Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Autonarrada] [T1] El asalta bocadillos
Raiga Gin Ebra
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La luna brillaba sobre el East Blue, reflejándose en las tranquilas y calmadas aguas, cuando Raiga, tras una jornada agotadora de correr y desafiar a medio puerto, decidió que ya era hora de tomar una siesta… Pero su espalda no podía caer en cualquier sitio, claro ¡un macarra como él se merecía un lugar especial! Caminando por el muelle, encontró un pequeño bote de remos anclado.

El suave balanceo del agua simulaba una hamaca. ¿Hay algo más cómodo que una hamaca? Parecía que no había nadie alrededor, y el bote tenía el tamaño perfecto para una siesta. Sin pensarlo demasiado, se lanzó dentro, estiró su kimono, acomodó su cabeza en su esponjosa cola, se puso cómodo y tapó la zona donde iba a dormir con un par de barriles, dejándose entonces llevar por el sueño.

Lo que Raiga no sabía es que la corriente iba a jugarle una mala pasada. Con el pasar de las horas y bajo la suave danza de las olas, el bote se fue alejando del puerto, y para cuando Raiga abrió los ojos con un largo bostezo y la boca seca de tanto dormir… ¡ya no estaba en el mismo sitio! Frente a él, en el horizonte, había una pequeña isla desconocida. Se incorporó en el bote, tallándose los ojos y parpadeando, sin poder creerlo del todo.

—¡Vaya, vaya! —exclamó, con una sonrisa traviesa en su rostro mientras saltaba del bote al suelo arenoso de la playa.

Sin perder tiempo, el pequeño zorro se adentró en la isla con la habilidad de un veterano en la clandestinidad. Caminó entre arbustos y árboles hasta llegar a una loma que le permitió ver el otro lado de la isla. Lo que encontró fue algo que no esperaba: una pequeña villa… ¡Y un grupo de niños con mochilas! Raiga entrecerró los ojos con curiosidad y se relamió los labios mientras miraba la escena. ¿Había algo menos moral que robarle un caramelo a un niño? Probablemente no, pero tampoco había algo tan sencillo como aquello.

—¿Así que van al colegio, eh? —murmuró con una chispa de interés.

Por un momento, recordó sus días en las calles, cuando ver a otros niños con uniformes y mochilas le parecía algo sacado de otro mundo. Pijos con libros que no sabían nada de la vida. Pero claro, eso no iba a detenerlo de hacer de las suyas. Sin pensarlo mucho, y movido por el hambre, decidió acercarse sigilosamente a la fila de niños que se dirigía al colegio. Con su velocidad y astucia, se coló sin hacer ruido entre los arbustos cercanos a la puerta del edificio. Poco a poco iba estando cada vez más cerca, hasta el punto de estar a un palmo de ellos, oculto entre la poca vegetación cercana.

Con movimientos hábiles, Raiga se deslizó entre mochilas como un experto ladrón. Cada una de ellas contenía un tesoro diferente: bocadillos envueltos en tela, algunas con olores irresistibles que le hicieron rugir el estómago. Sin dudarlo, comenzó a deslizar las meriendas fuera de las mochilas, llenándose las manos con bocadillos de todo tipo. Un pan relleno de carne aquí, otro con queso allá… pronto sus brazos estaban llenos de manjares, y sus ojos brillaban con la anticipación de un banquete.

Con la misma destreza con la que había llegado, Raiga se deslizó hacia un rincón apartado del colegio y, sonriendo como un auténtico pillo, comenzó a devorar los bocadillos con una alegría desbordante. Saboreaba cada bocado, relamiéndose los labios y murmurando con satisfacción. Había pasado días sin comer, pero se habían visto recompensados con aquél premio en forma de bocadillos. Alguno incluso estaba caliente... Pobres niños.

—¡Si los críos supieran lo que se están perdiendo! —exclamó entre fuertes bocados.

Mientras se terminaba los bocadillos, observó desde su escondite cómo los niños comenzaban sus clases, apuntando cosas en sus cuadernos, concentrados y ajenos a la desaparición de sus meriendas. La escena le pareció divertida, y se quedó allí un rato más, con una sonrisa burlona en el rostro, sintiéndose como el rey de aquella isla. Había jugado con sus comidas y les había fastidiado el almuerzo. Aunque eso era lo de menos. Lo importante era que él mismo vería la reacción en sus ojos.

Finalmente, llegó la hora del recreo, y Raiga, aún escondido entre los arbustos, observó cómo los niños salían a sus mochilas y las abrían con ilusión. Uno a uno, fueron cayendo en cuenta de que sus bocadillos habían desaparecido. ¿Cómo era posible? Sus expresiones de desconcierto y sorpresa fueron como música para los oídos de Raiga, quien no pudo contener la risa en voz baja mientras se tapaba la boca con la pata derecha, intentando que no saliera ningún sonido a través de ella.

—¡Ah, estos no tienen idea de lo que es un verdadero ladrón! —susurró, mientras se palmeaba el estómago satisfecho— ¡Ya están en buenas manos… o mejor dicho, en una buena barriga!

Los niños comenzaron a mirarse entre ellos, preguntándose qué había ocurrido, pero Raiga ya había disfrutado de su pequeño festín y decidió retirarse antes de que alguien sospechara su presencia. ¿Se culparían unos a otros? ¿Tendrían dinero para comprar otro bocadillo? ¿O simplemente les daría igual? En cualquier caso, el mink sería el culpable del hambre en el colegio aquél día. Y si había suerte de muchos más. Los bocadillos eran tan sabrosos que le invitaban, directamente, a volver otro día a por más. ¿Repetirían sabores? ¿O tendrían un menú diario que cambiaría cada semana? Como era el mundo de los pijos.

Con pasos ligeros, el travieso mink se adentró de nuevo en el bosque, dispuesto a explorar el resto de la isla. Después de todo, la vida del gran Raiga estaba llena de aventuras, y este solo había sido el aperitivo. Y vaya apertivo...
#1
Moderadora Perona
Ghost Princess
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