¿Sabías que…?
... el Reino de Oykot ha estrenado su nueva central hidroeléctrica.
[Común] Sol, revolución y playa
Lemon Stone
MVP
Echó la puerta debajo de una patada.
 
El interior del restaurante olía bien, a carne bien curtida y especias caras. Todo estaba perfectamente ordenado, las mesas redondas apiladas en el centro y las cuadradas y rectangulares en las esquinas. En el extremo opuesto de la entrada principal había una plataforma un poco más elevada que el resto del piso, donde se levantaba una barra de madera con una vitrina repleta de destilados exóticos y cervezas extravagantes. Ya sabía cuál sería la primera víctima del restaurante, aunque la decisión no fue fácil. ¿Qué sería mejor en ese momento? ¿Asaltar las despensas y echarse cuanto pudiera a la boca para saciar su hambre, o reventar las vitrinas y beber hasta caer inconsciente? Ambas opciones parecían maravillosamente divertidas, ¿no?
 
Sin embargo, en vez de avanzar él primero pues no era el protagonista de la manifestación, permitió que los trabajadores irrumpiesen en el restaurante antes que nadie. ¿Servir a la mesa y tratar con un montón de imbéciles arribistas solo para que el dueño se quedase con las propinas? Oh, eso sí que era duro e injusto.
 
-Ese maldito panzón… ¿Cómo se atreve a insultarnos? ¡Y así en la cara sin ningún tipo de vergüenza! -se quejó Lemon, mientras sus compañeros de revuelta destrozaban el lugar en busca de dinero o de cualquier cosa de valor-. Además, tu cola es preciosa. Y me has salvado la vida, lo que te hace aún más maravillosa -comentó luego, guiñándole un ojo.
 
Caminó con pisada firme hasta detenerse frente a la barra. Le había prometido una buena cena a Aletas, pero como estaba todo tan desordenado dudaba que los cocineros fuesen a preparar algo solo para ellos. Saltó la barra y sonrió delante de la vitrina repleta de botellas caras, algunas de ellas con piedras preciosas incrustadas. Le dio un rápido y potente puñetazo a la vidriera, haciendo que estallara en cientos de diminutos fragmentos esquirlados.
 
-Bien, bien, pero ¿qué tenemos aquí? ¡Premio gordo! -anunció para él y extrajo una botella de medio litro. Brillaba más que todas las demás y tenía un par de esmeraldas incrustadas de manera tal que formaba una hebra perfectamente diseñada-. ¡Hey, Aletas! ¡Este licor de almendras dulces se ve exquisito! ¡Ven y tomemos un poco antes de que nos caiga la ley! ¡Jajaja!
 
Y como si sus palabras fuesen las protagonistas de una profecía, el dueño del restaurante entró acompañado de una decena de guardias vestidos de negro. Andaban con porras y zapatos con punta de fierro, pero un par de ellos iban armados con espadas.
 
-¡Háganlo! -ordenó el jefe máximo.
 
Uno de los guardaespaldas del panzón entró al interior del restaurante y se enfrentó a un grupo de manifestantes. Sin ninguna duda, desenvainó su katana y la blandió. Hubo una cacofonía de gritos al mismo tiempo que la sangre comenzaba a ensuciar el piso, el cuerpo aún caliente desplomado.
 
Por alguna razón, Lemon se había vuelto insensible a la muerte de desconocidos. Quizás por la traición de Ronny, quizás porque su mente no iba del todo bien. Así que no gritó ni hizo un escándalo, ni siquiera se enfadó al ver caer a su compañero de manifestación. Aun así, con toda aquella insensibilidad, con esa fría indiferencia, supo que debía actuar.
 
-Ahora sí que la has cagado, Panzas -anunció el revolucionario, tronando los huesos de las manos.
#21
Asradi
Völva
Gracias a un par de los trabajadores que conocían bien el lugar, éstes no tardaron en encontrar la oficinita que se encontraba cerca del almacén y de donde resguardaban los víveres. En dicha oficina donde estaba, al mismo tiempo, la caja fuerte del panzón y donde, seguramente, estuviese el dinero o las propinas ahí bien protegidas. Asradi sonrió levemente y dejó que fuesen los propios empleados los que se encargasen de llenarse los bolsillos y de repartir, equitativamente, lo que les pertenecía. También porque fue Caretas quien le llamó la atención un momento después.

No te preocupes, estoy bien. — Le sonrió a Lemon cuando éste intentó animarla. A decir verdad, sí le había afectado el apelativo que el hombre le había puesto o, más bien, el tono desdeñoso que había empleado, como si tan solo fuese un error de la naturaleza. Le dolía. Siempre le dolían esas cosas. No debería hacerlo viniendo de un completo desconocido, pero todavía había heridas que no se cerraban y que, por desgracia, continuaban abiertas y sangrando, metafóricamente hablando. — Pero gracias por tus palabras.

No añadió nada más al respecto, no quería ni preocupar a su camarada o estropear el momento revolucionario que estaban teniendo. Así que cuando Caretas se alejó para reventar, a puño limpio, una vidriera, la sirena no pareció espantada al respecto. Podía ser muy buena gente, podía querer defender al débil y que los oprimidos obtuviesen su tan ansiada libertad y libre albedrío. Pero no por ello era tan inocente de pensar que el mundo era sencillo o de color de rosa. No. Aquel tipo se estaba mereciendo todo lo que le estaba pasando.

Tendría que haber pensado bien antes y haber tratado mejor a sus empleados.

¿Te has lastimado la mano? — Era, de hecho, su compañero el que le preocupaba. Por muy grandullón y fuerte que fuese, los cristales podían habérsele clavado en la mano. Aunque aceptó el licor que le ofrecía. — Espero que no sea muy dulce...

Murmuró mientras aceptaba el trago que Caretas estaba sirviendo. Fue la primera en beber, de una sentada, el chupito. Y de inmediato se arrepintió.

¡Está terriblemente dulce! — Y ella no eran fan de bebidas o comidas con cierto grado de dulzor. Así que, simplemente, se giró hacia la vitrina, agarró otro tipo de licor y le dió un trago directamente de la botella. — Este está mejor.

Le guiñó un ojo a Caretas, con una media sonrisa plasmada en sus labios.

Además, ¿de qué ley hablas? Si hubiese ley, tendría que haber estado aquí mucho antes para regularizar la situación de los empleados. — Era eso lo que de verdad le indignaba.

Pero lo que le indignó más fue ver como, de repente, uno de los empleados era asesinado delante de sus narices por uno de los guardaespaldas del gordinflón. Los ojos de Asradi se entrecerraron de manera peligrosa. A ella sí no le gustaban esas cosas. Les sentía porque era empática. Y ese abuso de poder...

Era eso lo que la enervaba.

No sabes con quien te has metido, explotador. — No soportaba, de hecho, el ver cómo se tomaba la vida de una persona inocente de manera tan gratuita, solo por pensar que, simplemente, tenías derecho.

No solo Lemon se adelantó, sino que Asradi dejo la botella de un lado y se irguió sobre su cola, muy dispuesta a apoyar a Caretas.
#22
Lemon Stone
MVP
Uno de los guardias del dueño del restaurante cargó contra Lemon, una porra de medio metro y toda hecha de metal empuñada en su izquierda. Los movimientos del hombre eran lentos y predecibles por lo que el revolucionario ni siquiera tuvo que usar el poder de la Voz para reaccionar a tiempo.

Cogió el brazo izquierdo del guardia y apretó con fuerza titánica, causando que el hombre chillara de dolor y soltara el arma. A continuación, le propinó un poderoso cabezazo que le reventó la nariz. El tipo cayó al suelo, sangrando.

-Así que eres de los que usan a los demás para hacer el trabajo sucio, ¿eh? ¿Sabes cómo les llamamos a esos en mi tierra? ¡Malditos cobardes! -rugió Lemon, preparado para el contraataque.

No tenía claro si Aletas era buena peleando, no porque fuera revolucionaria significaba que sabía romper piernas y degollar cuellos, así que asumió que lo mejor sería que él se encargase de todo.

Rompió una de las mesas grandes y cogió dos grandes tablas, pesadas y acabadas en punta, para usarlas como armas. No se parecían al martillo que solía usar, mucho menos a las farolas que tanto le encantaban, pero supuso que servirían. Así, Lemon cargó hacia los oponentes con la adrenalina fluyendo por todo su cuerpo.

-¡Aquí viene! -anunció el que había matado al pobre manifestante.

El tipo blandió la espada con la misma destreza que antes, esperando que la hoja de metal cortase el pecho de Lemon y que este cayera de la misma forma que el protestante. Y algo así sucedió, más o menos. Lemon no esquivó ni bloqueó, no porque no hubiese visto llegar el katanazo, sino porque de alguna forma quería honrar la muerte de su compañero. Y no se le ocurría otra manera que sintiendo el dolor que debió haber sentido justo antes de morir. Era indiferente frente a la muerte, insensible frente al sufrimiento ajeno, pero no por ello era irrespetuoso ni piadoso con los que hacían daño a los demás.

-Espero que estés preparado para lo que viene -dijo Lemon, su rostro ensombrecido, su peculiar humor caricaturesco reemplazado por un semblante siniestro y perturbador-, porque te prometo que dolerá. Y mucho.

El guardia mantuvo la sorpresa un segundo, tan solo uno, y alzó la guardia para un segundo ataque. Antes de que pudiera hacer cualquier cosa, Lemon reventó la tabla contra el muslo derecho del guardaespaldas. El hombre aulló de dolor y cayó al piso, los huesos fragmentados rompieron la carne y emergieron a superficie. Con una brutalidad impropia de alguien con su sentido de humor, Lemon aplastó la otra pierna del guardia. Más huesos astillados, más gritos.

-Soy un hombre que cumple sus promesas y que poco perdona, más si mancillas el nombre de la Causa y atacas a sus emisarios -gruñó, sus ojos azules sobre la víctima.

Levantó el otro palo mientras el hombre suplicaba clemencia, interponiendo su brazo entre él y el agresor. Sin embargo, Lemon no tenía pensado escuchar súplicas ni perdonar a nadie. Dejó caer el arma con fuerza sobrehumana, rompiéndole el antebrazo y generando un estallido de astillas de madera y hueso. Otro grito.

-¿Acaso esto es lo que vale la vida de un joven trabajador? ¿Unos cuantos berries y ya? -preguntó a los guardias que retrocedían poco a poco frente a la ira de Lemon-. Este hijo de puta les paga y ustedes matan, ¿no? Dar muerte a alguien nunca es agradable, mucho menos satisfactorio, aunque el asesinato esté motivado por la venganza… No lo es. Así que les daré una oportunidad: entréguenme al jefe, llévense a este imbécil al hospital y váyanse de aquí.
#23
Asradi
Völva
Bueno, Caretas estaba dando un tremendo espectáculo. Generalmente, Asradi no aprobaría tanta violencia, pero es que aquellos tipos se lo habían buscado abiertamente. Mientras el enmascarado de la Revolución daba rienda suelta al enfado por la muerte de aquel inocente, la sirena entornó la mirada. No hubo ni un solo intento de detener a su compañero. Era como si tuviese la certeza de que no lo mataría. Y, si intentase hacerlo, ya le detendría ella de alguna manera.

A quien la sirena no perdió de vista fue la jefe, que continuaba berreando órdenes y exabruptos a los pobres guardaespaldas que, ahora mismo, miraban con impotencia y con una clara expresión de dudas y terror a Lemon, quien continuaba desahogándose de alguna manera con el pobre desgraciado que había pillado por banda. Asradi frunció ligeramente el ceño y solo se volvió para agarrar una de las botellas de alcohol que todavía permanecían enteras en aquella vitrina. Concretamente, la del licor de almendras que su camarada, antes, le había dado a probar y le había sabido asquerosamente dulce. Le dejaría el regustillo en la boca, pero valdría la pena. Generalmente, podría hacerlo sin alcohol, pero el haber bebido antes le había secado un poco la boca.

¡Ey, Panzudo! — La sirena llamó antes de dar un buen trago a aquel terrible licor. Para ella era malo, pero serviría para su cometido.

Cuando el abusador jefe se volvió hacia el “fenómeno con cola”, como la había llamado anterior mente, solo alcanzó a aullar, de repente, de dolor. Asradi ni tan siquiera lo había dudado. Haciendo gala de sus conocimientos del Jujutsu Gyojin, le había lanzado un par de escupitajos. Y no unos cualquiera.

La velocidad a la que, ahora, iban ese par de proyectiles de alcohol, eran dignos de cualquier tipo de bala disparada con un arma de fuego. Uno de ellos atravesó el hombro del gordinflotas, de lado a lado, y lo mismo el otro proyectil de alcohol en una de sus piernas. Habían sido dos disparos limpios que no habían tardado en provocar un buen sangrado. El tipo cayó de culo al suelo, temblando como una hoja y maldiciendo a la mujer.

¡Cogedla! ¡Quiero a ese maldito monstruo muerta! ¿¡Me habéis escuchado, idiotas!? — Clamaba y clamaba, mientras se llevaba la mano contraria al hombro que había sido herido.

Por su parte, los guardaespaldas ya no estaban tan seguros. Habían visto la furia del enmascarado y que no le había temblado la mano, para nada, en cuanto a castigar a uno de los suyos. Y tampoco querían enfrentarse con una sirena por muy jugosa que pudiese ser la venta de una de su especie. Visto lo visto, sus vidas valían más que todo aquello. Un par se miraron entre sí, miraron a la sirena, que tragaba el último sorbo de alcohol y se relamía los labios después de aquella demostración, y luego miraron al enmascarado.

No hizo falta nada más, agarraron a su compañero herido y salieron por patas, dejando a su jefe totalmente vendido. Definitivamente, aquel trabajo no valía la mísera paga que estaban recibiendo. El hombre de oronda barriga, tras increparles, se percató de que, efectivamente, ahora sí estaba en la mierda y a merced de aquel par de locos.

Asradi se acercó a Caretas y le puso una mano en el hombro.

Deberíamos dejar que los trabajadores se encarguen de él. Que llamen a la Marina o a quien sea y lo denuncien o algo. — Murmuró. Era su propuesta más pacífica en ese momento.
#24
Lemon Stone
MVP
Había causado una buena impresión, eso seguro. 

Luego de destrozarle las piernas y los brazos al hombre que asesinó a sangre fría al manifestante, el resto de guardaespaldas huyó del restaurante y abandonó a su suerte al empresario. ¿Debía darle una paliza? Después de todo, él era el culpable. De no ser por él, no habría ningún muerto ni tampoco un trabajador, que solo hacía su trabajo, completamente roto. Bueno, eso de hacer solo su trabajo... Quizás era un poco sádico, quizás tenía un dejo de asesino porque no había ninguna necesidad de matar a nadie. 

Sintió la mano de Aletas en su hombro, lo que le sorprendió porque juraba que Aletas era bajita y tierna, no un pescado de ochorrocientos metros. 

-No podemos permitir que esto quede en manos de la Marina -sentenció Lemon, tajante. Odiaba a los marines, no era un odio serio ni justificado, pero eran sus enemigos naturales. Cualquiera que estuviera del bando de los opresores era su enemigo-. Hemos liberado a esta isla de la tiranía de la Reina y la gente ha elegido a una nueva gobernante. Tenemos tres opciones, Aletas. Lo entregamos a la justicia local, lo llevamos a nuestra propia justicia que... Eh... Seguro que tenemos en algún lado, el mundo es grande, o le rompemos las piernas, los brazos y lo lanzamos al mar. 

La última opción sonaba un poco medieval, pero es que los violentos solo hablan el idioma de la violencia. Una parte de Lemon quería confiar en que el gobierno democrático de Karina haría lo correcto -romperle las piernas y los brazos y lanzarlo al mar como castigo-, y de paso evitaría tomar justicia por mano propia, que no era ningún tipo de justiciero, solo un libertador. Lemon "El Libertador" Stone, a que sonaba bien, ¿no? 

-Recuerda esto, Aletas: el Gobierno Mundial es nuestro enemigo y cualquiera que esté del lado de las Fuerzas Opresoras también lo es. Si no me crees, puedes echarle un vistazo al MANUAL. -Un montón de gente se giró a Lemon cuando gritó el nombre del libro sagrado, pero no le importó-. El único marine bueno es el marine convertido a la Armada. Estamos en una guerra constante, Aletas, y no podemos confiar en nuestro enemigo. En fin, me gustaría pie de limón de postre. ¿Comemos aquí o nos buscamos un lugar menos ruidoso?
#25
Asradi
Völva
Asradi miró al problema principal de todo aquello en lo que Caretas le relataba las tres opciones que se le ocurrían que podían hacer con ese tipo. De todas maneras, cuando su camarada revolucionario expresó su opinión sobre la Marina, la sirena se quedó brutalmente en silencio. En realidad, ella no estaba ni a favor ni en contra de ellos. No era la Marina la que había, literalmente, marcado sus vida, sus últimos años. Y, no solo eso, sino que tenía a alguien especial, alguien a quien quería, en dicho lugar. No era algo que le hubiesen confirmado, y era verdad que, cuando había dejado atrás a Octojin, él todavía iba a presentarse al reclutamiento. Pero confiaba en que lo hubiese conseguido.

Al final, la sirena suspiró de manera leve.

Es mejor que lo entreguemos a la justicia local. — Fue lo que propuso. Aunque, a decir verdad, lo de lanzarle al mar tampoco sonaba demasiado escabroso. No para ella en ese momento y después de lo que el tipo había hecho y le había llamado. O se había referido a ella. Pero era suficiente con entregarlo a Karina, quien ahora se ocupaba de la alcaldía de Oykot.

La sirena contempló en silencio como el resto de trabajadores no solo se encargaban de repartir las propinas que su explotador jefe les debía, sino también el dinero que tenía recolectado y guardado en una suerte de despacho en la parte trasera del restaurante.

Creo que aquí hemos terminado. — Mencionó con una suave sonrisa. — Y sé que el Gobierno es nuestro enemigo. Aunque a veces hay cosas peores que ellos... — No pudo evitar murmurar lo último, desviando un instante la mirada hacia un costado. Había heridas que no terminaban de cerrarse. Pero no era el momento, tampoco, de pensar en esas cosas. — Sea como sea, todo esto me ha abierto el apetito.

Ya Lemon estaba pidiendo un dulce que se le antojaba. Y luego miró al lugar cuando él se lo preguntó.

Busquemos otro lado, por ahora aquí tienen trabajo que hacer. Un par de botellas y algo para llevar e ir tomando de camino tampoco estaría mal. — Le sonrió, finalmente.
#26
Lemon Stone
MVP
Estaba de acuerdo con permitir que Karina se encargarse del usurero empresario que había sacado un buen tajo de las reducidas propinas de los empleados, aunque esa mujer no le agradaba demasiado. Había encerrado a su Reina, la había enviado a la mazmorra más oscura, húmeda y hedionda de la recién nombrada República Democrática de Oykot, y encima se negaba a reconocer el derecho legítimo de Lemon a obtener una buena parte de botín tras haber participado en la revuelta (esto se lo acaba de inventar, en realidad no es así, pero para él sí).
 
-¡Bien! ¡Dejemos que los ciudadanos libres del antiguo Reino de Oykot, ahora República Democrática de Oykot, se encarguen de este parásito del sistema! -finalizó con una sonrisa de par en par. Le hubiera gustado romperle las piernas y aplicar una buena dosis de violencia, pero ya había hecho suficiente.
 
Echó un vistazo a su alrededor. Había botellas rotas en el suelo, mesas quebradas, paredes manchadas con restos de comida… Todo era un caos, como a él le gustaba. Y, considerando lo bien que se le da cambiar los planes de un momento a otro, se le ocurrió una idea aún mejor que pasar a un restaurante a comer.
 
-Sí, busquemos otro lugar. Conozco un sitio que te encantará -aseguró el revolucionario.
 
Se acercó al dueño del restaurante, retenido por algunos de los trabajadores que habían terminado de reclamar sus justas propinas -y también un poco más-, y le requisó la chaqueta. Luego se dirigió a la cocina, buscó una serie de alimentos con los que podría preparar algo relativamente decente, recogió unas cuantas botellas de vino y utilizó la chaqueta del hombre como un morral.
 
-Hay cambio de planes: no iremos a ningún restaurante, solo necesito que me sigas.
 
A medida que caminaba hacia la salida, los empleados le agradecían por haberlos ayudado y también lamentaban la muerte de uno de los suyos. Lemon les aseguró que la llama de la rebeldía prevalecería en todo momento, y que la muerte del chico no fue en vano, que sería recordado como un héroe que luchó contra las inherentes Fuerzas Opresoras del sistema.
 
Dejó atrás el restaurante, esperando que Aletas le siguiera, y caminó por la playa. Ya estaba atardeciendo, el día había pasado endemoniadamente rápido por culpa de… Eh… Bueno, de nadar, golpear gente y romper cosas. Y tenía un hambre voraz. Escuchaba el vaivén de las olas, la recogida de los diminutos granos de arena y la espuma deshacerse poco a poco. A su alrededor, todo continuaba con la armonía propia de la naturaleza.
 
A poco más de cien metros divisó un roquerío. Había un montón de rocas negras y grandes, todas inclinadas hacia el interior de la isla que parecían cortadas por un gigantesco y perfecto cuchillo. Subir no sería complicado y, de hecho, había varias zonas planas en lo alto del roquerío.
 
-¡Es hora del picnic! ¡Jajaja! -dijo Lemon y comenzó a escalar las rocas, esperando que su aletada compañera pudiera hacer lo mismo sin problemas.
#27
Asradi
Völva
Bueno, había propuesto lo de irse a otro lado. Hasta ahi bien, pero cuando se fijó en las botellas que podrían aprovechar, resultaba que la mayoría estaban rotas y esparcidas por todo el caos y la trifulca que se había montado. Asradi suspiró ligeramente por ello. Aunque asintió a cuando Caretas proclamó que los empleados podrían encargarse de ese parásito. Era lo mejor, que ellos decidiesen o, en todo caso, Karina, que para algo había tomado ahora el mando de Oykot después de la revolución que habían ocasionado para apartar a la monarquía y devolver la dignidad y una vida a sus gentes.

La sirena le dió una palmadita en el costado al varón y asintió a su propuesta.

¿Debería fiarme de tus cambios de planes? — Sonrió de manera suave mientras dejaba que el más alto desvalijase algo en la cocina y usase la chaqueta del dueño del restaurante a modo de morral.

Habían sido, quizás, demasiado suaves con él. Asradi opinaba que se merecía cosas peores, pero prefería no entrar en ese juego ahora mismo. Básicamente porque ya los ánimos estaban bastante encendidos como para echar más leña al fuego. No quería provocar un incendio descontrolado, por así decirlo. La sirena sonrió ligeramente a los empleados que les daban las gracias en cuanto comenzaron a abandonar ellos dos el establecimiento. Era consciente de que habían ayudado, de que habían hecho un bien a esas personas. Pero ojalá no hubiesen tenido que llegar a tal punto.

Si quieres... — Comentó mientras seguía a Lemon, a graciosos saltitos, hasta lograr llegar a su altura y comenzar a caminar a su par, por así decirlo. — Puedo pescar algo para ese picnic. ¿O has encontrado algo interesante en la cocina? — Quiso saber. Quizás Caretas le pudiese dar alguna pista con respecto a lo que sea que se le estuviese pasando por la cabeza.

Regresaron a la playa, y al menos la sirena disfrutó de ese corto paseó por la orilla. El atardecer se cernía ya sobre ellos coloreando el cielo de sus tan característicos tonos rojizos y anaranjados, lo que le daba un aspecto mágico y tranquilizador a la escena. El paraje era totalmente idílico y, poco después, ante ellos se elevaba una especie de roquería. El que Caretas comenzase a escalar con cierta facilidad no le sorprendió mucho. Se veía un hombre fuerte.

Y ella también tenía una cola fuerte y áspera, capaz de resistir bien el roce con las rocas. Pero obviamente, Asradi no era tan ágil en tierra, mucho menos escalando, como podría serlo en el mar.

Menudo lugar has escogido. — Le regañó un poco.

Pudo subir las primeras con relativa facilidad, pudiendo apoyarse y descansar en las que eran más planas. Pero era obvio que no tenía la misma agilidad que alguien con piernas en tierra, por supuesto. Iba más lenta que Lemon, pero poco a poco iba consiguiendo subir en mayor o menor medida.

Al menos, hasta que el último grupo de rocas se le dificultó un poco. Era orgullosa, de eso no cabía duda. Y muy cabezona y terca cuando se lo proponía. Pero también era consciente de c uando sus limitaciones físicas le impedían seguir.

¿Me echas una mano? Están demasiado altas para mi. — Le costada admitir aquello, pero es que era más que obvio. Por suerte, era el último obstáculo antes de llegar a la cima.
#28


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