¿Sabías que…?
... existe una isla en el East Blue donde el Sherif es la ley.
[Común] [Presente] A tamaño carnet, por favor
Atlas
Nowhere | Fénix
Día 30 de Verano del 724
Sí, estamos de acuerdo en que era una misión terriblemente importante. Vale, no admitía demora y todos nuestros esfuerzos y nuestra atención debían estar volcados en que todo saliera lo mejor posible. Absolutamente nadie se atrevería a insinuar siquiera que podía haber algo que hacer antes que eso, algo que pudiera soñar con rivalizar con la relevancia de la escolta. Meethook era crucial para la Marina en el East Blue y estaba en peligro. Había que defenderlo y ponerlo a salvo; por eso nos habían enviado a nosotros. Vale, pero me faltaba la foto tamaño carnet para mi ficha en la Marina.

Para explicar este pequeño contratiempo nos tendríamos que retrotraer al principio del verano, cuando me alisté en la Marina con la intención de surcar los mares en defensa de la verdad, la libertad y la jus... ¿Cómo?, ¿que no cuela? Bueno, vale, me alisté con el profundo de anhelo de diluirme como una gota en medio de un océano de uniformes, pasar lo más inadvertido posible y, en definitiva, tener un sueldo fijo por no dar un palo al agua. Básicamente, buscarme un despachito en alguna isla con muchas cosas para hacer en mi tiempo libre, pasar sentado entre siete y ocho horas al día rellenando formularios y documentos para, a final de mes, vivir del cuento. El único problema era que me habían destinado a la base de Loguetown, la más importante del East Blue, y se me había asignado un grupo destinado al conflicto bélico que, por desgracia, había destacado bastante por encima de los demás.

En medio de esa vorágine, a pesar de los múltiples recordatorios de esas personas cuyo puesto de trabajo yo tanto anhelaba, no había hecho entrega de mi foto para que se me abriese la ficha en condiciones. Eso provocaba que a efectos prácticos existiese en la Marina y al mismo tiempo no. Dentro de Loguetown había poco problema, pero en una misión de vida o muerte en una isla diferente, que uno de los participantes no tuviese los papeles en regla podía convertirse en un problema administrativo. No pasaba nada si Meethook se iba al hoyo, pero como mi foto no estuviese en su sitio para cuando la misión finalizara se me podía caer el pelo. De momento no había visto zonas poco pobladas, pero no quería arriesgarme.

En definitiva, después de que hubiésemos desembarcado en Isla Kilombo el resto del grupo se había puesto en marcha hacia una taberna en Rostock para comer algo y descansar antes del momento decisivo. Yo debía unirme a ellos cuanto antes, por supuesto, pero me había escabullido un rato —si algo se me daba bien era eso, quitarme de en medio sin que nadie se diese cuenta— para intentar solucionar mi pequeño problema burocrático. ¿Cómo? Pues muy sencillo: por fortuna había una base de la Marina en la isla. Allí se encontraba destinado el G-23, así que supuse que entre sus instalaciones tendrían su correspondiente oficina con su correspondiente administrativo o administrativa, su correspondiente sello, su correspondiente chicle mascado con la boca abierta y sin sabor desde hacía horas y su correspondiente desidia y rencor injustificado hacia el mundo. La descripción de quien se sienta detrás de un mostrador de esos, vaya. Con algo de suerte alguien me podría hacer la dichosa foto, de paso, porque sin ella poco o nada tenía que hacer.

Conseguí llegar al cuartel en menos que canta un gallo y no tuve demasiado problema para entrar después de enseñar mi identificación —sin foto, claro, creo que ya os he comentado mi problemilla—. Allí todos parecían conocerse bien y no faltaban los ojos que me miraban con cierta desconfianza. Supuse que no era de extrañar en un enclave mucho más limitado en cuanto a personal, así que no le di mayor importancia. Me dirigí a la sección de personal y peregriné por cuatro mostradores hasta que finalmente di con el lugar donde podía entregar los datos que me faltaban para regularizar mi situación.

—¿Y la foto? —preguntó entonces la mujer que, para sorpresa de nadie, cumplía a la perfección el cliché que tenía en mente. Tenía un moño alto y canoso, eso sí.

—Mierda —se me escapó. Era precisamente lo que me faltaba y lo había olvidado con las prisas de la misión—. ¿Hay por aquí algún lugar en el que me la pueda hacer?

La mujer arqueó una ceja, la derecha, antes de inclinar la cabeza hacia un lado, mirar a una puerta gris situada a mis espaldas y señalarla con una uña con más sesiones de manicura que los baños que yo me había dado la última semana. No era la persona más agradable del mundo, eso estaba claro, pero al menos se había dignado a darme una solución en vez de decirme que solicitase otra cita cuando tuviese lo necesario. Dentro del aparato gris en el que se movía, quizás hasta se la podría definir como un ser de luz. Agradeciéndole el gesto, me di la vuelta y me dispuse a encarar el lugar que me había indicado. ¿Tenían un fotógrafo allí dentro? No era lo más habitual que se podía encontrar en un cuartel de la Marina, eso estaba claro.
#1
Kensington Edaddepiedra
Kenz Edaddepiedra
El despacho olía a rayos. Kenz llevaba toda la mañana esperando a que se pasase o, al menos, a que llegara el inevitable momento en que se acostumbraría, pero no había manera. El ventanuco diminuto apenas servía para ventilar el cuartucho, y solo dejaba entrar un chorrito de luz por culpa de toda la porquería que tenía el cristal. Estaba seguro de que era por el caracol. Uno no se plantea cuánto caga un caracol de metro ochenta hasta que tiene que pasar la fregona.

El bicho parecía tan aburrido como el propio Kenz. Tenía la mirada perdida clavada en el fondo blanco que colgaba sobre la pared del fondo mientras mascaba un trozo de lechuga lenta e hipnóticamente. Era repugnante. Esa hoja era ya más baba que planta, pero ahí que seguía, dale que te pego. Al menos Kenz tenía su guitarra y, aunque decir "su" quizás fuese un tanto optimista, podía entretenerse con ella. Lo malo era que el estado de ánimo del animal era contagioso, así que no conseguía más que rascar unos pocos acordes desacompasados y al azar. Además, le faltaba una cuerda; probablemente por eso la había encontrado guardada en aquel almacén viejo.

-¿Qué cómo ha acabado un tipo guapo y listo como yo en esta porquería de trabajo? -preguntó en voz alta al vacío.

No contestó, claro. Aún no estaba tan loco como para eso. Quizás para cuando acabase el día. Y eso que aquel era el trabajo bueno, la joya de la corona de su pluriempleo forzado, cuando nadie le perseguía para matarlo ni nada por el estilo.

En esos momentos se preguntaba si no sería preferible.

Las fotos de carnet eran lo peor. Eran en lo que agonizaba hora tras hora mientras llegaba o no un encargo más... dinámico. Dinámico y potencialmente mortal. "Eh, ¿quieres ver mundo y hacer amigos? ¿Vivir aventuras y ligar con chicas?" Y vaya si había querido... Putos recursos humanos. Jamás debió de alistarse. Fiarse de ellos siempre era un error. Y lo más increíble era que él ni siquiera hacía nada. El caracol guiñaba un ojo y hacía solo las fotos. Kenz se limitaba a decirle a la gente que se sentase y a hacer una plétora de avioncitos de papel que ya atestaban el suelo.

Marines... A Kenz le habían caído simpáticos hasta que le tocó ese puesto. Y encima el que entraba ahora era otro tío. ¿Dónde estaban las marines chicas? Si hubiese querido ver solo a gordos y feos se habría quedado en su casa.

-Siéntate, no sonrías y cuidado con la baba -le dijo sin dejar de mirar esa mancha del techo con forma de teta-. La foto sale por el caparazón y...

Lo siguiente, que ya ni recordaba qué iba a ser, se lo comió un bostezo. Putas fotos de carnet.
#2
Atlas
Nowhere | Fénix
¿La baba? ¿Qué baba? Tarde, para cuando quise darme cuenta ya estaba levantando mi zapato del suelo y una cosa viscosa pendía del mismo, resistiéndose a dejarlo escapar y, al mismo tiempo, evitando despegarse del suelo. Sí, totalmente repugnante. Lo que no terminaba de quedarme claro era cómo a aquel tipo no le parecía molestar lo más mínimo trabajar en un lugar tan lleno de... eso: sí, baba.

Algo confuso, le contemplé mientras me aproximaba al banco al que estaba orientado el caracol. ¿Qué estaba mirando? Seguí sus ojos en dirección al techo, pero allí no me parecía distinguir nada que mereciese su atención. Claro que, trabajando en un sitio así, seguramente resultase difícil dar con algo con lo que distraerse.

Tras comprobar que el banco que había dispuesto no se encontraba también repleto de babas —lo que, afortunadamente, parecía cumplirse—, me senté. El crujido de la madera me recibió, así como un intento del asiento de ceder y dejarme caer de espaldas. Alcancé a inclinar mi peso hacia delante en el último momento, liberando la pata trasera del taburete de su carga para permitir que viviese al menos un día más. Y allí me quedé, sentado en un taburete pero con la misma sensación que experimentaba al sentarme en la taza del inodoro.

¿Y ahora qué? El tipo seguía mirando el techo y el molusco dormitaba frente a mí. ¿El animal trabajaba solo y él era un mero espectador o se suponía que debía activarlo de algún modo? Una serie de largos segundos pasaron sin que nada sucediese. Las piernas empezaron a arderme de mantener la posición, así que me presté a llamar la atención de alguno de los dos con un carraspeo.

Fue entonces, justo cuando iba a hacerlo, que el flash saltó y se capturó la imagen. ¿Ojos cerrados? Seguramente, pero el sujeto parecía no haberse dado cuenta de que en teoría la foro ya se había hecho. No se había dado cuenta o pasaba de todo olímpicamente, siendo mucho más probable esto último bajo mi punto de vista.

—¿Ha salido bien? —inquirí al ver que no me decía nada tras la desaparición del flash—. Mi nombre es Atlas, por cierto —añadí para intentar dotar a la conversación, aunque pintase breve, de un tono cordial—. No tiene que haber demasiado jaleo por aquí, ¿no?

Como si hubiesen estado esperando el inicio de la conversación, unos nudillos apresurados llamaron a la puerta después de que me callase. Al otro lado, una voz metía prisa para que saliese cuanto antes porque, al parecer, había más gente esperando y tenían cosas importantes que hacer. Tenía entendido que los marines de Isla Kilombo eran de lo más disciplinados. De hecho, juraría que hacía no demasiado tiempo les habían concedido una condecoración grupal a la excelencia o algo así, aunque no lo tenía del todo claro. Aquella persona no debía haber formado parte de aquel acto, desde luego, porque el tono irritante y agudo de su voz únicamente generaba ganas de estrellarle el caparazón del molusco en la cabeza.
#3
Kensington Edaddepiedra
Kenz Edaddepiedra
Definitivamente una 85, o quizás una 90. La copa era más difícil de sacar, pero se las veía generosas y con buena caída. El pezón izquierdo parecía moverse porque una mosca estaba pasando justo por delante de la mancha de humedad fastidiándole la ilusión. Estaba claro que no podía tener ni un momento.

Kenz se dio la vuelta en la silla y miró con desinterés al marine. Quería una foto. Oooook. Y se ve que también cháchara. Geniaaal. Y se llamaba Atlas. Kenz tarareó su nombre acompañado por un par de notas que la guitarra rota tuvo a bien concederle, todo ello sin terminar de abrir los ojos del todo siquiera.

De haber sido por él habría seguido en esa especie de estado de limbo en el que, si bien la mañana no se aceleraba, al menos le importaba todo un pimiento. Pero, claro, ser Kenz implicaba que a todo y todos les gustase darle de vez en cuando una patada en el culo.

-¡¿Dónde está ese maldito vago?! -gritaba alguien con una voz de soplillo tristemente conocida.

Kenz se incorporó de golpe como si alguien hubiese dejado caer en su regazo una granada de mano. Escondió la guitarra bajo la mesa y apartó de un manotazo el castillo de naipes a medio montar del que se había aburrido hacía rato. Miró a su alrededor, consciente de que no tenía tiempo de recoger todos los avioncitos de papel, pero no le quedó otra que intentarlo. La papelera no sabía ni dónde estaba, así que los fue cogiendo a puñados y trató de metérselos al caracol en la boca.

La puerta se abrió de un empujón. Kenz se giró, se cuadró y, tras recoger su corbata del respaldo de la silla y ponérsela de aquella manera, se cuadró otra vez.

-¡Usted! -exclamó su jefe. Embutido en su traje reglamentario, más negro, intimidante y planchado que el de Kenz, y con esa manía de llamarle siempre de usted, cada cosa que decía sonaba como una regañina-. ¡Edaddepiedra!

En realidad ese no era su verdadero apellido. Solo le apodaron así debido a sus orígenes e insistieron hasta que se le quedó tan pegado como un pantalón a un culo sudado.

-¡Señor! -exclamó Kenz a su vez.

-¿Puede explicarme esto? -El agente Tmms, cuyo nombre Kenz estaba seguro que no tenía vocales, le tendió una hoja de papel en la que aparecía un dibujo un poco burdo pero hecho con mucha entrega-. ¿Dónde está la fotografía de Bym el Bardo, eh? ¿Qué diantre es esto?

-Esto... Bueno, es que el caracol se despertó legañoso, ¿sabe? Y... bueno, hubo que improvisar. -Y además estuvo a punto de meter a Kenz en un bidón de aceite y dejarlo ahí, así que no le quedó más remedio que correr por su vida-. Pero ha quedado... ¿bien? -se atrevió a añadir.

-¡¿Bien?! ¡Va usted a volver de inmediato a terminar el encargo, ¿queda claro?

Cómo no, si había algo cierto en el mundo era que un horrible día de aburrido trabajo siempre puede empeorar. Nada como el riesgo de muerte para que uno aprecie las pequeñas molestias del abuso laboral.

El agente Tmms no le dejó responder. Se limitó a dejarle el mismo dossier que Kenz ya devolviera una vez con los datos del pirata Bym el Bardo y a lanzarle una mirada asesina como diciendo "Me da igual si le mata. Es usted prescindible, pero quiero la foto".

-Me da igual si le mata. Es usted prescindible, pero quiero la foto -dijo también en voz alta.

Y salió dando un portazo.

Kenz se quedó en un incómodo silencio compartido con el caracol y el feo de la última foto. Entonces vio que había salido con los ojos cerrados y casi se echa a reír.

-Vaya día de mierda para los dos.
#4
Atlas
Nowhere | Fénix
Pues sí que estaba tensa la cosa, sí. El tipo trajeado número dos —o mejor trajeado, como se le quisiera llamas— había entrado hecho un basilisco para sorprender al tipo trajeado número uno —peor trajeado— con las manos en la masa. Mejor dicho: le había pillado con la masa sin hacer, el horno apagado y echando una cabezada en el mostrador.

Allí sentado, asistí atónito a la bronca monumental que Mejor Trajeado le echó a Peor Trajeado, que, según parecía a raíz de cómo se estaba desarrollando la conversación, no había hecho demasiado bien su trabajo. Casi pude verme en él, intentando librarse de a saber qué molesto encargo, y a Shawn en Mejor Trajeado, persiguiéndome allí donde fuese necesario para arrastrarme de vuelta al cuartel y aplicarme el castigo apropiado.

Bueno, yo al menos intentaba disimular. Los aviones de papel, el molusco que se movía en la delgada línea entre el sueño y la vigilia y la foto... Por cierto, ¿y la foto? Me levanté de mi asiento con cautela, sin hacer ruido, para intentar verla desde lejos. Ojos cerrados, claro.

—Esa foto no me va a valer —dije distraídamente al tiempo que, habiendo salido ya Mejor Trajeado, me levantaba, cogía uno de los aviones de papel de la boca del caracol, lo desplegaba y se lo daba a Peor Trajeado por si rompía a llorar y se quería sonar los mocos—, pero me parece que no es el momento. ¿Dónde se supone que está ese Bym el Bardo?

No sabía quién era Bym el Bardo y, a decir verdad, me daba igual. Si el Gobierno Mundial quería con tanto ahínco una fotografía suya, interesarme por él en demasía sólo me podía traer problemas. No, más bien era una pregunta de cortesía con la que esperaba —seguramente en vano— que aquel tipo me hiciese una foto en condiciones para solucionar mi problemilla burocrático. No era tanto pedir en realidad, pero, como ocurre en la vida con todas las cosas que en teoría son sencillas, algo me decía que habría algún problema.

—Por cierto, vaya imbécil este tío, ¿no? —añadí en voz algo más baja mientras miraba a la puerta por la que se había marchado, que ya volvía a ser golpeada por alguien con prisa. Desde luego, daban ganas de darle una patada y que quien estuviese al otro lado quedase aplastado bajo la misma—. Y no te preocupes, creo que es más de mierda para ti que para mí —añadí, sopesando al mismo tiempo la posibilidad de que en realidad hubiese compartido su lamento con el caracol y no conmigo—. Estoy acostumbrado a que vengan a gritarme por cosas como ésta. Normalmente con que hagas algo mejor que lo que hiciste antes y que medio dé el pego es suficiente. A lo mejor puedes cazar de lejos ese Bym y ya está, ¿no?
#5
Kensington Edaddepiedra
Kenz Edaddepiedra
Kenz andaba un poco mosca por aquello de que iba a tener que abandonar su adorado y cómodo segundo empleo para ir a arriesgar su vida otra vez por una dichosa foto, así que le estaba costando incluso más de lo normal que la foto de aquel tipo le importase un huevo.

Mientras él le sacaba al enorme caracol los avioncitos de la boca, al menos los que no se había puesto a masticar perezosamente, a Kenz se le ocurrían un montón de formas poco ingeniosas pero muy efectivas de mandarlo a la mierda. Pero con alguien tenía que desahogar esa espiral de enfado que crecía alrededor de la angustia fría e indignada cociéndose en sus tripas.

-¡¿Que quién es Bym El Hijoputa Bardo?! ¡Solo es el tipo más peligroso que hay por aquí! -En realidad seguro que los había peores, pero tampoco iba a ponerse a hacer un ránking-. Al tipo le subieron la recompensa por matar a no sé cuánta gente sin razón y ahora me toca hacerle una foto nueva para un cartel nuevo!!

Había ido subiendo la voz hasta convertirla en un grito, pero era inevitable. A alguien había que gritarle, y no iba a ser a su superior, ¿no? Hasta unas lagrimitas de las que se habría reído en cualquier otra persona asomaban a sus ojos. 

-¿Y sabes por qué necesita un cartel nuevo? -preguntó sin esperar una respuesta- Porque el muy cabrón ¡¡se ha afeitado!! -exclamó al tiempo que volcaba la mesa. 

Más bien lo intentó, porque era un escritorio de los gordos y solo lo levantó un poco antes de que volviera a su sitio con estrépito. Tuvo que conformarse con tirar de un manotazo todo lo que había encima.

Iba a seguir despotricando, pero entonces pasó algo que hizo surgir entre Kenz y aquel desconocido al que gritaba a la cara la candorosa llama de la camaradería: insultó a su jefe.

-¿Verdad? Tú sí que me entiendes -dijo Kenz cogiéndole las manos con los ojos llorosos como si hubiese dado con un alma gemela-. Los jefes son lo peor. Intentaré hacer la foto lo más lejos que pueda, pero ese tipo tiene como un sexto sentido o algo. Siempre sabe dónde estoy. La última vez casi me mete en un bidón. 

No le apetecía mucho repetir aquello, así que esta vez, mientras recogía sus cosas, un caracol más pequeño, el maletín de accesorios y el cuchillito que no le gustaba usar, pensó que no le vendría mal tener de su parte a un montón de marines feos que...

¿Sus ojos acababan de convertirse en bombillitas? Probablemente, no, pero la idea que acababa de tener era tan buena que podría haber pasado.

-Es una pena que no vaya a poder hacerte una foto mejor para tu carnet -dejó caer-. Seguramente me maten, y aquí no tienen a nadie más de servicio. -Puso una mano en el hombro al rubio con ánimo fraternal y le miró con lástima bastante mal fingida-. No querría ser quien llevase esa foto con los ojos cerrados durante toda mi carrera... En fin, será mejor que me vaya yendo... A mi tumba... Solo...

Kenz abrió la puerta y se permitió un último y exagerado suspiro. Confiaba en que las piernas le temblasen menos de lo que a él le parecía.
#6
Atlas
Nowhere | Fénix
La estabilidad emocional brillaba por su ausencia en aquel sujeto. Del abatimiento tras la bronca de su jefe pasó a una ira desmedida centrada en mí y, acto seguido, a una suerte de búsqueda de complicidad cuando le dije lo que pensaba sobre la aparición de su jefe. El encuentro era una montaña rusa de sentimientos y actitudes a la que, la verdad, no sabía demasiado bien cómo reaccionar.

Peor Trajeado estaba tremendamente angustiado ante la perspectiva de siquiera tener que pensar en acercarse a Bym el Bardo de nuevo. Lentamente y con parsimonia —y sin molestarse en recoger mínimamente la habitación, todo fuera dicho— iba guardando sus pertenencias para disponerse a ir en busca de su objetivo. Lo hacía de una forma peculiar, algo así como el adolescente que quiere pedir algo pero no sabe cómo, o que busca generar en la otra persona una iniciativa para no ser él quien la pida.

Cuando alguien tenía esa actitud sólo podía inspirar dos cosas: ternura o exasperación. En mi caso era claramente la segunda. Si quería algo, podía pedirlo sin problemas en vez de jugar al adivina lo que quiero. No obstante, necesitaba algo de él y no podía marcharme hacia Rostock sin tenerlo. ¿Por qué no me haría esa maldita foto cuando me lo dijeron la primera vez? Todo hubiese sido mucho más sencillo.

—Si ese tipo es tan peligroso y siempre te encuentra necesitarás algo de ayuda, ¿no? —dije aun así, buscando que el fotógrafo dijese a las claras qué quería de mí.

Hablaba mientras continuaba sacando papeles de la boca del perezoso molusco que capturaba las imágenes, desplegándolos y dejándolos, mojados y pegajosos, encima de la mesa. Dejaría que el silencio se prolongase cuantos largos y pesados segundos fuese necesario, sin dejar en ningún momento de repetir mi maniobra de desatasco. No tenía demasiado claro que aquel tipo se fuese a incomodar y que, antes de quedarse sin cosas que guardar para su partida, se viese en la obligación de expresarse de forma abierta y clara. No, no las tenía todas conmigo, pero debía intentarlo.

Si por un casual su orgullo —o lo que fuese que le estaba llevando a actuar así— se imponía a su instinto de supervivencia y salía de la estancia sin solicitar mi ayuda, no tendría más remedio que ceder. En el momento en que su cuerpo se encontrase fuera le llamaría para que se detuviese y le propondría la posibilidad de acompañarle como una suerte de escolta. Él podría hacer su fotografía desde lejos. Si el tal Bym el Bardo le detectaba e iba a por él no me quedaría más remedio que intervenir para apoyarle, pero con algo de suerte eso no pasaría.

Maldita foto y maldita burocracia.
#7
Kensington Edaddepiedra
Kenz Edaddepiedra
Vaya tío más imperturbable. No daba el menor signo de haberse conmovido por la brillante actuación de Kenz. ¿De verdad no iba a hacer nada? ¿Pensaba dejarle ir solo a su más que probable muerte? Quizás es que le veía suficientemente fuerte como para enfrentarse solo a cualquier peligro. O tal vez solo fuese frío y malvado. Desde luego los marines eran escoria de la peor calaña.

Clavado en el umbral de la puerta, dedicó una quizás demasiado larga mirada de despedida al tal Atlas.

-Sí. Sí que necesitaré algo de ayuda -acordó Kenz. Y retomó el intenso silencio un poco más-. En fin, pues... Me voy.

No se fue.

Y nada, como una roca. Aquel tipo era duro, muy duro. Lo cual tal vez fuese una buena cualidad si conseguía convencerlo. Pero si tenía que pedirle ayuda, ¿no le haría eso quedar muy mal? No era nada molón. Y si las chicas de la base se enteraban seguro que afectaba a su reputación. No, eso jamás. Antes la muerte que mostrarse débil. Antes la muerte que... 

-Oh, por favor, ¿no puedes venir conmigo? -exclamó Kenz agarrando al tipo de los hombros y notando como unas lagrimillas brotaban de sus casi siempre muy varoniles ojos. La muerte, bien pensado, casi que parecía algo excesivo-. ¡Yo no sé pelear, solo hago fotos! Y ni siquiera me pagan mucho. ¿Sabes que les debo dinero? Y ahoda va madagme por edo.

Lo último que dijo se entendió bastante poco por culpa de su muy varonil llanto. 

Embutió entre los brazos de Atlas la carpeta con la información sobre el pirata y confió en que decidiera acompañarlo o, aún mejor, hacerse cargo de todo. Sí, eso sí que estaría bien, poder ponerse a su espalda mientras él guiaba y se ocupaba de lo peligroso. Pero tampoco es que pudiera pedir mucho.
#8
Atlas
Nowhere | Fénix
Era un poco como estar en el día de la marmota, ¿no? Eso o en punto en el que había un elefante gigantesco en la habitación, los dos mirábamos al animal y al otro al mismo tiempo, pero continuábamos en silencio en espera de que fuese el otro el que sacase el tema. Sí, tal vez la segunda descripción se adaptase más a lo que estaba sucediendo. Yo necesitaba una fotografía decente. Él no iba a hacer la fotografía hasta que tuviese una imagen adecuada de Bean el Cantautor o como se llamase. Él estaba aterrorizado ante la idea de tener que acercarse a él de nuevo. A mí no me importaba acompañarle. Él quería que le acompañase. ¿Por qué era tan difícil, cuando todo estaba tan claro?

Un silencio incómodo de demasiados segundos de duración siguió al reconocimiento de necesitar ayuda. ¿Dónde estaba la línea que convertía el orgullo en cabezonería? Delante de mí, por descontado, y la línea se apellidaba Edaddepiedra. Mi ofrecimiento se vino a producir justo en el momento en que al fin Peor Trajeado tuvo a bien romperse. Tal vez si no hubiese estado ocupado tragando mocos y hablando de forma que no fuese posible entenderle me hubiera escuchado, pero no fue el caso. En consecuencia, tuve que repetirlo procurando alzar un poco el tono de voz para imponerme aunque solo fuera un poco a su llanto.

—Iré contigo —confirmé de una vez por todas, devolviéndole la carpeta sin hacer siquiera el amago de abrirla. No me importaba acompañarle, por supuesto, incluso hacerle de escolta si es lo que esperaba de mí, pero hacer todo ese trabajo pesado de leer informes, elaborar informes en respuesta a los primeros, leer las respuesta a los informes elaborados y perpetuar el ciclo estaba muy lejos de mis pretensiones.

Si había algo que era necesario saber a toda costa me lo tendría que decir él, que para eso conocía ya los datos, ¿no? A decir verdad, no las tenía todas conmigo. De hecho, estaba bastante convencido de que, bien realmente ese dosier estaba vacío y no había información alguna en su interior, bien Edaddepiedra era tan poco propenso a leer informes como yo. ¿Podría el caracol haberse comido los documentos? Fuera como fuese, la decisión estaba tomada.

—¿Dónde dices que se puede encontrar a ese Bean? —pregunté al tiempo que abría la puerta y me dirigía al exterior del cuartel. No tenía demasiado tiempo, puesto que el resto de miembros de la brigada lo estaban preparando todo para el desplazamiento nocturno hasta el faro. Me habían dicho que en sí no era nada del otro mundo, pero que el tiempo que llevaba allí y el entorno en el que había sido construido le conferían cierto aire venerable. Algún tipo de espíritu o alma había que darle a uno de los emblemas de la isla, ¿no?

En cuanto pusimos un pie fuera media docena de personas se abalanzaron al interior, pero en cuanto descubrieron que el encargado de hacer las fotografías se iba comenzaron a protestar. Algo así como que "les haría la foto porque para eso pagaban sus impuestos y que, como su sueldo provenía de los mismos, eso les convertía en su jefe", en resumen. No había demasiado problema en que formasen un poco de escándalo, al menos para mí, aunque sí lo había en que comenzasen a obstaculizarnos el paso. No podía quitar a la fuerza a alguien de mi camino en un cuartel de la Marina, mucho menos si no era el mío. Por suerte, la respuesta para el "yo te pago tu sueldo" estaba inventada. Me detuve y le arrebaté la carpeta de los brazos a Edaddepiedra:

—¿Tienen cita? —inquirí, paseando la mirada de unos a otros. Aquellos que se sorprendieron por mi pregunta estaban descartados—: Aquí no se atiende a nadie sin cita previa por política del Gobierno Mundial, así que vayan al mostrador y pidan cita.

—Es que si pido cita me la dan para dentro de tres semanas.

—Pues ponga una hoja de reclamación para que traigan a más personal. Aquí no damos abasto.

Una vez hube despachado a los que no tenían cita, me dediqué a los que se suponía que sí la tenían, los cuales, ¡oh, sorpresa!, no aparecían en el listado de citados. Porque no había lista, básicamente. Simplemente estaba fingiendo buscar sus nombres en el interior de la carpeta que debía contener información sobre Wyrm, el Cantante.

—No, sus nombres no aparecen —concluí—. Vayan a recepción y pregunten. A veces pasa. Lo más seguro es que haya habido algún error informático y que no se les asignase la cita o que se hayan equivocado de día. Yo no puedo hacer nada.

Y habiendo dejado el tema resuelto y zanjado, le devolví la carpeta a Peor Trajeado y me encaminé hacia el exterior del cuartel del G-23 en Isla Kilombo. Lo malo era que, después de tanto jaleo, seguía sin saber dónde demonios teníamos que dirigirnos.

—¿Dónde se supone que tenemos que ir a buscar a ese tal Ming? —repetí.
#9


Salto de foro:


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