Asradi
Völva
31-10-2024, 04:15 PM
Entre bromas y picándose ligeramente, habiendo pedido el gyojin un trozo más de carne, ambos disfrutaron de aquel momento de intimidad y calidez. A Asradi solo le bastaba aquello. Un lugar tranquilo y la compañía de Octojin a su lado. Con eso y era completamente feliz. Era en ese momento en el que quería centrarse ahora mismo y no pensar en nada más que en ellos dos, sin preocuparse a futuro de la despedida. Algo que, por desgracia, sabía que estaba más cerca de lo que a ella le gustaría. De lo que a ambos les gustaría, en realidad.
Comieron y bebieron, y aunque la sirena protestó en primera instancia cuando el grandullón decidió pagar toda la cuenta, solo pudo aceptarlo con un suspiro.
— ¡No es justo, ni siquiera me diste tiempo! — Le “regañó” en primer lugar. Ella se había quedado a medio camino de agarrar su monedero para cuando el escualo ya había entregado el dinero. Y, ahora, él le venía con esa promesa. No, con ese reto. ¿No sabía Octojin cuán competitiva podía ser su sirena? Iba a descubrirlo poco a poco. Y ese era un ligero comienzo. La sonrisa de la pelinegra se ensanchó, casi de manera retadora por igual, pero también divertida por ello. — ¿Estás seguro de ello, grandullón? Encontraré un lugar mejor que este.
Asradi infló un poco el pecho con ciertos aires, antes de echarse a reír. Se notaba que estaba disfrutando aquello. Que aquellos momentos eran los más importantes que quería atesorar. Así pues, tras terminar de comer y beber, y ya con la comida pagada, ambos decidieron salir de la taberna. La cálida luz de la tarde les recibió, así como una suave y agradable brisa que Asradi no tardó en disfrutar. Tenía toques marinos gracias a la cercanía con puerto, y eso le llenaba también el corazón.
Sintió la fuerte, pero amable, mano de Octojin sobre uno de sus hombros, y ella buscó caminar un poco más a su lado, disfrutando de la cercanía con el escualo y de todo lo que, en tan poco tiempo, estaba significando para ella. No quería que aquello se torciese, ese buen momento que estaban teniendo. Pero sentía que, en el momento en el que tuviese que irse, una parte de sí se quedaría allí, en Loguetown. Con él. Y, al mismo tiempo, era tan doloroso que le corroía las entrañas. No deseaba cargarle con un peso más ahora mismo.
— En realidad, sí me queda una cosa. — Murmuró, tras haber estado en silencio quizás más tiempo del habitual tras la pregunta formulada por Octojin.
Le tironeó suavemente de la ropa, y con un gesto también, para que se agachase a su altura. La diferencia de tamaños era graciosa y a veces un poco incómoda para algunas cosas, quizás. Pero a ella no le importaba en lo absoluto. Una vez Octojin hiciese eso, Asradi también aprovechó para erguirse un poco más y que el escualo no estuviese en una postura muy comprometida. Y le susurró algo al oído.
— Cada vez que me eches de menos, ve al mar y contempla las olas. Quizás me escuches cantar a través de ellas. — Murmuró, como una confidencia tan solo para él.
Por su parte, la sirena procuraría llevarle noticias. Tenía unos buenos aliados entre las profundidades marinas. Podía aprovecharse de su facilidad para comunicarse con los peces para intentar mandarle mensajes o cosas similares a Octojin, se encontrase donde se encontrase. Y, claro, siempre y cuando el pez en cuestión lograse sobrevivir.
Pero había muchos peces en el mar, al fin y al cabo.
— Te amo. — Susurró al fin.
Tras eso, le dió un beso plagado de sentimiento en la mejilla, cerca de la comisura de los labios. Durante tal proceso, Asradi solo cerró los ojos para poder sentir más aquel contacto, para disfrutarlo y para aprovechar eses cortos instantes en los que duraba el proceso, queriendo que ese momento fuese para siempre.
Comieron y bebieron, y aunque la sirena protestó en primera instancia cuando el grandullón decidió pagar toda la cuenta, solo pudo aceptarlo con un suspiro.
— ¡No es justo, ni siquiera me diste tiempo! — Le “regañó” en primer lugar. Ella se había quedado a medio camino de agarrar su monedero para cuando el escualo ya había entregado el dinero. Y, ahora, él le venía con esa promesa. No, con ese reto. ¿No sabía Octojin cuán competitiva podía ser su sirena? Iba a descubrirlo poco a poco. Y ese era un ligero comienzo. La sonrisa de la pelinegra se ensanchó, casi de manera retadora por igual, pero también divertida por ello. — ¿Estás seguro de ello, grandullón? Encontraré un lugar mejor que este.
Asradi infló un poco el pecho con ciertos aires, antes de echarse a reír. Se notaba que estaba disfrutando aquello. Que aquellos momentos eran los más importantes que quería atesorar. Así pues, tras terminar de comer y beber, y ya con la comida pagada, ambos decidieron salir de la taberna. La cálida luz de la tarde les recibió, así como una suave y agradable brisa que Asradi no tardó en disfrutar. Tenía toques marinos gracias a la cercanía con puerto, y eso le llenaba también el corazón.
Sintió la fuerte, pero amable, mano de Octojin sobre uno de sus hombros, y ella buscó caminar un poco más a su lado, disfrutando de la cercanía con el escualo y de todo lo que, en tan poco tiempo, estaba significando para ella. No quería que aquello se torciese, ese buen momento que estaban teniendo. Pero sentía que, en el momento en el que tuviese que irse, una parte de sí se quedaría allí, en Loguetown. Con él. Y, al mismo tiempo, era tan doloroso que le corroía las entrañas. No deseaba cargarle con un peso más ahora mismo.
— En realidad, sí me queda una cosa. — Murmuró, tras haber estado en silencio quizás más tiempo del habitual tras la pregunta formulada por Octojin.
Le tironeó suavemente de la ropa, y con un gesto también, para que se agachase a su altura. La diferencia de tamaños era graciosa y a veces un poco incómoda para algunas cosas, quizás. Pero a ella no le importaba en lo absoluto. Una vez Octojin hiciese eso, Asradi también aprovechó para erguirse un poco más y que el escualo no estuviese en una postura muy comprometida. Y le susurró algo al oído.
— Cada vez que me eches de menos, ve al mar y contempla las olas. Quizás me escuches cantar a través de ellas. — Murmuró, como una confidencia tan solo para él.
Por su parte, la sirena procuraría llevarle noticias. Tenía unos buenos aliados entre las profundidades marinas. Podía aprovecharse de su facilidad para comunicarse con los peces para intentar mandarle mensajes o cosas similares a Octojin, se encontrase donde se encontrase. Y, claro, siempre y cuando el pez en cuestión lograse sobrevivir.
Pero había muchos peces en el mar, al fin y al cabo.
— Te amo. — Susurró al fin.
Tras eso, le dió un beso plagado de sentimiento en la mejilla, cerca de la comisura de los labios. Durante tal proceso, Asradi solo cerró los ojos para poder sentir más aquel contacto, para disfrutarlo y para aprovechar eses cortos instantes en los que duraba el proceso, queriendo que ese momento fuese para siempre.