Daryl Kilgore
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17-11-2024, 10:29 PM
Había ocasiones en las que uno, como agente del Cipher Pol, tenía que meterse en asuntos que no le apetecían lo más mínimo. El mensaje que había recibido Daryl era escueto y críptico, cualquier otro lo habría simplemente ignorado, refugiándose en la idea de que el autor de dicha nota debía tratarse de un demente, o más sencillo, que se trataba de una tomadura de pelo. Él mismo estuvo a punto de ser uno de esos hombres, descartando por completo la posibilidad de darle algo de importancia a dicho mensaje. Pero por un momento, pensó en lo que habría hecho Irina en su lugar. Obviamente, tratar de averigüar de que se trataba todo ese misterio. Daryl no solía dejarse llevar por la curiosidad muchas veces, se le podía considerar un tío sencillo en ese sentido, pero sí que se dejaba llevar bastante por la opinión de la pelirroja. Por sus impresiones. Tsk, qué coñazo, al final tendría que acudir a la dichosa taberna y todo.
Se colocó ropa de paisano, con sus típicos pantalones negros con cinturón, botas y camiseta de aspecto militar y un par de guantes negros en ambas manos. Con la única diferencia de que aquella noche decidió colocarse algo más por encima, una capa negra con capucha que le ayudase a pasar algo más desapercibido, o a resultar lo suficientemente intimidante como para que nadie indebido se acercase a él. No, Daryl no era una persona demasiado sociable, y menos cuando tenía como objetivo adentrarse en un lugar como aquel, lleno de piratas, mercenarios, borrachos a los que les encantaba meterse en peleas por cualquier nimiedad. No es que él rechazase el combate, eso sería casi un insulto a su raza, pero sabía mantener la mente fría lo suficiente como para discernir e identificar cuál era un buen momento para una pelea, y cuál no lo era. Algo que le había costado años aprender. Y aunque iba con esa idea en la cabeza, colocó su espada tras su espalda, oculta en la capa. Uno nunca sabía a ciencia cierta cuándo tendría que hacer uso de sus habilidades más bélicas. Tampoco es como si normalmente se separara de su arma, no.
La nota indicaba que encontraría a aquel hombre de noche, así que mezclándose con las sombras de la ciudad, Daryl se desplazó rápidamente hacia la taberna en cuestión. La conocía, igual que casi toda la isla, fruto de los años que llevaba ya viviendo allí y visitándola con bastante frecuencia, por lo que no tardó en llegar y cruzar el umbral de la puerta. El techo ya era justo incluso para los humanos normales, así que un demonio como él de más de tres metros tenía que caminar con el cuello prácticamente girado. Una incomodidad de cojones. Antes de que nadie se fijara en él, se tomó la libertad de lanzar una mirada intimidante y de muy pocos amigos a todo el local en general, como una advertencia en forma de carta de presentación, y es que no estaba buscando problemas, pero tampoco dudaría en responder si fuera necesario. Se hizo paso hasta la barra, sentándose en uno de los asientos, adoptando por fin una postura más normal.
— Un vaso de agua. — Pidió el demonio, seguramente sorprendiendo al tabernero. Era bastante probable que fuera la primera vez que le pedían una bebida tan... insípida y desprovista de alcohol. Pero a Daryl no le importaba lo que pudiera pensar de él. Si algo tenía claro, es que había una gran diferencia entre aquella panda de borrachos, puteros y ludópatas. Y la diferencia empezaba por el estómago. A los pocos minutos, una entrada fuera de lo común llamó la atención de varios de los presentes, haciendo que Daryl también se girase inconscientemente. Se trataba de un hombre de blancos cabellos, apariencia veraniega y destilando esa actitud de quién cree ser dueño del mundo. Daryl observó por el rabillo del ojo cómo el hombre en cuestión se sentaba cerca suya, pidiéndose un ron y dejando un buen fajo de dinero en la mesa. El demonio sujetaba en su mano derecha, la cual había colocado sobre la barra, la nota que había recibido. Arrugada, leía sus letras de vez en cuando, preguntándose quién querría reunirse con él. Estaba claro que él no podría reconocer a alguien que no había visto, ¿pero sería el otro capaz de reconocerle a él? La expectación era una sensación que no le gustaba, no en aquel contexto. Lanzaba miradas furtivas al hombre de su costado, sin terminar de fiarse de su actitud, pendiente por si se le ocurría hacer algún movimiento extraño.