Percival Höllenstern
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03-11-2024, 07:33 PM
El rugir de la hoguera cortaba el aire frío de la noche en Oykot. Las llamas bailaban salvajes, lanzando destellos de luz sobre los rostros sudorosos y exhaustos del pueblo que, tras años de opresión, finalmente había ganado su libertad. Mis ojos se pierden en el fuego por un momento, mientras los cantos y las risas llenan el espacio que antes era dominado por gritos de desesperación y miedo. La victoria era un bálsamo, una cura temporal para los corazones rotos, pero en la noche, bajo las estrellas, esa cura parecía casi real.
Mi lugar, como siempre, estaba en los márgenes. A pesar de haber luchado junto a ellos, no me sentía uno de ellos. Nunca lo he hecho. La euforia y la liberación que emanan de cada rincón de la plaza no encuentran hueco en mí. Solo una copa de vino en mi mano y el eco de una batalla ganada que aún resuena en mis oídos.
Miro a mi alrededor. Los rostros de los revolucionarios más duros, los guerreros que lucharon codo a codo conmigo en las murallas del palacio, también brillan bajo las llamas. Ahí está Asradi, la sirena que con su canto desorientó al guardián del palacio y apoyaba nuestra ofensiva. Su presencia en tierra era extraña, pero su voluntad indomable. Su belleza, aunque ajena a los ojos humanos, tenía algo de irreal.
No muy lejos, Airgid Vanaidiam, con su cabello rubio, sonríe mientras hace girar una botella entre sus dedos. La prótesis de su pierna brilla bajo la luz de la hoguera, un recordatorio silencioso del precio que ha pagado en cada batalla. La vi atravesar las defensas del palacio con una tenacidad implacable, como si el dolor o el miedo fueran sentimientos desconocidos para ella, mientras se amparaba en un extraño poder que tenía que ver con el manejo del metal.
Y luego está Ubben. El tahúr, con su tricornio y esa expresión siempre despreocupada en su rostro moreno, se encuentra en el centro de un pequeño grupo que aplaude y ríe cada vez que desliza una carta de sus mangas. Sus ojos, de un color miel casi dorado, esconden más de lo que muestran, pero su habilidad en la mesa de juego es tan peligrosa como en la batalla. Durante el asalto final, lo vi esquivar los ataques de los soldados como si fueran simples movimientos en una partida de cartas, siempre un paso por delante, así como sumarse a los cánticos de la sirena.
Pero es el hombre gigantesco que se acerca a mí desde el borde del festejo quien realmente me llama la atención. Ragnheidr Grosdttir, le llaman, aunque la pronunciación de su propio nombre sale con una extraña melodía gutural, arrastrando las s y las r, como si la lengua de ese titán no estuviera hecha para los sonidos humanos. Es un coloso de la raza bucaneer, una montaña de músculos y cicatrices que parece haber sido sacado directamente de las leyendas. Con una barba tan rubia como el trigo al sol, ojos azul pálido que resplandecen con una intensidad peligrosa, y una voz grave que parece vibrar en el aire antes de llegar a tus oídos, Ragnheidr camina hacia mí.
—¡Perrrsi...val! —gruñe con una sonrisa amplia, mostrando unos dientes afilados como piedras. Me extiende una jarra de vino casi del tamaño de mi torso—. ¡Es hora de celebrarrr!
El acento recio de su voz parece resonar en mi pecho, y por un momento no sé si reír o tensarme. Es extraño verlo en este estado de júbilo, considerando la brutalidad con la que lo vi aplastar enemigos en el campo de batalla. Pero aquí está, bebiendo como si no hubiera un mañana y abrazando a los aldeanos como si fueran viejos amigos.
—Ragnheidr —respondo, intentando imitar su tono más alegre mientras tomo la jarra—. Creo que ya he celebrado lo suficiente, además al final la jodida porra se la ha llevado Airgid... ¡Qué rabia joder! — comenté en un tono casi ofensivo, aun sin malicia en mi voz, pues no soportaba no obtener lo que quería y además el alcohol me había aflojado la lengua.
—¡Bah! —responde mientras su risa gutural se mezcla con el ruido de la multitud—. ¡No hay suficiente cuando uno vive para verrr la liberrrtad!
No puedo evitar sonreír, más por la energía abrumadora que desprende este gigante que por la bebida en mi mano. Antes de que pueda responder, me agarra con una fuerza delicada pero imposible de resistir, arrastrándome hacia el centro de la celebración como si fuera un muñeco. Al llegar al círculo principal, me lanza entre los revolucionarios que bailan alrededor del fuego, sus risas profundas rebotando por encima de los cánticos.
La música retumba en el aire, tambores que hacen eco con cada latido de mi corazón. Mi cuerpo, que se siente más pesado de lo que debería tras la batalla, comienza a moverse de forma torpe al principio, pero poco a poco algo cambia. Los revolucionarios me empujan, me incluyen en sus bailes, y aunque mis movimientos no son gráciles, la energía que corre por el lugar es contagiosa.
Alrededor, el pueblo de Oykot celebra su liberación con una intensidad que casi roza lo salvaje. Hombres y mujeres se abrazan, bailan y ríen hasta quedarse sin aliento. Las jarras de vino circulan sin cesar, las canciones se alzan hacia el cielo estrellado, y en cada rincón hay historias de lucha, de dolor, pero también de esperanza. El ruido, la vibración del suelo bajo mis pies, las risas… todo parece formar parte de un gran torrente que arrastra cualquier duda que hubiera tenido.
Cierro los ojos y me dejo llevar por el momento, perdiéndome en la marejada de voces y movimientos. Por una vez, dejo de lado las sombras que han formado parte de mí por tanto tiempo y me entrego a la euforia. No sé si es el vino, la victoria, o tal vez la humanidad que nunca supe que aún albergaba dentro de mí, pero por primera vez en mucho tiempo, sonrío.
Cuando la música y el vino parecen haber consumido toda la energía del lugar, siento una mano en mi hombro. Es Ragnheidr otra vez, con esa sonrisa torcida que nunca parece desaparecer.
—Vamos, Perrrci...val. La noche aún es jovennn —gruñe mientras señala hacia el puerto, donde un barco se mece suavemente en la distancia—. Mi tripulación está lista para continuar la celebración a borrrrdo. Y tú vienes con nosotrrros.
Intento declinar, pero el gigante no acepta un no por respuesta. Me empuja suavemente, lo cual, en su caso, aún me hace tambalearme como si me hubiera golpeado un cañón, y me arrastra junto a su equipo hacia el puerto. Asradi, Airgid y Ubben ya están allí, preparándose para subir al barco, sus figuras recortadas contra el fondo oscuro del mar.
—No puedes decirr que no a una noche en el marrrr, Perrrci...val, ¡Hip!—dice Ragnheidr mientras me empuja a bordo—. Aquí es donde los hombres librrres celebran.
Subo al barco junto a ellos, la madera crujiente bajo mis botas, el sonido del agua chapoteando contra el casco como un recordatorio de lo lejos que hemos llegado aun conociéndonos desde hace tan poco. La noche se alarga en risas, vino y conversaciones susurradas bajo las estrellas. Asradi canta de nuevo, esta vez una melodía más suave, y sus notas parecen fundirse con el sonido del mar. Ubben nos entretiene con trucos de cartas mientras Airgid, siempre tranquila, observa con una sonrisa cansada, pero satisfecha, sacándole lustre a su nueva arma mientras una lágrima metafórica recorre mi mejilla ante la luz nocturna del puerto, que se va alejando, y aun testigo del rubor producto del alcohol.
La brisa marina acaricia mi rostro, y por un momento, me siento en paz. En el mar, lejos de la tierra firme y sus sombras, todo parece más simple. La revolución aún está en marcha, pero esta noche es nuestra.
Mi lugar, como siempre, estaba en los márgenes. A pesar de haber luchado junto a ellos, no me sentía uno de ellos. Nunca lo he hecho. La euforia y la liberación que emanan de cada rincón de la plaza no encuentran hueco en mí. Solo una copa de vino en mi mano y el eco de una batalla ganada que aún resuena en mis oídos.
Miro a mi alrededor. Los rostros de los revolucionarios más duros, los guerreros que lucharon codo a codo conmigo en las murallas del palacio, también brillan bajo las llamas. Ahí está Asradi, la sirena que con su canto desorientó al guardián del palacio y apoyaba nuestra ofensiva. Su presencia en tierra era extraña, pero su voluntad indomable. Su belleza, aunque ajena a los ojos humanos, tenía algo de irreal.
No muy lejos, Airgid Vanaidiam, con su cabello rubio, sonríe mientras hace girar una botella entre sus dedos. La prótesis de su pierna brilla bajo la luz de la hoguera, un recordatorio silencioso del precio que ha pagado en cada batalla. La vi atravesar las defensas del palacio con una tenacidad implacable, como si el dolor o el miedo fueran sentimientos desconocidos para ella, mientras se amparaba en un extraño poder que tenía que ver con el manejo del metal.
Y luego está Ubben. El tahúr, con su tricornio y esa expresión siempre despreocupada en su rostro moreno, se encuentra en el centro de un pequeño grupo que aplaude y ríe cada vez que desliza una carta de sus mangas. Sus ojos, de un color miel casi dorado, esconden más de lo que muestran, pero su habilidad en la mesa de juego es tan peligrosa como en la batalla. Durante el asalto final, lo vi esquivar los ataques de los soldados como si fueran simples movimientos en una partida de cartas, siempre un paso por delante, así como sumarse a los cánticos de la sirena.
Pero es el hombre gigantesco que se acerca a mí desde el borde del festejo quien realmente me llama la atención. Ragnheidr Grosdttir, le llaman, aunque la pronunciación de su propio nombre sale con una extraña melodía gutural, arrastrando las s y las r, como si la lengua de ese titán no estuviera hecha para los sonidos humanos. Es un coloso de la raza bucaneer, una montaña de músculos y cicatrices que parece haber sido sacado directamente de las leyendas. Con una barba tan rubia como el trigo al sol, ojos azul pálido que resplandecen con una intensidad peligrosa, y una voz grave que parece vibrar en el aire antes de llegar a tus oídos, Ragnheidr camina hacia mí.
—¡Perrrsi...val! —gruñe con una sonrisa amplia, mostrando unos dientes afilados como piedras. Me extiende una jarra de vino casi del tamaño de mi torso—. ¡Es hora de celebrarrr!
El acento recio de su voz parece resonar en mi pecho, y por un momento no sé si reír o tensarme. Es extraño verlo en este estado de júbilo, considerando la brutalidad con la que lo vi aplastar enemigos en el campo de batalla. Pero aquí está, bebiendo como si no hubiera un mañana y abrazando a los aldeanos como si fueran viejos amigos.
—Ragnheidr —respondo, intentando imitar su tono más alegre mientras tomo la jarra—. Creo que ya he celebrado lo suficiente, además al final la jodida porra se la ha llevado Airgid... ¡Qué rabia joder! — comenté en un tono casi ofensivo, aun sin malicia en mi voz, pues no soportaba no obtener lo que quería y además el alcohol me había aflojado la lengua.
—¡Bah! —responde mientras su risa gutural se mezcla con el ruido de la multitud—. ¡No hay suficiente cuando uno vive para verrr la liberrrtad!
No puedo evitar sonreír, más por la energía abrumadora que desprende este gigante que por la bebida en mi mano. Antes de que pueda responder, me agarra con una fuerza delicada pero imposible de resistir, arrastrándome hacia el centro de la celebración como si fuera un muñeco. Al llegar al círculo principal, me lanza entre los revolucionarios que bailan alrededor del fuego, sus risas profundas rebotando por encima de los cánticos.
La música retumba en el aire, tambores que hacen eco con cada latido de mi corazón. Mi cuerpo, que se siente más pesado de lo que debería tras la batalla, comienza a moverse de forma torpe al principio, pero poco a poco algo cambia. Los revolucionarios me empujan, me incluyen en sus bailes, y aunque mis movimientos no son gráciles, la energía que corre por el lugar es contagiosa.
Alrededor, el pueblo de Oykot celebra su liberación con una intensidad que casi roza lo salvaje. Hombres y mujeres se abrazan, bailan y ríen hasta quedarse sin aliento. Las jarras de vino circulan sin cesar, las canciones se alzan hacia el cielo estrellado, y en cada rincón hay historias de lucha, de dolor, pero también de esperanza. El ruido, la vibración del suelo bajo mis pies, las risas… todo parece formar parte de un gran torrente que arrastra cualquier duda que hubiera tenido.
Cierro los ojos y me dejo llevar por el momento, perdiéndome en la marejada de voces y movimientos. Por una vez, dejo de lado las sombras que han formado parte de mí por tanto tiempo y me entrego a la euforia. No sé si es el vino, la victoria, o tal vez la humanidad que nunca supe que aún albergaba dentro de mí, pero por primera vez en mucho tiempo, sonrío.
Cuando la música y el vino parecen haber consumido toda la energía del lugar, siento una mano en mi hombro. Es Ragnheidr otra vez, con esa sonrisa torcida que nunca parece desaparecer.
—Vamos, Perrrci...val. La noche aún es jovennn —gruñe mientras señala hacia el puerto, donde un barco se mece suavemente en la distancia—. Mi tripulación está lista para continuar la celebración a borrrrdo. Y tú vienes con nosotrrros.
Intento declinar, pero el gigante no acepta un no por respuesta. Me empuja suavemente, lo cual, en su caso, aún me hace tambalearme como si me hubiera golpeado un cañón, y me arrastra junto a su equipo hacia el puerto. Asradi, Airgid y Ubben ya están allí, preparándose para subir al barco, sus figuras recortadas contra el fondo oscuro del mar.
—No puedes decirr que no a una noche en el marrrr, Perrrci...val, ¡Hip!—dice Ragnheidr mientras me empuja a bordo—. Aquí es donde los hombres librrres celebran.
Subo al barco junto a ellos, la madera crujiente bajo mis botas, el sonido del agua chapoteando contra el casco como un recordatorio de lo lejos que hemos llegado aun conociéndonos desde hace tan poco. La noche se alarga en risas, vino y conversaciones susurradas bajo las estrellas. Asradi canta de nuevo, esta vez una melodía más suave, y sus notas parecen fundirse con el sonido del mar. Ubben nos entretiene con trucos de cartas mientras Airgid, siempre tranquila, observa con una sonrisa cansada, pero satisfecha, sacándole lustre a su nueva arma mientras una lágrima metafórica recorre mi mejilla ante la luz nocturna del puerto, que se va alejando, y aun testigo del rubor producto del alcohol.
La brisa marina acaricia mi rostro, y por un momento, me siento en paz. En el mar, lejos de la tierra firme y sus sombras, todo parece más simple. La revolución aún está en marcha, pero esta noche es nuestra.