Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Común] ¡Bienvenida a... la brigada de los bichos raros!
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
33 de Verano del año 724, G-31 de Loguetown.

El último par de días se había vuelto mucho más complejo y cargante de lo que Camille hubiera podido imaginar en un primer momento. Las andanzas de su brigada, la —no demasiado— afamada L-42, habían llegado rápidamente a oídos de sus superiores. Parecía que el mismísimo capitán Murray Arganeo del G-23 de Isla Kilombo les había puesto en un pedestal tras su actuación en Rostock, algo que los oficiales habían decidido tener en cuenta. Uno por uno, los integrantes del escuadrón que acudió a escoltar al farero Meethook recibieron medallas y sus correspondientes ascensos. Hasta el pesado de Shawn se vio en la obligación de reconocer el mérito de quienes había bautizado como las «ovejas negras de Loguetown», aunque aquella percepción parecía ser únicamente suya. Después de todo, la neutralización del capitán pirata Broco Lee, así como la captura de la mitad de los Piratas Veganos había causado todo un revuelo en el East Blue que era difícil de ignorar. Hasta les habían comentado que pondrían una placa en el nuevo faro de Rostock, en honor a la L-42.

Todos estos honores, por supuesto, no transcurrirían sin su correspondiente dosis de burocracia. La parte preferida de la oni en lo que respectaba a su trabajo, siempre y cuando su intención fuera sumirse en la apatía y el aburrimiento. Por suerte, todos aquellos procesos habían concluido y tan solo restaba descansar. Eso sí, aún no se adecuaba a su nuevo puesto en la jerarquía. Había pasado de ser la eterna recluta a toda una sargento para, apenas unas semanas después, recibir otro ascenso. Suboficial Montpellier, así se referían a ella ahora. Y además, por lo que la capitana le había comentado, parecía que no tardaría en ocupar el cargo de alférez. Decir que se sentía un poco sobrepasada con toda esa situación se quedaría corto.

Aún no se acostumbraba a tener a otros bajo su mando, el único motivo por el que no terminaba de molestarle que el mendrugo de Takahiro fuera su superior. Nada que fuera a reconocer delante de él, claro. No terminaba de sentirse cómoda dando órdenes. No cuando se encontraba fuera de peligro, al menos; el campo de batalla era un asunto muy diferente. Allí tan solo debía actuar y seguir su instinto. En la base, sin embargo, todo parecía protocolario y no podía dejar de pensar en que si antes sus compañeros le tenían tirria, ahora que era la superiora directa de muchos de ellos debían odiarla. Y encima el papeleo de su día a día no dejaba de aumentar.

—Demonios, qué puto coñazo —masculló en la soledad de aquel despacho que les habían asignado como brigada.

Ahora que contaban con todo un surtido de oficiales y suboficiales, la L-42 había adquirido algunos privilegios. Por ejemplo, sus integrantes no compartían espacio en los barracones con el resto de marines, sino que contaban con una zona asignada para ellos. Por supuesto, también contaban con un despacho en el que escasamente cabían todos juntos pero que servía como una suerte de estudio, de modo que pudieran ocuparse de los trámites allí sin que nadie les molestase o, por el contrario, fácilmente localizables para quienes necesitasen algo de ellos.

Como si fuera obra del destino, alguien llamó a la puerta justo cuando aquel último pensamiento cruzaba su mente.

Suspiró y dejó los documentos que tenía en la mano a un lado..

—Adelante.

La puerta se abrió, adentrándose en el despacho un joven recluta al que conocía por su labor como mensajero en el G-31. Se llamaba Ronan, si la memoria no le fallaba. Se cuadró frente al escritorio y saludó.

—Suboficial Montpellier.

—Descansa, recluta. Podemos omitir el reglamento por esta vez. —Más protocolo, más actuaciones. El muchacho relajó la postura—. ¿Qué necesitas?

—Traigo un mensaje urgente. Es de la capitana... Montpellier —pareció darse cuenta de la conexión de apellidos justo en ese mismo instante.

Camille frunció sensiblemente el ceño. Cualquier mensaje inesperado de Beatrice, los cuales venían a ser todos, casi siempre venía cargado con un marrón o una tarea de la que, simplemente, no quería responsabilizarse. Se mentalizó para lo peor mientras Ronan sacaba un sobre de su cartera.

—Déjame ver.

El texto era breve y decía algo así:

Cita:A la atención de la suboficial Camille Montpellier.

Recientemente se ha adherido a las filas del G-31 una recluta de lo más peculiar. Creo que encajará perfectamente en vuestra brigada, así que la he asignado bajo vuestro mando. Se llama Alexandra, sin apellido. Échale un ojo, ¿quieres?

Fdo: Beatrice Montpellier.


«¿Sin apellido?», fue la primera pregunta que le asaltó a la oni tras leer el mensaje. Como ya auguraba, se trataba de una petición. Que hubiera decidido asignarla a la Logue-42 tan solo podía implicar una cosa: otro bicho raro. No de una forma despectiva, sino algo que todos los que se encontraban bajo las órdenes de Ray habían empezado a asumir. Su brigada era peculiar, tanto como sus integrantes, pero eso era precisamente lo que les hacía encajar tan bien. La apatía fue sustituida por curiosidad. Camille dirigió su mirada hacia el mensajero y se guardó la carta.

—¿Sabes dónde se encuentra la recluta Alexandra?

—Sí. Está esperando fuera de los barracones.

—Ve a buscarla y tráemela. Puedes retirarte después de eso.

—¡Sí, señora!

Y, tal como había venido, Ronan se fue. Camille se inclinó contra el respaldo de la enorme silla que habían preparado especialmente para ella, tamborileando con los dedos sobre la mesa mientras esperaba que la puerta volviera a abrirse. Sus labios dibujaron una leve sonrisa.
#1
Alexandra
Alex
33 de Verano del año 724, G-31 de Loguetown.


— Disculpe señorita —Un señor de mediana edad sonrió a Alex— ¿Sería usted tan amable de ayudarme con las ventas de la tienda…? si no consigo vender todo esto mi jefe me echará a la calle… Y dejaría a mis dos hijos de tres años sin comida ni casa…
—¡Pero eso es terrible! —Exclamó la chica escandalizada— Me encantaría ayudarte pero solo me quedan cincuenta Berris… No creo que sea suficiente para comprar toda la tienda. 
Y así fue como Alex acabó paseando por la ciudad de Loguetown con una bolsa llena de ropa que ni siquiera le servía y sin blanca. Mientras buscaba el cuartel de la Marina para poder inscribirse se sorprendió por lo abusivos que eran los jefes en esa ciudad ya que se había encontrado por lo menos tres vendedores más con el mismo problema y a todos ellos les acabó dejando un poco de dinero, aportando su granito de arena, esperando sinceramente que ninguno de ellos se quedara sin hogar y sin poder mantener a todos sus hijos que casualmente tenían la misma edad...  
Entre que le iban parando cada diez pasos para intentar venderle algo y que la semi-gyojin decidió fotografiar todo lo que veía cuando el cuartel de la marina se alzó frente a ella ya eran casi las cinco de la tarde. 
—Espere aquí, pasarán a buscarle dentro de poco. 
La recepcionista salió de la sala en la que se encontraba Alex. Después de tediosas horas de burocracia, rellenar papeles y revisar su expediente y habilidades por fin le habían considerado apta para entrar como recluta. No cabía en ella de la emoción, por fin después de tantos años había logrado estar donde quería. 
Al cabo de un rato apareció un chico el cual le pidió amablemente que le acompañara. Alex se sorprendió ya que no vio en el ningún signo de sorpresa hacía su fisionomía ¿habrían mas personas como ella en es lugar? Le informó durante el camino que le habían asignado a la brigada L-42 y que una tal Camille Montpellier le guiaría durante sus primeros días. Al cabo de lo que le pareció una eternidad llegaron frente a una puerta. El chico llamó a la puerta. 
 
—Suboficial Montpellier, traigo a la chica. 
Después de eso hizo un saludo y se fue cerrando la puerta detrás de Alex, la cual se había quedado, literalmente, boquiabierta puesto que nunca en su vida había visto a una persona tan... ¿grande? ¿alta? ¿fuerte? ¿Y eso eran cuernos? ¿Existía la gente con cuernos? Al cabo de unos segundos la semi-gyojin reaccionó, dándose cuenta de que estaba reaccionando como todo el mundo actuaba frente a ella, aunque a diferencia de los demás en sus ojos se podía ver un brillo de curiosidad y respeto. Torpemente se cuadró y saludó, intentando imitar al chico de antes. 
—Eh... Recluta Alexandra... ¿Hola?

 
#2
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Durante los dos o tres minutos que le tocó esperar, Camille empezó a cavilar sobre las características que habrían hecho destacar a la nueva recluta. Como venimos diciendo, que le hubieran asignado como brigada la L-42 podía significar muchas cosas. No todas buenas, pero tampoco malas. Ovejas descarriadas; individuos que no se adaptaban a la norma social; marines con un potencial prometedor que no terminaban de encontrar una motivación acorde a su nivel... o, simplemente, rarezas entre las filas de la Marina. Como mínimo no debía ser muy normal y eso, por otro lado, tampoco tenía por qué ser malo. Ser diferente tan solo te hacía eso: distinto.

A medida que el tiempo pasaba, la oni empezaba a impacientarse un poco. Su curiosidad llegó al pico más alto en el momento en que comenzó a escuchar los pasos aproximándose a la puerta. Esta se abrió, pasando a continuación Roran y quien dedujo que sería Alexandra. Parpadeó un par de vez, con su mirada de rubí fija en la recién llegada. No necesitó más que un primer vistazo para entenderlo todo. No era para nada como se la esperaba, aunque quizá eso fuera lo único que podía esperarse en realidad. Era menuda, mucho más que Masao o que cualquier otro humano al que hubiera visto antes. Roran no era un portento, pero incluso él le sacaba un buen trecho a la recluta. Debía medir a ojo poco más de metro y medio, pero su estatura no era lo que más llamaba la atención. No era humana, o al menos no del todo humana. Sus facciones sí que lo parecían, quizá más cercanas a las suyas propias o a las de cualquier otra persona. Sin embargo, había en ella rasgos que le transmitían una relación con los de Octojin; en concreto esa suerte de aleta dorsal que sobresalía de su cabeza. ¿Mitad humana y mitad gyojin, tal vez? «Aunque Octo es muchísimo más grande que ella».

Camille no terminó de salir de su asombro hasta que la muchacha se cuadró frente a la mesa, ejecutando —o intentándolo— el saludo protocolario. Le hizo un gesto con la mano para que descansase.

—Bienvenida al G-31, Alexandra. Yo soy la suboficial Camille Montpellier —saludó y se presentó de vuelta, con un gesto sosegado que tal vez no cuadrase con la actitud que debía mostrar un superior con sus subordinados. De todos modos, ¿a quién le importaba eso? Le dedicó una sonrisa amable—. Aunque quizá sería mejor darte la bienvenida a la Logue-42. —Sus ojos la recorrieron de manera analítica en un rápido vistazo de arriba hacia abajo—. Creo que encajarás bien con nosotros. ¿Te han destinado desde otra base o vienes de otra isla? No me suena haberte visto antes por Loguetown.

No lo decía porque conociese a todo hijo de vecino de la isla, sino porque estaba segura de que una persona como ella no habría pasado desapercibida. No para alguien que había crecido toda su vida en Loguetown. Le dejó tiempo para que le contestase antes de seguir, fijándose en la bolsa con la que había entrado al despacho.

—Supongo que te acaban de entregar el uniforme. ¿No te han dado tiempo para cambiarte? 

Aunque, a decir verdad, aquella bolsa abultaba demasiado para contener el uniforme de una persona tan bajita. Camille extendió el brazo para señalar hacia afuera, haciendo un gesto al lateral.

—Fuera hay unos vestuarios. No los compartimos con el resto del barracón, así que siéntete libre de cambiarte allí. Por lo que veo tampoco te han entregado ningún arma reglamentaria, así que supongo que mucho menos te habrán explicado nada de cómo funcionamos aquí. ¿Me equivoco? —Ensanchó un poco la sonrisa—. No te preocupes, los primeros días son un caos, pero te prometo que te acostumbrarás.
#3
Alexandra
Alex
Los pocos segundos que pasaron hasta que Camille saludó a Alexandra le parecieron interminables. Miles de preguntas acecharon la mente de la chica ¿Lo había hecho bien? ¿Había dado una buena impresión? ¿Qué se suponía que debía de hacer ahora...? Tardó un rato en darse cuenta de que la Oni le había hecho una pregunta. 

— ¡No, señora! quiero decir... Sí. A ver — Alex tomó aire mientras intentaba relajar sus nervios — Me he apuntado hoy a la marina, no tengo experiencia previa. Aunque conozco bastante bien los barcos y la navegación. Vengo de una pequeña isla pesquera del North Blue, he llegado hoy. Es mi primer día como Marine... En general. 

A medida que hablaba Alexandra se iba relajando cada vez más, aunque al principio Camille le había parecido bastante intimidante pero su rostro se había suavizado en cuanto empezó a pronunciar sus primeras palabras. Notó como los ojos de la chica se dirigían a la bolsa de ropa que llevaba y la semi-gyojin no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa de orgullo, mostrando sus afilados dientes, al recordar como había evitado que seis pobres niños se quedaran sin hogar. 

— Eh? — ¿uniforme? ¿Qué uniforme? a ella no le habían dado nada. ¿Deberían habérselo dado? 

Alexandra salió de la sala y se dirigió a lo que le parecieron los vestuarios. No sabía como decirle a Camille que lo que llevaba en la bolsa no era más que ropa que había comprado antes de alistarse. Dejó la bolsa en un banquito y se quedó mirándola durante unos segundos, esperando que por arte de magia los veinte calcetines de renos y aquel jersey, que honestamente era horroroso, de cuadros se convirtieran en un maravilloso uniforme. No pasó. Al ver toda esa ropa Alex empezó a preguntarse donde iba a guardarla, y a todo esto ¿Dónde iba a dormir? no le habían dicho nada cuando se apuntó. No tenía dinero para pagarse una noche de hotel. Con las mejillas rojas por el bochorno la chica cerró la bolsa y salió de los vestuarios. Asomó la cabeza por la puerta del despacho de Camille. 

— Eh... La cosa es que no tengo uniforme. Esta bolsa está llena de ropa que le compré a unos vendedores porque se iban a quedar sin casa si no conseguían venderla.— a medida que iba contando la historia se le iba llenando el pecho de orgullo. No tenía que avergonzarse de ayudar a unas pobres personas— Por esa razón tampoco tengo dinero... ¡Ah! y armas tampoco.
#4
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
«No se parece en nada a Octo», fue el primer pensamiento que le cruzó la mente una vez Alexandra empezó a responderle. Aquella aleta dorsal —aunque en su caso saliera de su cabeza— podía recordar a la de un tiburón, pero parecía algo diferente. Quizá una orca fuera lo más cercano, sobre todo si se tenía en cuenta su oscuro color y el cabello moteado con mechones blancos. Aun así, si había en su linaje algún tipo de parentesco con las orcas, ¿no debía ser más alta? Quizá alguno de los padres fuera sumamente bajito, pero desde luego había claras diferencias entre su estatura y la del tiburón. Por otro lado, su actitud era mucho más inocente y dicharachera que la de su compañero, lo que descartaba incluso más posibles similitudes. Era la segunda gyojin —semi, en este caso— que había visto en toda su vida. La comparativa con Octojin le dejaba clara la diversidad que debía haber dentro de su especie.

—Sí, el uniforme. Ve a cambiarte y vuelve cuando estés —le confirmó la oni con tranquilidad.

La recluta se marchó del despacho y Camille aprovechó para ordenar y recoger los documentos con los que había estado trabajando. Los guardó en uno de los cajones de la mesa y aguardó pacientemente. Pasarían unos pocos minutos antes de que la cabeza de Alexandra volviera a asomar por el hueco de la puerta. Se quedó mirándola con cierta perplejidad, aunque por otro lado tampoco le parecía demasiado sorprendente. Solo a la capitana Beatrice Montpellier podría habérsele olvidado dar instrucciones para que pertrecharan a la nueva. Nada nuevo bajo el sol de Loguetown.

Lo que sí que le pilló con la guardia baja fue la historia detrás de la bolsa con la que había llegado al G-31. Según iba hablando le dejaba más y más claro a la suboficial que le habían timado. Y no una ni dos, ¡sino tres veces! Camille se quedó mirando a la chica con una mezcla de pena y ternura. En parte, envidiaba que Alexandra hubiera podido permitirse aquella inocencia durante el transcurso de su vida. Eso significaba que su entorno había sido amable y honesto, o eso quería creer. Si no, tal vez llevaran tomándole el pelo toda su vida, pero esa idea le gustaba mucho menos. Sin embargo, ahora que se había alistado en la Marina, deberían trabajar en afinar sus instintos y evitar posibles engaños en el futuro. De todos modos, todo esto ya iría viniendo poco a poco.

—Es... bastante loable, la verdad —empezó a decir, intentando que no sonara como si la estuviera juzgando. No lo hacía, de hecho. En cualquier caso, no le chafaría sus buenas intenciones contándole la cruda realidad. No en esa ocasión, al menos—. De todos modos, la próxima vez que te pidan algo avísame y yo misma les ayudaré encantada.

Vaya que si les iba a ayudar cuando les pillase. Los iba a meter en vereda, pero eso sería una tarea pendiente para otra ocasión. Se puso en pie y buscó su odachi, Céfiro, que se mantenía reposando a un lado del escritorio. La ajustó al cinto y se acercó hasta Alexandra. Ahora que estaba de pie, la diferencia entre sus estaturas se acentuaba incluso más.

—No te preocupes, le pondremos solución a lo del uniforme y las armas rápidamente. Tu bolsa puede quedarse en los vestuarios de momento, dudo que vaya a entrar nadie a estas horas. Luego te asignaremos una taquilla y un cuarto para que puedas organizarte y sepas dónde recogerte.

Camille se aventuró fuera del despacho y esperó a que Alexandra fuera tras ella, guiándola a lo largo de los pasillos del G-31. Los barracones se encontraban no muy lejos de la entrada principal de la base, de modo que los soldados de Loguetown pudieran reaccionar con rapidez en caso de emergencia o ataque. Sin embargo, esto implicaba que tendrían que caminar un poco hasta su lugar de destino: la armería. Allí no solo se encontraban todas las armas que un soldado de la Marina pudiera llegar a necesitar, sino que además era el lugar donde se almacenaba el resto del equipamiento. Esto incluía el uniforme reglamentario, botas, herramientas, utensilios de acampada y supervivencia tales como tiendas individuales, sacos de dormir e incluso yesqueros con los que encender una fogata.

—Dime, ¿has manejado algún tipo de arma antes? —inquirió entonces, mirándola de reojo mientras caminaban—. Todas las mañanas tras el desayuno tendrás instrucción, pero si conocemos tus preferencias será más fácil enfocar tus entrenamientos. Al menos, los que tengas directamente conmigo o el resto de la L-42.

Según avanzaban se iban topando con patrullas y otros marines que se detenían para realizar el saludo militar al ver a Camille, a los cuales respondía con formalidad pero con una notoria incomodidad. Aún tenía que acostumbrarse a eso.
#5
Alexandra
Alex
En cuanto Camille alabó sus hazañas Alex no pudo evitar sonreír y que se le hinchara un poquito el pecho de orgullo. A parte de su abuelo y la tripulación del barco pesquero no solían darle las gracias cuando intentaba ayudar a la gente de su alrededor. Más bien recibía miradas de pavor y las personas solían poner excusas para evitar hablar lo menos posible con ella. Así que le sentaba bien poder ser de ayuda sin que nadie le juzgara por ello. Durante todo el viaje había tenido miedo de no sentirse incluida o de que le rechazaran por como era pero, de momento, todo estaba saliendo a pedir de boca.

—¡Vale! Te avisaré… Señora Montpellier— dijo a los segundos, ya que se había olvidado de las formalidades.

Alexandra no pudo evitar que sus ojos se fueran a la espada que Camille se puso al cinto. Tragó saliva, era más grande que ella. «No debería enfadar a la suboficial» pensó. Si quisiera le podría partir por la mitad. La diferencia entre las dos se acentuó cuando la Oni empezó a caminar, un paso suyo eran cuatro de Alexandra así que tuvo que acelerar la velocidad para poder mantener el ritmo.

—No he manejado ningún tipo de arma—Contestó un poco avergonzada la semi-gyojin— Aunque, a veces en el barco, mi abuelo me mandaba a pescar peces con cuchillos, me decia: —la voz de Alex se volvió más grave— Si no pescas con tus propias manos no cenas. Aunque era mentira, siempre me daba de cenar.

La chica soltó una risita nerviosa, al darse cuenta de que quizás había empezado a desvariar. Pero no pudo evitar pensar en aquellos días en su barco, cuando su abuelo le obligaba a entrenar pescando atunes, ya que, según él, el mundo iba a ser muy duro con ella y tenía que defenderse.

—Sobre todo— prosiguió Alex— soy bastante ágil, solía hacer las tareas que requerían más reflejos que fuerza bruta. También se me da bastante bien esconderme, cuando jugaba al escondite con los niños del pueblo me podía pasar horas debajo de unos tablones de madera y nunca me encontraban.

Durante el camino hasta la armería Alex se fijó en que muchos reclutas y soldados saludaban a Camille y que ella les respondía con, lo que le pareció a Alex, un gesto incómodo. Se apuntó mentalmente preguntarle sobre eso si algún día llegaban a tener una relación más cercana. Cosa con la que la gyojin no podía evitar fantasear.

Cuando llegaron a su destino Alex se quedó boquiabierta, literalmente, no había visto tantas armas juntas en su vida.
#6
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
«Señora Montpellier». Las dos palabras resonaron en la mente de Camille como un eco que se extendió durante varios segundos, rebotando entre ideas y pensamientos. Alexandra le había hecho sentirse como si hubiera envejecido una veintena de años como mínimo. No podía resultarle tan mayor, ¿verdad? Ella tenía veintiún años, ni más ni menos, aún era joven y estaba segura de que no era posible que hubiera tanta diferencia de edad entre ambas. ¿Qué podría tener? ¿Dieciocho o diecinueve? ¿Tal vez veinte? La verdad era que, ahora que lo pensaba, igual era mucho más joven. Tal vez por eso era tan pequeña.

Esbozó una pequeña sonrisa, aún algo dolida.

—Suboficial está bien, señora es demasiado... —hizo una pausa y se encogió de hombros, riéndose con resignación—. Es demasiado. Dejémoslo en eso.

La oni escuchó con atención el relato de la pequeña hafugyo. Que no hubiera empuñado un arma en toda su vida no era necesariamente algo negativo: la inmensa mayoría de personas que se alistaban en la Marina no contaban con experiencia previa en combate, no hablemos ya del manejo de armas como espadas, lanzas o rifles. Gente como ella, que desde joven había aprendido a manejar una espada, eran la excepción por encima de la norma. Sin embargo, estaba bastante segura de que una persona con sus características guardaba en su interior mucho más de lo que se dejaba ver en apariencia. Además, si por ella corría la misma sangre que la del pueblo de Octojin, era imposible que Alexandra no fuera a destacar por encima de otros rápidamente. De hecho, ya estaba contando con ello sin siquiera haber tenido la oportunidad de ver cómo se movía.

—No te preocupes, la instrucción diaria es para eso: que los reclutas y soldados aprendáis las bases del combate. Las formaciones y tácticas vendrán después, pero no creo que te vayan a suponer ningún problema —le explicó con calma mientras seguían avanzando—. Si estás acostumbrada a armas blancas pequeñas, tal vez unas espadas cortas o unas dagas se te hagan más familiares y manejables que un sable. Tan solo habrá que buscar qué se adapta mejor a ti.

Y justo cuando terminó aquella frase fue que atravesaron el umbral de la puerta de la armería. Allí, como bien se había fijado ya la novata, se encontraba todo un arsenal. No era para menos, pues allí se almacenaba la mayor parte de las armas que eran utilizadas por los marines de Loguetown. Sables, lanzas, martillos, rifles, pistolas, nudilleras y un largo etcétera que se sumaba a diversos tipos de protecciones y uniformes; además, por supuesto, de todo el equipamiento que pudieran necesitar en diferentes situaciones.

—Dichosos los ojos —respondió una voz rasposa más allá del mostrador que hacía de separador entre el personal de la armería y las visitas. De una puerta que había al fondo surgió la figura de un hombre que no debía de sacarle más de un palmo a Alexandra. Su veteranía le desbordaba por arrugas y canas, portando con orgullo una frondosa barba que estaba más cerca ya del blanco que del negro del que alguna vez se vio teñida—. Hace mucho que no te veo por aquí, Camille.

—Buenos días, Franz —saludó ella con familiaridad, tanta como había empleado él al hablarle, informal. Le dedicó una sonrisa amable al armero mientras se acercaba—. Ya sabes, nuevos cargos, nuevas responsabilidades y, por supuesto, mucho menos tiempo disponible.

—Ah, sí. Los héroes de Kilombo. ¿Cómo olvidarme? Suboficial Montpellier, nada menos —comentó con tono cantarín, riéndose después como si hubiera dicho algo verdaderamente divertido. Camille se rascó la nuca, abochornada—. Pues dime, ¿qué te trae por mi humilde armería?

La morena señaló hacia abajo con la mano, extendiendo el dedo en la dirección de Alexandra. Franz lo siguió con la mirada y abrió mucho los ojos, como si no se hubiera percatado de la presencia de la pequeña orca.

—Tenemos nueva integrante en la brigada, pero parece que no le han hecho entrega del equipo básico y esperaba que pudieras ahorrarme permisos y papeleo.

—Nueva en la L-42, ¿eh? —Se inclinó un poco sobre el mostrador para verla mejor. La curiosidad desbordando de sus ojos—. Hay que ver. Cada día dejan más a su suerte a los recién llegados... aunque no parece ser el caso esta vez —añadió, sonriéndole a la hafugyo—. ¿Y cuál es tu nombre, jovencita?
#7
Alexandra
Alex
Estaba tan concentrada mirando los diferentes tipos de armas que se desplegaban ante si que no se había fijado en el pequeño señor que custodiaba la puerta, Franz, según había dicho Camille. 

—Pues, mi nombre es Alexandra... Solo Alexandra— añadió al cabo de unos segundos al ver que el Marine esperaba un apellido. 

—Encantado, yo soy Franz— Respondió. 

La Hafugyo no pudo evitar que aquel señor le recordara un poco a su abuelo: tendrían más o menos la misma edad, aunque el viejo pescador era mucho más alto y fornido, además que su tez era mucho más morena que la de Franz. Alex se relajó un poco. No se había dado cuenta pero llevaba tensa desde que había entrado al despacho de Camille, deseaba más que nada, poder encajar y que todo fuera bien. 

—Querida, ¿me estas escuchando?— La risa de Franz la sacó de su ensimismamiento. 

— Perdona, ¿que?— Podía notar como su corazón bombeaba su sangre rápidamente y sus mejillas se teñian de rosado

— No te preocupes, Alex, te estaba preguntando que si querías dar una vuelta, a ver que arma encontramos que se adapte a ti. 

La Semi-gyojin asintió evitando mirar a Camille, se había distraído delante de su jefa, seguro que le iban a despedir... O al menos le echarían una buena bronca. No podía negar que la Marina tenia un buen abastecimiento de armas, aquel almacén ya era más grande que su vieja casa. 

Franz iba caminando delante suya mientras indicaba y señalaba los objetos, explicándole la utilidad de cada uno de ellos, si era mejor para distancias cortas o largas y la fuerza que requería cada uno de ellos. Alexandra iba sopesando cual podría ser la mejor opción para ella, descartó los mandobles: se quedaría sin brazos si intentaba levantar una cosa de esas. Las pistolas y arcos tampoco eran una buena idea ya que tenía una puntería horrible: una vez en unos puestecitos de feria le dio en el ojo con un perdigón al tendero... No quería volver a repetir eso. Sopesó la lanza, había usado arpones para pescar atunes pero siempre le había costado manejarlos y los que había en la Marina eran mas altos que ella. Necesitaba algo pequeñito como los cuchillos que usaba para despiezar y atacar a los peces a corta distancia. De repente se fijo en... Sí eso serviría. 

—Disculpe, señor Franz...— Carraspeó

—Dime, jovencita, ¿Hay algo que te haya llamado la atención?— Sus ojos destellaron con curiosidad. 

Alex señaló una pequeña daga, era casi imperceptible ya que se hallaba escondida entre muchas espadas y escudos.

—Quiero esa... Si puede ser claro— Añadió rápidamente
#8
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Camille decidió abandonar el foco de la conversación en cuanto Franz y Alexandra empezaron a interactuar, dejando que el armero y la recluta fueran conociéndose e interactuasen un poco. Su mirada se desvió hacia los estantes y armeros donde se mantenían las diferentes armas a buen recaudo. Casi le parecía mentira que hubieran pasado tan solo unos pocos meses desde que le hubieran hecho entrega de su primer arma oficial: una odachi bastante normalita que aún mantenía a buen recaudo en su habitación. Céfiro, su espada actual, se encontraba a un nivel muy diferente tanto en calidad como en el valor emocional que tenía para ella —había sido un regalo de Beatrice, después de todo—, pero no podía dejar de tenerle un cariño especial a su primer arma. Precisamente por eso: ser la primera.

Fue paseando la mirada por la estancia, pasando una mano casi sin darse cuenta por la madera del mostrador. Tan solo la voz de Franz le sacó de su ensimismamiento, que hizo que sus ojos volvieran a posarse en aquel curioso duo.

—Cada día los nuevos reclutas son mucho más jóvenes, aunque recuerdo que cuando mi hermano y yo nos alistamos no éramos más que unos críos. Algo mayores que tú, tal vez —le iba diciendo, atusándose la barba mientras se perdía en sus pensamientos por un breve instante. Luego le devolvió su atención a Alexandra—. Aunque igual no es el caso. No es por ofender, pero bien creo que podría ser tu abuelo. En fin, ¿quieres dar una vuelta y ver si encontramos algo apropiado para ti?

Se hizo el silencio durante unos pocos segundos en los que Franz no obtuvo respuesta. Ni corto ni perezoso, el armero se echó a reír al darse cuenta de que la recién llegada había perdido el hilo de lo que le estaba contando. Volvió a formularle la pregunta y, tras ello, se dispuso a guiar a la hafugyo entre los estantes del arsenal para encontrar con un arma que se ajustase a ella. A medida que avanzaba por las galerías, le iba explicando las cualidades de cada tipo de armamento, indicando las ventajas e inconvenientes que tenía su uso. 

Camille se limitó a seguir al veterano, caminando detrás de Alexandra mientras atendía sus explicaciones. No es que estuviera diciendo nada nuevo para ella, pero escuchar a Franz hablar de armas era como atender una conferencia de alguien versado en el tema. Si había algo de lo que podía enorgullecerse el G-31 era de contar con expertos como él entre sus filas.

Finalmente, tras un rato dando vueltas por la estancia, la semi-gyojin señaló al fin una de las armas que se guardaban allí. La oni siguió con la mirada la dirección que señalaba, fijándose en una daga que se ocultaba tras otros utensilios más voluminosos.

—¿La daga? —inquirió escéptico, mirándola de reojo como si quisiera asegurarse de que había oído bien—. Más que como herramienta principal se suele usar de arma auxiliar. Aunque... —Ladeó el cuerpo y se encaró a la recluta, echándole un vistazo de arriba hacia abajo, como si la analizase. Volvió a atusarse la barba, pensativo—. Sí, supongo que podría funcionar.

Franz extendió el brazo y sujetó la daga, sacándola del estante y quitándole algo de polvo que tenía acumulado. Parecía que llevaba sin ver la luz del sol bastante tiempo. La desenvainó un poco, comprobando el filo antes de volver a meterla en su funda y tendérsela por el lado de la empuñadura a Alexandra.

—En ese caso, te presento a tu nueva mejor amiga. No te separarás de ella mientras seas un activo de la Marina. Incluso cuando te jubiles, es posible que sigas manteniéndola cerca —le aseguró entre risas, esperando a que la cogiera—. Es curioso. Llevo mucho tiempo sin ver a nadie interesado en algo con un perfil tan bajo. Los nuevos soléis preferir rifles, sables e incluso mandobles —y miró a Camille por un momento, sonriéndole pícaro—. Casi no puedo esperar por ver qué eres capaz de hacer con eso. ¡Bien! Volvamos al mostrador, tengo algunas cosas más para ti.

Tras esto, Franz recondujo a las dos marines hasta punto donde se habían encontrado y les hizo un gesto con la mano para que esperasen un momento. Se metió en una sala que parecía una especie de trastienda y salió de ella con un paquete entre las manos. Lo soltó sobre el mostrador y lo abrió, sacando de él diversas prendas.

—Ten, creo que todo será de tu talla —aseguró mientras terminaba de sacar el conjunto del uniforme. Además de la camisa y los pantalones, sacó también un par de botas, un pañuelo azul y una gorra—. Los complementos no son obligatorios, pero tal vez haya alguno que te guste. ¿Dónde te has dejado hoy la gorra, Camille?

Carraspeó un poco y desvió la mirada, algo abochornada por lo inesperado de la pregunta.

—Digamos que el papeleo me hizo olvidarme de ella —explicó. Después sus ojos se posaron sobre Alexandra y el montón de cosas que Franz le había entregado. Le dedicó una pequeña sonrisa—. Parece que ya estás lista para todo lo que te echen.
#9
Alexandra
Alex
Aquella daga no pesaba casi nada, la sentía ligera entre sus manos. No era gran cosa, había visto muchas de esas en tiendas pero notaba como se ajustaba perfectamente a su agarre, si, era perfecta. Alexandra le dio las gracias a Franz y le siguió hasta el punto de encuentro. 

— ¿Héroes de Kilombo? — Preguntó aprovechando los minutos en los que se quedaron a solas — Si llego a saber que estoy delante de una heroína habría sido más formal...

No se le había pasado por alto el sobrenombre por el cual el armero había llamado a Camille y había estado deseando preguntárselo desde entonces. Quizás no fuera de su incumbencia pero no podía evitar que le picara la curiosidad. ¿Cuál sería la hazaña por la que le habían dado ese sobrenombre? ¿Lo lograría ella algún día? Ojala que sí. Además que una heroína le hubiera alabado hacía que se le hinchara el pecho de orgullo. 

—¡Muchas gracias, Franz! —  Dijo cuando este le ofreció su uniforme al cabo de unos minutos — Ha sido un placer. 

— Lo mismo digo, Alexandra, espero volverte a ver pronto. 

La Hafugyo hizo un saludo militar —mejor que el primero que había realizado minutos antes — y se dirigió hacía el vestidor que le había señalado antes Camille. No pudo evitar fijarse en que los reclutas que pasaban a su lado saludaban formalmente a la Oni y esta, aunque les respondía, parecía un poco incomoda por la situación. 

— ¿Hace mucho que estas en la Marina? — Si iban a ser compañeras de brigada quizás le vendría bien conocer sus gustos, a lo mejor incluso podrían llegar a ser amigas. 

—¿Cual es tu comida favorita? — Su abuelo le dijo una vez que la mejor manera de complacer a un hombre era por su estomago. Camille no era un hombre pero quizás podía invitarle a una cena algún día. Cuando volviera a tener dinero, claro. 

Iba a decirle que a ella le encantaba el helado de chocolate con menta cuando se dio cuenta de ya habían llegado a los vestuarios. Alexandra entró por la puerta, aunque al cabo de unos segundos asomó la cabecita. 

— Ah... Antes de que se me olvide— la Hafugyo sonrió de oreja a oreja, enseñando sus afilados dientes y cerrando los ojos en el proceso — ¡Gracias por todo, Cami!

Quizás se había pasado de casual. Pero había visto a la Oni interactuar con Franz y la cercanía que habían mostrado no le había dado la sensación de que fuera una persona que le molestara la cercanía. Aunque seguía siendo su superior... Bueno, es algo a lo que tendría que enfrentarse más adelante. De momento, en la soledad de aquel cuarto Alexandra se cambió. Una vez se hubo puesto nuevo uniforme de marine se miró unos segundos al espejo. Su abuelo estaría orgulloso. La verdad es que el armero había acertado con la talla, le iba como un guante y además, era bastante cómodo. Le permitía moverse con agilidad sin miedo a que se rompiera. 
Alex estaba haciendo unas sentadillas comprobando cuán de elásticos eran los pantalones cuando una figura emergió de entre las duchas. No había escuchado el agua correr así que supuso que cuando ella había entrado ya habría acabado de asearse. Pero eso no era lo que le preocupaba a la chica, sino que delante suyo se encontraba, ni más ni menos, que el chico que le había guiado hasta la oficina de Camille — Franz si mal no recordaba— tal y como dios lo trajo al mundo. Alex ahogo un grito y se disculpó precipitadamente mientras salía corriendo de los vestuarios. Probablemente roja como un tomate puesto que era la primera persona en pelota picada que había visto en su vida. 

Quizás los Marines eran nudistas. No lo sabría, no había visto la reacción del chaval.
#10


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