Sowon
Luna Sangrienta
18-11-2024, 04:33 PM
La mañana comenzaba temprano en la granja, había mucho que hacer y Sowon se había dedicado a ayudar siempre que pudiese para ganarse unos berries extras. Su vida era dedicada al trabajo, ya fuesen simples o aburridos, todo lo que pudiese garantizarle dinero o comida era bien recibido por la enorme Oni. Aquel día había arado varias parcelas y también clavado varias cercas, se acercaba su horario de salir y los impresionados dueños del lugar le habían preparado un surtido de carnes ideales para recuperar su energía.
— Esto es muy bueno, deberían venderlo... —
Comentó la Oni arrasando con la mesa frente a ella como un torbellino embravecido, lo que no sabía era que de hecho los dueños vendían los mejores cortes y aquello era lo que sobraba pero lo cocinaban de tal manera que era una jugosa recompensa para la enorme rubia. Suspiró al saber que tras terminar el almuerzo debería buscar algo que hacer, observó de reojo buscando una excusa para quedarse pero no tuvo ninguna en mente. Tocaba regresar a la ciudad y a lo mejor dedicarse a rescatar gatos de los árboles o pasear perros, por lo que fuera eran trabajos que se le daban bien y los habitantes pagaban bastante por darles un buen paseo a sus cachorros.
— Pero antes un postre, sí olvidé pedir ese flan casero que hacen los viejitos... recuerdo un lugar que vendía postres. —
Se frotó la cabeza, rozando sus enormes cuernos negros mientras caminaba por las calles del pueblo. Era un pueblo que tras tantos días conocía como la palma de su mano, pese a que algunos lugares se le hacían todavía borrosos al no quedarse mucho tiempo en los lugares aburridos según sus pensamientos. Ese café estaba, justamente, en un lugar donde nunca pasaba nada y rodeado de niños que no era precisamente algo que le agradase. Los crios solían ponerle de mal humor, cuando ella tenía su edad estaba cazando sus primeros botines o luchando para romper las cadenas de su esclavitud. Las crias de las hormigas eran groseras, presumidas y no habían tomado una pala en su vida. Pero tocaba respirar profundo, exhalar y concentrarse en el enorme flan cremoso que le esperaba al llegar al café.
Al doblar la esquina, sus ojos esmeralda capturaron una escena de lo más peculiar, observó su kimono rojo mientras se sacudía algo de polvo y acomodó su enorme espadón en la espalda mientras se aseguraba de tener una postura erguida y oler lo mejor posible. Por suerte se había dado un pequeño refrescón antes de salir, aunque su cabello húmedo era complicado y más cuando tenía tan poco tiempo para arreglarse. Se ocultó en un callejón, mirando de reojo a la mesa y analizando a esa mujer, no todos los días se encontraba a alguien de su misma estirpe. Sangre de su sangre, se ajustó el escote mientras se aclaraba la garganta, pudo presenciar como los niños le arrojaban una pelota y como esta se levantaba. Sowon aceleró el paso, nadie molestaba a una hermana, si necesitaba defender su honor tenía un acero listo para impartir el respeto.
— Oniki... ¿Te están molestando? No me gusta cuando otros molestan a una hermana oni solo por verse diferente... —
Su figura era alta, cuatro metros de pura fuerza Oni que opacaban incluso a la otra mujer, su sombra se proyectaba dado la posición del sol y sus ojos esmeralda eran lo único que iluminaba una tenebrosa figura que había posado la diestra en la empuñadura de su arma. Sus ojos se cruzaron con los de la niña, dos almas que se conocían pero de la cual Sowon podía percibir cierto miedo pero más allá de eso una fascinación genuina que le hizo soltar la empuñadura. No parecía tener interés en molestar, si fuese así el miedo sería lo más fuerte pero en cambió la hormiga humana saltaba con una sonrisa extendiendo sus manos hacia el cielo en dirección a la pirata.
— Tch... ¿Qué sucede? ¿Por qué me miras así hormiga? No doy paseos gratis, son cien berries por cabeza ¡Y no lo hago los jueves! —
Se cruzó de brazos y desvió la mirada, era brusca, terca y algo grosera al poner apodos tan ofensivos para otros pero la niña no pareció tomarlo a mal. Pese a todo el dramatismo, la chiquilla no dejaba de dar vueltas a su alrededor, pensar que la rubia solo quería hablar con la mujer Oni y ahora tendría que soportar a esa niña quien sabe por cuanto tiempo. Si tuviera un berrie por cada mocoso que le admiraba tendría tres, lo cual no era mucho, pero ayudaría a pagar el café.
— Esto es muy bueno, deberían venderlo... —
Comentó la Oni arrasando con la mesa frente a ella como un torbellino embravecido, lo que no sabía era que de hecho los dueños vendían los mejores cortes y aquello era lo que sobraba pero lo cocinaban de tal manera que era una jugosa recompensa para la enorme rubia. Suspiró al saber que tras terminar el almuerzo debería buscar algo que hacer, observó de reojo buscando una excusa para quedarse pero no tuvo ninguna en mente. Tocaba regresar a la ciudad y a lo mejor dedicarse a rescatar gatos de los árboles o pasear perros, por lo que fuera eran trabajos que se le daban bien y los habitantes pagaban bastante por darles un buen paseo a sus cachorros.
— Pero antes un postre, sí olvidé pedir ese flan casero que hacen los viejitos... recuerdo un lugar que vendía postres. —
Se frotó la cabeza, rozando sus enormes cuernos negros mientras caminaba por las calles del pueblo. Era un pueblo que tras tantos días conocía como la palma de su mano, pese a que algunos lugares se le hacían todavía borrosos al no quedarse mucho tiempo en los lugares aburridos según sus pensamientos. Ese café estaba, justamente, en un lugar donde nunca pasaba nada y rodeado de niños que no era precisamente algo que le agradase. Los crios solían ponerle de mal humor, cuando ella tenía su edad estaba cazando sus primeros botines o luchando para romper las cadenas de su esclavitud. Las crias de las hormigas eran groseras, presumidas y no habían tomado una pala en su vida. Pero tocaba respirar profundo, exhalar y concentrarse en el enorme flan cremoso que le esperaba al llegar al café.
Al doblar la esquina, sus ojos esmeralda capturaron una escena de lo más peculiar, observó su kimono rojo mientras se sacudía algo de polvo y acomodó su enorme espadón en la espalda mientras se aseguraba de tener una postura erguida y oler lo mejor posible. Por suerte se había dado un pequeño refrescón antes de salir, aunque su cabello húmedo era complicado y más cuando tenía tan poco tiempo para arreglarse. Se ocultó en un callejón, mirando de reojo a la mesa y analizando a esa mujer, no todos los días se encontraba a alguien de su misma estirpe. Sangre de su sangre, se ajustó el escote mientras se aclaraba la garganta, pudo presenciar como los niños le arrojaban una pelota y como esta se levantaba. Sowon aceleró el paso, nadie molestaba a una hermana, si necesitaba defender su honor tenía un acero listo para impartir el respeto.
— Oniki... ¿Te están molestando? No me gusta cuando otros molestan a una hermana oni solo por verse diferente... —
Su figura era alta, cuatro metros de pura fuerza Oni que opacaban incluso a la otra mujer, su sombra se proyectaba dado la posición del sol y sus ojos esmeralda eran lo único que iluminaba una tenebrosa figura que había posado la diestra en la empuñadura de su arma. Sus ojos se cruzaron con los de la niña, dos almas que se conocían pero de la cual Sowon podía percibir cierto miedo pero más allá de eso una fascinación genuina que le hizo soltar la empuñadura. No parecía tener interés en molestar, si fuese así el miedo sería lo más fuerte pero en cambió la hormiga humana saltaba con una sonrisa extendiendo sus manos hacia el cielo en dirección a la pirata.
— Tch... ¿Qué sucede? ¿Por qué me miras así hormiga? No doy paseos gratis, son cien berries por cabeza ¡Y no lo hago los jueves! —
Se cruzó de brazos y desvió la mirada, era brusca, terca y algo grosera al poner apodos tan ofensivos para otros pero la niña no pareció tomarlo a mal. Pese a todo el dramatismo, la chiquilla no dejaba de dar vueltas a su alrededor, pensar que la rubia solo quería hablar con la mujer Oni y ahora tendría que soportar a esa niña quien sabe por cuanto tiempo. Si tuviera un berrie por cada mocoso que le admiraba tendría tres, lo cual no era mucho, pero ayudaría a pagar el café.