¿Sabías que…?
... Garp declaró que se había comido 842 donas sin dormir ni descansar porque estaba tratando de batir un récord mundial. ¿Podrás superarlo?
[Aventura] [T4] ¿Alcohólicos anónimos? ¡Trae hielos!
Octojin
El terror blanco
29 de Verano del año 724


Sigues en Oykot, a orillas de un muelle desgastado por los años y el salitre, sentado sobre uno de los pocos bancos en buen estado del muelle. El aire es espeso, cargado de esa humedad pegajosa y la leve salinidad del océano, mientras el sol se oculta entre nubes deshilachadas que dejan apenas unos tenues rayos de luz dorada. A tu alrededor, el puerto no parece particularmente ocupado, pero hay un constante murmullo: los pescadores apilando sus redes, las gaviotas disputando los restos de la pesca y el crujir de madera añeja bajo tus pies. El día a día en un muelle cualquiera, vaya.

Seguramente te encuentres reflexivo. ¿Cómo has podido llegar a ser oficial de la armada revolucionaria? ¿Acaso era algo que buscabas? El pensamiento se te antoja algo extraño: Tú, Tofun, el mismo enano que pasó tres décadas soñando con alcohol y aventuras dentro de una celda, ahora tienes un título de "oficial" pegado a tu reputación. Más oficial que borracho, o eso intentas repetirte. A pesar de tu determinación, los años de beber como si tu estómago fuera una bodega aún te siguen atormentando. El eco de los últimos días –¿o eran semanas?– resuena en tu mente: desde el incidente de Oykot, has estado en un ciclo continuo de borracheras, casi como si te negaras a despertar del letargo que el alcohol te da. ¿Qué busca en él, querido Tofun?

Un golpe de viento te despierta de esos pensamientos. Las banderas del puerto ondean en lo alto, y con cada movimiento parece que te llaman: "¡Tofun! ¡Tofun el Largo! ¿Hasta cuándo, enano?". Puede que sean tus nervios jugando una mala pasada o solo el rastro de alcohol en tus venas, pero la sensación es que el puerto entero te observa con esos ojos vivaces de quienes saben todo lo que has hecho y aún esperan ver qué harás a continuación.

Suspiras profundamente, y esa fragancia a vino viejo y queso que emanas sigue tan intensa como siempre. Quizá no puedas evitar llevarte la mano al bolsillo donde guardas un pequeño frasco con tu reserva de emergencia; aunque el propósito de estar aquí es renunciar a esa bebida que te ha definido en tantas ocasiones, pero ojo, el frasco sigue ahí, pesado como una cadena invisible. ¿Te limitarás a acariciarlo sin abrirlo? Parece una tentación muy grande. Aunque quizá quieras guardarlo solo para emergencias. O puede que ese momento sea una emergencia. ¿Es una emergencia, Tofun?

Realmente allí en el muelle puede que lo único que llame tu atención sea un pequeño kiosko, donde un viejo pescador vende café y alguna que otra revista que no resulta demasiado interesante, al menos a juzgar por la portada. La idea de tomarte un café solo, por más absurda que parezca, empieza a tener sentido. ¿Puede que una droga supla la otra? El café humea desde la lejanía. Si decides acercarte a por uno, notarás que con el primer sorbo, sientes una acidez distinta a la de tu querida Akuma. Quizá el café pudiera ayudar a que ese estado ebrio se fuese despejando. Lo cierto es que has vivido atado a él mucho tiempo, como un segundo traje que no puedes quitarte. Los minutos pasan y el silencio que envuelve el puerto te da tiempo para reflexionar.

Una anciana montada en una especie de carro pasa cerca tuya. Vende algún tipo de alcohol, a juzgar por sus botellas de color verde y etiqueta blanca. Joder, esta gente no te lo va a poner fácil, ¿eh? ¿Es un complot contra ti?

—¡Ron del bueno! ¡Ron del bueno! ¡Hoy tenemos dos por uno! —grita mientras se va alejando, haciendo pequeñas paradas intentando convencer a la gente de que al menos el compre una botella, para recibir otra gratis.

Una brisa fresca levanta tus cabellos despeinados, trayendo consigo el aroma del mar y el sonido de las gaviotas en la distancia. Tienes mucho tiempo y total libertad. ¿Por dónde deseas emprender este primer viaje, Tofun? ¿Te has dejado algo por hacer? ¿Tienes algo pendiente? ¿No?

Bueno, puede que si no tienes nada en la mente, recuerdes de repente algo. Oh, sí, ese momento... A ver cómo te lo explico. ¿Ves tu cartera? Claro que no la ves, porque no la tienes. Puedes recordar el momento exacto donde se te cayó. Estabas... ¿bailando? Di que sí Tofun. ¡¡Perrea hasta abajo!! Bueno, eso, que estabas bailando y, en un movimiento bastante sensual dirigido a... Bueno, tampoco vamos a ser cotillas ahora. Dirigido a alguien, ladeaste quizá demasiado la cadera y se te cayó la cartera. Pero bueno, no creo yo que te la hayan robado. Quizá yendo a la taberna a preguntar des con ella. Calculas que se te debió caer en la segunda o la tercera mesa más cercana a la pared del fondo. Quizá esté ahí, o puede que el tabernero la esté guardando. En cualquier caso, si no tienes nada más urgente, parece una buena primera parada.

Cooositas
#1
Tofun
El Largo
Información de Tofun


En menos de un mes habían pasado muchas cosas en mi vida, demasiadas. ¿Realmente eran demasiadas? Hace unos días, añoraba las aventuras; lo único que quería era beber y acción, y le puse tantas ganas que aceleré al máximo. Me reuní con mis antiguos compañeros, Los Piezas, quienes me regalaron este bonito anillo… Pensé, acariciándolo con la mano opuesta.

[Imagen: anillo2.png]

Después de varias decenas de litros de cerveza, acepté unirme a la revolución y, pronto, comencé a reclutar a los increíbles personajes con los que me había encontrado: Ragnir el Gaseoso, Umibozu la Calamidad, la Sirena, el Lobo, el Polluelo, el Mapache… Eran demasiados como para enumerarlos. ¡Me casé! Joder, sí, me casé. Me casé con una señora de 104 años, Gregoria, una rica de Kilombo, en un plan para obtener bienes y un barco, resultando en un enlace sin amor, pero con respeto y admiración. Gregoria era una mujer entrañable que, tras viajar con nosotros hasta Oykot en su luna de miel —un paripé para justificar nuestra llegada a Oykot y no levantar sospechas— volvió escoltada a Kilombo. Tenía que pasarme a saludarla un día de estos. En ese viaje a Oykot todos bebimos y nos emborrachamos, igual que en la boda, la post-boda, en la llegada a Oykot y en tantos otros días más. El caso es que planifiqué el asalto a Oykot y, con todo el sudor y esfuerzo de mis compañeros revolucionarios, logramos tomar la ciudad e instaurar una democracia justa con Karina como alcaldesa. La celebración duró 48 horas, y la resaca, mezclada con más alcohol, duró otras 24. Hoy era mi primer día sobrio; quería probar qué se sentía, algo que no vivía desde mi cuarenta cumpleaños. Por desgracia, la abstinencia parecía tener cierta relación con la Akuma No Mi que había consumido en mis tiempos mozos, y los efectos secundarios de la privación de alcohol eran terribles.

[Imagen: chaquetaa.png]

Y allí estaba, reflexionando sobre todo esto en uno de los bancos del puerto de Oykot, disfrutando del horizonte con mis pantalones marrones, mis zapatos de cuero, mi camisa blanca medio abierta, revelando los pelos de mi pecho, la barba desaliñada y mi nueva chaqueta, un regalo de Gregoria al volver a su hogar. En los laterales de mi cinturón descansaban dos imperceptibles riñoneras, donde guardaba varios objetos: una granada que me hizo Asradi, un botiquín de Alistair, un pequeño tupper con un par de onigiris, un mechero y un par de diales.




— Oficial...

¿Oficial de qué? ¿Quería yo esa responsabilidad? ¿Estaba a la altura? Lo mío era el campo de batalla, las tabernas, charlar... No ser responsable de un escuadrón. ¡Por Dios! Si ni siquiera sabía cuidarme a mí mismo.
"¡Tofun! ¡Tofun el Largo! ¿Hasta cuándo, enano?" — Un susurro parecía escurrirse en el puerto. — ¿Hasta cuándo? ¡Hasta que el ron se acabe, claro que sí! ¡Bah, tonterías! —refunfuñé, alejando esos pensamientos, aunque la inquietud se notaba en mi expresión. Acomodé mis hombros en el banco, rozando casi sin querer una botella de ron casero que había creado hace unos días. Inspirado por mi estado etílico, produje ese exquisito brebaje que ahora guardaba para una ocasión especial. Miré la botella con una mezcla de emociones: sorpresa, odio, pasión, ternura, añoranza... La guardé rápidamente para no caer en la tentación y sacudí la cabeza para borrar esa idea de mi mente. Justo entonces...

— ¡Ron del bueno! ¡Ron del bueno! ¡Hoy tenemos dos por uno!

Mi cara se arrugó de formas inhumanas. ¿Qué clase de tortura era esta? Conocía perfectamente el ron de esa señora... ¡Joder que si lo conocía! ¡Basta! Huyendo de aquella escena, busqué refugio con la vista en un kiosko del muelle, olfateando un par de veces al ver la estela de humo que desprendía el café caliente. Olía bien; parecía un café de calidad. No pude evitar imaginarme cómo maridaría con un licor de miel añejo, con un aguardiente que notas de canela.  — Abajsgsdgsg... — No sabía ni como gestionar la situación, me levanté del barco y me acerqué al Kiosko, iba a tomarme un café para intentar controlar el mono.

Salté hasta el mostrador y de primeras pedí disculpas por el posible susto.  — Disculpe. Muy buenas. ¿Sería tan amable de ponerme un café? Solo, con unas g... Solo. — Corregí de inmediato, mientras tanto comenzaría a ojear las noticias de estos días, por distraerme y centrar la atención en otras cosas. Mientras me llevé la mano a la cartera, la car, la ca... ¿La cartera? El cuerpo se me congeló durante un instante, un flashback de Vietnam atravesó mi mente, la había perdido en el desfase de estos días. Miré el/la dependient@. ¿Me reconocería? 

Resumen

#2
Octojin
El terror blanco
Te acercas al kiosko del muelle, donde el aroma del café parece envolverte en un suave despertar que te recuerda lo que es sentir la sobriedad, una sensación casi extraña después de tanto tiempo inmerso en nubes de alcohol. Ufff... No sé yo si te apetecerá un poquito de baileys para manchar ese café. Bueno, no, has sido fuerte, no te voy yo ahora a meter presión en este sentido. El pescador te observa con curiosidad, sin perder ni un detalle, mientras toma una taza y vierte con sumo cuidado el café caliente que le pediste. Te ofrece también un azucarillo, aunque quizá hoy prefieres el café amargo. ¿No sientes que ya llevas suficiente dulzura en las venas tras tantas jarras de ron? Bueno no sé, no te voy a juzgar.

Mientras esperas, notas una pequeña pila de revistas en el kiosko. Algunas se ven algo polvorientas, pero otras, especialmente las dedicadas a las noticias locales, están en perfecta condición. A medida que te vas fijando, puedes ver una revista de actualidad, y en su portada ves el titular: Oykot en Auge: La revolución y sus héroes. Puede que te pique la curiosidad y decidas echar un vistazo en lo que el café se enfría un poco. Quizá para tu sorpresa, encuentras un artículo que menciona las últimas hazañas de las brigadas revolucionarias. Hay fotos de algunos de tus compañeros, aunque las tomaron en algún punto del camino a la victoria, donde todos posan sin saberlo y sin el menor rastro de sobriedad. Te hace sonreír ver que al menos esta vez la ciudad reconoce vuestro esfuerzo.

El resto de revistas no parecen tan actuales. Hay una de deportes que parece interesante. Por cierto, qué irónico que sería que alguien como tú, con tus dotes de bebedor profesional y tus increíbles treinta centímetros de puro vigor, tuviera interés en competiciones deportivas, ¿no? Pero bueno, si lo tienes, verás que el equipo local de Oykot de balonpié ha perdido 3-0 por no presentarse al último partido, mientras que el de baloncesto va líder en su liga.

Con el café en la mano, el pescador te da las gracias por tu paciencia. Si das un primer sorbo, notarás que ya no está tan caliente como para evitar tomarlo, así que disfruta. El sabor amargo y fuerte del café parece calar hasta lo más profundo, despertando sentidos que habías dejado entumecidos durante semanas de embriaguez. La sensación es potente, casi reveladora; es como si ese sorbo de café te trajera algo de la lucidez que habías perdido.

Intentando recordar dónde está la maldita cartera, la escena de las últimas noches de juerga en la taberna reaparece en tu mente como un relámpago. Recuerdas el desmadre, los bailes con un estilo cuestionable —pero divertidísimo, esas imágenes no se borran fácilmente de la mente— y, ahora lo entiendes, también el momento en que debió haberse caído. Quizá es hora de ir a la taberna a por ella.

Si decides encaminarte hacia allí, te encontrarás con un ambiente algo más tranquilo. La taberna está casi vacía, a excepción de un hombre que ocupa una de las mesas, perdido en sus pensamientos. Seguramente sea buena idea revisar el área donde estuviste, recordando la escena con tanto detalle como el humo de la embriaguez te lo permite. Quizá si te agachas, ah, perdona. A ti no te haría falta agacharte. Bueno, si buscas debajo de las sillas y mesas por las cuales estuviste quizá... No, no hay nada. La cartera parece haber desaparecido. Miras hacia la dependienta, quien te observa con expresión escéptica, claramente recordando tus "buenas maneras" de días pasados.

¿Cómo te van a olvidar? Fuiste el alma de la fiesta. Si te acercas a ella, la mujer te mirará con una mezcla de fastidio y resignación.

—Ah, así que tú también perdiste algo —responde sin amabilidad alguna—. Tu grupito dejó aquí más de lo que se llevó. Un verdadero espectáculo.

Sin decir más, se dirige a la parte trasera y regresa con una caja a duras penas. La coloca sobre la barra, casi tirándola, y te la abre. Lo que ves dentro es una colección variopinta: hay una pesada pieza de hierro que probablemente pertenezca a Ragn, un top cuya dueña solo puedes imaginar, y varios objetos metálicos rotos. ¿Pero quién pierde un top en una fiesta? En fin, sois un grupo raro, pero...  ¿Tan raro? La cosa no queda ahí, hay aún más objetos. Entre ellos, vislumbras otra cartera bastante más grande que no es la tuya, pero con un vistazo más atento encuentras finalmente la que buscabas. Es pequeña, más de lo que recordabas, y te preguntas cómo puede contener todo lo que necesitas. Yo también me lo pregunto.

La dependienta, sin esperar más, se da media vuelta y se marcha, dejándote libre para tomar lo que necesites de la caja. Quizá es mejor que lo tomes tu a que venga otro a por ello. O no, tú decides. Cuando hayas terminado, seguramente decidas salir de la taberna. Eso si quieres mantener tu cuerpo libre del alcohol, claro. En caso contrario... ¿Has visto esa nueva botella de whisky que luce en la parte alta de la barra? Joder, un whisky refinado y cálido que entraría como... No, no puede entrar. Va, tú puedes. Sal de la taberna.

Al salir, te encuentras con una anciana que camina hacia ti a paso lento y decidido. Tiene una mirada que parece atravesarte, como si te juzgara por cada uno de tus años de borrachera y todas tus decisiones erradas.

—Tú, jovencito, necesitas un cambio —te dice con voz severa y pausada—. Llevas al diablo dentro, ¿lo sabías? Te vi en esta taberna estos días, y créeme, bebías como si quisieras ahogar el mundo entero.

La mujer te entrega una pequeña tarjeta, en la que puedes leer una dirección y un nombre. Te dice que es la organización de su hijo, y que se puso a llorar al verte hace unos días. Por lo visto le fastidiásteis la cena. ¿Quién va a cenar y no a emborracharse a esa taberna? Culpa suya me imagino. En fin, tú sabrás si te quedas mirando la tarjeta en silencio o le recriminas su actitud. La cosa es que el gesto de la mujer parece sincero. Yo también creo que tienes un poco al demonio dentro.

La tarjeta


En tu mente, surge una pregunta que se vuelve más fuerte con cada paso que das: ¿y si de verdad es hora de un cambio?
#3
Tofun
El Largo
Con una mezcla de cansancio y duda, observo el kiosko y decido explicarme.

Ehmm, disculpe, jefe… Le pagaré más tarde, lo juro. Me he dejado la cartera en alguna parte. ¡Qué cabeza! — Dije rascándome la barba, intentando parecer sinceramente apenado. El kioskero quizás estaba acostumbrado a que los viejos lobos de mar como yo olviden más cosas de las que recuerdan.

Con el café en mano, tomo camino hacia la taberna con un paso un poco torpe pero decidido. Al llegar, me lanzo a la búsqueda. Bajo mesas, asomo la cabeza entre los bancos, busco con tanta dedicación que podría parecer que estoy en una misión. Pero nada, ni rastro de la maldita cartera. Entonces, algo incómodo y con un poco de vergüenza, me acerco a la camarera, rascándome la cabeza.

Eh… ya sabe, esas cosas que a veces pasan. Creo que me dejé la cartera aquí en uno de esos días… digamos, de entusiasmo. — Le explico con una risa nerviosa, intentando mostrar un poco de pena.

Ella no parece particularmente impresionada. Sin decir nada, se gira y desaparece un momento, solo para volver con una caja medio destartalada. La coloca con un golpe seco sobre la barra y, mientras la abre, me quedo mirando el revoltijo de cosas dentro: un top, piezas metálicas, algo que seguro perteneció a Ragn… pero, de repente, mi mente se nubla, un vacío se abre paso entre mis pensamientos, y me quedo mirando la caja sin recordar siquiera qué estaba buscando.

¿La cartera? ¿O buscaba otra cosa? Parpadeo varias veces, desconcertado, hasta que me doy cuenta de que estoy parado en medio de la taberna, sin saber por qué. Miro alrededor, intentando recordar, pero solo siento esa extraña bruma en la cabeza, algo pesado y distante, como si el tiempo y el alcohol hubieran dejado su huella y de pronto, ya no estoy seguro de nada. [Ha saltado la tirada de Olvidadizo]

En fin… — Murmuro, tratando de darle algún sentido a la situación, y sin más dilación, me doy media vuelta y salgo de la taberna, ligeramente desubicado, notando cómo la edad y los años de jarana empiezan a pasarme factura.

Tofun se cruza con una figura, parece la típica señora que te introduce a una quest. Observa a la anciana con una mezcla de pena y desidia, con los ojos aún un poco por el desconcierto. Sin rechistar, toma la tarjeta que le tiende, echando un vistazo rápido a las letras que le resultan extrañamente formales y solemnes. ¿Alcoholicos Anónimos? Nunca había oído hablar de aquello, pero no le parecía un mal momento para averiguarlo. Después de todo, llevaba días sintiendo que algo en su interior, fuera el demonio o fuera la Akuma, comenzaba a pesarle cada vez más.

El diablo no entra en un cuerpo tan pequeño como el mío, señora. — Dice Tofun, medio en broma, medio en serio, dedicándole una sonrisa que apenas disimula el cansancio en sus ojos.

La anciana se va dejándolo con la tarjeta en la mano y una vaga dirección: el edificio rojo, junto a los balleneros. Tofun, algo apesadumbrado y confuso, decide seguir sus indicaciones. Al volver a la taberna, se acerca a la barra y pide hielo, sintiéndose extrañamente solemne. Si lo consigue iría hacia el edificio rojo con una mirada casi derrotada. Una vez frente al destino Tofun alzaría la vista para analizar aquel lugar en el que antes no se había fijado, busca algún detalle, inspira y después entra dejándose llevar por la situación.

Resumen
#4
Octojin
El terror blanco
Mientras observas cómo la anciana se aleja, notas que su caminar lento y encorvado parece lleno de resignación, como si sus pasos fueran el reflejo de una pena que crece con cada paso. Ha hecho suya tu historia, y parece que le ha afectado como si fueses su nieto. Un nieto de pequeña estatura pero gran edad. Ella parece pensar que no hay esperanza para ti, que el demonio que cargas está demasiado aferrado a tus entrañas. Pobrecito el pequeño Tofun. En un arrebato de cansancio, sueltas un suspiro y, con un último vistazo a la tarjeta que ella te ha dado, decides acercarte a la barra en la taberna.

La camarera, al verte de nuevo, frunce el ceño con una clara que mezcla el fastidio y paciencia agotada. Sin decir nada, coloca un vaso de cristal frente a ti, tan grande que parece más apto para un doble de ron que para cualquier otra bebida, y empieza a llenarlo de hielo con deliberación, encajando los cubitos como si quisiera asegurarse de que no quedara un milímetro libre. Te entrega el vaso sin ningún comentario, limitándose a observarte con una expresión que deja claro que estará encantada de verte irte. Pero, al menos, llevas lo que te han pedido. Buen chico.

Con el vaso lleno de hielo, tomas el camino hacia el edificio rojo junto a los balleneros. El recorrido no es largo, pero cada paso parece pesado, como si los últimos días de juerga y desenfreno fueran una carga más en tu mente y en tu cuerpo. Te preguntas qué pensarían tus antiguos compañeros si te vieran así, entrando en un lugar donde supuestamente te ayudarían a “reencontrarte”. Pero con cada paso, los ecos de tus andanzas se sienten más lejanos, y una duda persistente te lleva a cuestionarte si, en realidad, ese reencuentro es lo que necesitas. En cualquier caso, no pasa nada por probar, ¿no?

Al llegar al edificio, observas la puerta desgastada, de un rojo apagado, como si hubiese perdido el brillo de tiempos mejores. No hay nadie esperando ni señales que te inviten a entrar, pero la tarjeta es lo suficientemente clara como para que te puedas decidir a abrir la puerta.

Al cruzar el umbral, te recibe un espacio sobrio, casi austero. Las paredes están pintadas de un blanco deslavado, y apenas hay unos pocos cuadros colgados, con frases de aliento o pinturas de paisajes simples. El olor es dulce, como de un ambientador barato. Y no hay nada de ruido. No hay un solo rastro de botellas, ni nada que sugiera la opulencia y el ruido de las tabernas que tanto frecuentas. Este lugar parece diseñado para otra clase de vida, una mucho más tranquila y ordenada que la tuya. ¿Es esa la vida a la que aspiras? Si estás ahí será porque sí. O al menos a una parecida.

El silencio se rompe cuando un hombre joven, de unos cuarenta años, se acerca con una sonrisa paciente. Lleva una camisa sencilla y unos pantalones que le dan un aire sobrio pero amigable, casi como si quisiera transmitir calma sin decirlo. Te mira con una calidez inesperada y te lanza unas preguntas.

— ¿Y tú? ¿Cómo te llamas? ¿Has venido a encaminar tu vida, amigo?

La pregunta te golpea con suavidad, pero el peso de sus palabras hace eco en tu mente. Una vez respondas, si es que eres educado, el hombre sentirá y cogerá el vaso de hielo de tus manos con un agradecimiento sincero, marchándose. Quizá te quedes un poco desorientado en ese momento. No es que haya sido la mejor recepción que han podido darte.

Tras un par de minutos que tendrás libres para ojear la zona, volverá sobre sus pasos y te invitará a que le acompañes hasta una sala en la que varias sillas forman un círculo. Algunas personas ya están sentadas, todas con expresiones pensativas o, en algunos casos, cabizbajas, como si cada una de ellas estuviera atrapada en sus propios pensamientos. Te indican que tomes asiento, y al hacerlo sientes la incomodidad de una silla que no está diseñada para un enano como tú, pero decides dejarlo pasar. ¿Acaso alguien tiene en cuenta a los enanos en esta sociedad? Como pez de cuatro metros te digo que no. Nos tienen completamente marginados, pero bueno. Ese es otro tema.

Unos momentos después, el hombre vuelve, sosteniendo tu vaso con el hielo y lo coloca en el centro del círculo. Con una sonrisa amable, empieza a hablar.

— Más de uno se habrá pensado que qué extraña forma de comenzar es esa en la que, para dejar de beber, te piden que traigáis hielos, ¿verdad? Estos hielos representan la dureza de nuestros hábitos, de aquello que creemos que nunca va a cambiar. Pero, si les damos el tiempo necesario, si aplicamos la paciencia que a veces pensamos que no tenemos… los hielos se derriten. — Sonríe con empatía mientras un murmullo de aprobación se esparce entre los presentes, que han visto en el gesto algo que no se esperaban.

No sé si ese teatro que has visto a ti te parecerá convincente, pero a los tipos que tienes cerca sí. El destello en sus miradas parece que escenifica con bastante claridad que, para ellos, ese gesto ha sido revelador.

A tu lado, un hombre de cabello desaliñado y ojeras profundas se presenta. En su voz se percibe un tono desgastado, pero lleno de una determinación que va creciendo mientras habla. Tiene confianza, de eso está claro.

— Me llamo Damián, y llevo dos años sin parar de beber. Lo he intentado dejar un par de veces… y, bueno, parece que esta vez voy en serio. Ya llevo tres días sin probar ni una gota de alcohol. Está siendo duro, la verdad. La primera vez me autolesioné a cada día que pasaba, la segunda solo duré dos días... Y hoy, que es el tercer día, he superado mi mejor racha.

Miras al hombre de reojo, intrigado por su historia. Alguien más le ofrece un asentimiento comprensivo, como si todos aquí entendieran la batalla que implica su confesión. Empiezas a sentir que, en este círculo de sillas y palabras sinceras, tu propia lucha no es tan solitaria como habías creído.

Entonces, Damián te tiende la mano, esperando que comentes tu situación. Puedes intuir que el círculo que habéis formado es para presentaros todos y, quizá, decir en alto todo aquello que no os habéis atrevido a decir nunca antes.

El ambiente, aunque lleno de historias difíciles y miradas de cansancio, transmite una sensación de acogida que no has experimentado en mucho tiempo.

Cositas
#5
Tofun
El Largo
Mientras la anciana se alejaba, Tofun sintió una punzada de incomodidad. Su mirada llena de preocupación lo seguía como un eco, y se preguntó si realmente era tan evidente que el demonio lo acompañaba en cada paso. Con un suspiro, se dirigió de nuevo a la barra de la taberna, agradeciendo el vaso de hielo que la camarera le había servido. Al menos había algo en lo que no podía fallar: el hielo. "Gracias", murmuró, sintiendo que su voz era apenas un susurro. Después de un trago de ese vaso lleno de hielo, se dirigió hacia el edificio rojo junto a los balleneros. La puerta desgastada lo recibió con una falta de brillo que le recordaba sus propias noches de desenfreno. Al cruzar el umbral, el silencio lo envolvió como una manta pesada. Se acercó con cautela, cada paso resonando en su mente inquieta.

Frente a él, un hombre de unos cuarenta años lo miraba con una sonrisa amable. Su pregunta le pareció un golpe en el pecho. “¿Y tú? ¿Cómo te llamas? ¿Has venido a encaminar tu vida, amigo?”. Tofun sintió un sudor frío recorrer su espalda y, con un nudo en la garganta, respondió tímidamente.  — Soy Tofun... y supongo que sí. Hmprf...

El hombre tomó su vaso y se fue, dejándolo solo en una espera incómoda. La ansiedad le oprimía el pecho, y la sensación de estar fuera de lugar se intensificó. Cuando el hombre volvió, lo condujo a una sala donde varias sillas estaban dispuestas en círculo. Al tomar asiento, Tofun sintió que las sillas no estaban hechas para él, lo que solo aumentó su incomodidad. A su alrededor, las miradas eran un reflejo de historias tristes, lo que le hizo reflexionar sobre la metáfora de los hielos que el hombre había mencionado. "¿Derritiéndose, eh? No sé...", pensó, escéptico. Había vivido lo suficiente como para no creer en verdades tan simples.

El hombre, que se presentó como Damián, comenzó a contar su historia. Tofun lo escuchó con atención, aunque no logró empatizar del todo con él; su lucha parecía distinta, más profunda. Sin embargo, cuando Damián le tendió la mano y le cedió el turno de palabra, una risa nerviosa se escapó de sus labios.

— Je... jeje...

Se rascó la cabeza, sintiendo que todos los ojos estaban sobre él. ¿Por dónde empezar? Cogió aire y se preparó, inspirado ligeramente por el ritmo de Stan intentó resumir sus anécdotas.

Bueno, supongo que mi carrera de bebedor comenzó en la taberna de mi pueblo. Una vez, tras un par de tragos de ron, decidí que era una buena idea retar a un marinero a quién podía beber más rápido. La última vez que vi a ese tipo, estaba cantando una balada sobre sirenas en medio de la calle. Yo solo recuerdo haberme desmayado y despertarme en el muelle, abrazado a un barril de ron. ¡Eso es lo que yo llamo hacer amigos! Tenía nueve años.

Sonreí inocente.

Con el tiempo me aficioné, y a mis trece años ya era todo un experto. Pronto me fui de casa a explorar el mundo; ahí me aficioné de verdad, probé de todo y aprendí a entender el encanto que hay detrás de cada alcohol, de cada tono, de cada nota, de cada textura. Es un mundo increíble si lo sabes apreciar; la gente que hace licores son verdaderos maestros del paladar.

Asentí convencido.

Después monté mi propio bar. No iba muy allá; me bebía la mitad de la mercancía, y por si fuera poco, una banda llamada "Los Galácticos" me asaltó y me hizo cerrarlo. Volví a casa con el rabo entre las piernas y después volví a las andadas. Formé parte de un grupo de borrachos, los Piezas... unos cracks. Solo Dios sabe cuánto bebimos en aquella época. El caso es que en una de nuestras últimas misiones fuimos a robar a los Blackmore. Allí me vi atrapado en un gran barril de vino de 400 litros. No podía salir, así que... ¿qué remedio? Me lo bebí entero. Caí redondo, fui capturado y estuve 35 años en la cárcel.

Hice una pausa para valorar la situación, decidí no revelar los secretos de mi Akuma.

Cumplí condena; me pasé todos esos años creando licores. Aprendí del oficio, descubrí los detalles; me hice un experto. Soy capaz de distinguir cualquier matiz, de encasillar cualquier vino, de saber la procedencia de una cerveza solo rozando su espuma con mis labios. Me he hecho un maestro, un especialista; no conoceréis a persona más apta, os lo aseguro. Podría prepararos vuestro trago ideal, revivir vuestros mejores momentos a través del líquido, haceros llorar de la emoción. Os lo juro que sí.

No mentía, pero me despisté; casi parecía que estaba incentivando a todos a caer en el vicio.

El caso es que, desde que salí de la cárcel, no he dejado de beber en demasía ni un solo día. He bebido cantidades ingentes, de verdad. Y entre una celebración por salir, otra por una historia de una boda, otra por reunir a un grupo y otra por liberar a Oykot... Pues aquí estoy, intentando reconducir mi vida.

Sonreí contento. Menuda chapa había metido.
#6
Octojin
El terror blanco
Mientras terminas de hablar, el grupo se queda en silencio. Al principio, te parece que todos están atentos, pero pronto notas cómo sus ojos empiezan a brillar de otra forma: no es admiración ni empatía, sino algo más básico y primitivo… deseo. Para ellos, tus palabras han sido como una suave melodía que despierta los recuerdos de noches de tragos y juerga. Incluso puedes ver cómo alguien, sentado frente a ti, tiene la boca literalmente abierta, y, para tu sorpresa, ¡está salivando! Quizá, después de esta aventura, no sólo te conozcan como "Tofun el largo", sino también como "Tofun el calienta-hígados".

De repente, uno de los presentes, el hombre más alejado de ti, se derrumba de la silla y empieza a golpear el suelo con furia contenida. Puedes ver en sus golpes la ira de alguien que se da por vencido. Joder, le has tocado muy dentro a ese tío.

— ¡Créame el ron más dulce que haya probado, o mátame ya! ¡No aguanto más en esta mierda de sitio! —grita entre dientes, con una rabia que parece apuntar a la frustración de estar allí, privado de aquel dulce veneno que ahora has descrito con tanto detalle.

Justo en ese momento, un tipo corpulento aparece en la sala desde el fondo. Es evidente que el tipo intenta apresurarse, pero su complexión no se lo permite y se mueve torpemente. Se acerca al hombre que sigue golpeando el suelo, lo sujeta con firmeza y se lo lleva fuera, camino a otra sala, mientras su compañero de batalla sigue protestando. Antes de desaparecer, el hombre corpulento te lanza una mirada algo severa, pero el joven con quien hablaste al principio asiente y, con voz suave, se dirige a ti.

— Perdona por esto, Tofun. Y perdonad todos los demás. Jowen aún no está listo para estas historias. Cada uno tiene su manera de contar las cosas, y debemos entender que algunos son demasiado... Descriptivos. Pero gracias por compartir tu experiencia.

Es posible que te quedes un poco perplejo, mientras vuelves la vista a los demás miembros del grupo. Si bien todo parece retomar la calma, el ambiente ha cambiado: las miradas nerviosas de tus compañeros son claras señales de que la tentación ha despertado en más de uno. Ves a algunos rascarse con insistencia, otros tamborilean con las uñas en los reposabrazos de las sillas, y alguien incluso se lleva los dedos a la boca, mordisqueándoselos mientras mantiene la mirada fija en el suelo. Vaya panorama has despertado. No es que esa sala antes fuese la alegría de la huerta pero ahora...

Empiezan a retomar las confesiones, aunque después del incidente, quizá tu atención empieza a flaquear. Las historias te resultan un tanto repetitivas, un desfile de batallas contra el alcohol que, aunque entiendes, te saben insulsas comparadas con la aventura de tu propia vida. Es que tu vida ha sido bastante intensa, ¿no crees? Es en ese momento cuando tu mirada se desliza hacia un tipo sentado dos sillas a tu derecha. Está nervioso, y sus dedos se mueven con destreza hacia una petaca incrustada en el bolsillo de su americana raída. De forma discreta, lleva una pajita a la boca y da pequeños sorbos que, a juzgar por su expresión de alivio, le devuelven la calma en medio de la tormenta que todos parecen experimentar.

Es entonces cuando el ruido de tres golpes en la puerta resuena en la sala, un sonido tan brusco y violento que interrumpe las confesiones de golpe. El tipo corpulento que había sacado a Jowen hace unos minutos se dirige a la puerta con el ceño fruncido, pero, antes de que pueda abrir, algo sucede: la puerta se abre de golpe, y el tipo corpulento sale despedido hacia atrás, estampándose contra la pared con un estruendo que hace que todos en el círculo se sobresalten. El tipo cae inconsciente y todos los allí presentes dudáis de lo que estáis viendo. La cosa es que ahora no le podéis echar la culpa al alcohol. Al menos no todos.

En el umbral de la puerta, tres hombres de aspecto agresivo, vestidos con trajes oscuros y gestos autoritarios, entran con pasos firmes y miradas encendidas de ira. Uno de ellos señala directamente al joven que te había dado la bienvenida.

— ¡Quenpin, cabrón, nos has vuelto a robar todo el alcohol del almacén! ¡Te vimos, no puedes negarlo! —brama el hombre, avanzando hacia el centro del círculo con los otros dos detrás.

El joven, a quien aparentemente llaman Quenpin, se queda sin palabras, alza las manos en un gesto que busca calmar los ánimos. Pero el resto del grupo le mira con sorpresa, y algo de recelo, esperando que se explique. Por un segundo, todos los ojos están sobre él, incrédulos y tensos, como si la idea de que él también pudiera estar atrapado en la misma adicción fuera demasiado impactante.

Quenpin intenta defenderse, con la voz temblorosa y quedándose totalmente quieto, como si la situación le hubiese sobrepasado.

—No… no es lo que creen. ¡Esto… esto es por el bien del grupo! —balbucea, buscando una explicación que no parece tener mucha credibilidad.

Los tres hombres lo rodean, y uno de ellos le dice en tono burlón:

— ¿Por el bien del grupo? ¿Qué vas a hacer con tanto alcohol? ¿Acaso no eres también un borracho? ¡Confiesa ya!

El ambiente en el salón es de pura tensión. ¿Qué diablos está pasando? Cada mirada está fija en Quenpin. Parecía ser una persona comprometida con la sobriedad, y parece que el grupo se está dando cuenta de que, en ese lugar, nada es tan blanco o negro como pensabas. Aunque es posible que se le esté juzgando un poco pronto, no sé. De todos modos, puedes apreciar que el futuro de Quenpin pinta más oscuro que aquél vodka negro que probaste una vez con bastante hielo y a palo seco. Joder, me está apeteciendo hasta a mi.

datos
#7
Tofun
El Largo
La petición del hombre me sorprendió, y una chispa de alegría brotó en mí. Casi sucumbí a la tentación de comenzar a crear el alcohol que tanto deseaba, imaginando el sabor, el aroma, la calidez que brindaría a sus paladares. Sin embargo, justo en ese momento, el fornido guardaespaldas irrumpió en la sala y se llevó a Jowen de manera brusca. Me quedé estupefacto, sin saber qué decir o pensar.

El nerviosismo se apoderó de mí, llevándome de vuelta a la incómoda realidad de la sala. El resto del grupo continuó compartiendo sus historias, cada una más sombría que la anterior. La terapia, en lugar de parecer un intento de dejar el alcohol, se sentía como un llamado a volver a las viejas andadas. Era aburrido, como si estuviéramos atrapados en un ciclo de desesperación y autoindulgencia.

En medio de la monotonía, noté a un pícaro que bebía discretamente de su petaca con una pajita. Sonreí al mirarlo; era astuto, sabía cómo manejar la situación. No podía culparlo. Con un gesto casi involuntario, me rasqué la cabeza, sintiendo una punzada de intriga. La idea de imitarlo cruzó mi mente, pero la voz de la razón me recordaba que estaba aquí para cambiar, no para caer en viejas tentaciones. Sudaba frio, era horrible.

Pero justo cuando pensaba en ello, se produjo una interrupción que sacudió la sala. Tres hombres de aspecto agresivo entraron, derribando la puerta con una fuerza descomunal y, por extensión, también al guardaespaldas. Solo alguien de gran fuerza podría haber derribado a aquel tipo. Avanzaron con pasos firmes, señalando a Quenpin, acusándolo de robar alcohol del almacén. El líder del grupo, también con un aire de adicción en su mirada, parecía estar allí para hacer justicia de alguna manera.

La confusión me envolvió. ¿Qué estaba ocurriendo? Este lugar, que había prometido ser un refugio, ahora se convertía en un campo de batalla de viejas luchas y secretos oscuros. La línea entre el bien y el mal se desdibujaba aún más, y, en ese momento, me pregunté si realmente había llegado al lugar correcto para cambiar mi vida. Me puse en pie, la indignación salió dentro de mí, y señalé a Quenpin con un dedo tembloroso. Apenas llevaba unos momentos en el grupo y todavía no conocía bien a nadie, pero el tirón de la abstinencia me hacía sentir como si fuera el protagonista de una película.

¡Canta, Quenpin! — Exclamé, mi voz resonando en la sala, llena de una energía que no sabía que tenía. — Di la verdad. Si no lo haces ahora, será demasiado tarde. ¡Hazlo!

Mis palabras parecían provocar un silencio momentáneo, un eco de mi frustración que se instaló en el aire. Mientras lo decía, no pude evitar mirar de reojo al grupo que había irrumpido en el edificio. Tres hombres con un aura de amenaza que se movían con la seguridad de aquellos que sabían que tenían el control. Una idea cruzó por mi mente: ¿acaso no serían los propietarios de la nueva taberna de Oykot, "El Largo"? Si era así, me encontraría en su bando, al menos en espíritu. La necesidad de justicia y la protección del grupo parecían entrelazarse en mi mente, y mi corazón latía con fuerza mientras aguardaba la respuesta de Quenpin.

Info
#8
Octojin
El terror blanco
Quenpin te mira, con unos ojos que reflejan una mezcla de vergüenza y derrota, y finalmente se derrumba, como si tus palabras le hubieran dado el empujón final. Con voz temblorosa y apenas audible, empieza a confesar su historia.

— Sí… fui yo. Yo robé el alcohol de la nueva taberna… la que lleva el nombre ese de... "El Largo", creo que es — Cada palabra parece pesarle como una losa, y puedes ver cómo sus hombros caen, como si el peso de la culpa finalmente lo aplastara. —. Soy un adicto, desde los veinte años. Siempre he bebido a escondidas, porque… porque mi madre… ella perdió a mi padre por el alcohol. Y aún así… yo no he podido dejarlo. He intentado, pero... no puedo.

Te impacta escuchar esto, especialmente sabiendo que la mujer que te dio la tarjeta, la misma que te llevó hasta aquí, es su madre. Su odio hacia el alcohol parece aún más justificado, y una sensación de pena se va apoderando de ti mientras Quenpin continúa hablando. Pero su confesión no parece tener el mismo efecto en todos; puedes sentir el aire en la sala cargado de tensión y deseo, y sabes que muchos de los presentes han dejado de ver a Quenpin como un amigo y lo perciben más como un farsante, un vínculo directo a la tentación.

Uno de los tres hombres interrumpe el dramático momento, empleando una voz cortante y sin rastro de compasión. No le parece importar mucho lo que tenga que decir.

— Muy bien, Quenpin. Ahora danos las botellas. — Su tono es autoritario, y su paciencia parece al borde de agotarse.

Quenpin baja la cabeza y, en un murmullo apenas audible, señala hacia el suelo.

— Están… están abajo —dice con un hilo de voz.

La reacción de los presentes es instantánea, como si una chispa hubiera prendido en ellos. En cuestión de segundos, todos y cada uno de los miembros del grupo, que hace solo un momento estaban sentados en el círculo, salen disparados hacia la puerta trasera, donde, por lo visto, está la entrada al sótano. El eco de sus pasos resuenan en el pasillo de una manera que es ensordecedora, y sus miradas de desesperación por el alcohol son demasiado familiares para ti. Parece que tus palabras y la confesión de Quenpin han derrumbado todo el trabajo que el grupo había conseguido hasta ahora. Pero tampoco te voy a echar la culpa. Tú solo reflexiona y piensa en lo que has hecho, ¿vale?

Por un momento, te quedas solo en la sala con Quenpin, que está desmoronado, ya que los tipos trajeados salen tras los adictos. Perdón, tras los que se están rehabilitando. Puedes observar cómo el espacio vacío resuena con la ausencia de aquellos que, hasta hace unos minutos, parecían compañeros en la búsqueda de la sobriedad. Los tres hombres que acusaron a Quenpin no tardan en unirse a la estampida, sin esperar más explicaciones. Mientras observas la escena, un dilema moral empieza a tomar forma en tu mente. Podrías ir tras ellos y unirte a la fiesta improvisada, en la que cada botella robada seguramente caerá en manos ansiosas por revivir esos viejos placeres. Por otro lado, podrías castigar a Quenpin, responsabilizarlo por tirar abajo el esfuerzo de su propio grupo, la traición que ha cometido contra aquellos que confiaron en él, y que haya robado en la nueva taberna.

Pero también podrías intentar salvar lo poco que queda de esta reunión y evitar que las botellas sean el final de esta terapia. Podrías intentar algo que va en contra de cada fibra de tu ser… impedir que todos caigan de nuevo en el mismo vicio que te trajo aquí. Quizá puedas ser la luz que ellos necesitan. Y ser tu propia luz también, claro.

La tentación y el deber de proteger tu propio nombre, de ejercer ese cambio que te has prometido a ti mismo, de restaurar el honor de la taberna “El Largo”, luchan en tu interior. Sabes que si dejas que todo se descontrole, tu reputación quedará en entredicho, y no solo en los libros de historia de Oykot, sino ante ti mismo.
#9
Tofun
El Largo
Tofun pegó un poderoso grito que resonó en la sala, un grito que parecía surgir desde lo más profundo de su ser. — ¡ALTO! — Su mano derecha se cerró en un puño con fuerza, mientras que con la otra apretaba la silla en la que había estado sentado, desintegrándola en mil astillas bajo la presión de su furia contenida. La escena era intensa y electrizante; todos los presentes se volvieron hacia él, las miradas llenas de sorpresa y curiosidad.

The Diplomacy
JIY502
JIYUUMURA KEMPO
Ofensiva activa
Tier 5
7/10/2024
66
Costo de Energía
3
Enfriamiento
Tras entrenar su caja torácica para poder aspirar una gran cantidad de aire el usuario libera todo ese aire en un grito hacia del frente con todas sus fuerzas en el que podrá hacer la proclama que desee, logrando tal grito causar un poco de daño a los oídos de los afectados en un área de 12 metros frontales causando [Miedo] por 1 Turno. Comites: El usar esta técnica en grupo uniendo los gritos y proclamas de todos los miembros incrementará la duración del [Miedo] 1 Turno por cada usuario y cuando sean 3 o más miembros aplicará [Terror] en lugar de miedo por los mismos turnos.
Daño de Básico + [FUEx2,8] de [Daño sónico]

[Daño reducido, es solo para captar su atención]
Mi nombre es Tofun, Tofun El Largo. — Anunció con orgullo, recuperando rápidamente la compostura. Había un brillo en sus ojos, una determinación que iluminaba su rostro.

No os voy a vender ninguna moto, nunca fue mi estilo. — Continuó, dejando que sus palabras se asentaran en el aire.— No os voy a decir que dejéis de beber, ni que no lo hagáis. El alcohol tiene sus cosas buenas y… aunque me cueste reconocerlo, también tiene sus cosas malas. Como todo en la vida. — Hizo una pausa dramática, permitiendo que su mensaje penetrara en la conciencia de todos los presentes.

Lo importante es que seáis vosotros quienes toméis las decisiones. No dejéis que una espiral de vicio tome las riendas de vuestras vidas. ¿Qué queréis beber porque estáis con vuestros amigos y rememoráis viejos tiempos? Bien, hacedlo. Pero no lo hagáis por obligación, por inercia. — Su voz resonaba.

Yo sueño con ser libre, en muchos aspectos de mi vida. Pero el primero de ellos es tomar mis propias decisiones y no caer en los sesgos que nos acompañan en esta vida. — La pasión en su voz era contagiosa, lo sabía.

Tofun miró a Quenpin, cuya expresión oscilaba entre la culpa y la liberación, y a los otros, que comenzaban a cuestionarse a sí mismos. ¿Estaban dispuestos a dejarse llevar por la corriente o buscarían su propio camino?

Si alguno de vosotros decide que esta es la última vez que dejará que el alcohol dirija sus vidas, entonces seré el primero en apoyaros. Pero si decidís seguir, que sea porque elegís hacerlo, no porque el miedo o la presión social os empujen. — Su voz se suavizó un poco, casi como un llamado a la reflexión.

Tofun se sintió liberado, como si cada palabra pronunciada le hubiera permitido deshacerse de una carga que llevaba demasiado tiempo. En un momento en que la desesperación amenazaba con devorarlos, él se erguía como un faro de autodeterminación, un recordatorio de que cada uno tenía el poder de escribir su propia historia. Ahora agachó la cabeza, una potente arcada le vino al cuerpo, un síntoma de tratar de resistir la tentación, tragó saliva rapidamente tratando de recuperar la compostura, que asco.

Buenas gentes de Oykot. — Arrancó dirigiéndose a los trabajadores de la taberna que llevaba su apodo. — Ese alcohol es vuestro, faltaría mas. Os pido perdón en nombre de este pobre diablo. — Asentí y miré hacia la dirección que llevaba a donde estaba el alcohol almacenado, eran libres, había acabado el discurso.
#10


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