Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Común] Trabajos encubiertos
Lemon Stone
MVP
Bien, al menos Latas no era ninguna monja. Hablaba raro, le faltaba una pierna y tenía un fetiche con las máscaras. Hasta el momento, Latas no reunía ninguna de las características esenciales que debía reunir la mujer de sus sueños, pero había algo en ella que despertaba cierto… interés, por decirlo de alguna manera. ¿Sería el morbo de estar con una discapacitada? A futuro, podría conseguirle una pierna biónica y bromear con ella, desarmándola y quitándosela como castigo, o armándola como premio. Ay, qué linda sería una relación así… ¿Qué hombre no querría estar con una mujer-lego?
 
Ayudó a Latas y la acomodó en su hombro derecho, imaginándose a sí mismo como un capitán pirata que va con pata de palo y un loro al hombro. ¿Latas también aprendería a cantar si le enseñaba canciones? Más tarde lo pondría a prueba. Por el momento, estaba bastante satisfecho de tener un perico-fantasma con el que charlar. Le daba igual si el mundo pensaba que estaba loco por hablar solo, pero es que el resto no veía lo que sus ojos le mostraban.
 
-En mi familia hay empresarios, científicos, filósofos, soldados, políticos… Hay de todo menos revolucionarios y prostitutas, aunque de esto último no estoy del todo seguro. Lo que sí sé es que nos odian, detestan al Ejército Revolucionario, aborrecen la Causa -respondió con tono despreocupado, como si no le importara lo que su familia pensara de él-. Elegí recorrer un camino diferente al de mis hermanos, pero los quiero. Y a papá igual. Somos enemigos, polos opuestos, pero nos llevamos bien. Al menos respeta y secunda las decisiones que he tomado en mi vida. ¿Y qué hay de ti, de tu familia? -le preguntó a su camarada del otro mundo.
 
Cuando Latas gritó el nombre del MANUAL, soltó una sonrisita divertida y con cierto dejo de ternura. Su máscara solía imitar sus expresiones como si Lemon fuera un personaje de una serie animada, pero resultaba ciertamente sutil en ciertas ocasiones.
 
-Ya tendrás tu copia -le aseguró a su compañera-, y más tarde montaremos un sindicato para que todos los nuevos miembros de la Armada reciban su copia del MANUAL.
 
A medida que se internaba en las sucias calles de los barrios bajos podía olfatear la desesperanza. En cierto modo era triste, ¿no? Lemon y sus camaradas arriesgaron sus vidas para que aquellos hombres saboreasen la libertad, pero ¿cómo la iban a reconocer si es que nunca la habían saboreado? No sabían qué hacer con ella, no sabían cómo actuar. A algunos les daba miedo; otros, simplemente eran incrédulos.  
 
-Si hemos hecho algo bueno o no, ¿importa? Hicimos lo que se supone que debemos hacer: impulsar el cambio, traer la libertad, luchar por la Causa -respondió Lemon, un tanto más reflexivo y serio que de costumbre-. Lo que haga esta gente o deje de hacer no debería ser nuestro asunto. Ahora son libres de tomar sus propias decisiones, no importa si son buenas o malas, al menos son suyas. Es como cuando tus papás dejan de comprarte ropa y empiezas a vestirte por tu cuenta: no tienes idea de cómo combinar prendas, te ves horrible frente al espejo, pero te miras orgulloso porque la decisión ha sido tuya.  
 
La seriedad y los comentarios reflexivos y filosóficos no iban mucho con Lemon, aunque de vez en cuando podía soltar algún comentario medianamente inteligente. Normalmente, solo habla sobre la Causa y lo que se supone que debe hacer, pero pasar tanto tiempo con sus camaradas revolucionarios estaban afectando su forma de ser, su personalidad. ¿Podía quejarse? El mundo cambia, los países cambian, las personas también. No era un hombre que le tuviera miedo al cambio, sino más bien todo lo contrario.
 
Se sorprendió cuando escuchó a Latas hablar sobre los tipos que estaban dentro del edificio. ¿Tenía clarividencia o algo por el estilo? Bueno, tampoco debía asombrarse de esa manera, seguramente los fantasmas modernos poseían alguna especie de rayos X. Eso sí, lo de levantar metal y moldearlo con unas poderosas manos invisibles era… raro. ¿Podía juzgar a Latas? Él mismo sacaba mantequilla del culo por culpa de una maldición.
 
-Vaya, sí que tienes poderes psíquicos -comentó tras silbar con notoria impresión-. Me alegra que seas de las mías. La Revolución debe destacar y ser escandalosa, así que usaremos la puerta delantera y entraremos de golpe, colocando el pecho a las balas. Te ves una mujer fuerte e independiente que sabe defenderse sola, pero aun así no dejaré que te toquen un pelo. Eres mi camarada, mi misión es protegerte. Y no te preocupes por hacerme una armadura, confío en mis músculos.
 
Tras lo dicho, Lemon pateó con fuerza la puerta y entró al edificio.
#11
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Airgid viajaba con tranquilidad sobre el amplio hombro derecho de Entrañas. Le resultaba curioso que no le hubiera dicho nada acerca de su amputación, es decir, se ofreció para llevarla por ese motivo, pero no insistió con preguntas sobre su historia. Igual que tampoco la había mirado con pena o asco. O quién sabe, puede que si lo hubiera hecho, al fin y al cabo a través de aquella máscara le costaba un poco distinguir la expresión de sus ojos. Pero aunque no le importaba hablar del tema, agradecía que no siempre fuera el elefante en la habitación cuando conocía a alguien nuevo. La gente normalmente solía esperar una increíble historia detrás de aquella cicatriz, y... aunque algunos pudieran considerarla así, Airgid siempre se encargaba de restarle importancia al asunto.

Escuchó a Entrañas hablar sobre su familia, un ejemplo perfecto de lo que ella misma había pensado, y es que no siempre hay que compartirlo todo para querer a alguien. Su padre parecía ser una persona completamente diferente a Entrañas, incluso enemigos, pero aún así se respetaban. — Cuánta variedad, seguro que las comidas familiares eran divertidísimas. — Soltó una suave risilla. — Me alegro, entonces. — Y es que sonaba increíble tener una familia así, ya no solo tan grande, sino tan diversa y a la vez tan respetuosa. Y entonces, inevitablemente Entrañas le preguntó por su familia. Y le sorprendió saber que aquella pregunta ya no le dolía tanto como antaño. — Em... ni idea. Nunca he sabío na de ellos, asumí que estaban muertos y punto, pero hace poco descubrí algo nuevo y... puede que sigan vivos, en algún lado. Quién sabe. Eran revolucionarios, por cierto, ¿no es curioso? — Le comentó, por encima, tampoco parecía estar muy interesada en hablar demasiado sobre sí misma. Era algo que le pasaba siempre, con todo el mundo, no le gustaba sentirse "protagonista" de la conversación, y cuando contaba demasiado sobre sí misma se rallaba pensando que quizás estaba aburriendo a la otra persona. Así que todo muy por encima, al menos hasta nuevo aviso.

Por otra parte, Entrañas le aseguró que pronto recibiría su copia del MANUAL , mientras se reía. Que gracioso, cómo la máscara podía llegar a reflejar esa expresión de su rostro, le hizo reír a ella también. La reflexión que la rubia lanzó un poco al aire tampoco fue ignorada, Entrañas compartió con ella su propia opinión sobre los cambios que se avecinaban en Oykot. Si la situación cambiaba a bien o a mal, no sería culpa ni responsabilidad de los revolucionarios, pues ahora los balleneros y los ciudadanos en general contaban con libertad para hacer lo que quisieran con ella. Tomar tanto buenas como malas decisiones, pero con la tranquilidad de que nadie les controlaba ni manejaba a su antojo. Aunque hizo una comparación sobre los padres y la ropa que, aunque la entendía, porque no era lerda del todo, no llegaba a sentirse representada con ella. Era lo que te hacía el no haber tenido padres nunca, las decisiones de Airgid siempre habían sido suyas, desde que tuvo conciencia. Quizás por eso mismo la había cagado tantas veces en su vida. — Me gusta esa filosofía, asumir tus propias cagadas, saber que sí la has jodío es porque tú mismo has decidío mal. Aunque creo que mucha gente no lo comparte, de normal la gente está más cómoda echándole la culpa a otra persona, al que sea. Así nunca tienes que asumir la responsabilidá de nada, ni corregirte, ni hacerte autocrítica. — Los ojos avellana de Airgid se paseaban por las calles de Oykot. — Espero que estas personas sean más listas que eso, confío en ello. — Concluyó. En ningún momento pensó que le saldría ponerse tan reflexiva con Entrañas. Pero mira, sorpresas de la vida.

Al llegar al edificio, armarse con el metal y detectar las armas en el interior del edificio, se quedó a la espera de la respuesta de Entrañas, el cual soltó un silbido impresionado. — No es poder psíquico, te lo explico luego mejor. — No pudo evitar reír un poco. — Joder, gracias, Entrañas. Me gusta tenerte de compañero. Y tranquilo, yo también miraré por ti. — Le guiñó un ojo, chocó sus puños, el uno contra el otro y a la vez que Entrañas pateaba la puerta con fuerza, Airgid empezó a levitar, alejándose de su compañero y adentrándose en el interior del edificio.

En la misma entrada, un tío con katana se abalanzó a por ellos lanzando un grito de guerra propio de un samurái. Les estaba esperando, la verdad es que no se habían esforzado por bajar la voz para que no les escucharan. — ¡Ueeeepaaaa! — Soltó Airgid mientras esquivaba la trayectoria de la espalda, haciéndose a un lado. También el atacante fue errático en su ofensiva, pues no se veía venir que la rubia de repente pudiera volar. — Esto pa' mi. — Usó sus poderes sobre el metal para, directamente, arrebatarle la katana de entre las manos sin demasiado esfuerzo. — ¡Ladrona, devuélvemela! — Gritó el tío, hecho una furia. Pero antes de que pudiera hacer nada por intentar recuperarla, Airgid le plantó una poderosa patada en toda la cara, tirándolo contra la pared contraria de la habitación. Incluso le había dejado la marca del zapato en el lateral. La estancia tenía unas escaleras que subían, y desde la habitación superior podía escucharse un sigiloso jaleo. ¿Que qué es un sigiloso jaleo? Pues gente intentando ser silenciosa pero liándola igualmente. Parecían estar preparándose para embestir contra los revolucionarios cuando subieran las escaleras. El samurái no llegó a quedarse ko del todo, tratando de ponerse en pie mientras una gota de sangre resbalaba por su nariz. — ¡No os queremos aquí! — Gritó, completamente histérico. — Joder, qué borde. — Soltó ella, cruzándose de brazos, bastante tranquila. Era tremendamente obvio que aquel tipo era débil para ella, por lo que no le preocupaba demasiado. Podía detectar perfectamente la ubicación de los tipos de arriba gracias al metal que llevaban encima, y no dudaría en utilizar aquella ventaja pronto, si la ocasión lo requería.
#12
Lemon Stone
MVP
Tucum, tucum, latía su corazón dentro del pecho. Cada vez latía más fuerte, más deprisa, frente al emocionante combate que se avecinaba.
 
Empuñaba una farola grande y pesada en su derecha, toda hecha de hierro, y un gigantesco remo en su izquierda. ¿Qué era eso de usar armas convencionales? Estaba en el mundo para imponer nuevas modas, no para seguir las que otros habían establecido. Ni siquiera tuvo que echar un ojo al interior del edificio para saber contra quiénes se encontraba. Podía escuchar las Voces internas de los hombres que querían emboscar a los revolucionarios, y no solo podía sentir con relativa precisión su ubicación, sino que también presentía sus intenciones.
 
Levantó la guardia cuando el pistolero lo apuntó, su dedo índice acariciando el gatillo del revólver. El disparo tronó en el interior del edificio, la bala atravesando en una décima de segundo la estancia. Lemon reaccionó a tiempo como si viera el futuro y bloqueó el proyectil con la farola.
 
-Así que un revólver… Solo los vaqueros pueden llevar revólveres. Ah, y también los policías, pero tú no eres vaquero ni policía… ¿A quién se lo robaste? -le preguntó, intimidándolo con sus ojos agresivos que se asomaban detrás de la máscara-. El Ejército Revolucionario tendrá que confiscarlo.
 
El pistolero intentó realizar un segundo disparo, pero Lemon redujo la distancia que los separaba en cuestión de un par de zancadas. Agarró con firmeza sus armas y le propinó un potente golpe horizontal y la altura del torso. El pobre hombre quiso esquivar, pero tropezó con una sustancia amarilla y resbaladiza que había esparcida en el suelo, recibiendo de lleno el golpe de Lemon. El ataque del revolucionario envió a volar al pistolero, estampándolo contra la pared y arrojándolo más allá de las dependencias internas del edificio.
 
-No les peguemos tan fuerte, tenemos que dejarlos con vida para convertirlos en servidores de la Causa -le recordó a su compañera como si de pronto hubiera accedido en su turbio plan de convertir a cualquiera que golpease-. ¡Pero démosle una buena razón para que quieran servirnos!
 
Se dirigió hacia la escalera, pero en vez de subir por los peldaños, aunó fuerza y dejó caer todo el peso de sus armas en la muralla. El golpe provocó un estallido de esquirlas de madera y colapsó el segundo piso, reduciendo a nada la emboscada.
 
-Vaya, ¿qué tenemos aquí? -preguntó, el remo descansando en su hombro-. Parece que hemos sacudido mucho la ratonera y han salido todas las ratas, camarada.
#13
Airgid Vanaidiam
Metalhead
El par de revolucionarios irrumpieron en la escena como dos elefantes entrando en una cacharrería. Creando estruendo, caos y confusión, pillando de alguna manera, desprevidos a aquellos pobres desgraciados que aguardaban en el interior del edificio, y eso que les habían oído hablar. Pero daba igual, cualquier estrategia que pudieran tener preparada había quedado para el arrastre debido a lo inesperado y errático que era cada movimiento de ambos compañeros. El insurgente que les había recibido en la entrada, rápidamente quedó desarmado y apalizado gracias a las potentes e inusuales armas de Entrañas, nada más y nada menos que una farola y un remo, ambos gigantes. ¿Qué tipo de loco era él exactamente? Era como si cada detalle nuevo que Airgid conociera de él, fuera más especial y único, invitándola a seguir curioseando en sus entrañas. Sonaba asqueroso, pero increíble también, seguro que ahí podría descubrir muchos secretos.

Su enmascarado compadre le avisó de que no les pegara demasiado fuerte, al fin y al cabo tenían que convencerles, a las buenas, de convertirse a la Causa. La bendita Causa. La mujer, aún levitando en el aire gracias a sus poderes eléctricos, le guiñó un ojo con el encanto de una pícara a punto de robarle el bolso a alguna despistada. — Tranqui, si soy inofensiva. — Comentó de forma irónica, con una sonrisa. Estaba a punto de proceder a subir las escaleras, volando, lista para inutilizar las armas de los ratoncillos que les estaban esperando arriba, cuando Entrañas decidió que era mejor idea que ellos mismos bajaran de su escondite. Reventó la madera de la torre, que ya de por si era bastante débil, consiguiendo que los desdichados cayeran de culo a la planta baja.

Airgid soltó una risilla, divertida por la situación. Pero Entrañas tenía razón, aunque el combate se le diera de fábula y se lo pasara bomba peleando, tenían que convencerles de que la revolución era una causa justa... digna. Pero antes... — ¡Sa'cabó! — Gritó, elevando ambos brazos en la dirección de los caídos, atrayendo hacia ella las armas que todos portaban. Una espada, un par de martillos, una pistola... incluso se llevó sin querer el piercing del obligo de uno de ellos, lo cual le dolió un pelín, pero nada demasiado grave. Obviamente todos se quejaron, no solo por el golpe, sino por quedar prácticamente desnudos frente al poderío de ambos revolucionarios.

¡Vamos a ver! ¿Por qué dais por culo a nuestra Causa? ¿No habéis visto que hemos liberao Oykot? — La rubia pocas veces hablaba en un tono de voz normal, siempre solía gritar o elevar la voz más de lo común, además de su peculiar manera de recortar algunas palabras. Daba la impresión de estar cabreada, aunque muchas veces no era así. Pero imponía bastante, igualmente. Uno de ellos, con camiseta roñosa, cuerpo delgado y media melena negra fue el primero en hablar. — ¡No era vuestra "causa", sino nuestra! — La mujer arqueó la ceja derecha, acomodando en su cinturón y su espalda las nuevas armas que les había robado. — ¿¡Qué más da eso, cojone!? ¿No véis que el resultado es el mismo? ¡Ya no hay reyes! ¡Viva la democracia! — Se encogió de hombros, genuinamente convencida de que con aquella pequeña charla se solucionaría todo. Pero en el fondo, podía llegar a entender el sentimiento de aquel hombre, era pura impotencia, pensar que no has podido conseguir nada por ti mismo, que has tenido que depender de la presencia de unos desconocidos para lograr un objetivo que llevabas tiempo buscando. Un tío diferente fue el siguiente en hablar, mientras los demás se ponían en pie, dispuestos a dar algo más de guerra, él se quedó sentado en el suelo. — Tios, ¿no los conocéis? Esa loca se enfrentó al puto general del castillo, y el otro le prendió fuego a medio barrio... no vais a poder con ellos. — Vaya, parecía que su reputación les precedía.
#14


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