Kael, tu suspicacia te lleva a dudar de la situación desde el primer momento. Extiendes tu presencia por toda la tienda de artesanía, pero no pareces intuir ningún tipo de intención hostil en los presentes. Tampoco la percibes en la mujer que os ha hecho entrega de los sobres, aunque sí tienes claro enseguida que, al igual que sucede con vosotros, ninguno de los que están allí son personas normales y corrientes. Quien sea que ha organizado ese encuentro se ha asegurado de localizar e intentar llamar la atención de personas por encima de la media. ¿Qué demonios será eso que quieren transportar bajo tanto secreto y confidencialidad?
Sea como sea, te despides de Byron y te encaminas hacia tu destino: la estatua cercana a El Gymnasium. El camino que te lleva hasta la zona en cuestión se antoja igual de poco inspirador que el que te llevó hasta la tienda de artesanía. Continúa sin haber un alma en la calle. Vías que normalmente son transitadas por cientos y cientos de personas a lo largo de la jornada se muestran casi desérticas y los negocios, pese a estar abiertos, mantienen sus puertas cerradas a cal y canto para que el hollín no se apodere de todo.
No tardas en llegar a una plaza aledaña a El Gymnasium, ésa en la que descansa la estatua del capitán Livingstone. Tal vez no estés familiarizado con la historia de este célebre marine, pero bajo la misma hay una placa que conmemora su hazaña. Dicen que pereció como consecuencia de las heridas producidas en un combate contra un grupo pirata tremendamente poderoso que intentó arrasar Loguetown tiempo atrás. A saber cuánto hay de verdad y cuánto de leyenda. La representación del capitán le muestra con su inmaculado uniforme de gala, su característico florete en alto y un denso y poblado bigote que alcanza su barbilla sin llegar a cerrarse bajo el mentón.
—Dicen que era todo un héroe, la manifestación viva de todo lo que está bien en un supuesto garante del orden y la seguridad —dice entonces una voz a tu lado. Se trata de un tipo de lo más común, algo pasado de peso y con los ojos rasgados. No deja de hacer algunos movimientos con el lado derecho de la boca y está constantemente inspirando nerviosamente por los orificios nasales. Lleva algo similar a una pequeña caja de bombones en las manos.
A la propietaria de la tienda no le pasa inadvertido que te quedas allí un poco después de que los demás ya se hayan marchado, Byron. Lo asume con total naturalidad, dando de nuevo la vuelta al cartel para señalizar que el negocio está abierto y volviendo a colocarse detrás del mostrador.
—Si lo supiera, la carnada dejaría de ser tal y la pieza fundamental podría intentar dejar de ser pieza y convertirse en jugador. Creo que estaremos de acuerdo en que eso no es algo que interese a quien está jugando la partida —responde con una sonrisa tan maliciosa como pícara en el rostro.
Sea como sea, te marchas hacia la zona en cuestión en busca de un punto de entrega que nadie te ha señalado. No sabemos si será un descuido o una maniobra más de despiste o vete tú a saber qué, pero el hecho es que decides dirigirte hacia la zona de los embarcaderos. Los buques carboneros siguen vomitando cañonazos de humo producto de la combustión del carbón. Éste es proyectado hacia las alturas como si proviniese directamente de las entrañas de un volcán en miniatura. Allí, no demasiado lejos, un único barco pesquero de dimensiones modestas descarga su mercancía. Cuatro operarios sacan cajas de gambas y bogavantes a toda velocidad para intentar que se manchen lo menos posible del hollín en suspensión. A bordo, un tipo de rasgos orientales ataviado con un atuendo no muy común en la zona lo organiza todo.
—No es un buen día para salir a dar un paseo, amigo, y mucho menos por esta zona. ¿Ha perdido algo por aquí? —te dice.
En el Trago del Marinero la reunión clandestina continúa y el duelo de influencias se mantiene. Deschamps sonríe en su ubicación al tiempo que se vuelve a sentar en su asiento. Ése es su terreno; está jugando en casa. Los mensajes ocultos bajo las palabras, el duelo de intereses y las intenciones escondidas son su hogar desde que decidió convertirse en alguien relevante. Sabe que si quiere mantener su posición, su estatus, en el acuerdo que está planteando —por llamarlo de alguna manera—, debe mantenerse firme y conservar su posición de poder no sólo en el terreno de la realidad, sino también en el de la apariencia. Sí, es por ello que se ha sentado y ni siquiera ha hecho el amago de dirigirse a la puerta antes de que Derian interrumpa la sugerente invitación de Percival.
Desde su posición en una esquina del Trago del Marinero, alza una mano y os indica que os acerquéis sin dejar de dirigiros una cordial y educada sonrisa. No sólo a vosotros, sino hasta a tres personas más que se han puesto en pie en la taberna después de escuchar lo que el propietario de Coal SL tenía que decir. En caso de que os acerquéis, los asistentes del Señor Deschamps habrán añadido otras cinco sillas a las tres de las que ya disponían para continuar la reunión en un entorno más íntimo. Aquellos que no están interesados en seguir escuchando o no se ven preparados han ido abandonando el local.
—Como todo depredador que sale a pescar en aguas que no son suyas, siempre existe el riesgo de que el depredador de estas aguas se dé cuenta de que quizás le hayamos intentado quitar algún pez. No hemos venido para quedarnos, no son nuestras aguas, pero hemos visto una oportunidad que no hemos podido desaprovechar. Por lo tanto, podrían ustedes tener detrás a un tiburón blanco y azul del que todo el mundo está pendiente y uno en apariencia más pequeño, más oscuro y que pasa inadvertido, pero que no por ello es menos letal. ¿Me explico? —En la forma en que los ojos de Henry Deschamps os miran podéis ver que en cierto modo está evaluando vuestra respuesta a su información, así como si sabéis interpretar en sus palabras la realidad sobre la situación—. Con respecto a los detalles de la carga, está repartida entre los tres buques carboneros que he traído hasta Loguetown a razón de unas cinco cajas de aproximadamente quinientos kilogramos cada una por embarcación. El punto de entrega, como les decía, es un piso franco cercano a la base de la Marina en el área. Ésta es la dirección —finaliza al tiempo que deja una tarjeta sobre la mesa: sólo una. ¿Acaso intenta que alguien se postule como líder de la operación? Sea como sea, una de las tres personas que se han levantado junto a vosotros intenta extender la mano para cogerla. Digamos que tiene una apariencia bastante particular...
Sea como sea, te despides de Byron y te encaminas hacia tu destino: la estatua cercana a El Gymnasium. El camino que te lleva hasta la zona en cuestión se antoja igual de poco inspirador que el que te llevó hasta la tienda de artesanía. Continúa sin haber un alma en la calle. Vías que normalmente son transitadas por cientos y cientos de personas a lo largo de la jornada se muestran casi desérticas y los negocios, pese a estar abiertos, mantienen sus puertas cerradas a cal y canto para que el hollín no se apodere de todo.
No tardas en llegar a una plaza aledaña a El Gymnasium, ésa en la que descansa la estatua del capitán Livingstone. Tal vez no estés familiarizado con la historia de este célebre marine, pero bajo la misma hay una placa que conmemora su hazaña. Dicen que pereció como consecuencia de las heridas producidas en un combate contra un grupo pirata tremendamente poderoso que intentó arrasar Loguetown tiempo atrás. A saber cuánto hay de verdad y cuánto de leyenda. La representación del capitán le muestra con su inmaculado uniforme de gala, su característico florete en alto y un denso y poblado bigote que alcanza su barbilla sin llegar a cerrarse bajo el mentón.
—Dicen que era todo un héroe, la manifestación viva de todo lo que está bien en un supuesto garante del orden y la seguridad —dice entonces una voz a tu lado. Se trata de un tipo de lo más común, algo pasado de peso y con los ojos rasgados. No deja de hacer algunos movimientos con el lado derecho de la boca y está constantemente inspirando nerviosamente por los orificios nasales. Lleva algo similar a una pequeña caja de bombones en las manos.
A la propietaria de la tienda no le pasa inadvertido que te quedas allí un poco después de que los demás ya se hayan marchado, Byron. Lo asume con total naturalidad, dando de nuevo la vuelta al cartel para señalizar que el negocio está abierto y volviendo a colocarse detrás del mostrador.
—Si lo supiera, la carnada dejaría de ser tal y la pieza fundamental podría intentar dejar de ser pieza y convertirse en jugador. Creo que estaremos de acuerdo en que eso no es algo que interese a quien está jugando la partida —responde con una sonrisa tan maliciosa como pícara en el rostro.
Sea como sea, te marchas hacia la zona en cuestión en busca de un punto de entrega que nadie te ha señalado. No sabemos si será un descuido o una maniobra más de despiste o vete tú a saber qué, pero el hecho es que decides dirigirte hacia la zona de los embarcaderos. Los buques carboneros siguen vomitando cañonazos de humo producto de la combustión del carbón. Éste es proyectado hacia las alturas como si proviniese directamente de las entrañas de un volcán en miniatura. Allí, no demasiado lejos, un único barco pesquero de dimensiones modestas descarga su mercancía. Cuatro operarios sacan cajas de gambas y bogavantes a toda velocidad para intentar que se manchen lo menos posible del hollín en suspensión. A bordo, un tipo de rasgos orientales ataviado con un atuendo no muy común en la zona lo organiza todo.
—No es un buen día para salir a dar un paseo, amigo, y mucho menos por esta zona. ¿Ha perdido algo por aquí? —te dice.
En el Trago del Marinero la reunión clandestina continúa y el duelo de influencias se mantiene. Deschamps sonríe en su ubicación al tiempo que se vuelve a sentar en su asiento. Ése es su terreno; está jugando en casa. Los mensajes ocultos bajo las palabras, el duelo de intereses y las intenciones escondidas son su hogar desde que decidió convertirse en alguien relevante. Sabe que si quiere mantener su posición, su estatus, en el acuerdo que está planteando —por llamarlo de alguna manera—, debe mantenerse firme y conservar su posición de poder no sólo en el terreno de la realidad, sino también en el de la apariencia. Sí, es por ello que se ha sentado y ni siquiera ha hecho el amago de dirigirse a la puerta antes de que Derian interrumpa la sugerente invitación de Percival.
Desde su posición en una esquina del Trago del Marinero, alza una mano y os indica que os acerquéis sin dejar de dirigiros una cordial y educada sonrisa. No sólo a vosotros, sino hasta a tres personas más que se han puesto en pie en la taberna después de escuchar lo que el propietario de Coal SL tenía que decir. En caso de que os acerquéis, los asistentes del Señor Deschamps habrán añadido otras cinco sillas a las tres de las que ya disponían para continuar la reunión en un entorno más íntimo. Aquellos que no están interesados en seguir escuchando o no se ven preparados han ido abandonando el local.
—Como todo depredador que sale a pescar en aguas que no son suyas, siempre existe el riesgo de que el depredador de estas aguas se dé cuenta de que quizás le hayamos intentado quitar algún pez. No hemos venido para quedarnos, no son nuestras aguas, pero hemos visto una oportunidad que no hemos podido desaprovechar. Por lo tanto, podrían ustedes tener detrás a un tiburón blanco y azul del que todo el mundo está pendiente y uno en apariencia más pequeño, más oscuro y que pasa inadvertido, pero que no por ello es menos letal. ¿Me explico? —En la forma en que los ojos de Henry Deschamps os miran podéis ver que en cierto modo está evaluando vuestra respuesta a su información, así como si sabéis interpretar en sus palabras la realidad sobre la situación—. Con respecto a los detalles de la carga, está repartida entre los tres buques carboneros que he traído hasta Loguetown a razón de unas cinco cajas de aproximadamente quinientos kilogramos cada una por embarcación. El punto de entrega, como les decía, es un piso franco cercano a la base de la Marina en el área. Ésta es la dirección —finaliza al tiempo que deja una tarjeta sobre la mesa: sólo una. ¿Acaso intenta que alguien se postule como líder de la operación? Sea como sea, una de las tres personas que se han levantado junto a vosotros intenta extender la mano para cogerla. Digamos que tiene una apariencia bastante particular...