Raiga Gin Ebra
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19-11-2024, 10:32 AM
Te acercas con decisión a la mesa de los tipos que habías observado antes. Parecen lo suficientemente borrachos como para aceptar una conversación sin pensárselo demasiado, y, quién sabe, tal vez hasta logres sacar algo útil de ellos. Al llegar, uno de ellos, un hombre corpulento con una melena despeinada y barba desordenada, te mira de arriba abajo con una mezcla de sorpresa y confusión.
—¡Eh! ¿Qué tenemos aquí? —dice, entrecerrando los ojos, como si tratara de enfocar mejor tu figura.
Su compañero, algo menos entusiasta, también te observa con una ceja levantada, reprimiendo lo que parece ser una sonrisa. No es difícil deducir que tu estatura y porte no son algo que vean a menudo.
—Dí que sí, si buscas una conversación interesante, aquí nos tienes —dice, manteniendo un tono formal pero relajado, y alza su bebida con una leve inclinación de cabeza—. Y quizá podemos intercambiar algo de información y alguna que otra historia, claro que sí. Los de esta mesa tenemos muchas historias que contar.
El hombre barbudo suelta una carcajada estruendosa mientras se inclina hacia ti, con un aliento cargado de alcohol.
—¡Historias tenemos! Pero tú… ¿Tú qué haces aquí? ¿De verdad piensas subir al dojo del oeste? —pregunta, mirándote de arriba abajo una vez más— Porque, con todo respeto, amigo, no pareces alguien que pueda aguantar mucho ahí arriba. Son tipos duros, ¿eh? No son para cualquiera.
Joder, vaya faltada eh. Te acaban de prejuzgar por la cara. Aunque bueno, me imagino que no es la primera vez. Estamos en un mundo cruel, sobre todo con aquél que es diferente a lo que estamos, más o menos, acostumbrados a ver. Conozco un tiburón que no llevaría muy bien ese comentario... Pero tú quizá lo encajes mejor. La paciencia es una gran virtud.
El primer tipo, un sujeto más joven con una camiseta rota que deja ver músculos marcados, empuja un cuenco hacia ti con un gesto casi instintivo.
—Toma, pruébate una de estas mientras lo piensas.
El contenido del cuenco es… peculiar. Cortezas, o al menos algo que se le parece, de un color entre anaranjado intenso y púrpura, como si hubieran sido bañadas en algún tipo de tinte químico. Tienen un brillo extraño que no inspira confianza, pero tampoco querrás parecer descortés, ¿verdad?
—Delicias locales —comenta el barbudo con una sonrisa amplia mientras toma un puñado y se lo lleva a la boca—. Ahora, cuéntanos. ¿Qué te lleva al dojo? Porque si no es para aprender, más te vale dar la vuelta.
¿Son demasiado directos o es mi sensación? Ni que fueran los protectores del dojo. Aunque bueno, sería lógico que tengan cierto aprecio a una institución tan respetada en la isla como los dojos.
Mientras tanto, notas que la pareja elegante, la misma que viste antes, se ha sentado en una mesa cercana. Piden una bebida servida en una copa grande, con un líquido brillante de un tono esmeralda. Observas con discreción cómo brindan, intercambiando palabras que no alcanzas a escuchar, y luego se besan. El gesto es cálido, natural, como si fueran la única pareja en el mundo. Me imagino que no puedes evitar pensar que desentonan tanto como tú en ese lugar, aunque por razones completamente distintas. Quizá sea violento si sigues mirando. No serás un voyeur de esos, ¿no? Que todo bien, pero no vi ninguna mención de nada por el estilo en tu petición. Bueno, te seguiré observando.
De vuelta en tu mesa improvisada, el grupo sigue bebiendo y hablando, incluyendo ocasionalmente algún comentario hacia ti.
—Las bestias, amigo, esas son lo peor —Es el joven de la camiseta rota quien habla esta vez—. Cerca del pueblo hay tres o cuatro rondando. Ya sabes, toros salvajes, pero… más grandes. Y esos cuernos… créeme, no querrás estar en su camino.
—Sí, sí —añade el barbudo, haciendo gestos exagerados—, pero es lo que dices, no son toros normales. Son pura potencia, ¿entiendes? Como si alguien hubiera tomado a uno y lo hubiera mejorado cien veces. Aguantan de todo. Golpes, balas… lo que les lances.
—Es que encima están demasiado cerca. Muchas veces incluso duermen en el camino —responde el más joven con una risa amarga—. Pero no te preocupes, seguro que tus piernas te llevan rápido si uno aparece. Eso sí, si vas solo, mejor reza antes de salir.
El grupo vuelve a su conversación, esta vez incluyendo anécdotas sobre otros viajeros que intentaron llegar a los dojos y fracasaron en el intento. Aunque parecen relajados, notas que de vez en cuando te lanzan miradas curiosas, como si aún intentaran descifrar qué haces realmente allí. Al menos, a diferencia del tabernero, estos tipos parecen algo más dispuestos a compartir detalles… aunque, claro, el alcohol que han consumido seguramente esté ayudando.
—¡Eh! ¿Qué tenemos aquí? —dice, entrecerrando los ojos, como si tratara de enfocar mejor tu figura.
Su compañero, algo menos entusiasta, también te observa con una ceja levantada, reprimiendo lo que parece ser una sonrisa. No es difícil deducir que tu estatura y porte no son algo que vean a menudo.
—Dí que sí, si buscas una conversación interesante, aquí nos tienes —dice, manteniendo un tono formal pero relajado, y alza su bebida con una leve inclinación de cabeza—. Y quizá podemos intercambiar algo de información y alguna que otra historia, claro que sí. Los de esta mesa tenemos muchas historias que contar.
El hombre barbudo suelta una carcajada estruendosa mientras se inclina hacia ti, con un aliento cargado de alcohol.
—¡Historias tenemos! Pero tú… ¿Tú qué haces aquí? ¿De verdad piensas subir al dojo del oeste? —pregunta, mirándote de arriba abajo una vez más— Porque, con todo respeto, amigo, no pareces alguien que pueda aguantar mucho ahí arriba. Son tipos duros, ¿eh? No son para cualquiera.
Joder, vaya faltada eh. Te acaban de prejuzgar por la cara. Aunque bueno, me imagino que no es la primera vez. Estamos en un mundo cruel, sobre todo con aquél que es diferente a lo que estamos, más o menos, acostumbrados a ver. Conozco un tiburón que no llevaría muy bien ese comentario... Pero tú quizá lo encajes mejor. La paciencia es una gran virtud.
El primer tipo, un sujeto más joven con una camiseta rota que deja ver músculos marcados, empuja un cuenco hacia ti con un gesto casi instintivo.
—Toma, pruébate una de estas mientras lo piensas.
El contenido del cuenco es… peculiar. Cortezas, o al menos algo que se le parece, de un color entre anaranjado intenso y púrpura, como si hubieran sido bañadas en algún tipo de tinte químico. Tienen un brillo extraño que no inspira confianza, pero tampoco querrás parecer descortés, ¿verdad?
—Delicias locales —comenta el barbudo con una sonrisa amplia mientras toma un puñado y se lo lleva a la boca—. Ahora, cuéntanos. ¿Qué te lleva al dojo? Porque si no es para aprender, más te vale dar la vuelta.
¿Son demasiado directos o es mi sensación? Ni que fueran los protectores del dojo. Aunque bueno, sería lógico que tengan cierto aprecio a una institución tan respetada en la isla como los dojos.
Mientras tanto, notas que la pareja elegante, la misma que viste antes, se ha sentado en una mesa cercana. Piden una bebida servida en una copa grande, con un líquido brillante de un tono esmeralda. Observas con discreción cómo brindan, intercambiando palabras que no alcanzas a escuchar, y luego se besan. El gesto es cálido, natural, como si fueran la única pareja en el mundo. Me imagino que no puedes evitar pensar que desentonan tanto como tú en ese lugar, aunque por razones completamente distintas. Quizá sea violento si sigues mirando. No serás un voyeur de esos, ¿no? Que todo bien, pero no vi ninguna mención de nada por el estilo en tu petición. Bueno, te seguiré observando.
De vuelta en tu mesa improvisada, el grupo sigue bebiendo y hablando, incluyendo ocasionalmente algún comentario hacia ti.
—Las bestias, amigo, esas son lo peor —Es el joven de la camiseta rota quien habla esta vez—. Cerca del pueblo hay tres o cuatro rondando. Ya sabes, toros salvajes, pero… más grandes. Y esos cuernos… créeme, no querrás estar en su camino.
—Sí, sí —añade el barbudo, haciendo gestos exagerados—, pero es lo que dices, no son toros normales. Son pura potencia, ¿entiendes? Como si alguien hubiera tomado a uno y lo hubiera mejorado cien veces. Aguantan de todo. Golpes, balas… lo que les lances.
—Es que encima están demasiado cerca. Muchas veces incluso duermen en el camino —responde el más joven con una risa amarga—. Pero no te preocupes, seguro que tus piernas te llevan rápido si uno aparece. Eso sí, si vas solo, mejor reza antes de salir.
El grupo vuelve a su conversación, esta vez incluyendo anécdotas sobre otros viajeros que intentaron llegar a los dojos y fracasaron en el intento. Aunque parecen relajados, notas que de vez en cuando te lanzan miradas curiosas, como si aún intentaran descifrar qué haces realmente allí. Al menos, a diferencia del tabernero, estos tipos parecen algo más dispuestos a compartir detalles… aunque, claro, el alcohol que han consumido seguramente esté ayudando.