Iris
La bala blanca
19-11-2024, 09:59 PM
Por fin estaban lejos de aquella isla de mierda. Iris siguió el ritmo que Angelo había decidido marcar mirando con cara de asco como su amigo se recolocaba el paquete delante suya.
— La verdad es que a veces me pregunto como consigues ligar tanto. Quiero decir... tu encanto brilla por su ausencia.
Aunque a veces se pasara de sincera con su amigo ella le debía todo lo que tenía. Si no hubiera sido por él, por sus ganas de vivir y de salir del antro del que venían Iris probablemente hubiera acabado con su vida hacía muchísimo tiempo. Pero por fin habían llegado a nuevo puerto, a una nueva oportunidad para redimirse —a quien queremos engañar estos dos no saben lo que es la redención— y ser libres. Y punto. Era lo único que le importaba ahora mismo a Iris, desmelenarse y descubrir lo que la vida les traería a partir de ahora. Al fin y al cabo siempre eran ellos dos contra todo el mundo.
La peliblanca miró de reojo, alzando una ceja con curiosidad, a Angelo.
—¿Tu? ¿la voz de la razón? ¿tienes fiebre? — Aunque el chico ya había respondido esa pregunta — No creo que la Jenny sea lo que te haga asentar la cabeza... Además esa no sabrá hacer de madre ni nada, seguro que lo da en adopción.
Iris siguió caminando, rodeada por los brazos de Angelo, observando aquella ciudad: rebosaba vida e invitaba a nuevos comienzos y no pudo evitar fantasear en abrir un negocio allí, algo legal y humilde, alejarse de toda esa mala vida que llevaban: como una pequeña pastelería...
Que a su vez funcionara como tapadera de un negocio de drogas. Eso es. si conseguía dinero suficiente podría lograr aquel pequeño sueño. Un azote del peliverde sacó a Iris de sus ensoñaciones sobre sus planes de futuro; el peliverde ya había decidido que lo siguiente que harían sería comer en aquel restaurante pijo. La chica miró con tristeza al bar que había justo al lado donde una camarera sacaba una bandeja con cuatro jarras de cerveza y unas tapitas acompañándolas.
—Ten cuidado donde tocas Angelo, no vayas a descubrir lo que es una mujer de verdad — El cabrón le había dado con fuerza. —Pero muy bien. Déjamelo a mi.
Estaba de buen humor y le apetecía montar un pollo así que tiró el cigarro, que casualmente cayó en una papelera la cual segundos después empezaría a arder, se bajó la cremallera del top acentuando su escote, se recolocó las pechugas y se dirigió a la puerta del restaurante.
Le había costado años perfeccionar esta tecnica, a ella le gustaba llamarla "todos los hombres son unos mentirosos". Constaba de tres pasos:
Primero: Encontrar a una parejita, preferiblemente de cuarentones, que pudieran estar pasando por una crisis. Bingo! Iris se fijó en un hombre y una mujer que removían la comida de su plato de un lado a otro con cara de pocos amigos. Con una sonrisa se acercó a ellos lo que activaba el
Segundo: Llorar. Era lo que más le había costado pero de donde ella venía aprender a llorar era tan necesario como respirar. Así que se acercó tambaleante a la mesa y, con todas sus fuerzas, le propinó una bofetada a aquel hombre.
—¡CÓMO TE ATREVES!— parecía una desquiciada —¡DESPUÉS DE TODO LO QUE HE HECHO POR TI! Y TE VAS CON ESTA... ESTA... PELANDRUSCA. ¿Es que no te importa dejarme sola con tus tres hijos...? Después de tanto tiempo. Y PENSAR QUE YO ERA LA OTRA.
Y así llegaba al tercer y ultimo paso: disfrutar del caos que había creado. Observó como la mujer patidifusa se levantaba mientras le gritaba que lo sabía, que sabía que no había cambiado nada y que como se atrevía a hacerle pasar por esto otra vez. Nunca fallaba, es que todos los hombres eran iguales. Se levantaron apresuradamente en lo que aprovechó Iris para sentarse y hacerle un gesto a la camarera, con los ojos aún llenos de lagrimas.
—Cárgalo todo a su cuenta ¿quieres? ese imbécil me ha destrozado la vida...
La chica asintió con una mirada cómplice y en cuanto se fue se secó las lagrimas, se reajustó el escote y le hizo un gesto con la mano a Angelo para que se acercara, guiñándole un ojo.
— La verdad es que a veces me pregunto como consigues ligar tanto. Quiero decir... tu encanto brilla por su ausencia.
Aunque a veces se pasara de sincera con su amigo ella le debía todo lo que tenía. Si no hubiera sido por él, por sus ganas de vivir y de salir del antro del que venían Iris probablemente hubiera acabado con su vida hacía muchísimo tiempo. Pero por fin habían llegado a nuevo puerto, a una nueva oportunidad para redimirse —a quien queremos engañar estos dos no saben lo que es la redención— y ser libres. Y punto. Era lo único que le importaba ahora mismo a Iris, desmelenarse y descubrir lo que la vida les traería a partir de ahora. Al fin y al cabo siempre eran ellos dos contra todo el mundo.
La peliblanca miró de reojo, alzando una ceja con curiosidad, a Angelo.
—¿Tu? ¿la voz de la razón? ¿tienes fiebre? — Aunque el chico ya había respondido esa pregunta — No creo que la Jenny sea lo que te haga asentar la cabeza... Además esa no sabrá hacer de madre ni nada, seguro que lo da en adopción.
Iris siguió caminando, rodeada por los brazos de Angelo, observando aquella ciudad: rebosaba vida e invitaba a nuevos comienzos y no pudo evitar fantasear en abrir un negocio allí, algo legal y humilde, alejarse de toda esa mala vida que llevaban: como una pequeña pastelería...
Que a su vez funcionara como tapadera de un negocio de drogas. Eso es. si conseguía dinero suficiente podría lograr aquel pequeño sueño. Un azote del peliverde sacó a Iris de sus ensoñaciones sobre sus planes de futuro; el peliverde ya había decidido que lo siguiente que harían sería comer en aquel restaurante pijo. La chica miró con tristeza al bar que había justo al lado donde una camarera sacaba una bandeja con cuatro jarras de cerveza y unas tapitas acompañándolas.
—Ten cuidado donde tocas Angelo, no vayas a descubrir lo que es una mujer de verdad — El cabrón le había dado con fuerza. —Pero muy bien. Déjamelo a mi.
Estaba de buen humor y le apetecía montar un pollo así que tiró el cigarro, que casualmente cayó en una papelera la cual segundos después empezaría a arder, se bajó la cremallera del top acentuando su escote, se recolocó las pechugas y se dirigió a la puerta del restaurante.
Le había costado años perfeccionar esta tecnica, a ella le gustaba llamarla "todos los hombres son unos mentirosos". Constaba de tres pasos:
Primero: Encontrar a una parejita, preferiblemente de cuarentones, que pudieran estar pasando por una crisis. Bingo! Iris se fijó en un hombre y una mujer que removían la comida de su plato de un lado a otro con cara de pocos amigos. Con una sonrisa se acercó a ellos lo que activaba el
Segundo: Llorar. Era lo que más le había costado pero de donde ella venía aprender a llorar era tan necesario como respirar. Así que se acercó tambaleante a la mesa y, con todas sus fuerzas, le propinó una bofetada a aquel hombre.
—¡CÓMO TE ATREVES!— parecía una desquiciada —¡DESPUÉS DE TODO LO QUE HE HECHO POR TI! Y TE VAS CON ESTA... ESTA... PELANDRUSCA. ¿Es que no te importa dejarme sola con tus tres hijos...? Después de tanto tiempo. Y PENSAR QUE YO ERA LA OTRA.
Y así llegaba al tercer y ultimo paso: disfrutar del caos que había creado. Observó como la mujer patidifusa se levantaba mientras le gritaba que lo sabía, que sabía que no había cambiado nada y que como se atrevía a hacerle pasar por esto otra vez. Nunca fallaba, es que todos los hombres eran iguales. Se levantaron apresuradamente en lo que aprovechó Iris para sentarse y hacerle un gesto a la camarera, con los ojos aún llenos de lagrimas.
—Cárgalo todo a su cuenta ¿quieres? ese imbécil me ha destrozado la vida...
La chica asintió con una mirada cómplice y en cuanto se fue se secó las lagrimas, se reajustó el escote y le hizo un gesto con la mano a Angelo para que se acercara, guiñándole un ojo.