asradi era esplendorosa, mientras veía como Ragnheidr curioseaba lo que había logrado pescar, en cuanto a mariscos, y que todavía algunos reptaban por encima de otros en el interior de la red que había usado para resguardarlos. Los erizos, para ella, eran especialmente deliciosos. Una pequeña joya culinaria de los mares. Quien dijese que una sirena no podía o no debía comer peces, estaba muy equivocado. Asradi disfrutaba, especialmente, con los alimentos marinos, sobre todo con peces grandes, como buena subespecie que era de tiburón azul.

Te lo dije. — Afirmó, casi inflando un poco el pecho cuando, tras unos momentos, Ragn se había decidido a probar el erizo crudo y vivo. Era ahí cuando, efectivamente, se notaba la explosión de sabor del animal. El verdadero sabor a mar. A no todo el mundo le gustaba precisamente por tener un sabor tan, tan intenso. Era como si una ola te hubiese dado una bofetada.

Tras aquello, dejó que Ragn se quedase con el resto del botín, al fin y al cabo, eran específicamente para él. Bueno, en realidad para todos, pero el experto en cocina era el grandullón. Ella fue a secarse un poco, aunque ya el sol y el calorcito iban ayudando un poco a ello. Había hecho también el inventario de sus reservas de plantas medicinales y todo estaba correcto. Ubben andaba por ahí o, más bien, a la sirena se le escapó una ligera sonrisa en cuanto lo escuchó cantar. No lo había hecho antes, puesto que se había levantado primero y se había metido en el agua antes de que el bribón de cabellos claros diese su concierto matutino.

Estaba feliz con ese grupo que se había encontrado de casualidad en Kilombo. Si se paraba a pensarlo, en ese tiempo jamás se hubiese esperado cuajar tan bien con un conjunto tan diferente de personas. Pero eran buena gente, y eso era lo que realmente le importaba. Estaba pensando en eso y en más recuerdos de ese tiempo cuando, de repente, la voz de Airgid pidiendo ayuda la sobresaltó. Asradi se giró de inmediato y se apuró a regresar hacia donde había escuchado el grito de la rubia.

¿¡Airgid!? ¿Estás bien? — Fue la primera pregunta que, preocupada le hizo a la susodicha. Al menos hasta que la vió “sosteniendo” en el aire un pez bastante particular. Asradi no lo reconoció de buenas a primeras, pero sí se veía peligroso con esa dentadura. Aunque, claro, peligroso para quien no tuviese unos dientes más fuertes.

Por el contrario, fue Ragn el que reaccionó. La sirena se tensó inicialmente pensando que había sido una exclamación de lamento, pero era totalmente al contrario. El rubio fue quien actuó primero, adormeciendo al animal con uno de sus característicos gases. Por suerte, el pescado dejó de aletear con todo el pánico de quien no puede respirar.

Es la primera vez que veo uno de estes... — Asradi dió un par de saltitos alrededor, solo para poder contemplar mejor al animalito. — ¿Tendrá buen sabor?
#9
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Sus compañeros se sorprendieron igual o incluso más que ella cuando la vieron llegar con tremendo pez a la cubierta del barco. Lo dejó levitando a una distancia lo suficientemente buena para que, a pesar de sus zarandeos, no llegase a alcanzarla. Ni a morderla con aquellos poderosos dientes que le daban una apariencia como de piraña. Asradi parecía más bien curiosa, diciendo que era la primera vez que veía a un bicho de esos. Mientras tanto, Ragnheidr lo celebrara de una forma peculiar, gritando "no, ¡no!", pero con una expresión que le hizo entender a Airgid que realmente lo que estaba era bastante sorprendido. Elevó el brazo derecho y comenzó a emanar un gasecillo de color extraño que rápidamente se filtró a través de las branquias del animal acuático, durmiéndolo en el acto. Moriría, más pronto que tarde, debido a la falta de agua, pero al menos no sufriría demasiado en ese estado.

Ragnheidr compartió con ellas el nombre de aquel pez, mientras Airgid lo posaba con un poco de brusquedad sobre la madera del barco, empapándola. A la vez, ella misma dejó de levitar, sentándose sobre la barandilla de madera de la embarcación, descansando un poco de tal susto que se había llevado hace un momento. El vikingo le preguntó entonces cómo había sido capaz de conseguir pescar tal bestia. — Vamos a descubrirlo... — Soltó, dando paso a un misterio que pronto resolverían. Ahora con el animal más tranquilo, volvió a concentrarse en el trozo de metal que detectaba en el interior de sus entrañas. Fue una experiencia realmente... diferente, tener que arrastrar aquel trozo por todas las tripas del bicho. Hasta que finalmente fue capaz de sacárselo por la boca.

Era... una cosa bastante curiosa, la verdad. Se trataba de un pequeño anillo, algo estropeado y sobre todo sucio, y venía puesto en el dedo de alguien. De hecho, el pez se había tragado casi el brazo entero de lo que parecía ser una mujer, a juzgar por las uñas. — Qué puto asco. — Dijo, frunciendo un poco el ceño ante aquel descubrimiento. — ¿Seguro que esto es comestible? — Preguntó a Ragn de manera genuina. Igual ese trozo de persona había contagiado la carne, ¿podía ser eso posible? Desde luego, si alguien sabía sobre comidas era él. — Pues menos mal que no te has cruzao a uno nunca, Asri. Te hubiese intentao zampar entera. — Comentó con algo de preocupación en la voz. Aunque la verdad es que su amiga sabía defenderse, un puto pescado no iba a poder con ella, una mujer medio tiburón. Pensándolo mejor, Airgid confiaba mucho en las habilidades de su amiga, sobre todo después de lo de Oykot, pero lo cierto es que nunca se había enfrentado a ella, en plan entrenamiento, cómo si había hecho con Ragn por ejemplo. Igual iba siendo hora.
#10


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