Jun Gunslinger
Nagaredama
Ayer, 12:47 AM
—No me llames cariño —advirtió Jun a Bones, lanzándole una mirada de muerte antes de volver a perder el rostro detrás de aquella enorme hamburguesa. La carne jugosa y el pan se desbordaban entre sus dedos y, mientras devoraba, con la boca llena de comida -aunque probablemente el muchacho no le entendiera una sola palabra-, redobló:—. Tengo nombre, y ya te lo he dicho.
Vesper no se tardaría nada en proponer una segunda ronda, buscando la revancha, y apoyando la idea Jun levantó la mano en un gesto automático, dando la señal de asentimiento, mientras se debatía silenciosamente entre respirar o tragar. Luego se limpió las palmas frotándolas entre sí, y le dio un buen sorbo a su bebida para ayudar a bajar la comida.
—Venga, otra ronda. Adelante, Doc. Baraja —dijo, cuando pudo hablar.
Peeero Jun no tenía un minuto de paz ni aunque lo buscara, y aquel sujeto con el que había discutido momentos antes regresaba al interior de la taberna, acompañado por otros hombres. El grupo se acercó rápidamente y con actitud prepotente hasta la mesa de tres.
—Maldita niña. Devuélveme el dinero que me robaste o te va a ir muy mal esta noche.
Ante aquella venenosa amenaza, Jun levantó una ceja y torció los labios con notorio fastidio. Era escasa su paciencia, como la mecha de una bomba. Luego rodó sutilmente los ojos hacia sus compañeros de juego; Los dos esbozarían sonrisas astutas, lo que le hizo pensar que no era momento de achicarse, y que no lo haría jamás, delante de ningún hombre. Tenía que demostrar que no era una niña indefensa.
Soltando un corto suspiro, Jun dejó caer la mirada hacia la mesa, como si se estuviera preguntando si realmente valía la pena involucrarse en otro quilombo. La hamburguesa, las cartas, el sake, los berries... todo pasó rápidamente a segundo plano. El juego, la bebida, el ruido de la taberna, las risas de las mesas cercanas, incluso la música de la cantina, todo se desvaneció.
La peliazul deslizó la diestra hasta su cintura. No hubo duda en su mente. Sin miedo, sin vacilación, desenfundó el pistolón y extendió el brazo hacia aquel sujeto, apuntandole directamente a la cabeza. Se escuchó el sonido metálico al momento de quitar el seguro del arma, antes de que ella hablara:
—Parece que quieres perder algo más que dinero, viejo roñoso —murmuró, con aparente calma, manteniendo su postura desparramada en el asiento. Solo su brazo derecho permanecía bien firme, respaldado por la precisión de su mirada afilada—. ¿Por qué no te vas a joder a otro sitio? ¿No ves que estoy ocupada? Ya no tengo más tiempo para ti, así que retirate si no quieres recibir una dosis de anestesia permanente.
Su índice rozó suavemente el gatillo, como un recordatorio de que estaba más que dispuesta a convertir sus palabras en realidad. Jun no era una niña indefensa, ni de cerca.
Pronto, descubriría que sus compañeros tampoco.
Vesper no se tardaría nada en proponer una segunda ronda, buscando la revancha, y apoyando la idea Jun levantó la mano en un gesto automático, dando la señal de asentimiento, mientras se debatía silenciosamente entre respirar o tragar. Luego se limpió las palmas frotándolas entre sí, y le dio un buen sorbo a su bebida para ayudar a bajar la comida.
—Venga, otra ronda. Adelante, Doc. Baraja —dijo, cuando pudo hablar.
Peeero Jun no tenía un minuto de paz ni aunque lo buscara, y aquel sujeto con el que había discutido momentos antes regresaba al interior de la taberna, acompañado por otros hombres. El grupo se acercó rápidamente y con actitud prepotente hasta la mesa de tres.
—Maldita niña. Devuélveme el dinero que me robaste o te va a ir muy mal esta noche.
Ante aquella venenosa amenaza, Jun levantó una ceja y torció los labios con notorio fastidio. Era escasa su paciencia, como la mecha de una bomba. Luego rodó sutilmente los ojos hacia sus compañeros de juego; Los dos esbozarían sonrisas astutas, lo que le hizo pensar que no era momento de achicarse, y que no lo haría jamás, delante de ningún hombre. Tenía que demostrar que no era una niña indefensa.
Soltando un corto suspiro, Jun dejó caer la mirada hacia la mesa, como si se estuviera preguntando si realmente valía la pena involucrarse en otro quilombo. La hamburguesa, las cartas, el sake, los berries... todo pasó rápidamente a segundo plano. El juego, la bebida, el ruido de la taberna, las risas de las mesas cercanas, incluso la música de la cantina, todo se desvaneció.
La peliazul deslizó la diestra hasta su cintura. No hubo duda en su mente. Sin miedo, sin vacilación, desenfundó el pistolón y extendió el brazo hacia aquel sujeto, apuntandole directamente a la cabeza. Se escuchó el sonido metálico al momento de quitar el seguro del arma, antes de que ella hablara:
—Parece que quieres perder algo más que dinero, viejo roñoso —murmuró, con aparente calma, manteniendo su postura desparramada en el asiento. Solo su brazo derecho permanecía bien firme, respaldado por la precisión de su mirada afilada—. ¿Por qué no te vas a joder a otro sitio? ¿No ves que estoy ocupada? Ya no tengo más tiempo para ti, así que retirate si no quieres recibir una dosis de anestesia permanente.
Su índice rozó suavemente el gatillo, como un recordatorio de que estaba más que dispuesta a convertir sus palabras en realidad. Jun no era una niña indefensa, ni de cerca.
Pronto, descubriría que sus compañeros tampoco.