Lance Turner
Shirogami
17-11-2024, 09:28 PM
(Última modificación: 18-11-2024, 12:16 AM por Lance Turner.
Razón: Corrección de fecha
)
Día 31 de verano, del año 724.
Isla Kilombo.
El sol comenzaba a despuntar en el horizonte, iluminando con tonos dorados el camino pavimentado que conectaba el pequeño hostal donde habíamos pasado la noche hasta el puerto de Kilombo. Caminaba junto a Juuken, mi fiel amigo, y segundo al mando, que como siempre, se mantenía curioso mirando a todos lados mientras caminábamos.
La noche en el hostal había sido un respiro necesario tras lo acontecido en los últimos días. Una cama decente, una comida caliente y, sobre todo, la oportunidad de planear los próximos pasos con claridad. Pero no podía evitar que mi mente volviera, de vez en cuando, a Shiro. Ese muchacho se había unido a nuestra tripulación con el entusiasmo de alguien que ve el mundo por primera vez. Sin embargo, hacía ya dos días que no sabíamos nada de él.
- ¿Se habría metido en algún lío? - Pensé algo nervioso, aunque algo en mi interior me decía que Shiro sabía cuidarse lo suficiente para no terminar en problemas graves. O eso esperaba.
Mientras avanzábamos, las calles comenzaban a llenarse de vida. Los primeros comerciantes abrían sus puestos, y los niños correteaban, a menudo más interesados en lo que podían robar que en lo que podían comprar. Fue uno de estos pequeños quien llamó nuestra atención. Una mujer de voz estridente reprendía a un niño que sostenía una manzana medio mordida, con sus ojos llenos de culpabilidad y recargados en lágrimas a punto de salir.
- ¿Cuántas veces te he dicho que no robes, Tomás? - Gritaba la mujer, agitando las manos como si con eso pudiera grabar mejor su lección en la cabeza del niño. - ¡Y encima, morderla antes de pagar! ¿Qué pensará la gente? ¿¡Que no te damos de comer bien en casa!?
Juuken y yo intercambiamos una mirada, riéndonos un poco sin llamar demasiado la atención mientras continuábamos nuestro camino.
- Bueno, al menos el chico sabe elegir fruta - Comenté encogiéndome de hombros, provocando una leve risa por parte de Juuken, esa que siempre aparecía cuando creía que decía algo más tonto que gracioso.
Más adelante, dos señoras mayores hablaban en voz baja, aunque no tanto como para que sus palabras no llegaran a nuestros oídos. Me detuve un momento para escuchar, curioso por naturaleza, mientras que fingía contemplan el producto fresco de una pescadería cercana.
- Dicen que alguien robó el postre del capitán de la marina, ¿Sabes? - Decía una de ellas, con tono conspiratorio. - El que su propia madre le había cocinado y enviado desde la otra punta del East Blue. Un pastel de manzana, si no me equivoco. ¡Imagínate la sinvergüencería!
- ¿Y lo peor? - Añadió la otra, acercándose más a su amiga. - ¡El ladrón dejó una nota! Decía: "Gracias, estaba delicioso."
No pude evitar reírme por lo bajo. Juuken me lanzó una mirada inquisitiva, casi riñiéndome por ello, pero sólo me encogí de hombros. Ante ello me sentí algo culpable y le miré sonriente.
- Perdón, perdóoon, no pude evitarlo. - Dije en un tono falso de lamento.
Finalmente, llegamos al puerto. La vista que se desplegaba ante nosotros era tan caótica como fascinante. Cajas y barriles eran descargados con rapidez, mientras otros eran cargados en barcos con destinos desconocidos. Los gritos de los trabajadores se mezclaban con el ruido de las olas y el canto de las gaviotas, creando ese ambiente único que sólo un puerto puede ofrecer. Los marineros discutían, los comerciantes regateaban, y los viajeros corrían de un lado a otro cargando sus equipajes como si el mundo se fuera a acabar en cualquier momento.
Fue entonces cuando algo llamó mi atención. En uno de los barcos, un grupo de hombres descargaba cajas con una velocidad y cantidad inusuales. No era raro ver actividad en un puerto, pero aquello era excesivo. Las cajas no dejaban de bajar, y no parecía haber un final a la vista.
- ¿Qué opinas, Juuken? - Le pregunté, señalando hacia el barco. - ¿Una mudanza urgente o alguien que no quiere que sepamos qué hay dentro de esas cajas?
- Creo que son demasiadas cajas, pero no estoy seguro... - Dijo Juuken limitándose a fruncir el ceño, observando la escena con atención.
Asentí, decidido a seguir observando por si algo más llamaba la atención. Y entonces la vi. En la cubierta de aquel barco, bajo una sombrilla que parecía tan elegante como fuera de lugar, estaba ella. Una mujer de piel tan clara que casi brillaba bajo el sol, con cabello negro como la noche y unas piernas largas que parecían desmentir cualquier ley de proporción. Pero lo que más destacaba era su mirada: intensa, penetrante, llena de una fría determinación que podía cortar más que una espada.
Por un momento, me quedé paralizado. No era simplemente su belleza lo que capturaba la atención, sino la forma en que se mantenía allí, observando todo con una calma casi inquietante. Era como si estuviera completamente al mando de la situación, incluso sin levantar un dedo.
- ¿Quién crees que es? - Pregunté, aunque no esperaba una respuesta de Juuken.
- Una mujer. - respondió, con su característico tono seco.
- Gracias Juuken, tenía dudas. - Le respondí con un tono burlesco de sarcasmo.
Reí tras ello, aunque no aparté la vista de ella. ¿Qué haría alguien como ella en un barco como ese? pensé. Era evidente que no era una trabajadora común, ni siquiera una pasajera más. Había algo en su porte, en la manera en que se movía, que gritaba que era alguien importante. Pero ¿quién?
Mientras la observaba, algo más me llamó la atención. A pesar de la cantidad de cajas y del caos que las rodeaba, ninguno de los trabajadores se acercaba demasiado a ella. Parecía haber una especie de barrera invisible que nadie se atrevía a cruzar. Incluso cuando algunos se acercaban para informarle algo, mantenían una distancia respetuosa, como si temieran molestarla.
- Definitivamente, aquí hay más de lo que parece - Pensé, mientras seguía observando. Juuken, como siempre, permaneció a mi lado, observando en silencio pero sin perder detalle. Sabía que él también notaba que algo no cuadraba.
Finalmente, decidí que era mejor no quedarse allí demasiado tiempo. A veces, la curiosidad podía meter a uno en más problemas de los que valía la pena. Pero antes de desviar la vista de aquella embarcación, no pude evitar echar una última mirada hacia aquel barco y la mujer que lo dominaba con su mera presencia. Había en ella algo inquietante, y me moría de ganas por descubrir qué era.