Takahiro
La saeta verde
20-11-2024, 12:35 AM
Y de repente, todo cobró sentido para el alférez Kenshin, cuya mente pareció despejarse como un día nuboso tras una fuerte lluvia. Aquella banda era una asociación de mudos que por el devenir del destino se habían convertido en piratas. Sin embargo, eso llevó a que el peliverde se cuestionara algo muy importante que no había hecho hasta ese entonces: ¿Qué le ocurriría si hería a un discapacitado? Siempre se había enfrentado, al menos en apariencia, a personas en plenas facultades físicas y mentales, pero una persona muda ya era una situación distinta. Y aunque se consideraran piratas, si no tenían una recompensa y si no eran conocidos, sería como si estuviera hiriendo a un civil.
—Entiendo… —le dijo Takahiro, suspirando con desgana, mientras su mirada se iba hacia el horizonte, concretamente hacia el camino que llevaba al cuartel general del G-31. Miró de reojo al mudo y sonrió, girándose hacia el recluta que le había dado el papel y el bolígrafo—. Que nadie se mueva de aquí, ¿vale? Voy a ir en busca del intérprete.
«Quizás él pueda esclarecerme algo», discurrió Takahiro, pensando en que quizá aquella persona sería, seguramente, la presencia que había sentido en el barco.
Caminó hacia el interior de aquel navío, volviendo a la armería en la que se situaban las espadas. Deambuló por la sala, tratando de buscar alguna especie de acceso al piso inferior. Cuando estaba como trabajador en el puerto de Nanohana aprendió bastante secretos de los barcos, saberes que no se aprenden en colegios ni universidades, todos los navíos que pertenecían a personas de poco fiar tenían sobre el casco y la quilla tenían espacios funcionales que, en muchos casos, servían como una bodega inferior para el contrabando. ¿Lo malo? Que la entrada costaba mucho encontrarlas.
El peliverde comenzó a golpear el suelo con los pies tratando de encontrar alguna especie de trampilla. Sin embargo, recordaba que la presencia que notaba estaba bastante debilitada, así que lo mejor era intentar crear un acceso pronto. Ante eso, se aferró a la empuñadura de Samidare, cuya hoja había teñido de negro, para trazar varios cortes hacia el suelo, tratando de crear su propia trampilla. De conseguirlo, alzaría la voz e intentaría hablar con el intérprete:
—¿Se encuentra usted bien? —preguntaría—. ¿Necesita agua o algo? —volvería a preguntar.
La clave para que la gente colaborara era hacerle sentir que estaba cómoda, así que de encontrarse vivo le daría algo de agua, comida y, de necesitarlo, algo de ropa medio limpia que hubiera en el barco y le esposaría, a fin de cuentas, cualquier precaución siempre era poca. Tras eso, hablaría con él de nuevo, a solas.
—Dígame, caballero —comenzaría su interrogatorio—. ¿Cómo ha acabado en este barco? —preguntaría, para después de su respuesta continuar—. Dígame, ¿Por qué hay una colección de espadas tan amplia? ¿dónde está la espada que falta? Y la más importante…, ¿dónde se encuentra el capitán del barco? Porque algo me dice que usted lo sabe, de ahí que le hayan dejado a su suerte en el falso fondo del barco —Takahiro haría una pausa, pero cuando el hombre fuera a hablar le interrumpiría—. A no ser que usted sea el capitán y esté haciendo la interpretación de su vida.
—Entiendo… —le dijo Takahiro, suspirando con desgana, mientras su mirada se iba hacia el horizonte, concretamente hacia el camino que llevaba al cuartel general del G-31. Miró de reojo al mudo y sonrió, girándose hacia el recluta que le había dado el papel y el bolígrafo—. Que nadie se mueva de aquí, ¿vale? Voy a ir en busca del intérprete.
«Quizás él pueda esclarecerme algo», discurrió Takahiro, pensando en que quizá aquella persona sería, seguramente, la presencia que había sentido en el barco.
Caminó hacia el interior de aquel navío, volviendo a la armería en la que se situaban las espadas. Deambuló por la sala, tratando de buscar alguna especie de acceso al piso inferior. Cuando estaba como trabajador en el puerto de Nanohana aprendió bastante secretos de los barcos, saberes que no se aprenden en colegios ni universidades, todos los navíos que pertenecían a personas de poco fiar tenían sobre el casco y la quilla tenían espacios funcionales que, en muchos casos, servían como una bodega inferior para el contrabando. ¿Lo malo? Que la entrada costaba mucho encontrarlas.
El peliverde comenzó a golpear el suelo con los pies tratando de encontrar alguna especie de trampilla. Sin embargo, recordaba que la presencia que notaba estaba bastante debilitada, así que lo mejor era intentar crear un acceso pronto. Ante eso, se aferró a la empuñadura de Samidare, cuya hoja había teñido de negro, para trazar varios cortes hacia el suelo, tratando de crear su propia trampilla. De conseguirlo, alzaría la voz e intentaría hablar con el intérprete:
—¿Se encuentra usted bien? —preguntaría—. ¿Necesita agua o algo? —volvería a preguntar.
La clave para que la gente colaborara era hacerle sentir que estaba cómoda, así que de encontrarse vivo le daría algo de agua, comida y, de necesitarlo, algo de ropa medio limpia que hubiera en el barco y le esposaría, a fin de cuentas, cualquier precaución siempre era poca. Tras eso, hablaría con él de nuevo, a solas.
—Dígame, caballero —comenzaría su interrogatorio—. ¿Cómo ha acabado en este barco? —preguntaría, para después de su respuesta continuar—. Dígame, ¿Por qué hay una colección de espadas tan amplia? ¿dónde está la espada que falta? Y la más importante…, ¿dónde se encuentra el capitán del barco? Porque algo me dice que usted lo sabe, de ahí que le hayan dejado a su suerte en el falso fondo del barco —Takahiro haría una pausa, pero cuando el hombre fuera a hablar le interrumpiría—. A no ser que usted sea el capitán y esté haciendo la interpretación de su vida.