Hay rumores sobre…
... una plaga de ratas infectadas por un extraño virus en el Refugio de Goat.
[Común] Amazon en casa [Gavyn]
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Día 12 de Primavera del año 724.

El día amanecía luminoso en Isla Kilombo, con el cielo despejado y un calor suave que anticipaba la euforia de la celebración. Desde temprano, el bullicio se adueñaba de las calles empedradas, con vendedores que colocaban sus puestos y adornos que ondeaban al compás del viento. Las fragancias de especias, flores y madera quemada llenaban el aire, mientras los habitantes terminaban de preparar la plaza central para la esperada Fiesta del Cordero, la festividad más importante del año en la isla. Ragn, como si el ambiente festivo no lograra penetrar su mente, se encontraba solo en su apartamento. El pequeño espacio era funcional y sobrio, reflejo de su pragmatismo: una mesa robusta, una silla desgastada y una estantería llena de libros y mapas que acumulaban polvo. ¡Realmente ni era suyo! si no de Airgid, pero qué más daba eso ... A través de las persianas entreabiertas, los rayos del sol se filtraban, dibujando líneas doradas sobre el suelo de madera. Ajustándose la mochila de cuero que siempre lo acompañaba, Ragn salió por la puerta sin mirar atrás. No llevaba prisa, pero tampoco se permitió detenerse. Bajó las estrechas escaleras del edificio y, al llegar a la calle, se vio envuelto en la actividad que comenzaba a inundarlo todo.

El centro de la isla, al que se dirigía, estaba a un corto paseo desde su hogar. Las calles eran un laberinto vivo: niños corrían con risas escandalosas, vecinos intercambiaban saludos cargados de entusiasmo y las carretillas se deslizaban torpemente entre la multitud, repletas de frutas, panes y decoraciones. El murmullo constante de conversaciones, regateos y música de fondo creaba una melodía caótica pero familiar. Ragn caminaba con pasos firmes, ignorando los saludos ocasionales de conocidos que se cruzaban en su camino. Su mente estaba en otro lugar, más allá de las festividades. En cada cruce revisaba instintivamente su reloj de muñeca, un viejo artefacto que, aunque mantenía su precisión, mostraba signos de uso continuo. Las manecillas avanzaban con la determinación inexorable del tiempo, y eso le recordaba que estaba por llegar a la hora acordada. El camino hacia el centro lo llevó por una cuesta suave, flanqueada por casas encaladas que brillaban bajo la luz del sol. Los tejados de terracota, decorados con macetas llenas de flores, contrastaban con el azul del cielo. Las banderolas multicolores cruzaban de lado a lado, ondeando como si saludaran a los transeúntes. Aunque el ambiente era vibrante, Ragn mantenía su expresión imperturbable, enfocado en cada paso.

Al alcanzar la plaza principal, el escenario cambió de inmediato. Los adoquines estaban llenos de mesas largas dispuestas para la fiesta comunitaria que se celebraría al caer la tarde. Las fuentes ornamentales, decoradas con mosaicos de vivos colores, ya empezaban a atraer a los primeros curiosos, mientras los músicos callejeros afinaban sus instrumentos en las esquinas. El olor a comida asada, mezclado con el dulzor del vino local, lo envolvió, pero no logró desviar su atención. El vikingo cruzó la plaza con movimientos calculados. Aunque sus ojos parecían dirigidos al frente, examinaban con detalle a las personas que pasaban cerca. No buscaba a nadie en particular, pero tampoco estaba dispuesto a bajar la guardia. En el centro, una terraza al aire libre le llamó la atención. Era un lugar estratégico, con una vista panorámica de la plaza y lo suficientemente apartado del bullicio como para mantener cierta privacidad. Elegir una mesa fue cuestión de instinto. Se decidió por una ubicada en la esquina, protegida por la sombra de un toldo que ondulaba suavemente con la brisa marina. El material de la mesa, madera gastada pero bien cuidada, transmitía una calidez que contrastaba con la frialdad de su propósito allí. Se sentó con la naturalidad de quien está acostumbrado a esperar, pero manteniendo una postura alerta, con la mochila cuidadosamente colocada a un lado.

Desde su asiento, observaba cómo la plaza cobraba vida. Las familias llegaban en grupos, cargadas con cestas de comida y bebidas, mientras los niños correteaban persiguiéndose entre las mesas. Los músicos ya comenzaban a tocar, y las notas de guitarras y tambores flotaban en el aire, acompañadas por el zumbido constante de conversaciones. Los colores vibrantes de los trajes tradicionales contrastaban con las sombras alargadas que proyectaba el sol al acercarse al mediodía. Ragn entrelazó los dedos sobre la mesa, mirando de reojo su reloj. Aún quedaban algunos minutos antes de la hora acordada, y decidió aprovechar ese tiempo para observar con más detenimiento.
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