Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Común] De camino al baratie.
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn observó en silencio mientras Airgid sacaba el anillo y el resto del brazo de entre las fauces del pez. Su expresión apenas cambió al ver el miembro descompuesto, aunque en sus ojos brilló una mezcla de sorpresa y curiosidad. No era la primera vez que se encontraba con restos humanos en las profundidades del mar, pero ver un brazo, aún con el anillo intacto, era algo que no sucedía todos los días. Para él, aquello no era simplemente un hallazgo macabro, era un signo de las historias, muchas veces trágicas, que se ocultan bajo la superficie del océano. Por eso era necesario el abrazo de Nosha en su viaje. Algo en ese brazo parecía contar una historia de naufragio o batalla, fuera como fuera, alguien había perdido más que un simple anillo en aquellas aguas. Asradi, con su entusiasmo natural, se acercó para observar el anillo y el brazo sin mostrar asco, lo cual era algo de esperar en alguien con tanta afinidad por el mundo marino. Ella, siendo mitad sirena y mitad tiburón, no tenía los mismos escrúpulos que cualquier humano ante los restos de una posible víctima. Ragn sonrió ante la reacción de Airgid, quien a diferencia de Asradi no ocultaba su repulsión. “Qué puto asco” había dicho ella, mirando el brazo con el ceño fruncido, y aunque parecía medio en broma. El vikingo dejó que ambas discutieran sobre si el pez sería seguro para comer mientras él observaba el anillo y el brazo sin expresión alguna. Tomó la joya en sus manos y, aunque estaba desgastada por la sal y el tiempo en el mar, aún mantenía un grabado que apenas se distinguía entre la suciedad. Las letras eran arcaicas, pero Ragn había visto muchas inscripciones en su vida, y su instinto le decía que esta pertenecía a una nobleza o a un clan perdido en algún punto de los mares del sur.

Trilobetus Morian. — Dijo finalmente en voz baja, repitiendo el nombre del pez que había pronunciado antes con una claridad inusual para él. Sabía que esa criatura era extraña en aquellas aguas, aunque no era un gran pescador, su conocimiento del mar iba más allá de lo superficial. No era un pez común, y tampoco era la primera vez que había escuchado rumores sobre el Trilobetus. Este tipo de criatura solía rondar aguas donde las corrientes fuertes arrastraban restos de naufragios o de antiguos pecios sumergidos. Había historias de estos peces comiendo trozos de armaduras y joyas, como si coleccionaran los objetos de las almas que quedaban atrapadas en el fondo del océano. Ragn sonrió para sí mismo ante la idea de que quizás el mar guardaba sus propios tesoros, sus propios recuerdos, a través de criaturas como esta. — Quién llevarrr anillo, ya no estarrr con nosotrrros. Así que no imporrrtarrrr. — Comentó en voz alta, sus palabras resonando con esa gravedad y lentitud características suyas. Miró de reojo a Airgid, quien aún tenía la expresión de disgusto en el rostro. — Y no... No prrroblema con comerrr. — Agregó, calmando sus preocupaciones con una mueca de complicidad. Sin embargo, Ragn comprendía por qué Airgid dudaba, no era extraño que el temor a consumir algo que pudiera estar "contaminado" viniera de una reacción instintiva de supervivencia. Sin embargo ... Ragn era capaz de limpiar cualquier puto pescado sobre la tierra.

El vikingo comenzó a examinar el pez con más detenimiento, consciente de que aún quedaban misterios que desentrañar en aquella extraña criatura. La pregunta de Asradi sobre el sabor del Trilobetus le hizo sonreír, y mientras lo giraba con cuidado, observó las escamas de color cobrizo que reflejaban la luz del sol. Su carne probablemente tendría un sabor fuerte y mineral, era un espécimen robusto, diseñado por la naturaleza para resistir en aguas profundas y entre los escombros del mar. Aquella bestia habría visto muchos secretos sumergidos en su vida, y Ragn estaba seguro de que probar su carne sería una experiencia diferente a la de cualquier otro pescado. — Podrrríamos cossinarr con alga negrrra, algo de limón y un toque de...— Empezó a decir, pero se interrumpió a sí mismo, perdido momentáneamente en la idea de cómo prepararlo. Para Ragn, aquel pez no era solo una pieza más para el menú, era una oportunidad para rendir homenaje al océano y a la vida que existía en sus profundidades. Aquella carne era un tributo de los misterios marinos, y cocinarlos bien era, en cierta manera, una forma de respetar esos secretos. Aún con el pez entre sus manos, Ragn se dirigió hacia la improvisada cocina del barco. Aunque solo contaba con un fogón y una pequeña mesa de madera, había aprendido a hacer magia con pocos recursos. Mientras preparaba los utensilios necesarios, recordó las viejas recetas que su madre le había enseñado de niño, aquellas que combinaban la simpleza de los ingredientes marinos con la complejidad de los sabores. Ragn siempre había sentido una conexión con el mar, y cocinar criaturas como esa era, para él, una especie de rito sagrado. Aunque su vida había cambiado mucho desde entonces, aún llevaba consigo la esencia de esas tradiciones.

Mientras preparaba todo, escuchaba la conversación animada de sus compañeras. Asradi y Airgid seguían charlando sobre la peculiaridad del pez y sus dientes afilados. Al notar la admiración en los ojos de la sirena, Ragn se sintió complacido, sabía que Asradi veía al mar con una fascinación similar a la suya, aunque desde una perspectiva muy distinta. Para ella, cada criatura marina era un amigo potencial, un habitante de un mundo que conocía mucho mejor que ellos. Aunque también era consciente de que, como buena sirena tiburón, tenía la capacidad de consumir esas mismas criaturas sin ningún problema. Verla allí, con ese brillo en los ojos, le recordaba cuánto valoraba tenerla en el equipo. Mientras cortaba y preparaba el pescado con el cuidado que siempre ponía en sus platos, comenzó a pensar en la historia del anillo. Sabía que el océano guardaba muchos secretos y que, por cada pez extraño que salía a la superficie, existían cien más ocultos en las profundidades. La pieza, el anillo que había sacado del pez, aún estaba en su bolsillo. Algo en ese objeto resonaba con él, como si la joya fuera un eco de historias pasadas, de gente que había recorrido el mar y cuya historia ahora formaba parte de las aguas. De repente apareció Pepe, ladrando y pidiendo algo. Ragn le lanzó algo de pescado crudo, bien limpio. Tenía improvisada una cocina en el exterior. No todos estaban de acuerdo, ya que eso dejaba olores varios que no a todos gustaban, pero eso tenía trabajar la comida. También había una cocina interna, pero Ragn adoraba cocinar al aire libre.

Ragn observó el pez que tenía frente a él con una atención casi reverencial. Aunque no todos en el barco compartían su entusiasmo por la cocina al aire libre, donde los aromas de los ingredientes se mezclaban en el viento y llenaban el aire con sus olores crudos. Ragn lo prefería así. Sentía que cocinar en el exterior era una forma de rendir tributo al mar y al sol, y que los alimentos adquirían un carácter especial bajo el cielo abierto. Tenía una cocina improvisada en una esquina de la cubierta, un espacio que él y Asradi habían adaptado con herramientas básicas pero bien afiladas, un par de tablas de madera resistentes y algunas especias cuidadosamente guardadas en frascos de vidrio. El ambiente era ideal para preparar el trofeo que Airgid había capturado de manera tan sorprendente. Con manos firmes, tomó el Trilobetus Morian, ya inconsciente, y lo depositó sobre la tabla de cortar. El pez era robusto, con escamas de color cobre que brillaban débilmente bajo la luz del sol. Cada línea de su cuerpo estaba diseñada para resistir el ambiente hostil de las profundidades, y Ragn podía notar que aquellas escamas ofrecían una protección formidable. Con un gesto suave, desenvainó un cuchillo largo y afilado que tenía una hoja de acero inoxidable, pulido hasta el brillo. Era su herramienta favorita para cortar carne y pescado, aunque no tenía el lujo de un chef, había invertido tiempo en forjarla él mismo, ajustando su filo para que cortara sin esfuerzo. Ragn comenzó por sujetar firmemente la cabeza del pez, asegurándose de que el cuchillo estuviera en el ángulo adecuado. Con un movimiento fluido y seguro, deslizó el cuchillo desde detrás de la aleta pectoral, cortando sin titubeos hasta la base de la cola. El sonido del cuchillo cortando a través de la carne era limpio y preciso, sin desgarrar la piel, solo un susurro apenas perceptible mientras la hoja dividía el pescado en dos mitades perfectas. La primera parte era la piel, debajo de ella, la carne blanca se presentaba en un tono brillante y saludable. Con un movimiento igualmente certero, separó la cabeza y la dejó a un lado, aunque no con la intención de descartarla. En otra ocasión, podría utilizar esa parte para hacer un caldo, un tributo a todo lo que aquel pez había aportado en vida.

El siguiente paso fue quitar las vísceras. Aunque algunos encontrarían desagradable esta parte, para Ragn era fundamental. Con dedos precisos y movimientos rápidos, extrajo cuidadosamente las entrañas, apartándolas en un recipiente pequeño. Ya libre de las partes indeseables, la carne del Trilobetus estaba lista para ser fileteada. Ragn observó las dos mitades y decidió que este pescado en particular tenía una textura idónea para el crudo; era firme, y su color rosado indicaba frescura, con una textura ligeramente traslúcida que prometía un sabor a mar profundo e intenso. Lentamente, comenzó a cortar cada mitad en filetes. Para ello, colocó el cuchillo en un ángulo de quince grados, de modo que pudiera crear cortes finos y uniformes. La hoja del cuchillo se deslizó con una precisión tal que cada filete caía delicadamente sobre la tabla de cortar. La técnica de Ragn era refinada y meticulosa; cada corte estaba pensado para ofrecer a sus compañeras una experiencia visual y gustativa. Los filetes eran lo suficientemente delgados como para que cada uno capturara la esencia del pescado sin ser demasiado pesado, permitiendo que los sabores fluyeran de manera equilibrada. Colocó cada porción sobre un plato de madera, dispuesto de una forma atractiva y ordenada, creando casi una espiral de finos filetes que, con su brillo natural, reflejaban el esfuerzo puesto en cada movimiento. Con los filetes ya preparados, Ragn se dispuso a añadirles el toque final. Sacó una pequeña botella de aceite que él mismo había infusionado con hierbas y algas marinas, un secreto de su repertorio culinario que le daba a los platos un sutil toque salado y aromático. Vertió unas gotas con cuidado sobre cada filete, asegurándose de que el aceite potenciara el sabor natural del pescado sin sobrecargarlo. ¡Era un friki de la comida! A medida que el aceite se distribuía sobre la superficie del pescado, las finas láminas de carne comenzaban a relucir bajo el sol, dando al plato un aspecto aún más apetitoso.

A continuación, sacó uno de sus frascos de especias. Había preparado una mezcla especial para este tipo de pescados, una combinación de pimienta negra molida gruesa, un poco de sal marina, ralladura de limón seco y un toque de jengibre. Era una mezcla sencilla pero cuidadosamente balanceada para realzar el sabor del pescado y darle un toque de frescura que combinaba bien con el ambiente marítimo. Tomó una pizca y espolvoreó la mezcla sobre cada filete, asegurándose de que cada trozo tuviera una cantidad uniforme de especias. El contraste del negro de la pimienta y la ralladura dorada del limón contra el rosado del pescado añadía un detalle visual que hacía el plato aún más atractivo a la vista. Una vez que la comida estuvo listo, Ragn levantó el plato y dio un paso hacia Asradi y Airgid, quienes lo miraban con ojos expectantes seguramente. Ragn sonrió ligeramente al ver sus reacciones y colocó el plato entre ellas. — Lisssto. Estarr en su saborrr purrro. — Dijo con emoción, con ese acento gutural que le daba un toque de solemnidad a cada palabra.
#11
Asradi
Völva
A Asradi le hacían bastante gracia las reacciones de Airgid con respecto al pez que había atrapado de manera tan fortuita. Casualmente, sí, pero si era comestible, sería un buen banquete para los cuatro. Sobre todo si lo preparaba Ragn. Había descubierto, de manera muy agradable, que el vikingo grandullón tenía una excelsa mano para la cocina y ella pensaba disfrutar eso cada vez que pudiese. Ahora bien, el tema del dedo con un anillo sí que le hizo poner una mueca algo desagradable. Si tenía que morder y arrancar dedos, preferiblemente eran mejor que estuviesen enteros, en su mano y con su riego sanguíneo funcionando como tenía que ser. Al menos para su gusto, claro.

Si se puede comer, entonces es algo que deberíamos aprovechar. — Sugirió la pelinegra, mientras le daba una palmadita suave a Airgid en el hombro. — Es mejor eso que no tener nada. Y seguro que Ragn lo prepara divinamente.

La sonrisa en el rostro de la joven sirena se acrecentó un poco más, mientras también escuchaba barruntar a Ragnheidr sobre cómo podría cocinar esa cosa. Ella tenía un par de sugerencias pero prefería que fuese el de Elbaf el que les sorprendiese, como siempre. A decir verdad, Asradi lo disfrutaba, y mucho.

Hay algas negras secas en la bodega, son recolectadas de ayer. — Vamos, que todavía conservaban ese frescor y ese aroma que les era característicos. Vió de reojo como, efectivamente, el rubio ya iba a lo suyo, y decidió no molestarle.

Por otro lado, le guiñó un ojo a Airgid cuando se quedaron parcialmente a solas. Hacía una temporada que no hablaban las dos tranquilamente. Y quizás éste fuese un buen momento. O, al menos, para disfrutar de la compañía mutua.

Tiene buenos dientes, el pez digo, pero yo tengo más mala leche. — Bromeó, mientras se apoyaba en una de las barandillas de proa, entornando un poco los ojos debido a que justo el sol le daba casi en la cara. Pero estaba cómoda. Y estaba feliz.

Miró unos momentos a Airgid y, entonces, se le dibujó una sonrisa un poco más pillina. Ragn ya estaba en la mesa de trabajo y demás, preparando el pez. Ubben continuaba cantando o por otra zona parecía andar. La sirena miró de reojo un momento al de Elbaf y luego volvió a centrar su mirada en la rubia.

¿Y qué? ¿Cómo va lo vuestro? — Preguntó directamente, sin ningún tipo de recato. Ahora bien, intentando ser lo suficientemente discreta como para que Ragn no escuchase nada de aquello.

Dió un brinquito, solo lo suficiente como para poder sentarse en la misma barandilla, sujetándose y también equilibrándose con las manos apoyadas en la misma. La cola colgaba graciosamente, y desde ahí miraba a Airgid con una mezcla de curiosidad y expectación.
Minutos después, era el mismo Ragn quien aparecía con el platillo ya terminado de cocinar. A decir verdad, durante la conversación, quizás algo corta por la situación, que había mantenido con Airgid, podía ir apreciando los diferentes y deliciosos aromas mientras el pez era cocinado. La mirada azul de la sirena se posó, entonces, en el manjar que ahora le presentaban delante. La sonrisa se le amplió y los ojos le brillaron.

¡Tiene una pinta estupenda, Ragn! — No dudó en halagar, de manera sincera, aquel manjar que le estaban presentando.
Intercambió una breve mirada con Airgid y, ni corta ni perezosa, se separó un pedacito con los dedos y se lo llevó a la boca. Tras un par de segundos, Asradi parpadeó y, de repente, su mirada se iluminó.

¡Qué bueno está! ¡Es la primera vez que pruebo algo así! — Y, ni corta ni perezosa, robó otro pellizquito con los dedos.
#12
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Los tres observaron aquel anillo anclado a una mano inerte aparecer de entre las entrañas del animal con una mezcla de asco y curiosidad, algunos más asco que curiosidad, y viceversa. Airgid por un segundo se preguntó si aquella mujer seguiría viva, con un brazo y una joya menos, pero con vida. Pensó sobre cómo sería la vida con un brazo menos. Pues igual menos jodida que con una pierna menos. O puede que no, quizás era mejor tener las dos manos, así podía fabricarse una buena pierna. Típica pregunta sin respuesta. Entonces Ragnheidr se acercó al miembro amputado y tomó el anillo entre sus manos, observándolo, escuadriñando sus detalles y el brillo que aún conservaba. Al menos le confirmó que no habría problema alguno con comerlo, eso era una buena noticia. No parecía demasiado apetecible en ese momento, pero como Asradi mencionó, seguro que tras la mano milagrosa de Ragn, aquel pescado quedaría delicioso. La rubia contuvo un leve escalofrío, intentando quitarse de encima ese prejuicio sobre el sabor del pez. — Sí... qué hambre. — Comentó en un tono ligeramente irónico. Aunque no mentía, sí que tenía hambre. Solo esperaba que Ragn lo limpiara bien por dentro.

Pronto se apropió con dicha tarea, tomando al pez entre sus brazos y arrimándolo a la esquina de la cubierta donde tenía la cocina preparada, compartiendo en voz alta algunos de los ingredientes con los que lo cocinaría. Algo sobre unas algas, limón, y a saber qué más. Airgid no se imaginaba como podría quedar todo eso junto, pero confiaba en su sabiduría culinaria, y en su instinto, que muchas veces era incluso más importante que el conocimiento. Se acomodó en la barandilla, viendo cómo sacaba un enorme y afilado cuchillo de cocina y empezaba a destripar al pez. Qué eficiencia. A ella tampoco se le daba mal, muchas veces había cazado y limpiado animales por dentro, pero nunca algo tan grande y tan... viscoso. Rápidamente apartó la vista de la escena, centrándose mejor en su compañera, que también había tomado asiento junto a ella, en la barandilla de madera. — Ya ves, tú engañas, parece que no pero tienes un pronto... — Continuó su broma, soltando una carcajada. Asradi podía parecer inofensiva, con aquella cara de chica buena y su dulce y melodiosa voz, pero se enfadaba rápido y no dudaba en usar sus dientes si tenía que hacerlo.

La observó, sonriendo, disfrutando de los rayos del sol que calentaban su piel y liberaban reflejos dorados al chocar con sus mechones. Adoraba aquel calorcito del verano, siempre le había gustado aquella estación, y así, en medio del mar en calma, con el olor de la buena comida asándose, se sentía tan en paz. Tan tranquila... hasta que la pregunta de Asradi le hizo dar un brinco sobre su asiento, pillándola completamente por sorpresa. — ¿¡Qu-qué!? — Sin darse cuenta, se había puesto roja como un tomate. La sirena, en cambio, mostraba una expresión pilla, totalmente confiada. Joder, ¿era tan evidente? Puede que sí, puede que no se hubieran esforzado mucho por disimularlo... ¿querían siquiera? Tratando de calmar los nervios, se pasó una mano por la cabeza, acariciándose el pelo. — Ehm... esto... — Se moría de la vergüenza. No estaba muy acostumbrada a hablar de sus sentimientos, ¿era eso... una charla de chicas? — ¿Cómo lo sabes? — Preguntó, realmente intrigada, aunque no se quedó ahí. — Todo bien, ¿vale? Mejor que bien, incluso. — Parecía estar como a la defensiva, y es que realmente se le daba fatal hablar de ese tipo de cosas, pero no, no estaba molesta, ni enfadada, solo un poco abrumada. — ¡Lo hablamos luego, mejor! — Fue su excusa para salir del paso, y es que Ragn no estaba lejos, comenzando a acercarse hacia ellas.

Les acercaba un enorme plato a las dos, dejándolo en medio de ambas mujeres. Airgid seguía un poco roja, viéndole llegar, con aquella imponente figura. Una que tanto le gustaba. La comida olía genial, la rubia no podía creerse que aquello viniera del horrible pez que había "pescado" hacía unos minutos. Asradi fue la primera en abalanzarse a probarlo, tomando un pedazo de aquella carne blanca con los dedos y metiéndoselo en la boca. Airgid se quedó mirándola en silencio, esperando su veredicto. Tampoco tuvo que esperar mucho, enseguida se le dibujó una sonrisa en la cara, incluso los ojos se le iluminaron, halagando a Ragn y su habilidad en la cocina. Con toda la curiosidad del mundo, y a pesar de que el pescado no era su comida favorita, Airgid tomó un trozo e hizo lo propio, llevándoselo a la boca. Lo degustó unos segundos, estaba tierno, sin espina alguna, y con un sabor exquisito gracias a las especias que Ragn se había dedicado a ponerle por encima. Además, la propia carne del pescado era sabrosa, no era como ningún otro pez que hubiera probado antes. Enseguida entendió a lo que Asradi se había referido.

Una vez tragó, esbozó una sonrisa enorme, de oreja a oreja. — ¡Joder, está buenísimo! — Exclamó, con aquella bocaza que tenía. Fue capaz de ver por el rabillo del ojo, cómo Asradi no dejaba de pellizcar el plato, apropiándose de casi todo su contenido. Pero no dijo nada, solo sonrió y tomó un trocito nuevo. — Gracias, Ragni, hay tanta comía que tenemos para todo el viaje. Al final llegaremos al Baratie sin hambre y todo. — Bromeó, aunque en el fondo sabía que no era verdad. El Baratie era un restaurante marítimo, por mucho que comieran ahora, seguro que al momento de poner un pie sobre la cubierta de aquel barco se les abría el estómago de repente. Estaba deseando probar la cocina de aquel lugar, la verdad. — A tó esto, ¿cuál diríais que es vuestro plato favorito? Algo que podríais comer hasta reventar. — Les preguntó, con cierta curiosidad.
#13
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Entre halagos el hombre rubio se abrió camino. Casi nadie solía esperar que de aquellas manos capaces de apretar cabezas como si fueran pipas, amaneciera tal habilidad refinada con la comida, pero así era. — Serrr alimento especial. Este pess rarrramente poderrr verrr por este mar. — Claramente, la pronunciación de Ragn respecto a las "r" estaba mejorando, no alargando cada una de las que mencionaba. — Asi que tenerrr que aprrovechar. — Tomó uno de los trozos antes de que Asradi se los acabase y se lo lanzó a Pepe, que seguía la estela del vikingo como si fuera su putísimo padre. Pero no era su padre, si acaso su madre, ya que Ragn se dedicaba a peinarlo cuando se aburría. Eso es de madres. — ¿Estarrr bien? — Airgid tenía toda la cara como un tomate. No todo el mundo era apto para cualquier pescado, tenían un sabor tan fuerte que ver gente a la que afectaba negativamente no era tan extraño. Por suerte su color bajó a la misma velocidad que subió. El buccaneer le ofreció la mejor de sus rudas sonrisas.

La pregunta de la rubia sería una muy compleja de contestar. Ragn no tenía una comida preferida, si muchas en alta estima, sobre todo las que recordaba de la niñez, como todo el mundo. El vikingo aún podía recordar el que podría ser el aroma de su plato favorito, un guiso tradicional de Elbaf que su madre solía preparar en los días de invierno. Incluso ahora, cuando cerraba los ojos, el recuerdo de ese olor profundo y especiado inundaba sus sentidos, devolviéndolo a la calidez de su hogar. El guiso se preparaba lentamente en una olla de hierro tan grande que casi ocupaba la mitad del fogón, llenando la casa de un aroma terroso y reconfortante. Para Ragn, el momento más esperado era cuando su madre comenzaba a asar las enormes piezas de carne de jabalí, su crujiente piel dorándose al fuego, mientras se desprendía una grasa que chisporroteaba y se unía a un caldo espeso, lleno de raíces y tubérculos de Elbaf. Recordaba cómo ella añadía una mezcla de hierbas que solo crecía en las colinas cercanas, dándole un sabor ahumado que se le quedaba en el paladar durante horas. Ragn siempre intentaba robar un trozo de carne mientras su madre no miraba, aunque sabía que ella, con una sonrisa cómplice, fingía no darse cuenta. Aquel guiso no solo llenaba su estómago sino también su infancia. Cómo si no recordar aquel momento incluso años después.

Antes siquiera de poder responder, varias cosas caen sobre la cubierta del barco. Son rollos amarrados por cuerdas viejas. En total, unas veinte. Al mirar al cielo se pueden ver a varios pajarracos con bolsas en sus lomos. — Oh, notissiass. — Mencionó, con una sonrisa en el rostro. — Esperrrarrr que hablarrr de la valentía de Ragnheidrrr Grrrosdttir. ¡Liberrradorrr de Oykot! — Levantó la voz, contento. Al tomar aquellos papeles en la mano ya entendió que no eran noticias, que va. Muchos papeles, muy disgregados. Eran wanteds. Enseguida se percató de que algunos pertenecían a los revolucionarios con los que compartió aventura en la guerra. — ¡Ja! — Esbozó una sonrisa. — Aquí estarrr casi todo el mundo. — Pasó la hoja y se encontró con el wanted de Asradi. — ¡JIEJIEJIEJIE! — No se pudo contener. La imagen que tenía en el wanted era la del disfraz que usó para la boda de Tofun. Algún capullo había tomado una foto, quizás a sabiendas de que en un futuro sería un problema real. Pronto llegó a la de Airgid. — Hm, Mano bonita tenerrr buena foto. — Seguía riendo, solo que más bajo. Era obvio que todos alcanzarían un wanted curioso después de aquello.

Llegó hasta el suyo, pero no lo mostró, se lo guardó en un bolsillo rápidamente. Por algun motivo recordó viejos tiempos. Casi todos sus familiares eran portadores de wanted. En Elbaf aquello era motivo de orgullo, al menos en una época que Ragn recordaba con cariño. Salir a la mar y hacer que te respetaran formaba parte del camino de hacerse un hombre.
#14
Asradi
Völva
La reacción de Airgid fue todavía más decidora que cualquier cosa que la rubia pudiese haber dicho. ¿Qué como lo sabía? Bueno, en realidad Asradi no lo sabía a ciencia cierta, pero no era imbécil y solo había lanzado el anzuelo. La rubia había picado de pleno y ahora la sirena tenía una sonrisa muy divertida en el rostro.

A ver... No hay mucho que decir. A ti se te van los ojos a veces y Ragn no es, precisamente, discretito. — Mencionó muy quitada de la pena y todavía en voz baja, solo para Airgid concretamente. — Pero no te preocupes, mejor lo hablamos luego, como bien dices. — Intentó contener la carcajada que se le quería salir al ver a Airgid tan a la defensiva y de manera tan graciosa. Incluso se había sonrojado, ¡si es que era una dulzura! La conversación como tal terminó ahí, puesto que ya Ragnheidr se había acercado con el plato de pescado del cual, ahora, picoteaban.

Aunque Asradi no dijo absolutamente nada más sobre el tema, no pudo evitar echar una primera, y única, mirada alternativa entre ambos rubios. Se alegraba por ellos, de corazón, aunque tenía un poquito de envidia sana. Se acordaba, en momentos así, demasiado de Octojin. La sirena se mordisqueó el labio inferior ligeramente, un par de veces a penas. Le echaba de menos, mucho. Y esperaba que estuviese bien. Era fuerte, en todos lo sentidos. Lo estaría, confiaba ciegamente en el gyojin. Tales pensamientos fueron interrumpidos cuando Airgid preguntó por la comida favorita del de Elbaf y la suya.

Menuda preguntita... — Murmuró, pues había comidas y platos que le entusiasmaban mucho. Pero había un par, precisamente, que le evocaba viejos recuerdos. Esa nostalgia por el hogar del que había tenido que irse. Y eso se reflejó, sin poder evitarlo, en la mirada azul de la pelinegra. — Pero creo que me quedaría con un guiso de marisco que hacían las ancianas de mi clan. — Su abuela, concretamente. — Era una mezcla con mariscos y peces de la zona y algas muy bien cocinadas. Eso revitalizaba hasta a un muerto.

A medida que iba describiendo eso, se le iba también dibujando una pequeña sonrisa. Les echaba demasiado de menos. Y temía que algo les hubiese podido suceder como represalia por haberse escapado de él. Pero tenía que confiar en que estuviesen bien.

También el takoyaki, aunque esto es algo mucho más sencillo. — Sonrió finalmente. Y miró a Airgid. — ¿Cuál es el tuyo, Airgid? — Fue ahora ella quien le preguntó a la rubia.

De hecho, estaba esperando respuesta cuando algunos papeles enrollados comenzaron a caer del cielo. Uno le dió en la cabeza, rebotando hacia el suelo, aunque no fue algo doloroso, sino más bien sorpresivo.

¿Qué diantres...? — Murmuró mientras era Ragnheidr el que se adelantaba para desenrollar uno de los fajos. — ¿Es el periódico? ¿Hay noticias?

Se refería, sobre todo, a lo sucedido en Oykot, isla que ya habían dejado atrás después de haber ayudado al pueblo y a los balleneros. Lo que no se esperó fue que, de repente, el rubio se comenzase a reír según pasaba papeles. Espera, ¿eso eran Wanted?

¡Espera, espera, déjame ver! ¿De qué te ríes tant-...?

Asradi jamás terminó es frase.

Primero se puso blanca como el papel, con los ojos muy abiertos. ¡LE HABÍAN PUESTO UNA RECOMPENSA! No, eso tenía que ser un error, ella no... Bueno, a ver, sí. Después de todo lo que había sucedido en Oykot, ya se imaginaba que no iba a pasar desapercibido para el Gobierno. Pero... ¿Eso?

Y, acto seguido, la coloración de su rostro varió a un rojo tomatito muy gracioso.

¿¡Qué moluscos es esta foto!? — ¡Era el maldito disfraz de sushi! ¡Iba a matar a Ubben!

Bueno, Ubben no tenía la culpa de nada, solo le había recomendado lo del disfraz, nada más. Lo peor de todo, es que se notaba que estaba “excesivamente” feliz. ¿En qué momento le sacaron eso a traición? En la dichosa boda de Tofun, ¡es que no podía tener peor suerte!

Y yo que solo quería pasar desapercibida... — Lloriqueó al instante, “desinflándose” y murmurando tales palabras para sí misma. Era una sensación extraña, en realidad.

Por un lado era una mezcla de orgullo que no quería reconocer y, por el otro, el temor a ser reconocida. Hasta ahora había logrado esconderse bien y no llamar la atención del Gobierno o de los Dragones Celestiales. Pero... ¿Ahora?

Y ni tan siquiera es una foto decente. — Aunque, quizás, eso sí sirviese para que no la reconociesen. A lo mejor no era ni tan malo.
#15
Umibozu
El Naufragio
Día 29 de Verano del año 724 poco después de las ocho de la mañana,
East Blue.

Atrás quedaba el antiguo reino de Oykot, tanto en el espacio, como en el tiempo. A mi espalda se encontraba la actual isla de Oykot con más trabajo por delante del que jamás hubieran tenido. Tras haber derrocado el orden público, la reina había sido apresada y el control de la isla otorgado a Karina, la líder de los balleneros. Era una mujer de férreo y arrollador carácter, pero justa y lo más importantes, se preocupaba por su gente y sus intereses, no solo por su superioridad y privilegios. El tiempo en Oykot había sido mi primera misión como miembro del Ejército Revolucionario, pero había significado algo más. Había sido el inicio de una nueva etapa en mi vida. Un tiempo breve, pero intenso que había afianzado los lazos con el grupo con el que ahora viajaba. Los había conocido a todos en la boda de Tofun con su esposa octogenaria. No había hablado demasiado con ellos, ni había esperado que fueran parte de tan particular y pintoresco grupo de rebeldes. Una vez más, el mar había mostrado que sus corrientes son inescrutables y uno solo podía sino aceptar el lugar al que tuvieran a bien llevarte. Nunca era buena idea navegar contracorriente. Quién lo hacía, moría. Y sino que se lo dijeran a los salmones…

Viajaba siguiendo la estela de La Alborada, el barco insignia del grupo con el que habíamos llegado. Con él llegó la esperanza a Oykot y con él zarpó la injusticia. Desde el fondo marino miraba a la embarcación, como el custodio vigilaba a su protegido. Invisible, pero siempre presente. Prefería la profundidad a la superficie. Allí arriba todo era demasiado ruidoso y había demasiada gente y caos. Aquí abajo todo era más estable, más sereno, más yo. Además tras las largas jornadas de fiesta en Oykot después de nuestra arrolladora victoria me había quedado sin algas para fumar, así que necesitaba hacer de nuevo acopio de ellas y ponerlas a secar. El aroma de las algas del East Blue era particular. A decir verdad, cada lugar otorgaba una particularidad única en el aroma, sabor o densidad al humo de sus especies. Incluso aún siendo la misma, no sabía igual al paladar y a los pulmones. Las del East Blue tenían un punto salado que me gustaba. De todas, quizás mis preferidas fueran las algas pardas, pues además tenían un ligero sabor a tostado; seguramente gracias a sus pigmentos.

Disfrutaba de la soledad. Había pasado la mayor parte de mi vida así y, a diferencia de muchos, no me suponía ningún drama. Me permitía pensar y estar a solas conmigo mismo, cosa que no todo el mundo parecía ser capaz de hacer. Era una habilidad que se tenía que entrenar, pero que permitía forjar una fuerte voluntad, tenacidad y tener los objetivos claros. También ayudaba a procesar los cambios en tu vida, los voluntarios y los que el mar imponía. Sin embargo, también sabía apreciar las virtudes que tenían las ciudades, en especial las tabernas. También debía reconocer que con tan pintoresco grupo, me encontraba especialmente cómodo. A cada cual era más raro que el anterior y entre todos formábamos más un circo ambulante que un temible ejército. Desde el fondo vi que se acercaba una gaviota de las que repartían noticias. ¿Diría algo de Oykot? Y entonces se me ocurrió la idea. Me impulsé desde el fondo hasta la superficie, tratando de salir como el fiero depredador que era en ese momento. Mi intención no era otra sino que capturar al ave al vuelo y desayunármela. En apenas unos instantes, mi figura rompió la tranquila superficie marina, elevándome por encima de ella varios metros. Para hacerlo más divertido, traté de capturarla de un mordisco en lugar de capturarla con las manos. El ave, ágil y rápida en reflejos, consiguió esquivar el ataque por dos escamas. Notablemente aterrorizada, aumentó la velocidad y altura de vuelo, creyéndose así a salvo de los peligros marinos. En su huida dejó caer más carteles de esos que llevaba. Muchos más, de hecho, los cuales terminaron yendo al mar. No debía ser el primer intento de ser devorada, al fin y al cabo el mar tenía sus peligros y dudaba que fuera la primera vez que tenía un encuentro con una bestia marina, teniendo en cuenta que debía pasar gran parte del tiempo sobrevolando el mar. Al caer, una enorme ola golpeó a La Alborada, inundando por completo la cubierta con uno o dos palmos de agua. La embarcación que hasta el momento había navegado tranquila, ahora se zarandeaba de un lado al otro bajo los caprichos de las olas que golpeaban desde el lado. No había riesgo de que volcara, pero más de uno tendría que agarrarse o, como poco, hacer gala de un buen equilibrio si no quería acabar tumbado en el suelo de la cubierta o siendo parte del menú de los animales marinos. Tomé varios de los carteles como pude, todavía me costaba lidiar con objetos tamaño humano, y los acerqué mucho a la cara. ¡Eran carteles de recompensa!

Nadé hasta el barco. Seguramente me fuera a caer alguna bronca por parte de mis compañeros, pero me daba igual - ¿Habéis visto-lurk? – agité los carteles. Todos parecían tener un ejemplar de su cártel. Miré el mío y vi que se me había otorgado un apodo. El Naufragio. Me gustó. Me gustó mucho de hecho – Nanbasen Umibozu-lurk. 45.450.000 millones de berries-lurk. Ahora sí que voy a ser toda una pesca-lurk – reí a carcajadas. Y esa frase me dio una idea - ¡Eh, Rag-lurk! ¿Qué te apuestas a que soy capaz de pescar un pez más grande que tú-lurk? – provoqué mientras subía a la cubierta del barco, haciéndolo oscilar todavía más.

Resumen

#16
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn observó cómo el agua frente a La Alborada se agitaba con fuerza, formando olas que zarandeaban la cubierta. Fue entonces cuando, con un impulso poderoso, Umibozu, el gigantesco gyojin, emergió del mar en toda su inmensidad. La ola que siguió a su salto llenó la cubierta de agua salada, empapando a todos los que habían salido a ver la escena, y haciendo que el barco se inclinara y se balanceara con intensidad. El estruendo de la caída de Umibozu resonó como el golpe de un cañón, y las risas que lo acompañaban eran aún más estruendosas. Ragn, sin embargo, permaneció inmóvil en medio del caos. Con los brazos cruzados, su cuerpo macizo y equilibrado se mantuvo firme en la cubierta, desafiando el zarandeo del barco con una expresión de pura satisfacción. Una sonrisa amplia y auténtica le iluminaba el rostro. Ver a Umibozu salir del agua de esa forma y reír con tal fuerza le llenaba de alegría. A cada paso que Umibozu daba sobre la cubierta, Ragn sentía la madera del barco crujir y vibrar bajo sus pies, pero no pudo evitar pensar en lo impresionante que sería montarse sobre los hombros de aquel gigante y atravesar el mar a toda velocidad, con las olas estallando a su alrededor.

Cuando el gyojin agitó los carteles de recompensa, capturando la atención de todos y mostrando su apodo recién otorgado, "El Naufragio" Ragn no pudo evitar reír. El apodo era perfecto, y verlo emocionado le hacía sentir una camaradería aún mayor por aquel coloso marino. Sin embargo no se le quitaba de la cabeza la imagen que tendría para el mundo Asradi. Le encantaba la idea. La provocación del gyojin encendió el espíritu competitivo de Ragn. Sin dudar, le devolvió la mirada con una mezcla de seriedad y emoción. —Más rrecompensa. Más altura. Más peso. ¡Perrro no mejorrr pescadorr! —Contestó Ragn con tono burlón y una ceja levantada. Ragn descruzó los brazos, se acercó a Umibozu, y alzó una mano para estrechar la suya en señal de aceptación. Era extrañisimo, pero debía hacerlo. Normalmente ya se le hacía raro "saludar" con la mano a humanos que parecían tener una manita de estas que usas para rascarte la espalda. Seguramente para Umi sería igual con Ragn. La desproporción entre ellos era cómica, pero en lugar de amedrentarse, Ragn sostenía la mirada de Umibozu con la determinación de un verdadero guerrero. —Assepto el reto —Dijo desafiante, sin fallar en la pronunciación. Cada vez lo dominaba mejor.

Serrr grrran apodo. ¿Qué significarr? —Le preguntó, aunque pronto miró también a las chicas. Esa palabra "Naufragio" era la primera vez que la escuchaba. — Sonarrr con fuerrssa. No tanto, quissass, como "Strrormbrrreaker", perrro no estarrr mal. — Comentó con ironía, buscando picar al compañero.
#17


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