Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
[Aventura] [T5] Todo o nada. De vuelta en el Baratie
Octojin
El terror blanco
Mañana del día 31 de Verano del año 724


Apenas se ha levantado el sol cuando los primeros rayos se cuelan por la escotilla de tu habitación en el Baratie, iluminando la piel curtida de un hombre acostumbrado a que el día empiece con el choque de acero o con el rugir del viento en cubierta, no con esta calma de restaurante en alta mar. Sin embargo, hoy es distinto. La brisa de la mañana se siente tranquila, y el Baratie te ha acogido como un extraño huésped de honor, premiando tu esfuerzo —y el de tu grupo— con una generosa oferta de comida y descanso a bordo. Tal vez los cocineros no olvidaron tu "intervención" en el restaurante la última noche, y aunque el lugar tiene sus propias reglas y orden, se siente que aquí hay un respeto entre guerreros.

Despiertas con el eco de los primeros pasos sobre la madera vieja y el crujir de la cubierta que anuncia un día en pleno apogeo. Aunque lo haces con ciertas dificultades y te notas algo raro. Sigues ligeramente somnoliento, y eso te hace estar un poco más torpe. Al salir de la habitación, el aroma a sal marina se mezcla con el de los primeros fogones, y conforme desciendes hacia la cubierta, el bullicio empieza a crecer. El clima es fresco, perfecto para despejar la cabeza de cualquier guerrero, y la luz es apenas lo suficientemente suave para que los ojos se adapten sin arder. A no ser que lo mires un par de minutos fijamente, en ese caso este narrador no se responsabiliza del daño que te pueda hacer.

Quizá decidas tomarte un momento para observar el barco, como quien evalúa un campo de batalla, aunque lo que tienes delante es una escena de lo más pacífica. Quizá la única similitud es el choque de aceros, pero en vez de espadas son cuchillos y tenedores.

A medida que avanzas por la terraza, notas que el Baratie es un hervidero de actividad, especialmente a estas horas de la mañana. Los camareros van y vienen, esquivando a los clientes con la precisión de quien ha pasado años en eso, y los comensales –piratas, marines de bajo perfil, y algún que otro civil aventurero– conversan y ríen sin parar. Tú mismo notas algunas miradas furtivas de curiosidad hacia tu figura imponente; no es raro, después de todo, eres casi como una fortaleza de cinco metros de puro músculo, moviéndote entre mesas como si pertenecieras más a una historia épica que a este restaurante. Y lo de puro músculo es en serio eh. Joder, estás cachas tío.

En las mesas, los platos ya empiezan a llenarse de alimentos generosos y bastante apetecibles. Hay carnes asadas, salsas espesas, y pescados enteros aún humeantes; los aromas inundan el ambiente, y es probable que tu estómago ya esté exigiendo una ración generosa. Y cuando digo generosa me quedo corto. Y encima gratis... Ojalá ser tú en este momento.

Al otro lado de la barra, uno de los chefs parece supervisarlo todo con una sonrisa traviesa. Su amplia intuición ejerce de guía. Cada vez que un plato llega a la barra, lo toca apenas un segundo y da una instrucción clara, como si su sentido del olfato y el tacto fueran los de un cazador rastreando presas en medio de un banquete.

Pero hoy hay algo especial en el ambiente, algo que no es común en las mesas y que tú puedes detectar con facilidad: la calma antes de la tormenta. Algunos comensales intentan disimular su inquietud mirando hacia sus platos o hacia el mar, y te queda claro que este restaurante no es solo un lugar de paso para ellos, sino una especie de zona neutral, un lugar donde hasta enemigos jurados pueden compartir la mesa… al menos hasta que llegue el momento de enfrentar sus destinos en alta mar.

Desde tu posición ves como gente de distinta índole charla animadamente, disfrutando de la paz que ofrece el Baratie. Quizá es esa la verdadera magia que tiene el sitio: un espacio donde hombres y mujeres pueden compartir una ración de paz temporal, incluso si en cualquier momento alguno decide lanzar el primer golpe.

Y es entonces cuando un pequeño camarero, un chiquillo que no parece haber pasado los quince, se te acerca con una timidez que te provoca una risa interna. Sostiene una bandeja con una jarra de cerveza espumosa y una sonrisa temblorosa, como si esperara que, en cualquier momento, fueras a pedirle una misión suicida en lugar de una bebida. Te deja la jarra en la mesa más cercana, inclinándose casi como si temiera molestar demasiado.

—Aquí… señor… todo suyo— dice, y antes de que puedas agradecerle, sale disparado hacia la cocina.

Los otros comensales te miran con curiosidad, algunos con respeto, otros con la discreta fascinación que parece despertar en cualquiera alguien de tu tamaño y porte. Eres el "Stormbreaker", el buccaneer que ha causado una buena dosis de revuelo en estas aguas, y tu reputación, aunque parcialmente camuflada por tu rol en el restaurante, sigue siendo visible en las miradas de aquellos que saben quién eres realmente. O quizá sólo les impresionan tus músculos y realmente no saben quién eres. Pero es que joder, qué músculos.

El murmullo de voces a tu alrededor se vuelve casi hipnótico, como el rumor constante de olas chocando contra un acantilado. Algunos ríen con estrépito, otros cuchichean secretos que tal vez nunca verán la luz del día, y el Baratie, con sus muelles plegables y su estructura que desafía toda lógica marinera, se siente como una mezcla de santuario y trinchera en el mar. Los cocineros van y vienen con bandejas llenas, y por momentos parece una coreografía perfectamente ensayada; la agilidad del chef jefe y sus compañeros en la cocina es evidente, y cada plato que sale a las mesas lo hace con la precisión de un golpe maestro.

Quizá decidas coger la cerveza que el chaval te ha ofrecido. Incluso veas buena opción sentarte en una mesa. Yo creo que es una buena opción. Tienes toda la carta a tu disposición al módico precio de cero berris. Yo que tú aprovechaba el bug, la verdad.

Si decides tomar la cerveza, notarás cómo te baja con el frescor de un río helado, y te invadirá una especie de nostalgia. No podrás evitar recordar las tierras de Elbaf, las ceremonias, los viejos cantos, las noches de historias sobre guerreros y deidades. Pero ahí, en medio del Baratie, esa nostalgia parece cobrar vida en la calma del vaivén del barco, en los aromas y sonidos de un ambiente lleno de vida. Es una paz extraña, una que te recuerda que hasta el más curtido de los guerreros necesita un respiro.

El sol sigue elevándose, y el ritmo frenético del Baratie continúa sin detenerse, como si el barco mismo estuviera vivo, alimentándose del bullicio y las risas. Clientes de todos los rincones del mar disfrutan de sus comidas, y tú, por un momento, eres parte de este caos organizado, como si fueras otro de los tantos habitantes temporales del Baratie. Tal vez aquí, en este oasis flotante, incluso alguien como tú puede encontrar un fragmento de serenidad en medio del constante estruendo de tu vida de guerrero.

Entonces, una chica rubia, alta de unos veintipocos años se acerca a ti con una pequeña libreta, perguntándote si quieres algo de comer. Vamos tío, este es tu momento. Pruébalo todo.

Abreee
#1
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Personaje

¿Qué estuvo haciendo la noche anterior? Pudiendo comer todo lo posible sin gastar un céntimo y con Tofun expulsando alcohol también sin fin, pues nada bueno, seguramente. Ragn se levantó de la cama, si es que se le podía llamar así a un colchón de metro noventa donde solo le cabían las piernas. Sentía las mismas débiles, pero esto era algo que le solía suceder al levantar. El vikingo no tardó, todavía desnudo, en levantar algo de peso. No tenía sus mancuernas cerca, pero si la cama, con ella realizaría algunos ejercicios durante varios minutos. Al dejar caer esta, comenzó a buscar por ahí, topándose con varios hierros. — Hm ... — Mientras se ponía sus típicas ropas, fue dándole vueltas a la idea de seguir entrenando al salir de allí. Comenzó a calentar, ejercitandose duramente. nunca hacía ejercicio a baja intensidad. Estaba convencidísimo que sus problemas de cansancio repentino al levantar se solucionaban alzando peso. joder todo se solucionaba así, para qué mentir. Encontró la manera, anclando los pesos a un trozo de madera que arrancó de la cama, reforzando el grueso palo con las mantas. Quedó un cromo esperpéntico, pero que mantenía la pesa bien atada a la mano derecha. Contento, diré más, orgulloso por tal hazaña, abandonó finalmente la habitación.

Entre su ropa, el Buccaneer tenía una riñonera bastante práctica donde siempre guardaba comida bien cerradita. Incluso, por sus pantalones podría asomar algún trocito de pollo, ya reventado, que solía tomar cuando se quedaba sin comida.

Habían sido muchos años desde que no estaba en el Baratie. En aquel barco trabajó mucho tiempo, haciendo migas con todos los personajes del lugar, para bien y para mal. No se fijó mucho en las caras y siguió husmeando por la zona. Cada paso que el gigantón daba, hacía crujir la madera bajo sus pies. Recordó vagamente cómo los primeros días en el barco caminaba con mucho cuidado, por si se partía al posar la planta. Sin embargo la madera del Baratie era de buena calidad, sin duda alguna. Ragn se hurgaba en el ojo con un dedo, quitándose la últimas legañas del día. A esto acompañaba un rugido poderoso del estómago que no tardó en extenderse por el lugar. — Nessessitarrr llenarrr vassío. — Acarició su vientre repleto de abdominales. Que se vieran era la clara indicación de que últimamente no comía bien. Todo el mundo tenía abdominales, estos florecían cuando no comías, literalmente y Ragn odiaba un poco que se le notaran. Para nada obsesionado vaya.

A su rugido pareció responder la gente. Notaba las miradas clavarse en su trabajado cuerpo. ¿Cómo culparles? Ragn tomó, de manera automática, la primera cerveza que tuvo al alcance, que resultó que la estaba entregando un hombrecillo muy pequeño. El cual habló, solo que no terminó escuchándolo el rubio. Estaban a demasiada diferencia de tamaño y el sonido se perdía de camino a la cima. — Sí, sí. — Respondió completamente por inercia. Apartó su cabello del rostro, colocando el mismo sobre sus orejas y que no le molestaran para disfrutar de lo que estaba por venir. La cerveza resultó entrar como agua en un desierto. Inmediatamente, sintió a su padre dándole su primera jarra cuando tan solo tenía nueve años. La edad donde ya te volvías un hombre. Y ese era el momento más bonito con su padre, já.

Sus ojos azules se clavaron en la mujer rubia que se acercó. — ¡Jiejie! — Chocó las manos, frotándolas con ganas. — Ponerrr ... — Oteó relativamente rápido la carta que le mostró la muchacha. Indicó con el índice que querría un total de siete platos. Todos contenían una porción bien importante de proteína, mientras que un par estaban enfocados en algo de verdura y otros nutrientes esenciales para su dieta. Cero mierdas refinadas, por supuesto.

Tanto tiempo en el Baratie y era la primera vez que podía comer como un cliente y no como un empleado.

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#2
Octojin
El terror blanco
La camarera te escucha con una sonrisa amplia y burlona, sin inmutarse ni un segundo ante tu petición monumental de siete platos cargados de proteínas y verduras. Joder, a saber qué monstruos pasan por ahí para que vea normal lo que le acabas de pedir. Al terminar de anotar, te guiña un ojo con picardía y se retira con el aire despreocupado de alguien que ya ha visto lo mejor —o lo peor— que la humanidad tiene para ofrecer. Tú, mientras tanto, te acomodas en la mesa, notando cómo algunas miradas vuelven a posarse en ti con asombro, curiosidad, o simplemente un intento de comprender cómo alguien tan grande puede moverse por el Baratie sin causar un caos absoluto.

Pasados unos minutos, empiezas a ver desfilar a los clientes que llegan con aires distintos. Entran unos hombres vestidos con trajes impolutos, de caminar fino y ademanes cuidadosos, casi como si cada paso estuviera cronometrado para evitar que sus relucientes zapatos dejen alguna marca en el suelo. A ti te parecen criaturas extrañas, con una seriedad un tanto ridícula, como si temieran que al mover un músculo de más pudieran resquebrajarse. Los observas con una mezcla de interés y diversión; esos gestos calculados y esas sonrisas forzadas no son comunes en las tierras de donde vienes.

Tras ellos, entran otros tipos más rudos, con las manos agrietadas y los ropajes desgastados, hombres que quizás han conocido el trabajo duro o los rigores del mar. Se mueven con brusquedad, lanzando miradas que no necesitan disimular. Algunos de ellos, de tanto en tanto, cruzan miradas contigo, asintiendo apenas con un leve movimiento de cabeza, como si reconocieran algo en ti o intuyeran que el instinto de guerrero aún corre por tus venas. Cada uno de estos hombres parece llevar consigo un pedazo de historia, un trozo de aventura, algo que resuena más contigo que esos modales finos de los tipos trajeados.

Y entonces, llega el primer plato. Te sorprendes, porque en vez de un plato, es una olla entera lo que depositan frente a ti. El aroma llega directo a tus sentidos, lleno de notas ahumadas y un calor que promete satisfacer incluso el estómago de un buccaneer hambriento. Si decides probarlo, la carne se deshace entre tus dientes y el sabor te lleva por un momento a algún rincón de Elbaf, donde los festines duraban días y la carne se cocinaba en gigantescos calderos. Cada bocado parece hecho a tu medida, cada textura y cada sabor te recuerdan por qué has aguantado tantas cosas en la vida: porque la recompensa de un buen festín vale cada golpe, cada herida y cada viaje.

Mientras saboreas el último trozo, otro desfile de platos se despliega en la mesa, como si los cocineros del Baratie hubieran decidido honrarte con un banquete digno de un vikingo. La verdad es que son rápidos, o tú lento comiendo. No, no creo. Yo diría que lo primero. El espacio de la mesa se queda ridículamente pequeño en comparación, y por un momento te preguntas si todo eso realmente cabe ahí o si están probando algún tipo de magia para que no colapse. A continuación, te encuentras con los siguientes platos:

Un filete de salmón gigantesco, adornado con hierbas frescas y un toque cítrico que explotará en tu boca. Pero de manera metafórica, de verdad, te lo puedes comer. Lo primero que piensas es que ese pescado parece haber sido capturado de algún modo heroico, porque no ves cómo un salmón normal podría llenar un plato tan grande.
 
Piernas de cordero asadas, cubiertas con una costra de especias y un glaseado espeso que se desliza por la carne como si invitara a un festín vikingo en miniatura. También tiene pintaza.

Huevos de dinosaurio, o eso parecen a juzgar por el tamaño. Realmente el plato se llama así pero... No creo, ¿no? Están cocinados al punto exacto en el que la yema se mantiene cremosa y perfecta. Seguramente pienses que en Elbaf estos serían un manjar escaso, digno de guerreros que regresan victoriosos.

Un tazón de estofado de legumbres y carne de res, tan denso y espeso que parece más una mezcla de nutrientes esenciales y proteínas que un plato. Apenas cabría en la cuchara que te ofrecen, pero no te importa: esto se come como viene.

Ensalada de verduras asadas, con trozos grandes de zanahorias, papas y pimientos, bañados en una ligera vinagreta. No sabes si te importa mucho, pero es un buen contraste de colores en la mesa, así que podrías decidir darle una oportunidad.

Costillas de jabalí, cubiertas en una salsa barbacoa que chisporrotea de calor. Si las decides probar, sentirás que cada mordisco está diseñado para saciar a la bestia hambrienta que llevas dentro, esa misma que solo se calma con carne y sangre.

Estás a punto de lanzarte de nuevo a la comida cuando una voz interrumpe el ambiente. Dos mesas más allá, los tipos trajeados empiezan a discutir por algo tan inusual como una ventana.

—Señor, debo recordarle que nuestra mesa estaba claramente reservada para estas vistas— suelta uno de ellos, en un tono afectado, como si el asunto fuera de vida o muerte.

—No me tome por un idiota, caballero — replica el otro, con una sonrisa que no parece tan amigable como pretende —. Claramente su reserva es un error, puesto que mi asiento ha estado junto a esta ventana desde el comienzo.

Mientras ellos continúan en su intercambio educadamente ofensivo, una chica morena, delgada y de voz suave, sale de la cocina y se acerca a ellos. Es Ranny, la joven que seguramente ha lidiado con más de un conflicto en el Baratie. Con una diplomacia envidiable y palabras tan afiladas como un cuchillo de cocina, los invita a abandonar el restaurante. Ambos se levantan, despidiéndose con insultos disfrazados de buenos modales, lanzando comentarios enrevesados que parecen algo así como un intento de faltar al respeto pero sin querer. Hay gente que va por la vida pidiendo una hostia con la mano abierta, la verdad.

Observas la escena con una mezcla de diversión y un poco de incredulidad. Este restaurante es, sin duda, un lugar peculiar, donde incluso las peleas parecen tener un tono casi… cómico.

Justo entonces, sientes un peso a tu lado. Un tipo de tez morena, con ojos vidriosos y sonrisa descontrolada, se coloca en el asiento junto a ti sin siquiera decir "hola". Antes de que puedas entender qué pretende, mete la mano en uno de tus platos –el de las costillas de jabalí, nada menos– y se lleva un buen trozo a la boca sin ningún reparo. Mastica con el entusiasmo de alguien que claramente ha bebido más de lo que puede aguantar y ni siquiera se molesta en pedir permiso.

Y entonces, de repente, el tipo decide vomitar como una auténtica regadera sobre todos los platos que te han servido. No contento con esos veinte segundos aproximadamente de auténtica guerra consigo mismo, estornuda tras ello y se golpea la cabeza con la mesa, partiéndola en dos y cayéndose todos los platos al suelo. Su cabeza empieza a sangrar y tiene mala pinta. Joder, vaya espectáculo. Lo siento, de veras. Menos mal que no has pagado...

No sé si querrás admirar su descaro, la fortaleza de su cabeza, o si es hora de enseñarle una pequeña lección de etiqueta, estilo Elbaf.

¿Quieres jugar?
#3
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Personaje


Ragn estaba acostumbrado a las miradas, como a las risas por su habla, como a las impresiones de relativa importancia que la gente tenía por todo lo que hacía y era curioso el perfil de estos que le ofendían, de alguna u otra forma, siempre eran los mismos. Aquellos perfiles tan desagradables casi siempre lo representaban personajes que vestían elegante o que te hacían sentir rápidamente que tú estabas un escalón por debajo de la escala social. ¡Como si a Ragn le importara! de hecho, le generó cierta gracia interna verlos tan coordinados. El siguiente grupo ya era otra cosa. Hermanos, primos, gitanos de otra madre, a ellos sí los reconocía, eran su gente. Esto se demostró rápidamente porque tanto ellos como el vikingo, se saludaban tan solo verse, sin conocerse, como si vieran un igual. El gigantón incluso hizo un gesto con su diestra, señalando a su mesa, por si alguno quería unirse al festín gratis que tenía por delante y que disfrutaría como un culé jugando en el Bernabeu.

El primer "plato" no es uno como tal. Directamente traen la olla entera, que expulsa humo con ganitas. En un breve impulso, llevado por el hambre, Ragn toca el recipiente, quemándose un poco la yema de los dedos. No solía tener mucha paciencia, por lo menos, con la comida. Así que como era de esperar, empezó a comer antes de que comenzara el desfile de platos. Aquello era el cielo, pero no el cielo cristiano, un cielo chungo. Carnes, pescados ... Olía a pecado. — ¿Zaza está aún cocinando? esta forma de ahumar la carne ... Es inconfundible. — Aquel viejo fue todo un maestro para Ragn, el cual siempre que tenía la oportunidad cuando terminaba una nueva receta, intentaba apuntarla en un papel, añadirle algún comentario y enviarla a dios sabe donde, esperando que le llegara justo aquí, al Baratie. También es verdad que sería muy complicado que el viejo Zaza siguiera siendo uno de los cocineros, debido a su avanzada edad, así que la idea era casi mejor descartarla. No aparecería por el pasillo, saliendo de la cocina. Aquello fueron tiempos mejores.

El Buccaneer hizo un particular rezo, uniendo sus puños, cerrando los ojos y golpeándose el pecho. Agradeciendo los alimentos a Nosha, su particular diosa de la muerte, la que guiaba sus pasos. La mano derecha estaba atado a la pesa, pero no le impidió realizar su simbología inclluso así. —¡Comerrr! — Alzó el volumen, avisando de que al fin llegaban los platos a la mesa. Lo primero que se llevó a la boca fue las piernas de cordero asadas. Que manjar. Qué sabor. Quiso no parecer demasiado salvaje comiendo, así que pilló un tenedor, por el qué dirán.

Jiejie ... — Ríe, con la boca repleta de alimento, chuperreteando el hueso de un trozo de carne. Lo que le parece jocosa es la bronca de los tipos trajeados, los cuales son rápidamente atendidos por una muchacha que les frena los pies la mar de bien y consigue aplacarlos. Lo que sucedería después trastocaría de muchas formas el plan de Ragn. Su plan de placer y casi viaja astral a través de la comida. Un tipo apareció de la nada, como buen fantasma, no dijo ni un triste hola. Pero más allá, metió la mano en la comida del vikingo. Cuando Ragn fijó su mirada en el, tan solo los ojos reflejaban un importante tono de ira. La intimidación era un recurso bastante común en él, sobre todo si tenía que ver con el papeo. Sin embargo, hoy no era un mal día. Ragn bajó las cejas de cabreo que había puesto y le ofreció, con la cabeza, que comiera algo de todo lo que había pedido. No podía hablar, tenía la boca llena.

No era especialmente complicado identificar a alguien que se pasa bebiendo, pero es increíble lo divertido que es cuando lo haces tú y lo insufrible cuando lo practica otro. Raudo cuál peruano cazando una paloma, Ragn se metió el salmón de una sentada. ¡Y MENOS MAL! ya que lo siguiente sería dificil de catalogar. Vómitos, golpes, mesa a la mierda, platos a la basura. Ragn se levantó de golpe, dando un paso hacia atrás, incrédulo de lo que estaba viendo. El tipo estaba en la completa mierda, pero esta vez para mal, su cabeza no paraba de sangrar ... ¿Y qué? Por qué Nosha abría estos caminos ... — ¡RGHHHAAHGHSHG! — Tuvo un intento de desahogo real, gritando con la boca llena, pisando el suelo bajo sus pies, fuerte. Estaba cabreado, pero por otro lado, el tipo podría palmarla si nadie hacía nada. La masa de comida que tenía en su boca, entre los dientes, pasó de un solo trago. — ¿Alguien ayudarrr? idiota hasserrrr daño ... — Comentó, eso sí, sin acercarse mucho, no fuese a ser que le vomitara encima.

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#4
Octojin
El terror blanco
Los tipos que invitaste a tu mesa alzan la vista al oír tu oferta y se acercan con esos pasos anchos que parecen naturales en ellos. Con sonrisas declinan tu invitación, informándote, en un tono digno de una gran ceremonia, que están celebrando el cumpleaños de su prima y que, más tarde, pasarán a saludarte. Como despedida, uno de ellos, el más alto y pomposo, saca una estampita de una virgen y la deja cuidadosamente sobre la mesa. Te lanzan otra sonrisa de protocolo, como si acabaran de asistir a un servicio religioso en lugar de rechazar una invitación a un festín. Apenas salen de tu vista, la imagen de la virgen te deja un poco descolocado; ni en tus mejores festines imaginaste que alguien te dejara una reliquia como propina.

De vuelta a tus platos, las cosas dan otro giro inesperado cuando el borracho, que sigue metiendo mano a tus costillas de jabalí, apenas levanta la mirada, perdido en su propio mundo etílico. El sabor del cordero aún permanece en tu boca como un buen recuerdo, el tipo de plato que te haría arrodillarte ante el chef en gratitud, y te da una energía inesperada, casi un impulso renovado. Pero el sabor del salmón aún se queda ahí, una espina literal atorada en tu garganta. Quizá quieras quitártela con la bebida, pero no parece que se vaya a ir con facilidad. Me da que esta te va a dar más guerra de la que os dieron los galácticos.

La mujer que antes atendió a los hombres trajeados vuelve a aparecer, esta vez con una expresión más endurecida. Con habilidad y algo de diversión, agarra al borracho por el cuello y lo arrastra hacia la salida. El hombre apenas murmura alguna queja entre dientes, pero ella lo saca de allí sin mucha ceremonia, como si estuviera echando la basura del día. Ves cómo lo lanza al exterior del Baratie, y te preguntas si esa escena es algo habitual aquí, porque nadie parece ni pestañear al ver el espectáculo.

Cuando la chica regresa, sus ojos escanean rápidamente la mesa hecha un desastre, y te pide disculpas con una leve inclinación de cabeza.

—Lamento mucho este desastre, señor. Por supuesto, podemos ofrecerle los mismos platos otra vez y moverlo a una mesa que esté entera si lo prefiere — Tiene esa eficiencia y determinación que solo el personal de Baratie parece tener, y por un momento, aprecias el detalle. En ti está qué hacer.

Mientras la chica espera tu respuesta, un alboroto en la cocina llama tu atención. La conversación entre los cocineros y camareros es ruidosa, y ves a uno de los chefs salir furioso, con los ojos encendidos de frustración. Por un momento, piensas que el alboroto se debe al borracho que causó semejante lío, pero al escucharlo hablar, es evidente que hay algo más.

—¡Ya están aquí esos idiotas antipiña! —grita el chef con desdén, cruzándose de brazos como si el solo recuerdo de ese grupo le provocara una urticaria mental.

La chica que te atendió intenta calmarlo, colocando una mano en su hombro y moviéndola lentamente, mientras intenta sujetarle para que no se lance al mar.

—Douma, tranquilo. Seguramente no vengan aquí —dice, intentando devolver el orden a la cocina con palabras suaves. —. Venga, los demás, seguid trabajando, yo me encargo de Douma.

Jamás pensé que utilizaría la palabra “antipiña”, la verdad. Pero aquí estamos. Es posible que la intriga te invada, y por alguna razón, desees saber más. Tal vez sea la naturaleza intrigante del conflicto o simplemente el aburrimiento del momento, pero es posible que no venga mal un par de preguntas. Si te mueves hacia la ventana más cercana, y observas, a lo lejos en el mar, hay un barco peculiarmente decorado. Aunque la distancia es considerable, el símbolo en la bandera es inconfundible. El siguiente.

La bandera


¿Antipiña? La idea te puede llegar a resultar un poco absurda. En Elbaf, la piña era simplemente una fruta; que alguien pudiera odiarla tanto como para armar un club anti-piña suena como una broma de marineros tras una larga noche de bebida. Aunque ahora que lo piensas, puede que haya historias más bizarras en tu tierra natal, como la leyenda del pollo alado que habita los cielos de los guerreros.

Mientras te preguntas qué será de esta gente y sus vendettas frutales, debes tomar una decisión sobre qué quieres hacer. ¿Sigues comiendo? ¿Preguntas al tal Douma? ¿A la chica rubia? ¿Quienes serán esos antipiña?

Ahora, tus ojos vuelven a la bandera del barco en la distancia, y la curiosidad se apodera de ti nuevamente. “¿Qué estarán tramando esos antipiña?” piensas, no tan convencido de que solo se trate de un grupo de gustos frutales cuestionables. En un mundo donde los piratas navegan bajo banderas de calaveras y huesos, ver una piña tachada es casi hilarante, pero algo en tu instinto de guerrero se despierta. Y si los antipiña vinieran por el Baratie, bueno, seguro que esta vez, tú y ese plato de cordero estarán listos para el combate.

Resultados del mini-juego
#5
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Personaje


Ragn, justo antes de que la mesa fuera completamente destruida, logró tomar la estatua de caracter religioso y guardar la misma en uno de sus tantos bolsillos. Aquello fue un gesto que les honraba. Sí, era una religión pagana, pero como lo fue la suya en su momento, todas vienen del mismo lugar al final o casi todas. Pero yendo a la actualidad. Aquel tipo había reventado la mesa, pero la chica que ordenó calma con los trajeados, lo haría ahora y sin miramientos, con el borracho. Le dio completamente igual que tuviera un brechón del tamaño de un limón, lo tomó por el cuello y lo sacó como lo que era, un problema. Fue en ese instante cuando el gigantón comenzó a sentir una aguda molestia en su garganta. Ragn apenas había comenzado a disfrutar de la comida cuando el borracho comenzó a hacer de las suyas y como si fuera poco, al tragar el último trozo del gigantesco salmón, sintió una punzada en la garganta.

El vikingo tragó fuerte, pero la espina seguía allí, clavada como una antena mal colocada la cabrona. Su cabello rubio y largo se alborotó mientras torcía el gesto, un destello de rabia comenzando a brillar en sus ojos azules. Lejos de pedir ayuda, el Buccaneer intentó toser para liberar el molesto fragmento. Era un tipo que todo lo resolvía a su manera y que una simple espina le plantara cara le hervía la sangre. Resopló con una mezcla de irritación y orgullo herido, pero sin pensarlo dos veces, golpeó la mesa con un puño cerrado. El impacto hizo temblar los platos y resbalar una jarra que, milagrosamente, se mantuvo en pie. Pero la gente alrededor no pasó por alto el crujido de madera, ni la fuerza descomunal que parecía contenerse en aquel gesto tan simple.

Justo entonces, la camarera regresó. El cabello de Ragn, revuelto por la frustración, le caía sobre el rostro y ocultaba un poco la expresión feroz que ahora le dominaba. Mientras ella hablaba, Ragn ladeó la cabeza, escuchando sin interrumpir, aunque todavía pasaba la lengua por el paladar, sintiendo el eco de la espina. Al oír la oferta de la chica, asintió con algo que parecía, por un instante, casi una disculpa. Sin embargo, al moverse para cambiar de mesa, golpeó de nuevo el respaldo de la silla sin querer y le dirigió una última mirada fulminante a la estampita de la virgen que le habían dejado sus camaradas de ocasión. Ragn estaba convencido de que el día no había sido especialmente bueno, pero tampoco era el peor. Los había tenido muuuuucho peores. — No, no pasarrr nada. Porrr suerrrte ese corrderrro serrr un plato sublime. Porrr mi ya valerrrr. — Le mostró una falsa sonrisa al tiempo que tomaba un trocito de brócoli que aún quedaba encima de la mesa destrozada, salvado por la gracia de dios, bailando en el canto de un puñadito de madera. Se lo llevó a la boca, pues claro.

Uno de los cheff, uno que Ragn no conocía de nada, salió despedido de la cocina. Parecía enfadado a más no poder. Desde luego hoy no era el día para nadie eh. El murmullo de la gente, las palabras de la mujer ... Todo indicaba que algo no iba bien. Ragn, llevado por la curiosidad se acercó a uno de los ventanales, observando la aparición de un barco con una bandera la mar de curiosa. Instintivamente mostró una sonrisa. De forma completamente tranquila, el vikingo avanzó hasta la escena del cheff y la camarera, ocultando sus presencias por la gigantesca sombra que el rubio aplicaba generalmente a aquellos con los que se plantaba a charlar. — ¿Estarrr todo bien? — Alzó una ceja. — Yo trrrabajarrr en Barrratie hassse tiempo. Conosserrr a Zaza y esposa. Si nessessitarrr ayuda, mi mano os ofrrressco. — Y como si el final de un capítulo fuera, extendió gráficamente la mano.



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#6
Octojin
El terror blanco
Douma te observa de arriba a abajo, frunciendo el ceño como si estuviera calibrando cada centímetro de tu descomunal figura. Hay algo en su expresión que indica desconfianza, como si tu ofrecimiento de ayuda fuera tan inusual que necesitara cuestionarlo de todas las maneras posibles antes de siquiera considerarlo. Cruza los brazos, echándote otra mirada pensativa y, sin preocuparse mucho por las formalidades, suelta:

—¿Que tú trabajaste aquí? —te pregunta con una mezcla de escepticismo y curiosidad, inclinando la cabeza. Observa un segundo más, como si intentara buscar una pista en tus rasgos, alguna señal de verdad en tu rostro curtido—. ¿Hace cuánto dices?

Por un momento parece que va a descartar la idea, pero de repente su expresión cambia, como si algo en su memoria se activara. Los ojos de Douma se entrecierran, y da un paso atrás, estudiándote otra vez.

—¡Espera! Ahora que lo pienso… ¿Ragn, no? El vikingo que casi parte las tablas del Baratie en sus primeros días. ¡Así que eras tú! —La sorpresa se mezcla con una especie de admiración renuente en su voz, y aunque te dedica una sonrisa, no se relaja del todo. Sacude la cabeza, probablemente recordando el tiempo en que tú y las tablas de este barco tuvieron una relación de amor-odio debido a tu tamaño y fuerza.

Pero su atención rápidamente regresa al barco en el horizonte, y su rostro vuelve a endurecerse, fijando la mirada en ese trapo en lo alto del mástil, con una pizza en el fondo que es opacada por una calavera y que ondea al viento. La rabia parece tomar el control de su expresión, y un leve tic aparece en su mandíbula apretada.

—¿Ves esa bandera, grandullón? —te dice, señalando el barco— Esos son los piratas Calzzone, y te aseguro que no hay un grupo más patético y odioso en todos los mares. La gente los llama “nazis de la pizza” —Douma escupe las palabras como si cada una tuviera mal sabor. Y por la gente les llama quiere decir que él les llama—. Su única misión en la vida es acosarnos, atormentarnos, ¡y todo porque ofrecemos pizza con piña en el Baratie! Piensan que es un sacrilegio, y han jurado destruirnos por esa tontería.

A medida que habla, puedes notar que la frustración se ha convertido en una llama de pura indignación. Douma se golpea la palma de la mano con el puño, como si pudiera canalizar toda su rabia contra esos piratas de una buena vez. Es evidente que este conflicto con los Calzzone no es una simple disputa culinaria para él; esto es personal, casi tanto como lo sería para ti una afrenta contra tus ancestros o una falta de respeto hacia Nosha.

—Esos desgraciados han atacado el Baratie más veces de las que puedo contar, siempre con la misma excusa ridícula. ¡Ni siquiera piden tesoros ni buscan un botín! Solo quieren que retiremos la piña de nuestras pizzas, ¡y no voy a ceder ni un milímetro! —Douma te dirige una mirada encendida, y en su tono sientes que heredó ese mismo espíritu inquebrantable de su padre. Quizá sin decirte nada ya te hayas dado cuenta de que es su hijo— He jurado que la piña se quedará en nuestra carta hasta el último aliento.

Se cruza de brazos y te mira de forma evaluadora, como si estuviera considerando una opción descabellada, una posibilidad que lo ha estado picando en la mente. La rabia que sentías antes por el borracho parece encontrar un eco en la intensidad de Douma, y algo en ti se siente identificado con esta lucha tan absurda como apasionada.

—Tú pareces alguien que entiende de lealtad —dice Douma, casi midiendo sus palabras—. Si de verdad tienes historia en el Baratie y te sientes en deuda, entonces… ¿qué te parece si le damos a esos idiotas una lección? —Sonríe, una sonrisa que es todo dientes y energía contenida, como un lobo que ha encontrado a su igual— Ven conmigo. Vamos a reventarlos antes de que tengan la oportunidad de poner un pie aquí. No puedo prometerte el mejor combate de tu vida, pero te aseguro que sacarás algo de provecho.

Douma ya está poniéndose en marcha, moviéndose con clara agilidad, casi como si el impulso de la ira le diera alas. Te dirige una última mirada, esperando tu decisión. No es una invitación que hace a la ligera, y puedes ver que este tipo de luchas son algo en lo que se ha sumergido durante años, como un cocinero que se enfrenta a una receta familiar con cada golpe. Es una guerra de orgullo, de ideales, y, claro, de piña.

Estoy seguro de que la posibilidad de enfrentar a esos “nazis de la pizza” convierte el panorama en algo mucho más interesante que una comilona gratis. Además, la comilona puede venir después, si lo deseas. Aunque la causa pueda parecerte absurda, el honor del Baratie es algo que vale proteger, y ahora, después de tanto tiempo, quizá estés listo para aportar tu grano de arena a esta peculiar lucha en el restaurante flotante.

Si decides aceptar su ofrecimiento, el particular hijo de Zaza se subirá al bote y te esperará. Es un bote relativamente pequeño, entrais los dos y quizá podrían entrar dos personas más. En cualquier caso, cuando llevéis unos segundos remando —porque lo siento mucho, pero sí, te toca remar—, abrirán fuego contra vosotros. Un total de 5 disparos que irán hacia vosotros.

Finalmente, llegaréis al barco, pero no veréis a nadie.

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#7
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn escucha las palabras de Douma con una paciencia poco común en él, dejando que el joven se tome su tiempo para observarlo de arriba a abajo. Las cejas de Ragn apenas se arquean y esboza una leve sonrisa cuando Douma menciona el recuerdo de sus días en el Baratie. Al escuchar su propio nombre en boca de Douma, una chispa de emoción se enciende en su interior, aunque su semblante se mantiene firme y severo. Ragn nunca fue un hombre de grandes gestos, pero ese instante le trae de golpe una cálida memoria de su tiempo pasado en el Baratie, junto a Zaza, aquel viejo cocinero de agallas y paciencia infinita. — Qué pequeño serrr mundo. — Responde con un tono profundo, su voz mezclada de respeto y una especie de orgullo rústico. — ¿Cómo estarrr tu padrrre? son días que llevarrr aquí y aún no he podido saludarrrr. — Dice, ladeando un poco la cabeza y apretando un puño contra el pecho en un gesto de respeto, como si el recuerdo de Zaza encendiera una llama de gratitud en su interior. La imagen del anciano enseñándole a perfeccionar el corte, ahumar y a reconocer el punto exacto de una carne bien cocida le produce una sensación extraña de nostalgia. Antes de eso, Ragn practicamente se comía la carne cruda. Sin embargo, la expresión del vikingo se mantiene tranquila, y se limita a asentir hacia Douma, sin mayores palabras, aunque sus ojos dicen más de lo que su boca expresa. A todo esto no cesaba de mover el brazo con la pesa. Sin embargo, si todo iba hacia donde parecía ... Debía dejar de ejercitarse. Se quitó la pesa de la mano, rompiendo el nudo y dejando caer los metales. Después sacó de un bolsillo sus guantes con puño americano adherido.

El momento dura poco. La tensión en el rostro de Douma vuelve a captar su atención cuando el muchacho clava la mirada en el barco que se aproxima, una nave que parece traer un mal augurio. Ragn observa el tic en la mandíbula de Douma y al seguir la dirección de su mirada, nota esa bandera extraña, un trapo donde una calavera eclipsa una pizza y ondea con arrogancia. La comprensión empieza a llenar sus pensamientos. No hace falta mucho para entender que esa tripulación no llega en son de paz. Así que era eso. Sin necesidad de pedir permiso, Ragn da un paso hacia adelante, dejando que su imponente figura se levante como una muralla entre Douma y el horizonte. Apenas cruza los brazos, dejando ver que su mirada ya no está en el barco, sino en el joven frente a él. — No tenerrr que pedirrr. — Le miró fijamente, justo un momento antes de que se lo pidiera. — ¡Que no pedirrr! — Le golpeó el pecho ligeramente, en un gesto de calidez. — Hoy serrrá último día que pisen el glorrrioso comedorrr de Barratie. — Diría con honestidad y orgullo.

Sin decir palabra, Ragn asiente con gravedad, y el brillo en sus ojos se intensifica al escuchar la propuesta de Douma. La promesa de un combate, especialmente uno que involucre el honor del Baratie, lo motiva más que cualquier banquete. En un rápido movimiento, sube al bote junto a Douma, notando su agilidad y destreza para manejar la situación. El joven parece haber heredado no solo el temple de su padre, sino también su visión clara de lo que importa. Sin más preámbulos, ambos comienzan a remar. Ragn toma los remos con firmeza, haciendo avanzar la pequeña embarcación con rápidos movimientos. El ritmo es pesado pero constante, el agua se resiste y aunque no suelta palabra, sus gestos denotan la seriedad con la que ha tomado esta misión. Douma observa al horizonte, en dirección al barco enemigo que ondea la bandera de la calavera y la pizza. Los músculos de ambos están tensos, como si cada palada fuera una cuenta regresiva hacia el inminente choque.

De repente, un disparo resuena. Luego otro. Y otro más.

¡Malditos! —Gruñe Ragn, apretando los dientes mientras intenta esquivar con el bote los disparos que vienen desde el barco. Pero el cuarto impacto perfora el costado de la embarcación y el quinto rompe una de las maderas del banco donde Douma está sentado. La explosión de astillas les hace cubrirse y una de ellas corta ligeramente la mejilla de Ragn, quien apenas se inmuta y continúa remando con la misma intensidad, como si el daño fuera una simple picadura. Douma también tiene un rasguño en el brazo, pero en sus ojos no hay miedo, solo esa rabia controlada que sigue alimentando sus movimientos. El agua empieza a filtrarse por el agujero en el costado del bote, dificultando cada remada. Ragn y Douma, empapados y ahora con el bote herido, siguen avanzando hacia el barco enemigo. Ragn sonríe de lado, sintiendo cómo el dolor apenas aviva su determinación. —¿Creen que molestarrr un parrr de disparrrros? —Menciona Ragn, remando con fuerza redoblada, empujando el bote hasta el límite. El barco de los piratas está cada vez más cerca y finalmente, con un empujón que parece una última explosión de fuerza, logran acercarse lo suficiente para lanzarse a cubierta. Con una agilidad impresionante para alguien de su tamaño, Ragn sube primero, seguido de Douma. Ambos caen sobre la madera del barco enemigo, respirando agitados, pero listos para el combate que prometieron dar.

Con paso lento, el vikingo avanzaba, mirando atentamente a todas partes. Se concentró tanto que le parecía sentir ... Cosas. Aquello, dicho por Ubben, era el haki. Un haki que todavía no comprendía del todo. A todo esto, Ragn comenzó a generar ciertos hilos alrededor de sus brazos, unos hilos gaseosos de un tono blanquecino. Aunque eran casi imperceptibles.

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#8
Octojin
El terror blanco
Douma te menciona que Zaza ha tenido que salir con Nana de urgencia del Baratie, pero que no tiene claro cuándo volverá. Justo cuando parece que te quiere decir el motivo, se vienen los disparos por aquí y por allá. Joder, que inoportunos. Bueno, quizá si te acuerdas, podrás sacar el tema después.

El crujido de la cubierta bajo tus pies apenas se escucha entre el vaivén de la respiración y la anticipación. Sientes las presencias de al menos diez personas… o tal vez quince. Doce, quizás. La certeza no es tu punto fuerte en este momento, pero algo en tu instinto te alerta de que hay más de lo que parece. Digamos que entre diez y quince presencias sin contar la de Douma ni la tuya.

Al frente, se alza una figura que resulta imposible de ignorar: una mujer de unos tres metros de altura, con un porte imponente y una presencia difícil de pasar por alto. Su cuerpo regordete está cubierto de un extraño uniforme blanco y rojo, con detalles en verde que recuerdan el diseño de una pizza Margarita. En cada mano, empuña unos cortadores de pizza mecánicos, que chisporrotean como si fueran motosierras y lanzan destellos en cada giro.

—¡Benvenuto, intrusos! Yo soy Marga Rita, la subcapitana di questa nave, il più grande orgullo de la famiglia Calzzone! —anuncia con una voz que resuena con un marcado acento italiano mezclado con un castellano casi teatral. Sus ojos brillan con una mezcla de locura y devoción que deja claro que no estás tratando con alguien cuerdo.

Douma te tiende una pequeña bolsa de cuero y te susurra con un tono serio algo sin mirarte, pues está centrado en aquella mujer.

—Toma, Ragn. Son bombones especiales, en la bolsa hay tres. Tienen licor dentro que les da propiedades… peculiares. Pero escúchame bien: usa uno solo si es realmente necesario. Si ingieres dos puedes tener problemas a la larga. Y si tomas tres… bueno, tres pueden significar el final. No bromeo.

Vaya, pues igual es verdad eso que nos decían nuestras madres del chocolate de pequeños. Bueno, puedes guardar la bolsa con los bombones en un bolsillo, son de un tamaño bastante pequeño. Douma se gira de nuevo hacia Marga Rita, lanzándole una mirada que denota tanto desprecio como resolución.

—Marga Rita, ya sabes que no tienes nada que hacer aquí. Si vienes a atacar el Baratie por la piña en nuestra carta, te vas a encontrar con algo mucho peor que una simple discusión sobre ingredientes.

Ella se ríe, alzando sus cortadores con un chasquido mecánico amenazante.

—¡Che ridículo! Ustedes no tienen il rispetto por la vera pizza. Piña sulla pizza… ¡es una abominazione! Hoy, tú y ese… vichingo, pagarán por sus crímenes culinarios.

Sin esperar respuesta, Marga Rita se lanza contra Douma, cortadores en alto y un grito de guerra en una mezcla de italiano y español, que lo hace algo cómico sin ser esto una comedia. Quizá una... ¿Tragicomedia? Bueno, en ti está definir qué estilo le implementamos a esta aventura.

—¡Per la grandezza della pizza! —el chirrido metálico de las cuchillas llenan el aire mientras Douma la intercepta, evadiendo su primer ataque con agilidad aunque por los pelos.

Si tu idea es ayudarle, enhorabuena, eres una buena persona. Pero me da que no puede ser. No ahora al menos. Apenas tienes tiempo de prepararte cuando cuatro figuras aparecen frente a ti, cada una con un aire inconfundible de fanatismo por la causa de Marga Rita. Uno de ellos, un hombre delgado con dos katanas, te lanza una sonrisa cargada de desafío.

—¡Soy Gorgon Zola, maestro de las katanas, y miembro orgulloso del equipo Quattro Formaggi! —declara, haciendo girar sus espadas con una destreza que claramente ha practicado para impresionar.

Junto a él, otro espadachín, con una única katana, te apunta con una expresión de arrogancia.

—Y yo soy Robi Ola. Me basta una katana para acabar contigo.

A su lado, un tipo de complexión musculosa con unos puños americanos da un paso al frente y se presenta con un tono grave y seguro.

—Par Migiano, listo para golpearte hasta que entiendas lo que es el verdadero dolor.

Y, por último, una mujer pequeña pero rápida, con un arma de fuego en mano, apunta hacia ti sin rodeos.

—Mozza Rela. Dos tiros serán suficientes —dice, y aprieta el gatillo hasta en dos ocasiones, sin pensarlo dos veces.

Con los cuatro avanzando hacia ti, apenas tienes un respiro para reaccionar. Los dos disparos de Mozza Rela silban en el aire, y tras ello, se suceden los ataques de Gorgon Zola y Robi Ola, que cargan contra ti, cada uno blandiendo sus katanas con una técnica pulida e implacable. Sus movimientos son sincronizados, como si el equipo Quattro Formaggi hubiera practicado este asalto hasta la perfección.

Y finalmente, Par Migiano te lanza una especie de onda de choque desde un lateral. ¿Cuándo se ha puesto ahí?

Vaya panorama, joder. Y todo por una pizza con piña, tiene huevos. En fin. El ambiente es un caos, lleno de gritos, choques de acero y el incesante rugido de las cuchillas mecánicas de Marga Rita, quien sigue atacando a Douma en una feroz danza de metal y furia.

Ánimo, yo creo que puedes con esto y mucho más, querido Ragn.

Cositas


Rivales


Mates
#9
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Personaje


Ragn apenas escucha las últimas palabras de Douma antes de que los disparos los interrumpan, pero algo sobre Zaza y una urgencia se queda rondando en su mente. Tendría que recordarlo para después, aunque el caos que los rodea parece retener cualquier intento de preocupación. Una vez sobre la cubierta del barco enemigo, Ragn se mueve con calma cautelosa, dejando que sus sentidos capten las vibraciones en la madera, la respiración de sus adversarios ocultos, el roce de las armas listas para atacar. El control de su gas abarcaba más de lo que le gustaría admitir. El Dióxido de Carbono era el gas que mejor utilizaba de lejos, portaba sobre el mismo más control que con los demás y lo demostraría.

El instinto (Já) le indicaba que había oponentes alrededor, más de los esperados quizás, pero lo que realmente capta su atención es la enorme figura al frente, una mujer de proporciones colosales, incluso para él (teniendo en cuenta el tamaño promedio de los humanos). Con su extraño uniforme blanco, rojo y verde, parece salida de algún carnaval delirante. Los cortadores de pizza que lleva en cada mano giran y chisporrotean como si fueran motosierras, desprendiendo un destello que hace entrecerrar los ojos a Ragn.

Cuando ella abre la boca y su voz suena con ese marcado acento italiano, casi se le escapa una carcajada, algo que rara vez le ocurre en medio de un enfrentamiento. El entusiasmo con que la mujer se presenta como "Marga Rita, subcapitana de la familia Calzzone", mezclado con su español tan teatral, era de una comicidad extraña, algo casi irreal en el marco de una batalla. Ragn esboza una sonrisa que no puede ocultar, sus hombros se agitaron levemente y estuvo a punto de soltar una risotada, pero algo lo detuvo. La mujer hablaba su propio idioma en una mezcla de palabras y si bien su tono era graciosete, Ragn sabía lo que era tener una lengua propia, un acento que otros a menudo consideraban motivo de burla. En ese instante se sintió un poco culpable la casi risa que se le escapó. Endureciendo la expresión y volviendo a su porte serio, aprieta los puños y dirige una mirada desafiante a Marga Rita. No importa cuán extravagante sea, era una amenaza y su respeto por Zaza y el Baratie exigía que la enfrentase con todo su honor. Douma le entregaría al vikingo unos bombones a los que el rubio no prestó mucha atención, tan solo los guardó en un bolsillo para seguir con el tema importante. ¿Por qué hacía eso? ¿Tanto le sonaba el estómago a Ragn? sí, tenía hambre, pero darle comida justo ahí ... Era raro.

Las siguientes palabras de Douma dejan claro que sí, conoce a aquella gente. La verdad es que el tema por el que se estaban peleando parecía una chorrada monumental, pero quién era Ragn para juzgar honores ajenos. La mujer se lanzó a atacar, pero el hijo de Zaza la detuvo rápidamente. Ragn no podía prestar ayuda, pues otros tantos inicieron acto de presencia. El primero Gorgon Zola, un tipo con dos katanas. Robi Ola, con una katana. Par Migiano, el más corpulento. Mozza Rela es la último, que a diferencia de los demás, sostiene un arma de fuego. Ragn no dudó ni un segundo, cerrando su mano derecha y automáticamente asfixiar a todos los presentes, menos a Douma. Sin embargo no se quedaría ahí. La falta de aire pareció afectar más a Par Migiano y a Mozza Rela, el primero no pudo ejecutar su bestial ataque desde un lateral y la muchacha se vió sorprendida y fallaría sus disparos. Los dos ataques que sí llegaron fueron la de ambos que portaban katanas. — No molestarrr a familia de Zaza. Basurrra ... — Las katanas atravesaron el cuerpo de Ragn, volviendo la zona impactada en un gas de una tonalidad curiosamente azulada. El cambio de gas liberó de ahogamiento a los enemigos, pero el vikingo no cesó de moverse aprovechándose de la más que posible confusión de sus enemigos. El gas, irremediablemente entraría en contacto con los personajes que atravesaron su físico. El cuerpo de Ragn se volvió gas, elevándose en el aire a unos tres metros de distancia. Su cuerpo tomó forma en lo alto. — ¡Ogi Shinku Nami! — Gritó, cargando todo su poder en aquel golpe.

Todo comenzó a vibrar, como si se tratara de un mini terremoto. Pero lejos estaba de serlo, el propio cuerpo del revolucionario era el que vibraba, su brazo derecho concretamente parecía estar a punto de estallar de las vibraciones y el movimiento. El golpe buscaría impactar contra el barco, intentando afectar a los que estaban más cerca de este, que eran los mismos tipos que atravesaron el cuerpo de Ragn y por supuesto, estaba pensado para afectar de forma crítica el barco o a los que estaban cerca. Después del impacto, el cuerpo de Ragn se desvanecería en un gas invisible a la vista.

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#10


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