Hay rumores sobre…
... que existe una isla del East Blue donde una tribu rinde culto a un volcán.
Tema cerrado 
[Común] [C- Presente]Tres flipados, una capitana pasota y un altercado de bar.
Takahiro
La saeta verde
Verano del año 724.

Durante la primavera del año 724 el peliverde pudo convertirse en un marino del gobierno mundial, con el cambio de estación ascendió a soldado raso y se le asignó un batallón en el que no encajaba. Sin embargo, tras algunas desavenencias y su primera misión real, fue reasignado dentro del mismo cuartel a otra brigada completamente distinta, concretamente a la de la capitana Montpellier. «Ella sabrá exprimir todo lo que llevas dentro», esas fueron las últimas palabras que le dijeron.

Sujetaba la carta en la mano, con un selló de cera con el emblema de la marina rasgado por la mitad, pues al abrir la carta se había roto.

—No sé si tenía que abrirla o no —dijo en voz baja, mientras deambulaba por el cuartel camino a la zona de entrenamiento en la que se encontraba la capitana.

La carta decía lo siguiente:

Carta escribió:Estimada y respetada Capitana Beatrice Montpellier:

En nombre de la noble institución de la Marina del Gobierno Mundial y demás órganos de gobierno, a quienes tenemos el honor de servir y proteger, y en el mío propio, deseamos hacerle saber que, a partir del próximo lunes, el Soldado Raso Kenshin, de nombre Takahiro, pasará a ser parte de su escuadrón de batalla. Creemos que sus cualidades como soldado encajará mejor con usted y sus métodos inusuales de instrucción.

Esperamos que sea de su agrado y, como es costumbre, será obligatorio un informe trimestral que plasme su evolución.

Con todo afecto reciba un cordial saludo.


Capitana Clare Camille Leclerc.


Lo cierto es que era una carta demasiado formal para su gusto, pero viniendo de quien venía la esperaba, incluso, más repleta de tecnicismos. ¿Lo mejor? Que pudo saber cuál era el nombre de pila de su amada capitana Leclerc. Puede que fuera dos o tres años mayor que él, pero tenía claro que algún día conquistaría su corazón y sería capaz de adentrarse en esa coraza tan impenetrable que parecía tener.

Se encontraba absorto en sus pensamientos, cuando algo golpeó su cabeza.

—Cago en… —se quejó, viendo que se encontraba en mitad de un campo de entrenamiento militar.

—¡Aparta de ahí, chaval! —le dijo un compañero, vestido con ropajes de oficial de bajo rango—. ¿Acaso quieres pasar la noche en la enfermería?

Y de la nada, una lluvia de proyectiles de plástico comenzó a salir de ambos lados de aquel campo de entrenamiento. Los marines estaban divididos por dos colores: verde y rojo. Asimismo, los marines se dividían en pequeños escuadrones de entre tres y cuatro personas. Parecía que estaban realizando tácticas militares.

«¿Dónde diantres me han enviado?», pensó, tratando de evitar que volvieran a golpearle.
#1
Ray
Ray
Hacía tan solo dos días de su llegada a Loguetown, y el subidón de adrenalina provocado por el combate contra los piratas que habían saltado el navío en el que viajaba aún no le había abandonado. Nunca se había sentido tan vivo hasta aquel momento, arriesgando su vida en un combate para proteger las vidas de personas inocentes. Si si vida desde aquel momento iba a ser así desde luego no sé aburriría.

El día anterior se había presentado a su superiora, la capitana Montpellier. La mujer, unos 10 años mayor que él, le había sorprendido notablemente. A primera vista parecía una persona... peculiar, cuanto menos. Cuando hizo acto de presencia en su despacho la encontró durmiendo a pierna suelta con los pies sobre su mesa de trabajo, y durante su corta conversación pareció en todo momento que tenía la cabeza en otra parte, muy lejos de allí. Sin embargo, pese a dar la impresión de no haber prestado atención a nada de lo que Ray le había dicho, le había contestado con amabilidad y precisión, indicándole dónde se encontraba su habitación y el lugar y la hora en que empezarían el entrenamiento la mañana siguiente. Tuvo también tiempo de agradecerle por su labor protegiendo a los marineros durante la travesía hasta allí, así como de notificarle que dicha acción de valentía le había valido un primer ascenso. Ya no era un simple recluta, aunque su rango seguía siendo extremadamente bajo.

Tras la extraña conversación el joven se dirigió a su cuarto reflexionando sobre su nueva jefa. De estatura algo elevada para ser una mujer, medía en torno a una cabeza menos que él. De constitución delgada y con el pelo de un brillante color naranja recogido en una larga coleta, su aspecto era ciertamente llamativo. Sus ojos, aunque parecían distantes y durante su conversación habían estado perdidos en el infinito, eran grandes y de un verde brillante que reflejaba los rayos del sol. No obstante, con diferencia lo que más le había llamado la atención había sido su actitud. El hecho de que estuviera echándose una siesta en su despacho en horario laboral, la impresión que daba de no estar haciendo caso cuando se le hablaba... Desde luego se trataba de una oficial atípica, o así era en la mente de Ray, quien no esperaba encontrar una superiora tan informal en la Marina.

Tras una noche de sueño ligero y escaso debido a los nervios que la perspectiva de su primer día de entrenamiento le generaban, el joven estaba ya listo para comenzar. Nada más llegar al lugar indicado, un tipo rubio con galones de sargento le entregó un peto de color rojo. Cuando miró a su alrededor se fijó en que la mitad de los nuevos reclutas llevaban uno igual que el suyo, mientras que la otra mitad portaban uno de color verde.

El sargento, una vez hubo terminado de repartir, les indicó en qué iba a consistir el primer ejercicio. Querían observar sus cualidades físicas, ver en qué punto se encontraban, y para ello iban a jugar a algo que, esperaba, todos conocieran: atrapa la bandera. A Ray se le iluminaron los ojos con nostalgia en cuanto escuchó aquello. Solía ser su juego favorito de niño, en el orfanato. Y, a decir verdad, siempre se le había dado muy bien. Sin embargo hubo algo que le mosqueó ligeramente. El oficial, antes de dar la partida por comenzada, les instó a no perder la concentración, pues habría alguna sorpresa.

En cuanto sonó el silbato Ray comenzó a correr tan rápido como pudo hacia la bandera. Pero apenas había dado tres zancadas múltiples disparos hicieron que se sobresaltara. Intentó moverse para esquivar, pero algo golpeó su hombro izquierdo con fuerza, casi derribándole.

- Menos mal. - Pensó. Si no se hubiera lanzado hacia su derecha aquella pelota negra habría impactado de lleno en su pecho, lo que con toda probabilidad le hubiera hecho mucho daño. Aquellas bolas de goma siguieron apareciendo a gran velocidad, disparadas por oficiales de bajo rango desde los extremos del campo de juego. Así que esa era la sorpresa de la que hablaba el sargento... Tal vez un poco peligrosa para ser utilizada en el primer entrenamiento de una nueva hornada de marines a su juicio pero, ¿quién era él para cuestionar los métodos de gente más experimentada en el adiestramiento de jóvenes militares?

Entonces se fijó en un chico que parecía más o menos de su edad y que se había metido, aparentemente sin querer, en mitad del campo. Tenía el pelo de un color verde intenso y parecía ser más o menos de su misma estatura, aunque algo más corpulento que él. No llevaba ningún peto, e iba mirando al infinito. Antes de que pudiera gritar para avisarle, una bola ya le había golpeado, y apenas un segundo después uno de los oficiales de bajo rango que disparaban las pelotas de goma le había advertido en voz alta. ¿Quién sería ese chaval? Parecía ser otro de los nuevos reclutas, ¿sería posible que hubiera llegado tarde y tan despistado a su primer día? ¿O sería otro truco de los oficiales, un señuelo pensado para ver si alguno de ellos acudía en su rescate como buen servidor del bien y la justicia?

El joven de pelo plateado se preparó para actuar, aunque una duda le asaltó ¿Debía ir a por la bandera o ayudar al chico de pelo verde antes de que más de aquellas endemoniadas pelotas le hirieran?
#2
Takahiro
La saeta verde
Los marines se encontraban corriendo en formación por todas las partes de aquel campo de entrenamiento, gritaban y combatían con cualquier marine que no tuviera el color de su pañuelo. Parecía una verdadera batalla campal. ¿Serían así las guerras? Se preguntaba el peliverde, mientras un sinfín de pelotas negras iban y venían de un lado al otro del campo, golpeando a todo lo que se ponía en su camino. Le hubiera gustado no saber tan prematuramente que cada pelotazo era doloroso como un puñetazo, pero lo sufrió en sus propias carnes.

La primera de las pelotas le golpeó en la corva de su pierna derecha, haciendo que perdiera el equilibrio hacia un lado durante un breve instante, en el que una segunda esfera de goma le golpeaba en la espalda. Se incorporó con rapidez con intención de quitarse de en medio y una tercera le golpeó en la cara.

—En la cara sí que no —comentó en voz baja, agarrando su espada sin desenvainarla y comenzando a golpear todas y cada una de las pelotas que se le acercaban, mientras avanzaba hacia el frente como alma que se lleva el diablo. Era imposible que golpeara todas las que iban hacia él, es más, alguna le dio en el torso, pero era inevitable. Finalmente, cuando estaba a punto de salir del campo de entrenamiento, una última pelota se dirigía hacia él. Aferrándose al mango de su katana, como si de un bate de béisbol se tratara, golpeó la pelota con todas sus fuerzas, enviándola lejos de allí—. ¡VAMOS! —exclamó con euforia—. ¡VICTORIA!

Entonces la pelota tomó una curvatura extraña y se desvió hasta darle a una mujer en la cara. Al ver aquello, el merine corrió a gran velocidad hasta acercarse a ella y pedirle disculpas. Si bien de su boca parecía que estaban saliendo unas palabras bastante sinceras, su rostro decía todo lo contrario, pues estaba aguantándose las ganas de reírse. Era una de esas situaciones tensas que le hacían reír, y más cuando la gente que había alrededor se había quedado enmudecida.

—¿Has sido tú? —preguntó la mujer, abriendo la boca y bostezando.

Del lacrimal de sus ojos brotó una lágrima, que se apartó con la manga de su gabardina. Se trataba de una mujer entrada ya en la treintena, con unos rasgos bastante hermosos que se acentuaban gracias su cabello anaranjado y unos grandes y preciosos verdes. Eran de una tonalidad verdosa bastante extraña, pero no por ello dejaban de ser hipnóticos. Sin embargo, lo que más le llamó la atención al marine fue el físico de la mujer. Era bastante alta, superando el metro ochenta seguramente, delgada y atlética a partes iguales, y mucho más atractiva de lo que parecía físicamente. Podría decirse que era peligrosa en términos adultos.

Sin embargo, mientras analizaba a la persona que tenía delante, su mirada se postró sobre el bordado de su gabardina de oficial: «Cap. Montpellier».

—¿Tú eres la capitana Beatrice Montpellier? —le preguntó el peliverde, entregándole la carta que aún tenía en su mano—. Soy el nuevo miembro de su escuadrón. Takahiro Kenshin, para servirla —le dio un golpecito en el hombro a modo de saludo.

—¿¡Qué confianzas son esas!?

La capitana alzó el puño y le golpeó en toda la cara, tirándolo al suelo.

«Será hija de la gran…», pensó el espadachín, levantándose lo más rápido posible. Sin embargo, cuando lo hizo la capitana se había quedado dormida con la carta en la mano.

—No se lo tengas en cuenta —dijo la voz de un hombre que estaba a su lado—. Ella es así.

Segundos más tarde sonó un silbato. La prueba de las pelotas había terminado, el equipo rojo había ganado.
#3
Ray
Ray
Ray comenzó a correr hacia el chico del pelo verde con intención de ayudarle a salir de allí ileso. El tipo parecía haberse vuelto a quedar absorto por alguna razón, mirando la partida de atrapa la bandera que discurría a su alrededor. No obstante, los lanzadores de bolas no habían detenido su labor por la presencia en el campo de alguien que no estaba participando en el juego y los proyectiles seguían surcando el aire a gran velocidad desde ambos extremos del terreno.

Una de ellas impactó al espontáneo en la corva derecha, haciéndole perder el equilibrio. En ese mismo instante un recluta de enorme tamaño, casi un metro más alto que Ray, apareció ante él. Tenía el pelo negro muy corto y una larga perilla del mismo color, así como un cuerpo voluminoso y musculado que portaba un peto de color verde. Trató de interceptar a Ray, pensando seguramente que se dirigía hacia la bandera, buscando placarle y lanzarle al suelo.

El joven de pelo plateado dobló ambas rodillas y bajó su centro de gravedad buscando mejorar su velocidad de reacción y cambió bruscamente de sentido, saliendo rápidamente hacia su derecha. El intento del grandullón falló, no encontrando sino aire donde apenas un momento antes había estado Ray y cayendo estrepitosamente al suelo.

Aquella maniobra de evasión, aunque exitosa, le había situado peligrosamente cerca de otro miembro del equipo rival. Este, dándose cuenta enseguida de la presencia de Ray, trató de agarrarle el brazo. El joven logró zafarse de milagro, aunque no sin llevarse un arañazo puesto que las uñas de su oponente rozaron su antebrazo en su intento de interceptarle.

El marine siguió corriendo, aunque su destino había cambiado. Los dos cambios de sentido realizados para zafarse de sus rivales habían provocado que quedase mucho más cerca de la bandera, situada a apenas unos diez metros de su posición. Además parecía que su ayuda ya no era necesaria, pues el chico del pelo verde, sin rastro aparente de miedo a aquellas pelotas, había sacado su espada y la había utilizado para golpear una de ellas como si estuviera jugando un partido de baseball.

Ray, sorprendido, frenó sin querer si avance mientras observaba la trayectoria de la pelota y cómo está acababa finalmente impactando sobre la Capitana Montpellier, a quien había pillado por sorpresa.

Todos los presentes se giraron hacia ella, tratando de ver lo mejor posible si reacción a lo que acababa de acontecer. Sin embargo, tras unos momentos, Ray reanudó su carrera dispuesto a poner fin a aquel juego. La distracción provocada por el pelotazo que, sin querer, el peliverde había propinado a la Capitana hizo que pudiera recortar sin problema alguno la distancia que le separaba de la bandera.

Cuando apenas le faltaban cuatro metros para llegar a ella se dio cuenta de que otro jugador, vestido con un peto de color verde, había pensado lo mismo que él y había decidido aprovechar la distracción para alzarse con el triunfo. De hecho debía de haberlo decidido incluso antes, pues se encontraba más cerca que él de llegar a su objetivo.

Las trayectorias de ambos iban a cruzarse, con lo que su oponente, al ir más adelantado, podría sin duda cerrarle el camino y asegurar su victoria. No podía dejar que eso pasara. Sin tiempo para pensar, a Ray solo se le ocurrió una cosa. Saltó con ambas piernas, lanzándose en plancha hacia delante con todas las fuerzas que logró reunir y alargando su brazo izquierdo lo máximo posible. Cuando sintió sus dedos cerrándose en torno al asta de la bandera no pudo evitar sonreír, pletórico. Ni siquiera la caída que siguió al salto, aterrizando con la boca por delante y llenándosela de tierra, pudo opacar su alegría.
#4
Takahiro
La saeta verde
Takahiro se dirigió al marine que estaba al lado de la capitana, el mismo que le había hablado hacia escasos segundos, entregándole la carta justo después de dirigir una pensativa mirada hacia su superiora, que dormía plácidamente de pie. ¿Cómo era posible que una persona pudiera descansar de esa manera? No lo veía nada cómodo, sobre todo porque era una persona que solía moverse mucho cuando dormía.  «Yo ya me habría caído al suelo», pensó.

—Así que eres otra de nuestras nuevas incorporaciones —le dijo, teniéndole la mano—. Un placer, muchacho. Yo soy el comandante Mitch Buchanan.

—Un placer, teniente —le respondió el peliverde, devolviéndole un fuerte apretón de mano—. Mi nombre es Takahiro Kenshin.

—Oye, con cuidado que me va a romper —bromeó el comandante, golpeándole en el hombro con brusquedad.

Se trataba de un hombre muy extraño a su parecer. Tenía el aspecto de una persona ruda e intimidante, como aquellos hombres de acción de las novelas gráficas que leía de pequeño. Sin embargo, su actitud distaba mucho de ello, es más, era todo lo contrario. Se trataba de una persona amable, atenta, complaciente y muy considerado. Físicamente apenas llegaba al metro ochenta de altura, de músculos anchos y cabello grisáceo—. Te ruego que me disculpes un segundo, muchacho —dijo, dándole un leve golpe a la capitana para despertarla y entregarle la carta—. Tengo que darles órdenes a tus compañeros—. Sacó del bolsillo interno de su chaqueta un den den mushi y su sonido se propagó por unos altavoces que cubrían el campo de entrenamiento—: ¡La sesión matinal ha terminado! —dijo—. Al menos para el equipo ganador. El resto tendrá que hacer cien burpees y luego dar treinta vueltas al campo de entrenamiento con la mochila de platas metálicas puesta. ¡VAMOS, CON ENERGÍA!

Ese último grito a modo de arenga dejó medio sordo a todos los presentes, pues los altavoces no estaban preparados para algo así.

—Así que tú eres el chico del que me habló Leclerc —intervino la capitana, mientras doblaba la carta y la guardaba—. El revoltoso con problemas con las normas.

—Únicamente con la norma de vestimenta —saltó a decir el peliverde, mientras se sacudía un poco el polvo del pantalón—. Las botas, el pantalón azul con el pañuelo y la chaquetita de niño de comunión… —se encogió de hombros y suspiró—. ¡No lo soporto! ¡Demasiadas capas!

La capitana sonrió durante un instante, para luego bostezar y rascarse la nuca.

—No te conozco — le dijo—. Pero algo me dice que me vas a caer bien. Eres un caradura, al igual que el peliblanco que tiene la bandera sobre el hombro. Tampoco lo conozco, pero mi instinto me dice que es otro desvergonzado —al que no dudó en señalar, y hacerle una señal para que se acercara—. Y mi instinto no falla con la gente, Kenshin, recuérdalo —le guiñó un ojo y comenzó a irse de allí—. Mitch, tú preséntale al otro novato y encárgate de que el resto cumpla el castigo por no cumplir con éxito la misión de coger la bandera.

Y sin decir nada más, se fue de allí.

«Que mujer más rara…», se dijo el peliverde, con el gesto fruncido.
#5
Ray
Ray
Durante unos segundos el mundo se volvió marrón. El aterrizaje forzoso sobre el suelo con la cara por delante hizo que la boca, los ojos, las fosas nasales y hasta las orejas se le llenaran de tierra. Sin embargo, Ray no aflojó lo más mínimo la presa de sus dedos sobre el asta de la bandera. Lo había conseguido. La victoria era suya. Tenía muchas ganas de demostrar de lo que era capaz, que era digno de la oportunidad que la vida le había ofrecido pese a su baja cuna y que podía ayudar a la gente. Estaba decidido a marcar la diferencia para bien en el mundo, y aquello tan solo era el comienzo.

Poco después se puso en pie, aún embriagado por la dulce sensación del triunfo. Escupió y tosió, tratando de librarse del polvo y la tierra que intentaba atravesar su garganta y colarse hacia el interior de su cuerpo. Sus compañeros del equipo rojo se abalanzaron sobre él, prácticamente hundiéndole en un mar de cuerpos y extremidades que se afanaban por abrazarle. De nuevo el joven dejó de ver el cielo, hundiéndose poco a poco en la maraña de la celebración. El éxtasis que seguía a la victoria era una sensación prácticamente desconocida para el peliblanco, acostumbrado a la crudeza de la vida en el orfanato y, posteriormente, en la calle. Y la paladeó todo lo que fue capaz, procurando disfrutar cada instante de celebración. Al fin y al cabo, había aprendido por las malas que en la vida los momentos difíciles eran más que los felices, aunque estaba dispuesto a esforzarse todo lo posible por conseguir que en adelante eso cambiara.

Cuando el momento de euforia hubo pasado, Ray miró a su alrededor tras limpiarse un poco la cara de los restos de tierra que había en ella. Sus oponentes vestidos de verde mostraban muy distintas formas de aceptar la derrota, desde la más absoluta indiferencia hasta gestos de rabia, pasando por algunas cabezas gachas en señal de ligero desánimo. Un poco más lejos el chico de pelo verde hablaba con la Capitana Montpellier y su subalterno, el Comandante Buchanan. Estaban a demasiada distancia como para escuchar lo que decían, pero por las expresiones de sus rostros parecía que el despistado se había librado de una buena. Su superiora no parecía especialmente molesta, e incluso acababa de esbozar una sonrisa.

Poco después, tras marcharse la jefa de la base, su lugarteniente llamó a Ray en voz alta. Parecía estar indicándole que acudiera hasta su posición. Despidiéndose de sus compañeros con choques de manos y algún que otro abrazo, aún exultante de felicidad, el joven marine se puso en marcha. Todavía llevaba la bandera en la mano, símbolo de su reciente triunfo. Mientras caminaba hacia la posición de su superior varios pensamientos llegaron a su mente: el primero, que casi con total seguridad aquel chico era también un nuevo marine. El segundo, que por algún motivo que no alcanzaba a comprender parecía haber caído en gracia a la peculiar Capitana. Y el tercero que, si había conseguido salir airoso tras dar un pelotazo a su superiora, aquel tipo era alguien que tenía ganas de conocer.

Una vez estuvo a escasos pasos de ellos el Comandante se adelantó y, poniéndole la mano derecha sobre el hombro en un gesto que, dada la diferencia de altura entre ambos, resultaba ligeramente cómico, tomó la palabra:

- Enhorabuena por tu actuación, soldado. Ha sido una gran victoria.

- Gracias, Comandante. La primera de muchas, espero. - replicó Ray mientras esbozaba una traviesa y ligeramente burlona sonrisa en la que su lengua asomó al exterior.

- Te presento al soldado raso Kenshin. - dijo, señalando al chico de pelo verde.

Así que tenía razón, se trataba de otro compañero suyo. Y de su mismo rango además, a diferencia de la mayoría de otros miembros de la promoción, que tenían aún la categoría de reclutas.

- Kenshin, este es... - comenzó a decir el Comandante. No obstante Ray se le adelantó y, dando un paso adelante, ofreció a su nuevo chocar la mano derecha mientras decía.

- Shun D Raymond, también soldado raso y recién alistado. Aunque puedes llamarme Ray.

Guiñó un ojo al peliverde en señal de complicidad. Algo le decía que aquel chico iba a caerle muy bien.
#6
Atlas
Nowhere
—¡Así que aquí estabas! —exclamó el sargento Shawn tras asomarse por encima del muro. No hacía demasiado de mi incorporación a la base de Loguetown, la cual se mostraba mucho más como el ente que había imaginado en un primer momento. El número de marines que había allí era abrumador y, en medio de tanto ajetreo, era mucho más fácil escabullirse.

Precisamente eso era lo que había intentado aquella mañana tras conocer que estaba prevista una jornada de adiestramiento un tanto peculiar. Según me habían dicho, se pretendía evaluar la capacidad de trabajo en equipo y adaptación a un medio hostil. También, claro está, comenzar con la instrucción en dichos ámbitos una vez nuestras capacidades hubieran sido evaluadas.

En definitiva, mucha palabrería para disimular que aquello prometía ser un auténtico tedio y el tipo de actividad que detestaba con todas mis fuerzas —sí, una más—. En la vida hay que ser consecuente con uno mismo, así que no lo había dudado a la hora de quitarme de en medio, aprovechar el rato que mis compañeros tenían para prepararse y marcharme cuanto más lejos mejor. Mi destino no fue otro que las inmediaciones de la base militar. Justo allí donde un desnivel del terreno provocaba que dos viviendas aledañas no estuviesen a la misma altura, oculto tras el muro que separaba el tejado de una del de la otra, me había tumbado sobre el tejado de la más baja para contemplar el paso de las nubes, disfrutar de los rayos de sol y ver la vida pasar.

Pero Shawn me había echado en falta. ¿Que por qué? La verdad era que no tenía ni idea, porque tenía suficientes reclutas a su cargo como para reparar en uno solo. ¿Acaso me iban a tocar todos los mandos que hacían bien su trabajo?

—No, es que había venido para buscar pro... —comencé a decir, mas el sargento no me dejó continuar.

Saltó el muro como una gacela y se abalanzó sobre mí con las manos bien abiertas y una mueca desencajada en el rostro. Era un poco más bajo que yo, pero eso no le impidió hacer gala de  una nada desdeñable fuerza, agarrarme por la zona de la espalda y cargarme como una maleta de vuelta a las instalaciones militares.

—¡¿Qué provisiones ni provisiones?! ¡Aquí no tenemos problemas de abastecimiento ni nada que se le parezca! ¡Tu única obligación es entrenar e instruirte, así que ya estás tardando!

A pesar de que no oponía resistencia, en ningún momento se planteó la posibilidad de dejarme caminar a su lado o por delante de él para realizar el resto del recorrido. Por el contrario, me paseó como su equipaje por cuantos pasillos fueron necesarios —para mí que dio algún que otro rodeo para exhibirme como su trofeo— hasta detenerse frente a sendas grandes puertas de frio y gris metal.

—¡Ahí está el que faltaba! —exclamó al tiempo que daba una patada a la puerta y me arrojaba al centro de la estancia. Sí, al centro. No sé cuántos metros recorrí por el aire antes de aterrizar con estrépito y bastante dolorido. ¿Que por qué? Bueno, por algún motivo que desconocía había un sinfín de tipos en los márgenes de la sala que, armados con pistolas y fusiles, comenzaron a disparar sus proyectiles de goma hacia mí con tanta saña como puntería. Si alguno falló, no me di cuenta. Cuando me detuve me encontraba en medio un grupo de varios reclutas que me miraban con gesto de sorpresa, diversión o... ¿decepción? Sí, tal vez hubiera algo de eso.

De cualquier modo, al levantarme pude darme cuenta rápidamente de que lo que hubieran estado haciendo allí había terminado ya. Una bandera, lacia al no haber viento que la ondease, mantenía la que sin duda había sido su posición inicial, mientras que la otra no se encontraba donde le correspondería. Me gustaría decir que me había librado de una buena, pero sabía perfectamente que no era así. La jugarreta me había salido mal y había sido expuesto, así que el castigo sería probablemente bastante más intenso de lo que me gustaría.

—Buenos días —dije torpemente cuando el silencio a mi alrededor se hizo más largo de lo que se podría considerar cómodo. No tenía demasiado claro qué decir o hacer, así que me llevé la mano izquierda a la nuca y mostré la sonrisa más amplia que mis labios me permitían. Tal vez la simpatía natural que de tantos líos me había liado en mi aldea me pudiese servir allí también, aunque sospechaba que me disponía a darme contra un muro.
#7
Takahiro
La saeta verde
El comandante no tardó en felicitar al muchacho de cabello blanco, aunque en función de cómo le dieran los ratos solares, incluso, parecía que era de una tonalidad más argéntea. Definitivamente, tenía un color de pelo bastante molón para el criterio del espadachín, que en algunas ocasiones se sentía un poco acomplejado por su cabello verdoso. Sin embargo, lo que más llamó la atención fue la forma en la que el comandante felicitaba a su compañero, haciendo que tuviera que aguantarse la risa durante un buen rato.

—Takahiro Kenshin, realmente —corrigió al comandante—. Pero puedes llamarme Taka si quieres —le dijo, tendiéndole la mano a modo de saludo.

Le había dicho que podía llamarle Taka, pero hacía ya más de diez años que nadie se refería a él de esa manera…, desde la muerte de sus padres. Era un apodo cariñoso que le gustaba, pues su padre comenzó a llamarle así por su significado en uno de tantos idiomas y dialectos del mundo, significaba halcón.

Al cabo de unos segundos, el comandante hizo el saludo militar y se fue en un abrir y cerrar de ojos, literalmente. Un sonido parecido a una espada que corta el viento en una kata siguió a su desaparición. ¿Cómo diantres lo habían hecho? ¿Sería el poder de una fruta del diablo? Eran preguntas que azotaron la cabeza del peliverde durante unos instantes. Sin embargo, tampoco quiso darle mucha importancia.

—Me han entrado ganas de auparlo —bromeó el espadachín, haciendo el gesto de sujetarle el hombro a alguien más alto—. Me ha costado no reírme de la situación, la verdad.

A su lado pasaron tres marines bastante enfadados, despotricando algo sobre un rubio que había en el campo de entrenamientos. Takahiro echó la vista y allí había un sujeto bastante alto, de hombros anchos y fuertes, que no parecía muy querido.

—Dime, ¿lo conoces, Ray? —le preguntó con algo de curiosidad—. ¡Ah, por cierto! —llamó su atención, a sabiendas de que iba a dar un giro de ciento ochenta grados a la conversación—. ¿Sabes dónde están los barracones donde nos hospedamos? Que tengo muchas ganas de soltar el petate y darme una buena ducha fría.
#8
Ray
Ray
Su nuevo compañero se presentó con su nombre, además del apellido que el Comandante había mencionado. Y al igual que Ray había hecho, mencionó un diminutivo por el que podía dirigirse a él. Sin embargo, apenas mencionó dicho apodo un destello de nostalgia invadió sus ojos. Para el peliblanco, siempre observador y hábil interpretando las emociones de los demás, no pasó desapercibido. ¿Sería ese el nombre por el que le llamaba algún ser querido en el pasado? De ser así, que se lo hubiera mencionado cuando apenas acababan de conocerse era bastante significativo.

No obstante el joven marine no tuvo mucho tiempo para pensar en esto, pues escasos segundos después el Comandante se despidió de ellos y desapareció del lugar a una velocidad que dejó a Ray absolutamente perplejo. ¿Cómo había hecho eso? Él se considera a sí mismo una persona excepcionalmente veloz, era consciente de que era su principal cualidad a nivel físico, pero lo que acababa de presenciar era otro nivel totalmente diferente. La próxima vez que viera al comandante tenía que preguntarle cómo era posible llegar a hacer eso, y si podía enseñarle a hacerlo.

Pero enseguida un nuevo comentario de Takahiro le sacó de su ensimismamiento. Imitando la cómica postura del Comandante cuando le había felicitado, afirmó que se había sentido tentado de levantarle en el aire para ponerle a la altura del soldado raso. Ray fue incapaz de reprimir una sincera y sonora carcajada. Palmeó la espalda de su compañero con una sonrisa y le contestó con sinceridad:

- Y que lo digas. Me duelen los músculos de la cara de apretar los dientes para no reírme. - El joven era plenamente consciente de que dos marines recién alistados se mofaran de esa forma, aunque fuera en privado, de un superior, pero no podía evitarlo. Respetaba las jerarquías hasta cierto punto, pero no le parecían algo tan rígido e inamovible como muchos de sus compañeros parecían pensar. Al fin y al cabo todos eran personas, y las personas deberían relacionarse entre sí de igual a igual en todo momento. Feliz de haber encontrado a alguien que parecía compartir esa falta del habitual temor y respeto desproporcionado a sus superiores, el peliblanco sonrió de oreja a oreja.

En ese momento tres marines que aparentaban tener un rango similar o mínimamente superior al suyo pasaron al lado de ambos, visiblemente enfadados, y quejándose sobre un nuevo recluta que parecía haber llegado tarde y haberse perdido el entrenamiento. Al parecer Takahiro no había sido el único.

El peliverde le preguntó si le conocía, a lo que Ray negó con la cabeza. Lo que sí supo cómo responder fue la siguiente pregunta que le hizo:

- ¡Claro! Tenemos que cruzar el campo de entrenamiento y girar a la izquierda, no tardaremos más de tres o cuatro minutos en llegar.

A decir verdad a él también le apetecía darse una ducha, y sobre todo tomarse algo frío para beber. El entrenamiento le había dejado bastante exhausto, pues había resultado particularmente exigente para lo que habría esperado de una partida de atrapa la bandera.

Ambos se pusieron en marcha. Según se acercaban al recluta tardón Ray pudo observarle mejor. Se trataba de un tipo que parecía ser ligeramente mayor que él. Debía medir una media cabeza menos que los dos soldados rasos, pero era considerablemente más fornido y musculoso que ambos. Tenía el cabello rubio, y estaba allí plantado en mitad del campo de entrenamiento con una sonrisa y un gesto que parecían transmitir un sincero arrepentimiento.

No supo muy bien explicar por qué, pero algo hizo que se parara un momento cuando pasaran a su lado y le ofreciera chocar la mano izquierda. Le sonrió, ligeramente burlón, y se presentó diciendo:

- ¡Hey! Yo soy Ray, y este es Taka. No te preocupes por haberte perdido el entrenamiento, mañana tendremos otro.
#9
Atlas
Nowhere
Pues sí, me había estrenado por todo lo alto.  Los gestos de decepción y enfado de los marines que poco a poco, solos o acompañados, iban dejando la zona de entrenamiento, lo dejaban bien claro. La mayoría de ellos no me miraban, pues allí no éramos más que una hormiga en un hormiguero, y los que me miraban... bueno, podríamos decir que conservaba todos los dientes porque golpear a un compañero no está muy bien visto en la Marina.

Desde la puerta por la que había sido arrojado al medio de la sala, el sargento Shawn continuaba mirándome con el entrecejo fruncido y una mirada encendida capaz de derretir hasta un iceberg. Sus labios murmuraban algo que no alcanzaba a entender, pero sus gestos eran perfectamente comprensibles: "Luego pasaré a buscarte para que hagas lo que te toca hacer. Como se te ocurra escaquearte te estrangularé con mis propias manos". Si las palabras no eran ésas debían ser bastante parecidas, porque había retorcido el aire con bastante furia.

Fue por ello que cuando Ray y Taka se presentaron no pude evitar liberar un suspiro de resignación, el cual fue rápidamente seguido por cierta calma y alivio al comprobar que, al menos, alguien mostraba interés en conocerme.

—Yo creo que voy a tener una buena sesión doble de castigo hoy mismo, además del de mañana —respondí inicialmente la tiempo que señalaba hacia la puerta para que pudiesen comprobar a qué me refería. Obvié, por supuesto, que había perdido la batalla pero no la guerra, y que si me era posible mañana intentaría librarme de nuevo—. Mi nombre es Atlas —añadí con otra sonrisa; cuanto más sonriese más fácil sería caerles bien, ¿no?—. No llevo aquí mucho. De hecho, creo que soy el último mono en la Base.

Tal vez lo más cortés hubiera sido esperar algún tipo de invitación o preguntar si les podía acompañar, pero como reanudaron la marcha y la conversación continuaba decidí echar a andar. Nadie me paró los pies, lo que interpreté como una buena señal y seguí hablando.

Aproveché el camino para explicarles un poco sobre mi diminuta aldea natal, nada del otro mundo, así como la fortuita intervención contra un grupo pirata que el barco de reclutamiento y adiestramiento en el que me había enrolado se había visto obligado a hacer. Procuré reprimir cómo aquello había calado en mí por el momento para no ser demasiado repelente, pero juraría que quedó bastante claro que aquello no había sido un día más para mí.

No tardamos en llegar a los barracones, donde Ray y Taka, que sí habían hecho algo por la vida ese día, se dieron una ducha antes de ir a tomar algo. Cuando entramos el comedor estaba testado. Grupos de diferentes tamaños abarrotaban las meses y el escándalo era mayúsculo. Pude ver al sargento Shawn hablando con otros uniformados que, a juzgar por su vestimenta, debían pertenecer a su mismo rango. De hecho, acababa de reparar en que mis dos acompañantes también se encontraban en un escalafón superior al mío. No es que me molestase, pero mi orgullo se resintió levemente al comprobar que, en una relación que al principio me había planteado como de iguales, había un elemento que desentonaba. Uno tan importante como el rango militar. Pero la única forma de subsanar ese hecho era esforzándome y trabajando...

Fuera como fuese, no era el momento para pensamientos como aquél. Escogí una bebida bien fría, un refresco con sabor a limón —no tenía hambre ni tenía motivos para tenerla, aunque tal vez mis compañeros tuviesen otra cosa que decir al respecto— y me senté en una larga mesa cercana. El extremo opuesto estaba ocupado por un grupo de diez reclutas que, eufóricos, ojeaban unas revistas y daban golpes en la mesa de puro éxtasis. Desde mi posición, a la que llegué un poco antes que Ray y Taka, no acertaba a vislumbrar qué era aquello tan interesante. Lo cierto es que tampoco me importaba demasiado.

—¿Y vosotros habéis llegado aquí casi de rebote como yo o era algo que teníais pensado desde hace tiempo?
#10
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