Volvían a Oykot después de las temperaturas húmedas de la selva de Momobami. La Alborada avanzaba tranquilamente a través del enorme mar azul que se desplegaba ante ellos. Asradi, ese día, se había levantado temprano para aprovechar las horas de luz. Durante las primeras dos horas, desde el amanecer, se había encerrado en su zona de trabajo para terminar de crear algunos antídotos nuevos con los que llevaba trabajando días atrás Pero luego se había motivado y había estado tomando notas y experimentando con otras cosas más peligrosas. Había conseguido veneno de pez globo, y ahora estaba intentando hacer mezclas menos éticas. Con un poco de suerte, y paciencia, pronto podría crear medicinas más potentes que mantuviesen a salvo a los suyos, cuando fuese necesario. Y, de paso, toxinas para quien quisiera tocarles las narices. Escuchó, en ese tiempo, también el sonido de pasos en el exterior. Por lo pesados que eran y la cadencia, supuso que era Ragn dirigiéndose a entrenar a cubierta, como solía hacer todas las mañanas. Luego otros más cortos, pero no menos activos o imponentes: Airgid. No les dió importancia, era la rutina de siempre, así que volvió a lo suyo durante el resto del día.
Asradi solo elevó ligeramente la vista, frotándose un tanto los ojos cuando decidió que ya era suficiente por ese día. Necesitaba destensar los músculos, así que se dirigió a cubierta y, en cuanto el sol del atardecer le dió en el cuerpo, de manera tan cálida y agradable, se desperezó estirando los brazos con una sonrisa. El día era perfecto. Y tenía hambre. Un aperitivo matutino no le vendría nada mal, así también dejaba fluir un poco la adrenalina en la caza. Aunque estaba habituándose, para bien, a las delicias culinarias del capitán del escuadrón. Pero una sirena nunca debía olvidar sus principios en ese sentido. Mucho menos una sirena tiburón. Con unos cuantos saltitos, se aproximó a la borda. No escuchó a Airgid corretear hacia el interior, con aparente urgencia, porque justo se había lanzado al agua con un chapoteo. Se dejó hundir unos cuantos metros, hasta que su cola comenzó a moverse con la fuerza que le caracterizaba debajo del agua. A lo lejos, no demasiado, vió al grandullón e imponente Umi, al cual le hizo una seña y le sonrió.
Incluso se atrevió a bucear un poco a su alrededor, antes de volver a alejarse, en un gesto casi juguetón. Un gesto que cambió de repente cuando tomó más distancia. Su mirada se afiló, poniéndose en fase depredador. Podía escuchar la algarabía de un cardumen de peces dirigiéndose hacia donde ellos estaban.
¡Comida a domicilio! Maravilloso.
Pero la sonrisa que se había dibujado en la faz de la sirena, se fue tan rápido como el cardumen de peces, enloquecido por algún motivo, se fue directamente contra el barco. Literalmente chocando contra el casco del mismo, lo que hizo que Asradi parpadease. Vale que había peces más idiotas que otros, pero... No hasta ese punto. Miró hacia La Alborada y vió como se tambaleaba debido al golpe.
— ¿Qué ha sido eso? — Murmuró medio para sí. — ¡Oye, esa mitad era mía! — Aunque protestó de inmediato cuando vió como Umibozu se zampaba, tan pancho, la gran mayoría de peces. Igual eso no era lo extraño. Por inercia Asradi se quedó mirando hacia la dirección en la que habían venido.
¿Los habría espantado algún otro depredador? Pero ahora mismo el más grande por la zona, que viese, era Umi. Y, aún así, era la primera vez que veía un comportamiento similar.