Hay rumores sobre…
... que existe un circuito termal en las Islas Gecko. Aunque también se dice que no es para todos los bolsillos.
[Autonarrada] Matones de uniforme
Lance Turner
Shirogami
El sol estaba poniéndose en el horizonte, y un viento cargado de sal golpeaba mi cara, produciéndome una gran satisfacción al sentirlo. Me encantaba esa sensación. Sin embargo, también me encantaba el olor a comida caliente y el rumor de las tabernas con buena bebida, tengo que admitir que me resultaban casi irresistibles. Me dirigí al centro del pueblo, buscando una taberna decente donde saciar mi hambre y, tal vez, descubrir alguna historia interesante. 

La Posada del Ancla Dorada se destacaba entre las demás construcciones de madera desgastada. Las ventanas estaban empañadas por el vapor y la puerta abierta dejaba escapar una cálida luz amarilla. Al cruzar el umbral, un hombre corpulento con un mandil de cuero me saludó con una sonrisa y una inclinación de cabeza. Tenía el aire de alguien que ha visto de todo y más, y sus manos, fuertes y llenas de cicatrices, hablaban de una vida de trabajo duro.

- ¡Bienvenido, forastero! - Me dijo el tabernero mientras secaba una jarra con un trapo. - No pareces de por aquí, pero tienes la mirada de un hombre que sabe cómo comportarse en una taberna - Continuó entre risas a modo de un cálido recibimiento. - Pasa y toma asiento, joven. Dime, ¿Qué quieres que te ponga?

- Intento causar una buena impresión - Respondí con una sonrisa, dejándome caer en una silla cerca de la barra. - Una jarra de lo que tengas y algo de comida caliente, si no es mucha molestia.


Mientras el tabernero me servía una cerveza espumosa y un plato de estofado, me dediqué a observar el ambiente de la taberna. Era un lugar modesto, pero acogedor. Los clientes charlaban en voz baja, y el sonido de las risas ocasionales llenaba el aire. Todo parecía bastante tranquilo… hasta que entraron ellos.

Tres marines, con la arrogancia grabada en sus rostros y el andar de quienes se creen invulnerables, cruzaron la puerta de la taberna sin molestarse en cerrarla detrás de ellos. Uno de ellos, el más alto, lanzó una carcajada áspera al ver a un grupo de niños que miraban desde una esquina de la taberna. Aunque no los conocía, a todas luces parecían huérfanos, siempre rondando la taberna y ayudando con pequeños encargos a cambio de algo de comida o monedas sueltas.

- ¡Eh, mocosos! - Gritó el marine, ganándose la mirada de todos en la taberna. - ¿Todavía rondando por aquí? Creí que les habíamos dejado claro que este lugar no es para escoria como ustedes.

Los niños, acostumbrados a ese trato, bajaron la mirada y se encogieron como si intentaran desaparecer. Uno de ellos, el más pequeño, se atrevió a alzar la vista y en respuesta recibió una bofetada que lo hizo tambalearse. Alrededor, los clientes de la taberna observaban en silencio, con miradas llenas de ira contenida, pero sin atreverse a intervenir. Sabían lo que pasaba, pero el miedo a las represalias era demasiado fuerte.


- ¿Es que no tienen un poquito de dignidad? - Dije en voz alta, dirigiéndome a los marines con una sonrisa de lo más irónica.- Me sorprende que tipos tan fuertes necesiten descargar su frustración con unos críos.¿No hay criminales que requieran de vuestro trabajo por aquí?

Los tres me miraron, sorprendidos de que alguien se atreviera a hablarles así. El líder, que se notaba por su expresión de suficiencia y la forma en que los otros dos lo seguían, se acercó, dejando que la luz de la lámpara de la barra acentuara la cicatriz en su mejilla.

- ¿Tienes algo que decir, payaso? - Gruñó, sin molestarse en ocultar su desprecio.

- Oh, yo nada, amigo. Solo me preguntaba si no preferirían buscar un verdadero oponente, ya sabes, algo que no implique pegarle a alguien que apenas sabe defenderse... ¿O es ese el proceder del cuerpo por aquí?


Los otros dos marines rieron con un tono amenazante, y el ambiente en la taberna se volvió tenso. Sin embargo, el tabernero, aunque notablemente incómodo, no intervino, y el resto de los parroquianos se limitaron a observar, manteniendo sus cabezas bajas. Sabían que enfrentar a los marines en público podría acarrear consecuencias para todos.

- Mira, amigo - Dijo el marine, acercándose tanto que pude oler su aliento, cargado de alcohol.- Los de fuera no vienen aquí a dar lecciones. Así que te sugiero que guardes tus comentarios y te largues antes de que decida romperte la cara.

Sonreí y levanté las manos en un gesto de rendición.

-¡Ay, perdón! Qué grosero he sido- Dije con voz teatral. - Qué falta de respeto de mi parte sugerir que unos valientes hombres de la marina deberían tener mejores cosas que hacer. No quisiera ofender… especialmente a alguien tan "importante". - Concluí mirando claramente su uniforme de soldado raso.


Eché unas monedas en la barra, pagué mi cuenta con un pequeño extra para el tabernero, y les dediqué una última mirada irónica a los marines antes de salir de la taberna. No era el momento de empezar una pelea ahí mismo. Había visto la tensión en los ojos de los demás y sabía que podía provocar problemas para ellos. Sin embargo, mi sangre hervía. Sabía que no iba a dejarlo pasar.

A la mañana siguiente, mientras caminaba por las calles, todavía medio vacías del pueblo, escuché unos gritos provenientes de un callejón cercano. Al acercarme, la escena que encontré solo hizo que la ira que había contenido el día anterior se desbordara.

Se trataban de los mismos tres marines estaban allí, rodeando a los huérfanos. Los tenían arrinconados, riéndose mientras vaciaban las pocas pertenencias que los niños tenían en los bolsillos, dándoles empujones y, de vez en cuando, algún golpe. La misma escena despreciable de la taberna, pero esta vez sin testigos, o al menos eso creían ellos.

- ¡Vaya! ¡Pero si son los héroes de la marina! ¿Qué? ¿Salvando al mundo de estos malvados huérfanos? Deberían condecoraros - Comenté, cruzándome de brazos mientras me apoyaba en la pared del callejón.

Los marines se giraron, con una mezcla de sorpresa y furia. El líder me reconoció de inmediato, y su rostro se torció en una sonrisa sarcástica.

- Vaya, el héroe de los huérfanos ha vuelto. Te advertimos ayer, pero veo que eres más terco de lo que pensaba.

- No lo recuerdo bien... ¿Me lo podría recordar usted? Perrito del gobierno - Le contesté con una sonrisa esperando ver su nueva respuesta.

Sin perder un segundo, ya que estaba claro que era demasiado tarde para recular, me lancé hacia ellos. La pelea no fue larga, ni particularmente difícil. Los tres marines se confiaban tanto en su estatus que apenas sabían luchar en serio. Un par de puñetazos y una patada bien dirigida fueron suficientes para reducir a dos de ellos, mientras el tercero intentaba levantarse solo para recibir un golpe que lo dejó inconsciente en el suelo. La verdad, pocas veces en mi vida había sentido tanta satisfacción al ver a alguien caer.

Los niños me miraban, asustados al principio, pero uno a uno comenzaron a esbozar pequeñas sonrisas de alivio. Sabían que, al menos por ahora, esos hombres no los molestarían más.

- Vamos, chicos. Ya no tienen que soportar a estos patanes - Les dije, ayudando al más pequeño a ponerse en pie. Los niños se marcharon corriendo, no sin antes dedicarme miradas de gratitud que no hicieron más que alimentar mi determinación de no dejar que algo así volviera a suceder.

Mientras me acomodaba la chaqueta, apareció otro hombre en el callejón, con la insignia de capitán de la marina. Su rostro estaba marcado por una seriedad que contrastaba enormemente con el aire prepotente de los tres marines a quienes acababa de dar una lección.
- Mierda, este no es como los otros - Pensé poniéndome en guardia por si tomaba represalias.

- Veo que has hecho un trabajo… eficiente - Dijo el capitán, mirándome con un aire frío. Aunque no había enojo en sus palabras, sentí la presión en el ambiente de alguien que podría acabar conmigo en un instante. - Pero no te preocupes, no te estás metiendo en problemas.

- No me preocupa mucho lo que piensen sus hombres  - Repliqué, usando ahora un tono serio al hablar. - Aunque admito que esperaba una reprimenda, o que usted acabase lo que ellos no han podido hacer, al fin y al cabo, son sus hombres

El capitán negó con la cabeza, y entonces miró con desprecio a los hombres en el suelo.

- Estos no son mis hombres. Los expulsé esta mañana al descubrir los abusos que llevaban a cabo en nombre de la marina... - Dijo con una pequeña sonrisa antes de retomar la palabra. - Aunque ellos no lo sabían aún, en lo que a mi respecta, esta ha sido una injusta pelea de tres borrachos contra unos niños, y usted, un ciudadano ejemplar.

Avanzó unos pasos hacia los ahora exmarines y se rió un poco al verles inconscientes.  - Parece que alguien se adelantó a mis órdenes de disciplinarlos.

Antes de que pudiera responder, uno de los ciudadanos del pueblo apareció en el callejón, interponiéndose entre el capitán y yo, con una expresión de gratitud y firmeza.

- Este hombre nos ha hecho un favor a todos, capitán. Esos tres no eran más que matones con uniforme, y todos lo sabemos. Nadie se atrevía a enfrentarse a ellos… pero este forastero, sí. No creo que deba recibir reprimendas por lo que ha hecho.

El capitán asintió, dirigiendo una mirada de disculpa al hombre del pueblo y luego a mí.

- No justifico el abuso de poder, ni en la marina ni en ningún otro lugar. Agradezco que alguien tomara cartas en el asunto antes de que algo peor sucediera.

El capitán terminó su declaración con un tono firme, como si su palabra fuera la última sobre el asunto, y aunque me miró con una expresión impasible, noté un leve brillo de respeto en sus ojos. Cuando se marchó, los demás ciudadanos que habían estado observando desde las sombras del callejón comenzaron a acercarse, poco a poco, hasta que una pequeña multitud se formó a mi alrededor.

Un hombre mayor, con el rostro surcado de arrugas y una expresión de gratitud sincera, dio un paso al frente y tomó mis manos entre las suyas.

- Gracias, muchacho - Dijo, con voz temblorosa-. Esos matones nos tenían a todos asustados… y tú, sin conocer a nadie, hiciste lo que todos nosotros queríamos hacer desde hace tiempo.

Los demás comenzaron a asentir, murmurando palabras de agradecimiento y admiración. Una mujer me ofreció una cesta con frutas frescas, mientras que otro hombre me entregó un pan recién horneado, con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas sobre su agradecimiento. Incluso los niños, los mismos que habían sido atormentados por los marines, se acercaron y, tímidamente, algunos me abrazaron y otros simplemente me miraron con ojos llenos de respeto y gratitud.

- No hice nada extraordinario - Les dije, intentando restarle importancia. - Solo hice lo que cualquiera haría por proteger a los suyos. En este caso, ustedes. No necesitan agradecerme nada.

Sin embargo, sus rostros no mostraban signos de duda, y su gratitud no menguaba. Sabía que, aunque ellos no pudieran enfrentarse a los abusos de los marines corruptos, sus corazones eran fuertes y su agradecimiento genuino. Me sentí honrado por su respeto, pero al mismo tiempo, algo avergonzado. Después de todo, solo había hecho lo que creía correcto.

- Pero igual, gracias por sus palabras - Agregué, mirándolos uno a uno. - No saben cuánto significa esto para mí. A veces, un simple "gracias" es el mejor tesoro que alguien puede llevarse consigo.

Pasé un rato más con ellos, compartiendo historias y risas. Me contaron sobre sus vidas, sobre la isla y sus tradiciones, e incluso sobre los mejores lugares para pescar. Era ese tipo de momentos lo que me recordaba por qué había decidido emprender esta vida de pirata: no se trataba solo de aventuras y riquezas, sino de los lazos que uno forja en el camino, de las personas que se encuentran y las historias que se comparten.
#1
Moderador OppenGarphimer
Nuclear Impact
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