Hay rumores sobre…
... que existe un circuito termal en las Islas Gecko. Aunque también se dice que no es para todos los bolsillos.
[Común] ¿Qué hace una marine como tú en una revuelta como esta?
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
36 de Verano del año 724, Reino de Oykot, zona Este.

La solicitud de auxilio había llegado once días antes a las bases de la Marina próximas a Oykot; es decir, a aquellas ubicadas en el Mar del Este. La población, con colaboración de la Armada Revolucionaria, había iniciado una revuelta con el objetivo de descabezar la corona del reino y arrebatarle el control que ejercía sobre este al Gobierno Mundial. Por supuesto, se habían enviado efectivos del brazo armado para aplacar esta amenaza inminente, pero a la vista estaba que ni habían llegado a tiempo ni habían sido suficientes. El veinticinco de verano del año setecientos veinticuatro, los rebeldes tomaron posesión de Oykot con contundencia.

Para la L-42, estas noticias habían llegado en cuentagotas. La brigada había tenido que lidiar no solo con uno sino con dos ataques terroristas en Loguetown, cometidos por una banda criminal organizada que parecía tener sus miras puestas sobre la isla y el G-31. Después de esto, se habían encargado del traslado de Meethook y tuvo lugar un enfrentamiento con los Piratas Veganos, a cuyo capitán abatieron en combate. Cuando al fin quedaron libres de obligaciones, Oykot ya había caído. Aun así, como no podía ser de otro modo, decidieron en consenso entrar en escena y trasladarse hasta el reino con el objetivo de cerciorarse de cómo estaban las cosas allí tras la revuelta. Querían asegurarse de que los civiles no estuvieran en peligro, y tal vez informar a los mandos de la Marina de la situación con mayor detalle. Por supuesto, el atraso les impidió acudir al núcleo principal de la isla y tuvieron que tomar un desvío.

—Ya hay que ser desalmado —había sentenciado Camille alrededor de una hora después de llegar a la costa. Al parecer, Atlas y Octojin, que se adelantaron para explorar la zona y recabar información, se habían topado con un grupo de traficantes durante su paseo—. Aprovecharse de una situación como esta para sacar beneficio...

Soltó un suspiro cargado de frustración mientras terminaba de vestirse de paisana: apenas llevaba un top negro y un pantalón largo y marrón cuyas mangas terminaban en el interior de unas botas altas. Su odachi y una pequeña mochila con algunos víveres y el den den mushi por si la cosa se complicaba sería el único equipamiento que llevaría consigo.

—Saldré a echar un ojo también. No pretendo alejarme mucho, así que si ocurre algo inesperado llamadme.

Aquella región de la isla parecía haber pasado por dificultades ajenas a la revuelta, incluso antes de que el conflicto estallara. Se trataba de una zona humilde, donde la mayor parte de los edificios con los que se encontraba aquí y allá eran cabañas de pescadores, viviendas sencillas y pequeños mercados. Las noticias que les habían llegado a ellos eran que los terroristas habían acabado con la realeza y estaban imponiendo su control sobre la población civil, aunque había algo allí que no terminaba de encajar para Camille. Si había algún tipo de presencia militar por parte de la Armada, desde luego ella no la vio. Era como si no les preocupase lo más mínimo que aquellas personas pudieran volverse en su contra. «Supongo que han concentrado sus esfuerzos en la capital», terminó suponiendo. Si controlaban la zona Oeste, controlar el resto del reino sería coser y cantar.

Por suerte, parecía que el alzamiento no había causado estragos por allí. Los edificios estaban intactos y no había heridos —que pudieran verse a simple vista, al menos—. De hecho, la gente con la que se cruzaba parecía bastante tranquila con la situación. Si el conflicto se había desarrollado en la capital, las consecuencias de lo ocurrido no afectarían con tanta dureza a las regiones rurales. ¿Cómo irían las cosas en el Oeste? A Camille le habría gustado poder acercarse para averiguarlo, pero dudaba que fueran a poder quedarse allí lo suficiente. Eso sería trabajo de las agencias del Cipher Pol.

—Disculpe —llamó la atención de un humano que pasó a su lado, el cual se giró para mirarla con los ojos muy abiertos, echando la cabeza hacia atrás—. ¿Podría indicarme dónde puedo encontrar una taberna por aquí? Me gustaría comer algo.

Y no había mejor sitio donde enterarse de todo lo que estuviera ocurriendo, claro.

—Eh... Sí, claro. ¿Pero no deberías visitar un médico primero? Llevas dos cosas enormes ahí clavadas —le dijo mientras se señalaba la frente—. No lo dejes pasar, que parece chungo. De todos modos, tienes una justo por esa calle —y señaló hacia un lateral—. Ve por ahí y sigue el camino de tierra, moza. Hay un edificio algo más grande que el resto con un cartel. Se llama «el Ballenato». No es que vendan carne de ballena, pero el tío que la regenta se dedicaba a pescarlas en el North Blue. Supongo que es por nostalgia o algo de eso.

—De acuerdo... y no se preocupe, que son míos —le dijo con una sonrisa amable—. Gracias por su ayuda.

—¡A mandar! Si te hace falta algo pregunta por Will —Sería su nombre—. Mucho granuja suelto estos días.

Tras la breve conversación, la alférez de incógnito —no mucho— se encaminó hacia donde le había indicado Will, no tardando en dar con el sitio en cuestión. Era, efectivamente, algo más grande que las casas cercanas. Desde su interior se escuchaba un gran alboroto, lo típico que podría esperarse en una taberna, aunque esta era particularmente escandalosa para la hora que era. ¿Qué serían? ¿Las seis de la tarde?

En fin. Hay quienes empinan el codo desde bien temprano.
#1
Airgid Vanaidiam
Metalhead
De Kilombo, a Oykot, pasando por Baratie, hasta Motomami, y de vuelta a Oykot. ¿Y eso? Cualquiera pensaría que estaban volviendo sobre sus propios pasos, retrocediendo. Pero lo cierto es que apenas habían pasado tiempo en Oykot tras lo sucedido, y les habían llegado algunas noticias sobre todo lo que se estaba cociendo en la isla una vez el grupo de revolucionarios ayudó al pueblo a destronar a la monarquía. Karina, aquella tozuda pero leafl y fiel líder ballenera se había convertido en la nueva alcaldesa, tomando los mandos de la política; se había creado una nueva fuerza defensora constituída por civiles y destinados a proteger la isla, como si no quisieran depender ni de la marina ni del gobierno para poner las manazas sobre su territorio; y lo mejor de todo, les había llegado el rumor de que se había puesto en marcha la construcción de una estatua representativa de la escena frente al palacio. Los rumores eran solo eso, rumores. Pero Airgid se preguntaba si realmente aquello tenía algo de verdad. Ah, y también había escuchado algo sobre que Entrañas quería buscar a la reina... ni puta idea, intentaría enterarse de aquel plan más adelante.

La rubia se equipó por completo antes de poner rumbo a la ciudad, vistiéndose con uno de sus tops negros, de cuello alto pero sin mangas para lucir bien los brazos, junto con unos pantalones largos y anchos, con estampado de camuflaje verde y llenos de bolsillos por todos lados. También llevaba su habitual cinturón de herramientas, con más bolsillos todavía, y su mochila. Airgid siempre parecía que iba preparada para la puta guerra, fuera adonde fuera, con todos los bolsillos llenos a reventar de chatarra, la mochila hasta arriba de latas de refresco y demás útiles, y por si eso fuera poco, un puto bazooka y una minigun a la espalda.

Caminar por las calles de Oykot era... raro, demasiado raro. Normalmente la miraban mucho cuando iba por ahí, porque era una tía alta, rubia y guapa dando saltitos a la pata coja cargada como un tanque, una imagen ciertamente llamativa. Pero esa vez era diferente, las personas no la miraban con... asco, sino con algo de admiración la mayoría, cuchicheando entre ellos, pero no para mal. Uno podía darse cuenta de cuando hablaban mal de ella, ese tipo de cosas se notaban, y no era el caso. Ahora tenía que acostumbrarse a que entre los balleneros de Oykot, ella y su grupo eran más parecidos a héroes que a personas normales, como si hubieran salido de una historia de fábula. Había quienes discernían de aquella opinión, estaba claro, pero desde luego la sensación ya era lo suficientemente abrumadora como para hacer que la joven se sonrojase, sin saber si le gustaba o le incomodaba tanta atención positiva.

Decidió callejear un poco, alejarse de tantas miradas a las que no se sentía acostumbrada, hasta que pasó de casualidad por la entrada de una taberna. No había nada demasiado especial en ella, más allá de que era un local grande, pero fue un hombre que se encontraba en su entrada el que llamó su atención. Fumando un cigarrillo, como si estuviera haciendo tiempo mientras esperaba a que alguien apareciera. Airgid le vio antes de que él se fijase en ella, así que aprovechó dicha ventaja para tomar la lata de refresco que se acababa de ventilar entre pecho y espalda y lanzársela al joven en toda la cabeza. — ¿¡Qué cojon-!? — Gritó él, cortando su propia frase al darse cuenta de que se trataba de ella. — ¿¡Airi!? — La rubia le sonrió con pillería, se le había caído incluso el cigarro al suelo del susto que le había dado, y su expresión pasó del cabreo a una buena sonrisa. Ella salió corriendo a por él, lanzándole ahora un buen puñetazo al hombro. — ¡Garren! ¿¡Qué te cuentas, a quién esperas!? — Preguntó con entusiasmo, y con toda la naturalidad del mundo. — ¿Yo? Sí, eh, todo bien, ¿pero tú? ¿No os habíais ido? — Parece que había que ponerse un poco al día. — Seeeh... pero lo hemos pensao mejor, aún quedan cosas por hacer aquí. ¡No me has respondido, eh! — Insistió una vez más la rubia. El joven se trataba de uno de los balleneros a los que Airgid se acercó cuando trataba de conseguir información acerca de Karina. Fueron muchos, muchos hombres y mujeres los que al final, con aquella misión, acabó forjando buenos lazos de amistad y compañerismo. — Va, te invito a una cerveza y te cuento mejor. La verdad es que tienes razón, han pasado muchas cosas. — Airgid aceptó su oferta, y ambos se adentraron en aquella taberna llamada "el Ballenato".

Y ahí dentro se pegaron horas con la tontería, bebiendo, riendo, contándose las diferentes novedades que habían vivido. Al parecer, Garren había estado esperando a una chica que por lo que se intuía... le había dado calabazas. Y en cualquier otro momento puede que le hubiera afectado, a pesar de esa coraza dura de ballenero. Pero ahora mismo, había ahogado cualquier pena posible en alcohol y bromas, ya no solo con Airgid, sino con toda la taberna. El buen ambiente era generalizado, muchos reconocieron a la rubia y no dejaron de invitarla a bebida. Y ella, con su simpatía natural, les unía a la conversación. Parecía que la situación iba cambiando paulatinamente a mejor entre los trabajadores, solo con aquel buen humor se les notaba. Incluso un grupito se había animado y había comenzado a tocar algo de música. ¿Que era demasiado temprano para empezar a beber? ¿Quién dictaba esas normas de mierda?
#2
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
No tardó en plantarse frente a la entrada de El Ballenato que, como no podía ser de otra manera, le quedaba bastante pequeña. Tuvo que encogerse un poco e inclinar el cuerpo hacia delante mientras empujaba la puerta para acceder al interior. Agradeció una vez dentro que el local contase con dos plantas sin un techo de por medio, siendo el salón principal visible desde las escaleras y palcos que había en el segundo piso. Esto le permitía mantenerse erguida y ahorrarse unos buenos dolores de espalda más adelante, nada convenientes teniendo en cuenta la situación de la isla. Y hablando de eso...

—Esto no parece una isla recién invadida —musitó para sí misma, observando el ambiente festivo y distendido que se presentaba ante ella.

Como veníamos diciendo, era bastante temprano como para que se hubiera montado una fiesta al uso en un sitio como ese. Aun así, el local estaba repleto de gente que supuso que sería del propio pueblo, quizá con algún comerciante que estuviera de paso. Todos se encontraban bailando —erráticamente, eso sí—, canturreando —casi tan erráticamente como los otros— y riéndose. Un grupito se había puesto a tocar una alegre melodía que acompañaba los pasos de los clientes que ocupaban la improvisada pista de baile. Hombres, mujeres e incluso niños se movían de aquí para allá, agrupándose a lo largo y ancho de la sala. Estaban tan metidos en su celebración que muchos ni se dieron cuenta de la presencia de la oni.

—¡Pero no te quedes ahí, chiquilla! —le dijo una mujer que había aparecido a su lado de quién sabe dónde—. ¡Pídete algo y únete a la celebración! 

Le dio un par de palmadas en la espalda baja, tan alto como fue capaz de alcanzar con el brazo, antes de reincorporarse a la fiesta. Ni siquiera se había parado a reparar en su estatura, sus cuernos ni nada por el estilo. Tal vez fuera demasiado perjudicada como para darle importancia o, simplemente, no le importaba en lo más mínimo. Camille quiso quedarse con la segunda opción, aunque sintió que debía ser una mezcla de ambas.

Sin querer llevarle la contraria a la buena mujer, empezó a avanzar por la sala en dirección a la barra donde el tabernero andaba sirviendo jarras y copas a diestro y siniestro. Tuvo que dar un pequeño rodeo para no ponerse en medio y entorpecer los bailes. Mientras caminaba, no podía evitar darle vueltas a la información que les había llegado en el cuartel. El Gobierno Mundial se había asegurado de dejar claro que lo ocurrido en Oykot no era otra cosa más que un ataque terrorista; un golpe de estado que había perjudicado enormemente la buena vida de sus habitantes, que ahora se veían en la obligación de cumplir las maliciosas demandas de sus ocupantes. Bien sabía que el gobierno tendía a adornar la información en su propio beneficio, pero aquello era mucho más que «adornar». Ningún pueblo oprimido montaría semejante fiesta si realmente lo estuviera.

Cuando llegó a la barra, el muchacho que había tras ella que no dejaba de moverse de un lado para otro se quedó clavado en el suelo, mirándola desde abajo con una expresión de incredulidad y sorpresa.

—La madre que me... —Empezó a decir, o eso entendió Camille entre todo ese barullo. El tío se recompuso y le dedicó una sonrisa radiante—. ¡Bienvenida al Ballenato! ¿Qué te pongo? Si es la primera vez que vienes, que ya lo creo que sí, el Moby Dick es nuestra especialidad. Eso sí, igual acabas como esos de allí.

Hizo un gesto con la mano, señalando a uno de los tantos grupos que había por allí, entre los cuales podía verse a más de una persona bastante perjudicada. La alférez no pudo hacer otra cosa más que preguntarse si era lícito o siquiera prudente ponerse a beber en mitad de una misión de reconocimiento, pero supuso que llamaría mucho —más— la atención si no pasaba por el aro y se negaba. Además, dada su constitución, una única bebida no debería siquiera afectarle.

Sonrió un poco y volvió a mirar al tabernero.

—Pues que sea un Moby Dick entonces.

—¡Marchando!

Y se perdió por allí, pidiéndole a uno de sus compañeros que se pusiera a prepararlo mientras él iba a atender a otros clientes.

Camille aprovechó la pausa para volver a echar un vistazo por la sala, de una forma un poco más minuciosa ahora. Si había alguien allí que pudiera parecer un rebelde, desde luego que debía ser indistinguible con el resto de la clientela. Del mismo modo, todos parecían personas bastante normales; o al menos, tan normales como podía parecer uno en mitad de un jolgorio como ese. Sin embargo, de forma inevitable, su mirada terminó enfocándose en uno de los numerosos grupitos que se habían montado, concretamente en una mujer que parecía ser el foco. Estaba sentada, en una de las mesas, de modo que tan solo veía su tren superior. De cabellos rubios y aura animada, daba la impresión de ser el tipo de persona que querías cerca en un ambiente como ese. Pero no era nada de eso lo que había llamado la atención de la oni. Había... algo más. Algo que sentía tener en la punta de la lengua pero que no le sabía. Como si hubiera visto ese rostro en alguna parte. ¿Tal vez en las noticias? ¿Sería una de las rebeldes?

No estaba segura de sus suposiciones, pero necesitaba averiguarlo. Sin esperar su Moby Dick, Camille empezó a caminar en línea recta hacia su mesa. Estaba preparada para lo que pudiera pasar, algo que se reflejaba en el frío que había invadido su mirada. Necesitaba respuestas y quizá pudiera aprovechar el ambiente festivo para obtenerlas. Quería, al menos, confirmar quién era esa mujer, y tal vez llevársela para hacerle algunas preguntas en el barco si era una revolucionaria. Sin embargo, una voz se alzó por encima del gentío, gritando un nombre que detuvo en seco a la morena. 

—¡Airgid! —chillaba desde la barra alegremente—. ¡¿Te pido otra o qué?! ¡Vamos que me estoy meando!

Camille miró al tipejo por un momento, dándose la vuelta, y luego volvió a dirigir la mirada hacia la mujer de la mesa. El nombre resonó en su mente como un eco lejano, como si viniera de lo más profundo de su memoria. Sintió cómo un par de recuerdos le cruzaban la mente. Sin darse cuenta, había acabado acercándose y estaba de pie, al lado de su mesa.

—¿Airgid? —preguntó al aire, casi para sí misma más que para ella, con los ojos rojos muy abiertos y fijos en la rubia.
#3
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Las bebidas no dejaban de llegar. Entre las que se pedía ella y a las que la invitaban los balleneros, con la tontería llevaba ya un par de horas en la taberna empinando el codo. Por suerte, Airgid tenía bastante buena resistencia con el alcohol, y en una ocasión normal, aquel ritmo no le supondría ningún problema. Pero por algún motivo, estaba empezando a encontrarse un poco mal. ¿Igual se debía a la bebida que servían allí? ¿Sería la cerveza, que contaba con un ingrediente diferente e inusual? Al principio no lo había notado, pero ahora cada vez más se le estaba empezando a repetir. Así que bajó un poco el ritmo, aprovechando para pedirse también algo de comer con lo que acompañar la charleta tan animada que estaba teniendo con Garren y los demás balleneros que se acercaban a participar.

Charlaron un poco de todo, de temas más distendidos, más típicos del día a día, hasta la cuestión política de la isla, pasando por los asuntos más... amorosos, o calientes mejor dicho. Y es que Airgid se trataba de una joven bastante agraciada, que además era más maja que las pesetas, así que llamaba rápidamente la atención de los hombres allí presentes, sobre todo con la reputación que le precedía. Pero ella cortó rápidamente con la dinámina, soltando un sencillo "esta rubia ya tiene maromo". Frase que solo desencadenó aún más interés y preguntas, y es que a todo el mundo le gustaba un poco de cotilleo, de salseo. Airgid no dudó en compartir con ellos de quién se trataba, y claro, cómo no iban a conocerle. Fueron ellos dos los que más se enzarzaron contra el general Kudthrow frente a palacio, sin olvidar la inestimable ayuda de Asradi, la sirena. Así que ahí se generó durante un buen rato, una conversación la mar de entretenida y vergonzosa a partes iguales. Era curioso y resultaba agradable ver cómo la mayoría se alegraba por ambos, alguno soltó: "¡eso ya lo sabía yo! ¿No visteis cómo peleaban?", otro dijo: "así que era verdad... me dijeron que os vieron besandoos en una taberna". Qué vergüenza.

El caso es que su colega en un momento de la tarde, se alejó a la barra y desde ahí le gritó si le pedía otra cerveza. puro chillido, claro. — ¡Mejor no, que me encuentro un poco mal! ¡Pídeme una cola! — Qué raro, le estaban dando incluso... náuseas. Un escalofrío le recorrió la espalda mientras apartaba las patatas, por lo que sea, ahora no le apetecían para nada. O quizás aquel escalofrío se debía a una fría mirada que estaba recibiendo, y a la presencia que se le iba acercando cada vez más, hasta que resultó imposible de ignorar.

La rubia le devolvió la mirada a aquella gran mujer que se le había parado frente a la mesa. Le tomó unos segundo alcanzar a mirarle a la cara, y es que sí que era alta, la tía. Pero la verdad es que estaba acostumbrada a tratar con grandes tamaños. Aquel cabello oscuro, sus ojos rojos, su piel pálida... ¡esos cuernos! Airgid abrió los ojos con la misma intensidad que ella, observándola fijamente. Hasta que dijo su nombre en un tono interrogante. — ¿¡CAMILLE!? — Era imposible no reconocerla. Habían pasado los años, bastantes años, pero solo conocía a una persona con cuernos en todo el puto mundo, y estaba ahí, de nuevo frente a ella.

Sus movimientos fueron rápidos, dejándose llevar por la emoción del reencuentro. Se puso en pie y utilizó el magnetismo para en apenas un momento, tomar como referencia la espada que la morena llevaba en la cintura y atraérla hacia ella, a la vez que la misma rubia saltaba sobre la oni, y también sobre la mesa, tirando la gran mayoría de vasos y removiendo todos los platos con sus respectivas comidas. Se encontraron como si fueran dos imanes que chocaban el uno contra el otro. — ¡¡CAMIIIILLEEEEEEEE!! — Gritó como una loca, como una absoluta neurótica, mientras aprovechaba el salto para abrazarla y engancharse al GRAN cuerpo de la mujer como si se tratara de un koala. Joder, sí que había crecido, ¿qué diantes había comido? También se había puesto petadísima, lo notó enseguida. Airgid se aferró a su cuello con ambos brazos, con fuerza, incluso ahogándola un poco. Simplemente no se lo podía creer. Incluso se le pusieron los ojillos un poco llorosos, pero sin terminar de llorar, porque ella era una tía dura. — ¿¡Qué haces aquí!? ¡Estás enorme! ¡Y guapísima! ¡Y QUÉ MÚSCULOS! ¡¡CAMILLE NO ME LO CREO!! — Cada vez se emocionaba más y más, si alguien no la paraba, era capaz de pegarse gritando incluso horas.
#4
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Pudo ver cómo la expresión de la mujer fue cambiando, posiblemente parecido a la suya, a medida que la miraba y se fijaba en su rostro. De forma similar a los de ella, sus ojos del color de la miel se abrieron como platos mientras abría la boca como para decir algo. Tal vez los años hubieran pasado para ambas y distasen mucho de ser como antes; sus rostros y cuerpos habían madurado, quizá en su propio caso de una forma mucho más notable ahora que medía cerca de tres metros, pero lo que no había cambiado era el brillo que la rubia tenía en su mirada. Ese que recordaba como si nunca hubieran tenido que despedirse. Que gritara su nombre sirvió para despejar las casi nulas dudas que tenía, sacándole una sonrisa temblorosa. No pudo sino asentir ante su pregunta, muda de la sorpresa y sin sentirse capaz de articular palabra alguna sin que se le rompiera la voz.

Sus ojos se abrieron un poco más en cuanto notó el súbito tirón, sintiendo que su cadera se echaba hacia el frente como si alguien se la hubiera sujetado, con un impulso tan fuerte y repentino que no fue capaz de mantenerse en el sitio. Avanzó hacia Airgid como si una fuerza irresistible quisiera unirlas y, aunque confusa, abrió los brazos para recibir entre ellos a su amiga antes de que esta se estrellase contra ella. Su voz se alzó por encima incluso de la música, casi haciendo que le pitasen los oídos a la oni, pero en ese momento no era capaz de sentirlo como una molestia; el paso del tiempo se la había cambiado, pero llevaba demasiados años deseando volver a escuchar su voz.

Sintió cómo se agarraba a ella de todas las formas posibles, rodeándole el cuello con los brazos al tiempo que la morena correspondía el abrazo rodeándole la espalda por completo. Por unos instantes, todo y todos a su alrededor dejaron de existir para ella. Se vio entre las calles de Isla Kilombo, mucho más pequeña que ahora, con el bullicio de la gente a su alrededor y abrazada a su amiga de esa misma forma, como si nunca se hubieran tenido que separar. Como si hubieran seguido juntas todos esos años. Las preguntas le llegaban claras, aunque no se sentía casi con las fuerzas de responderle a todas ellas sin echarse a llorar como un bebé. Podía sentir cómo se le empañaban los ojos poco a poco y, aún abrazada, los cerró con fuerza para evitar que las lágrimas empezaran a caer por su rostro. Se había vuelto mucho más fuerte con el paso de los años, algo que su cuello estaba comprobando de primera mano, pero lo mismo podría decirse de la espalda de la rubia. Sin darse cuenta, llevada por la emoción, había empezado a apretar más y más, casi estrujándola contra ella.

—Airgid... —la llamó, apenas un susurro tembloroso. Tardó un par de segundos más en volver a hablar, esta vez a viva voz— ¡AIRGID! ¿DE VERDAD? ¿ERES TÚ DE VERDAD?

Ella no solía gritar o alzar la voz. Era el tipo de persona que casi siempre mantenía las formas e incluso se mostraba ligeramente apagada —salvo cuando se enfadaba, claro—, pero en aquella ocasión no había fuerza de voluntad ni autocontrol que pudiera refrenar la sacudida emocional que se había transmitido por todo su cuerpo. Sentía que, en cualquier momento, alguien le daría un pellizco y se despertaría del sueño, así que necesitaba que le respondiera. Con miedo, incluso se pellizcó su propio antebrazo para notar el dolor y asegurarse de que todo eso era real. Estaba enorme, aunque de alguna forma la recordaba más alta. Su estirón había sido bastante exagerado, así que era normal... pero raro al mismo tiempo. Su cuerpo era increíblemente esbelto, pero sobre todo se había vuelto fuerte. Joder, cómo apretaba la tía. ¿Apretar?

—¡AY! —Camille aflojó el abrazo, dándose cuenta en ese instante de lo mucho que estaba presionándola. Se separó lo justo y necesario para poder volver a mirarla a los ojos, aún sin soltarla—. L-lo siento... —Sonrió un poco. Qué demonios, sonrió muchísimo,  sintiendo que en cualquier momento no podría aguantarse y se echaría a llorar—. Te he... encontrado por fin.

Ni siquiera sabía decir en esos instantes cuánto tiempo había pasado desde que se separaron. Le había perdido la pista de un día para otro. En una de sus visitas, ella ya no estaba. Se había enterado de que había pasado algo gravísimo allí, que algunos de sus amigos habían muerto, pero le aseguraron que ella seguía viva. Simplemente... ya no estaba allí. Y ese mismo día se había prometido a sí misma que la encontraría. Sin pistas ni rastros que seguir, todo eso había llevado mucho tiempo. Demasiado. Pero allí estaba, frente a ella, y se aseguraría de no volver a perderla nunca.

—Me ha costado un poco. Te sigues escondiendo muy bien —Bromeó, soltándola solo de un brazo para secarse una lagrimilla que había estado a punto de caer—. Aunque no esperaba encontrarte aquí. Supongo que... sigues cerca de los líos. Yo... —se dio cuenta de que no podía revelar que ahora era Marine en mitad de tanta gente, menos aún cuando había tantas personas con las miradas puestas sobre ellas. Eso tendría que esperar—. Tan solo estoy de paso. ¿Tú vives aquí ahora? ¿Te ha ido todo bien? Es que no me lo creo. Estás increíble, y fuerte, y... muy rubia —ya no sabía ni lo que decía. Estiró los brazos agarrándola aún para dejarla suspendida en el aire, si es que le soltaba, tan solo para echarle un vistazo de arriba hacia abajo—. Estás... —Y fue entonces cuando lo vio. O, mejor dicho, cuando no lo vio. Su pierna no estaba, no se había dado cuenta de su ausencia hasta ese momento, pero ahora solo podía fijarse en eso. Subió la mirada alarmada, fija en los ojos ajenos. Su sonrisa borrada de un momento para otro—. ¿Qué te ha...?
#5
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Había ocasiones en las que la vida sorprendía de formas que nunca podrías llegar a imaginarte. Mientras la rubia se aferraba al abrazo de su amiga, a la que hacía años que no veía, la alegría era tan enorme que, inevitablemente, también aparecieron pensamientos más turbios. Últimamente llevaba una racha en la que solo le ocurrían cosas buenas, salir de Kilombo; encontrar un grupo de revolucionarios tan increíble; los nuevos poderes que había adquirido gracias a la fruta del diablo que consumió; su reencuentro con Ragnheidr; la victoria en Oykot... y ahora, también había vuelto a encontrarse con Camille. Una parte de ella no pudo evitar preguntarse cuándo acabaría todo eso, cuándo le llegaría la mala suerte. Aunque rápidamente descartó dichos pensamientos, los apartaría para otro momento, no para cuando acababa de abrazarse a su amiga de la infancia.

¡Claro que soy yo, boba! — Le respondió antes de arrancarse en carcajadas, acomodándose en el hombro de la morena, en lo bien que encajaban sus cuerpos así abrazados, de la misma forma que se abrazaban cuando eran pequeñas. Era como si el tiempo no hubiera pasado en absoluto. Camille fue de las pocas amigas, chicas, que había tenido en su infancia, casi siempre rodeada de tíos que eran más cerdos que personas los jodíos... también es que vivían todos en el bosque, entonces mucha decencia, por así decirlo, no había. Pero la cuestión es que Airgid nunca había tenido muchas amigas, Camille había sido muy importante para ella por ese mismo motivo, y también lo era Asradi, ahora. Puede que no lo parezca, pero hay cosas de las que solo puedes hablar con otra mujer, por mucho que los tíos sean majos y todo lo que quieras. Notó cómo el abrazo de Camille la apretaba cada vez más, algo que en un principio era reconfortante, estaba empezando a volverse un poco... asfixiante. Pero por suerte, la oni se dio cuenta rápido y la aflojó un poco, permitiéndole a la rubia el privilegio de respirar. Le pidió perdón, pero lo cierto es que no hacía falta.

¡Yo también te he buscao! — La revolucionaria no podía dejar de sonreír. Notaba las miradas de todos en la taberna, al principio aturdidos y sin entender muy bien lo que estaba ocurriendo, pero poco a poco volvían a su normalidad, a continuar tocando, bebiendo y riendo. Más de uno sabía lo que era volver a ver a un viejo amigo. — ¿En líos? Qué va, lo típico, lo mismo de siempre. — Respondió con un tono que evidenciaba que estaba mintiendo como una pécora, pero no lo ocultó, simplemente bromeó. Algunos de los balleneros cercanos intercambiaron risillas al escuchar aquello, cómplices de la broma, conscientes de lo que se había formado en Oykot era bastante más gordo que un simple "lío". — Nah, no vivo aquí, aunque es una isla increíble, pero he dejado Kilombo y ahora estoy de aquí pallá todo el rato, como tú, ¿cómo va eso de ser navegante? ¡A mi todo genial! ¡Buah, te tengo que presentar a los nuevos colegas que me he echao! Seguro que les caes de puta madre. ¡Y tú estás muy morena! ¡Y te han crecío los cuernos aún más! — Las dos se enzarzaron en un sinsentido de palabrarería, hablando rápido, intercambiando frases, respondiéndose pero sin orden alguno. Tenían mucho que contarse la una a la otra, y muy poca paciencia, al parecer.

Se sintió un poco como una niña pequeña, aún más, cuando Camille la suspendió en el aire, agarrándola por la cintura y elevándola con una facilidad a la que no estaba del todo acostumbrada, no por parte de ella, al menos. Aquel gesto solo evidenció aún más lo enorme que se había puesto su amiga, de altura y de músculo también. Al escuchar el cambio de tono de su voz y al ver hacia dónde dirigía su mirada, supo que era hora de dar algunas explicaciones. Se zafó del agarre de su amiga, aterrizando en el suelo. No había borrado su sonrisa, pero sí que ahora era más relajada. — ¡Ven, siéntate! ¿Has pedido ya? ¿Y mi cola light? — Preguntó mientras volvía a tomar sitio en la mesa y les dejaban las bebidas. — Pues a ver... tampoco es para tanto, no pongas esa cara. — Le pidió a su amiga, con una expresión amable, cálida, no quería que nadie se compadeciera de ella. — Tenía dieciséis cuando pasó, o sea, llevaba ya sin verte un tiempo. Y nada, no fue nada... — Estuvo a punto de prácticamente no contarle nada de lo sucedido, pero al mirar de nuevo a aquellos ojos enormes, rojos y afilados, supo que no podía hacer como cuando algún desconocido le preguntaba por el tema, ella era su amiga, se merecía una explicación mejor. Tomó aire. — Bueno, sí, unos piratas llegaron a Kilombo y empezaron a arrasarla, a saquearla, esas mierdas. Al principio pensamos no intervenir, dejarlo tó en manos de los marines, que para algo están, digo yo, ¿no? Pero... no, no estaba bien, la base de Kilombo no es muy grande, o no lo era en esa época, y la mayoría de hombres estaban fuera, pescando o comerciando, y joder, nos pusimos a pensar, ¿y si están robándole a Ruger, que siempre nos ha invitado a comer de todo? ¿Y si le han quemado la librería a Leo, que la conocemos de toda la vida y prácticamente nos enseñó a leer? Ya sabes, en aquellos tiempos yo vivía muy apartada de todos, del pueblo en sí, pero... seguía siendo nuestra puta isla la que estaban asaltando. Así que, al final fuimos a intervenir. — Le dio un trago a su refresco, recordando el momento, con la mirada algo perdida, haciendo memoria. A su alrededor, las demás voces habían perdido volumen, intensidad, muchos prestando atención al relato. — Yo iba con mi pistola, algunas bombas que había conseguido armar... y lo demás se cuenta solo. Teníamos un plan, pero me salí del guión cuando vi que estaban atacando a Billy, el frutero. Se me fue la olla y salí corriendo para ayudarle, con la mala suerte que acabé en fuego cruzado, que se le llama. Pam y pam. — Hizo el gesto de disparar una pistola con la diestra. — Dos balazos justo en la rodilla, desde direcciones opuestas. Me atendieron rápido, pero la tenía destrozada, así que poco se podía hacer más que amputar por encima, la iba a perder de todas maneras. Al menos pude cargarme al pirata cabrón antes de que me llevaran pa' la enfermería. Es gracioso, años después acabé montando mi tiendecita frente a la del frutero. Es un tío genial, y mira que odio la fruta de los huevos. — Más bien, era alérgica, pero aquello desembocó en odio muy rápido. Tomó de nuevo su refresco, percatándose ahora de que la habían escuchado más personas de lo que habría preferido en un principio. Qué más da. — ¡Pero ya ves! Estoy bien, así que no pasa nada, ya podemos dejar de hablar de m- — Fue entonces, cuando uno de los balleneros se acercó a ella en silencio, interrumpiéndola solo con su presencia. Con su jarra de cerveza en la mano, la cual aproximó al vaso de Airgid para brindar con ella. Le faltaba el otro brazo por completo, hasta el hombro, y le lanzó una mirada llena de respeto que la rubia no dudó en corresponder. — ¡Por la Libertadora de Oykot! — Proclamó, alzando su jarra y sumiendo a toda la taberna en un grito de guerra que le sacaron los colores a la rubia por completo. Por eso no le gustaba hablar de sus mierdas, qué vergüenza.
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